CAPÍTULO 13

Rosamund regresó a la casa de su primo. Era 2 de mayo y ya tenía todo listo para partir al día siguiente. Ambas familias se irían a la mañana. Los Leslie hacia el noreste, a Glenkirk; y los Bolton, hacia el sudeste, a Friarsgate. Adam percibió la desolación que sentía Rosamund y cómo trataba de ocultarla ante los demás, en especial ante su pequeña hija. Después de que todos se fueron a dormir, se sentó junto a ella en el salón.

– Si recobra la memoria, enviaré por usted -le prometió.

– El instinto me dice que jamás la recobrará. Desde aquel dichoso momento en que se cruzaron nuestras miradas, supimos que nos habíamos amado en otro tiempo y otro lugar y que volveríamos a amarnos. Pero también supimos o, mejor, presentimos que no permaneceríamos juntos en esta vida. Sin embargo, a medida que crecía nuestro amor, esa premonición se fue ocultando en algún rincón de nuestra mente. Pero el destino intervino, Adam. Estaba escrito que tu padre y yo no viviríamos juntos por siempre. Es imposible escapar del destino. Tu padre pasará el resto de sus días sin poder recordar los meses gloriosos que compartimos ni nuestra pasión. Y yo, Adam, nunca lo olvidaré. Ese es mi castigo por desafiar a los hados -concluyó, afligida.

– Tal vez vuelva a recordar… -insistió Adam.

– Eres igual a tu padre -sonrió la joven con tristeza. Acto seguido, se puso de pie y se retiró a sus aposentos.


Llegó la mañana. Una vez más se reunieron todos en el salón para desayunar. Luego, ya listas para partir, ambas familias se dispusieron a despedirse. Era una situación en extremo embarazosa. Tomando la iniciativa, Rosamund se acercó a los Leslie y extendió la mano a Adam, que se la besó.

El conde le brindó una parca sonrisa.

– Gracias por cuidar de mí, señora -la saludó y también besó su mano enguantada.

Rosamund acarició la hermosa cara de Patrick.

– Adiós, amor mío -susurró, y escudriñó su rostro por última vez en busca de una reacción, una señal, algo. Cualquier cosa. No vio nada Dejó caer su mano, dio media vuelta y salió por la puerta principal Afuera la esperaba su caballo. Lo montó sin ayuda de nadie. Escuchó detrás de ella las voces de Tom y Philippa saludando a los Leslie. Finalmente, la joven y su comitiva bajaron por el sendero de entrada y tomaron la calle principal.

Adam se quedó mirándolos hasta que desaparecieron tras una curva.

– ¿No recuerdas nada, padre? ¿Nada?

– Nada. Ojalá pudiera, porque es una dama realmente encantadora, pero no logro recordar. No estoy fingiendo y mi último deseo sería engañar a esa mujer. Vamos a casa, Adam. Siento que hace siglos que me ausenté de Glenkirk.


Tom había contratado a dos docenas de hombres armados para que los escoltaran durante el viaje. A medida que avanzaban por la carretera, Rosamund se sentía más ansiosa por llegar a Friarsgate. El primer día ordenó apurar la marcha sin detenerse hasta que se pusiera el sol y la luz del crepúsculo cubriera la tierra. Pasó de largo la confortable posada que había elegido Tom para pernoctar y tuvieron que refugiarse en el establo de un granjero, sin siquiera recibir una cena frugal.

– No puedes tratar así a estos hombres -le recriminó Tom, enojado.

– Necesito llegar a casa. ¡Moriré ahora mismo si no regreso a casa!

– Philippa no puede dormir encima de una parva de heno. No tenemos nada para comer, ¡maldición!

– Dale unas monedas a la esposa del granjero y les preparará algo de comer.

Por lo bajo, Tom lanzó una sarta de palabrotas.

– ¡No te conocía ese vocabulario, primo! -rió Rosamund sin la menor alegría.

A la mañana siguiente, Tom pagó a la esposa del granjero más dinero del que esta había visto en su vida para que los alimentara. Pese a la buena voluntad y el esfuerzo de la mujer, la comida resultó poco sustanciosa. Rosamund casi no probó bocado y ordenó a los demás que se apresuraran.

Sin que le dijeran nada, dos hombres armados subieron de un salto a sus caballos y corrieron detrás de ella, mientras el resto de la guardia terminaba de comer.

– ¿Qué diablos le ocurre? -preguntó Tom a Maybel mientras cabalgaban juntos.

– La angustia ha consumido sus fuerzas y solo podrá recuperarlas en Friarsgate. Espoleará a su caballo hasta agotarlo con tal de llegar a casa.

– Pero ni Philippa ni Lucy podrán seguirle el ritmo.

– Yo haré lo que tenga que hacer. Philippa y Lucy son jóvenes y sobrevivirán. Todos llegaremos sanos y salvos a Friarsgate.

Al mediodía Tom logró convencer a Rosamund de detenerse en una posada confortable para que los animales pudieran descansar. Luego, ordenó un abundante almuerzo para todos, pues sabía que la joven los obligaría a cabalgar a galope tendido hasta que cayera la noche. También sabía que se estaban acercando a la frontera.

– Podemos pernoctar en Claven's Carn -sugirió Tom.

– De ningún modo -replicó su prima con frialdad-. No me detendré allí.

– Entonces hagamos un alto aquí. Ayer cabalgamos hasta el límite de nuestras fuerzas.

– No. Pasaremos Claven's Carn y mañana al mediodía estaremos en Friarsgate.

– ¡Demonios, Rosamund! Sabes muy bien que entre Claven's Carn Y Friarsgate no hay ningún sitio donde descansar. Dormiremos en el campo, si es necesario.

– ¿Acaso pretendes que Maybel, Lucy y Philippa duerman en el Pasto? -gritó Tom con la cara roja de ira.

– Si no hubieras tenido la peregrina idea de invitar con vino y comida a todo el mundo, ahora estaríamos mucho más cerca de Friarsgate.

– ¡Te has vuelto loca!

