El último día del año, Logan Hepburn llegó al palacio. Le comentó a su primo, el conde de Bothwell, que debería haber llegado un día antes, pero el mal tiempo lo había retrasado.
– Vine a desposar a mi amada -dijo con una sonrisa radiante.
Patrick Hepburn se mostró preocupado.
– ¿Por qué te enamoraste de esa muchacha inglesa? ¿Acaso no hay en Escocia suficientes jóvenes bellas para desposar? Esa mujer no es para ti.
Los ojos azules de Logan no solo evidenciaban curiosidad sino también recelo.
– ¿La has visto últimamente?
– Sí, Logan, y coincido contigo. Es bella y encantadora, pero me temo que no es para ti -respondió con calma el conde de Bothwell.
Logan se movió en la pequeña silla donde estaba sentado.
– ¿Y por qué Rosamund Bolton no es una muchacha para mí, querido primo?
Su tono era decididamente beligerante. Patrick Hepburn suspiró. Le molestaba que su primo tratara de disuadirlo de casarse con la inglesa.
– Dime, Logan, ¿no has pensado que tal vez Rosamund Bolton no desee contraer matrimonio con nadie en este momento?
– Pero la amo -replicó el señor de Claven's Carn.
– No basta con amar a una mujer, Logan.
– ¿Qué ha pasado? -El conde se dio cuenta de que no le quedaba escapatoria. Debía hablarle con absoluta franqueza.
– La verdad, primo, es que la señora tiene un amante. Se trata del conde de Glenkirk y su mutua pasión es pública y notoria. Ya no podrás casarte con ella.
– Mataré al conde de Glenkirk -gritó Logan, saltando de su silla-. Le advertí a Rosamund que destruiría a cualquier hombre que tratara de interponerse entre nosotros. ¿Dónde está ella? ¿Dónde está él?
– Siéntate, Logan -le ordenó su primo con voz firme-. El conde de Glenkirk es un querido amigo del rey, un hombre viudo que tiene un hijo adulto y nietos. No ha pisado el palacio en casi dos décadas, pero el rey lo invitó a Stirling a pasar la Navidad y él aceptó. El conde y Rosamund Bolton se vieron allí por primera vez y, aunque cueste entenderlo, se convirtieron en amantes esa misma noche. Contrajeron una de las más raras enfermedades: el amor. No puedes hacer nada contra esa dolencia, Logan. Sus corazones están comprometidos y eso es definitivo.
– Ella sabía que yo quería desposarla -se quejó el señor de Claven's Carn, y se desplomó en la silla frente al fuego-. ¡Lo sabía!
– Logan, ¿alguna vez ella te dijo que se casaría contigo? ¿Llegaron a algún acuerdo legal o firmaron un contrato? -Sondeó el conde-. Si lo hicieron, al menos tienes derecho a demandarla por traición.
– Le dije que vendría el Día de San Esteban para casarme con ella.
– ¿Y ella qué respondió?
Los ojos azules de Logan se abrieron mientras trataba de recordar aquel día. El señor de Claven's Carn, junto con los hombres de su clan, habían ayudado a Rosamund a atrapar a los ladrones que le robaban las ovejas. Él le había dicho que, si bien todos lo llamaban por el apellido de su madre, Logan, su nombre de pila era Stephen, en honor al Santo y que, en consecuencia, la desposaría en su día, el 26 de diciembre. Ella, montada en su caballo, le había replicado con franqueza, clavándole sus ojos ambarinos: "No me casaré contigo". Pero no lo había dicho en serio. Solo estaba coqueteando, como suelen hacer todas las mujeres en esas situaciones.
– ¿Qué respondió ella? -repitió el primo.
– Dijo que no. Pero estoy seguro de que se hacía la tímida.
– Es evidente que no -opinó el conde con amargura-. Oye, Logan, yo la estuve observando desde que llegó a Stirling. No es la clase de mujer que disimula o que cambia de opinión fácilmente. Además, la pasión entre Patrick Leslie y Rosamund es de una pureza infinita. Cuando los veas juntos, entenderás.
– ¿Me dijiste que es un hombre de edad avanzada?
– Sí.
– Dos de sus maridos fueron mayores que ella. Del segundo matrimonio, Rosamund tuvo tres hijas, pero son unas niñitas. ¿Es posible, primo, que ella tema casarse con un hombre joven y vigoroso? ¿Será por eso que la sedujo ese amante de barba canosa? Patrick Hepburn rió con ganas.
– Sácate esas ideas de la cabeza, Logan. Aunque el conde de Glenkirk haya vivido medio siglo, no puede considerárselo un viejo. Es atractivo y fuerte. Parece estar en la flor de la vida y su devoción por Rosamund Bolton es innegable. Si creyera en las brujas, juraría que sufrieron algún tipo de hechizo.
– No me rendiré. ¡La amo!
– No tienes ninguna posibilidad, Logan. Ya no puedes hacer nada -exclamó enojado el conde de Bothwell-. Ahora bien, tus hermanos me estuvieron importunando durante meses para que te buscara una esposa. Pero yo no les hice caso debido a tu obsesión enfermiza por esa mujer inglesa. Como cabeza del clan, no puedo seguir postergando mis deberes para con Claven's Carn. Te juro que te encontraré una mujer apropiada, Logan. Y te casarás con ella y tendrás herederos por el bien de tu familia. Sácate a Rosamund de la cabeza.
– No es en mi cabeza donde se ha alojado, Patrick, sino en mi corazón -confesó lord Hepburn con tristeza-. Mis hermanos tienen hijos. Dejemos que alguno de ellos ocupe mi lugar como señor de Claven's Carn. No me casaré con nadie, salvo con Rosamund Bolton. ¿Dónde está ella?
– No permitiré que la hostigues. Si la traigo y te dice que no se quiere casar contigo, ¿darás por terminada esta historia?
– Tráela, por favor.
– ¿Qué locura estás planeando? -preguntó el conde clavándole la mirada.
– Ninguna locura, primo. Incluso puedes quedarte en la habitación para asegurarte de que mis intenciones son decentes.
– Muy bien. Mañana, después de misa. Hasta ese entonces, Logan, permanecerás en mis aposentos. Me parece lo más conveniente. ¿De acuerdo?
– Me encanta estar aquí, primo.
El conde de Bothwell le envió un mensaje al rey comunicándole la llegada de su primo a Stirling y otro a Rosamund diciéndole lo mismo y pidiéndole que fuera a sus aposentos al día siguiente, después de la misa matutina.
