CAPÍTULO 18

– Me pregunto cuánto tiempo le llevará a Logan Hepburn enterarse de tu regreso -azuzó Tom a su prima, mientras cabalgaban camino a Friarsgate.

– ¿Cuándo dejarás de comportare como un tábano, Thomas Bolton? ¿Acaso no viste a sus hombres en lo alto de la colina? -replicó Rosamund, echándose a reír.

– No puedes culparlo por su impaciencia. Te ha estado esperando desde los tiempos de Adán y Eva.

– Jamás le he dicho que me casaría con él. Además, ni siquiera me lo ha preguntado.

– ¿Todavía dudas de sus intenciones, mi bella dama?

– Quizá le permita ser mi amante. ¿Para qué contraer un nuevo matrimonio? Tengo tres herederas. Él tiene uno. Yo soy inglesa. Él, escocés. Yo no abandonaré Friarsgate hasta que me muera. Él no dejará Claven's Carn. Empiezo a percatarme de que somos muy parecidos.

– ¡Dos seres semejantes hacen una pareja perfecta, querida prima!

– Veremos.

La situación empezaba a sacarlo de quicio. No deseaba estar presente cuando su prima y Logan Hepburn se molieran a golpes. No envidiaba al señor de Claven's Carn y, por mucho que amara a su prima, a veces le resultaba difícil soportarla.

Philippa fue la primera en apearse del caballo cuando llegaron a Friarsgate. Se arrojó a los brazos de Maybel y no paró de hablar hasta que la puso al tanto de sus aventuras y de su nueva amistad con Cecily Fitz-Hugh, a quien consideraba su mejor amiga. Maybel la abrazó, la besó y la retuvo firmemente a su lado, al tiempo que observaba a Rosamund. La dama desmontó de la cabalgadura, se dirigió a la anciana y, sin decir palabra, la estrechó con fuerza.

– ¡Por Dios! Qué bueno es estar otra vez en casa, Maybel. ¿Las cosas anduvieron bien? Las ovejas están bastante gordas, por lo que veo.

– Edmund te contará todo: lo que debes saber y lo que no deberías saber, pero no puedo cerrarle el pico. Has vuelto de la corte con mejor aspecto que en otras ocasiones, muchacha.

– Porque estuve poco tiempo. Una vez que hice las paces con el rey y la reina, casi no participé en las actividades de la corte, lo que me permitió comer y dormir bastante. No puedo decir lo mismo de Philippa, que adora la vida palaciega, me temo.

Rosamund enlazó el brazo de Maybel y se encaminaron a la casa, donde se sentaron en una banqueta junto al fuego.

– Los buenos modales de Philippa, que son evidentemente obra tuya y no mía, le ganaron el favor de la reina. Volverá dentro de dos años para servirla.

– ¡Qué honor! -dijo Maybel con entusiasmo. Luego recapacitó y se inquietó. -¡Pero será todavía una niña, no es posible dejarla ir!

– Es la única alternativa, Maybel. Estará bajo la tutela de la reina, cuyo séquito es disciplinado y casto. Sus damas de honor son las jóvenes más virtuosas del reino. Y Philippa se ha hecho amiga de Cecily Fitz-Hugh, que servirá con ella a Catalina. Es la hija del conde de Renfrew. Tiene dos hermanos y el menor, de catorce años, puede ser un posible candidato para mi hija. Ha formado parte de la comitiva de la reina y ahora lo enviarán a Francia y a Italia para proseguir sus estudios.

Maybel la escuchaba en silencio, asintiendo a medida que hablaba Rosamund.

– ¿Philippa conoce al muchacho? ¿Qué dice al respecto?

– No he tocado el tema con ella, pero lo haré lo antes posible, aunque estoy segura de que lo conoce. Las niñitas de la corte son aun más chismosas que la servidumbre. Además, pueden trabar amistad y decidir si se gustan el uno al otro. Nada se ha discutido o establecido formalmente. Tal vez haya otro joven más adecuado para Philippa. Estoy dispuesta a esperar, pero Tom tiembla de impaciencia como una solterona.

– Y por buenas razones, querida -intervino lord Cambridge, acercándose a las dos mujeres-. Tú no comprendes la necesidad de buscar ahora y separar la paja del trigo, o lo posible de lo imposible.

– Es cierto, Tom Bolton -dio Maybel con voz calma-. Mientras Rosamund confíe en ti, no tomará ninguna decisión equivocada. Pero si algún día se vuelve a casar, tu influencia se disipará, desde luego.

– Su influencia nunca menguará en lo que concierne a mi persona, Maybel. Y en cuanto al matrimonio, veremos.

Al oír el eterno "veremos", lord Cambridge apretó las mandíbulas con tanta fuerza que le dolieron los dientes.


– ¿Hubo novedades durante mi ausencia, tío? -preguntó Rosamund en la cena.

– Ninguna de importancia, sobrina -respondió Edmund-. Sin embargo, le estoy muy agradecido al señor de Claven's Carn por haber enviado a sus hombres, pues recientemente hubo algunos extraños observando Friarsgate desde lo alto de las colinas.

– ¿Quiénes eran? Vi a uno de ellos mientras cabalgábamos y supuse que era alguien del clan Hepburn.

– No estoy seguro, pues cada vez que traté de acercarme, huyeron. Sospecho que son los rufianes de tu primo.

– ¡Maldito sea! El muy demonio anda detrás de Philippa. ¡Lo atraparé y lo colgaré yo misma!

El padre Mata se persignó al escuchar esas palabras.

– Señora, debe de haber otra manera de resolver el asunto.

– Dígame cuál, señor cura. El joven Henry Bolton sabe que jamás se casará con Philippa. Se lo he repetido hasta el cansancio. ¿Qué más puedo hacer si no me escucha?

– En primer lugar, vigilar a su hija noche y día. Y en segundo, explicarle con claridad el peligro al que se halla expuesta.

– Ya es hora, sobrina -admitió Edmund, y los demás comensales se mostraron de acuerdo.

– ¿Ya es hora de que me expliquen qué cosa? -preguntó Philippa. Se había aburrido soberanamente durante el trayecto de Windsor a Friarsgate, sobre todo porque su tío y su madre no le habían prestado la menor atención.

– Mi primo Henry quiere secuestrarte, obligarte a ser su esposa y, de ese modo, apoderarse de Friarsgate. Por eso debemos protegerte.

– Pero yo me casaré algún día con Giles Fitz-Hugh y…

– ¡No es cierto! -la interrumpió su madre con voz tajante

¿Quién te dijo semejante cosa?

– Cecily. Dice que escuchó a sus padres hablar sobre el tema. Giles es muy buen mozo, mamá.

Rosamund meneó la cabeza, extenuada.

– Pero yo jamás discutí el asunto con el conde de Renfrew, Philippa. Tal vez Giles Fitz-Hugh sea un buen marido cuando crezca, o tal vez no. Y hay que considerar otras posibilidades antes de tomar una decisión con respecto a tu futuro.

– Pero me gusta Giles Fitz-Hugh -insistió Philippa-. ¡Es tan apuesto!

– Ya lo dijiste, Philippa -acotó su madre secamente-. No obstante, un esposo debe tener otras cualidades más importantes que bellos rasgos. Por lo demás, eres demasiado joven para pensar en casarte. Hasta que no cumplas catorce años, olvídate del tema.

