Capítulo 5

– ¿Preparadas? -preguntó Kilmer cuando Grace le abrió la puerta. -Ella asintió con la cabeza-. Frankie está en el bañó. Saldrá enseguida.

– ¿Cómo se lo está tomando?

– Bien. Es muy fuerte. Le dije que teníamos que encontrar un lugar al que ir que fuera seguro, y lo aceptó. -Grace puso mala cara-. Creo que está más preocupada por mí que por ella.

– No me sorprendería. -Kilmer abrió su móvil con una sacudida-. Dillon, sube y coge las bolsas. Luz verde.

– ¿Pensaste que me echaría para atrás en el último minuto?

– Era una posibilidad. No mostraste demasiado entusiasmo al respecto…

– Hola, Jake. -Frankie había salido del baño.

– Hola, Frankie. Me alegró de que vengas con nosotros. Necesitamos tu ayuda.

La niña arrugó el entrecejo.

– ¿Para hacer qué?

– Para cuidar de los caballos del rancho.

Frankie abrió los ojos desmesuradamente.

– ¿Caballos? ¿Cuántos?

– Tres. No me enteré de los detalles, pero imagino que van a necesitar mucho ejercicio y cuidados.

– Los caballos siempre lo necesitan. Mamá no me dijo que íbamos a ir a un rancho. ¿Es tuyo?

– No, acabo de alquilarlo para unos cuantos meses. Para entonces, espero que podáis volver a casa.

– ¿Dónde está?

– En las afueras de Jackson, Wyoming. Me pareció un bonito lugar.

– En el Oeste. Un rancho. -Los ojos de Frankie relucían-. Como Roy Rogers.

Kilmer sonrió.

– Pero me temo que no hay ningún Trigger. Si quieres un caballo milagroso, tendrás que entrenarlo tú misma.

– ¿No podemos llevar a Darling? Ya había empezado a entrenarlo.

– Ahora mismo, no. Quizá más tarde. -Alguien llamó a la puerta, y Kilmer la abrió-. Frankie, éste es mi amigo Dillon. Estará con nosotros en el rancho. ¿Le enseñas dónde están vuestras bolsas?

– Claro. -La niña condujo a Dillon a través del salón-. ¿Eres vaquero? -le preguntó mientras señalaba las bolsas junto a la cama-. No tienes pinta.

– Soy vaquero en formación -respondió él-. Tal vez puedas hacerme algunas sugerencias.

– Quizá. -Frankie pareció titubear-. Pero no sé mucho de vacas. A Charlie no le gustaba el ganado. Sólo los caballos. ¿Hay vacas allí, Jake?

– No, que yo sepa. Tendremos que averiguarlo juntos. -Kilmer agarró una de las bolsas de tela-. Pero eso sólo hará más interesante esta aventura. -Miró a Grace-. ¿Todo bien hasta ahora?

– Ya veremos cuando lleguemos a ese rancho. ¿Cómo iremos hasta allí?

– Iremos en coche hasta un aeropuerto privado en las afueras de Birmingham, y allí cogeremos un reactor hasta Jackson Hole. Desde allí, alquilaremos un coche para ir al rancho.

– ¿No dejaremos huellas?

– Ninguna -dijo Kilmer-. Ya me conoces.

– Te conocía hace nueve años.

– No he cambiado. -La miró a los ojos y le sostuvo la mirada-. No en las cosas importantes.

No sin esfuerzo, Grace apartó la vista. Se volvió hacia su hija.

– Baja al coche con Dillon, Frankie. Haremos el acostumbrado repaso de cajones y armarios y os seguimos de inmediato.

La niña miró a Grace.

– ¿Va todo bien?

Ella asintió con la cabeza, y Frankie le quitó su bolso de viaje a Dillon.

– Yo llevaré este…

Grace cogió su chaqueta del sofá cuando su hija se marchó.

– Cuéntame. ¿Cómo es de seguro ese sitio?

– Es el lugar más seguro que he sido capaz de conseguir. Trasladaré a la mayor parte del equipo al rancho para que os protejan a las dos. He hecho el papeleo bajo cuerda, y excepto por los caballos, el rancho es autosuficiente, así que no tendremos a los lugareños rondando por ahí.

– ¿Por qué un rancho?

– Te dije que haría que Frankie se sintiera lo más cómoda posible.

Grace lo miró fijamente a la cara con los ojos entrecerrados.

– Pero hay algo más, ¿no es así?

Las comisuras de los labios de Kilmer se levantaron.

– Me conoces demasiado.

Ella se puso tensa.

– ¡Dios bendito!, realmente vas a intentar conseguir la Pareja.

– No, mientras ello te afecte.

– Estás loco. Perdiste tres hombres en El Tariq hace nueve años. ¿No es suficiente?

