Capítulo 11

Mientras se dirigía lentamente hacia el granero, Grace sintió el calor del sol en la espalda.

Aquello era un error.

No, no lo era.

O sí lo era, iba a cometerlo de todas maneras, pensó con imprudencia. Tras una larga y agitada noche dando vueltas y luchando consigo misma, había llegado a esa conclusión. Era una mujer madura y podía manejar un encuentro sexual. En esa ocasión, tenía la sensación de protegerse; aquello no tenía por qué significar más que la locura física que había existido entre ellos hacía tantos años. Aquel tiempo se le había hecho muy largo, y probablemente estuviera sufriendo alguna especie de retraimiento. Kilmer tenía razón, ambos funcionarían mejor una vez hubieran satisfecho aquella necesidad.

¡Por Dios!, no sabía si estaba actuando racionalmente. Pero cuando abrió la puerta del granero, sí supo que las rodillas le temblaban y pudo sentir que el rubor le ardía en las mejillas.

Penumbra. Olor a heno y caballos.

– Empezaba a temer que no fueras a venir. -Kilmer salió de las sombras-. Bueno, ya pasó. -Permaneció allí quieto, observándola.

¿Por qué no la tocaba?

Y entonces lo hizo.

Le puso la mano en el cuello. Grace sintió la dura y encallecida mano contra la suavidad del cuello. El pulso le brincaba en la fosa de la garganta. Se estremeció.

– Di que va todo bien -dijo él con aspereza-. ¡Por Dios!, dímelo.

Ella era incapaz de hablar. ¡Maldición!, si no podía respirar. De lo único que era consciente era de aspereza de la mano de Kilmer sobre la carne suave de su cuello.

– Grace.

– Calla. -Ella hundió la cara en su hombro-. Hazlo y nada más.

– ¡Joder, sí! -Le recorrió el cuerpo con las manos, frotando, acariciando, estrujando. Y al hacerlo, emitía unos leves sonidos salvajes, casi animalescos-. Bien. Eres tan…

– Y tú también. -Grace le estaba desabrochando la camisa para poder estar más cerca, piel con piel. ¡Señor!, había olvidado cómo olía. Un olor esencial y picante, y tan erotizante para ella como un afrodisíaco.

Él le había quitado la camisa y le estaba desabrochando el sujetador. Se lo quitó de un tirón y la arrastró al interior de uno de los compartimientos.

– Vamos. Ahora. Tengo que entrar en ti.

Grace apenas fue consciente del heno apilado en el compartimiento y cubierto con una manta antes de que la hiciera tumbar, mientras la desnudaba frenéticamente.

Desnuda otra vez contra él. La sensación…

Se arqueó hacia arriba, intentando contenerlo lo más posible.

– Sí. -Kilmer se movía entre los muslos de Grace-. Toma… déjame…

Ella estaba a punto de gritar.

Clavó las uñas en su hombro.

– Kilmer, esto es…

– Chist, no pasa nada. Todo va bien. Sólo déjame…

– ¿Dejarte? -Grace jadeaba-. No, déjame a mí. -Se puso de costado-. No puedo estar inmóvil. Tengo que…

– Lo que quieras. -Kilmer le apretó un punto en la base de su columna vertebral, y un escalofrío le recorrió el cuerpo-. Lo que…


– Una locura -susurró Grace mientras procuraba recuperar el resuello-. Pensé que sería diferente. Esperaba que fuera diferente, pero ha sido exactamente igual. Habría pensado que la edad le hacía a uno más sabio.

– El placer es sabiduría. No podemos vivir sin placer. -Kilmer la sujetaba por detrás, acariciándole el estómago con la mano-. Nos compensa de todos los malos momentos y permite que nos mantengamos cuerdos.

– No hay ninguna cordura en lo que acaba de ocurrir. -Grace intentó que no le temblara la voz-. Ha sido una locura. No logro entender por qué reacciono así contigo. Ocurre sin más.

Kilmer le besó suavemente en la sien.

– Doy gracias a Dios por ello.

– La química.

– Quizá.

– ¿Qué, si no?

– No tengo ni idea. Y no voy a destrozar algo fantástico sólo para ver cómo se recompone. Lo voy a aceptar y a disfrutar una barbaridad. -Le acarició el lóbulo de la oreja con la lengua-. Y te sugiero que hagas lo mismo.

