El Tariq
Las cuerdas le rozaron las muñecas cuando intentó soltarlas frotándolas contra el lateral del compartimiento.
Era inútil.
Se dio por vencida y se echó hacia atrás para respirar. El compartimiento estaba a oscuras y apestaba a estiércol y paja. Qué raro que los establos siempre olieran igual. Habría pensado que ése, por estar en el extranjero, sería diferente.
– Es más pequeña que yo, papá. -Frankie levanto la cabeza y vio a un niño que la miraba con ojos escrutadores. Era mayor que ella, pero no mucho. Estaba junto al hombre a quien la había llevado Hanley, Marvot-. Los caballos blancos la matarán.
Marvot se rió entre dientes.
– Tal vez. Eso haría muy feliz a Hanley. Pero es su madre la que viene hacia aquí para ocuparse de la Pareja. Nuestra pequeña Francesca es sólo el medio para obtener un fin. -Marvot levantó la linterna y le enfocó los ojos-. He traído a mi hijo, Guillaume, para que te conozca. Vio a Hanley meterte en el establo y sintió curiosidad. Saluda, Guillaume.
– Hola. -La voz del niño tenía un tono ausente-. ¿Qué le va a pasar?
– ¿Qué quieres que le pase?
El pequeño negó con la cabeza.
– No sé.
– Creo que sí lo sabes. Mencionaste a la Pareja.
Guillaume se mojó los labios.
– Pero ella… es como yo. No creo que debas hacerle daño.
– Pero tenías curiosidad por ver si la trataría como haría con cualquier otro. La respuesta es sí. El que sólo sea una niña no la exime. Debes recordar esto. -Y le dijo a Frankie-: Y tú también debes recordarlo. Cuando llegue tu madre, debes convencerla de que ha de hacer lo que le diga.
– ¿Vas a dejarla aquí? -preguntó Guillaume-. Está muy sucia. -Arrugó la nariz-. Y huele mal.
– Como tú -dijo Frankie con fiereza-. Apestas, -Fulminó a Marvot con la mirada-. Y usted también.
El hombre se rió entre dientes.
– ¿No es deliciosa? No tiene miedo. Debería dejarla que anduviera suelta algún tiempo. Tal vez podrías aprender algo de ella.
Guillaume arrugó la frente.
– Ella no me gusta.
– ¿Ves? Ya has aprendido algo. Los celos. -Marvot sonrió a Frankie-. Aquí hace frío por la noche. Si le pides perdón a mi hijo, podría darte una manta.
Frankie lo fulminó con la mirada.
– ¡Haz lo que quieras! Vamos, Guillaume.
– ¿Puedo volver?
– Si eres un buen niño, sí. -Marvot volvió a mirar a Frankie-. Y tú deberías ser más inteligente a la hora de escoger tus batallas, pequeña. Últimamente, he observado en Guillaume cierta veta de crueldad…
Desaparecieron.
Frankie respiró aliviada. ¡Jo!, estaba asustada.
Eran unos matones, y no debía tenerles miedo. Eso es lo que ellos querían.
Había conocido algunos matones en el colegio, y su madre le había dicho que si se acobardaba no pararían de acosarla.
No se acobardaría.
Pero nunca la habían maniatado en un lugar tan asqueroso como aquel establo.
No asustarse. Intentar quitarse aquellas cuerdas de las muñecas.
No asustarse…
– No soy capaz de expresar lo feliz que me siento al verte. -Marvot sonrió cuando Grace fue introducida en su despacho-. Siempre tuve el palpito de que volveríamos a estar juntos. Has sido realmente muy mala haciéndome esperar tanto tiempo.
– ¿Dónde está mi hija?
– No ha sufrido daños… excesivos.
A Grace le dio un vuelco el corazón.
– ¿Excesivos?
– Bueno, anoche intentó quitarse las cuerdas y se dejó las muñecas en carne viva. Casi lo consiguió. Si uno de mis guardias no la hubiera examinado esta mañana temprano, quizá no hubiera tenido nada con lo que negociar. Sin duda, alguno de los centinelas le habría pegado un tiro.