– ¡Necesito regresar a casa, Tom! ¿Es tan difícil de entender?

– ¡No, pero nos matarás a todos con tu maldita obstinación! Pasaremos la noche en Claven's Carn, ¡y no se hable más!

– Vayan ustedes. Yo no iré -replicó, implacable.

Como solía suceder en primavera, el tiempo cambió abruptamente El cielo, que a la mañana había estado despejado, se llenó de nubes y, al caer el sol, comenzó a lloviznar. A lo lejos, divisaron las dos torres de Claven's Carn, que perforaban el plomizo cielo del crepúsculo.

– Descansaremos allí esta noche -dijo Tom al capitán de la patrulla armada-. Diga a uno de sus hombres que se adelante y solicite albergue para lady Rosamund antes de que cierren los portones.

– ¡A sus órdenes, milord! -obedeció el capitán y llamó a uno de los guardias.

– El señor Logan Hepburn no va a negarnos su hospitalidad -susurró Tom a Maybel.

– No, y su esposa tampoco. Pero te advierto que tu prima se enfadará contigo y no dará el brazo a torcer. La conozco de toda la vida y sé que cuando se le mete algo en la cabeza no hay nada que pueda doblegar su voluntad. Sin embargo, confieso que nunca la vi tan obstinada como ahora. Mientras haya un hilo de luz insistirá en continuar el viaje.

– Los caballos no resisten más.

– Entonces ve y trata de hacerla entrar en razones.

Tom azuzó su corcel y se adelantó para alcanzar a su prima.

– Rosamund, sé razonable, te lo suplico… -La joven cabalgaba con la mirada fija hacia delante. -Si no sientes piedad por los jinetes, apiádate al menos de los caballos. Están exhaustos y necesitan descansar.

– Nos detendremos cuando hayamos pasado Claven's Carn y atravesado la frontera. Aún no es de noche, Tom. Podemos avanzar unas cuantas leguas antes de que la oscuridad nos impida ver el camino.

Lord Cambridge apretó los dientes, tratando de mantener la calma, y en un tono neutro le explicó:

– No discutiría contigo si el tiempo ayudara, pero está lloviendo cada vez más. Será una de esas lluvias de primavera que duran toda la noche. No puedes obligar a Maybel, Lucy y Philippa a cabalgar bajo el agua. Además, piensa en los animales. No habrá luna hoy, prima, ¿cómo haremos para ver el camino en la oscuridad? Si no nos refugiamos en Claven's Carn nos calaremos hasta los huesos y alguno de nosotros podría morir de pulmonía.

– Los hombres iluminarán el camino con antorchas.

– Sé que estás sufriendo, Rosamund… -empezó a decir Tom, pero su prima levantó la mano con firmeza y lo hizo callar.

– Quédense en Claven's Carn, si así lo desean. Yo pienso seguir.

– ¿Qué problema hay en que pernoctemos allí?-alzó la voz su primo, incapaz de contener su enojo e impaciencia-.De todos modos, no llegaremos a Friarsgate hasta mañana.

– Llegaré antes si no me detengo.

– ¡Te has vuelto rematadamente loca! -exclamó. Luego hizo girar su caballo y volvió al lado de Maybel. -Dice que nosotros podemos quedarnos en Claven's Carn, pero que ella continuará el viaje.

– No te preocupes, milord. Deja que lo crea. Le pediremos al amo de Claven's Carn que vaya tras ella y la convenza de refugiarse en su casa. No vacilará en hacerlo, pues sigue enamorado de Rosamund, por más buena que sea su esposa.

– No digas disparates, Maybel. ¡Mi prima detesta a Logan Hepburn! Si le dice que venga, ella se irá; si le dice que doble a la derecha, ella doblará a la izquierda.

– Es cierto, es cierto. Pero el señor jamás permitirá que su amada cabalgue en medio de la tormenta, aunque la muy terca se resista. Ya Verás cómo la trae de vuelta -aseguró Maybel y soltó una carcajada.

– Eres una vieja ladina.

– Conozco muy bien a mi niña.

Cuando llegaron al camino que subía la colina donde se hallaba Claven's Carn, vieron que se acercaba el guardia que había sido enviado para solicitar albergue. Rosamund ordenó a la comitiva que detuviera la marcha.

– El señor y su esposa les dan la bienvenida -anunció el hombre. Necesito que dos de sus guardias me acompañen e iluminen el camino con antorchas -ordenó la joven al capitán-. Quiero avanzar lo máximo posible esta noche. El resto de sus hombres puede irse con mi primo, mi hija y las mujeres.

El capitán hizo un gesto negativo con la cabeza.

– Señora, nos contrataron para escoltarla hasta Friarsgate, y eso haremos, sin duda. Pero no expondré a mis caballos a una muerte segura, que es lo que hallarán si andan toda la noche bajo la lluvia, sin alimentarse ni descansar como es debido.

– Le daré nuevos caballos.

– Matará a mis hombres. ¡La respuesta es no! Mire a su alrededor señora. Esa neblina que está cubriendo las colinas muy pronto se convertirá en una densa niebla y ya no se podrá ver nada, ni siquiera con una antorcha. Le aconsejo quedarse aquí.

– No me detendré ahora. Deme una antorcha y continuaré el viaje sola.

Tom sentía que la cabeza le iba a estallar, pero, de pronto, recordó las palabras de Maybel.

– ¡Entréguele la maldita antorcha! -ordenó al capitán.

– ¡No, milord!

Tom lo hizo callar con la mirada.

– Sí, milord -se retractó el capitán y tendió a Rosamund su propia antorcha-. Por favor, señora, quédese aquí.

Ignorándolo, la joven se alejó de la comitiva y fue entrando en la niebla hasta convertirse en un punto de luz.

Presididos por Tom, las mujeres y los guardias armados subieron el camino que conducía a la propiedad. Pese a la lluvia, Logan los recibió en la explanada y, al echar un vistazo a la comitiva, descubrió con gran pesar que faltaba Rosamund. Lord Cambridge notó la sorpresa de Logan y, tras apearse de su cabalgadura, le dijo:

– Debemos hablar de inmediato y en privado, Logan Hepburn.