– No somos iguales.

– Oh, eso ya lo había notado.

– Bastardo. -Grace le clavó los dientes juguetonamente en el brazo-. Quiero decir que las mujeres nos preocupamos. Somos así. No podemos disfrutar un polvo en un pajar sin pensar en las consecuencias. -Negó con la cabeza-. ¿Qué estoy diciendo? Fue así exactamente como fue concebida Frankie. Y entonces fui realmente cuidadosa, ¿verdad?

– También fue culpa mía.

– No. Tú me lo pediste, y yo me tumbé. Yo soy la única responsable, y no hay nada que exigirte.

– Ojalá hubiera deseado que fueras un poco más exigente cuando averigüé que estabas embarazada. Me sentí impotente. Quería hacer algo, y no había nada que pudiera hacer que no te pusiera en peligro. -Bajó la mano para acariciarle el vientre con la palma-. Pensaba mucho en ti, me preguntaba qué aspecto tendrías cuando el embarazo estuviera muy avanzado, qué se sentiría al acariciarte como te acaricio ahora.

– Me puse grande como una casa y andaba como un pato. Te habrías reído.

– No, no me habría reído.

Grace guardó silencio durante un instante.

– Puede que no. La gente cambia cuando hay una criatura de por medio. Sé que a mí me pasó. -Se puso tensa-. Deja de acariciarme.

– ¿Por qué? Intento ser tierno, ¡maldita sea!

– No está teniendo ese efecto.

Kilmer soltó una risotada y se dio la vuelta para ponerse encima de ella.

– ¿Por qué?

– Porque no paro de pensar en quedarme embarazada, y eso lleva a cómo conseguí quedarme. Y hace que recuerde cómo…

– Ya entendí la relación. -Se frotó contra ella lentamente y sonrió cuando ella respiró hondo-. Di órdenes de que suponía que nadie tenía que venir por aquí durante las tres próximas horas. ¿Cuánto tiempo tienes tú?

– No lo sé. Le pedí a Donavan que vigilara a Frankie. Estaba trabajando en su música. -Se aferró a sus hombros-. Deja de hacer preguntas. No pierdas ni un minuto, ¡maldita sea! Lo necesito.

– Ni un minuto -susurró él-. Ni un segundo.


– Espera.

Grace se dio la vuelta en la puerta del compartimiento para volver a mirar a Kilmer, que seguía tumbado desnudo sobre la manta. ¡Dios!, deseaba volver a su lado. Debería de estar saciada, pero era como si todavía no se hubiera apareado con él innumerables veces.

– ¿Qué? Son casi las cinco; tengo que volver a la casa.

– No voy a discutir contigo. -Kilmer sonrió-. Tienes una paja en el pelo. Te ayudaría a quitártela, aunque eso sólo acarrearía problemas.

Ella se pasó rápidamente los dedos por el pelo.

– ¿Está bien así?

– Preciosa.

– Por supuesto.

– No miento. Estás colorada, y despeinada, y dulce… O sea, preciosa. -Hizo una pausa-. ¿Cuándo?

– ¿Qué?

– No te andes con rodeos. Sabes que va a volver a suceder. Es mejor que lo planeemos, y así te será más fácil. ¿Mañana a esta hora?

Grace asintió entrecortadamente con la cabeza.

– Si da resultado con Frankie.

– Te estaré esperando. -Se incorporó y empezó a ponerse la ropa-. Pero, probablemente, esto no va a ser suficiente para ninguno de los dos. Hemos de estar preparados para ello.

– No permitiré que Frankie piense que su madre es una jovencita tonta que…

– No le consentiría que pensara tal cosa. Sólo estoy diciendo que no voy a poder mantener las manos lejos de ti. E incluso cuando no te esté tocando, sabrás en qué estoy pensando.

Y ella querría que le pusiera las manos encima, pensó Grace. No había ninguna duda al respecto. Ese encuentro había sido tan embriagador y frenético como el sexo que habían tenido hacía nueve años. Sabía que se revelaría igual de adictivo.

– No puedo pensar en eso con tanta anticipación.

