CAPÍTULO 15

La mañana siguiente al cumpleaños de Bessie, llevaron los restos mortales de Henry Bolton al cementerio familiar y le dieron cristiana sepultura junto a la tumba de su madre. Los padres y el hermano de Rosamund yacían al lado del abuelo. El hijo de Henry no había regresado para el entierro, y Rosamund temía que estuviera en las inmediaciones y que hubiera visto a Philippa.

– ¿Sabes si mi primo estuvo con su padre este invierno? -le preguntó a Tom.

Lord Cambridge meneó la cabeza.

– De haber estado, habría llamado al sheriff. ¡Por Dios, prima, me podría haber asesinado en la cama sin siquiera enterarme! -La idea lo hizo palidecer. -Me pregunto por qué la señora Dodger no me lo dijo, aunque la vi poco durante el invierno. Desde luego, hablaré con ella cuando regrese a Otterly dentro de unos días.

– Pero si la embaucaron o la amenazaron ya no podrás confiar en ella, sobre todo si mi primo anda por allí. ¡Oh, Dios! ¿Qué voy a hacer, Tom? Ojalá me hubiera casado con Patrick.

– ¿Todavía piensas en él?

– No lo he olvidado ni por un instante.

– Y nunca lo olvidarás, pero debes continuar con tu vida, pues él nunca volverá a estar de nuevo contigo y lo sabes.

– Lo sé, y sin embargo, no puedo evitar el sufrimiento que me produce su ausencia, un sufrimiento que no deseo compartir con nadie. Ahora mi problema consiste en saber si el joven Henry continúa acechándonos. ¿Cómo voy a proteger a Philippa? No puede estar constantemente custodiada por hombres armados y tampoco quiero amedrentarla.

La solución al problema llegó días más tarde, cuando un mensajero de la reina Catalina le comunicó que Su Alteza requería su presencia en la corte. La joven se sorprendió, pues no comprendía que aún se acordaran de una persona tan insignificante como ella. La reina tenía, por cierto, cosas más importantes de las que ocuparse. Las aventuras de Enrique Tudor en Francia, el año pasado, y la aplastante victoria de los ingleses en Flodden habían colocado a Inglaterra casi en la cima del mundo. Incluso en el norte se sabía que los representantes de todos los países de Europa llegaban a Londres para presentar sus credenciales al rey, en calidad de embajadores. ¿Cómo era posible que todavía la recordaran en medio de tantos triunfos?

– Es la solución que buscabas -dijo Thomas Bolton-. Iremos a la corte y llevaremos a Philippa con nosotros. Ya ha conocido a la reina Margarita y a su difunto esposo. Ahora le toca saludar a nuestros reyes, y si la niña les cae en gracia, las consecuencias de esa visita pueden ser muy ventajosas. Enviaré un mensaje para que tengan listas las casas de Londres y Greenwich y aprovecharé el viaje para reunirme con mis orfebres. También debemos buscar a un agente de ventas que se ocupe de nuestros asuntos en Londres. ¡Ah, me olvidaba! Nuestro barco estará listo para hacerse a la mar el año próximo. Si este año retiramos nuestros tejidos del mercado, aumentaremos tanto las existencias como la demanda.

– Durante nuestra ausencia haré construir un depósito de piedra donde almacenaremos la mercadería. -Entonces, ¿iremos a Londres?

– Desde luego que sí. El año pasado no estaba en Friarsgate cuando el rey me invitó, y después estalló la guerra y no me atreví a emprender el viaje. No puedo permitirme desairar a la reina ni a su marido. Además, llevar a Philippa con nosotros es la mejor manera de protegerla de mi primo Henry. Pero, ¿qué pasará con Banon y Bessie?

– Philippa es tu heredera y es todo cuanto le interesa -la tranquilizó Tom-. Sin embargo, me aseguraré de que Friarsgate esté bien custodiado. No sé si te agradará mi sugerencia, pero ¿por qué no recurres a tu vecino, el señor de Claven's Carn, y contratas a algunos de sus hombres para que cuiden tus tierras y protejan a tus hijas? Quizá no te agrade Logan Hepburn, pero es un hombre honesto y valiente.

– No me desagrada, Tom -respondió, pensativa-, y tu propuesta es sensata. Encárgate del asunto, por favor.

– Es preferible que lo haga Edmund, al fin y al cabo es tu administrador.

– Tienes razón, primo. No me gustaría que Logan Hepburn malinterpretara las cosas.

Tom ocultó su sonrisa y asintió con aire solemne.


El administrador mandó un recado al señor de Claven's Carn preguntándole si podía venir a discutir ciertos asuntos de interés para ambos. Cuando Logan apareció junto con el mensajero de Friarsgate, Edmund y Tom no pudieron contener la risa. No obstante, se las ingeniaron para ocultar su buen humor ante Rosamund, que había permitido a su tío encargarse de la negociación. Los tres hombres se sentaron en el salón de la casa y los sirvientes les trajeron cerveza, pan y queso.

– ¿Qué puedo hacer por usted, Edmund Bolton? -preguntó el lord de Claven's Carn, mientras sus ojos escudriñaban el salón.

– El viejo Henry Bolton apareció con el rufián de su hijo el día del cumpleaños de Bessie e interrumpió la celebración. Quería arreglar el casamiento de Philippa con su hijo, aunque Rosamund ya le había advertido que eso era imposible. Se lo repitió, y el viejo se puso tan furioso y armó tal alboroto que su corazón no pudo soportarlo y cayó muerto allí mismo. Lo enterramos hace varios días. No obstante, su hijo sigue siendo un peligro para Philippa. A Rosamund la han convocado a la corte y partirá dentro de poco acompañada por Tom y llevando a Philippa con ella para protegerla. Desea para su hija un destino más promisorio, y visitar a los reyes no es sino el primer paso.

Logan asintió.

– Siempre ha obrado con gran sensatez en lo que respecta a su hija. Friarsgate no es una herencia despreciable. Y veo que han agregado ovejas Shropshire a sus rebaños.

– Así es.

– ¿En qué puedo servirles, entonces?

– Deseamos contratar a algunos de sus hombres en calidad de custodios armados para evitar que ese rufián y sus amigos cometan algún desmán o secuestren a Banon o a Bessie aprovechando la ausencia de Rosamund.