– Quiero verla.
– La verás.
– Ahora.
Marvot se encogió de hombros.
– Estás siendo muy exigente. Debería recordarte que aquí soy yo quien manda. -Se levantó-. Pero puedo comprender que te domine tu preocupación de madre. Ven. Podemos hablar mientras bajamos a los establos.
– Quiero ver a Frankie.
– Ya te he oído. Tu hija está en uno de los compartimientos del establo. Después de su mal comportamiento con Hanley, decidí que debía ser tratada como el animal como el que se comportaba. Hanley lo aprobó sin reservas. -Estaba conduciendo a Grace por el sendero que llevaba al establo-. Y con su rebeldía, no ha contribuido en lo más mínimo a mejorar su situación, incluso hizo enfadar a mi hijo, Guillaume. Creo que nada le gustaría más que el que me viera obligado a arrojarla a uno de los compartimientos de la Pareja.
– No me sorprende. Si no, no sería tu hijo. El carácter sanguinario debe ser hereditario en la familia.
– ¿Se supone que he de enfadarme por eso? Efectivamente, lo es. Y no me avergüenzo de ello. Mi padre y mi abuelo fueron hombres poderosos, y la sangre es la moneda del poder. A lo largo de toda la historia, ningún conquistador que no haya estado dispuesto a derramar sangre ha dejado huella. Napoleón, Alejandro, Julio Cesar.
– Atila, Hitler, Saddam Hussein.
Marvot se rió entre dientes.
– Aun mejor. El poder supremo sin preocuparse por las consecuencias civilizadas.
Y, sin embargo, no parecía un bárbaro, pensó Grace. Marvot andaba por los cuarenta, llevaba el pelo canoso cortado al rape y tenía unas facciones atractivas. De constitución robusta, iba vestido con unos caros pantalones blancos y una camisa blanca suelta que le conferían un aire de elegancia informal.
– ¿Sus héroes?
– No, todos cometieron unos errores estúpidos. -Marvot abrió la puerta del establo-. Y un error de criterio se puede perdonar; la estupidez, no. Por ejemplo, pensé que Kilmer se había olvidado de la derrota que le infligí hace años. Un error de criterio. Pero bastante fácil de subsanar. -Hizo un gesto hacia el interior del establo-. Primer compartimiento.
Grace pasó por su lado corriendo.
¡Oh, Dios, Frankie!
Se paró allí, mirando de hito en hito a su hija. Sucia, con el pelo enmarañado, maniatada y arrojada sobre toda aquella inmundicia.
– Hola, mamá. -Frankie se incorporó a toda prisa y se apoyó en la pared del compartimiento-. No pongas esa cara. Estoy bien. De verdad.
– ¡Y un cuerno! -Grace se arrodilló a su lado y la abrazó-. Pero lo estarás, cariño. -La meció adelante y atrás, mientras las lágrimas le escocían en los ojos-. Lo arreglaré. Te lo prometo. Lo arreglaré.
Frankie suspiró.
– Es un matón de verdad. Tenemos que tener cuidado.
– Lo sé. -Grace miró a Marvot por encima de los hombros de su hija-. ¡Bastardo! ¿Tenías que tratarla así?
– Sí, pensé que me haría más convincente. Ahora vas a ser mucho más dócil, ¿a que sí? Pero ya que he conseguido impactarte, seré generoso. -Bajó la vista hacia Frankie-. Incluso te dejaré que le limpies esas heridas de las muñecas antes de que se le infecten con esta mugre.
Grace estaba mirando las muñecas de su hija, y sintió un arrebato de furia. Las heridas eran superficiales, pero ya estaban llenas de la porquería y el estiércol del compartimiento.
– Consígueme agua y un antiséptico.
– Te enviaré a alguien después de que hayamos llegado a un entendimiento. Trabajarás con la Pareja hasta que se vuelvan dóciles. ¿De acuerdo?