El amo de Claven's Carn no emitió réplica alguna e invitó a los huéspedes a ingresar en la casa, donde lady Hepburn los aguardaba con impaciencia. Tras saludarlos, Jean los condujo al salón y Logan se retiró con Tom a su pequeña biblioteca, donde comenzaron a hablar si siquiera sentarse.

– ¿Qué ha ocurrido?

– Intentaré ser lo más sintético posible. Cuando llegamos a la posada de Edimburgo, el conde de Glenkirk sufrió un ataque cerebral y estuvo al borde de la muerte. El rey Jacobo envió a su propio médico, un moro eminente, y entre el doctor y Rosamund lograron salvarle la vida. Pero, por desgracia, la enfermedad borró una parte de su memoria. No podía recordar los dos últimos años de su vida. ¿Comprendes lo que te estoy diciendo?

– O sea que no recordaba a Rosamund -contestó Logan, con una mezcla de pena y alegría.

– Ella lo cuidó con amor y devoción durante un mes hasta que Patrick recuperó las fuerzas y estuvo en condiciones de regresar a su hogar. Pero, dadas las circunstancias, la boda debió ser cancelada. Mi prima está embargada por el dolor y la furia, y ahora, mientras estamos hablando, cabalga sola bajo la tormenta rumbo a Friarsgate.

– ¡Por Dios! -gritó horrorizado.

Tom estuvo a punto de sonreír, pero se contuvo. Maybel había acertado.

– ¿Rosamund está allá afuera, completamente sola y mojándose bajo la lluvia? ¿Cómo permitiste semejante cosa? ¿Estás loco? -rugió el señor de Claven's Carn.

– Fue imposible detenerla. Imposible. Es una mujer muy testaruda y necesita volver a Friarsgate para recobrar las fuerzas.

– ¡Pero puede morir de pulmonía!

– Tal vez tú consigas que entre en razones, Logan Hepburn.

– ¡Como si fuera tan fácil! Preferiría lidiar con una loba… De todas laneras no permitiré que ponga en peligro su vida, por muy apenada que esté. Saldré a buscarla de inmediato. Ve al salón y explícale la situación a mi esposa. Quiero que Jeannie se prepare para la llegada de Rosamund, que, mucho me temo, no será nada pacífica.

– Gracias, Logan Hepburn -dijo Tom con calma.

– Sabías que iría tras ella…

– Yo no, Maybel.

Volvieron al salón donde los huéspedes se calentaban junto a las chimeneas. Logan se acercó a su esposa, le murmuró algo al oído y dejó a Tom a cargo de las explicaciones. Pidió a sus sirvientes la capa y el caballo. Luego, portando una antorcha, salió a medio galope bajo la tormenta. Tomó el camino que atravesaba la frontera con Inglaterra. Avanzó despacio, pues la niebla y la oscuridad se hacían cada vez densas. Rosamund llevaba un cuarto de hora de ventaja, pero él la alcanzaría y la haría volver a Claven's Carn.

El caballo se movía de manera cautelosa, pero constante, y en los tramos donde la niebla se levantaba, apuraba la marcha. En un momento, Logan divisó la tenue llama de la antorcha y quiso cabalgar a toda velocidad, pero era muy peligroso. Por unos instantes la niebla se levantó y entonces jinete y caballo salieron disparados como una flecha. La distancia entre ellos era cada vez más corta. Logan podía ver el corcel de la joven. Aprovechando un nuevo claro en el camino, espoleó los flancos de la montura y galopó hasta colocarse justo detrás de Rosamund. Logan rugió su nombre, pero un estrepitoso trueno tapó los gritos. Entonces, avanzó y se puso a la par de ella, quien, concentrada en el camino, al principio no advirtió su presencia.

– ¡Por qué eres tan endemoniadamente testaruda! -la regañó. Con una rápida maniobra logró alzarla, tirarla de su corcel y colocarla delante de él en su caballo. Aferrándola con fuerza de la cintura, soportaba estoico los puñetazos de la joven.

Rosamund había gritado de espanto al oír la voz de un hombre y luego ser arrancada de su caballo. Pero enseguida se dio cuenta de quién era su captor.

– ¡Suéltame, maldito villano!

– Ha sido una maravillosa cacería, señora, pero ahora volverás conmigo a Claven's Carn.

– ¡Jamás! -Y le asestó varias trompadas para liberarse de sus garras.

– Sé lo que te ocurrió. Lo siento de veras. Pero si te hubieras casado conmigo, nada de eso habría pasado.

– ¡No quería casarme contigo!¡Te expliqué que no estaba preparada para volver a contraer matrimonio! Pero tú insistías con lo mucho que ansiabas tener un heredero. Me trataste como a un animal de cría.

– No era esa mi intención. Pensé que sabías que te amaba… ¡Y sigo amándote! Supuse que te alegraría la posibilidad de darme un heredero. ¿Acaso no le diste tres hijas a Owein Meredith? -le gritó. Hizo girar al caballo y vio con alivio cómo el corcel de Rosamund los seguía detrás.

– ¿Supusiste? No, maldito fronterizo. ¡Lo diste por sentado! Ni siquiera me preguntaste. Sólo te importaban tus deseos y necesidades, nunca me dijiste que me amabas y que por eso querías que fuera la madre de tus hijos. ¡No! Me anunciaste que vendrías a desposarme el Día de San Esteban y que luego procrearíamos a tu anhelado heredero. ¡Jamás me preguntaste qué deseaba yo, Logan Hepburn! Ahora, bájame y déjame seguir mi camino.

– No, señora. Aunque me lleve la noche entera, regresarás conmigo a Claven's Carn. Comerás algo caliente y dormirás en una cama seca y confortable. Y ese pobre y vapuleado caballo podrá descansar.

– Ay, es inútil. Otra vez estás diciéndome lo que tengo que hacer. ¡Pues no lo haré! ¡No eres mi amo!