El paje regresó al cabo de un breve lapso, diciendo que el rey le agradecía su misiva; en cuanto a la dama de Friarsgate, visitaría al conde después del almuerzo, pues se había comprometido a cabalgar con la reina.
– Dile a Rosamund Bolton que no hay ningún inconveniente.
– Sí, milord -contestó el niño y se retiró deprisa.
– ¿La reina sale a cabalgar en su estado? -preguntó Logan.
– Quienes cabalgan son sus damas de honor. Ella viaja en un mullido carruaje, primo.
Al día siguiente, Rosamund se dirigió a los aposentos del conde de Bothwell acompañada por lord Cambridge. Por un momento, Patrick Hepburn sintió pena por Logan, pues la joven era realmente encantadora. Rosamund llevaba un vestido de terciopelo verde oscuro, ribeteado en una suntuosa piel de castor marrón. El corpiño estaba bordado con hilos de oro y su pequeña toca permitía vislumbrar su brillante cabello. El conde se sonrió, porque la mujer tenía el aspecto inconfundible de alguien que ha pasado una deliciosa noche de amor. Sí, Logan se había perdido un trofeo, pero así eran las cosas.
– ¿Deseaba usted verme, lord Bothwell? -dijo Rosamund.
– En realidad, es mi primo Logan Hepburn quien desea verla, señora.
Rosamund empalideció ligeramente, pero se recobró de inmediato.
– ¿Él está aquí?
– La espera en la habitación contigua -contestó el conde, señalando la puerta.
– Supongo que usted ya lo ha puesto al corriente-dijo ella con calma.
Bothwell asintió en silencio.
– Y al parecer está enojado -adivinó Rosamund.
– ¿Cómo esperaba encontrarlo, señora?
– Jamás le prometí casarme con él, milord. Quiero que lo sepa. No tengo por costumbre faltar a mi palabra. Mi primo es testigo de mi honestidad.
– Ella le dijo que no, aunque ignoro la razón -intervino lord Cambridge-. El joven es muy apuesto y parece estar enamorado de Rosamund.
El conde no pudo reprimir una sonrisa.
– Nosotros, los Hepburn, no nos tomamos a la ligera un rechazo, se trate de la entrega de un castillo o del corazón de una dama, milord. Yo no soy sino un intermediario en este asunto. La dama de Friarsgate y mi primo Logan deben solucionar el problema entre ellos. ¿Bebería una copa de whisky conmigo mientras esperamos que nuestros parientes zanjen sus diferencias?
– Por supuesto -respondió Tom, al tiempo que le daba a Rosamund un cariñosa palmadita en el hombro-. Ve ya mismo, querida niña, y termina con este desagradable asunto. De otro modo, ni tú ni el señor de Claven's Carn vivirán en paz -concluyó, e hizo un gesto con la cabeza para darle valor.
Rosamund suspiró.
– ¿Por qué no puede aceptar mi rechazo? -se quejó. Luego dirigió su mirada al conde-. ¿Todavía no le consiguió una esposa? Sus hermanos quieren que se case lo antes posible, milord y él debería hacerlo.
– Tengo una o dos en vista, señora, pero él es muy testarudo. Le va a costar convencerlo de que no se casará con él.
– Pero lo convenceré, con la ayuda de Dios. Estoy tan enamorada de Patrick Leslie que no soporto estar alejada de él, ni siquiera cuando debo acompañar a la reina -dijo Rosamund.
– Entonces vaya, señora, y trate de iluminar con esa verdad a mi primo.
Rosamund pasó delante de Patrick Hepburn, abrió la puerta y entró en un pequeño cuarto revestido en madera.
– Buenos días, Logan. ¿No me creíste cuando te dije que no me casaría contigo?
– Desde luego que no -contestó con tono beligerante-. ¿Se puede saber qué te pasa? Soy un hombre rico, dispuesto a ofrecerte un honorable matrimonio y mi buen nombre. Darás a luz a mis hijos y serás la madre del próximo amo de Claven's Carn, Rosamund. Friarsgate siempre te pertenecerá, si eso es lo que temes. Philippa es su heredera. Ya hemos hablado de eso.
Sus maravillosos ojos azules estudiaron el rostro de Rosamund en busca de una señal que le permitiera albergar alguna esperanza.
Ella suspiró profundamente.
– Tú no entiendes, Logan, y me pregunto si alguna vez lo harás -le señaló, pensando que era un hombre apuesto pero demasiado simple para su gusto
– ¿Entender qué? ¿Qué tengo que entender?
– A mí. Tú no me entiendes, Logan. No entiendes cómo me siento luego de enviudar por tercera vez en veintidós años. ¡No quiero otro marido! Al menos no por ahora. Y si algún día decido casarme, seré yo quien tome la decisión. Mi tío Henry no decidirá por mí. Margarita Tudor no decidirá por mí. Nadie decidirá por mí, sino yo. Siempre cumplí con mi deber, hice todo cuanto se esperaba de la abnegada dama de Friarsgate. Ahora haré lo que me plazca.
– ¿Y lo que te place es hacer el papel de ramera con un anciano escocés? Si es así, Rosamund, me siento obligado a cuestionar tu decisión -opinó Logan con dureza.
– Patrick Leslie ya ha vivido medio siglo, es verdad -respondió con calma-, pero no es un anciano en ningún sentido y me ama. Tú jamás me has dicho que me amas, Logan Hepburn. La vieja historia de que me viste cuando era niña en Drumfie y que desde entonces te obstinaste en casarte conmigo porque era bella me la has contado mil veces. Siempre has repetido lo mismo: que me darías tu nombre y me concederías el honor de ser tu esposa. Que me querías para parir a tus hijos. Pero ni una sola vez me dijiste que me amabas. Solo me sentí deseada. Pues bien, Patrick me ama y yo, a él. Cuando nuestras miradas se cruzaron por primera vez, fue como si nos hubiese partido un rayo. En ese preciso instante supimos que estábamos locamente enamorados.
– ¡Pero claro que te amo profundamente, tonta mujer! ¿Cómo es posible que no lo sepas?
– ¿Cómo me iba a enterar si sólo hablabas de tener hijos?
– Pero podías haberlo adivinado, Rosamund. Lo nuestro era algo más que una simple amistad entre vecinos.