– Nunca serán dóciles.
– Entonces hasta que hagan lo que es necesario.
Grace asintió con la cabeza violentamente.
– Siempre que me dejes hacerlo a mi manera, sin meter las narices.
– Por supuesto. Siento el máximo respeto por tus habilidades. Y no tengo ningún temor a que le des largas al asunto. Con una niñita tan preciosa… -Se empezó a alejar-, Ahora te dejaré a solas con tu hija para que puedas ver lo bien que la he tratado. Bueno, relativamente bien. Vuelve a subir a la casa cuando hayas terminado. Estaré en mi despacho, y podremos discutir los detalles. Tendrás plena libertad para moverte por los jardines, aunque, como es natural, se te vigilará de cerca.
Grace esperó a que Marvot estuviera fuera del establo antes de preguntar a Frankie:
– ¿Estás herida en alguna otra parte? -Recorrió el cuerpo de su hija con las manos-. ¿Te han pegado o lastimado de alguna manera?
– Ese tal Hanley me dio una bofetada. -Y añadió-: Después de que yo le mordiera.
Grace pudo percibir el ligero cardenal en la mejilla izquierda de Frankie.
– ¿Algo más? ¿Y en el accidente? ¿Te golpeaste la cabeza?
La niña negó con la cabeza.
– Estoy bien.
– No estás bien. -Volvió a mirar las muñecas desgarradas de la niña y la furia la invadió de nuevo-. Te han hecho daño.
– Esto me lo hice yo. Siempre me decías que tenía que enfrentarme a los matones, y no podía hacerlo con las manos atadas.
– Soy una bocazas. No debería haber…
– Pero tenías razón. -Frankie puso ceño-. De verdad, estoy bien, mamá. Pase un poco de frío anoche, pero eso es todo. Y estaba tan ocupada intentando sacar las manos a través de las cuerdas que no lo noté demasiado. -Bajó la voz-. Pero esos hombres me dan miedo. Creo que tenemos que irnos de aquí enseguida.
– Lo haremos. -Grace se puso en cuclillas-. Pero va a ser peligroso, y tienes que colaborar. Tienes que obedecer todas las órdenes sin protestar. No puedes discutir… ni conmigo ni con ninguna de esas personas. ¿Puedes hacer eso?
Frankie arrugó la frente.
– No sé. Son unos matones. Tú me dijiste que…
– Ya sé lo que dije. La situación es diferente. Me resultará más difícil si tengo que preocuparme de que no te pelees con ellos. ¿Harás lo que te digo?
Frankie titubeó, y al final asintió con la cabeza.
– Siempre que no te hagan daño. Creo que quieren hacerte daño.
– No me lo harán mientras les dé lo que quieren.
– La Pareja… Jake me habló de ellos. ¿Los voy a ver?
– Intentaré arreglar con Marvot que te permita trabajar conmigo. Será más seguro para ti de esa manera. Por eso tienes que hacerme esa promesa. Si él ve que estorbas en lugar de ayudar, te apartará de mí.
– ¿Crees que me dejará hacerlo?
Grace confiaba desesperadamente en que Marvot consintiera. A veces, las oportunidades de escapar se presentaban inesperadamente y de sopetón. Si veía una oportunidad, Frankie tenía que estar con ella.
– Voy a hacer todo lo que pueda para conseguir que lo permita. Pero he de poder confiar en ti, cariño. Esos caballos pueden dar mucho miedo, y no puedes llorar ni gritar aunque creas que me van a hacer daño.
Frankie no habló durante un instante.
– Pero no te van a hacer daño, ¿verdad? Serán como los caballos de casa. ¿Puedes hablar con ellos?
Grace la volvió a abrazar cuando vio que Frankie empezaba a temblar. A todas luces, intentaba no dejar traslucir ante ella lo asustada que estaba.