– ¡Cállate! -gruñó Logan y luego, en un irrefrenable impulso, la besó. Sintió un fuerte mareo cuando lo envolvió el sutil, pero poderoso aroma a brezo de la joven.

Rosamund le dio vuelta la cara de una bofetada, y se quedó en silencio, atónita. Nadie la había besado desde Patrick Leslie.

Cabalgaron muy despacio, como si no fueran a llegar nunca, hasta que finalmente doblaron en el sendero que desembocaba en Claven's Carn. En la explanada, Logan la bajó del caballo y se deslizó de la montura. Rosamund miró a su alrededor y le pegó un feroz puñetazo que lo hizo tambalear y prorrumpir en una risa incontrolable. La joven se encaminó hacia la casa a paso vivo. Logan la siguió, frotándose la mandíbula.

Cuando la dama de Friarsgate ingresó en el salón, Jeannie se apresuró a socorrerla.

– ¡Pobrecita! -exclamó con voz compasiva-. Siéntate junto al fuego. Comprendo la desesperación por llegar a tu hogar, pero no debes agotarte, Rosamund. Necesitas descansar. Ojalá no hayas contraído un resfrío o una pulmonía. ¡Las lluvias de primavera son de lo más traicioneras! -Le quitó la capa bañada en agua y le acercó una silla. -¡Tam, trae vino para la señora! -Ordenó a uno de los sirvientes-. Logan, sácale las botas y caliéntale los pies como lo haces conmigo.

– Por favor, señora, no me gusta causar problemas. Estaré bien Agradezco sus buenas intenciones, pero debieron dejarme sola. Habría llegado a Friarsgate a la mañana.

– Estabas a menos de dos millas de aquí -dijo Logan mientras se arrodillaba y le quitaba las botas que Jeannie colocó junto al fuego para que se secaran.

– Los pies, Logan -repitió sonriendo a Rosamund-.Verás cómo los calienta en un segundo. Debes de estar muerta de hambre; te traeré un plato de comida -Se retiró agitada. El embarazo era mucho más notorio que la última vez que se habían visto, a finales de marzo.

Rosamund se sobresaltó cuando sintió las grandes manos de Logan en uno sus pies.

– ¿Qué haces? -preguntó sacudiendo la pierna.

– Sigo las instrucciones de mi esposa, señora -dijo con voz suave, pero mirándola maliciosamente.

Rosamund se dio cuenta de que él quería pelear, pero en lugar de discutir, le contestó:

– Está bien, pero apresúrate, Logan Hepburn. Estoy helada. ¿Dónde está mi familia?

– Supongo que ya habrán comido y se habrán ido a dormir. Ya es tarde.

Una mano sostenía el pequeño pie de la joven y la otra lo frotaba con delicadeza. Logan sintió un deseo irresistible de besar esa piel suave y tersa, pero lo reprimió.

– Tus masajes están empezado a surtir efecto.

– Es un experto en esos menesteres. -acotó Jeannie con entusiasmo, portando un plato con comida para la huésped.

A Rosamund le costaba comer. Desde que había llegado a Edimburgo y visto al conde enfermo, apenas había probado bocado y la comida, lejos de provocarle placer, le causaba repugnancia. No obstante, procuró alimentarse para no desairar a su anfitriona.

– Comprendo tu falta de apetito -dijo Jeannie retirándole el plato-. Al menos has ingerido algo sólido. -Su mirada transmitía una compasión y una bondad genuinas.

Rosamund asintió, al tiempo que procuraba contener las lágrimas

– ¿Sus pies ya están bien calientes? -preguntó lady Hepburn a su esposo.

– Sí.

– Entonces, tráele una copa de vino a Rosamund. -Cuando él se marchó, añadió-: Me di cuenta de que tenías ganas de llorar, pero no querías hacerlo delante de un hombre. Sé el infinito dolor que estás sufriendo y lo lamento muchísimo.

Rosamund asintió una vez más, sin decir una palabra. Luego giró la cabeza y se puso a contemplar el fuego.

Cuando Logan volvió con la copa de vino, su esposa lo detuvo con la mano y, colocando el dedo índice en sus labios, le ordenó silencio.

– Se ha quedado dormida -explicó Jeannie.

– La llevaré a su alcoba.

– No, podrías despertarla. Dejemos que descanse junto al fuego. Cúbrela con la capa, que ya está seca. Dormirá toda la noche, ya verás. Ahora, vayamos a la cama, Logan.

– Ve tú primero, pequeña. Yo me aseguraré de que todo quede bien cerrado.

– De acuerdo -asintió y salió del salón.

Como todas las noches antes de acostarse, Logan se fijó que hubieran atrancado y echado el cerrojo a las puertas y ventanas que daban al exterior. Comprobó que las lámparas estaban apagadas y que el fuego de las chimeneas estaba controlado. Luego, reingresó al salón y se sentó frente a Rosamund. Su rostro le resultaba muy familiar, pues soñaba con él todas las noches. Recordó a la niña que había conocido en la feria del ganado en Drumfie, varios años atrás. Se había enamorado de ella al instante. ¿Por qué el destino la había apartado de sus brazos? Resignado, meneó la cabeza y, temiendo que su mujer comenzara a preocuparse, se levantó de la silla. La joven seguía durmiendo.


Cuando Logan apareció en el salón a la mañana siguiente, Rosamund ya estaba despierta y discutía acaloradamente con el capitán de los hombres armados.

– ¡Todavía nos falta un día de cabalgata! -profirió la dama de Friarsgate.

– ¡Usted está loca, señora! ¡No la acompañaré un paso más! -Replicó el capitán con firmeza-. ¡Casi mata a mis hombres y mis caballos! Pague lo que nos debe y nos marcharemos.

– Pero es sólo un día más… -suplicó Rosamund-. No pretenderá que tres damas indefensas y un solo caballero viajen este último tramo del camino sin la protección de una escolta armada. Es el trayecto más peligroso, pues corremos el riesgo de que nos ataquen tanto los escoceses como los ingleses. Lo contratamos para que nos llevara a Friarsgate.

– ¡Ni un paso más, milady! Páguenos ahora mismo.

