– ¿Dónde está el maldito siroco? -gruñó Kilmer mientras se limpiaba el sudor de la frente-. Grace lleva horas ahí fuera, y no podemos hacer nada.
Adam se encogió de hombros.
– Pronto. Ten paciencia.
– Eso díselo a Marvot. Es evidente que esos caballos no están moviéndose hacia ningún sitio concreto. Se limitan a dar vueltas. Si a Marvot le da por pensar que Grace no le es útil, la matará sin pestañear.
– Quizá le dé otro día.
– ¿Otro día? Dijiste que el siroco iba a suceder hoy.
– Tal vez Hassan se ha equivocado. Te dije que sólo es preciso en un noventa por ciento.
Kilmer masculló un juramento.
– Adam, esto es…
– Espera. -El jeque levantó la cabeza-. ¿No lo notas?
– ¿El qué?
– El viento.
– No noto nada.
– Entonces quizá me haya equivocado. Ya no lo siento…
– Estás caminando en círculos, Charlie. -Grace bebió un trago de agua de su cantimplora-. Sé muy bien que hemos visto antes este lecho de arroyo seco. -Durante las dos últimas horas, el caballo había estado deambulando acercándose a las colinas del Atlas varias veces. ¡Caray!, tal vez estuviera buscando agua-, ¿Tienes sed? -Grace se bajó del semental y vertió agua en el recipiente que había llevado con ella-. No debería quejarme. Has hecho un buen trabajo al no dejar de moverte. Lamento que tal vez sea por nada. Creo que el hombre del tiempo del jeque está chiflado. Parece que quizá vamos a tener que hablar con Marvot para intentarlo de nuevo…
Charlie había levantado la cabeza con tanta rapidez que derramó el agua del recipiente. El semental relinchó y piafó.
– ¿Qué sucede?
Hope también estaba piafando, y tenía la mirada desorbitada.
Asustados. Estaban asustados.
Y Charlie miraba hacia el oeste.
Grace desvió rápidamente la mirada hacia el horizonte occidental.
Oscuridad.
Hacía un instante había estado despejado. En ese momento, el horizonte era una neblina oscura.
El siroco.
Un velo de arena se movía a toda velocidad y se extendía hasta donde alcanzaba la vista. Estaría allí en unos minutos.
Y ella estaría oculta a la vista de Marvot y sus hombres.
– Vamos, Kilmer -susurró-. Ven y recógenos.
Se quitó a toda prisa la blusa que se había puesto encima de la camiseta y el pañuelo con el que se había recogido el pelo. Con un poco de suerte, Kilmer y sus hombres estarían allí en pocos minutos, pero aquella arena sería una manta asfixiante si tanto ella como los caballos la respiraban. Rasgó la camisa en dos y mojó las dos partes.
– Esto no os va a gustar. -Se acercó a Charlie-. Pero tienes que confiar en mí. Creo que Hope dejará que se lo ponga, si te ve a ti. Si quieres salvaría, me tendrás que dejar hacerlo.
La arena ya le aguijoneaba en la cara, y sin embargo todavía no tenían la tormenta encima.
Charlie la rehuyó.
– Tienes que dejar que te ayude, Charlie. -Grace se daba cuenta de la desesperación que había en su voz-. Confía en mí.
El caballo siguió retrocediendo.
Grace se detuvo, y respiró hondo.
– No puedo obligarte a que lo hagas. Pero nunca te he mentido. Y jamás te he hecho daño. No te lo haré ahora.
El semental se paró y la miró fijamente. Las ráfagas de viento le levantaban las crines. Tenía los músculos en tensión.
Ella dio un paso adelante.