– No me lo harán. -Y añadió-: Pero resulta más difícil conseguir que escuchen. Llevará algún tiempo. Hace mucho que La Pareja se ha acostumbrado a salirse siempre con la suya.
– ¿Te acuerdas de cuando tuviste que domar a aquel semental para el señor Baker? Él creía que el caballo era malo, pero le dijiste que sólo estaba asustado. Puede que esos caballos también estén asustados.
– Tal vez. -Le acarició el pelo a Frankie e intentó pensar la manera de distraerla-. Y creo que ya es hora de que dejemos de llamarlos la Pareja. No son los piñones de una maquinaria; son caballos individuales, y tengo que tratar con ellos por separado. Pongámosles un nombre.
– ¿Son los dos blancos? ¿Se parecen?
– Mucho. Se trata de una yegua y un semental. Los dos tienen los ojos azules, pero ella es un poco más pequeña y tiene la crin más oscura. El semental es más grande y más fuerte, y tiene una pequeña cicatriz en un costado. Creo que se la hicieron con una espuela.
– ¿Ves? Probablemente tengan miedo de que les hagan daño.
– Los nombres -la incitó Grace.
Frankie arrugó la frente.
– Es difícil… -Guardó silencio mientras pensaba-. Quizá Hope [Esperanza] para la yegua. Porque eso es lo que tenemos, ¿no es así? Tenemos esperanza de que les gustemos…
– Oh, sí. Sin duda es lo que esperamos. ¿Y para el otro caballo?
Frankie sacudió la cabeza.
– ¿Qué pensaste cuando lo viste por primera vez?
Que la muerte y el miedo se dirigían hacia ella bramando.
– Supongo que estaba demasiado ocupada para pensar…
La niña guardó silencio durante un instante.
– Llamémoslo Charlie.
– ¿Cómo?
– Quiero llamarlo Charlie.
– Frankie, ese caballo no se parece nada a Charlie. Es muy salvaje.
– Pero yo quería a Charlie. Me resultará más fácil querer a ese caballo si pienso en él cada vez que lo veo. Y eso quizá también te ayude a ti.
Grace intentó sonreír.
– Tal vez lo haga. -Carraspeó-. De acuerdo, que sea Charlie.
– No seas absurda -dijo Marvot-. A la niña no se le permitirá estar cerca de ningún sitio donde estés tú. Permanecerá encerrada bajo llave, y si te muestras dispuesta a colaborar, tal vez se te permita visitarla.
– ¿Por qué? Debes saber que Frankie ha trabajado con caballos en la granja en el pasado. Podría ayudarme. -Hizo una pausa-. ¿O es que dudas de que tus guardias de seguridad sean capaces de impedir que nos escapemos? Supongo que eso es una gran preocupación. No has hecho un trabajo de vigilancia demasiado bueno con Kilmer y sus hombres.
– ¿Se supone que eso ha de escocerme? Pues no. He arreglado ese problema.
– No necesito estar preocupada por mi hija, cuando se supone que debería estar concentrada en la Pareja, Va a ser bastante difícil. Si no tienes ninguna preocupación justificada, entonces deja que tenga lo que necesito.
– ¿Estás diciendo que la niña te va a ayudar a domesticar a la Pareja? Qué interesante.
Grace se puso tensa. La sonrisa de Marvot era ligeramente malintencionada.
– Digo que me será valiosa.
– Entonces, debería dejar que lo intentes. Y como es natural, debería confiar en que ella montara a uno de los caballos en un plazo razonable de tiempo. Incluso dejaré que escojas cuál.
¡Joder!
Marvot estudió su expresión.
– ¿No?
La idea la asustó mortalmente. Pero era evidente que iba a rechazar de plano su petición si no aceptaba. Tal vez pudiera engañarlo hasta que pudiera encontrar una manera de huir.
– Es posible.
– No, es seguro. -Marvot se rió entre dientes-. Y yo decido lo que es el plazo de tiempo razonable. Mi hijo y yo os visitaremos a menudo para ver cómo progresáis. Estoy impaciente por que Guillaume vea a tu hija a lomos del caballo. Dudaba de que fuera a tratarla como te tratase a ti, y ésa será una buena lección.