– Págale -intervino Logan-. Ya no puedes seguir confiando en él. Si insistes, lo único que conseguirás es que te arrebate el dinero por la fuerza cuando estén fuera del alcance de Claven's Carn, y que luego los abandone. Los hombres de mi clan y yo los escoltaremos hasta tu casa.

Por primera vez, Rosamund no discutió con Logan. Por más dolor que sintiera, no era tan necia como para rechazar la oferta. Sacó de su vestido una bolsa de cuero llena de monedas, la abrió, vació un tercio del contenido en su mano y lo guardó en un bolsillo. Luego cerró la bolsa y se la entregó al capitán.

– Usted fue contratado para llevarnos a Friarsgate y no a Claven's Carn. Le estoy pagando hasta donde nos ha acompañado. ¡Ahora llame a sus hombres y aléjese de mi vista!

Inclinando la cabeza, el capitán saludó al señor de la propiedad y salió caminando a paso vivo.

– No quiero estar en deuda contigo, Logan Hepburn.

– No me debes nada. Aunque seas inglesa, eres la vecina más cercana y sería muy descortés de mi parte si no te escoltara hasta Friarsgate en estas circunstancias.

– No quiero perder más tiempo aquí.

– Partiremos tan pronto como tu familia esté lista.

– ¿Cómo está tu hijo?

El duro rostro de Logan se iluminó de alegría.

– Es un niño fuerte y hermoso. Dicen que es mi viva imagen. Tal vez lo sea, pero no hay duda de que heredó el carácter de la madre.

Rosamund no pudo evitar sonreír.

– Entonces eres muy afortunado, Logan.

– ¿Qué quieres decir?

– Mejor no discutamos el tema, milord.

– Tienes razón, pues tú y yo jamás nos pondremos de acuerdo, ¿verdad, Rosamund?

– Ya no me atrevo a predecir el futuro, Logan Hepburn. Alguna vez pensé que podía preverlo, pero lo ocurrido esta primavera me demostró lo contrario.

Tom entró en el salón, seguido por Maybel, Philippa y Lucy.

– ¡Ah, veo que te has levantado! -saludó a su prima con jovialidad.

– No me sonrías así, ¡traidor! Te advierto que la guardia armada cobró su paga y desapareció. El capitán se rehusó a continuar el viaje. Pero, por suerte, el señor de Claven's Carn se ha ofrecido amablemente a escoltarnos hasta mi casa.

– ¡Qué barbaridad! ¡Están todos levantados! -Exclamó Jeannie al ingresar al salón-. Me temo que soy una pésima anfitriona. -Corriendo de aquí para allá, ordenó a sus criados que sirvieran el desayuno.

– Los guardias armados se esfumaron -informó Logan a su esposa-. He decidido reunir a mis hombres y acompañarlos hasta Friarsgate. Volveremos a la noche, querida. -Besó la frente de Jeannie.

– ¡Por supuesto! -Dijo Jeannie-. Es el tramo más peligroso, con esos temibles bandidos acechando en las colinas. Consigue todos los hombres que puedas; de ese modo evitarás que los ataquen. -Luego miró a Rosamund y le sonrió-He descubierto que los fronterizos, sean escoceses o ingleses, suelen actuar de manera impulsiva y precipitada.

Rosamund esbozó una sonrisa.

– Sí, es cierto.

Sirvieron la comida en la mesa del salón. Lucy tuvo que ir a la cocina junto con los demás criados, pero Maybel fue tratada como una huésped de honor, por haber sido una fiel servidora de su ama y por ser la esposa de un Bolton. Había potaje de avena caliente, crema, miel, rebanadas de pan fresco, huevos duros, mantequilla dulce recién hecha, mermelada de frutillas, cerveza y vino rebajado con agua.

– ¡Philippa! -La amonestó su madre cuando la niña indicó a un criado que le sirviera cerveza en su copa-. Solo puedes beber el vino o agua.

– ¡Mamá! ¡Ahora tengo nueve años!

– Tendrás que esperar a los doce para beber cerveza en el desayuno

– Tu madre nunca bebía cerveza -intercedió Maybel.

– ¡Uf! -se quejó la niña, pero luego aceptó el vino aguado que le ofrecía uno de los sirvientes.

– Recuerdo cuando yo tenía nueve años -dijo Jeannie con una sonrisa-. Es una edad muy difícil para una mujercita.

Cuando terminaron de comer, Logan anunció que reuniría a sus hombres y que partirían a la brevedad y se retiró de la estancia.

Una vez finalizados los preparativos del viaje, Rosamund agradeció a la anfitriona por su generosa hospitalidad. Nadie habló de la renuencia de la dama de Friarsgate a alojarse en Claven's Carn la noche anterior.

Las dos mujeres se abrazaron y Jeannie manifestó:

– Rosamund, quiero pedirte un favor. ¿Te gustaría ser la madrina de mi próximo hijo?

– Estoy segura de que encontrarás a alguien más apropiado que yo.

– No. Las cuñadas de Logan me odian desde que le pedí a mi esposo que los hermanos vivieran en sus propias casas. Trataban de menoscabar mi autoridad en Claven's Carn y se abusaban de mí porque me consideraban una joven tonta e ingenua, pero yo me daba cuenta de todo. Cuando Logan me preguntó qué deseaba a cambio de haberle dado un hijo, le dije que lo pensaría. Luego de ver la rudeza con que te trataron en tu visita anterior, le pedí que mis cuñados y sus familias vivieran en sus casas. Logan aceptó sin chistar, pero a cambio nombró padrinos de mi hijo a sus hermanos y esposas. Los hermanos quedaron contentos, pero las mujeres no.

– ¿Y tu familia?

– Mi familia vive en el lejano norte y soy apenas un vago recuerdo para ellos. Por favor, Rosamund, dime que serás la madrina de mi hijo. Eres la única amiga que tengo.

Conmovida por las súplicas de Jeannie, Rosamund sonrió y le dijo:

– Si tu esposo lo aprueba, será un honor para mí ser la madrina de tu niño, Jeannie Hepburn.