– ¡Oh, mamá! A los catorce, ya te habías desposado tres veces -contraatacó Philippa.

– No estamos hablando de mí sino de tu futuro. Ahora retírate de la mesa, si has terminado de comer.

Philippa se alejó del comedor, seguida por uno de los hombres del clan Hepburn y Rosamund se preguntó qué ocurriría de ahora en adelante. Luego, miró al sacerdote.

– Padre Mata, mande buscar al señor de Claven's Carn en la mañana.

– Muy bien, milady -respondió, aunque ambos sabían que ya lo había hecho.

– Además de los extraños que observaban Friarsgate, ¿hay otras novedades, tío Edmund?

– No. Los campos están exuberantes y hemos comenzado la recolección. Será una buena cosecha, te lo aseguro. Los huertos darán frutos en abundancia, aunque no tan grandes como los del año pasado, pues este verano ha llovido menos que lo acostumbrado. Sin embargo, las peras y las manzanas serán más dulces, debido, precisamente, a la escasez de lluvia.

– ¿Y la lana?

– De excelente calidad. Las ovejas están gordas y satisfechas. Nunca hemos tenido tejidos tan maravillosos. Si nos quedamos con una parte de las existencias, estaremos listos para el año próximo. Los comerciantes de Carlisle ya se están quejando porque no hay suficientes tejidos en el mercado. Los he puesto al tanto de que venderemos la mercancía con cuentagotas y no están del todo felices.

Lord Cambridge asintió, sonriendo.

– ¿Ya comenzaron con el teñido?

– Una vez que terminemos con la cosecha, Tom. El teñido y el tejido son tareas que conviene realizar en invierno. Al menos la gente de Friarsgate siempre lo ha hecho así. Pero te prometo que para la primavera la bodega de tu navío contará con un excelente cargamento.

– El año que viene, para esta misma fecha, seremos muy ricos -dijo Tom, con una sonrisita codiciosa-. La famosa lana azul de Friarsgate nos aportará un montón de dinero, sobre todo si minimizamos la oferta. Debes guardar por lo menos la mitad de lo producido anualmente en el depósito, Edmund. Solamente nosotros regularemos las ventas de lana azul de Friarsgate.

– ¿No deberíamos ser más generosos el primer año y luego acaparar la mercadería a fin de subir su precio? -preguntó Rosamund.

– No -replicó Tom-. Puede haber entre nosotros algunos merceros más inteligentes que otros, quienes no dudarán en reducir las ventas con el propósito de enriquecerse. No podemos correr ese riesgo, pues nuestras ganancias mermarían. Cualquier mercero que no venda todas sus existencias no recibirá ninguna el año próximo. Sabremos cuánto venden basándonos en lo que les hemos vendido, y les exigiremos pruebas de la venta de toda la provisión.

– Lo mejor será que tú te encargues de las estrategias, primo. Yo me limitaré a cuidar de Friarsgate y todo lo que ello implica.


Logan Hepburn llegó al atardecer del día siguiente. Por primera vez en muchos años, Rosamund lo miró como a un hombre. Todavía era un bello ejemplar masculino, pese a cierta rusticidad. Sus ojos aún conservaban ese color tan azul que le había quitado el aliento y aflojado las rodillas cada vez que los miraba. Se preguntó si ahora le causarían el mismo efecto. En las sienes, entremezclados con el cabello grueso y negro como el ébano, se veían algunos hilos de plata.

Logan se deslizó con agilidad de la cabalgadura y se acercó a saludarla, sonriente.

– Bienvenida a casa, Rosamund.

– ¿Por qué no trajiste a Banon y a Bessie? -preguntó extrañada.

– Porque hasta que no resolvamos el problema con tu primo estarán más seguras en Claven's Carn. Sus hombres han estado espiando Friarsgate y nosotros los hemos vigilado, pero ellos no lo saben -respondió con una sonrisa.

Seguramente, el padre Mata lo había puesto al tanto de lo que ocurría en Friarsgate. Al fin y al cabo era su pariente.

– No sé qué hacer -dijo la joven con toda honestidad-. No puedo pasarme la vida mirando por encima del hombro para comprobar si alguien me sigue o si corro peligro. Ni tampoco permitir que Philippa viva en constante zozobra.

– Entonces debemos encontrar la manera de librarnos del joven Henry de una vez por todas.

– ¿Pero cómo?

– Si somos listos, poniendo a lord Dacre en su contra. Henry comete sus fechorías en ambos lados de la frontera. Lord Dacre, por su parte, se limita a atacar a los escoceses, aunque el rey le ha dicho que no lo hiciera. Sin embargo, Enrique Tudor no hace ningún esfuerzo por imponer su edicto, e infiero que sus desmanes en las zonas limítrofes cuentan con su aprobación implícita, aunque el rey proclame lo contrario.

– ¿Cuál es tu propuesta, Logan?

– Las incursiones de tu primo están motivadas por la codicia. Él no es leal a nada ni a nadie, excepto a sí mismo, pues nunca le enseñaron otra cosa. Lord Dacre, en cambio, es leal a su rey y a Inglaterra. Odia a su antiguo enemigo y luchará a muerte contra él. ¿Qué pasaría si creyera que tu primo y su banda de rufianes son escoceses renegados… y por casualidad se encontrasen? -preguntó Logan con una astuta sonrisa.

– Se matarían unos a otros y ambos nos libraríamos de un enemigo. Ya veo que no haces esto sólo por mí.

– No he dicho que lo hiciera sólo por ti. Hasta el momento, nadie ha puesto los ojos en mis tierras. Pero supongamos que lord Dacre llegase inesperadamente a Claven's Carn. ¿Crees que preguntaría si alguno de los habitantes es inglés? No. Sencillamente pasaría a degüello a cuantos se le cruzasen en el camino, señora.

– Entonces trae a las niñas a casa -replicó, nerviosa.

– Tus hijas están más seguras conmigo. A Dacre no le interesa la parte occidental de la frontera, o al menos no ha mirado en esa dirección.

– ¿Así es como pensabas cortejarme? -preguntó de pronto la joven.

– No he venido a cortejarte, Rosamund Bolton, sino a planear estrategias para nuestro mutuo beneficio. Quizás algún día, si estás dispuesta, vendré a cortejarte. Por ahora no pienso contraer un nuevo matrimonio -replicó sonriendo.

– ¡Dios! Tampoco yo pienso hacerlo, Logan Hepburn.

Pero Rosamund se quedó pensativa. Antes de partir a la corte le había dicho que la amaba y que deseaba desposarla. ¡Y ahora tenía esta actitud! No había cambiado en absoluto. Probablemente era una manera de vengarse de su rechazo previo haciéndole creer que se casaría con ella cuando en realidad sólo pretendía engañarla con dulces promesas. Si alguna vez había conocido a un verdadero demonio, ese era Logan Hepburn.

– ¿Podrías prestarme a tus hombres un tiempo más? -dijo, pensando que, en realidad, no lo necesitaba a él sino a su escolta armada.

– Desde luego -replicó sin dejar de sonreír.

