CAPÍTULO 17

El pequeño paje la condujo hasta un interminable corredor y luego a un pasillo estrecho y oscuro. Se detuvo frente a una puerta, la abrió e hizo pasar a la dama de Friarsgate.

– La esperaré afuera, milady -dijo cortésmente mientras cerraba la puerta.

Rosamund paseó la mirada por la pequeña habitación. En uno de los ángulos había una chimenea con leños encendidos que caldeaban el ambiente. Las paredes estaban revestidas con paneles tallados en madera. Los anchos tablones del piso estaban gastados y oscurecidos por el tiempo. Desde la ventana con vidrios emplomados solo podían verse una explanada completamente vacía, sin ningún tipo de vegetación, y el cielo azul de fines de junio. Si fuera una prisionera, no tendría manera de identificar el día, el mes o incluso la estación del año. Los únicos muebles eran una pequeña mesa cuadrada de roble y dos sillas con altos respaldos labrados y cojines tan raídos que era imposible distinguir el color y el diseño del tapizado. Se sentó y aguardó un buen rato, resignada. Ya estaba acostumbrada a que los Tudor la hicieran esperar.

Por fin, se abrió una puerta oculta en una de las paredes y Enrique Tudor entró en el cuarto. Rosamund lo notó más corpulento, pero luego se percató de que era por el traje que llevaba, diseñado especialmente para causar esa impresión. Aunque ese hombre que sobrepasaba los dos metros no necesitaba mucho aditamento para parecer un gigante.

Sus pequeños ojos azules no dejaban de observarla mientras ella flexionaba las rodillas y hacía una amplia reverencia.

– Bien, señora, ¿qué vas a decirme? -urgió el rey.

– ¿Qué desea que le diga, Su Majestad?

– No trates de practicar esgrima conmigo, señora, porque no tienes la destreza suficiente -gruñó el monarca.

– Tampoco tengo el don de la clarividencia, Su Alteza. ¿Podría ser más específico en su interrogatorio?

Por alguna extraña razón, no estaba asustada, aunque debería sentir un poco de miedo, pues el rey podía perder la paciencia y descargar toda su furia contra ella.

Enrique respiró profundamente y se sentó en una de las sillas.

– Párate frente a mí, Rosamund.

La joven lo hizo.

– Ahora, arrodíllate.

Ella obedeció, tragándose el orgullo.

– Ahora dime por qué fuiste a Escocia.

– Porque la hermana de Su Majestad me invitó y, como Su Majestad abe muy bien, la reina Margarita y yo somos amigas de la infancia.

– ¿Y por qué fuiste a San Lorenzo? Tenía entendido que odiabas viajar.

– Fui porque así me lo pidió el conde de Glenkirk.

– Era tu amante.

– Sí, era mi amante -asintió Rosamund con absoluta calma.

– No esperaba de ti una conducta tan bochornosa -declaró el rey fingiendo escandalizarse.

– ¿Acaso debía limitarme a ser solamente la ramera de Su Alteza? -reaccionó con brusquedad. El piso era duro y comenzaban a dolerle las rodillas. Por más que fuera su rey, no dejaba de ser un niño malcriado.

Él se incorporó de un salto, aferró con violencia uno de sus brazos y la alzó de un tirón.

– No abuses de mi paciencia, señora. Sabes que soy muy peligroso cuando me provocan. -Los ojos azules del rey se encontraron con los ambarinos de la joven.

– Entonces, Enrique, sentémonos y hablemos como personas civilizadas. Estoy dispuesta a responder a todas las preguntas que quieras hacerme, pero termina con esta farsa, que, además de pueril, es indigna del Gran Enrique -replicó sin bajar la mirada.

El soberano le señaló una de las sillas y él tomo asiento en la otra.

– No olvides que soy tu rey.

– Jamás lo he olvidado, Enrique. -Decidió seguir tuteándolo y llamarlo por su nombre de pila, pues él no se lo había prohibido.

– Richard Howard, mi embajador, te vio en San Lorenzo.

– Lo sé. San Lorenzo es un lugar minúsculo donde es imposible pasar inadvertido. Lord Howard me reconoció y al enterarse de mi nombre recordó que me había visto en la corte.

– Dice que le mentiste cuando te preguntó si lo conocías.

– No, no le mentí. Nos vimos en la corte hace mucho tiempo, pero nunca fuimos presentados. De modo que, estrictamente hablando, no nos conocíamos. ¿O me equivoco?

El rey soltó la risa, pero al instante se puso serio.

– ¿Qué hacía lord Leslie en San Lorenzo? Fue embajador de mi cuñado muchos años antes. ¿Por qué volvió a esa ciudad, señora?

– Te lo explicaré, Enrique. Cuando el conde y yo nos vimos por primera vez, nos enamoramos, lisa y llanamente, y no soportábamos la idea de separarnos. La corte escocesa no era el lugar más apropiado donde dar rienda suelta a nuestra pasión, como tampoco lo hubiese sido tu corte. Además, aquel invierno era muy frío y nevaba todo el tiempo. Entonces, a lord Leslie se le ocurrió viajar a San Lorenzo, donde podríamos disfrutar del sol meridional y retozar a nuestras anchas.

– Te hospedaste en la residencia del embajador de Escocia -comentó el rey con suspicacia, pues no terminaba de creer esa historia.