"¡Maldición! -Pensó-, ¿acaso nunca podré liberarme de los Hepburn?". Besó a la joven en la mejilla, dio media vuelta y salió.

Logan con sus hombres, Tom, Philippa, Lucy y Maybel la esperaban en la explanada. Descendieron por el sendero hasta el camino. El día era soleado y nubes de diversas tonalidades surcaban el cielo, mecidas por el viento. Las colinas relucían de un fresco verdor y aquí y allá se veían ovejas pastando. En dos oportunidades divisaron grupos de bandidos que bajaban por las laderas, amenazantes. Pero al advertir que la comitiva de Logan Hepburn era demasiado numerosa, dieron media vuelta y se alejaron.

– Gracias por la compañía -dijo Rosamund a Logan cuando vio la segunda banda de asaltantes.

– En mi opinión, serías capaz de enfrentar a cualquier forajido que intentara robarte, Rosamund, pero más vale prevenir que curar -replicó Logan jocoso y espoleó a su caballo.

Tom se acercó a su prima.

– Al fin, Rosamund. No te había visto tan tranquila desde que partimos de Edimburgo. ¡Estoy contentísimo!

– Tenías razón anoche.

– Lo sé.

La joven le propinó una cariñosa bofetada y enseguida volvió a ponerse seria.

– Nunca me he sentido tan desdichada, Tom. Jamás superaré esta desgracia, jamás. No puedo creer que todo haya terminado y que Patrick haya desaparecido de mi vida.

– Tal vez, con el tiempo, recupere la memoria, prima… -empezó a decir Tom, pero ella lo detuvo con la mano.

– No. No me preguntes por qué, pero sé que ya no me recordará, como supe desde un primer momento que algún día nos separaríamos.

– ¿Qué harás ahora?

– Antes que nada, te aseguro que no volveré a casarme. Me ocupare de mis responsabilidades, que son mis hijas y Friarsgate. Philippa ya está grandecita y es hora de empezar a buscarle un marido. Además tú y yo iniciaremos una nueva empresa. Todas esas actividades llenarán de sobra mis días.

"Pero no mis noches ni mi corazón" -pensó en silencio.

Habían salido cuando el sol despuntaba por el horizonte; hacia el mediodía Rosamund empezó a reconocer el paisaje y a sentir que se aproximaba a su hogar. Cuando llegaron a la cima de una colina, vieron el lago, los prados salpicados de ovejas y corderos, el ganado pastando, los cultivos en su máximo esplendor. Vieron a los pobladores de Friarsgate atareados en sus labores. A medida que descendía por la ladera, Rosamund saludaba a todos cuantos se cruzaban en su camino. Un niño corrió delante de la comitiva para anunciar el arribo de la señora. La joven se preguntó si acaso el pueblo se había enterado de su tragedia, pero supuso que Edmund se habría ocupado de informar a todo el mundo. Sonrió a los niños que agitaban sus manos desde los huertos en flor. Era un día igual a aquel cuando había regresado a Friarsgate con Patrick, un año atrás.

Su tío salió a recibirlos cuando llegaron a la casa. Lo acompañaba el padre Mata. Rosamund se deslizó de la montura y Edmund ayudó a bajar a Maybel. Philippa y Lucy se dirigieron al interior de la propiedad.

– ¡Oh, sobrina, lamento tanto tu desgracia! -exclamó Edmund.

– Gracias, tío. Por favor, ordena que den de comer a Logan y su clan. Volverán a Claven's Carn hoy mismo. Yo estoy extenuada y deseo retirarme a mis aposentos. -Luego volteó hacia Logan-Gracias, milord -dijo y desapareció.

– Bueno, al menos no te dio un golpe esta vez. Tienes un lindo moretón en la mandíbula -bromeó Tom, y juntos ingresaron a la casa.

– ¿Qué pasó? -preguntó Edmund, siguiendo a los dos hombres.

– Yo no sé nada, querido -respondió Maybel-. Cuando lograron rescatarla de la tormenta y de su propia locura, yo dormía en la cama como un lirón. Tom te contará todos los detalles. ¡Ah, agradezco a Jesús y la Madre Bendita por haber regresado sana y salva! ¿Annie los cuidó bien?

– Hizo un excelente trabajo -aseguró Edmund.

– Te noto preocupado, esposo mío. ¿Qué ocurre?

– El mismo día en que emprendieron el viaje a Edimburgo llegó un mensaje del rey. Como tenía el sello real, me tomé el atrevimiento de abrirlo y leerlo. Decía: "Se ordena a la dama de Friarsgate visitar al rey Enrique en Greenwich". Sabiendo que ella estaría ausente bastante tiempo, envié una respuesta explicándole que no se hallaba en Friarsgate, y que le transmitiría el mensaje en cuanto regresara. Entregué la carta al mismo emisario real que trajo la misiva de Su Majestad, pero no he recibido ninguna respuesta.

– Debes informar a nuestra sobrina de inmediato.

– Mejor mañana, querida. Ahora está exhausta y desconsolada. Dejemos que pase la noche en paz antes de atosigarla con nuevas preocupaciones.

– De acuerdo, tienes razón.


Logan Hepburn y sus hombres se quedaron suficiente tiempo como para restaurar sus fuerzas con una buena comida y permitir que los caballos descansaran y se alimentaran. Partieron a la tarde temprano y Tom los despidió.

Desde una de las ventanas superiores, Rosamund observó cómo se alejaban. Logan miró hacia arriba al salir de la explanada, pero no la vio, pues la joven se había ocultado en un rincón oscuro, preguntándose por qué había volteado hacia la casa. Luego encogió los hombros, se metió en la cama y durmió hasta la primera luz de la mañana. Cuando despertó no sabía dónde se encontraba, pero al instante una corriente de felicidad fluyó por todo su cuerpo y supo exactamente dónde estaba. Se levantó, se vistió, salió de su alcoba y descendió despacio las escaleras. Los sirvientes estaban iniciando sus actividades. Desatrancó la puerta principal y salió al exterior.