Había estado a punto de soltar una carcajada al ver su expresión de sorpresa cuando le dijo que no había venido a cortejarla. Thomas Bolton le había enviado un mensaje dándole instrucciones con respecto a su prima y él estaba dispuesto a seguirlas al pie de la letra. En primer lugar, no debía mostrar ningún interés en casarse con ella. A Rosamund le agradaban los desafíos e incluso lo respetaría más si tenía que esforzarse por recuperar su amor. En segundo lugar, no debía dejarse llevar por las emociones, sino seguir sus instintos. Logan así lo había hecho y los resultados no podían haber sido más satisfactorios.

Rosamund creía que ella iba a controlar la situación y que él la quería lo bastante para bailar al ritmo que le impusiera. Tom no se equivocaba al aconsejarle que se mostrara renuente y no tan accesible Ahora, la próxima jugada le correspondía a Rosamund y Logan estaba intrigado por saber qué demonios haría la muchacha.

– ¿Te quedarás esta noche?

– No, volveré a Claven's Carn, señora. Debo pensar en la mejor manera de provocar un enfrentamiento entre lord Dacre y tu primo. Regresaré cuando haya encontrado la respuesta a mis interrogantes.

– Muy bien, Logan -respondió. De modo que el muy canalla no se quedaría. ¿Acaso no podían idear un plan juntos?-. Quizá, si nos ocupamos los dos del asunto, hallaremos una solución más sencilla y expeditiva.

– ¿Te parece? -preguntó, feliz de saber que ella le estaba pidiendo que no se fuera.

Rosamund asintió.

– Claven's Carn estará bien protegido en tu ausencia, máxime cuando tu hijo vive allí. Además, te será más fácil cabalgar a la luz del día.

– Tal vez tengas razón -replicó en un tono displicente-. Me quedaré, si así lo deseas.

– Entonces pasemos al salón -lo invitó Rosamund.

Logan le guiñó un ojo a lord Cambridge y luego la siguió.

– Quisiera saber de qué se trata todo esto -dijo Maybel-. ¿Qué maldades estás tramando, Thomas Bolton?

– Simplemente le he aconsejado cómo ganarse su afecto. Basta con invertir los papeles. Él fingirá que su interés por ella ha comenzado a desvanecerse y Rosamund tratará de convencerlo de que se conviertan en marido y mujer.

– ¡Traidor! -exclamó Maybel y se echó a reír-. Si mi niña supiera hasta qué punto la conoces no se sentiría muy contenta, te lo aseguro. Pero tienes razón. Ahora bien, si realmente deseamos que se case y sea nuevamente feliz, debemos tomar en cuenta sus deseos y no los nuestros.

– ¿No pensarás delatarme? -dijo Tom, remedando la mirada aviesa de un conspirador.

– De ninguna manera. Desde que pisaste esta casa has sido su ángel guardián, Thomas Bolton, y le agradezco a la Virgen María por ello.

– Gracias. Pero también sabes que Rosamund ha sido una bendición para mí, Maybel. Y ahora ven. ¿No sientes curiosidad por saber qué están tramando en el salón?

– Si la curiosidad fuera un mosquito, estarías lleno de ronchas, Thomas Bolton.

Esa noche, después de haber terminado de cenar, Rosamund, Logan, el padre Mata, Maybel, Edmund y Tom se sentaron en el salón para planear el complot. Habían enviado a Philippa a la cama. Las ventanas de su dormitorio estaban herméticamente cerradas y Lucy dormía a su lado en un catre. La puerta del cuarto se hallaba custodiada por un hombre del clan Hepburn.

– La carnada debe resultar tentadora para ambos -planteó Rosamund.

– Entonces la trampa tendrá dos carnadas. Una para el joven Henry y otra para lord Dacre -respondió Logan.

– Bastará con que Dacre piense que Henry y sus hombres son escoceses. Pero ¿cómo lograr que se encuentren en el mismo lugar y a la misma hora? -preguntó Rosamund.

– Hay una abadía abandonada cerca de Lochmaben -intervino el padre Mata-. Si lord Dacre se entera de que el oro escondido allí será transportado a Edimburgo para uso exclusivo del pequeño rey, querrá apoderarse de él. Y lo mismo pensará Henry. La abadía está en una zona desierta y ambos darán por sentado que será fácil alzarse con el botín. Se le advertirá a lord Dacre de la existencia de una banda de renegados escoceses en las inmediaciones, pero a Henry no se le dirá una palabra sobre el lord inglés. Cuando ambos bandos se encuentren, se desencadenará una batalla.

– Mi hermano Richard dijo, en una ocasión, que harías una brillante carrera en la Iglesia. Es una lástima que desperdicies tu talento en el campo -comentó Edmund.

El joven sacerdote sonrió, abochornado.

– El problema -sentenció Rosamund-reside en lograr que estén en el mismo lugar a la misma hora.

– No si Henry cree que el oro sólo habrá de transportarse sin custodia las primeras cinco millas del trayecto y que será entregado a los hombres del rey donde se juntan el camino de la abadía y el camino a Edimburgo. Eso significa que debe atacar antes de que el oro llegue a manos de los guardias. Si es listo, esperará hasta que el cargamento se halle a mitad de camino de la encrucijada. Por nuestra parte, nos aseguraremos de que lo haga y de que lord Dacre lo sepa -dijo Logan-. Tu primo es un cobarde. No le interesa pelear, sino hacerse rico.

– Pero ¿cómo se enterarán? -insistió Rosamund.

– Yo hablaré con lord Dacre -dijo Tom-. Soy inglés y me creerá, sobre todo cuando me queje de ese bandido que amenaza mis propiedades en Otterly y las de mi prima, la dama de Friarsgate, la amiga íntima de la reina que acaba de regresar de la corte, donde dentro de dos años su hija servirá a Su Alteza Catalina en calidad de dama de honor y tal vez se case con el hijo del conde de Renfrew y así sucesivamente. Lord Dacre es un perfecto esnob. Me escuchará con suma atención y querrá ganarse el favor del rey robando el oro para Su Majestad y protegiendo, de paso, a la amiga de la reina.

– ¿Y quién le referirá al joven Henry el cuento del oro?

– Lo haré yo -dijo Edmund alzando la voz.

– ¿Tú, maldita pasa de uva? ¿Estás loco, marido? ¿Piensas dejarme viuda en plena senectud? No harás tal cosa, Edmund Bolton -exclamó Maybel.

Todos se echaron a reír.

– No enviudarán, vieja cabeza dura -replicó Edmund-. Le diré a Henry que un vecino, el señor de Claven's Carn, me habló del oro escondido en una abadía y yo pensé que si él lo robaba, dejaría en paz a Philippa Meredith y a Friarsgate, pues tendría la oportunidad de comenzar una nueva vida en otra parte. Soy su tío, tenemos la misma sangre y sabe cuánto quiero a Friarsgate y a la familia. Me creerá, pues no le entrará en la cabeza que me comporte como un hipócrita cuando está en juego la seguridad de Friarsgate y de sus habitantes.

– Tiene razón -opinó lord Cambridge.

– Y además es valiente -señaló Logan-. Pero te acompañarán mis guardias armados, Edmund, por si a tu sobrino se le ocurre cometer alguna tontería.

– ¿Y de dónde sacarán el oro? ¿Y cómo convencerán a los monjes de que cooperen en semejante farsa? -inquirió Maybel.