– No será tanta. -Kilmer se abrochó el cinturón-. Te lo garantizo. Pero permíteme que me preocupe de ello. Te facilitará las cosas, y Frankie no se enterará.

Grace puso una expresión de pena.

– Pero lo sabrán todos los demás del rancho.

– Sí, pero como siquiera levanten una ceja, haré que deseen no haber nacido. Hace nueve años no te molestaba que el equipo supiera lo nuestro.

– Entonces no pensaba lo suficiente para, que me molestara nada. Sólo sentía.

– No puedo guardar este secreto -dijo en voz baja-. Vivimos todos demasiado juntos.

– Lo sé. -Grace abrió la puerta del compartimiento-. Tomé una decisión, y no tengo ningún derecho a esperar nada más. Sólo asegúrate de que Frankie no se entera.


Langley, Virginia

– ¿En qué estás trabajando? -Stolz se paró en la parte exterior del cubículo de Nevins, mirando con curiosidad la pantalla del ordenador de éste-. Se suponía que íbamos a cenar juntos.

– Llegas temprano. Pensaba que habíamos quedado a las siete y media. -Nevins borró rápidamente la pantalla-. Es sólo un pequeño proyecto que North me ha encargado. Dijo que se lo diera lo antes posible. -Se levantó-. ¿Adónde quieres ir? ¿A la cafetería o a algún sitio fuera?

– Fuera. Al restaurante italiano al que fuimos anteayer. Ni siquiera quiero pensar en el trabajo durante la próxima hora. A veces me pregunto por qué aguanto todas estas gilipolleces burocráticas.

Se suponía que aquella insinuación había sido hecha para que considerase a Stolz como a un amigo, pensó Nevins con desdén. Eso era improbable. Stolz no tenía ni la mitad de su capacidad ni de su cerebro. Pero todavía lo necesitaba para establecer la posición.

– Los beneficios son buenos. -Nevins sonrió-. Quizá echemos un vistazo al sector privado.

– ¿Qué es Operaciones 751?

– Entrometido. -A Dios gracias había borrado la pantalla antes de que Stolz hubiera podido leer el resto de los números de la operación. No debía trabajar en ello hasta que consiguiera un poco más de intimidad. Todos los de la sección se habían ido a casa, y se suponía que Stolz no tenía por qué estar allí hasta dentro de una hora. Pero se había arriesgado porque el tiempo se estaba agotando. Quedaban sólo unos pocos días para que tuviera a Hanley pegado a su culo-. Ya te dije que estaba con un encargo de North.

– ¿Qué está tramando?

Nevins bajó la voz melodramáticamente.

– Confidencial. Alto secreto. -Se rió-. Toda esa mierda. Te hablaré de ello mientras cenamos. -Lo cual quería decir que debía empezar a tramar un cuento chino de inmediato para hacerlo verosímil-. Salgamos de aquí.


Grace se detuvo en el porche y miró hacia las montañas, esperando.

Frankie estaba tocando en el salón después de cenar. Esa noche la música era más alegre y ligera, y Grace la podía oír charlando con Donavan mientras tocaba.

Debía estar allí. No, no debía. Le quedaban unos pocos minutos.

La puerta mosquitera se abrió, y se puso tensa.

Kilmer salió de la casa y se paró detrás de ella. Entonces, ahuecó las manos sobre sus senos.

– ¡Gracias a Dios! No veía la hora de que acabara esa maldita cena.

Y ella tampoco. Se arqueó contra él cuando la sensación la recorrió como un rayo.

– Esto no es… Tengo que volver adentro.

– Todavía no. -Él le apretaba y le soltaba los pechos-. Le dije a Donavan que mantuviera a Frankie ocupada. El granero. Dame treinta minutos. Seré rápido.

¡Joder!, tenían que ser rápidos los dos. Esos días, en cuanto se acercaban el uno al otro, casi explotaban.

– Vamos. ¿O prefieres tener que tumbarte en la cama y pensar en ello durante toda la noche? -La cogió de la mano y la hizo bajar las escaleras tirando de ella-. Treinta minutos, Grace.

No debía ir. Hasta ese momento había conseguido mantener el control cuando Frankie estaba cerca.

Esa noche, no. Aquellas horas de espera la habían vuelto loca.

Empezó a correr hacia el granero.

– Deprisa.