– Demasiado. Incluso uno habría sido demasiado. Ésa es la razón de que no me rinda. Eran mis hombres, y no los saqué a tiempo. Tú escapaste, pero llevas años escondiéndote de ese bastardo, con miedo a hacer una vida normal. Él podía aparecer en cualquier momento y quitarte todo lo que has construido. Incluida tu vida y la vida de Frankie. No voy a consentir que esa amenaza penda sobre tu cabeza más tiempo. -Hizo una pausa-. No voy a permitir que Marvot siga sentado, exultante, dirigiendo su pequeño imperio. Lo va a perder todo, y luego lo mataré. Y voy a empezar por la Pareja. -Las últimas palabras fueron dichas sin ninguna expresión, pero con absoluta convicción.

Marvot muerto. La mera idea hizo que una oleada de satisfacción feroz inundara a Grace.

– Sigues odiando a ese hijo de puta. -Kilmer estaba estudiando su expresión-. Recuerdo la época en que eras incapaz de decidir a quién tenías más ganas de matar: si a mí o a Marvot.

– A Marvot. Pero por un pelo. Él mató a mi padre, pero tú me impediste salvarlo.

– Y lo volvería a hacer. ¿Cómo conseguiste evitar ir a por Marvot todos estos años?

– Frankie. -Intentó eliminar la confusión emocional que la ira contra Marvot había encendido. No había cambiado nada. La razón de que tuviera que huir y esconderse, y dejar que Marvot hiciera lo que quisiera seguía estando presente y siendo válida-. Estoy fuera de eso. No te ayudaré.

Kilmer enarcó las cejas.

– ¿Quién te lo ha pedido?

– Crane.

– Yo no soy Crane. No quiero tu ayuda. -Le hizo un gesto para que lo precediera-. Sólo quiero que las dos estéis a salvo. Me he ocupado de los negocios bastante bien toda mi vida sin ti, Grace. La Pareja no será diferente.

– Bueno. -Ella pasó junto a él y se dirigió al ascensor-. Porque nos iremos en el mismo instante en que detecte cualquier indicio de que vas detrás de la Pareja mientras Frankie está en ese rancho.


– ¡Robert! -Frankie bajó del coche de un saltó y echó a correr por el asfalto hasta donde Robert Blockman esperaba de pie junto al hangar. Lo abrazó montando un escándalo-. ¿Por qué estás aquí? Creía que tú…

– Y yo también. -La cogió en brazos y la hizo girar en el aire-. Pero pensé en lo mucho que me necesitas para pasar de cinturón marrón a cinturón negro. Si dejo que pase demasiado tiempo, perderás todos tus movimientos. Así que he decidido acompañaros.

– ¡Fantástico! -Frankie lo abrazó de nuevo y se volvió hacia Grace-. ¿No es fantástico, mamá?

Ella asintió con la cabeza.

– No querríamos que perdieras tus movimientos. -Buscó la mirada de Robert por encima de la cabeza de su hija-. Pero tú tienes mucho más que perder que su hija. A menos que Crane haya cambiado de idea.

Robert negó con la cabeza.

– Se me dijo que me ocupara de mis asuntos cuando intenté hablar con él. -Sonrió a Frankie-. Y puesto que recientemente he recibido una oferta de negocios difícil de rechazar, seguí su consejo. -Miró a Kilmer-. Llamé a Stolz, mi contacto en la oficina central de Langley, y está intentando rastrear la filtración que llevó a Kersoff hasta Grace.

– ¿Con qué tiempo contamos?

Robert se encogió de hombros.

– No lo sé. -Cogió a Frankie de la mano-. Subamos al avión. He traído el último concierto de Sarah Chang en DVD. Pensé que quizá querrías verlo.

– Sí que quiero. -Entusiasmada, la niña asintió con la cabeza, mientras se dirigía hacia el avión al lado de Robert-. ¿Sabes?, ella empezó tan pronto como yo. Pero en realidad dio su primer concierto con la Filarmónica de Nueva York cuando tenía ocho años. No creo que eso me gustara; sería una molestia. Quizá más adelante…

Grace se volvió a Kilmer en cuanto Frankie y Robert se alejaron lo suficiente para que no les oyeran.

– ¿Por qué?

– Te prometí que Frankie tendría una protección cómoda. Robert forma parte de su vida.

– ¿Así que le has apartado de una pensión del Estado?

– No sufrirá por ello, y lo único que hice fue agitar la zanahoria; quien la agarró fue él. Está preocupado por ti y por Frankie, y estaba preparado para probar algo nuevo y diferente.

– Estar en tu equipo satisface sin duda los requisitos -dijo Grace con aspereza-. Si es que no consigues que lo maten antes.

– Prometo que no haré de David ni él de Uria -murmuró-. Da igual lo tentado que me sienta.

– David y Uria. -Grace arrugó la frente intrigada-. ¿Quiénes eran…?

– No importa. -Kilmer se dirigió a grandes zancadas hacia el avión-. Salgamos de aquí.

David y Uria.

Entonces lo recordó. Según la Biblia, el rey David había enviado a la muerte a Uria, esposo de Betsabé, porque deseaba a su mujer.