– No había nada entre nosotros -sostuvo ella con firmeza-. Apenas te conozco, Logan Hepburn. Y lo poco que conozco de ti no me gusta. Eres un hombre arrogante y descarado que no vaciló en cortejarme el día de mi boda con Owein Meredith. Luego, cuando quedé viuda de ese buen hombre, me comunicaste que nos casaríamos y que sería la madre de tus hijos. Nunca se te ocurrió preguntarme si estaba de acuerdo: te limitaste a informarme tus deseos, que son distintos de los míos. Ya me casé tres veces para complacer a los demás. Ahora soy una mujer libre y rica, decidida a complacerse y a complacer a Patrick Leslie. ¡Y a nadie más! ¡Búscate otra mujer, Logan! Debe existir alguna dama en Escocia, además de mí, que satisfaga tus deseos. Tu deber como lord de Claven's Carn es procrear un heredero y una nueva generación, que en un futuro te sucederán a ti y a tus hermanos. Eres un buen hombre y mereces una mujer que te ame. Pero yo amo a Patrick Leslie.
– Entonces pretendes ser una condesa -dijo con crueldad.
– No tengo intenciones de casarme con el conde de Glenkirk, Logan. Ni él quiere abandonar Glenkirk ni yo Friarsgate. Con lord Leslie encontré la felicidad y pienso disfrutarla mientras dure. Te repito, tu deber como señor de Claven's Carn es casarte y tener herederos. Yo cumplí con mi deber. Tú no.
– Mis hermanos tienen hijos legítimos -insistió Logan.
– Pero tú eres el señor de Claven's Carn -replicó Rosamund tratando de hacerlo entrar en razón-. Son tus hijos quienes deben heredar. No compliques las cosas, Logan. Te estás comportando como un niño hambriento a quien se le ofrecen gachas de avena y se niega a comerlas porque prefiere carne. Come la avena, Logan. Cómela y sé feliz.
– No puedo ser feliz sin ti -gimió.
– Entonces, nunca serás feliz -le contestó sin piedad-. Por otra parte, no me corresponde a mí convertirte en un hombre feliz. Cada uno debe buscar y encontrar su propia felicidad. Yo ya encontré la mía. Ve en busca de la tuya, Logan Hepburn. Ahora, solo me resta decirte adiós. -Rosamund se dio vuelta con la intención de salir del cuarto.
– El no puede amarte como lo haría yo -reprochó con amargura.
La joven se volvió. Su cara irradiaba tanta felicidad que él se quedó estupefacto.
– Logan, no tienes idea de cuánto me ama, ni de cómo me complace el ser tan amada.
– Algún día te llegará el turno de hacer comparaciones, Rosamund. Y entonces veremos lo que opinas al respecto.
Rosamund se tragó la sarcástica réplica que estaba a punto de salir de sus labios y prefirió sonreír.
– ¿Hasta cuándo seguirás siendo tan orgulloso, Logan Hepburn?
– Un hombre joven ama a una mujer de otra manera que un anciano. Tu marido era un anciano y tu amante también lo es. Pienso que temes a los hombres jóvenes.
– No le temo a ningún hombre, Logan Hepburn. Y a ti menos que a nadie -respondió y salió de la habitación, no sin antes hacerle una profunda e irónica reverencia.
– Querida prima, ¿lo aniquilaste? -le preguntó Tom en tono jocoso, mientras ella entraba en la sala del conde de Bothwell. Era evidente que el buen whisky de su anfitrión lo había encendido.
– Salió bastante indemne. Sólo su orgullo está herido.
– ¿Se convenció de que usted no se casará con él? -inquirió Bothwell.
– Para mí, Logan es un enigma, milord. No pude ser más clara y, sin embargo, creo que aún alberga la esperanza de casarse conmigo. Mi consejo es que le consiga lo antes posible una joven bella y complaciente a quien desposar de inmediato. Si se le permite insistir en esta inútil persecución de mi persona, algún día los hijos de sus hermanos se convertirán en los herederos de Claven's Carn. Pero ese es un asunto que solo les incumbe a los Hepburn. Por cierto, le agradezco su intervención, milord -Rosamund le hizo una reverencia y luego de desearle un buen día y de indicarle a su primo que la siguiera, se retiró de la sala de Bothwell.
Lord Cambridge se levantó rápidamente.
– Muchas gracias por el whisky, milord -se despidió y partió detrás de Rosamund.
Cuando salieron, Logan salió del pequeño cuarto donde se había reunido con Rosamund y se sentó en la silla que había dejado vacía Thomas Bolton.
– ¿Y bien? -Preguntó el conde de Bothwell-. ¿Estás convencido ahora de que la dama de Friarsgate es una causa perdida?
– Según ella, no se casará con el conde, de modo que todavía no pierdo las esperanzas. Pronto se cansará de este amorío y volverá nuevamente a su tierra.
– ¿Has perdido el orgullo, primo?
– La amo. Y debo reconocer que cometí un grave error, Patrick. Nunca se lo dije ni la convencí de que así era. Di por sentado que Rosamund era consciente de mi devoción por ella. Pero nunca logré convencerla. Y, según parece, las mujeres deben oír esas palabras para darse por enteradas. ¿Cómo pude ser tan tonto?
– Logan, ¿ella te dijo que te amaba?
– No, pero cuando se extinga la pasión que siente por el conde de Glenkirk, Rosamund volverá a Friarsgate. Entonces, la cortejaré como corresponde, Patrick. Ella me amará, te lo aseguro.
– No hay tiempo que perder, primo. Tienes más de treinta años y debes procrear un heredero legítimo. Ya te conseguí una novia y te casarás con ella antes de partir de Stirling. Se trata de una prima lejana, emparentada con tu madre. Su nombre es Jean Logan. Tiene dieciséis años. Su madre también dio a luz a cinco varones y Jean es la única hija de la familia. Es un buen partido. La joven posee una generosa dote en oro y un portentoso baúl colmado de ropa blanca, platería y el ajuar nupcial. Por otra parte, el rey ya dio su aprobación para la boda.
– ¿Fuiste a ver al rey sin mi consentimiento? -Logan estaba indignado.
– No tienes derecho, Patrick. No desposaré a esa joven. No. Mil veces no.
– Primo, como jefe del clan cuento con todo el derecho de hacerlo. Como tal, hoy mismo firmaré los papeles de los esponsales. No tienes excusas para no casarte. Rosamund Bolton no te aceptará nunca y tu corazón no está comprometido con ninguna otra mujer. Debes casarte por el bien de Claven's Carn. Jeannie Logan es una buena niña. Y, además, es bella. Será una esposa ejemplar y una buena madre para tus hijos.
Logan se inclinó hacia adelante y se tomó la cabeza entre las manos.
– No la perderé -sollozó.
– Ya las has perdido. Ahora le pertenece a Glenkirk, primo. Cásate con la pequeña Jeannie Logan y lleva a tu flamante esposa a tu hogar. El año próximo, para esta misma época, ya tendrán un hijo si cumples con tus deberes maritales y yo sé que lo harás.