– Indudablemente es una medida acertada, Edmund Bolton. Pero permítame hacerle otra sugerencia. Las hijas menores de Rosamund estarían más seguras si se alejaran de Friarsgate. Para mí será un placer albergarlas en Claven's Carn. Al joven Henry jamás se le ocurrirá que las niñas están tan cerca, justo del otro lado de la frontera. Además, les prestaré media docena de hombres como custodios armados. Eso bastará para disuadir al primo de Rosamund de poner en práctica sus aviesas intenciones.

– ¡Es una brillante sugerencia, querido muchacho! -intervino Tom entusiasmado-. Y, ciertamente, acompañarán a las niñas una o dos criadas para que las atiendan.

– No será necesario, pues Jeannie, que Dios tenga su alma en la gloria, entrenó a una excelente ama de llaves que maneja la servidumbre mejor que un general a su tropa. La señora Elton tiene nietas que se ocupan de los quehaceres domésticos. Por otra parte, mi casa está bien fortificada y nunca ha sufrido ningún asedio. Pienso que las niñas de Rosamund y mi hijito Johnnie lo pasarán muy bien juntos.

– Pero primero debemos consultar a Rosamund -agregó Edmund.

– No la he visto desde que llegué -comentó Logan con aire displicente, aunque el tono de su voz lo delataba-. Le traigo noticias de la reina Margarita.

– No te apresures, muchacho -le aconsejó Tom en voz baja.

– De seguro Rosamund cenará con nosotros -replicó Edmund-. Volveremos a hablar del tema más adelante. Su ofrecimiento es generoso e inteligente, Logan Hepburn. Al joven Henry jamás se le ocurrirá buscar a las niñas en Claven's Carn.

– No sé si pueda sentarme a la mesa con él -dijo Rosamund cuando su tío le comunicó que Logan estaba con ellos.

– Pero debes hacerlo. Ha aceptado prestarnos a sus hombres por un precio muy razonable, y su ofrecimiento de albergar a Banon y a Bessie me ha conmovido profundamente. En Claven's Carn estarán más protegidas que aquí de los oscuros designios de mi sobrino Henry. En Friarsgate podrían secuestrarlas cuando van a la iglesia o cuando juegan en la pradera o junto al lago. El hecho de estar siempre custodiadas por hombres armados las asustará, no te quepa duda. Ahora dime por qué no quieres ver a Logan Hepburn.

Edmund le tomó la mano y escrutó el adorable rostro de Rosamund, que no pudo evitar ruborizarse.

– Ahora que ha enviudado, me temo que comenzará otra vez a importunarme con la idea del matrimonio. Pero si lo ofendo, no nos dará su apoyo.

Edmund sonrió.

– ¿Es tan terrible, sobrina, que un hombre apuesto y en la flor de la edad te corteje? Perdóname si mis palabras te hieren, pero Patrick Leslie está tan muerto como Owein Meredith. Guardas de él recuerdos maravillosos, lo sé, pero aún eres joven. Dentro de unos pocos o, mejor dicho, poquísimos años, Philippa estará en condiciones de contraer matrimonio. Si estabas dispuesta a pasar varios meses en Glenkirk como esposa del conde, ¿por qué no pasar varios meses en Claven's Carn como esposa de Logan Hepburn? No digo ahora, sino algún día.

Rosamund guardó silencio durante un buen rato y luego dijo:

– Cenaré con ustedes, tío, es lo único que puedo prometerte.

– Trata de no pelear con él -le suplicó en un tono humorístico.

– Sí, tío, te lo prometo -respondió y se echó a reír, incapaz de contenerse.


Logan procuró no mirarla cuando la joven entró en el salón. Llevaba un vestido sencillo, que caía en graciosos pliegues y hacía juego con sus ojos color ámbar. Debajo del escote, muy bajo y cuadrado, se veía una suave tela de lino plisada. Las ajustadas mangas remataban en pequeños puños de piel y el corpiño se adhería a su cuerpo, moldeándolo. Una faja bordada, de la cual pendía una borla, rodeaba la cintura.

– Buenas noches, Logan Hepburn. Gracias por acudir en nuestra ayuda una vez más.

– El joven Henry se ha convertido en un verdadero problema para Friarsgate, ¿no?

– Espero no pasarme la vida batallando con él como lo hice con su padre. Por favor, siéntate aquí, a mi derecha.

Él aguardó a que ella se sentara antes de ocupar su sitio.

– Siento mucho lo de tu esposa. Y también lo del niño. De haber sabido que estaba sola hubiera corrido en su ayuda. Jeannie me agradaba muchísimo. ¿Cómo está el pequeño Johnnie?

– Cada vez más grande. Jeannie era una buena esposa y yo la respetaba. -Hizo una pausa y luego dijo-: También lamento lo que te ocurrió, muchacha.

El bello rostro de Rosamund se contrajo en un espasmo de dolor, pero se recobró al instante.

– Gracias, Logan.

– Te traigo buenas noticias. El 30 de abril la reina Margarita dio a luz a una criatura de lo más saludable: Alexander, duque de Ross.

– Cuan maravilloso para ella y, sin embargo, qué triste -replicó Rosamund, pensando en el difunto rey Jacobo.

– El 30 de abril fue el día de tu cumpleaños, ¿verdad?

– Sí -contestó con voz suave, y se preguntó cómo diablos se habría enterado.

Sirvieron la comida. De las tres hijas de Rosamund, solo Philippa estaba sentada a la mesa.

– Iré a la corte a conocer a la reina -anunció la niña-. Ya tengo diez años.

– Una edad perfecta para conocer a una reina -replicó él con una sonrisa. Era una encantadora miniatura de Rosamund.

– Tenía nueve cuando visité a la reina Margarita y al rey Jacobo, a quien asesinaron en Flodden. Mi madre dice que era un buen rey.

– ¡Por Dios! -Exclamó Tom-. No se te ocurra decir algo semejante cuando visites la corte inglesa. Si quieres, habla de la hermana del rey, la regente de Escocia, pero no menciones al rey Jacobo.

– ¿Por qué no?

– Porque los dos reyes eran enemigos -le explicó su madre-. Y no es correcto alabar a un hombre delante de su enemigo, Philippa ¿Comprendes?

– ¿Y por qué eran enemigos?

– Inglaterra y Escocia han sido enemigas desde tiempos inmemoriales.

– ¿Por qué? -insistió Philippa.

– No lo sé a ciencia cierta -replicó honestamente su madre.