Volvieron rápidamente a la casa cuarenta y cinco minutos más tarde. Grace oyó a Frankie tocando y riéndose todavía con Donavan. No la había echado de menos.

Kilmer dijo lo mismo.

– No te ha echado de menos. Deja de preocuparte. No ha sido tanto tiempo. -Apretó los labios-. Casi ni el tiempo necesario. Aunque sí lo suficiente para que no nos volvamos locos.

– Nos estamos comportando como animales.

– Sí, y no hay nada malo en eso. Es sano, excitante y hermoso.

– Es malo si no lo puedo controlar.

Kilmer la detuvo poniéndole la mano en el brazo.

– Si todo lo que te preocupa es Frankie, podemos arreglarlo. ¿No quieres andar escabulléndote? Entonces, legitímalo.

– ¿De qué estás hablando?

– Cásate conmigo.

Ella lo miró de hito en hito.

– ¿Qué?

– Podríamos dormir en la misma cama. No más granero.

– No me voy a casar con alguien sólo para poder tener relaciones sexuales con él.

– ¿Por qué no? Sí nos cansáramos el uno del otro, o tú te hartaras de mí, podrías mandarme a paseo. ¿No es eso lo que quieres? -Hizo una pausa-. Y le gusto a Frankie. Creo que me aceptaría.

– ¿Y hacer entonces que se desmorone cuando nos abandones?

– Nunca la abandonaría. Y nunca te volvería a abandonar a ti. Si alguien abandonara a alguien, serías tú a mí. Hay una diferencia, y me aseguraría de que ella la supiera. ¿Lo pensarás?

Ella negó con la cabeza.

Kilmer se encogió de hombros.

– No pensé que estuvieras preparada. Todavía te queda demasiado resentimiento por haber criado sola a Frankie.

– Te dije que eso no es verdad.

– Yo creo que sí. Con independencia de lo mucho que te repitas que no me culpas, tiene que haber un poco de resentimiento. No pasa nada. Ya buscaré la manera de arreglarlo.

Ella volvió a negar con la cabeza.

– Entonces, lo dejaremos como está. -Kilmer se hizo a un lado para que Grace lo precediera en la escalera del porche-. Pero en lugar de mejorar, esto empeorará. Puedes apostar por ello.


– Es hora de acostarse, Frankie. -Grace se levantó de la silla-. Son casi las diez.

– De acuerdo. -La niña puso mala cara-. Pero odio irme a la cama. Menuda pérdida de tiempo.

Donavan se rió.

– Me recuerdas a mi amigo Kilmer, aquí presente. Siempre teme perderse algo si duerme más de unas pocas horas.

– ¿De verdad? -Frankie lo miró-. ¿Es eso cierto, Jake?

El aludido asintió con la cabeza.

– Definitivamente, somos almas gemelas.

Grace había oído quejarse a su hija por tener que irse a la cama cientos de veces. Nunca había relacionado aquella aversión con la de Kilmer. ¿Se parecía Frankie a él, o se trataba tan sólo de la preocupación de una niña por perderse algo?

– Almas gemelas o no, mañana por la mañana tendré que sacarte a rastras de la cama. Kilmer ya está crecidito. -Apuntó tajantemente hacia la puerta con el pulgar-. Muévete. Subiré enseguida.

– Te acompañaré. -Donavan se levantó con cierta dificultad-. Así podrás ayudarme a que no me caiga por esas escaleras.

Frankie se colocó inmediatamente a su lado y le entregó la muleta.

– No debes caerte. Eres tan grande que probablemente me esmagarías. -Puso la otra mano de Donavan en su hombro-. Apóyate en mí.

– Eso haré. -El hombre le sonrió mientras atravesaba la habitación-. Y procuraré no esmagarte. ¿Eso qué es, un híbrido de aplastar y espachurrar?

– Creo que sí. -Frankie arrugó el entrecejo por la concentración, mientras le ayudaba a caminar hacia las escaleras.

Grace los siguió hasta el pasillo y se quedó observando mientras subían al piso de arriba. Parecían estar haciéndolo muy bien, y resultaba conmovedor ver juntos a la niña pequeña y al gigante.