– Por favor. Sólo te voy a poner esto sobre los ojos y la nariz para que puedas respirar mejor. Y luego vamos a permanecer aquí juntos, hasta que llegue la ayuda. ¿De acuerdo? -Charlie había dejado que se acercara. Grace le puso lentamente la tela sobre los ojos y la nariz y la ató-. No pasa nada -dijo con voz tranquilizadora-. No tienes nada que temer. Ahora voy a por Hope y la traeré junto a ti. Os engancharé a los dos con la cuerda para que no os separéis, y yo la sujetaré para que no os enredéis con ella. Ahora, no te muevas.
Milagrosamente, el caballo se movió con inquietud, pero no se desbocó. Pocos segundos después, Grace había puesto la tela sobre los ojos y el hocico de Hope y se quedó entre los dos animales.
No podía respirar. La arena se arremolinaba en torno a ella, lacerándole la carne sin cubrir como diminutos cuchillos.
Se ató el pañuelo sobre la cara y rodeó a los caballos con los brazos, hundiendo las manos en sus crines.
– Por favor, no os dejéis llevar por el pánico -susurró-. Todo irá bien. Manteneos firmes y no tengáis miedo. -Intentó que los animales se dieran la vuelta, de manera que no enfrentaran al viento, que estaba soplando ya con una intensidad de tormenta. Tuvo que agarrarse desesperadamente a los caballos para no caerse. Hablarles. Decirles algo. Evitar que salgan corriendo hacia la tormenta y se rompan una pierna.
Grace habló. Cantó. Recitó canciones infantiles.
Kilmer, ¿dónde estás?
– ¡Maldita sea!, ¿dónde está? -Marvot apretó con más fuerza los prismáticos-. No puedo ver a esa zorra.
– El siroco -dijo Hanley-. Una tormenta de arena.
– Ya sé que es una tormenta de arena -dijo Marvot con sarcasmo-. Lo que quiero saber es cuándo va a acabar.
Hanley se encogió de hombros.
– Una hora… un día… una semana. Por lo que sé, es imposible decirlo.
– ¡Dile a Cabriano que vaya a buscarla!
– Si es que puede encontrarla. A esos caballos les va a entrar el pánico y…
– Tráela.
Hanley asintió con la cabeza e intentó abrir la puerta de la caravana. El viento la cerró de un portazo.
– ¡Mierda! -Volvió a abrir la puerta haciendo más fuerza.-. Tendré que… -Su móvil sonó, y Hanley contestó-. Hanley. -Escuchó un instante-. Hijo de puta. Si dejas que se lleven a la niña, eres fiambre. -Cortó la comunicación-. El campamento base del oasis está siendo atacado.
– Kilmer.
– Eso imagino -dijo Hanley-. Puede que no sepa que Archer no está allí.
– Y puede que sí. Tal vez esté ahí fuera con ella. -Marvot se sentó, pensativo-. Puede que esa zorra me haya tomado por idiota. Nos retiraremos y volveremos al oasis. Dile a los hombres que se olviden de la mujer y vuelvan a la base.
– ¿La vas dejar?
– ¿Crees que no volverá a por la niña? Concentremos toda nuestra potencia de fuego en mantener el control de la base. Luego sólo tendremos que esperar a que Kilmer y ella sigan a su hija.
– ¿Y entonces la utilizarás como rehén?
– Bueno, sí. Pero nadie me toma por idiota. -Arrancó la caravana-. Se va a llevar una sorpresa cuando vuelva al oasis. Veremos si a esa zorra le gusta tener una hija que ha perdido unos cuantos dedos.
¡Disparos!
Frankie se acurrucó contra Maestro en la esquina del cobertizo.
– Toda va bien, muchacho -susurró mientras se abrazaba con fuerza al cuello del potro-. No dejaré que nadie te haga daño.
El potro relinchó suavemente, inquieto.
¿Había vuelto Marvot?
«Mataré al potro.»
Y lo haría, pensó Frankie con angustia, lo haría.
No, no lo haría. Ella no se lo permitiría.
Más disparos. ¿Qué estaba ocurriendo?
Mamá…
El cielo se estaba oscureciendo. Frankie alcanzó a ver una sombra, a un hombre moviéndose en la parte exterior del corral.