Lujuria.

No, no pensaría en las palabras de Kilmer.

¡Por Dios!, pero ¿cómo diablos podía dejar de pensar en ello? El comentario había desencadenado unos recuerdos a los que siguió una sensualidad cosquilleante, como la oscuridad acompaña a la noche.

Kilmer la había hecho recordar a propósito. Sutil hijo de puta. Había querido que supiera que, por lo que a él respectaba, su historia no estaba terminada. Y había dejado caer aquella referencia a la pasión bíblica que había resultado devastadora, y que la había obligado a asociar con el frenesí sexual que habían…

Alto.

Él no era David, ni ella ninguna tontita mujer bíblica que se bañase en las terrazas. Lo que había habido entre ellos se había acabado.

Grace sólo tenía que asegurarse de que siguiera así.


El rancho era la Barra Triple X. El nombre estaba estampado en el poste de madera que había junto al portón.

– Déjame abrir el portón. -Frankie saltó fuera del coche. Entonces se detuvo y levantó la cabeza-. Hace más frío aquí que en casa. -Su mirada se movió hacia la inhóspita grandiosidad de las montañas Grand Tetón-. Es precioso. Realmente precioso. Pero es diferente… -Arrugó el entrecejo, intentando encontrar las palabras precisas-. El rancho de Charlie era como un dulce poni, y esto es… como un potro salvaje desbocado. -Se rió entre dientes-. Eso es. -Abrió el portón de par en par, esperó a que el coche cruzara la entrada, cerró de nuevo el portón y se volvió a subir al coche-. Pero, aunque es diferente, es interesante, ¿verdad, mamá? Y tú has domado a muchos potros salvajes desbocados. Estabas a punto de domar aquel potro de dos años, pero… -Su sonrisa se desvaneció-. Entonces ocurrió todo.

– Lo haré cuando volvamos. -Grace la rodeó con el brazo-. Pero tienes razón, esto es diferente. Tendremos que ver qué podemos hacer aquí. -Se volvió hacia Kilmer-. No he visto ninguna medida de seguridad.

– Llegarán aquí esta noche en avión. -Bajó la mirada hacia Frankie y sonrió-. Mañana tendrás a un montón de vaqueros paseándose por aquí.

Ella le devolvió la sonrisa.

– Pero no vacas. No he visto ninguna vaca.

– Apostaría a que algunos de esos vaqueros ni siquiera han visto jamás un caballo -dijo Dillon con una sonrisa burlona-. Eso espero. No quisiera ser el único. -Detuvo el coche delante de la casa de ladrillo de dos plantas y se apeó-. Cogeré las bolsas. Al menos, como mula de carga soy bueno.

– Te ayudaré. -Robert cogió la bolsa de lona y dos maletas y siguió a Dillon escaleras arriba-. ¿Qué dormitorios, Kilmer?

– Frankie y Grace tiene el primero que hay nada más subir las escaleras. Los otros están pendientes de asignar. Cuando terminéis, ¿me haríais el favor de comprobar el establo? Y no os olvidéis del pajar.

– Por supuesto. -Robert desapareció dentro de la casa.

Frankie salió del coche y echó a correr para pararse en el porche.

– Precioso -murmuró-. Y escuchad el viento… está cantando.

– ¿Ah, sí? -Kilmer se puso en cuclillas a su lado-. ¿Y qué es lo que canta?

– No sé. -Frankie miró las montañas con aire soñador-. Pero me gusta… -Se sentó en los escalones-. ¿Puedo quedarme aquí un rato, mamá?

– Sí no te vas por ahí, sí. -Grace le alborotó los rizos al pasar por su lado-. Media hora.

– Vale.

– Si quieres, iremos a echar un vistazo a los caballos en cuanto el establo haya sido inspeccionado -le ofreció Kilmer mientras sacaba el teclado de Frankie del asiento trasero, donde ella había insistido en tenerlo, y subía los escalones del porche.

La niña negó con la cabeza.

– Ahora no. -Se recostó contra el barandal del porche, con la mirada fija en las montañas-. Sólo quiero sentarme aquí fuera y escuchar…

– ¡Cómo no! -dijo Kilmer mientras sujetaba la puerta para que pasara Grace-. Conocer a los caballos puede esperar.

Grace pensó que la decoración interior respondía más a la casa de un cantero excelente y apacible que a la típica del oeste. Una enorme chimenea de piedra ocupaba toda una pared, frente a la cual descansaba un cómodo sofá tapizado en pana beige. Había varios cómodos sillones de piel diseminados por la estancia, y junto a uno de ellos se alzaba una espléndida lámpara de suelo Tiffany.

– Precioso.

– Me alegro de que lo apruebes. -Kilmer estaba subiendo las escaleras con el estuche del teclado de la niña-. Hay cuatro dormitorios. Os he puesto a ti y a Frankie en el primero.

– Tal vez debieras dejar el teclado aquí abajo; va a quererlo enseguida.

Kilmer se volvió para mirarla.