– Si me metes prisa, no podré hacer nada con la Pareja.
– Puedo ser paciente siempre que no me hagas enfadar. -Hizo una pausa-. O siempre que no me haga enfadar Kilmer.
– Kilmer está fuera de esto. -Grace decidió cambiar de tema-. Quiero un catre para mí y otro para Frankie en el establo.
– ¿En serio? Os iba a proporcionar unos aposentos ligeramente más cómodos.
Grace negó con la cabeza.
– Quiero comer y dormir con la Pareja. Tienen que llegar a conocerme. Estoy segura de que te ocuparás de que estemos bien vigiladas.
– Yo también lo estoy. -Marvot se encogió de hombros-. Como quieras. Hay una ducha en el establo, y los centinelas os llevarán de comer cuando lo pidáis. Espero unos resultados rápidos, y te daré todo lo que necesites para conseguirlos. Siempre que vea que las cosas discurren según mi criterio. Si no es así, me enfadaré mucho y me aseguraré de que mis hombres también.
– Obtendrás tus resultados. -Grace se dio la vuelta, salió del despacho y avanzó por el vestíbulo de brillantes baldosas hasta las puertas correderas de cristal que conducían al sendero de los establos. Todo en aquella villa palaciega de estilo mediterráneo hablaba del lujo y el poder que tenían por objeto intimidar a todos los que entraban en ella. Grace no se dejaría intimidar. Marvot quizá tuviera poder, pero el poder se podía terminar.
Pero, ¡Dios santo!, ¿en qué lío se había metido y había metido a su hija? A Frankie se le daban bien los caballos, pero era una niña. Bajo ningún concepto quería que se acercara a la Pareja. Había esperado poder mantener a Frankie cerca de ella, pero al margen de la doma.
No iba a suceder tal cosa. De acuerdo, había que aceptarlo. Aquello hacía más difícil mantener a la niña a salvo, pero encontraría la manera.
Vio a Frankie esperándola en la puerta del establo y se obligó a sonreír.
– Hola, le he convencido. Vamos a estar juntas. ¿No es fantástico?
Oyeron los escandalosos relinchos y pateos de la Pareja en cuanto entraron en el establo.
– Parecen enfadados -dijo Frankie-. Y escandalosos. ¿Por qué no los he oído esta noche?
– Probablemente, estuvieran en el cercado. No les gusta estar encerrados y hacen saber su enfado. Los mozos de cuadra les tienen miedo y sólo los meten ocasionalmente. Bueno, en realidad abren la verja y la puerta del establo y los meten a toda prisa. Es todo un espectáculo. Cuando estuve aquí anteriormente, tuve que hacer que le sacaran una piedra de la pezuña a uno de la Pareja.
– ¿A cuál?
Eso estaba bien; tenía que recordar no referirse a ellos como la Pareja.
– Al que le pusiste Charlie.
– Son preciosos -susurró Frankie. Sus ojos brillaron al ver por primera vez a los caballos en sus compartimientos-. Creo que no había visto jamás unos caballos tan bonitos. ¿Y tú, mamá?
– Están de los primeros en la lista.
Hola, chicos. Ha pasado mucho tiempo. ¿Lo habéis pasado mal aquí? Espero que no. Supongo que habréis correspondido en la misma medida.
Grace se acercó.
Intentaré ponéroslo tan fácil como….
– ¡Uy, Dios!
Frankie levantó la vista hacia ella alarmada.
– ¿Qué pasa?
– La yegua. -Grace se dirigió al teléfono interior que había en el poste-. Mírala. -Descolgó el auricular y pulsó el botón de la residencia principal-. ¿Por qué no me lo dijiste? -preguntó cuando Marvot descolgó el teléfono-. ¿Cómo esperas que trabaje con ella si tiene los nervios de punta?