– Pero no puedo amar a esa muchacha -protestó Logan.
– Aprenderás a amarla y si no lo consigues, no serás muy distinto de la mayoría de los hombres. Los hombres se casan para tener hijos. Intenta congeniar con la joven, trátala con cariño y todo saldrá bien.
– Primero, déjame ver a Rosamund junto a Glenkirk. Debo estar convencido antes de casarme con otra, Patrick.
– Entonces, que sea esta misma noche. El rey y la reina ofrecen un baile de disfraces y toda la corte está invitada. Allí verás lo que todos ya advertimos. La pasión entre Rosamund Bolton y Patrick Leslie es única e insólita. Yo nunca vi algo semejante ni los demás tampoco.
– Quiero verlo con mis propios ojos -repitió Logan.
El primo asintió.
– Y, cuando los hayas visto, ¿me permitirás fijar la fecha de tu boda? El señor de Claven's Carn se quedó callado durante un largo rato. Luego suspiró y dijo: -Sí, Patrick.
– Bien, bien -murmuró el conde complacido-. Tu familia estará contenta y dejarán de importunarme con este asunto. Te juro que no te desagradará para nada mi elección, Logan. La niña tiene un espíritu noble y es virgen. Su padre planeaba enviarla a una orden religiosa cuando yo le pedí su mano en tu nombre. La muchacha fue criada en un convento. Posee buenos modales y sabe todo cuanto debe saber un ama de casa. Será una esposa obediente y, dado que es devota, pondrá orden en tu familia y educará a tus hijos de manera piadosa. Eres muy afortunado al poder casarte con ella.
Logan estaba abatido. Una virgen beata. ¿Qué más podía pedirle un hombre a una mujer? Volvió a suspirar.
– ¿Es bella, Patrick?
El conde se rió disimuladamente porque consideró que la pregunta mostraba que iban por buen camino.
– Sí, es bastante bonita. Sus ojos azules son tan hermosos como los tuyos. Su cabello es del color de la miel de las flores salvajes. No es claro, pero tampoco es oscuro. Su piel es lozana y tiene la dentadura completa. Sus formas son armoniosamente redondeadas donde corresponde, aunque sus senos son algo pequeños. Pero todavía es joven y las caricias maritales lograrán agrandarlos, no lo dudo. Tus hijos podrán nutrirse en abundancia.
– ¿Cuándo me propones que conozca a esta piadosa virgen de senos diminutos?
– Te la mostraré esta noche. Es una de las damas de honor de la reina. Sus padres consideran que es el lugar más seguro para una jovencita. Aunque no te puedo garantizar cuan segura ha de estar. Fijemos la fecha de la boda para la Noche de Epifanía. Sólo cuando yo compruebe que has cumplido con tus deberes conyugales, podrás llevártela a tu tierra.
– Veo que no confías en mí.
– El padre de la novia exige que la boda se realice inmediatamente. Robert Logan es un hombre anticuado. Quiere ver la sábana manchada de sangre la mañana siguiente a la noche de bodas. Está en su derecho y con eso le da a Jeannie la protección que merece. Estoy seguro de que no pondrás ninguna objeción, dado que tus intenciones son honestas, jovenzuelo.
– Si finalmente acepto tu elección, mis intenciones serán honorables -corroboró Logan.
– Entonces, dentro de unas pocas horas, verás a Rosamund Bolton y a Patrick Leslie juntos. Luego conocerás a Jeannie Logan y la suerte estará echada. Te juro que si te casas con esa joven, no te arrepentirás. Es una excelente decisión.
– Tú y mi familia me han forzado a tomarla, Patrick. No es una decisión libre.
– No puedes esperar eternamente que la encantadora dama de Friarsgate se decida a ser tu esposa, Logan. Ella fue franca contigo y te dijo que jamás lo sería.
– No. Lo único que me quedó claro es que piensa que soy un tonto arrogante y que debo atenerme a las consecuencias -respondió angustiado.
– Acepta lo que el destino te ofrece, Logan -le aconsejó el conde-, y trata de vivirlo de la mejor manera posible. De lo contrario, serás un hombre infeliz.
Logan se rió con amargura.
– Hace un rato Rosamund me dio el mismo consejo.
– Yo también empiezo a admirar a esa dama, primo. Es muy sabia para su edad. Entonces, si no piensas hacerme caso a mí, hazle caso a ella.
– No tengo otra opción. No temas, Patrick. No convertiré a Jeannie en una criatura desdichada. Si la tomo por esposa, la trataré con ternura y respeto. No es su culpa que yo sea un tonto ni que la dama de Friarsgate no me ame.
– Bien, bien -dijo el conde aliviado.
Le había pintado a Robert Logan un cuadro idílico de la vida de su única hija como dama de Claven's Carn, y no quería que fuera de otra manera. La muchacha era perfecta para su primo.
Cuando llegó la noche, el conde de Bothwell y Logan Hepburn se dirigieron al gran salón. La galería del juglar estaba colmada de invitados y la música inundaba el lugar, atestado de gente. Sirvientes y doncellas iban y venían con bandejas, fuentes con manjares y cántaros de vino y cerveza. El vestíbulo estaba decorado con acebo y pino. Velas de cera de abeja y candelabros ardían por todas partes. Los hogares, provistos de enormes leños, brillaban en todo su esplendor. El conde y su primo encontraron su mesa y se sentaron. Los comensales saludaron al conde, que les presentó a su acompañante. Las copas de vino estaban sobre la mesa, junto con la vajilla de plata que pronto se colmaría de exquisita comida y de un delicioso pan especiado y caliente.
– Mira, Logan; la mesa de al lado…
El señor de Claven's Carn se volvió y contuvo la respiración mientras contemplaba a Rosamund Bolton y a su amante. Estaban totalmente absortos. Logan nunca la había visto tan bella como en ese momento. Su rostro resplandecía de amor por el hombre que tenía a su lado y la expresión de su amante era también de absoluta adoración.
– ¡Por el amor de Dios! -dijo Logan sin aliento. Luego se dirigió a su Primo-. Arregla la cita con Jean Logan.
Ahora, mira hacia el final de la mesa. ¿Ves a la joven de vestido azul? Esa es Jean Logan. ¿Qué te parece?
Logan se dio vuelta y miró rápidamente porque no quería dar la impresión de que la estaba estudiando. La muchacha tenía un rostro dulce y escuchaba sonriente las palabras del joven caballero sentado a su lado.