– Pero tú visitaste la corte del rey Jacobo y jamás pensaste que fuese tu enemigo. Y si los escoceses son nuestros enemigos, ¿por qué está el señor de Claven's Carn sentado a nuestra mesa? ¿Y por qué se ofreció a cuidar a Banon y a Bessie cuando vayamos a Londres si es nuestro enemigo?

Tom se rió entre dientes.

– Tu hija no es tonta, señora -comentó el señor de Claven's Carn.

– A veces pienso que Philippa es demasiado sabia, y ser demasiado sabia puede acarrear algunos inconvenientes -Rosamund dijo con franqueza. Luego se dirigió a su hija-: Los ingleses y los escoceses que viven en las fronteras suelen entablar relaciones diferentes de las del resto de los pobladores. En realidad, no puedo darte una buena explicación. En mi infancia, me hice amiga de Margarita cuando estuve en la corte de su padre, Enrique VII Luego se casó con Jacobo Estuardo y me pidió que la visitara, y como no había guerra entre ambos países, fui. Iría de nuevo si me lo pidiera. En cuanto a los Hepburn de Claven's Carn, han sido nuestros vecinos desde siempre y, según creo, jamás nos hemos peleado. Lord Hepburn se ha ofrecido a proteger a tus hermanas y le agradezco y acepto su generosidad. Lo único que separa a Inglaterra de Escocia, en este caso en particular, es una frontera invisible. Y si es invisible, no podemos verla y, por lo tanto, no está allí. Los Hepburn son nuestros vecinos. Son buenos vecinos, Philippa.

– Gracias, señora -dijo Logan.

Ella asintió y por un instante se quedó sin aliento. Había olvidado que sus ojos eran tan increíblemente azules.

– ¿Entonces debo entender que tus niñas vendrán conmigo?

– ¿No he sido acaso lo suficientemente clara, milord? -le respondió con una pizca de irritación.

– Si te lo pregunto es porque no lo sé con seguridad, no estoy fingiendo ni dando rodeos.

Rosamund sintió que las mejillas se le arrebolaban, pensando en las ocasiones en que lo había acusado de fingir cuando, en realidad le estaba diciendo la verdad, aunque la expresara de un modo bastante enrevesado y confuso.

Lo miró a los ojos y, ante su sorpresa, su corazón comenzó a latir a un ritmo alocado. ¿Qué demonios le estaba pasando?

– Sí. Me gustaría que las niñas estuvieran contigo en Claven's Carn Gracias por protegerlas, Logan. Gracias por tu bondad.

A pesar de estar sentado, se las ingenió para hacerle una reverencia.

– Me alegra serte útil, Rosamund -su voz era suave, pero su rostro se mostraba impasible-. Será mejor que las niñas vengan conmigo mañana mismo. Pienso que tu execrable primo aún no ha concebido ningún plan ni reunido a sus rufianes. Es una pena tener que actuar de urgencia, pero la seguridad de tus hijas es de capital importancia. Además de la custodia armada, te enviaré también a mis hombres para que los escolten hasta el sur. Con Henry escondido en los alrededores, no podrás estar segura de que los ingleses que contrates no se subleven, engatusados por las falsas promesas de tu primo. Mis hombres no usarán el tartán escocés y dirán que pertenecen a Friarsgate. Para un oído poco entrenado, los fronterizos ingleses y los fronterizos escoceses hablan con el mismo acento.

– Es muy generoso de tu parte, Logan Hepburn -agradeció Rosamund.

– ¡Es brillante! -apoyó Thomas con entusiasmo.

– En efecto -admitió Edmund.

– Si me das tu permiso, te enviaré la escolta.

La joven escudriñó al escocés. Ni en su tono ni en su actitud había el menor atisbo de burla.

– Sí, me sentiré más segura protegida por tus hombres. Y les pagaré el salario habitual, desde luego.

– Estarán más que agradecidos, señora, pues rara vez tienen ocasión de hacerse de algunas monedas extra.

Una vez terminada la cena, Rosamund se levantó de la mesa.

– Ahora, debo ocuparme de las pertenencias de Banon y Bessie y de preparar su equipaje.

Cuando se fue, Philippa no vaciló en preguntar:

– Le gusta mi madre, ¿no es cierto, Logan Hepburn?

– Sí, siempre me agradó tu madre, muchacha.

– ¿Cuándo la conoció? -inquirió ella, sin disimular la curiosidad.

– La vi por primera vez cuando ella tenía la edad de Bessie.

– Entonces ya estaba casada con Hugh Cabot ¿no?

– No, con Hugh Cabot se casó poco después -respondió, mirando interrogativamente a Tom y a Edmund, pues no estaba seguro de si convenía seguir con la historia y esperaba que le dieran alguna señal al respecto. Pero ellos permanecieron en silencio-. Luego, cuando tu madre enviudó, me dispuse a cortejarla, mas ella se había ido a la corte. Cuando regresó, estaba comprometida y a punto de casarse con tu padre, el bueno de Owein Meredith. Pero lamentablemente, enviudó otra vez.

– ¿Y por qué no volvió a cortejarla, milord?

– Lo hice, pero no de la manera apropiada. Ella no cedió a mis requerimientos y se fue a Edimburgo.

– Y se enamoró de Patrick Leslie, aunque él perdió después la memoria y se olvidó de ella. Mamá siempre está triste, milord. ¿No le gustaría cortejarla de nuevo?

Logan escuchó la risa de sus dos compañeros y tragó saliva. Le resultaba difícil mantener esa conversación, pero Philippa no aceptaría que le negaran una respuesta. Le había clavado la vista y lo miraba inquisitivamente con la cabeza ladeada, como si fuera un pájaro.

– Desde luego, me encantaría cortejarla y casarme con ella. Aunque tu madre es una mujer en extremo susceptible y esta vez debo ser muy cuidadoso, pues no quiero perderla nuevamente. No le digas una palabra de cuánto hemos hablado, Philippa. ¿Comprendes por qué?

Philippa asintió en silencio y añadió:

– Trataré de evitar que se involucre con algún caballero cuando visitemos la corte del rey Enrique. Mis hermanas y yo coincidimos en que mamá es más feliz con un buen marido que sola. Pensamos que debería ser nuestro padrastro, milord… si usted está de acuerdo, por supuesto.

– Sí -respondió Logan, estupefacto.

– Entonces, asunto arreglado -concluyó Philippa y se levantó de la mesa-. Mamá necesitará de mi ayuda. Y ahora los dejo, caballeros

La niña atravesó el salón con mucha más elegancia que la mayoría de las niñas de su edad.