– La abadía está desierta, Maybel, pero ni Henry ni lord Dacre lo sabrán -dijo el sacerdote-. Algunos de los hombres de Claven's Carn se disfrazarán de monjes para que crean que está habitada. Es fácil conseguir ropas monacales. Luego, dos monjes conducirán el carro con los supuestos lingotes hasta el camino. En caso de haber problemas, abandonarán el carro y huirán a los bosques. Nadie se molestará en perseguirlos, pues les interesa el oro, no un par de monjes cobardes.

– Todavía no me has dicho de dónde provendrá el oro -insistió Maybel.

– Cuando construimos los hornos guardamos los ladrillos sobrantes. Si los envolvemos en fieltros y los atamos con un cordel, nadie sospechará que no son lingotes -respondió Edmund.

– Si queremos tener éxito, es preciso planearlo todo a la perfección -dijo Logan-. Mañana nos ocuparemos de los detalles.

– ¿Pero qué ocurrirá cuando lord Dacre descubra que son ladrillos? -preguntó Rosamund.

– Volverá a la abadía, la encontrará desierta y concluirá que lo han engañado. Pero no pondrá en duda mi veracidad. Pensará que le ganaron de mano y que han transportado el oro en secreto a Escocia para frustrar a los ingleses -conjeturó Tom. Luego se puso de pie, se estiró como un gato y lanzó un bostezo-. Estoy listo para meterme en la cama. Conspirar es una tarea absolutamente agotadora, querida muchacha. -Se inclinó y besó a Rosamund en la frente. -Buenas noches y dulces sueños, prima. Buenas noches a todos.

Edmund se puso inmediatamente de pie, tomó a su esposa de la mano, les deseó las buenas noches a su sobrina y a Logan y se encaminó a sus habitaciones. Maybel, que había abierto la boca para protestar por la rápida partida, miró a su marido y al ver su mirada de complicidad, cayó en la cuenta y optó por cerrarla.

– ¿Dónde voy a dormir, señora? -le preguntó Logan a su anfitriona.

¿Por qué tenía tanto apuro? ¿Habría conocido a otra mujer mientras ella estaba en Londres?

– Concédeme un minuto, por favor -dijo la joven, poniéndose de pie y sirviéndole una copa de su mejor vino.

Después de todos estos años de supuesta devoción, ¿era capaz de abandonarla por otra? ¡No hasta que ella decidiera si valía la pena casarse con él! Hizo un esfuerzo por ocultar la rabia y le alcanzó el vino con una sonrisa.

– Esta es mi hora preferida -dijo, al tiempo que buscaba su copa y se sentaba junto al fuego-. De noche todo está en calma y la paz reina sobre la tierra -agregó, bebiendo un módico trago.

Él no pudo resistir la tentación de provocarla, pues disfrutaba más cuando ella lo peleaba abiertamente.

– ¿Acaso intentas complacerme con un buen vino para luego seducirme? -le preguntó, enarcando su negra ceja con aire inquisitivo.

– ¿Siempre has tenido una opinión tan excelente sobre tu persona? -contraatacó ella, volviendo a sacar las uñas. El muy maldito era capaz de leerle el pensamiento.

– Siempre, mi querida -le respondió con una sonrisa insolente. Pero al ver que ella aferraba la copa con demasiada fuerza, añadió-: No pensarás arrojarme el contenido, ¿verdad?

– Sí -admitió con voz crispada-. Es justamente lo que pensaba hacer.

– Pues tengo una idea mejor, que no solo salvará mi jubón sino que te evitará desperdiciar el vino -dijo sonriendo, mientras dejaba su copa y se ponía de pie-. Levántate, Rosamund, y te ayudaré a aventar el malhumor. Pero primero pon tu copa sobre la mesa. Desde ahora, cuando sientas deseos de pelear conmigo, en lugar de maltratarme me besarás.

– ¡¿Qué?!

Seguramente había escuchado mal, pero en ese momento él la estrechó entre sus brazos y la morena cabeza descendió buscando su boca. Sus labios presionaron los suyos y las rodillas de Rosamund se negaron a sostenerla, aunque él la apretaba contra su cuerpo con tanta firmeza que le hubiera resultado imposible caer al suelo. La muchacha cerró los ojos y la cabeza le empezó a dar vueltas.

– ¿Nadie te enseñó que besarse es mucho más placentero que pelear? -susurró Logan, cuando logró apartar su rostro del de Rosamund.

– Nunca me he peleado con nadie como lo hago contigo. Eres un hombre de lo más fastidioso, Logan Hepburn.

– Pero ya no estás enojada conmigo.

– No -admitió la joven.

– ¿Lo ves?

– ¿Entonces tengo que pelear contigo para que me beses? -replicó Rosamund provocativamente.

– Por ahora, sí. No eres una mujer fácil y debo hacerte entrar en razón si vamos a casarnos, mi querida… I

– ¿Hacerme entrar en razón? -Estaba tan indignada que no vaciló en darle unos buenos puñetazos en el pecho. -¿Conque no soy una mujer fácil, eh? ¿Quién demonios eres para criticarme? ¿El paradigma de la perfección masculina? Incluso Jeannie, que Dios bendiga su dulce alma, me comprendía mejor que tú.

Él estuvo a punto de soltar una carcajada, pero prefirió abstenerse. En lugar de eso, la abrazó y la besó hasta dejarla sin aliento y al borde del desmayo.

– Te domaré, pequeña diablesa, aunque deba pasar el resto de mi vida dedicado a esa tarea.

Y luego volvió a besarla hasta que Rosamund comenzó a gemir de placer. Finalmente, se apartó de ella sosteniéndola del brazo para que no perdiera el equilibrio, pues la muchacha se tambaleaba.

– Ya está. Ahora que has recuperado la calma, muéstrame dónde he de pasar la noche, Rosamund Bolton.

Ella sacudió la cabeza para despejarse y no dijo nada. Logan se comportaba de un modo irritante, insolente y despótico… pero sus besos eran celestiales. Se sintió sorprendida al comprobar que había recuperado la movilidad de las piernas y lo condujo escaleras arriba hasta el cuarto de huéspedes. Abrió la puerta y se hizo a un lado para dejarlo pasar.

– Buenas noches, mi señor -dijo con más suavidad de la que hubiera deseado, pero al menos era capaz de hablar.

Él transpuso el umbral, pero luego se volvió, diciéndole en voz baja:

– Hoy no, pero una de estas noches compartiremos el lecho.

– No he dicho que me casaré contigo.

– Tampoco te lo he pedido. Simplemente he dicho que una de estas noches dormiremos juntos, tú y yo. Buenas noches, señora.

Perpleja, se alejó de la puerta mientras él la cerraba. Su corazón latía a todo galope, como un caballo desbocado. Se imaginó desnuda en sus brazos y se preguntó cuánto hacía que no pasaba la noche junto a un hombre. "Patrick" -murmuró. Al pronunciar su nombre supo que el conde de Glenkirk jamás se opondría a su felicidad, una felicidad que, por otra parte, él ya no podía ofrecerle. La premonición que ambos experimentaron al conocerse se había cumplido. Nunca volvería a ver a Patrick Leslie y, por lo tanto, era libre de amar otra vez. Ciertamente, él siempre ocuparía un lugar secreto y privilegiado de su corazón, pero la vida debía continuar y le resultaba imposible vivir sin amor.