– ¿El viento canta?

– Quizá. -Grace se encogió de hombros-. O tal vez se trate de otra cosa. Estuvo hablando de que necesitaba el piano anteanoche, incluso antes de que supiera lo de Charlie.

– Es la primera vez que he visto esa faceta suya. -Se dio la vuelta y miró con aire pensativo hacia la puerta-. Es interesante. Tan pronto es una niña loca por los caballos como al momento siguiente… Interesante.

– Todo es Frankie. He procurado asegurarme de que una parte de ella no desequilibre a la otra. -Grace empezó a subir las escaleras-. Por ejemplo, no le está permitido dejar de hacer los deberes porque esté jugando con una melodía.

– El paraíso prohibido.

Ella lo miró con hostilidad.

– Eso es importante. Sí, tiene que ser estimulada, pero formar una personalidad fuerte es igual de trascendente.

– Yo diría que tiene un carácter condenadamente fuerte. -Levanto la mano-. No te estoy criticando. Has hecho una labor increíble, y no tengo ningún derecho a interferir.

– Cierto.

Kilmer sonrió.

– Pero ¿puedo decir que siento cierta dosis de orgullo porque mi parte de genes te proporcionara el material con el que trabajar?

– Puedes decírmelo a mí… Mientras no se lo digas a Frankie. -Grace pasó por su lado y siguió subiendo las escaleras-. ¿También viene Donavan mañana?

– No, le tengo vigilando a Marvot. Él fue el que me dio el chivatazo de que Kersoff era uno de los jugadores que aparecieron por el complejo de Marvot. No lo retiraré hasta que lo necesite aquí.

– ¿Y a quién más invitó Marvot a intentar conseguir la recompensa?

– A Pierson y a Roderick. Éstos eran los grandes jugadores, pero estoy seguro de que Marvot abrió la cacería a varios peces más pequeños. Quería estimular la competición lo suficiente para garantizarse que conseguiría lo que quería.

– Bastardo.

– Sí. Pero el hacerlos competir, acabó siendo una suerte para nosotros. Ninguno se iba a arriesgar a que uno de los otros descubriera que te había encontrado antes de atraparte realmente y llevarte ante Marvot.

– O entregarle nuestras cabezas en una cesta.

Kilmer asintió con la cabeza.

– En cualquier caso, eso nos dio tiempo para escapar, puesto que ninguno informaba directamente a Marvot. -Se dio la vuelta y volvió a bajar las escaleras con el teclado-. Lo pondré junto al sofá del salón. Supongo que debería haber conseguido un piano.

– Tiene suficiente con el teclado. -Grace se detuvo en lo alto de la escalera para volver a mirarlo-. Me dijiste la cantidad de la recompensa que Marvot puso por mí y por Frankie. ¿Qué precio ha puesto a tu cabeza?

– El suficiente para montar un pequeño reino. -Se incorporó y se dirigió de nuevo hacia el porche-. Está un poco furioso conmigo. Imagínatelo.

Un escalofrío recorrió a Grace. ¿Por qué diablos Kilmer no le había dado la espalda a Marvot como había hecho ella? No, tenía que atrincherarse y esperar su ocasión y arriesgarlo todo.

Pero ¿le había dado ella realmente la espalda a Marvot? Aquella oleada de pura ferocidad que había sentido la había vuelto a coger por sorpresa.

Los sentimientos no eran acciones.

Era decisión de Kilmer seguir adelante. Lo único que a ella le preocupaba era mantener a Frankie a salvo.

El dormitorio que Kilmer le había indicado tenía dos camas descomunales cubiertas por unos edredones con flores bordadas. El gran ventanal, que iba de pared a pared, dejaba ver la misma impresionante vista de las montañas que había embelesado a Frankie.

Se acercó a la ventana y miró hacia el cercado. Un rucio y un zaino correteaban perezosamente por la zona. Bonitos caballos. Una osamenta pequeña. ¿De sangre árabe?

La Pareja de ojos azules de El Tariq eran árabes blancos, recordó de repente. Espléndidos en todos los aspectos físicos, y aquellos ojos azules los hacían aún más insólitos.

Y listos. Muy listos. Nunca había tratado con unos caballos más listos ni más receptivos. Habían parecido percibir cada pensamiento y cada emoción de Grace.

Y ella había llegado a conocerlos. Había sido una experiencia tonificante estar con la Pareja. Al principio, había parecido imposible pensar en ellos por separado; para ella y para todos los demás en el Tariq fueron siempre la Pareja. Pero hacia el final, había sido capaz de empezar a distinguirlos, de hacerlos responder como seres individuales. Se habían mostrado retozones y nerviosos y completamente fascinantes. ¿Seguirían así? Tendrían ya casi diez años…

Dejar de pensar en ellos.

Le había dicho a Kilmer que no quería tener nada que ver con la Pareja, y lo había dicho en serio. Era demasiado peligroso, y ellos ya le habían salido demasiado caros.