Tom y Edmund soltaron la carcajada y no pararon de reír hasta que los ojos se les llenaron de lágrimas y les dolieron las mandíbulas.

– Tiene más presencia a los diez años que mi pobre Jeannie a los dieciocho -comentó Logan cuando sus compañeros dejaron de reír-Espero que no le comente nada de esto a Rosamund.

– No lo hará -le aseguró Edmund-. Se parece mucho a su bisabuela. La esposa de mi padre era una mujer muy sensata y disciplinada a quien solo le interesaba el bienestar de su familia. Philippa es igual. Físicamente, se parece a su madre, pero su carácter es muy diferente. Y con respecto a esta conversación, no dirá una palabra hasta que lo juzgue conveniente.

– Es una niña de lo más insólita.

– Ven conmigo, Logan Hepburn, y te mostraré dónde dormirás. Buenas noches, Tom.


Rosamund se había reunido con Bessie y Banon en sus aposentos con el propósito de comunicarles que a la mañana siguiente partirían a Claven's Carn para pasar allí una corta temporada.

– El pobre lord está muy solo sin su esposa y podrán jugar con su hijito Johnnie, mis amores -les explicó.

Las niñas no se opusieron. Por otra parte, ya se los había dicho Philippa, que también les había recomendado no decírselo a su madre, pues se angustiaría.

– Ella piensa que todavía somos bebés -comentó la hermana mayor.

Luego de acostar a Banon y Bessie en sus respectivas camas, Rosamund ayudó a Maybel a preparar el equipaje de sus hijas.

– Me sorprende que hayas permitido a Logan Hepburn hacerse cargo de ellas. Francamente, no te creía tan sensata -dijo Maybel, sin rodeos.

– Tuve que dejar de lado mis propios sentimientos por el bien de las niñas.

– Entonces, ¡aún sientes algo por Logan Hepburn!

– Todavía me irrita, si eso es lo que quieres decir -respondió Rosamund con brusquedad-. Aunque esta noche se mostró muy considerado y se dirigió a mí siempre en términos respetuosos. Sería injusta si lo criticase.

– Quizás haya cambiado -sugirió Maybel.

– Los hombres rara vez cambian después de cierta edad.

– Tal vez su esposa, que Dios la tenga en la gloria -Maybel se santiguó-, le enseñó a comportarse. Él no la amaba, pero le tenía un gran respeto.

– Te has vuelto tan locuaz como el chismoso de Tom -la provocó Rosamund, al tiempo que se echaba a reír.

– Me cuesta creer que te vayas otra vez. Antes no te gustaba viajar. Ahora, en cambio, pasas una breve temporada en tus tierras y ¡de nuevo a rodar por los caminos!

– Preferiría pasar el resto de mi vida en Friarsgate, te lo aseguro. Ya he tenido suficientes aventuras, pero no puedo desoír el llamado de la reina.

– ¿Por qué la reina Catalina te ha mandado llamar, si se puede saber? La amistad entre ustedes no es tan íntima como tu amistad con la reina Margarita. Sé que acudiste en su ayuda, pero ya no te necesita.

– Aunque el citatorio lo firme la reina Catalina, sin duda proviene del rey. El embajador de Inglaterra en San Lorenzo pensó que me conocía. Nunca nos presentaron, pero me vio en algún momento, durante mi última visita a la corte. Según Tom, acaba de regresar a Londres. Probablemente me ha reconocido y ha corrido a contárselo al rey. Enrique Tudor debe de estar muerto de curiosidad por saber qué estaba haciendo yo en San Lorenzo el invierno pasado, acompañada por un lord escocés. Su curiosidad debe de ser tal que no se sentirá satisfecho hasta que conozca la respuesta.

– Pero es un rey poderoso. Tiene a toda Europa a sus pies. Ha obtenido grandes victorias en Francia y ha quebrado el espíritu de Escocia en Flodden. ¿Por qué perdería su tiempo ocupándose de nimiedades?

– Porque una vez fuimos amigos, Maybel, y querrá asegurarse de que no lo he traicionado. Estas nimiedades, como tú las llamas, le interesan sobremanera.

– ¿Le hablarás del conde de Glenkirk?

– No tengo otra alternativa, pues lord Howard indudablemente se lo habrá dicho.

– ¿No podrías enviarle un mensaje explicando el asunto? Rosamund soltó una carcajada.

– Ojalá pudiera. Pero querrá que le cuente la historia personalmente para poder mirarme a los ojos y escudriñarme el semblante. De otro modo, no se convencerá de mi lealtad. Enrique Tudor es un hombre celoso, Maybel.

– Me parece que ha cambiado muy poco desde que era un niño y trató de seducirte casi frente a su abuela.

– Oh, sí que ha cambiado, Maybel. El poder y la riqueza han contribuido enormemente a ese cambio. Ejerce su imperio con una majestuosidad digna de un dios, aunque siga siendo el mismo niño perverso.

Maybel suspiró.

– No me agrada que te vayas.

– A mí tampoco, pero las consecuencias de no acatar las órdenes reales serían funestas para Friarsgate. Me he pasado la vida cuidando de mis tierras. No quiero verme obligada a casarme con uno de los hombres del rey ni poner en peligro el futuro de Philippa. Iré. Además, Tom estará conmigo y sabes bien cuan divertido les resulta al rey y la reina. Todo marchará de maravillas.


A la mañana siguiente, el señor de Claven's Carn se dispuso a cruzar la frontera con las hijas de la dama de Friarsgate. Ella salía de misa cuando se encontraron inesperadamente en el salón, todavía solitario.

– Me alegra que estemos solos. Quería decirte que cuidaré a tus hijas como si fueran mías, Rosamund.

– Sé que lo harás -respondió, mientras se derretía por dentro ante la vista de esos ojos tan increíblemente azules que la miraban.

– ¿Cuándo piensas volver?

– Lo ignoro. No me agrada la corte del rey Enrique, pero es mi obligación acudir al llamado de la reina. Sospecho que el rey se ha enterado de mi estadía en San Lorenzo y quiere una explicación. Enrique Tudor es un hombre suspicaz y ve demonios donde no los hay.

Logan asintió en silencio y luego le preguntó:

– Rosamund, no suelo hablar con delicadeza, pero me gustaría que no te comprometieras con ningún caballero mientras estés afuera. Me agradaría o, mejor dicho, me encantaría tener la oportunidad de ser tu amigo cuando regreses.