– Tiene un admirador -notó Logan-, o sea que es bella. O podrá serlo. Dime, Patrick, que su tierno corazón no pertenece a otro. No quisiera arrebatarla de alguien que la ama.
– Pasó su vida internada en un convento desde los ocho años. Hace muy poco tiempo apareció en el palacio bajo la protección de la reina. Primo, no conozco a nadie que la ame, te lo juro.
– ¿La conoces, Patrick?
– Sí, su padre y yo somos viejos amigos.
– ¿La joven ya sabe de tus planes?
– Le hemos dado algunos indicios. Por ejemplo, que esta noche conocería a un caballero en el palacio que podría resultar un buen candidato.
– ¿Qué habría pasado si Rosamund no se hubiese enamorado de otro y hubiese aceptado casarse conmigo?
– Le habría conseguido otro esposo a la bella Jean. Pero ya no tengo que hacerlo, ¿no es así, primo?
– No, ya no. Es bella, joven y se crió en un convento. Si no puedo poseer a Rosamund, esta muchacha es la mejor opción -se resignó.
– No parece un destino nada desdeñable, primo -insistió el conde.
– Vamos, entonces. Preséntame a mi futura esposa lo antes posible. Si es que nos quieren casados y en la cama para la Noche de Epifanía, debemos darle a la niña un poco de tiempo para que conozca al hombre que la importunará por el resto de sus días.
Los dos hombres se encaminaron hacia el final del salón y Patrick Hepburn se detuvo frente a la joven. Ella lo miró, se levantó inmediatamente y le hizo una reverencia.
– Milord Bothwell -saludó mientras miraba con curiosidad al acompañante del conde. Sus mejillas estaban arreboladas y su corazón latía con rapidez.
– ¿Qué dices, mi pequeña Jean? ¿No me llamabas tío Patrick la última vez que nos vimos? ¿Te tratan bien en la corte de la reina?
– Sí, tío Patrick.
– Bueno, jovencita, no permanecerás aquí mucho más tiempo ya que ha llegado el momento de desposarte. Tu padre ya te lo habrá anunciado, ¿verdad?
– Sí -respondió suavemente y se sonrojó aún más.
– Entonces, permíteme que te presente a mi primo, cuya madre, a quien Dios tiene en su santa gloria, formaba parte de tu clan. Él es Logan Hepburn, el señor de Claven's Carn, Jean. Te casarás con él durante la Noche de Epifanía, en Stirling.
– Señorita Jean -saludó Logan, inclinándose hacia la pequeña mano de la niña con el propósito de besarla. Su manecita tembló dentro de la suya y Logan sintió de inmediato la necesidad de protegerla.
– Milord -le respondió, sonrojándose nuevamente pero mirándolo a los ojos.
Él le sonrió y pensó en lo encantadora que era su timidez. Pobrecita, no tenía derecho a ninguna injerencia en su porvenir. Entonces, de pronto, entendió todo lo que Rosamund había tenido que soportar.
– Disponemos de poco tiempo y lo tenemos que aprovechar para conocernos lo mejor posible, señorita Jean.
– Tenemos toda la vida por delante, señor -respondió, sorprendiendo a Logan-. Por otra parte, muchas mujeres no conocen a sus futuros esposos hasta que están frente al altar.
– Lo que suele ser muy perturbador -agregó Logan.
Ella lanzó una risita y respondió con rapidez:
– Para ambas partes, milord.
En ese instante, se dio cuenta de que su futura mujer iba a gustarle. Ahora sólo esperaba que a ella le gustase él.
– Los dejaré solos para que se conozcan más.
Se produjo un largo e incómodo silencio. Luego, el señor de Claven's Carn tomó la mano de Jeannie y le propuso alejarse de la fiesta para conversar.
– Me encantaría -respondió Jean, caminando a su lado. Ella era muy pequeña y el hecho de estar junto a él acentuaba la considerable estatura de Logan.
– Permítame decirle, señorita Jean, que valoro la honestidad por sobre todas las cosas. Por lo tanto, me veo en la obligación de preguntarle si le satisface la idea de casarse conmigo.
– Sí, milord -respondió la pequeña dama. Su voz era suave, pero firme.
– ¿Su corazón no tiene dueño? Porque de ser así, no la forzaré a comprometerse conmigo.
– Mi corazón será suyo, milord, y de nadie más. -Él se alegró.
– Tengo dos hermanos. Claven's Carn está en la frontera. No somos ricos, pero tenemos un buen pasar. La casa es acogedora y su deber será gobernarla.
– ¿Ya ha estado casado, milord?
– No, señorita Jean.
– ¿Por qué no?
– Es una larga historia.
– Me gustan las historias -respondió la muchacha en voz baja. Él se echó a reír.
– Veo que seré incapaz de ocultarle mis secretos, señorita Jean. Pues bien, durante muchos años soñé con desposar a una dama inglesa. Su tutor no me consideraba un buen partido y tras haberla casado dos veces con otros candidatos -ella era una niña cuando se celebraron sus dos primeras nupcias-, pensé que había llegado mi hora. Pero el rey de Inglaterra la desposó con uno de sus caballeros. Fue un buen matrimonio. Tuvieron hijos y, luego, el marido murió en un accidente. Pasado un tiempo, pedí su mano, pero no me aceptó. Dado que ya pasé los treinta años, mi familia recurrió a lord Bothwell para que me buscara una esposa. Y así lo hizo.
– La dama inglesa debe de ser muy tonta, milord -comentó Jeannie. Luego hizo una pausa, lo miró y continuó hablando-: Ser su esposa no me convertirá en una mujer desdichada, sino todo lo contrario.
Logan le devolvió la sonrisa. Aunque él siempre lamentaría la pérdida de Rosamund, estaba dispuesto a ser un buen marido para esta dulce niña.
– Entonces, yo también estoy satisfecho, señorita Jean. Me siento un hombre muy afortunado por haber tenido la buena suerte de conocerla. -Se inclinó hacia ella y la besó en los labios con delicadeza. -Es solo para sellar nuestro pacto, jovencita.
Ella volvió a sonrojarse.
– Nunca me habían besado antes -dijo con inocencia.
– De ahora en más, estos son los únicos labios que han de besar los tuyos, Jean Logan. Ahora volveremos a la fiesta y le contaremos a lord Bothwell que la negociación ha llegado a un buen fin.
Tomó de nuevo su mano y atravesaron la multitud de huéspedes que invadía el vestíbulo. Logan buscó a Bothwell entre los invitados.
– Primo, la señorita Jean y yo nos hemos puesto de acuerdo. Puedes anunciar la boda.