¿Marvot?
Ven, mamá. Ven. Por favor, mamá, ven.
El siroco aumentaba su intensidad.
Y Charlie estaba empezando a piafar de nuevo. De seguir así, acabaría tirando a Grace al suelo de una sacudida.
– No. Sólo un poco más. -La voz le temblaba-. Te lo prometo, será…
– Suéltalo.
Kilmer. Sintió una oleada de alivio. Se bajó el pañuelo de un tirón y lo vio a través de la punzante cortina de arena. Era sólo una figura imprecisa, pero parecía algo de otro planeta. Llevaba una máscara de submarinismo y una botella de oxígeno, y el tubo de respiración le colgaba alrededor del cuello.
Había varios hombres detrás de él, pero estaban demasiado lejos para reconocerlos en medio de la tormenta.
El problema era que estaban inquietando a Charlie y a Hope.
– Diles que retrocedan -gritó Grace-. Y tú también.
Kilmer hizo un gesto, y los hombres se desvanecieron en el fondo.
– Me quitaré de en medio enseguida. -Kilmer le había puesto una mascarilla y se la estaba ajustando.
– Frankie. ¿Habéis sacado a Frankie de allí?
– Donavan y Blockman tenían órdenes de atacar el campamento base en cuanto estallara la tormenta. El remolque de los caballos está a unos treinta metros a tu derecha. Si los puedes meter dentro, los hombres del jeque se encargarán de llevarlos a su campamento.
– Vete. -Aspiró profundamente el oxígeno y tiró suavemente de la cuerda-. Vamos a ir a ciegas, Charlie. Sólo un ratito. Luego todo se habrá acabado.
¿Irían con ella o se soltarían?
Charlie piafó. Hope piafó.
¡Mierda!
Volvió a tirar de la cuerda, la soltó, entrelazó las manos en las crines de ambos caballos y tiró.
El semental dio un paso adelante.
Uno más, Charlie. Ve paso a paso.
No podrían tardar más que unos minutos, pero serían los treinta metros más largos de su vida.
Guió a Charlie al interior del remolque, se dio la vuelta y condujo a Hope para que subiera la rampa. Las ráfagas de arena seguían castigando en el interior del remolque, pero los caballos podrían respirar. Aunque era mejor dejarles puestas las máscaras. Grace les dio una palmadita.
– Os sacaremos de aquí y cuidaremos de vosotros. Os prometo que estaréis a salvo… -Salió corriendo del remolque e hizo un seña a los dos hombres que estaban al final de la rampa para que cerraran las puertas.
Kilmer la agarró por el brazo.
– Vamos. Tenemos que ir a por Frankie.
El miedo la dejó helada.
– Dijiste que Donavan había ido a buscarla. -Corrió hacia el todoterreno al lado de Kilmer-. ¿No ha informado todavía?
– No, pero probablemente no podría hacerlo con esta tormenta. El siroco empezó aquí primero, y no habían llegado al oasis cuando hablé con él por última vez. Esto es como una manta que revolotea sobre nuestras cabezas a unos tres metros. Ya sabes lo bueno que es Donavan. La sacará de allí.
– Yo no sé nada. -Grace subió al todoterreno de un salto-. Y tú tampoco. Así que deja de reconfortarme, y vayamos a buscarla. ¿Puedes ver algo con esta tormenta?
– No, pero cubrí el motor e instalé un GPS para encontrar el oasis. -Puso en marcha el vehículo-. No tenía ninguna duda de que no esperarías a que Donavan nos la trajera.
– ¿Y tú sí? No digas gilipolleces. Habrías ido sin mí.
Kilmer asintió con la cabeza.
– Tienes toda la maldita razón.
Donavan se puso en comunicación con Kilmer cuando éste se encontraba a escasos kilómetros del oasis.