Logan permaneció de pie apoyado contra la puerta. Respiraba lenta y profundamente. La sensación producida por los turgentes senos de Rosamund cuando la estrechó contra su pecho había despertado sus sentidos y erguido su virilidad. La necesitaba tanto que le dolían las entrañas. Las audaces palabras que acababa de pronunciar le quemaban la garganta. El instinto le había advertido que era demasiado pronto y el consejo de Tom había sido sensato, pero él era incapaz de continuar fingiendo eternamente. La amaba demasiado. La deseaba demasiado. Quería que fuera su esposa lo antes posible. Era un hombre impaciente. ¿Hasta cuándo podría poner coto a su naturaleza?

Esa noche, Logan y Rosamund durmieron muy mal, acosados por sueños salvajes que los sumían en un profundo desasosiego, en una suerte de duermevela que les impedía entregarse a un sueño reparador.

La joven se despertó nerviosa y con los ojos llorosos, pero dispuesta a preparar la trampa que habían ideado para librar a Friarsgate de una vez por todas de las acechanzas de su primo.

El tío Henry, el hermano menor de su padre, le había hecho la vida imposible y ahora tenía que soportar la maldad de su hijo. No era justo. Los huesos de Henry Bolton descansaban en el cementerio familiar, pero Rosamund no se sentiría a salvo hasta que el joven Henry no yaciera junto a su padre.


Cuando bajó al salón, un sirviente le informó, ante su sorpresa, que Logan había partido al alba con algunos de sus hombres. Al cabo de unos instantes, apareció el tío Edmund.

– ¡Al fin te despertaste, sobrina! -le dijo en tono jovial-. Logan me dio algunas instrucciones para representar nuestro papel en esta farsa. Cuanto antes empecemos, mejor. No pienso pasarme otro invierno defendiéndome de los lobos. Y no solo me refiero a los que andan en cuatro patas.

– Podría haberse despedido -comentó, fastidiada.

– Pensé que se habían despedido anoche -murmuró inocentemente Edmund.

La joven lo fulminó con la mirada.

– Anoche lo acompañé al cuarto de huéspedes y luego me encerré en el mío. Supuse que esta mañana lo encontraría aquí para hablar del tema. Sin embargo, en lugar de estar presente, prefirió dejarte sus instrucciones.

Cuando Rosamund comenzó a sentir que la rabia se apoderaba de ella, le ocurrió una cosa rarísima. Recordó la cólera que había experimentado la noche anterior y cómo él había logrado calmarla… a besos. El recuerdo de sus labios presionando los suyos fue tan vivido que un estremecimiento le recorrió la espalda y su ira empezó a disiparse como por arte de magia.

– Hizo bien en partir al alba. Es preciso llevar a cabo nuestro plan del modo más meticuloso posible o fracasaremos miserablemente. ¿Cuáles son las instrucciones de Logan?

– Debemos preparar el oro falso y transportarlo en secreto a la abadía, cerca de Lochmaben, evitando que nos observen los rufianes de tu primo. Con ese propósito, los hombres de Hepburn están registrando las pocas cuevas que hay en nuestras colinas, donde un intruso podría esconderse y espiarnos. Otros se hallan apostados en las alturas. Es menester actuar rápidamente o despertaremos las sospechas de Henry.

– Los ladrillos han de ingresar en la casa por la puerta de la cocina que da al jardín trasero. Y no todos a la vez, sino por tandas. El constante entrar y salir de hombres y mujeres podría llamar la atención de alguien, pues no sabemos con certeza si nos espían. Los ladrillos restantes pueden entrarlos a la noche, cuando esté oscuro.

– ¿Dónde quieres que los pongan?

– En el salón. Los envolveremos allí.

El acarreo comenzó después de desayunar. La gente iba y venía mientras Rosamund, Philippa, Maybel y varias criadas envolvían cuidadosamente cada ladrillo en una tela de fieltro de color natural y los ataban con un bramante para que el contenido permaneciera oculto. Cuando terminaban una pila, la sacaban del salón e ingresaban otra. Les llevó todo el día acarrear los ladrillos hasta el cobertizo, donde los colocaron en un carro de madera cubierto. El carro los transportaría primero a través de la frontera, a Claven's Carn, y de allí a la abadía, donde la cubierta del carro sería reemplazada por una lona alquitranada. Pero el vehículo debía permanecer en el cobertizo hasta que Logan diera la orden de partir.


El señor de Claven's Carn regresó al cabo de varios días.

– Veinte de mis hombres se encuentran en la abadía disfrazados de monjes. Mañana llevaremos el oro del otro lado de la frontera y de allí, a Lochmaben. Cuando yo vuelva, estaremos listos para comunicarles a lord Dacre y al joven Henry que pueden robar el oro. Has hecho un buen trabajo, Rosamund. Los ladrillos parecen auténticos lingotes.

– Sí, trabajamos con esmero para que no hubiera el menor indicio de lo que cubren realmente estos envoltorios.

– En dos días buscaremos a lord Dacre y a Henry. Sé dónde se hallan. Si Edmund y Tom salen al mismo tiempo, encontrarán a los dos incautos a la misma hora, y espero que regresen juntos para darnos la noticia de que ambos han mordido el anzuelo.

Dos días más tarde, Edmund y seis hombres armados galoparon hasta el lugar donde el joven Henry se escondía luego de sus saqueos en la frontera. El muchacho se sorprendió al ver a su tío, pero lo saludó con bastante cordialidad. Edmund no se apeó del caballo.

– Esta no es una visita social, sobrino -le dijo con franqueza.

Henry se sintió en desventaja frente a su tío, que lo miraba desde lo alto de su corcel.

– Bájate del caballo, Edmund Bolton, así hablamos de igual a igual. Ven y tomaremos un poco de vino. Tengo un barril de la mejor calidad. Pertenecía a un vendedor ambulante, pero yo lo alivié de la carga -comentó con una sonrisa de triunfo, como si se tratara de una hazaña.

– No. Vine a decirte algo, Henry. Deja ya de acosar Friarsgate y sácate de la cabeza la idea de casarte con Philippa. Contraerá matrimonio con el segundo hijo de un conde cuando sea mayor. Es el deseo de la familia. No obstante, para recompensar tu cooperación, estamos dispuestos a revelarte dónde hay una gran cantidad de oro escondido, sobrino. Será un robo fácil, a menos que tengas miedo de una banda de monjes escoceses. No sientes un verdadero amor por Friarsgate. ¿No lo cambiarías por un montón de oro contante y sonante?

– Quizá. Pero debes darme más detalles.

– Primero has de prometerme que no secuestrarás a la pequeña Philippa. Es una niña, Henry, y te dará más dolores de cabeza que satisfacciones. Además, no podrás evitar que Rosamund la recupere. Ella es una mujer dotada de una voluntad de hierro, como bien lo sabía tu padre.

– Rosamund debió haber sido mi esposa. En ese caso, mi hijo heredaría Friarsgate y no otra niña, tío-. Edmund se rió con sarcasmo.