– Espero que hagas aquello para lo que te traje aquí. Esa yegua siempre está con los nervios de punta.
– Sí, pero no siempre está preñada.
– No, ésta es su primera vez. He hecho todo lo posible para garantizar que estuvieran separados durante el celo de la yegua. No quería que nada interfiriera. Por desgracia, en esta ocasión estaba fuera de la granja y mis mozos de cuadra cometieron un error. Nunca más volverán a cometerlo.
– ¿Cuándo está previsto que para?
– Cualquier día de éstos.
– ¿Y tienes preparado algún veterinario para el parto?
– Creo que hay un veterinario decente en un pueblo situado a cuarenta y cinco kilómetros de aquí. Si tienes algún problema, lo llamaré.
– ¿Si tengo algún problema?
– No confiaría la yegua a nadie más que a ti. Seguro que ya has pasado por este tipo de trance.
– Sí. Pero en la granja abandonamos la cría de caballos hace años para concentrarnos en la doma, aunque, como es natural, asistí a numerosos partos antes de eso. Pero siempre tuve a un veterinario a mi lado.
– No quiero extraños aquí. Hazlo tú. Lo único que pido es que salves la vida de la yegua. Me trae sin cuidado el potrillo.
– A mí no.
– Entonces tendrás que esforzarte para que ambos salgan bien librados del trance, ¿no te parece?
– Escucha, la yegua será de lo más imprevisible. Quizá tendría que esperar a que para, antes de empezar a trabajar con ellos.
– Inaceptable. -Marvot colgó.
Grace volvió a poner el receptor en su sitio y apoyó cansinamente la espalda en el poste. Y ella que había pensado que la situación era ya bastante dura antes de aquello.
– ¿La yegua está preñada? -preguntó Frankie-. Sé que ahora mismo piensas que es malo, pero me encantan las crías.
– Lo sé. Las crías de caballos, los gatitos, los cachorros. Pero esto es algo diferente, cariño. -Se incorporó y se esforzó en sonreír-. Pero tendremos que lidiar con ello. Me alegro de que la llamaras Hope. Vamos a tener que confiar muchísimo en su cooperación. -Señaló al otro caballo con un gesto-. Y ése es Charlie. ¿Estás segura de que no quieres cambiarle el nombre?
Frankie negó con la cabeza.
– No, ése… está bien. ¿Qué hacemos ahora?
– Soltarlos. Por eso dejamos la puerta del establo y la verja del cercado abiertas. Aparta.
La niña retrocedió cuando Grace abrió la puerta del compartimiento.
– ¿Así de lejos?
– Más. Charlie es famoso por atacar a cualquiera que esté cerca. -Descorrió los cerrojos de ambas puertas y retrocedió de un salto justo a tiempo de evitar a los caballos en el momento en que salieron precipitadamente de los compartimientos. Grace se puso tensa cuando Charlie titubeó y miró hostilmente a Frankie. Pero la puerta abierta del establo era una tentación demasiado fuerte. El caballo se dio la vuelta y salió como una centella por la puerta detrás de Hope.
– No le gusto -dijo Frankie-. Pensé que…
– No le gusta nadie -dijo Grace rápidamente-. Y no tenemos que gustarle. Podremos estar contentas si logramos que nos tolere. -Siguió a los caballos fuera del establo-. Tenemos que ponernos a trabajar. -Recorrió el patio del establo con la mirada. Tres centinelas con rifles estaban apostados en sendos puntos delante del establo y parecían saber cómo utilizar las armas. En ningún momento había dudado de que hubiera vigilantes por toda la granja-. Los caballos tienen que acostumbrarse a nosotras. -Entró en el cercado y cerró la cancela-. O a mí. Te presentaré después de que se hayan acostumbrado a que yo invada su territorio. -Los caballos ya se habían percatado de la intrusión. Hope y Charlie la miraban de hito en hito con el recelo y la fiereza que Grace recordaba. Se puso tensa, preparándose para lo que se avecinaba.