– Hemos asegurado el campamento. Tuvimos que rechazar un asalto de Marvot y los matones que se llevó con él para mantener vigilada a Grace. Tal y como esperábamos, no fueron tras ellas. Pero aquí nos hemos hecho bastante fuertes.
– ¿Y Frankie?
– No está aquí. Hemos registrado todas las tiendas.
– ¿Qué?
– Tiene que estar ahí. -Kilmer hizo una pausa-. A menos que Marvot se la haya llevado a otro sitio.
– ¿Se ha ido? -susurró Grace.
Kilmer asintió.
– ¿Alguna señal de Marvot? -preguntó a Donavan.
– No, se marchó cuando repelimos su ataque. Pero interrogué con cierta energía a algunos de sus hombres. Dijeron que la pequeña estaba en su tienda.
– No te dejes llevar por el pánico -le dijo Kilmer a Grace-. Marvot no está allí. Y los centinelas creían que Frankie seguía en su tienda.
– No me digas que no me deje llevar por el pánico. -A Grace le temblaba la voz a causa del miedo-. Marvot puede haber llamado y dar la orden de matarla. Frankie podría estar enterrada en la arena en cualquier parte.
– Donavan y Blockman se movieron con rapidez en cuanto estalló la tormenta. La acción duró minutos. No habría dado tiempo.
Tal vez. Aquella idea se le hacía insoportable, y Grace intentó pensar en un panorama alternativo.
– Dile a Donavan que vaya al cobertizo. Que compruebe si el potro sigue vivo. Marvot amenazó con matarlo.
– De acuerdo. -Kilmer transmitió el mensaje a Donavan.
Pasaron cinco minutos angustiosos antes de que Donavan volviera a estar en comunicación.
– Ni rastro del potrillo. He mirado por todas partes.
– Ni rastro del potrillo -repitió Kilmer para informar a Grace.
– ¡Dios mío! -dijo ella-. Se ha llevado a Maestro.
– ¿Qué?
– Frankie tenía miedo de que mataran al potrillo. Los disparos deben de haberla asustado, y habrá huido con él.
– ¿Con esta tormenta?
Grace asintió con la cabeza.
– Quiere al potro. Dile a Donavan que intente rastrear… -Se pasó los dedos por el pelo-. ¡Por Dios!, no habrá ningún rastro con esta tormenta. Frankie podría morir ahí fuera.
– La encontraremos, Grace.
– Sí, lo haremos. -No podía soportar otra idea-. Es una niña inteligente. No saldría ahí fuera sin prepararse, aunque estuviera asustada. Tenemos que pensar la manera de seguirle el rastro.
– En cuanto la tormenta amaine un poco más, conseguiremos el helicóptero y exploraremos…
El parabrisas estalló cuando una bala lo atravesó para ir a incrustarse en la piel del asiento delantero.
– ¡Mierda! ¡Agáchate! -Pisó a fondo el freno y bajó la ventanilla del conductor-. Quédate aquí. -¿Desde qué dirección había venido la bala?
Otro proyectil levantó la arena delante de él. El disparo era demasiado preciso; el tirador estaba en una zona protegida y podía ver para disparar. ¿Una caravana o un todoterreno? Y los hombres de Marvot no dispararían sin recibir sus órdenes.
– ¿Pensaste que estaba derrotado, Kilmer? -Era la voz de Marvot-. Sólo ha sido un contratiempo pasajero. Sabía que vendríais a rescatar a la niña, así que no tenía más que esperar. Escucha, Archer, todavía podemos llegar a un acuerdo. ¿Crees que estás a salvo, que la niña está a salvo? Nunca lo estaréis. Dame lo que quiero y tu hija vivirá. Si no trabajas conmigo, moriréis los dos, y luego mataré a la niña. Te lo prometo por la tumba de mi padre. Es sólo cuestión de tiempo.
– El tiempo se ha acabado -murmuró ella. Estaba tumbada al lado de Kilmer, sosteniendo un fusil entre los brazos. A Kilmer no le sorprendió. Grace no se escondería en el todoterreno-. No puedo ver nada, ¿y tú?