– ¿Qué edad tienes ahora, sobrino? ¿Diecisiete? Rosamund ya ha cumplido los veinticinco y preferiría matarte antes que casarse contigo. Tú no quieres Friarsgate, muchacho. Ese era el sueño de tu padre, ¿y adonde lo condujo ese sueño sino a una parcela de tierra en el cementerio familiar? Fue su codicia la que arrastró a tu madre a la perdición, convirtiendo a una joven insípida, pero decente en una… bueno, ya sabes en qué se transformó Mavis. ¿Y a ti? En un perseguido que algún día habrán de atrapar y colgar. -Edmund hizo una pausa. -A menos que decidas cambiar tu destino, Henry. Dame tu palabra de que dejarás tranquilos a los Bolton de Friarsgate y te haré tan rico que podrás irte de aquí y comenzar una nueva vida. ¿Quieres que tu madre te encuentre un día colgado al borde del camino? ¿Serías capaz de romperle el corazón de esa manera? Con el oro que te ofrezco podrás rescatarla del barro y la vergüenza, y permitirle vivir con decoro y en paz.

Durante un momento, el rostro del joven se dulcificó.

– Dime dónde está el oro.

– Primero dame tu palabra

– ¿Aceptarías mi palabra? -exclamó el joven, sorprendido aunque halagado. Nunca nadie había aceptado antes su palabra. -Si me dices dónde está el oro y si puedo robarlo, te prometo olvidarme de Friarsgate y partir hacia el sur, como lo hizo el antepasado de Thomas Bolton. Tal vez tenga tanta suerte como él.

"Eso no significa que no regrese algún día" -pensó Henry. Pero Friarsgate evidentemente no era para él. Además, detestaba el olor a oveja.

Edmund estrechó la mano de su sobrino.

– El oro está en una abadía cerca de Lochmaben. Me enteré de su existencia por uno de los hombres del clan Hepburn. El primo del señor de Claven's Carn, el recién fallecido conde de Bothwell, lo había guardado allí para entregárselo a Jacobo Estuardo antes de la guerra. Ahora, la reina regente desea que se lo lleven a Stirling a fin de solventar los gastos del pequeño rey. Sólo hay un lugar donde es posible robarlo sin correr riesgos, sobrino. El vehículo que transporta el oro partirá desde la abadía hasta la ruta a Edimburgo, donde lo esperan unos guardias armados. La distancia no supera las cinco millas. En mi opinión, el sitio ideal para apropiarse del botín es a mitad de camino entre la abadía y la encrucijada. El carro es conducido por dos monjes, para que el cargamento pase inadvertido.

– Cuentas con demasiada información, tío -dijo el joven con suspicacia.

– Por supuesto -asintió Edmund-. Contratamos a los hombres del clan Hepburn para vigilar Friarsgate. Les pagamos, los hospedamos y les damos de comer. Somos ante todo fronterizos, aunque defendamos a nuestros respectivos reyes en caso de guerra. Los escoceses se sienten cómodos con nosotros y sueltan la lengua, pues están solos y lejos de su familia. También los enorgullece el hecho de que fuera un pariente suyo, el conde de Bothwell, el responsable de esconder el oro en Lochmaben. Si lord Dacre tuviera esta información, de seguro te ganaría de mano. Pero es improbable que lo sepa, sobrino. Ve pues y apodérate del botín, siempre y cuando no tengas miedo y…

– ¡No tengo miedo! -lo interrumpió-. ¿Sabes exactamente cuándo transportarán el oro?

– Dentro de tres días. Pero si yo estuviera en tu lugar, iría a Lochmaben lo antes posible y esperaría escondido en el bosque, por si deciden adelantar la partida.

Edmund hizo girar al caballo y se preparó para abandonar el campamento de su sobrino, pero el joven no estaba dispuesto a dejarlo partir sin antes decirle:

– Si me has mentido, te juro que volveré y te mataré, tío.

Edmund lanzó una breve y áspera carcajada.

– Eres el digno hijo de tu padre, no puedes negarlo.

Luego galopó con sus hombres rumbo a Friarsgate y, al llegar allí, se encontró con Tom, que acababa de regresar de su visita a lord Dacre.

Los dos entraron juntos al salón, donde Rosamund los esperaba ansiosamente.

– ¿Y bien? -les preguntó.

– Según tu primo, me matará si le he mentido -dijo Edmund, chasqueando la lengua-. Pero no te preocupes, sobrina, ha mordido el anzuelo.

– ¿Y a ti cómo te fue, Tom?

Lord Cambridge hizo un gesto afirmativo con la cabeza.

– Al principio, lord Dacre no lograba entender de qué estaba hablando. Pero le dije: "Querido muchacho, no he viajado por media Inglaterra para deleitarme con sus verdes colinas y tomar aire fresco. La información que te traigo proviene de una fuente impoluta y digna de fe". Luego, hice referencia a su pésima costumbre de atacar las fronteras, pese a que el rey le había pedido que se detuviese. "Me enteré de pura casualidad cuando estaba en la corte y convengamos que tus continuas incursiones ponen en peligro a los ingleses que vivimos allí. Mi prima, lady Rosamund Bolton, íntima amiga de la reina Catalina, y cuando digo 'íntima' me refiero a una amistad que data de la infancia, tiene una importante propiedad, Friarsgate, situada junto a la frontera’’. Después bajé la voz y decidí tratar a lord Dacre como si fuera un amigote, y para eso no hay nada mejor que compartir algunos secretillos. "Dentro de dos años, su hija será dama de honor de la reina. Y si tú no dejas de armar revuelo, a despecho del edicto del rey, los escoceses terminarán por vengarse depredando cuanto encuentren a su paso: Friarsgate, entre otras cosas. Ahora escúchame bien, mi querido. Uno de los hombres encargados de custodiar Friarsgate tiene una hermana casada con un escocés. Y él le ha dicho que en una abadía, en Lochmaben, hay un enorme cargamento de oro que transportarán a Edimburgo dentro de tres días. Al parecer, lo escondió allí el finado conde de Bothwell para Jacobo, pero ahora lo necesita la reina regente para mantener a su hijo, el pequeño rey. Si te apoderas del oro, nuestro soberano se sentirá de lo más complacido. Últimamente ha tenido problemas con su hermana, Margarita de Escocia, y si logra despojarla del precioso cargamento, ella se verá obligada a comportarse de un modo más razonable. ¿Te das cuenta de lo que te digo? Claro que si tienes miedo de esa banda de renegados que han estado acosándonos, te comprendería, querido muchacho, aunque me pregunto si Enrique Tudor lo entenderá".

Rosamund y Edmund se desternillaron de risa.

– Eres un perfecto malvado, Tom Bolton. ¿Crees que lord Dacre seguirá tu consejo?

– Le di todos los detalles, el dónde y el cuándo, además de sugerirle que se apresurara. Y, como Edmund, dejé a un hombre en las inmediaciones para vigilarlo, que regresará cuando nuestras crédulas víctimas lleguen a Lochmaben y todo haya concluido. Lord Dacre y sus hombres están armados hasta los dientes.

– Henry no se dará fácilmente por vencido -comentó Edmund.

– Tal vez, pero terminará perdiendo -dijo Tom.

– Entonces solo nos resta esperar las noticias -replicó Rosamund.

– ¿Dónde está tu aguerrido escocés, preciosa?

– ¡No es mío, Tom!

– Por supuesto que lo es -respondió lord Cambridge con una sonrisa-. ¿Pero dónde está, si se puede saber?

– Ha ido a Lochmaben. No creeré que Henry esté muerto hasta que no vea su cadáver y lo entierre.