– No pasa nada, Grace -dijo Donavan-. Ella cuida de mi. -Sonrió a Frankie-. Podría contratarte hasta que pueda volver a mantenerme en pie.

La niña sacudió la cabeza.

– Estoy demasiado ocupada. Y la verdad es que no me necesitas. Sólo estás un poco rígido de estar sentado toda la noche.

– Me alegro de que tu diagnóstico sea tan positivo -murmuró Donavan-. Entonces, Kilmer me pondrá a trabajar de nuevo de aquí a nada.

– Te enviaré a Luis para que te ayude a desnudarte -dijo Grace.

– Puedo hacerlo solo. Como dice Frankie, estoy superando la etapa de necesitar ayuda para todo.

Grace los vio desaparecer por el pasillo. Era tan diferente la vida para Frankie ahora; no tenía nada que ver con la existencia que había llevado antes de llegar allí. Kilmer, Donavan, Blockman e incluso varios de los hombres de Kilmer estaban con ella constantemente. Nunca tenía la oportunidad de estar sola. No era una situación ideal, pero no estaba tan mal.

Se dio la vuelta y volvió al salón.

Robert había entrado en la habitación y estaba hablando con Kilmer. Se interrumpió cuando vio a Grace.

– Hola. ¿Acostaste a Frankie?

– No. Subiré dentro de unos minutos.

– Entonces sólo diré buenas noches. -Robert empezó a dirigirse a la puerta-. Hasta mañana.

– Espera. -Lo miró con el entrecejo arrugado-. ¿Qué sucede, Robert?

– Todo marcha bien.

Desvió la mirada hacia Kilmer.

– ¿Qué me estáis ocultado?

– Es evidente que nada -dijo Kilmer-. Aunque estaba esperando. Díselo, Blockman.

Robert se encogió de hombros.

– Mi amigo Stolz, de Langley, cree que está estrechando el cerco sobre el hombre que vendió tu posición a Kersoff. Se trata de un gurú de la informática llamado Nevins, y Stolz cree que está negociando de nuevo.

El pánico hizo que a Grace le diera un vuelco el corazón.

– ¿Qué?

– Tranquila -dijo Kilmer-. No tiene nada que vender. No tiene ni idea de dónde estamos.

– Entonces, ¿por qué diablos estaría negociando?

– ¿Una traición? -sugirió Robert-. Stolz no está seguro. Pero Nevins ha estado trabajando en algo durante días en su ordenador. Dice que es un trabajo para North, pero él tiene sus dudas.

– ¿Crees que North nos está siguiendo el rastro?

– Eso no tiene lógica -dijo Kilmer-. Fui extremadamente cauteloso.

– Stolz vio parte de un número en el ordenador de Nevins antes de que borrara la pantalla. Operaciones 751. Intentó acceder más tarde, pero no le salió nada.

– No vamos a dejarlo pasar sin verificar -dijo Kilmer-. Te haré saber lo que sea en cuanto demos con algo.

– ¿Eso harás? -preguntó Grace con frialdad-. No me habríais dicho ni una palabra de no haber interrumpido vuestro téte-a-téte.

– Lo admito -dijo él-. Pero no culpes a Blockman. Fue decisión mía. No es una amenaza clara, y no quería preocuparte.

– Fue una mala decisión. Quiero saber todo lo que averigüéis. -Grace le sostuvo la mirada-. Y de ahora en adelante, mejor sería que fuera así.

Kilmer asintió con la cabeza.

– Lo será. Sé cuando estoy tentando a mi suerte.

– Bien. Entonces, no lo vuelvas a hacer. -Grace se dio la vuelta y se dirigió a la puerta-. Buenas noches, Robert.

– Buenas noches. -Robert salió apresuradamente de la habitación.

– Buenas noches, Grace -Kilmer estaba ignorando la evidente omisión-. Que duermas bien.

– Dormiré muy bien. No hay problema.

Él se rió.

– Mentirosa.

Ella miró hacia atrás para verlo salir al porche. Bastardo gallito. No, gallito no. Él tendría que estar en coma para no saber cómo reaccionaba ante él. Aun estando furiosa con él, la carga sexual entre ellos seguía siendo la misma y continuaba interfiriendo en el sueño, los pensamientos y en todas las actividades diurnas.

«Cásate conmigo.»