– No. -Entonces el viento cambió, y Kilmer alcanzó a ver la caravana-. Allí está nuestro objetivo. A las tres. No veo que tenga ningún otro refuerzo. Lo entretendré. Tú rodéalo y agujeréale ese depósito de combustible. Quiero ver cómo se asa ese cabrón. -Kilmer no esperó a que ella le respondiera, sino que se levantó y empezó a avanzar por las dunas en zigzag.
Balas.
Cerca.
Muy cerca.
Debía llegar a la parte trasera de la caravana.
Grace se arrastró por las dunas.
Oía el sonido de los disparos.
Corre, Kilmer.
Pero ¿cómo podría correr en aquel arenal? Ella apenas podía arrastrarse. Se hundía cada vez más, y la…
– ¡Le di, Hanley!
Era la voz de Marvot, dura, triunfal. Y terrorífica, porque era de Kilmer de quien estaba hablando. Una de aquellas balas debía de haberle alcanzado.
Siguió otra retahíla de obscenidades.
– No, sigue vivo. Se ha vuelto a levantar. -Otro disparo-. ¿Cómo diablos…? ¿Dónde está la mujer?
Detrás de ti, bastardo.
Grace apuntó con sumo cuidado al depósito de gasolina de la caravana.
Detrás de ti, hijo de puta.
Apretó el gatillo.
La caravana explotó y se convirtió en una abrasadora masa de metal.
Grace aplastó el cuerpo y la cabeza contra la arena para esquivar la metralla que la explosión lanzó en todas direcciones.
Cuando levantó la cabeza, las llamas casi se habían extinguido a causa de la falta de oxígeno provocada por la tormenta. Pero no había duda de que la explosión había matado a Marvot y a cualquiera que estuviera dentro de la caravana. Nadie podría haber sobrevivido a aquel infierno.
– Buen disparo. -Kilmer se dirigía hacia ella cojeando-. Pero ojalá hubieras llegado a tu posición un poco más deprisa.
Grace sintió una oleada de alivio.
– Tenía miedo de… Deberías haber… -Se detuvo-. Está muerto. Marvot está muerto.
– Bien. Qué lástima que no durara un poquito más. Como treinta o cuarenta años.
Grace cerró los ojos cuando cayó en la cuenta. Todos aquellos años de esconderse y de sentir miedo se habían acabado, desvanecidos en el tiempo que había tardado la caravana en explotar.
No, no se había acabado. Porque por culpa de Marvot Frankie deambulaba bajo aquella tormenta de arena. Aquel indeseable todavía podía extender la mano desde la muerte para matarla.
– Frankie.
– Sí, lo sé. -Cojeando, Kilmer se dirigió de nuevo al todoterreno-. Continuaremos hasta el oasis y organizaremos una partida de rescate para ir en su busca.
– Espera. -Grace llegó a su lado-. Siéntate, y deja que te ponga un vendaje de presión en la pierna. ¿Te sangra?
– No mucho. -Siguió caminando-. No hay tiempo.
– Si te sangra, hay que vendarla. Sólo tardaré un minuto.
– Ya te lo he dicho. -Kilmer llegó al todoterreno, e intentó subirse torpemente al asiento del conductor-. No tiene importancia.
– Sí la tiene. -Ella lo empujó hacia el asiento del pasajero-. Yo conduciré. -Se sentó en el asiento del conductor y sacó el equipo de primeros auxilios de debajo del asiento trasero-. Deja de hacerte el mártir. No te va nada. -Le cortó la pernera del pantalón y abrió la tela hasta dejar la herida al descubierto. La bala le había atravesado la carne, pero sangraba más de lo que él había asegurado-. Azotarías a cualquiera de tus hombres que ignorase una herida.
– He de encontrar a Frankie. -Sus labios se retorcieron en una mueca-. Me sorprende que quieras desperdiciar siquiera un minuto conmigo.