Vamos, quitároslo de encima. Demostradme lo fuertes que sois. No me importa no ser la jefa. Me conformaré con ser vuestra amiga. Todavía no sabéis lo que es eso. Dejadme que os lo enseñe.
– ¡Mamá!
Los caballos se habían lanzado como centellas hacia ella.
No va a funcionar. No puedo dejar que me hagáis daño.
No se iban a separar en su ataque, como habían hecho hacía años. Era demasiado pronto. Pero Grace tenía que demostrarles que no tenía miedo, y eso significaba esperar hasta el último instante.
– ¡Mamá, sal de ahí!
Unos segundos más.
Ahora.
Grace se subió a la barra superior del cercado de un salto y giró en el aire para sentarse a horcajadas.
Hope embistió la valla junto a la que Grace había estado unos segundos antes. Charlie la siguió, piafó y rompió la tercera tabla del vallado.
Luego se fueron corriendo por el prado.
Grace respiró hondo mientras observaba cómo se alejaban.
Primer encuentro. Y no será el último. Os daré un poco de tiempo, pero estoy aquí para quedarme.
Echó un vistazo a Frankie, que miraba de hito en hito a los caballos que se alejaban.
– ¿Asustada?
La niña asintió con la cabeza.
– Bien. Eso te mantendrá fuera del cercado hasta que esté preparada para ti. -Eso, si es que alguna vez iba a estar dispuesta a poner a Frankie en el mismo cercado que Hope y Charlie. La fiereza de los caballos seguía siendo la misma.
– Quiero ayudar -dijo Frankie-. ¿Qué puedo hacer?
– Observarlos. Tengo que saber cuál es el que dirige cuando embisten. Y tengo que saber si hay algo, aparte de mi presencia en su territorio, que los provoque.
– ¿No lo sabes?
– En este momento, estoy un poco distraída -dijo Grace con sequedad.
– Pero trabajaste con ellos antes. ¿No lo averiguaste entonces?
– No estaba interesada en montarlos. Todo lo que necesitaba era que me permitieran conducirlos a un remolque de caballos para que pudiéramos sacarlos de aquí.
– ¿Y ahora tienes que montarlos?
Grace asintió con la cabeza.
– Creo que sí. A menos que podamos salir de aquí inmediatamente.
Frankie miró a los centinelas por encima del hombro de su madre, y sacudió la cabeza.
– Es posible -dijo Grace-. Pero tendremos que asumir que tenemos que trabajar con los caballos. Ahora dime: cuando me embistieron, ¿cuál hizo el primer movimiento?
– No me acuerdo. Estaba asustada.
– Yo también. Intenta recordar.
– Creo que fue Hope. -Asintió con la cabeza-. Sí, fue ella.
– ¿De verdad? -Grace miró por encima del hombro hacia los caballos-. Aunque eso no me sorprendería. En general, habría apostado por Charlie, pero ahora Hope es absolutamente impredecible. Es probable que su agresividad se haya multiplicado.
– ¿A causa de la preñez? -su hija pensó en ello-. Hope parecía… nerviosa. También asustada, quizá.
– Puede. -Grace sonrió a su hija-. Mira, ya me estás ayudando. No tienes necesidad de meterte en el prado para hacerlo.
– Tampoco quiero que te metas tú -susurró la niña-. Te quieren hacer daño.
– Porque no comprenden que no queremos lastimarlos. En realidad, Hope y Charlie no son diferentes de otros caballos que he domado. -Eso no era verdad. La Pareja tenía un historial lleno de triunfos que envalentonaría a cualquier animal. Y Hugh Burton se había pasado los primeros años de vida de los caballos enseñándolos las maneras de resistir y vencer-. Juntas lo conseguiremos. -Grace saltó de la valla al interior del cercado-. Ahora, voy a dar un paseo. Creo que los caballos han tenido tiempo de superar la euforia del triunfo. Tengo que hacerles saber que no me han desanimado.