– ¿Mi amigo? -dijo ella, mirándolo de soslayo.

Logan se sonrojó pensando que sus palabras podían prestarse a una interpretación errónea.

– Tu amigo -repitió-. Y quizá esa amistad nos conduzca a…

No se atrevió a terminar la frase, temeroso de pronunciar la fatídica palabra y de espantarla para siempre.

– ¿Quieres cortejarme con vistas a un futuro matrimonio?

– ¡Sí! -admitió. En su mirada había un alivio tan grande que la joven se echó a reír.

– Entonces no me comprometeré con nadie en la corte, pero no te puedo prometer más que eso. ¿Me comprendes? Aún no sé si me casaré de nuevo. -La sonrisa que le dedicó fue breve, aunque deliciosamente trémula.

Él hubiera querido decirle que no se había mostrado tan dubitativa con Patrick Leslie, pero no lo hizo. Se acordó de Stirling y pensó que nunca había visto una pasión tan pura y, a la vez, tan desenfrenada como la que ellos mostraban en aquel momento. Jamás imaginó que pudiese existir un amor así. Y aunque a Rosamund le resultara imposible amarlo con la misma intensidad que al conde, estaba dispuesto a aceptar lo que ella le diese, si todavía quedaba algo en su corazón.

– Comprendo. No pido nada y no quiero que me prometas nada. Comenzaremos de nuevo. Y un día, quién sabe…

– ¡Milord, milord! -exclamó Bessie, tirándole de la manga. Era la más parecida a Owein Meredith, con su suave pelo rubio y sus grandes ojos grisáceos.

– Sí, Bessie, ¿qué ocurre?

– ¿Puedo llevar a mi perrito, milord? El terrier que tío Tom me regaló para mi cumpleaños -pidió, mientras sostenía en los brazos pequeña mascota de pelo moteado, blanco y marrón.

Logan se inclinó hasta quedar a la altura de la niña.

– No parece muy grande, Bessie. Sospecho que no ocupará mucho lugar en el cuarto y que se sentirá muy solo sin ti. Lo llevaremos. ¿Cómo se llama? -dijo, acariciando la cabeza del perrito, que comenzó de inmediato a lamerle los dedos.

– Se llama Tam por mi tío Tom -respondió Bessie.

– Lo pondremos en una canasta y lo llevarás en tu poni.

– Logan es muy generoso, mamá -murmuró Philippa acercándose a su madre-. Banon y Bessie la pasarán muy bien con él.

– Sí -se limitó a contestar su madre. Tal vez Jeannie, que Dios la tenga en la gloria, había logrado civilizarlo.


Después del desayuno se prepararon para la partida del señor de Claven's Carn. Las niñas ya estaban montadas en los ponis, impacientes.

– Volveré mañana con los hombres encargados de vigilar Friarsgate y con quienes te escoltarán al sur -anunció Logan.

– Partiré mañana y haré un alto en el monasterio de mi tío.

– Me parece una idea excelente y evitarás que Philippa se canse. Es un viaje demasiado largo.

Rosamund miró en torno y dijo:

– Todavía no veo a nadie en lo alto de las colinas. Últimamente, siempre hay alguno espiándonos.

– No. Envié a mis hombres al alba para ver qué sucedía y, tal como lo sospeché, no aparecieron tu primo ni sus rufianes. Es mejor que nos vayamos antes de que Henry se percate de que tú y tus hijas se han ido. Te agradezco la hospitalidad, Rosamund Bolton.

Luego, montó en su brioso corcel y encabezó la marcha, seguido por sus hombres. Detrás iban Banon y Bessie, el carro con sus pertenencias y, finalmente, las dos criadas.

Rosamund les dijo adiós con la mano, y las niñas, después de responder al saludo sin mucha efusividad, se concentraron en la aventura que tenían por delante y no en la madre que dejaban atrás.

Los ojos de ella se llenaron de lágrimas.

– Sólo se van a Claven's Carn, mamá. No las has perdido para siempre la consoló Philippa.

A despecho de su tristeza, no pudo menos que reír.

– Philippa, tienes tanto sentido común… No sé de quién lo heredaste, pero me alegro.

– Según Edmund, me parezco a la bisabuela.

Pasaron el día ocupadas en los preparativos del viaje. Algunos de los vestidos de Rosamund habían sufrido modificaciones considerables bajo la dirección de Tom, al igual que los dos atuendos que Philippa había usado el año anterior en Escocia, a los cuales se sumaba ahora un vestido nuevo. También las alhajas y otras pertenencias fueron cuidadosamente elegidas y empaquetadas. Era preciso que la madre y la hija se presentaran en la corte vestidas a la moda.

– Ojalá pudiera acompañarlas, milady -dijo Annie melancólicamente. Estaba de nuevo encinta y aún no había destetado a su primer hijo.

– Lo hará Lucy -contestó Rosamund-. La has entrenado muy bien y deberías sentirte orgullosa de tu hermana.

– Pero ella irá a la corte y yo me quedaré aquí -se lamentó. Rosamund se echó a reír.

– Los viajes no son muy placenteros que digamos, Annie, ¿o ya te has olvidado?

– Sí, he olvidado las molestias del viaje, pero recuerdo San Lorenzo bajo el sol invernal, milady.

– De todos modos, no puedes quejarte. Has conocido San Lorenzo, la corte del rey Enrique y la del pobre Jacobo Estuardo, que Dios lo tenga en la gloria.

– Sin embargo, me gustaría ver al rey Enrique en toda su magnificencia. ¿Se quedará mucho tiempo, milady?

– No más que el necesario. Annie cerró el baúl con las ropas de su ama y dijo:

– Se rumorea que el señor de Claven's Carn estaría dispuesto a cortejarla si usted se lo permitiera.

Rosamund meneó la cabeza. ¿Por qué los sirvientes siempre acaban por enterarse de aquello que uno no quiere que se enteren?

– Me voy a Londres, Annie, y no tengo tiempo para dedicar a mi sempiterno enamorado escocés.

Annie esbozó una sonrisita irónica.

– A usted siempre le agradó mantener las cosas en secreto.

– Nadie puede guardar un secreto en Friarsgate -replicó su ama, soltando una carcajada.


Logan regresó a la mañana siguiente acompañado por treinta hombres.

– Los más jóvenes vigilarán Friarsgate y los más avezados te acompañarán al sur.