– No es ningún desperdicio. -Le hizo un vendaje de presión-. No eres ningún desperdicio, Kilmer.
Él se quedó inmóvil.
– ¿No?
Grace terminó de vendarlo; se dio la vuelta y puso en marcha el motor.
– No.
Donavan salió de la tienda para reunirse con ellos cuando el todoterreno llegó al oasis.
– Ni rastro de Frankie. Envié a Vázquez y a Blockman a buscar cualquier huella. Nada. Ni siquiera sabemos qué dirección tomó. -Miró a Grace-. Lo siento. ¡Dios!, lo siento de veras. Si se hubiera quedado aquí, la habríamos recogido sin problemas.
– Tenía miedo por el potro. -Grace se bajó del vehículo de un salto-. Tenemos que encontrarla, Donavan.
– Ya he organizado otra partida de búsqueda. -Levantó la vista al cielo-. Suministré a Blockman uno de esos GPS que trajo Kilmer, y sí la encuentra, lo sabremos. La tormenta está amainando, pero todavía no podemos arriesgarnos con un helicóptero. ¡Maldita sea, Kilmer!, ¿ese hombre del tiempo de Adam no te dijo cuánto iba a durar?
– No. -Kilmer se apeó del todoterreno-. Pero si tenemos comunicación, tengo que llamar a Adam y conseguir que traiga aquí a sus hombres para que nos ayuden. -Se dirigió a la tienda-. Y le preguntaré si se le ha pasado el dolor de muelas a Hassan.
– Estás cojeando, Kilmer -dijo Donavan-. ¿Habéis tenido problemas?
– Marvot -dijo Grace-. Y necesita que se le lave la pierna y se le vuelva a vendar antes de que salga de nuevo.
– Marvot -repitió Donavan-. ¿Puedo confiar en que os hayáis cargado a ese bastardo?
– Está muerto. Grace lo hizo saltar en pedacitos. -Kilmer entró en la tienda.
– ¡Excelente! -le dijo Donavan a Grace-. Al menos algo sale bien.
En ese momento ella era incapaz de ver algo bueno en el mundo. ¿Por qué no paraba ya aquella tormenta?
– ¿Estás seguro de que ninguno de los hombres de Marvot vio marcharse a Frankie?
– Te garantizo que me lo habrían dicho. Si la tormenta amaina lo suficiente, pondremos ese helicóptero en el aire y podremos encontrarla.
– No podemos esperar. -Grace apretó los puños-. Es sólo una niña. Podría morir ahí fuera.
– Lo sé, lo sé. Vamos a salir de nuevo en otra dirección en cuanto el equipo vuelva al campamento.
Y probablemente para no encontrar nada, pensó Grace, desesperada. El desierto era enorme. Sin embargo, con aquella tormenta, Frankie y el potro sólo podrían estar a pocos kilómetros de distancia. Pero aun así no la encontrarían. Debía pensar. Tenía que haber una manera.
Grace se puso tensa. Quizá hubiera una…
Se dirigió a la tienda en la que había desaparecido Kilmer.
– En cuanto llegue el equipo de búsqueda, házmelo saber.
El equipo de búsqueda regresó al campamento veinte minutos después.
Frankie no iba con ellos.
Grace se quedó observando a los desaliñados hombres, prácticamente irreconocibles, que se acercaban al oasis. Era lo que había esperado, lo cual no impidió que se sintiera presa del pánico. ¿Cuánto tiempo podría sobrevivir Frankie allí fuera?
– Adam está aquí, Grace -dijo Kilmer detrás de ella.
Se volvió para mirarlo.
– ¿Los ha traído?
– Sí. -Kilmer apretó los labios-. Es una locura. No funcionará.
– Podría ser. No creo que lo hiciera ninguna otra cosa. La tormenta está amainando, pero de momento sólo para diez minutos y luego cobra fuerza de nuevo. No quiero esperar a ese condenado helicóptero. -Se volvió y caminó hacia al grupo de hombres reunidos en el corral-. ¿Quién de vosotros es el jeque?