– ¡Enhorabuena! Vamos a comunicárselo ya mismo al rey -exclamó el conde de Bothwell y los acompañó adonde se encontraba Jacobo Estuardo.
– Y bien, milord, ¿qué ha venido a decirme? Hoy se lo nota más encorvado que de costumbre -comentó el rey.
– Su Alteza, creo que no conoce a mi primo, Logan Hepburn, el señor de Claven's Carn. Esta dama es su prometida, la señorita Jean Logan, emparentada con él por la rama materna. Desean el permiso de Su Majestad para casarse aquí, en Stirling, la Noche de Epifanía.
Las oscuras cejas del rey Jacobo Estuardo se enarcaron. ¿No era este el hombre que deseaba desposar a la encantadora dama de Friarsgate? Estuvo a punto de formular la pregunta, pero se contuvo pensando que tal vez la dulce jovencita que lo acompañaba no estaba al tanto del deseo que su futuro esposo sentía por Rosamund Bolton. Fuera como fuese, la dama inglesa se había enamorado del conde de Glenkirk y, al parecer, el caballero de la frontera había decidido casarse con otra.
– Tienen nuestro permiso. La boda se celebrará en la capilla y la reina y yo seremos testigos de esta unión. -Luego, les dedicó una sonrisa y se deleitó contemplando los enormes ojos azules de Jean Logan, brillantes de entusiasmo. -Ven aquí, jovencita, y ahora besa a tu rey.
– ¡Gracias, Su Majestad! -exclamó aún más sonrojada y, tomando la mano extendida del rey, la besó con fervor. Luego, la soltó suavemente y le hizo una profunda reverencia-. Muchísimas gracias, milord, por el honor que acaba de concedernos.
– ¿Y usted, Logan Hepburn? ¿Está satisfecho con este asunto? -lo sondeó el rey. Su mirada era penetrante y muy directa.
– He seguido el consejo de mi primo y del resto de mi pequeño clan. Ellos consideran que ya es tiempo de que contraiga matrimonio, milord. La señorita Jean será una magnífica esposa -respondió el señor de Claven's Carn con mucho tacto.
– ¡Que Dios y la Virgen los bendigan y les den muchos hijos! -exclamó.
Evidentemente, el impulsivo Logan había notado la pasión que existía entre Rosamund y lord Leslie, y había terminado por ceder a las súplicas de su familia. La joven era hermosa y bien educada. Sin duda, Logan se llevaría mejor con ella que con la encantadora inglesa, aunque él todavía no se diera cuenta.
El soberano les dio permiso para retirarse. El trío le hizo una última y profunda reverencia y volvió a sumergirse en la multitud.
Jacobo Estuardo se inclinó y le murmuró a la reina que el señor de Claven's Carn se casaría con una joven prima, en la capilla real.
– ¿Con quién? -preguntó Margarita Tudor.
– Con una jovencita llamada Jean Logan -replicó en voz baja.
– La conozco. Fue una de mis damas de honor durante dos semanas. Bothwell me la presentó. Es una niña muy dulce.
– Supongo que deberás contarle a tu amiga inglesa…
– Sí, se lo diré. Pero está tan entusiasmada con lord Leslie, tan sumergida en esa loca pasión, que no creo que le importe. Cómo ha cambiado desde la época en que reinaba mi padre. ¡Era tan joven y tan ingenua! Ahora es una dama orgullosa, decidida a vivir a su manera.
– Tú tampoco eres la niña que fuiste, mi reina -dijo el rey, divertido por la aguda observación de su mujer respecto de su amiga-. Muchos años han pasado desde entonces, Margarita. Muchas cosas han sucedido en nuestras vidas a partir de entonces.
La reina asintió.
– Sí. Rosamund tuvo tres hijas y perdió otro marido. En cambio, yo perdí cuatro hijos. Pero no perderé al que llevo ahora en mi vientre, Jacobo. Me siento distinta esta vez. Este niño es fuerte. Lo siento saltar en mi útero. -Lo miró con su bello rostro que irradiaba seguridad y esperanza.
– Sí. Este niño vivirá, Margarita. Yo también lo sé.
El rostro de la reina resplandeció al escuchar las palabras de su esposo. Tomó sus manos y se las besó ardientemente. -Gracias, mi adorado Jacobo. ¡Gracias!
– Ahora, jovencita, si continúas comportándote así, tendrás a toda la corte diciendo que la reina está enamorada de su esposo -bromeó el rey gentilmente, mientras trataba de librarse de sus besos y caricias.
– Pero es que te amo profundamente -protestó la reina-. De veras, Jacobo.
– Lo sé, Margarita. Yo también te adoro -respondió, acariciándole la mejilla, al tiempo que se daba vuelta para hablar con un cortesano que trataba de acaparar su atención.
La velada se acercaba a su fin. La reina le hizo una seña a un paje, quien se acercó de inmediato.
– Ve en busca de la dama de Friarsgate y dile que deseo hablar con ella en mis aposentos privados.
– Sí, Su Alteza -respondió el niño, y salió a toda prisa.
Tan pronto como la reina se puso de pie, sus damas de honor la rodearon.
– No, ustedes sigan divirtiéndose. Yo estaré en mi alcoba, aunque no pienso meterme en la cama todavía. Quédense aquí, por favor.
Atravesó el corredor que la conducía a sus aposentos. Al entrar, le dijo a su doncella:
– En cuanto llegue la dama de Friarsgate, hazla pasar. La estoy esperando.
– Sí, Su Alteza -replicó la doncella haciendo una reverencia.
Margarita Tudor se sentó junto al fuego, se sacó los zapatos y flexionó los dedos de los pies con enorme placer. Se abrió la puerta y Rosamund entró.
– Trae un poco de vino -dijo la reina-y luego ven a sentarte a mi lado. Tengo que darte una noticia de lo más interesante.
Rosamund obedeció y, después de sentarse frente a su vieja amiga, se desembarazó de los zapatos.
– ¡Ah! Qué alivio -suspiró, y bebió un sorbo de vino. ¿Sientes algo por Logan Hepburn?
No. ¿Qué demonios quieres decir, Margarita? Lo encuentro tan arrogante e irritante como siempre. Logan está aquí, en Stirling. Lord Bothwell, su primo, me rogó que fuera a verlo. Le repetí que no me casaría con él. Que estaba enamorada de Patrick Leslie.
– ¡Se casará la próxima Noche de Epifanía!
– ¿Quién se va a casar? -preguntó Rosamund, perpleja.
