La frontera, diciembre de 1511.
– Estás totalmente loca -dijo sir Thomas Bolton a su prima Rosamund mientras galopaban a través de la frontera rumbo a Escocia. Hacía frío, pero el día era bello y diáfano.
– ¿Por qué? -Inquirió la joven-. ¿Porque una vez en la vida haré cuanto me plazca? Estoy harta de que me digan con quién debo casarme y siempre para beneficio de otros, no mío. Tuve suerte con Hugh Cabot y con Owein Meredith. Pero, ¿qué ocurrirá la próxima vez? No me atrevo a correr nuevamente ese riesgo. De ahora en adelante tomaré mis propias decisiones, querido Tom. Por lo demás, no estoy particularmente interesada en ser la esposa de nadie. Todavía soy joven y quiero visitar la corte del rey Jacobo, libre de las trabas que implica un marido. Quizás hasta tenga un amante.
– Seguramente estás planeando alguna travesura, primita. En ese caso, debes compartirla conmigo -le respondió Thomas Bolton con una sonrisa maliciosa.
– ¡Oh, Tom, nunca se te ocurra dejarme! No sé qué haría sin ti. ¡Eres mi mejor amigo!
– Por favor, querida, no te pongas sentimental a mis expensas -dijo sonriendo, pues amaba a su prima tanto como ella a él. Su hermana menor se parecía a Rosamund. Cuan solo se sintió cuando murió en el parto junto con el bebé. Luego, gracias a la reina, encontró a Rosamund, la heredera de la rama principal de su familia. Desde luego, ella nunca reemplazaría a su hermana, pero ocupaba un lugar importante en su corazón.
– ¿Logan Hepburn se sentirá muy molesto cuando sepa que no estoy en Friarsgate? -se preguntó Rosamund en voz alta.
– ¿Todavía pones en duda su sinceridad?
Rosamund suspiró.
– No debería, supongo, pero la cuestiono, al menos en parte. Nadie me ha buscado jamás solamente por lo que soy. Si él me quisiera de veras, tomaría en cuenta mis sentimientos y sería paciente. Además, cuando Edmund le comunique dónde nos hemos ido, seguro vendrá a toda prisa a Edimburgo, o dondequiera que esté la corte en ese momento. Pero, para entonces, ya estaré participando de las festividades navideñas y habrá otros hombres dispuestos a cortejarme. Logan Hepburn se verá obligado a abandonar el viejo cuento de que me ama desde que era niña y de que llegó la hora de desposarme. En realidad, no me ama. Me desea, eso es todo.
Sir Thomas Bolton chasqueó la lengua.
– Según mis conjeturas, los próximos meses serán sumamente interesantes, querida.
– Hasta ahora llevé una vida muy circunspecta. Cumplí con mis deberes. Hice todo cuanto me impusieron. Ahora, sin embargo, pienso hacer lo que me venga en gana, algo diferente y estimulante, algo que nadie hubiese esperado de mí.
– ¡Oh, Dios! -Exclamó su primo mirando a Rosamund con asombro-. Me temo que tu estado de ánimo sea muy peligroso, dulce paloma. Evidentemente, estás dispuesta a abrir la puerta de la jaula de una patada. Y la verdad es que te han enjaulado desde la más tierna infancia. Pero sé precavida, te lo suplico.
– Precavida, querido Tom, era la antigua Rosamund. La nueva quiere algo más de la vida. Y cuando lo consiga, volveré a Friarsgate a cuidar de mis hijas y, probablemente a casarme con Logan Hepburn, si todavía me espera.
Tom meneó la cabeza con cierto escepticismo, pero luego la miró y sonrió.
– Estaré a tu lado, si así lo deseas, querida Rosamund; pese a los problemas en los que te meterás, de eso no me cabe duda. Tengo entendido que esos señores de Escocia son muy diferentes de nosotros, los caballeros ingleses. Más salvajes y temerarios, según me han dicho.
– Así los ha descripto la reina en su carta y ha despertado mi curiosidad -respondió Rosamund con una sonrisita cómplice.
– Si lo dice la reina, puedes estar segura de que nos divertiremos en grande. Siempre y cuando -agregó con seriedad, al advertir que habían comenzado a caer los primeros copos de nieve- no nos congelemos antes de llegar a Edimburgo.
Tom se estremeció de frío y se subió el cuello de la capa.
– No falta mucho para llegar a la mansión de lord Grey, donde pasaremos la noche. ¡Mira, allí está la casa! -dijo Rosamund, señalando la siguiente colina.
– Entonces, por Dios, galopemos más rápido.
Luego Tom se dirigió al capitán de su escolta.
– ¿Es posible, querido señor, cabalgar a mayor velocidad? No deseamos convertirnos en dos témpanos.
El capitán asintió observando con cierto desdén al caballero inglés. Levantó la mano e hizo una señal a sus hombres para que apresuraran la marcha, sorprendido al ver que sus escoltados no se quedaban a la zaga.
– Vamos, querida muchacha -exclamó Tom eufórico-. Estamos en Escocia y la aventura nos aguarda.