– Te presentaré. -Kilmer la alcanzó-. Grace Archer, el jeque Adam Ben Haroun.
El hombre que se volvió para mirarla era alto, moreno y de unos treinta y tantos años. Tenía una cara interesante; parecía más occidental que árabe. El hombre inclinó levemente la cabeza.
– Encantado de conocerte. Lamento que sea en estas circunstancias. Mi gente hará todo lo posible para encontrar a tu hija.
– Gracias. -Grace clavó la mirada más allá del hombre, en el remolque de los caballos-. Y gracias por traer los caballos.
El jeque se encogió de hombros.
– Mis cuidadores estaban deseando deshacerse de ellos. Se quedaron asombrados por cómo los metiste en el remolque. Y no es que mis hombres no sean diestros, peros esos caballos son… diferentes.
– Los sacaré del remolque.
– ¿Y para qué?
– Quizá ellos puedan encontrar a Frankie.
– ¿Con esta tormenta?
– Ahora ya no es tan fuerte. Para y empieza de nuevo. ¿Te pidió Kilmer las capuchas protectoras?
El jeque asintió con la cabeza.
– Tenías razón. Puesto que vivimos en el desierto, de vez en cuando hemos tenido que utilizar artilugios especialmente fabricados para proteger los ojos y los orificios de los caballos. Aunque preferimos no viajar con este tiempo en ninguna circunstancia.
Pero la suya era una tribu nómada, y era natural que hubiera circunstancias en que se hiciera necesario. Era la respuesta que ella había estado esperando.
– ¿Y has traído dos?
– Sí, pero a los caballos no les gusta el artilugio. Les hace sudar. Lo más probable es que se asusten y los pierdas.
– No se asustarán. Trabajaré con ellos; estaré con ellos. -Esperaba estar diciendo la verdad. Los caballos habían estado muy cerca de ser presas del pánico antes, cuando los había metido en el remolque-. Es un riesgo que he de correr. Mí hija tiene el potro de la yegua con ella. Confío en que el instinto los conduzca hasta la cría. He oído que ha ocurrido en otras ocasiones.
– ¿Los conduzca? -preguntó Kilmer-. ¿Vas a llevarte a los dos? Sólo necesitas a la yegua.
– Eso fue lo primero que pensé, pero han estado juntos toda su vida. Son la Pareja. Y la yegua se pone nerviosa sin el semental. No puedo estar segura de cómo reaccionaría si la soltara sola. -Abrió la puerta del remolque y tiró de la rampa para bajarla-. No me puedo quedar aquí a hablar. Tengo que prepararlos para salir. A Dios gracias, la arena ya no escuece tanto.
– Voy contigo -dijo Kilmer.
– No, no vas a venir. Para ellos eres un extraño. Te dije que los caballos ya se van a poner bastante nerviosos. Quiero que se concentren en Frankie y el potro. Dame un GPS, y así podrás localizarme cuando los encuentre. -Empezó a subir por la rampa-. Mientras, Donavan y Robert pueden salir con otro equipo e intentar encontrarla. Tenemos que explorar toda la zona.
– ¿Y se supone que me voy a quedar aquí tocándome las narices? De ninguna manera.
– Haz lo que quieras. Pero no vienes conmigo. Aunque no estuvieras herido, serías un estorbo. -Grace entró en el remolque. ¡Dios bendito!, qué ganas tenía de que Kilmer la acompañara. Estaba asustada, y él siempre hacia que se sintiera más fuerte. Estaba harta de estar sola; harta de estar sin él.
Bueno, estaba sola en aquello. Salvo por Charlie, y salvo por Hope. Así que manos a la obra.
Acarició suavemente el cuello del semental.
Hola, Charlie. No esperaba verte tan pronto, pero tenemos un problema…