– ¡Logan Hepburn! Se va a desposar con esa dulce niña, Jean Logan, que formó parte de mi séquito estos últimos quince días.
– ¿Te refieres a esa jovencita tímida, pequeña y de grandes ojos azules que casi no habla? ¡Por el amor de Dios! Bothwell no perdió el tiempo. Estoy segura de que ya lo tenía planeado de antemano.
– ¿Entonces no te importa? -Margarita Tudor parecía desilusionada.
– No, querida amiga. No me importa. Ya era hora de que Logan Hepburn abandonara esa fantasía infantil respecto de mí y se casara de una buena vez. Él necesita un heredero y debe cumplir con la obligación impuesta por su familia. Me alegra que finalmente haya entrado en razón.
– ¿Estás realmente enamorada de Patrick Leslie?
– Me muero de amor por él.
– Yo me siento responsable de lo ocurrido. De no haberte invitado a Stirling, jamás hubieses conocido a Patrick Leslie. ¡Y Logan Hepburn te habría llevado al altar por la fuerza, Rosamund! Te he salvado una vez más, como te salvé de mi hermano hace muchos años.
Rosamund sonrió.
– Es verdad, Margarita. Si no fuera por tu invitación, no hubiera conocido a Patrick Leslie. Pero créeme que Logan Hepburn jamás me hubiera llevado al altar. Si alguna vez decido volver a casarme, será por amor, y la elección será mía y solo mía.
– ¿Recuerdas los consejos de la abuela?
– Sí, la Venerable Margarita fue una gran mujer y yo la admiraba profundamente.
– Me pregunto qué pensaría ella de nosotras si nos viera en este preciso momento. Creo que aprobaría tu elección, aunque el conde de Glenkirk sea mayor que Logan Hepburn. Siempre pensó que una mujer debería buscar su propia felicidad, su propio bienestar. Entonces, ¿te casarás con lord Leslie?
– No. Antes de que me preguntes por qué, Margarita, o trates de interferir, déjame explicarte. Patrick y yo nos debemos a Glenkirk y a Friarsgate, respectivamente. Ninguno de los dos dejará de cumplir con sus responsabilidades. Los dos lo entendemos así y somos felices. Sé que no lo comprenderás, pero no debes entrometerte, querida amiga. Prométeme que no te involucrarás en este asunto.
La reina suspiró.
– Yo solo quiero verte feliz.
– Ya somos felices.
– Pero algún día tendrán que separarse.
– Lo sé. Y eso hace que cada momento que pasamos juntos sea tan maravilloso, Meg. Nadie es feliz todo el tiempo. Prefiero compartir estos días con el conde de Glenkirk a vivir para siempre con cualquier otro hombre. Prefiero conocer esta felicidad perfecta, aunque breve, a no haberla conocido nunca. No le temo al sufrimiento. Hemos forjado recuerdos inolvidables, Meg; recuerdos que nos acompañarán toda la vida, cuando ya no estemos juntos.
– Eres más valiente que yo, Rosamund. Nunca te imaginé tan osada. Yo necesito la seguridad del matrimonio. Necesito saber que mi marido estará siempre allí, aunque de vez en cuando tenga alguna aventura. Tú, en cambio, estás realmente sola y no te da miedo.
– Hasta ahora, siempre estuve sola.
– Pero tú me escribiste que Owein te amaba -protestó la reina.
– Sí, él me amaba, Meg, y en ese aspecto fui muy afortunada, pues era un buen marido. Pero fue educado para servir a sus superiores y se sentía algo intimidado por el hecho de que yo fuera la señora de Friarsgate. Siempre posponía sus deseos y me consentía, ¡que Dios lo tenga en la gloria! Ni una sola vez trató de menoscabar mi autoridad, imponiendo la suya. Además, adoraba Friarsgate.
– ¿Tú también lo amabas, verdad? Parecía el candidato perfecto Para ti.
– Sí, aprendí a amarlo y por eso sé que cuanto siento por Patrick Leslie es infinitamente más profundo. Mi amor por lord Glenkirk no es algo que ocurra todos los días, querida Meg. Por esa razón no lo dejaré ir hasta que el destino disponga lo contrario. -Rosamund sonrió. -¡Pero qué conversación tan seria! Y todo porque querías contarme que Logan Hepburn se casará dentro de unos días. Le deseo buena suerte.
– Deséale buena suerte a la novia -bromeó la reina-. Si le das tu bendición, ella se lo contará a Logan y, de ese modo, podrás demostrarle que, a diferencia de él, que no dudó en importunarte el día de tu boda con Owein, eres capaz de comportarte como una persona de bien. Una pequeña venganza, digamos. Además, estoy segura de que todavía te ama, Rosamund. Logan se casa por complacer a su familia.
– Cuando nos encontrábamos, de lo único que hablaba era de su futuro heredero. Me hacía sentir como una yegua o una vaca. Incluso cuando hablé con él por última vez en la residencia de lord Bothwell, dijo que yo debería haber comprendido que él me amaba profundamente aunque nunca me lo hubiera dicho -respondió Rosamund y sacudió la cabeza.
– Una conducta típicamente masculina -exclamó la reina, soltando una carcajada.
– Sí. Una conducta típicamente masculina. -Luego sorbió un poco de vino con aire pensativo. -Espero que sea tan feliz como yo. No puedo sino desearle la misma suerte.
– Siempre has tenido un buen corazón Me alegra que hayas venido a visitarme. ¿Sigues extrañando Friarsgate?
– No tanto como cuando era jovencita. En realidad, echo de menos a mis hijas. Después de la muerte de Owein, la reina Catalina insistió en que fuera al palacio y no pude negarme. Pero fue muy duro. Philippa, mi hija mayor, comprendió la razón de mi viaje, pero fue la que más me extrañó. Según Maybel, se parece a mí. Sin embargo, las dos pequeñas no lo comprendieron. Cuando regresé, yo era prácticamente una extraña para ellas.
– Y luego, llegó mi invitación.
– No debí aceptarla, Meg, pero somos tan buenas amigas que no pude rehusarme. Además, no es un viaje tan largo como ir a Inglaterra -respondió Rosamund con una sonrisa.
– Por otra parte, mi invitación era una buena excusa para huir del señor de Claven's Carn -argumentó la reina riendo con malicia.