Se apartó del ventanal, puso la bolsa de lona encima de la cama y descorrió la cremallera. En cuanto terminara de deshacer las bolsas, se daría una ducha y bajaría a la cocina para ver qué podía encontrar para hacerle la cena a Frankie. Su hija solía ser una buena comedora, pero durante aquellos períodos de creatividad se abstraía un poco, y había que recordarle que comiera.

Pensándolo mejor, desharía una de las bolsas, pero dejaría la otra hecha y preparada para viajar. Confiaba en la eficiencia de Kilmer, pero no en la apacibilidad de las circunstancias. Siempre era mejor prepararse para lo peor y esperar lo mejor.


El Tariq, Marruecos

– Creemos que Kersoff localizó a la mujer y a la niña -dijo Brett Hanley cuando entró en el zaguán acristalado-. En Alabama.

Marvot levantó la vista de la partida de ajedrez que estaba jugando con su hijo de diez años.

– ¿Cuándo estarían por aquí?

– Bueno, eso no es exactamente… No fue una misión del todo satisfactoria.

Marvot movió su pieza.

– Jaque mate. -Arrugó el entrecejo-. Guillaume, siempre te digo que tengas cuidado con tu reina. Bueno, vete y piensa en los errores que has cometido. Esta tarde quiero que me digas cómo podrías haber ganado esta partida.

– No estoy seguro… -Los ojos de Guillaume se llenaron de lágrimas-. Lo siento, papá.

– Sentirlo no es suficiente. -Ahuecó una mano con dulzura en la mejilla del niño-. Escucha, debes concentrarte y mejorar, para que pueda sentirme orgulloso de ti. Eso es lo que quieres, ¿no es así?

Guillaume asintió con la cabeza.

– Y me sentiré orgulloso. Mejoras a cada partida. -Marvot abrazó al niño, tras lo cual le dio una palmadita en el trasero-. Ahora ve a hacer lo que te he dicho. -Observó cómo el niño salía corriendo-. ¿Qué absurdidad intentas transmitirme, Hanley?

– Kersoff ha desaparecido.

– Entonces, ¿cómo sabes que la encontró? Y lo que es más, ¿cómo sabes que fracasó?

– La mujer de Kersoff, Isabel, me llamó hace una hora. Me dijo que él había encontrado a la mujer y que planeaba terminar el trabajo hace dos noches. Pero no ha tenido noticias de él desde primeras horas de la noche de marras. Hice unas cuantas averiguaciones y me enteré de que en una pequeña granja de Tallanville, Alabama, vivían una mujer y una niña de las edades adecuadas. El propietario de la granja sufrió un accidente de tráfico la noche en cuestión, y la mujer, Grace Archer, y su hija han desaparecido.

– ¿Y se supone que Grace Archer es nuestra Grace Stiller?

Hanley asintió con la cabeza.

– Puede que Kersoff venga de camino para entregármelas.

– La esposa de Kersoff estaba… estaba sumamente preocupada. -Hanley sonrió con sarcasmo-. Me preguntó si usted le pagaría por proporcionarle el nombre del informante de su marido que había localizado a Grace Archer. A todas luces estaba más preocupada por perder el chollo que por la desaparición de su marido. ¿Qué he de hacer?

– Ve a verla. Tienes buen criterio; utilízalo. Sabrás si sólo intenta exprimirme. Si crees que sabe algo de valor, averigua qué es.

– ¿Y si no?

– Ya sabes que odio a la gente que intenta extorsionarme. Como te he dicho, actúa según tu criterio. -Marvot se concentró en las piezas del ajedrez-. ¿Cuántos hombres tenía Kersoff?

– Tres.

– ¿Y crees que Grace Archer pudo encargarse sola de todos ellos?

– Era muy buena. Usted mismo me lo dijo.

– Pero cuatro hombres, y siendo cogida presumiblemente por sorpresa… Sería difícil, a menos que tuviera ayuda.

– ¿Kilmer?

– Es lo que esperaba que sucediera. Es posible. Cuando averigüé que esa zorra había tenido una hija de Kilmer, se me abrió una puerta. Sé la fuerza que un hijo puede ejercer sobre un hombre. Si algo pudiera hacer que me desprotegiera, sería eso.

– Pero ¿es la mujer a la que realmente quiere?

– A quien he de tener es a la mujer. Es verdaderamente increíble con los caballos. Durante un tiempo pensé que iba a ser mi solución al rompecabezas. Y todavía creo que hay una posibilidad. He tenido que ser paciente durante muchísimo tiempo, pero sabía que acabaría encontrándola. Y es evidente que sigue siendo tan mortífera como lo era hace nueve años. -Recogió las piezas que le había ganado a Guillaume durante la partida-. Aunque siempre tienes que estar atento a la reina.


– ¿Puedo ayudar? -Kilmer estaba en la entrada de la cocina. Miró la sopa que hervía en el luego-. Supongo que no. Parece que lo tienes todo bajo control. No recordaba que supieras cocinar.