– ¿Cómo están Banon y Bessie? -le preguntó ella, sin disimular su ansiedad.

– Cansadas después del viaje. ¡Pero qué niñas tan adorables tienes, Rosamund! Ya han seducido al ama de llaves y el pequeño está encantado con ellas.

– ¿Johnnie se parece a ti?

– Es como tu Bessie. Físicamente se parece al padre, pero ha heredado el carácter de mi dulce Jeannie. Puede cambiar cuando crezca, no lo sé, pues nunca he criado a un niño.

– Si las niñas te fastidian, manda llamar a Maybel y las aleccionará. Aunque es mejor que la anciana se quede en Friarsgate. Su ausencia pasaría menos inadvertida que la de mis hijas. Y te agradezco nuevamente, tanto por los hombres que has contratado como por cuidar a mis hijas, Logan Hepburn.

– Esperaré ansiosamente tu regreso.

– Yo extrañaré un poquito tu arrogancia. Te comportas de una manera muy educada conmigo, como si caminaras sobre huevos y tuvieras miedo de pisarlos, Logan Hepburn.

– Procuro demostrarte que no soy un rústico fronterizo ni un canalla escocés, como me llamaste en una oportunidad, ni indigno de pedir tu mano, Rosamund. Si me permitiera incurrir en mi conducta anterior, consideraría seriamente la posibilidad de impedir este viaje. Te tomaría en mis brazos y te besaría hasta que te flaquearan las piernas. Luego te llevaría a la iglesia para que el padre Mata nos casara dijo sonriendo como un lobo contemplando su apetitosa presa-. Pero tú prefieres un amante civilizado. Cuando nos casemos… en caso de que me aceptes -se apresuró a corregirse-, te prometo que me convertiré en el hombre que necesitas, Rosamund Bolton.

Le hizo una reverencia y la ayudó a subir al caballo.

Ella se acomodó en la montura. Su corazón latía nerviosamente, pero cuando lo miró, la expresión de sus ojos ambarinos era tranquila y reflexiva.

– Sí, pensándolo bien, extraño tu arrogancia -repitió, sonriéndole con picardía y tomando las riendas en su mano enguantada.

– El terciopelo castaño dorado te sienta muy bien -murmuro Logan besándole la otra mano-. Saluda de mi parte a tu tío Richard.

– Lo haré -dijo, y espoleando su corcel, partió a todo galope.

Cabalgaron hasta llegar al monasterio de St. Cuthbert. Fueron muy bien recibidos, y tras instalarlos en la casa de huéspedes, el párroco Richard Bolton los invitó a cenar en su refectorio privado. Hacía más de un año que Rosamund no veía a su tío, el hermano menor de Edmund.

– Por cierto, sobrina, mi hermano me tiene al tanto de todo, pero me sorprende que hayas decidido regresar a la corte. Creí que no te interesaba particularmente ese tipo de vida.

– Y no me interesa. No obstante, la reina me ha convocado y es una buena oportunidad para que Philippa conozca a los reyes. Dentro de unos pocos años, tío, tendré que encontrarle un buen marido, no te olvides.

– Así es, ya es casi una señorita -admitió el prior. Luego, dirigiéndose a Philippa, agregó-: ¿No desearías servir a la Santa Madre Iglesia, mi niña?

– Solo en calidad de esposa y madre, milord párroco -respondió Philippa cortésmente.

Richard chasqueó la lengua.

– Veo que la has educado como es debido, sobrina.

– Según Edmund, me parezco a la bisabuela -acotó Philippa con una sonrisa.

– Sí. -El párroco se quedó pensativo unos instantes. -La mujer de nuestro padre era muy sensata y tenía un gran corazón. Nos trataba a todos por igual, lo que no debía de resultarle nada fácil, pues Edmund y yo éramos bastardos. A los cuatro nos prodigó el mismo amor… y los mismos castigos. Ahora dime, ¿por qué la reina Catalina ha convocado al palacio a una insignificante propietaria rural del norte?

Rosamund le explicó las posibles causas de la invitación con lujo de detalles.

– Debes ser precavida -le aconsejó Richard, al tiempo que le sonreía a Philippa-. Mi niña, ve con el hermano Robert. Él te mostrará mi pequeño reino antes de que oscurezca. Mañana partirás al alba y no tendrás tiempo de verlo.

– Si desea hablar a solas con mi madre -aclaró Philippa-, sólo tiene que pedírmelo, milord párroco.

– Pues te lo estoy pidiendo -contestó Richard, sin ofuscarse en lo más mínimo por su descaro.

Cuando la niña se fue, el prior se dispuso a hablarle a su sobrina con total franqueza.

– Fuiste la amante del rey. Por lo tanto, debe de estar celoso de tu relación con el conde de Glenkirk. Tienes que tratarlo con el mayor tacto posible o no escaparás a su cólera.

– ¡Tío Richard! Al rey le importo un rábano. Se encaprichó conmigo y cuando volví a la corte se las arregló para satisfacer su capricho. Pero nada más. Con todo, sé que siente curiosidad por mi romance con Patrick Leslie y que no estará satisfecho hasta que no le cuente toda la historia.

– Tú quisiste al rey, no me cabe duda. No está en tu naturaleza ser una trotacalles o una cortesana. Y él debió de quererte a su manera, pues este rey nunca hace nada que no pueda justificar. En consecuencia, se habrá convencido a sí mismo de que te amaba, aunque fuese por un breve lapso. A sus ojos, tu mayor pecado fue dejar de amarlo apenas abandonaste la corte. Ten cuidado, sobrina, cuando le hables de tu relación con el conde. Según Edmund, nunca vio a dos personas tan profundamente enamoradas. Siento mucho lo que ha pasado. ¿Continúa sin recordarte?

– El médico moro afirmó que si después de un año no se acuerda de mí, será muy difícil que lo haga luego. En lo tocante a su memoria, por fortuna no la perdió toda.

Richard reclinó la cabeza en la silla.

– Pero tú sí.

– Se me rompió el corazón -admitió Rosamund, sonriendo con tristeza-. Pero la vida debe continuar, tío.

– El señor de Claven's Carn ha vuelto a cortejarla -intervino alegremente Thomas Bolton.

– ¡Tom! -exclamó Rosamund, ruborizándose.

– Me alegra saberlo. Y ahora, sobrina, todo cuando debes hacer es convencer a Enrique Tudor de que eres la más leal de sus súbditos y escapar de sus garras a fin de regresar a Friarsgate lo antes posible. Rezaré por ti.