– Sí, es cierto -admitió Rosamund-. El sacerdote de Friarsgate es pariente suyo, pero se habría abstenido de presionarme si yo me oponía a la boda. De todas formas, hubiese sido una situación difícil. Aquí en Stirling, Logan está bajo la influencia del conde de Bothwell. A Patrick Hepburn no le agradaba la idea de que su primo se casara con una inglesa. Cuando le dije que no pensaba contraer matrimonio con el señor de Claven's Carn, le pregunté si tenía en vista alguna joven para Logan. El muy demonio me contestó que una o dos, aunque lo único que tenía en la cabeza era a la pequeña y tímida señorita Jean.
– Hepburn es un hombre muy inteligente. Apoyó a mi marido incluso antes de la ruptura con el difunto rey. Jacobo nunca olvida a quienes le son leales. Él era simplemente un Hepburn de Hailes hasta que Jacobo lo convirtió en el primer conde de Bothwell. Ha escalado posiciones en este reino, lo que ha redundado en beneficio de su familia. Es un gran amigo de mi marido, Rosamund. Si Patrick le hubiera pedido a Jacobo que aceptaras a Logan Hepburn, tendrías que haberte casado y acostado con él, lo quisieras o no.
– Pero yo soy inglesa -exclamó Rosamund consternada.
– Eso no importa. Si el conde de Bothwell se lo hubiese pedido, sus deseos se habrían visto satisfechos. De no haberte enamorado tan apasionada y tan públicamente, no te hubieses escapado de Logan Hepburn aquí en Stirling. Te lo juro. Habrías terminado a los empujones en sus brazos. Sin embargo, el destino, el hado o como quieras llamarlo intervino para salvarte. Nunca creí particularmente en el destino, pero en vista de lo que te ocurrió, voy a reconsiderar mi posición.
Rosamund había empalidecido. No obstante, se las ingenió para esbozar una débil sonrisa.
– Tal vez yo también comience a creer en el destino de ahora en adelante, Meg.
En ese momento, alguien golpeó discretamente a la puerta.
– Entra -dijo la reina. Cuando la puerta se abrió, apareció su camarera-. Sí, Jane, ¿qué sucede?
– La señorita Logan quisiera hablar con usted, señora. Dice que no le robará mucho tiempo.
Los ojos azules de Margarita Tudor centellearon de malicia, mientras observaba a Rosamund.
– Dile a la señorita Logan que puede pasar, Jane.
La camarera se hizo a un lado y Jean Logan entró en la habitación. Le hizo una profunda reverencia a la reina, pero no pudo ocultar su sorpresa al ver quién acompañaba a Su Majestad.
– Señora, he venido a decirle que el rey me ha dado su permiso para contraer matrimonio con Logan Hepburn, el señor de Claven's Carn. Espero contar también con el permiso y la bendición de Su Alteza -expuso Jeannie Logan, de pie frente a Margarita Tudor, con la cabeza gacha y las manos entrelazadas.
– ¡Qué decisión tan intempestiva, querida! -Exclamó la reina-. Espero que no te hayas visto forzada a tomar una decisión imprudente.
– ¡Oh, no, señora! Estoy más que contenta de casarme con el señor Hepburn. Estaba a punto de entrar en el convento donde me educaron cuando el tío Patrick, señora… quiero decir, el conde de Bothwell, le pidió mi mano a mi padre en nombre de su primo, pues buscaba una buena esposa para su pariente. Aunque venero a Dios y a su Santa Madre, debo admitir que no tengo una auténtica vocación religiosa. Pero como mi dote no es grande y nadie me había solicitado en matrimonio, mi padre pensó que el convento era el mejor lugar para mí. Cuando mi padre le dijo que mi dote era escasa, tío Patrick no vaciló en aumentarla con una buena suma de dinero. En un primer momento, mi padre protestó, pero tío Patrick alegó que yo era su ahijada y que apenas me había visto en los últimos años, de modo que era lo menos que podía hacer por mí. Luego, le contó a mi padre que Logan, además de ser su primo, era un hombre muy bueno que se había sacrificado siempre por los suyos y había antepuesto el bienestar de la familia a sus deseos personales, pero que ahora estaba decidido a casarse. Y, dadas las circunstancias, mi padre no pudo negarse. Además, tío Patrick le comunicó a mi padre que la madre de su estimado pariente pertenecía al clan Logan, pero que la relación no es cercana ni tenemos lazos de consanguinidad que nos impidan casarnos, por lo tanto, la Iglesia nos ha concedido la dispensa.
– Ya tienes mi permiso, niña.
– ¡Qué alivio! Tío Patrick me dijo que su primo estaba ansioso por casarse lo antes posible.
– Qué afortunada eres de tener a tu tío Patrick. El conde de Bothwell es famoso por su bondad. Pero disculpa mi descortesía, querida. Debo presentarte a mi amiga, lady Rosamund Bolton, de Friarsgate.
– Ya sé quién es -sonrió Jeannie con inocencia.
– ¿Sí? -Intervino Rosamund-. ¿Y quién soy, señorita Logan?
– Usted es la amiga de lord Leslie, milady.
– Así es.
– Y, además, serán vecinas -dijo la reina con picardía-. Friarsgate está justo en la frontera de Inglaterra, muy cerca de Claven's Carn. Rosamund, ¿conoces a Logan Hepburn?
– No mucho -respondió Rosamund, apretando los dientes-. Creo que él y sus hermanos asistieron a la fiesta de bodas cuando me casé con mi difunto esposo. -Si Meg no hubiese sido la reina, pensó Rosamund, le habría dado una bofetada-. Pero ya es tarde, señora, y en su estado le conviene descansar -añadió, poniéndose de pie-. La dejo, pues, y me llevo a la señorita Logan. Por favor, concédale su permiso y su bendición, pues para eso ha venido. ¿No es así, señorita Logan?
– Sí, milady.
– Tienes mi permiso y mi bendición, dulce niña. Mi esposo y yo seremos testigos de la boda. Rosamund, ¿tú también vendrás con lord Leslie? -Los ojos de la reina brillaban como los de un niño feliz de haber cometido una travesura.
– Si usted me lo pide, señora. Pero su capilla es pequeña y la señorita Logan preferirá tener allí a toda su familia.
– No, milady. Mi familia está en el norte y no podrá venir. Me encantaría tener a nuestra vecina con nosotros en un día tan dichoso. ¡Por favor, no deje usted de asistir!
– Haz la reverencia a la reina, señorita Logan. Hablaré con lord Leslie del asunto -dijo Rosamund, y prácticamente empujó a la jovencita fuera del cuarto privado de la reina, murmurando en voz baja a Margarita-: Me las vas a pagar, criatura perversa.
Dios te bendiga, mi niña -dijo la reina y, con una sonrisa de oreja a oreja, cerró la puerta de la antecámara apenas transpusieron el umbral.