El aire del amanecer era fresco y la hierba de los reverdecidos prados emanaba una dulce fragancia. Escuchó el tenue mugido de las vacas Y el balido de las ovejas. Los pájaros cantaban jubilosos por la plenitud de la primavera. Miró hacia el este y vio cómo la esfera roja y brillante comenzaba a elevarse. El horizonte estalló en múltiples colores: dorado, lavanda, escarlata y naranja. Era un espectáculo de una belleza tan extraordinaria que Rosamund se echó a llorar. Por fin estaba en Friarsgate, su preciado refugio. Pero Patrick Leslie, conde de Glenkirk, había desaparecido para siempre. "No podré seguir viviendo sin él -pensó enjugándose las lágrimas de la cara-. Debería estar conmigo ahora, contemplando este hermoso amanecer, oliendo la dulzura del aire, amándome". Pero eso era imposible.

– ¿Cómo haré para soportarlo? -susurró-. ¿Cómo haré para vivir sin ti, Patrick?

Debía continuar, no tenía alternativa. Las responsabilidades la reclamaban: Friarsgate, Philippa, Banon y Bessie. Podía llorar su pena en la soledad de su alcoba, pero tenía que ocuparse de sus tierras y sus hijas.

Cuando regresó a la casa, la estaba aguardando el tío Edmund.

– Será un día espléndido. ¿Ya has comido, tío?

– No.

– Entonces, desayunemos juntos.

– ¿No deseas asistir a misa primero?

– Hoy no. Siéntate.

– Mientras estabas fuera llegó este mensaje para ti y me tomé el atrevimiento de responderlo -informó Edmund tendiéndole la carta. Rosamund la abrió y leyó el contenido. -No tengo tiempo para ver al rey en estos momentos. -Parece más una orden que una amable invitación, sobrina. -Iré dentro de unos meses. -No debes desoír la orden del rey.

– Lo sé. Iré al palacio después de la cosecha y regresaré antes del invierno. No quiero alejarme otra vez de Friarsgate.

– Me pregunto qué querrá el rey Enrique de una simple campesina.

– Yo también me lo pregunto.

Evidentemente, Enrique no la quería para saciar su apetito carnal. En la corte había miles de mujeres dispuestas, si no ansiosas, a satisfacer sus deseos. Entonces, ¿por qué motivo había enviado por ella? Tras cavilar unos instantes, creyó hallar la respuesta. Cuando Tom le contó a lord Howard que Rosamund era su prima y que había estado en la corte durante su infancia, el embajador inglés comenzó a atar cabos. Fuera como fuese, Enrique Tudor tendría que esperar hasta que estuviera lista y con fuerzas suficientes para emprender un nuevo viaje. No estaba en condiciones de enfrentarse con su rey en esos momentos.


Pasó un mes y empezó junio. Desde el sur llegaban noticias de que el rey de Inglaterra había partido hacia Francia con un gran ejército de dieciséis mil hombres, caballos y toda la artillería necesaria para las batallas venideras. Enrique VIII esperaba la contienda con una ansiedad infantil. Pero los consejeros estaban nerviosos porque el monarca no tenía herederos. ¿Qué pasaría si moría en combate? ¿Inglaterra volvería a desangrarse en una guerra civil?

El verano transcurrió de manera pacífica en Friarsgate. Tom pasó la mayor parte del tiempo supervisando la construcción de su nueva casa en Otterly. De vez en cuando visitaba a Rosamund y contaba anécdotas divertidas sobre la obra. La nueva residencia estaría lista para ser habitada a fines de otoño, pero los sirvientes ya se habían trasladado desde Londres e instalado en la casa a medio construir, llevando carros repletos de muebles y adornos.

Lord Cambridge llegó a Friarsgate deseoso de contar las últimas novedades. Por orden del rey, los orfebres de Londres habían fabricado magníficos arneses y arreos para el corcel de guerra de Enrique Tudor, que costaban lo mismo que veinte piezas de artillería de bronce. Además, se habían gastado mil libras en medallas, insignias, broches y elegantes cadenas, todos hechos con oro macizo, de manera que, cuando el monarca se quitara la armadura y la túnica de cruzado, su casaca real resplandeciera como un sol. El emperador Maximiliano le había enviado una ballesta de plata dentro de una caja bañada en el mismo metal. Y también las armas del monarca ostentaban un lujo formidable.

– ¡Me muero de rabia por no haber visto todo eso con mis propios ojos! -se lamentó Tom.

– Enrique siempre fue muy celoso de su apariencia, y no me extrañaría que gastara el tesoro de su padre con tal de lucir espléndido.

Hay más, querida niña. Se instalaron fábricas de cerveza para abastecer al ejército y la armada, y se contrataron no sé cuántos cerveceros, molineros y toneleros. Llegaron a elaborar cien toneladas por día.

Una vez llenados los barriles, los metían en unas profundas trincheras y las cubrían con tablones, encima de los que echaban, además, turba. Pese a la generosidad del rey, los soldados se quejaron de que la cerveza era demasiado agria y pidieron que les mandaran la de Londres, pero también les resultó agria. Sospecho que la culpa la tiene la excesiva humedad de la costa. De todos modos, la flota partió con sus hombres sus caballos y su agria cerveza, y llegó a Francia sana y salva.

– Entonces Enrique ha de estar muy entretenido y no notará que no he respondido a su llamado.

– Pero en algún momento tendrás que asistir a la corte. Yo te acompañaré, querida. No te dejaré en manos del rey ahora.