– ¡Por Dios, querida! Me alegro de no ser tu enemigo -exclamó Tom.

– No lo hago por venganza, Thomas Bolton, sino para proteger a Philippa. Es mi primo, tenemos la misma sangre y, por lo tanto, debemos enterrarlo aquí. Como su padre, es lo único que obtendrá de Friarsgate.


Al cabo de diez días llegó Logan con sus hombres. Entre ellos había un caballo sin jinete con un cuerpo colocado sobre el lomo. El cadáver había comenzado a heder, pero Rosamund, anticipándose a los acontecimientos, ya había mandado cavar una sepultura y tenía listo el sudario. Envolvieron el cadáver en el lienzo mortuorio. Rosamund observó el rostro de su primo: la muerte lo había transformado en un muchacho hermoso y apacible, nada peligroso. Meneó la cabeza en silencio y luego se encargó personalmente de coser los extremos del sudario antes de darle cristiana sepultura.

– Se acabó, por fin -dijo, cuando todos se hubieron reunido esa noche en el salón-. Me pasé la vida batallando con Henry el viejo y con Henry el joven. Por suerte, la pesadilla terminó.

Luego se dirigió a los tres hombres allí sentados y les dio las gracias.

– ¿Todo salió tal como lo planearon? -preguntó Maybel, ansiosa de conocer los detalles.

– Exactamente -replicó Logan-. Nunca supe de un plan ejecutado con tanta perfección. Ambos grupos llegaron sin percatarse de la existencia del otro. Se situaron en los lados opuestos del camino, y después de hablar en secreto, se mantuvieron silenciosos y al acecho. Henry fue el primero en dirigirse al carro. Al verlo, los falsos monjes saltaron del pescante y huyeron a los bosques. Y en ese momento, lord Dacre y sus hombres los atacaron por sorpresa. El lord supuso que eran escoceses y se comportó como un salvaje. Ninguno de los hombres de Henry sobrevivió. -Logan hizo una larga pausa, rememorando lo ocurrido. -Lord Dacre levantó la cubierta del carro y sacó uno de los ladrillos. Sintió el peso y sonrió con deleite. Al desenvolverlo y comprobar lo que había dentro, lanzó una maldición. Después, él y sus hombres comenzaron a desenvolver los ladrillos hasta que no quedó ninguno. Jamás en mi vida escuché juramentos tan variados y coloridos -dijo Logan, sonriendo.

– ¿Qué ocurrió entonces? -preguntó Maybel. Su curiosidad era tan grande que estuvo a punto de caerse de la silla.

– Él y sus hombres galoparon rumbo a la abadía y, desde luego, la encontraron desierta. Luego, retornaron al camino y desmontaron para examinar cuidadosamente el vehículo. Yo estaba lo bastante cerca como para oír al inglés. Supuso que los monjes habían escapado sabiendo que el carro estaba vacío, pero que el oro, seguramente, había estado allí, escondido en Lochmaben, a causa de los renegados que intentaban robarlo. Así pues, llegó a la conclusión de que un vehículo con un precioso cargamento se encontraba entre ese lugar y Stirling, y que procuraría encontrarlo antes de que fuera demasiado peligroso para él y sus hombres adentrarse en territorio escocés. Desengancharon los caballos del carro y se los llevaron con la tropa.

– De modo que perdiste dos caballos. Lo siento -intervino Rosamund-. Te los repondré.

– No es necesario. Los volví a robar esa misma noche.

Todos soltaron una carcajada y luego los sirvientes empezaron a servir la cena. Habían convenido que Logan pasaría la noche en Friarsgate.

– Mañana traerás a las niñas -acotó ella.

– Si quieres a Banon y a Bessie de regreso, tendrás que ir a buscarlas a Claven's Carn, Rosamund Bolton -dijo. Y sus ojos azules brillaron de pura malicia.

Rosamund sintió que la furia la invadía y lo miró encolerizada. Pero Logan, sentado a la mesa frente a ella, se limitó a fruncir los labios como si le estuviera dando un beso. Ante la sorpresa de la familia, Rosamund se mantuvo en silencio. Sabía lo que él estaba pensando y también que estaba conteniendo la risa. No permitiría que Logan Hepburn le hiciera perder los estribos. Luego, con un gesto de burla, levantó la copa a su salud y la bebió de un trago. Lo escuchó chasquear la lengua mientras ella apoyaba la copa de nuevo en la mesa.

Más tarde, Edmund y Tom jugaron una partida de ajedrez junto al fuego. Maybel cabeceaba, somnolienta, con los pies extendidos hacia el calor de la chimenea. Varios lebreles deambulaban por el salón y el único gato de la casa dormitaba en el regazo de Philippa.

– ¿Estoy realmente a salvo, mamá? ¿Friarsgate también?

– Todos estamos a salvo, muñeca. Un día heredarás Friarsgate, y después de ti, lo heredarán tus descendientes. No habrá nadie que te lastime, ni a ti ni a los tuyos.

Rosamund pasó un brazo en torno a su hija y Philippa recostó la cabeza en el hombro de la madre, buscando seguridad y consuelo.

– Jamás seré tan valiente como tú, mamá.

– Quise que tú y tus hermanas tuvieran una infancia más dichosa que la mía. Pero también han tenido su cuota de tristeza, mi ángel. Sé cuánto te dolió perder a tu padre.

– Pero si te casaras de nuevo, mamá, tendría otro padre.

– Veremos -musitó Rosamund, sin percatarse de que Tom acababa de dar un respingo al escuchar otra vez esa palabreja.

– ¿Cuándo volverán Banon y Bessie, mamá?

– Pronto. Y ahora vete a la cama, Philippa.

La niña se despidió de sus mayores con una reverencia. Maybel y Edmund no tardaron en retirarse y lord Cambridge, tras servirse una última copa de vino, se deslizó fuera del salón.

Rosamund se levantó de la banqueta donde había estado sentada con Philippa y se dispuso a acompañar a Logan al cuarto de huéspedes.

Una vez que llegaron a la habitación, Rosamund abrió la puerta y se hizo a un lado para dejarlo pasar, pero él la tomó de la mano y la arrastró al interior, cerrando la puerta tras de sí.

– ¡Logan!

Él le tapó la boca con un profundo beso.

– Esta noche, señora, empezaremos a conocernos, algo que deberíamos haber hecho hace mucho tiempo, pero tú preferiste casarte con otros hombres. Estamos demasiado grandes para esta clase de juegos, querida mía -dijo, estrechándola contra su cuerpo.

– Yo no he dicho que me casaré contigo -murmuró Rosamund sin aliento.

Logan recorrió con el índice el perfil de la muchacha, con infinita ternura.

– No te pedí que te casaras conmigo, Rosamund -respondió con voz suave-. Sólo he dicho que ha llegado la hora de conocernos en el sentido bíblico, mi querida.

– Quieres hacerme el amor.

– Sí, quiero hacerte el amor.

– Logan… Oh, Logan. No sé si podré amarte como tú me amas.

– ¿Ves? Acabas de reconocer que te amo. Es un buen comienzo, mi vida.

Logan le besó dulcemente la frente, los párpados, la nariz y, finalmente, sus apetitosos labios. Luego, sus ojos indeciblemente azules se encontraron con los ambarinos de ella. Su mano le acarició la mejilla.