– Aprendí. Frankie tiene que comer. -Grace sacó unos cuencos del armario de la cocina-. Y cualquiera puede abrir una lata de sopa y meter pan de ajo en el horno.

– Sigue sentada en el porche. ¿Crees que podrás hacerla entrar para comer?

– Sí. Le diré que tiene que comer porque tenemos que ir al establo a inspeccionar a los caballos. ¿Sabes algo sobre ellos que le pueda contar?

– El rucio semental tiene dos años, y nunca ha sido domado. El zaino se supone que es dócil, y puede que sea una montura aceptable para ella. El negro es un poco temperamental, pero no es malo.

– ¿Cómo se llaman?

Kilmer se encogió de hombros.

– No lo pregunté. Podría llamar al propietario y…

– No importa. Es probable que a Frankie le guste bautizarlos ella misma. -Empezó a dirigirse hacia la puerta-. ¿Dónde está Robert? No le he visto desde que llegamos.

– Le dije que cogiera el jeep e hiciera un pequeño reconocimiento de la zona. Supuse que no pasaría nada.

– No. -Grace sacó del horno la bandeja del pan de ajo-. ¿Qué le prometiste para conseguir que dejara su trabajo?

– Una conciencia tranquila respecto a ti y Frankie. -Kilmer le entregó un plato para que pusiera el pan-. Y dinero suficiente para asegurarle una vejez muy confortable.

– Entonces te debe de ir muy bien.

– Sí, siempre me va bien cuando confío en mis propios recursos. Sólo tengo problemas cuando deposito mi confianza en otros.

– Mi padre no…

– No me estaba refiriendo a nadie en particular. En realidad, estaba pensando en los tres años que pasé vinculado a la CIA. Fueron varias las ocasiones en las que me vi maniatado. -La miró a los ojos sonriendo-. Y desperdicié mi tiempo entrenando a los novatos que me enviaban.

Grace apartó la mirada.

– ¡Qué pena!

– En absoluto. Mereció la pena. Tú me compensaste por todos los demás.

– ¿De verdad? -Ella se obligó a mirarlo de nuevo-. Por lo que veo, no fuiste capaz de convencer a ninguno más de que se acostara contigo.

– Tampoco lo intenté. North sólo me mandaba aprendices masculinos antes de enviarte a ti, y la verdad es que no me atraen demasiado. -Su sonrisa se desvaneció-. Tampoco lo intenté contigo, Grace; ocurrió y punto. Fue como una explosión subterránea. La primera vez que te vi sentí una onda expansiva dentro de mí, y entonces se desató la tormenta.

A ella le había sucedido lo mismo. Había sido tan pretenciosa, había estado tan segura de sí misma y de lo que quería de la vida. Y entonces había conocido a Kilmer y la marea la había engullido.

– Sí, así fue. Pero yo también sentí la onda expansiva después de dejarte. Estaba embarazada. Y para mí no había acabado.

– Grace, pensé que era seguro. Tú me dijiste…

– Sé lo que te dije. Mentí. Estaba enloquecida. Quería tener al bebé, y en ese momento no me importaba nada más.

– Lo siento…

Ella alzó la barbilla.

– Yo no. Tuve a Frankie. ¿De qué diablos tendría que lamentarme? Tú eres el que deberías lamentarlo. Te has perdido esos ocho años sin ella, y ni siquiera supiste lo que te estabas perdiendo.

– Lo sabía. North me dijo que estabas embarazada al día siguiente de que se lo dijeras.

Grace torció los labios en una mueca.

– Y acudiste corriendo a mi lado.

– No. ¿Y te gustaría saber por qué?

– Porque era un inconveniente. No querías a una amante embarazada.

Kilmer ignoró la dureza de su respuesta.

– Marvot te quería. Habías conseguido más que nadie con la Pareja. Te estuvo buscando por todos los rincones del globo. Y yo no podía encontrar un lugar seguro para ti. Estaba huyendo, y había perdido a la mitad de mi equipo en la incursión para apoderarnos de la Pareja. Sabía que me iba a llevar un tiempo volver a levantarlo todo. Así que llegué a un acuerdo con North.

– ¿Un acuerdo?

– Me prometió que os metería a ti y al bebé en el programa de protección de testigos con un guardaespaldas apostado en tu puerta. La CIA podía ofrecer más protección de la que yo era capaz en ese momento. Así que acepté el trato.

– ¿Y qué le diste tú a cambio?

– Le hice un trabajo muy sucio en Irak y le prometí que no iría a por Marvot mientras os tuvieran bajo su protección.

– ¿Qué no irías a por él? -Grace arrugó el entrecejo-. La CIA quería detenerlo. Nos dieron permiso para eliminarlo, si intentaba impedirnos robar a la Pareja.

– Pero los vientos de la opinión política habían cambiado incluso antes de que hiciéramos la incursión. Es evidente que Marvot tenía en nómina a varios políticos del Congreso, los cuales se dedicaron a obstaculizar la marcha de la Agencia.