– Tus plegarias, querido tío, serán mi escudo contra el rey.


A la mañana siguiente reanudaron el viaje hacia el sur de Inglaterra. Era la primera vez que Philippa veía aldeas tan pulcras y ciudades tan encantadoras, en nada semejantes a las que había conocido en Escocia.

Mientras cabalgaban, la niña cayó en la cuenta de lo que significaba ser la heredera de Friarsgate. Comprendió, de pronto, que todo ese parloteo acerca de un matrimonio conveniente tenía más sentido del que había imaginado. Ella no era una simple campesina, sino la hija de un caballero que había sido el más leal de los súbditos del rey. Sus padres se habían casado por orden de Enrique VII. Y ahora ella se encaminaba a la corte para conocer a Sus Majestades y para que su madre la mostrara públicamente con el propósito de atraer la atención de alguna familia cuyo hijo fuese un candidato potable. Philippa, montada en su yegua blanca, irguió la cabeza con innegable orgullo.

Al cabo de varios días de viaje, arribaron finalmente a Londres y se dirigieron a la casa de lord Cambridge, situada junto al río. Construida con ladrillos ya deteriorados por el tiempo, la fachada estaba cubierta de hiedra. El techo era de pizarra gris y tenía tres pisos, sin contar la planta baja. El guardia se quitó la gorra cuando franquearon el portón de hierro y atravesaron el verde y florido parque por la entrada de grava de los carruajes. Ya había transcurrido la primera semana de junio y el aire era cálido.

Se abrió la puerta principal de la casa y la servidumbre se apresuró a vaciar el carro que transportaba el equipaje, mientras el mayordomo les daba la bienvenida, acompañada de una respetuosa reverencia, y los hacía pasar.

– Por fin de vuelta, milord.

– ¿Le mandaste decir a la reina que la dama de Friarsgate llegaría hoy? -preguntó lord Cambridge.

– Sí, milord. Hace menos de una hora, el mensajero real trajo este mensaje -replicó y le alcanzó un pergamino.

– La custodia armada permanecerá con nosotros. Ocúpate de albergarlos y alimentarlos. Y muéstrale a Lucy la alcoba de la señora y la de su señorita hija. ¿Son contiguas?

– Sí, milord. Todo está tal como lo deseaba -contestó el mayordomo, haciendo una profunda reverencia.

– Ven, Philippa, te mostraré el salón -dijo lord Cambridge.

– No hace falta que me guíes, sé dónde está. Es igual que en Otterly -contestó la niña, corriendo excitadísima y dejando atrás a la madre y al tío.

– Tal vez sepas dónde está, pero ¡la vista…! Ah, la vista de Londres es realmente magnífica. ¿Verdad? -dijo, al tiempo que entraba con Rosamund.

El salón era amplísimo. Las paredes estaban revestidas en madera y en un extremo había una enorme chimenea con un morillo adornado con dos mastines de hierro. Las ventanas de vidrios emplomados cubrían una de las paredes y dejaban ver el Támesis. El techo era artesonado y el piso de madera estaba cubierto de coloridas alfombras. Entusiasmada, Philippa corrió hacia las ventanas y se quedó boquiabierta cuando vio el río y su incesante tráfago. Rosamund se sentó en una silla, mirando a su primo, que acaba de abrir el mensaje del palacio.

– ¿Qué dice, Tom?

Lord Cambridge echó una rápida ojeada al pergamino y luego expuso:

– Su Majestad te da la bienvenida a Londres. Te presentarás mañana antes de la comida de mediodía. No es muy informativo que digamos, querida.

– Al menos no me han convocado a la Torre, Tom -bromeó Rosamund.

Él se echó a reír.

– ¡Un baño! Eso es todo cuanto necesito. ¡Un baño! Una excelente comida preparada por mi cocinero y dormir en mi propia cama esta noche, qué bendición.

– Mamá, hay dos botes amarrados en el embarcadero.

– No son botes sino barcazas. La que tiene ornamentos de terciopelo azul es la mía. Están amarradas al muelle. Las calles de Londres son estrechas y transitar por ellas suele ser dificultoso. Es más fácil y más rápido llegar al palacio por el río.

– Oh, mamá, hay tantas cosas que ignoro. ¿Piensas que estoy lista para ir a la corte?

– Sí, lo estás. Pero mañana mamá debe ir sola para averiguar qué desea la reina. Después de cumplir con mi obligación, te llevaré a la corte y verás con tus propios ojos cómo es la vida en el palacio.

– Y una vez que haya pasado el día allí -intervino Tom-te pondré al tanto de todos los rumores recién salidos del horno, mi pequeña.

– Ocupémonos del ahora, querido Tom. ¿Te bañarás antes o después de la cena? A los criados no les hará gracia traer agua caliente para los dos.

– ¡Antes! No quiero que los hedores del camino interfieran con mi paladar. Por otra parte, tú puedes cenar mugrienta, como buena campesina que eres.

– No considero que la comida sea una experiencia sagrada, primo.

Rosamund condujo a Philippa escaleras arriba hasta su alcoba, donde las esperaba Lucy. El entusiasmo de la doncella ante el lujo de los aposentos le recordó la reacción de Annie cuando fue por primera vez a la corte tras la muerte de Owein Meredith.

– El mayordomo me ha reservado un pequeño cuarto -dijo Lucy.

– ¿Dónde voy a dormir? -preguntó la niña.

– Usted tiene su propia habitación, señorita. Venga conmigo -indicó, y la condujo hasta la pared donde, luego de presionar un pestillo oculto, se abrió una puerta como movida por un resorte-. Este es su dormitorio y desde aquí puede ver el río. Pero solo podrá entrar por la alcoba de su madre. Se sentirá tan cómoda como un pajarito en su nido.

Rosamund no había visto la puerta porque estaba tapada por un tapiz y se preguntó si habría una alcoba semejante en la casa de Greenwich o en Otterly. Era el cuarto perfecto para una jovencita y su decoración hacía juego con el terciopelo rosa de las cortinas y del cubrecama.