– Nunca me amarás como amaste a lord Leslie, Rosamund. Pero me amarás, te lo prometo.

Las lágrimas se deslizaron por las mejillas de la joven y él se las bebió a besos. Luego, la hizo girar y comenzó a desabrocharle su sencillo vestido de terciopelo marrón, al tiempo que le besaba la nuca.

Rosamund suspiró, preguntándose por qué se sentía de pronto tan aliviada.

– Pareces tener mucha experiencia en estos menesteres, Logan Hepburn -dijo, recuperando el equilibrio. Acto seguido se dio vuelta para enfrentarlo y empezó a desabrocharle el jubón.

– Sí, tengo bastante experiencia -admitió con una sonrisa modesta, alzándola, depositándola en la cama y arrodillándose para sacarle los zapatos y las medias.

– No he terminado de desvestirte -dijo Rosamund con cierto descaro.

– Yo lo haré más rápido, paloma -replicó el señor de Claven's Carn. Y procedió a quitarse la camisa, los zapatos y las medias. Finalmente, se liberó de los calzones y se metió en la cama. Por pudor, había dejado a Rosamund en camisa, pero él estaba tan desnudo como Dios lo echó al mundo.

– Eres un hombre fornido -apreció ella tras echarle un vistazo.

Logan asintió y comenzó a desatarle los lazos que cerraban su camisa. Luego separó las dos mitades y se quedó mirando el pecho de Rosamund.

– ¡Dios santo! Eres increíblemente bella -exclamó, contemplando sus redondos senos con admiración, aunque se abstuvo de acariciarlos.

– ¿No quieres sacarme la camisa ahora? -le preguntó suavemente la joven, observando los maravillosos ojos azules de Logan. Era un hombre tan apuesto que no pudo contenerse y hundió la mano en su cabello negro y rebelde.

– No. Quiero sumergirme en tu belleza un poco más. No soy un hombre codicioso -dijo, inclinando la negra cabeza y besándole un pezón.

Ella se estremeció de placer ante el contacto de una boca masculina después de casi dos años de abstinencia amorosa.

– Me encanta -susurró Rosamund, con los ojos entrecerrados.

– Me alegro, pues quiero saber lo que te agrada para enseñarte luego lo que a mí me gusta.

– ¿Y si descubrimos que no disfrutamos el uno del otro?

– Entonces, cada uno seguirá su camino, señora -respondió en un tono ligeramente irónico.

– ¿Qué? -Gritó Rosamund, apartándolo de un empujón-. Ustedes me seducen y después me abandonan, malditos escoceses. Y tú, Logan Hepburn, eres el escocés más canalla y sinvergüenza de todos.

– Señora, fue usted la que ha puesto en duda nuestra pasión, no yo.

Rosamund se preguntó qué demonios estaba haciendo allí, y sin pensarlo dos veces saltó de la cama, resuelta a vestirse y a abandonar el cuarto.

– ¡Jamás seré tuya, monstruo del infierno!

– Claro que serás mía, querida.

Logan se levantó y la siguió hasta atraparla. Le sacó la camisa y la abrazó con fuerza. Los senos de Rosamund se aplastaron contra el velludo pecho del joven. Sus vientres se unieron.

– ¡Maldito seas, Logan! ¿Acaso piensas violarme?

Nunca se había sentido tan desnuda como ahora y no vaciló en golpearlo con los puños. Él se limitó a rodearle el rostro con las manos y a cubrirlo de besos. Su boca era insistente, exigente y húmeda. No permitiría que lo rechazara y ella se dio cuenta de que ambos se necesitaban en igual medida.

– Si realmente quieres irte -le dijo de pronto, aflojando el abrazo-, entonces vete, muchacha. Pero si te quedas, no podrás evitar que estos dos cuerpos enfebrecidos sean uno solo.

Los ojos azules la miraban fijamente.

– No lo sé -murmuró ella.

– ¡Sí que lo sabes!

– ¿En verdad me amas, Logan Hepburn?

– Desde que tengo memoria, Rosamund Bolton. Y siempre te amaré -dijo con voz calma y segura.

– No quisiera cometer una tontería.

– Hablaremos de eso en la mañana, mi amor -dijo, tendiéndole la mano.

Ella la tomó, aceptando la invitación, y juntos volvieron a la cama donde yacieron en silencio. Lenta y tiernamente comenzaron a explorar sus cuerpos. Él le acarició los pechos. Ella le cubrió de besos el chato abdomen. Sus bocas se unieron, incansables. Sus miembros se entrelazaron. Rodaron de un lado a otro de la cama hasta que ella quedó debajo de Logan. Con infinito cuidado, como si fuera una virgen, entró lentamente en el cuerpo de la muchacha hasta llenarla con toda la intensidad de su deseo. Después, comenzó a moverse a un ritmo pausado. Ella echó la cabeza hacia atrás y gimió, presa de un placer creciente.

Cuando sintieron que el deseo por el otro se volvía insoportable, entrelazaron los dedos y, una vez alcanzado el clímax, se despeñaron juntos en el cálido abismo, satisfechos.

Después, le dijo que a la mañana siguiente retornarían juntos a Claven's Carn para contraer matrimonio.

– Si así lo deseas -se apresuró a tranquilizarla Logan, con una sonrisa.

Sus ojos llenos de amor la devoraban y ella pensó que le era imposible resistirse a tanta dulzura.

– No puedo vivir siempre en Claven's Carn. Soy la dama de Friarsgate.

– Y yo no puedo vivir siempre en Friarsgate. Soy el señor de Claven's Carn.

– Entonces haremos como los aristócratas ricos que se desplazan de una propiedad a otra. A veces viviremos en tu casa y a veces, en la mía.

– ¿Y si nuestros países siguen en guerra?

– En ese caso, tú te quedarás en Escocia y yo, en Inglaterra -respondió la joven con ánimo de provocarlo.

– Desde luego. Pero si nos mantenemos al margen de los enredos políticos y nos olvidamos de cuanto ocurre fuera de nuestras respectivas tierras, nunca nos separaremos -le dijo, dándole un beso en la punta de la nariz.

– Eres un hombre muy listo y me casaré contigo después de todo,

Logan Hepburn.

– ¿Llegarás a amarme algún día?

– Una parte de mí siempre te ha amado, Logan -admitió-. Seré una buena esposa y una buena madre para tu hijo, te lo prometo.

– Y yo seré un buen marido y un buen padre para tus hijas. Owein Meredith era un hombre honorable y pienso estar a su altura. No puedo defraudarlas.

– ¿Y si tenemos hijos, Logan?

– Pertenecerán a Claven's Carn -replicó con firmeza. Rosamund asintió.

– Entonces, asunto arreglado, milord. Ahora bien, en caso de tener hijos, me tendrás que prestar más atención de la que me has concedido hasta el momento -dijo, con el propósito de azuzarlo.

– Ya he puesto un hijo en tu vientre, Rosamund, pero a menos que la criaturita oponga reparos, tú y yo continuaremos practicando nuestro deporte favorito.

Rosamund soltó una carcajada y sintió que su corazón echaba a volar de felicidad. Sí, sería nuevamente dichosa, y con Logan a su lado su felicidad duraría para siempre, aunque el mundo que los rodeaba y al cual pertenecían no fuese el mejor de los mundos posibles.

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