– ¿Volverán a embestirte?
– Sí. -Empezó a caminar a lo largo del vallado-. No les quites el ojo de encima. Trata de ver si hacen algo desacostumbrado…
Aparte de intentar matarla a pisotones.
– ¿Esperas que te ayude, Kilmer? -El jeque Ben Haroun movió la cabeza-. Mi tribu perdió a uno de sus mejores domadores de caballos a manos de los hombres de Marvot. Karim quería a Burton, e intentó protegerlo de ese bastardo.
– Entonces, yo diría que querrías vengarte, Adam.
– Le dije a Burton que estaría solo si Marvot lo atrapaba. A mí pueblo le dije lo mismo. No estaba dispuesto a sacrificar a nadie, para que Burton lograra mantener a salvo su maravilloso motor. -Torció la boca-. Está muy bien intentar que la civilización avance, pero nosotros, los nómadas, somos una especie en vías de extinción, Kilmer. Nuestra cultura se debilita con cada paso que la civilización da hacia el interior del Sahara. Dentro de pocas décadas, seguiremos el camino de los dinosaurios.
– Eso no te lo puedo discutir. Ojalá pudiera. Todo lo que puedo decir es que he vivido con tu gente, y sé que no les gustaría que Marvot se saliera con la suya.
El jeque se quedó callado.
– Tal vez tengas razón. Pero no tenemos sus armas. Criamos caballos, no guerreros. Por eso no fui tras Marvot cuando mató a Karim.
– Puedo proporcionar las armas y los hombres. E intentaré manteneros al margen del combate real.
– Pero luego cogerás el motor y te irás.
– Sí. Pero no lo haré hasta que sepa que estáis todos a salvo. -Hizo una pausa-. Y no se trata sólo del motor. Marvot tiene a mi hija y a su madre. Ellas morirán si no las libero.
El jeque lo miró de hito en hito, y luego sonrió débilmente.
– ¡Ah!, así que no es una venganza.
– Es una venganza. Quiero castrar a ese hijo de puta por secuestrar a mi familia.
– Por fin nos encontramos en una causa común. -Sonrió-. Entiendo de familias; considero a toda mi tribu una familia.
– Entonces dime que…
– Es suficiente. -El jeque levantó la mano-. No me presiones, Kilmer. Pensaré en ello, y volveremos a hablar.
– Tal vez no tengamos mucho tiempo.
– Entonces, haz lo que tengas que hacer. Conmigo no valen las prisas.
Kilmer se dio cuenta de que no iba a adelantar nada más. Se levantó.
– ¿Y si sólo te pido ayuda para el reconocimiento y un refugio seguro en caso de necesidad?
– Conmigo no valen las prisas.
Kilmer asintió con la cabeza.
– Perdona. -Salió de la tienda e intentó superar la frustración que lo embargaba. No podía culpar al jeque por no querer correr ningún riesgo. Debía mantener la calma. Ben Haroun todavía no había dado una negativa definitiva; todavía podía prestarle la ayuda que necesitaba. La madre de Adam Ben Haroun había sido medio inglesa, y él se había educado en Inglaterra, y eso, sin duda, influía en su manera de pensar.
Él y toda su tribu eran insólitos. La mayoría de las tribus nómadas eran tuaregs del Sahara, pero Adam pertenecía a una de las pocas tribus de ascendencia árabe.
Kilmer se quedó contemplando las desoladas dunas doradas que rodeaban el campamento. Había disfrutado de su estancia con la tribu hacía un año. Entonces, y después de haber derribado el muro de cautela y desconfianza, se habían revelado como unos seres amables e inteligentes. Kilmer no quería ponerlos en peligro, pero, ¡Dios!, necesitaba su ayuda. Liberar a Grace y a Frankie de Marvot era sólo el primer paso. Aunque Grace fuera capaz de proporcionar a Marvot lo que éste quería, Kilmer estaba seguro de que este tipo acabaría matándolas.
Era sólo cuestión de tiempo.