Luego se enteraron de que el rey había llegado a sus posesiones de Calais, donde los ciudadanos lo habían acogido con fervor y algarabía. Sin embargo, al poco tiempo Enrique se encontró con que era el único defensor de la Santa Liga. Su suegro, el rey Fernando de Aragón, se negaba a abandonar España con la excusa de que estaba "demasiado viejo y demasiado loco para soportar una guerra". En realidad, como se supo más tarde, Fernando era un enfermo de avaricia que no estaba dispuesto a dilapidar dinero en una guerra que otros podían pelear por él. Venecia no envió tropas, y en esa ciudad se rumoreaba que hasta el Santo Padre había adoptado una posición neutral, ya que la tan planificada ofensiva papal contra Provence y Dauphine jamás se llevó a cabo. El Sacro Imperio Romano mandó algunas tropas, pero eran pagadas por Inglaterra. No obstante, Margarita de Saboya, la hija de Maximiliano, seguía desafiando a Francia a viva voz y amenazando con destruirla pues, alegaba, contaba con la protección de las lanzas de Enrique VIII

A fines de julio los ingleses se marcharon de Calais y avanzaron sobre el territorio francés. Una exitosa escaramuza cerca de Saint-Omer atizó el entusiasmo de las tropas. El 10 de agosto llegaron a los muros de Thérouanne y sitiaron la ciudad. Diez días después, un heraldo llevo un mensaje del rey de Escocia, cuñado de Enrique Tudor y viejo aliado de Francia. Jacobo ordenaba a los ingleses que no solo se retiraran de Thérouanne sino de Francia, y que regresaran a su país. Advertía además que, de no cesar las hostilidades, muy pronto estallaría la guerra entre Inglaterra y Escocia.

La respuesta de Enrique Tudor fue clara y contundente: "Comuníquele a su amo que ningún escocés me dirá lo que debo hacer". A medida que aumentaba el auditorio, fingía más indignación ante las amenazas de su cuñado: "Y adviértale que, si se atreve a invadir mi reino o a poner un pie en mis tierras, se arrepentirá profundamente de haberme desafiado".

El rey Tudor sabía que su esposa, quien se desempeñaba como regente, y sus mariscales en Inglaterra eran capaces de manejar cualquier conflicto que se suscitara con Escocia. Por lo tanto, podía dedicar todos sus esfuerzos a continuar la guerra en Francia.

El 16 de agosto los dos bandos enemigos se enfrentaron cerca de la ciudad de Guinegate. Los ingleses iniciaron el ataque sorprendiendo a los franceses, que no los esperaban tan pronto. La embestida causó un gran revuelo entre las tropas galas y empezó a cundir el pánico. Los franceses emprendieron la retirada a todo galope, dejando sus estandartes, sus armas e, inexplicablemente, sus espuelas. Los ingleses los siguieron y obtuvieron una gran victoria que se conoció con el nombre de la Batalla de las Espuelas. Luego tomaron Thérouanne y avanzaron hacia Lille, donde Enrique Tudor visitó a Margarita de Saboya. Fue agasajado con una majestuosa fiesta en la que sedujo a todo el mundo, tocando cuanto instrumento le ofrecieran, mostrando sus habilidades con la ballesta de plata y bailando descalzo hasta el amanecer.

Tras un merecido descanso, el rey de Inglaterra procedió a tomar la ciudad de Tournay, fortificada con una doble muralla y noventa y nueve torres. Luego se apoderó de otras cinco ciudades amuralladas. En otoño, cuando Enrique Tudor regresó a su país, ya no era considerado un enfant terrible por el resto de los soberanos. Se había convertido en el Gran Enrique, cuyos triunfos y hazañas no solo se difundieron en Inglaterra sino que llegaron hasta Estambul, la capital del Imperio Otomano. Era un hombre respetado en el mundo entero.

Antes de que se conocieran todos esos acontecimientos, Rosamund recibió un mensaje de la reina de Escocia. Margarita era consciente del Peligro que se avecinaba. Conocía los planes de su esposo y sabía que su arrogante y astuto hermano lo había conducido a una situación de la que había una sola escapatoria: la guerra.


Recoge la cosecha y no te alejes de Friarsgate. No creo que ninguno de los ejércitos pase por tus tierras, pero ten mucho cuidado de quienes anden rondando por la frontera, en especial de los desertores. Dios te proteja, amiga mía, y proteja a tus seres queridos de esta tormenta que se cierne sobre nosotros. Estoy embarazada de nuevo. Volveré a escribirte en cuanto me sea posible.


La carta estaba firmada con un simple "Meg".

Rosamund transmitió la información a su familia y a los pobladores de Friarsgate.

– Debemos vigilar las colinas en busca de invasores o agitadores -afirmó y, mirando a su tío, le dijo-: Haremos guardia las veinticuatro horas del día, Edmund.

– ¿Desea enviar una respuesta a Su Alteza? -preguntó el joven mensajero.

Rosamund asintió.

– Pasarás la noche aquí, muchacho, y partirás cuando salga el sol. Te detendrás en Claven's Carn y le dirás al señor Logan Hepburn que la guerra entre Escocia e Inglaterra es inminente.

– Veo que ha cambiado tu actitud hacia los Hepburn -observó Tom.

– Me preocupa su esposa, Tom, pues dará a luz muy pronto. Más allá de lo que hagan los reyes, Logan es mi vecino, y los fronterizos pertenecemos a una casta especial que trasciende las nacionalidades.

– Me quedaré contigo, querida. Si la reina tiene razón y la guerra está a punto de estallar, es probable que invadan por el sudeste. No creo que lleguen hasta aquí, pero, de todas formas, es bueno contar con la protección de Margarita en caso de que los escoceses crucen la frontera en esta región.

– Me sentiré más tranquila si te quedas, Tom. Ojalá que Meg esté equivocada. A los escoceses no les va bien cuando pelean con Inglaterra. Y ya conocemos a Enrique. Si Jacobo tiene la suerte de vencerlo, Inglaterra no descansará hasta vengar la ofensa y entonces viviremos en una guerra perpetua de la que Friarsgate no podrá escapar. ¡Maldito Enrique Tudor! ¿Por qué no se parecerá a su padre? Oh, Tom, ¿crees que Patrick responderá el llamado del rey Jacobo?

– Creo que Adam intentará que su padre, recién recuperado de un ataque cerebral, no sea admitido en las filas del rey. ¿Por qué se inició esta guerra, Rosamund?

– No lo sé, Tom -contestó la joven-. Pienso que la mayoría de las guerras se inician por nada.

Загрузка...