Varias horas más tarde, cuando el crepúsculo dio paso a la noche, se sentaron a cenar en el salón que daba al río. Era evidente que el cocinero se había superado a sí mismo. Había grandes gambas acompañadas por salsa de mostaza y anguilas encurtidas; un pollo relleno con manzanas, uvas, pan remojado en leche y salvia; una pierna de cordero; un pastel de carne de venado y otro de pato cocido al vino tinto; un trozo de jamón serrano y una bandeja con espárragos al vino blanco, junto con tazones de arvejas y remolachas. También había pan fresco, un gran trozo de manteca y varios tipos de quesos. Una vez retirados los restos de comida y la vajilla, pusieron en la mesa una canasta de frutillas frescas y un gran cuenco de crema batida de Devonshire. Le permitieron a Philippa beber una pequeña copa de vino sin agua, que saboreó con deleite.

Saciado, Tom empujó la silla hacia atrás, separándola de la mesa.

– Una excelente comida -le dijo al mayordomo-. Felicita de mi parte al cocinero.

– Sí, milord, lo haré. -Luego se dirigió a Rosamund-: Su baño estará listo en media hora, milady.

– Agradézcale a los criados -respondió ella-. Sé que no es tarea sencilla subir el agua por la escalera y valoro el esfuerzo.

– Sí, milady -dijo el mayordomo. La dama de Friarsgate siempre se había mostrado amable con la servidumbre de su primo. En ese sentido, era una mujer de lo más insólita.

– Estoy cansadísima, mamá -exclamó Philippa, bostezando.

– Entonces te bañarás primero, mi ángel, pues no te has metido en el agua desde que partimos de Friarsgate. Y aunque muchos de los que frecuentan el palacio no se bañan muy a menudo, el rey Enrique tiene el olfato de un sabueso y no soporta el mal olor de los cortesanos.


– ¿Qué haré mañana cuando vayas a ver a la reina?

– Te quedarás en cama para reponerte del viaje y luego pasearás por los jardines de tu tío. La vista del río es fascinante y, de seguro, disfrutarás del panorama, sobre todo ahora que es verano.

Finalmente, el mayordomo volvió para comunicarles que la tina estaba lista.

– Buenas noches, Tom -se despidió Rosamund.

– Buenas noches, mis amores. Y tú, primita, no te desveles, pues mañana debes mostrarte en tu mejor versión.

Cuando llegaron a la alcoba, Lucy ya había aromatizado el baño con esencia de brezo blanco y la fragancia inundaba el cuarto.

– Ayuda primero a Philippa.

Después se sentó en la banqueta junto a la ventana y durante un rato contempló los jardines de su primo y el Támesis. La noche había caído y podía ver los faroles de las barcazas que iban y venían por el río. Pensó en las sugestivas estatuas que adornaban el jardín de Thomas Bolton y sonrió. No era probable que Philippa comprendiera la naturaleza de esas estatuas, pero si por casualidad llegaba a reparar en sus atributos masculinos, ello le resultaría sumamente ventajoso en el futuro.

Mañana. ¿Vería mañana al rey? Se habían separado en buenos términos y aunque seguramente sentiría curiosidad o incluso enojo por su relación con el conde de Glenkirk, sin duda la perdonaría si ella se lo pedía de buenas maneras. ¿Y cuáles serían esas "buenas maneras"? ¿Quizá someterse de nuevo a sus caprichos, demostrándole no solamente su lealtad sino también su devoción? La idea le resultaba inquietante, mas era preciso considerar la situación desde todos los ángulos a fin de estar preparada para lo que pudiera ocurrir.

En ese momento Lucy entró en el cuarto.

– La señorita Philippa está en la cama. ¿Desea bañarse ahora, milady?

Rosamund se puso de pie y se alejó de la ventana. -Sí, pero primero le daré las buenas noches a mi hija -dijo, encamándose a la puerta y maniobrando el pestillo para abrir la puerta que separaba ambas habitaciones-. Buenas noches, mi amor, sueña solo cosas bellas y que los ángeles te guarden.

– Sí, mamá. Nunca he dormido en una cama tan maravillosa. Tío Tom tiene cosas de lo más bonitas por todas partes.

– Así es, querida -la besó en la frente.

– Mamá, ¿el rey será bueno contigo? No te mandará a la Torre, ¿no es cierto? -el rostro de Philippa reflejaba una profunda ansiedad.

– No, mi ángel. El rey siempre ha sido muy bueno con tu mamá, y no hay razones para suponer que no lo sea en esta ocasión -le respondió. Luego sopló la vela apoyada en la mesita de noche y se retiró del cuarto.

Lucy la ayudó a desvestirse y recogió cuidadosamente la ropa de su ama.

– Algunas prendas necesitan un buen lavado, pero otras solo una buena cepillada. ¿Qué vestirá mañana, milady?

– Cuelga los vestidos en el guardarropa y elige el que más te plazca. En este momento me resulta imposible pensar. Mañana, cuando me despierte, lo tendrás listo.

– Sí, milady -dijo la doncella y la ayudó a meterse en la tina-. Su cabello está lleno de polvo y no brillará a menos que lo lave varias veces. Seguramente querrá causar una buena impresión cuando vuelva a la corte. Según se dice, al rey le gustan las mujeres bellas.

– Es cierto, Lucy, pero no debes repetir esas cosas, pues resultan ofensivas para la reina. Catalina de Aragón es una dama sumamente amable y espera que quienes la rodean se comporten con decoro. Las mujeres bellas deberían comportarse con circunspección en presencia de Su Majestad Enrique Tudor.

Una vez lavado y recogido el cabello, Rosamund se dio una rápida enjabonada porque el agua empezaba a enfriarse. Por último, salió de la tina y Lucy la envolvió en una toalla mientras la secaba con otra.

Se sentó junto al fuego, se soltó el cabello y lo cepilló hasta que quedó seco. Después, se puso un camisón limpio con aplicaciones de encaje, abandonó la antecámara donde habían colocado la tina y se metió en la cama.

– ¿Es todo por hoy, milady? -preguntó amablemente Lucy. -Sí. Vete a la cama, muchacha. Debes de estar tan cansada como todos nosotros. Buenas noches, Lucy.

Después cerró los ojos. Estaba de nuevo en Londres, una posibilidad que jamás había considerado. Mañana iría a la corte y vería al rey.

Mañana. ¿Qué le sucedería mañana? ¿Y por qué Rosamund Bolton le interesaba tanto a Enrique Tudor? Tal vez mañana podría encontrar la respuesta a todos sus interrogantes. Pese a estar exhausta, la inquietud le impedía dormir y, solo al cabo de unas horas pudo, finalmente, conciliar el sueño.

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