La propuesta la había dejado atónita, primero, y le había infundido pánico después. Porque durante los primeros segundos, las palabras habían provocado que la alegría y la esperanza la desbordaran. Absolutamente irracional, sin el menor atisbo de pragmatismo. Sin embargo, la alegría había estado ahí.

Había llegado a su dormitorio, y se paró en el exterior de la puerta para recuperar la tranquilidad antes de enfrentarse a su hija. Parecía que esos días tenía que estar haciendo eso constantemente. Ocultar su miedo, ocultar su aventura con Kilmer, esconder sus preocupaciones sobre el futuro.

Frankie se estaba metiendo en la cama cuando Grace abrió la puerta.

– Hola, mamá. -Se tapó con la colcha y apoyó la cabeza en la almohada-. Creo que Donavan va a poder caminar sin esa muleta dentro de poco, ¿no te parece?

– Probablemente. Parece haber tenido una recuperación asombrosa. -Atravesó la habitación hasta la cama y arropó a su hija-. Y eres muy amable al ayudarlo.

– Me gusta. Me gustan todos los de aquí. -Frankie bostezó-. Pero el que más me gusta es Jake. Almas gemelas…, que cosa tan agradable, ¿verdad?

– Muy agradable. -Grace encendió la lamparita de la mesa de noche-. Y ahora a dormir, cariño.

– Ahora te gusta mucho más. Me doy cuenta. -Frankie se acurrucó de costado-. Pasáis juntos mucho tiempo…

Grace se puso tensa. Debería haber sabido que una niña tan despierta como su hija se daría cuenta.

– ¿Ah, sí?

– Por supuesto, como esta noche, cuando salisteis al porche.

– ¡Ah!

– Debéis de tener mucho de que hablar.

– Esto… a veces.

– Me alegra. Como te dije, hablar con él hace que parezcas… feliz.

Deslumbrante, sonrosada y tierna.

– Parece que estuvieras hablando de un recién nacido -replicó Grace con sequedad.

Frankie se rió divertida.

– Es una tontería.

– Sí, lo es. Ahora a dormir.

– Lo haré. -La niña se acurrucó aún más-. Pero cuando sea tan mayor como Jake, no voy a dormir más que un par de horas cada noche. Voy a tocar el piano y a escribir música y a dar un montón de paseos a caballo.

– Los caballos también tienen que dormir.

– Los dejaría dormir. Después de todo, no necesitaría montar todo el tiempo. -Volvió a bostezar-. Hay muchas más cosas que hacer…

Sí, para los niños la vida era excitante y novedosa, y estaba llena de expectativas. Sobre todo para Frankie.

Se quedó dormida.

Se sentó en la otra cama, mirándola de hito en hito. Frankie había estado lanzando indirectas muy vagas, recalcando lo mucho que le gustaba Kilmer y dando tácitamente su aprobación al tiempo que pasaban juntos. Su hija no sabía nada de él, excepto lo que había en la superficie, lo que su instinto le decía.

¿Y acaso sabía Grace algo más que eso? Conocía los antecedentes de Kilmer, pero él nunca había hablado de nada de su pasado. Ella sabía que era inteligente y dinámico, justo con sus hombres y letal con sus enemigos.

Y, Dios la asistiera, conocía su cuerpo íntimamente y lo deseaba con un apetito voraz que rondaba la adicción. Sólo pensar en tener relaciones sexuales con él ya era excitante.

Entonces, nada de pensar en él. Debía irse a la cama e intentar dormir. No debía pensar demasiado en aquella proposición imposible. Las únicas cosas que Kilmer y ella habían hecho juntos siempre eran sexo y operaciones militares.

Alto. Aquello no era tan malo. En las misiones habían actuado con la coordinación de un reloj suizo de precisión, satisfaciéndose mutuamente las necesidades sin necesidad de pedirlo. Y en el sexo era igual. Quizá sí que conociera a Kilmer y la manera que tenía de sentir y pensar. Tal vez estuvieran sintonizados de manera instintiva. Si eso era verdad, entonces el proceso de aprendizaje podría no ser tan difícil como…

¡Dios bendito!, estaba considerando en serio la posibilidad. Locura.

De ninguna de las maneras.

Se levanto, apartó la colcha y empezó a desnudarse.

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