– ¿Políticos? ¿Qué diablos tenía que ver el Congreso con un sinvergüenza como Marvot?

– Evidentemente, bastante, por lo que he averiguado gracias a las fuentes de Donavan, Marvot estaba contribuyendo más que generosamente a los fondos de campaña de varios senadores, a fin de influir en ellos para que se pasaran al lado oscuro. Se estaba produciendo un gran enfrentamiento en el Congreso, y todo en torno a lo que estaba ocurriendo en El Tariq. Los políticos cambiaban de opinión permanentemente, y en uno de esos cambios, varios miembros del Congreso presionaron a la CIA para que realizara la incursión en El Tariq. -Levantó la mano cuando Grace empezó a hablar-. Lo sé. Lo del asalto tuvo tanto sentido como cualquier otra cosa. Cuando se nos ordenó ir a por ellos, ambos nos preguntamos por qué la CIA quería a la Pareja. Pero como zánganos conscientes de sus deberes, obedecimos las órdenes.

– Lo tuyo no tiene nada que ver con ser consciente del deber.

– Antes al contrario, considero que hacer bien mi trabajo es un deber irrevocable. No estoy diciendo que no habría hecho preguntas después de que nos hubiéramos apoderado de los caballos. -Hizo un encogimiento de hombros-. Pero no tenía elección. Todo se fue al garete. Y durante varios años, no estuve en condiciones de seguir el asunto. -Hizo una pausa-. Pero yo nunca olvido, Grace.

No, no olvidaba nunca, y era implacable cuando se trataba de conseguir lo que quería.

– ¿Y el Congreso cambió sin más su opinión sobre Marvot?

– Probablemente con la ayuda de un extraordinario aumento del dinero destinado a sobornos. Lo único que pudo averiguar Donavan fue que en esa época se produjo un cambio definitivo que beneficiaba a Marvot. Luego, años más tarde, sucedió lo del once de septiembre, y todo se sumió en el desconcierto. Voy juntando las piezas poco a poco. Estoy seguro de que North pensaba que, si presentaba al Congreso un hecho consumado, lo secundarían. No ocurrió tal cosa. Fracasamos. Así que se permitió que Marvot siguiera en El Tariq y metido en una docena de asuntos sucios a escala internacional.

Grace sacudió la cabeza.

– No.

– Es la verdad. Pregúntale a North. Aunque no estoy seguro de cuánta verdad se le permitiría contar en estos tiempos.

– No puede ser cierto. Crane quería utilizarme de cebo para cazar a Marvot.

– Entonces, tal vez Crane sea el hombre de Marvot, y quería entregarte a él. O no conoce la fuerza de los grupos de presión del Congreso que podrían echarle de su puesto. -Kilmer se encogió de hombros-. En cualquier caso, no podía permitirle que te tuviera en sus manos de nuevo.

– ¿Permitir? Eso es decisión mía, Kilmer.

– No, te dejo que decidas libremente en lo tocante a Frankie. -Puso mala cara-. Aunque me está resultando cada vez más difícil. No tienes nada que elegir en absoluto acerca de si las dos vais a vivir o a morir. Y lucharé contigo con uñas y dientes a ese respecto. Vais a vivir. -Se dirigió hacia la puerta-. He esperado demasiado, para ahora dejarme engañar.

– ¿Qué diablos crees que vas…?

Kilmer se había ido.

Y ella estaba temblando. ¿De ira? ¿De indignación? ¿Del susto? Su reacción era una mezcla de las tres cosas. Durante todos esos años había creído que la CIA la protegía porque eran los responsables de que tuviera que estar huyendo de Marvot. Que se debiera a un acuerdo al que habían llegado con Kilmer había sido toda una sorpresa. ¡Maldición!, no quería deberle nada. Y él no tenía ningún derecho a pensar que podía tomar cartas en el asunto y dirigir su vida. Había aceptado su protección por Frankie, pero no habría…

Respiró profundamente. Tranquilidad. Kilmer siempre le despertaba reacciones de las que ninguna otra persona era capaz. Ella no podía permitir que volviera a ocurrir. Tenía que pensar con claridad sobre el contenido de las palabras de Kilmer. Si lo que decía era verdad, entonces ella no podría confiar en la CIA ni aunque llegara a un acuerdo con ellos.

Y no dudaba que fuera verdad. Kilmer jamás le había mentido. Era una de las virtudes que más admiraba de él. Siempre podría contar con una sinceridad sin ambages, si la pedía. Otrora, la había hecho sentir segura saber que aquella sinceridad era una roca a la que ella podía aferrarse en medio de la violencia que los rodeaba.

– ¿Eso es para Frankie? -Robert estaba en la entrada, mirando el plato-. ¿Quieres que vaya a buscarla?

Grace negó con la cabeza.

– Iré yo. -Hizo una pausa-. Bueno, ¿encontraste algún lobo en esas colinas?

– Sólo de los de cuatro patas. Y guardando las distancias. Kilmer no esperaba realmente nada más. Sólo está teniendo cuidado.

– Y aceptas sus órdenes. ¿Eso no te molesta?

Robert lo pensó antes de contestar.

– No. Es educado y sabe lo que está haciendo. Me pagó muy bien por unirme a su equipo. Tiene derecho a dar órdenes. -Ladeó la cabeza-. Tengo entendido que hubo un tiempo en que te daba órdenes. ¿Te importaba?

Ella apartó la mirada.

– No, tienes razón. Sabe lo que se hace. -Grace se dirigió a la puerta-. Debo hacer entrar a Frankie. Se le enfriará la comida.

– Dará igual. Ni siquiera la saboreará. Recuerdo que en una de nuestras noches de pizza tenía esa misma mirada. Hubiera dado lo mismo que no estuviéramos allí. -Hizo una pausa-. Me alegro de que haya encontrado algo en lo que ocupar su mente. Pensé que seguiría dándole vueltas a las cosas.

– Sigue pensando en Charlie. Lo está digiriendo a su manera, nada más. Es lo que hacemos todos, ¿verdad? -Grace pasó por su lado y un instante después estaba en el porche. El sol se estaba poniendo, y las nubles teñidas de rosa y lavanda que se sostenían sobre las montañas ofrecían una vista magnífica.

– ¿Frankie?

La niña la miró por encima del hombro.

– Bonito, ¿eh, mamá?

– Eso es quedarse corto. -Grace se sentó en el escalón, al lado de su hija-. Hermoso. Pero es hora de comer algo. ¿Te parece bien sopa y pan de ajo?

– Excelente. -Frankie volvió a mirar la puesta de sol-. No tenemos montañas así en casa. Apuesto a que a él le habría gustado esto.

– Estoy segura de que sí. Pero a él le iban los ponis mansos, no los potros salvajes desbocados. Esos siempre me los dejaba a mí.

– Estaba pensando… Apuesto a que no fue así toda su vida. Él luchó en la Segunda Guerra Mundial, y eso debió de haber sido como montar un potro salvaje.

– Peor.

– Así que tal vez sólo se aficionó a la dulzura al hacerse mayor. Quizá, cuando era más joven, le gustaba el retumbar de los platillos, en lugar de los violines; Tschaikowski, y no Brahms.

– Podría ser. -Grace le echó el brazo por los hombres-. ¿Adónde quieres ir a parar, cariño?

– Sólo he de esmerarme. Tiene que ser adecuada para Charlie. ¿Te acuerdas cuando te dije que había vuelto a oír la música que era sólo como un susurro?

– Sí.

– Creo que quizá fuera Charlie.

Grace se quedó inmóvil.

– Charlie ya no está con nosotros -dijo su madre con dulzura.

– Pero quizá él sea como la música. No sabes de dónde viene, pero eso no significa que no esté allí. ¿No crees que quizá podría ser cierto?

– Creo que todo es posible. -Grace se aclaró la garganta-. Y creo que a Charlie le gustaría la idea de que lo compares con tu música.

– No, no es mía; es suya. -Volvió a desviar la mirada hacía la puesta de sol-. Ésa es la razón de que tenga que ser adecuada. Los potros salvajes y los ponis mansos, y los platillos, y todo lo que Charlie… Tiene que ser apropiada.

– Puedo entender eso. -Podía entender algo más que el cuadro que Frankie le estaba dibujando. Le había dicho a Robert que su hija lidiaría con su dolor a su manera, pero jamás habría imaginado que sería con aquel regalo para Charlie. O quizá no fuera más que el último regalo que aquel viejo amigo le hacía a Frankie. En cualquier caso, era conmovedor, hermoso y perfecto-. ¿Puedo ayudar?

La niña negó con la cabeza.

– Viene poco a poco. Es un susurro, pero ahora es más fuerte. -Se puso de pie de un salto-. Estoy hambrienta. Vamos dentro y cenemos, y luego vayamos a ver los caballos.

Frankie volvía a ser la niña de siempre, y Grace lo aceptó con gratitud. No sabía cuánto tiempo más habría sido capaz de mantener la compostura.

– Me parece una idea fantástica. Tendremos que calentarla un poco en el microondas.

– Lo haré yo. Tú espera aquí. -Frankie se dirigió a la puerta-. Sólo quería hablar contigo. Hace que las cosas se aclaren… -Las últimas palabras quedaron flotando en el aire mientras la niña entraba corriendo en la casa.

¿Aclaren?

Le pareció que su hija entendía las cosas con una claridad meridiana. No hay mejor verdad que la que se ve a través de los ojos de un niño.

Miró el crepúsculo una vez más. El sol casi se había ocultado, desapareciendo detrás de un laberinto de intenso violeta. Ya no había ningún viento. Al menos, ella no podía oírlo. Quizá estuviera allí, cantando todavía entre los pinos.

Y probablemente Frankie pudiera oírlo.

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