– Es verdad. Allí vivió Patrick cuando sirvió a su rey Jacobo IV, y lord MacDuff insistió en que nos alojáramos en su residencia, lo que me pareció lo más lógico. Desde nuestro apartamento se veía toda la ciudad, Enrique, un sitio encantador donde las casas están pintadas con los colores del arco iris. Todos los días nos bañábamos al aire libre, en una enorme tina colocada en la terraza que daba a un mar azul profundo. El clima era siempre cálido y soleado ¡y había flores en pleno febrero! -Los recuerdos iluminaron el rostro de Rosamund.

– Te presentaron al duque.

– Por supuesto. Sebastian di San Lorenzo era un viejo amigo de Patrick. Tanto el duque como todos los miembros de la corte son personas muy flexibles e informales. Lo visitamos varias veces y conocimos a un famoso artista veneciano, a una baronesa alemana, a tu propio embajador, lord Howard, y a varias figuras de renombre.

– Lord Howard dice que el artista, un pariente del dux de Venecia, te pintó sin ropas -le recriminó, escandalizado.

– Es que hay dos retratos -explicó Rosamund, advirtiendo que el rey estaba muy bien informado-. En uno de ellos, el que cuelga en las paredes de mi propiedad, aparezco completamente vestida. El maestro me pintó como la heroína defensora de Friarsgate contra el fondo de un rojo atardecer. Es un cuadro muy colorido y para realzar el tema reemplazó mi casa por un fastuoso castillo. Pero también me pintó como la diosa del amor. Allí aparezco vestida con una túnica griega, con un hombro y un brazo desnudos. El artista juró que guardaría para sí ese cuadro y que, por esa razón, había pintado el otro.

– ¡Ese retrato adorna una de las paredes del gran salón del duque de San Lorenzo, señora! Lord Howard dice que tu cuerpo se transparenta a través de esa túnica griega, ¡y que incluso exhibes uno de tus senos! -exclamó, indignadísimo.

– ¡¿Qué?! -La cara de asombro de Rosamund convenció al rey de que el relato era verdadero, al menos para ella. -El duque es un hombre licencioso en lo que concierne a las mujeres y le habría encantado seducirme si yo le hubiese la oportunidad. Y el pintor es igual, Enrique. Los meridionales son muy distintos de nosotros. Tuve que usar todo mi ingenio para evitar un desastre -concluyó y luego agregó-: Mi primo me dijo que lord Howard está de vuelta en Inglaterra. En mi opinión, no es un buen embajador, es demasiado cáustico y grosero. No sabes cómo irritaba al duque.

– Cuando regresaste, al final de la primavera, fuiste a ver a mi hermana, ¿no es cierto? -inquirió, ignorando el comentario acerca de lord Howard. Rosamund no tenía por qué enterarse de que el duque Sebastian lo había echado de San Lorenzo por las mismas cualidades que ella había mencionado. La situación había sido bochornosa, pues el duque le había escrito al rey que no quería más embajadores ingleses en su comarca.

– Sí, le había prometido a Meg que regresaría para conocer al niño -respondió y pensó: "Que siga interrogándome, yo me limitaré a responder estrictamente lo que me pregunte".

– ¿El niño es tan fuerte y saludable como dicen?

– Así es, tiene fuerza en los músculos, en el corazón y en la mente Tu sobrino es un niño hermoso, tal como afirman los escoceses.

– ¿Y después de visitar a mi hermana volviste a tu casa sola?

– Regresé con lord Leslie. Decidimos casarnos, pese a que los dos teníamos que ocuparnos de nuestras respectivas tierras.

– Pero al final el conde se fue de Friarsgate.

– Partió en otoño a Glenkirk para comunicarle sus intenciones a su hijo y heredero, Adam Leslie. Quería la aprobación del joven, pues había enviudado tras su nacimiento.

– Si lord Leslie era un buen amante, cosa que doy por sentada, señora, entonces dudo de que a ese muchacho le agradara la idea de tener que compartir la herencia con el futuro hijo de su padre.

– Patrick quedó estéril a causa de una enfermedad, de modo que ese peligro estaba descartado.

– Debía de ser un amante apasionado, Rosamund, pues no he conocido a ningún hombre capaz de saciar tu deseo.

Ella se ruborizó antes de proseguir la historia.

– Acordamos reunimos en Edimburgo en la primavera. Apenas llegué, me enteré de que había sufrido un ataque cerebral. Lo cuidé hasta que estuvo en condiciones de viajar, pero una parte de su memoria se borró por completo. Había olvidado los dos últimos años de su vida. No me reconocía y, en esa situación, lo más lógico era cancelar la boda. -Las lágrimas brillaron en sus ojos. -De todas maneras, su hijo me mantiene informada sobre su estado de salud.

– ¿Sigues en contacto con mi hermana?

– Me mandó un mensaje anunciando la contienda. No debiste impulsar al rey Jacobo a la guerra.

– ¿Yo? -gritó Enrique Tudor, horrorizado ante la acusación.

– Jacobo Estuardo era un buen rey y un buen marido para tu hermana, que lo amaba profundamente. Lo obligaste porque estabas celoso de él, Enrique.

– ¿Acaso quieres visitar la Torre? -preguntó el soberano con frialdad.

– Te digo las cosas que nadie se atreve a decir, pero debes escucharlas. Jacobo marchó hacia Inglaterra con el propósito de alejarte de Francia, y tú, en cambio, lo enviaste a Surrey para forzarlo a combatir. Y por un accidente del destino, venciste a los escoceses.

– ¿Qué accidente? -Era la primera vez que oía algo así. Lo único que había escuchado eran gritos y clamores de victoria.

– La falange de los escoceses se desbandó en una colina barrosa y resbaladiza.

– Era la voluntad de Dios que triunfáramos sobre los escoceses -dijo el monarca santiguándose-. ¡Dios está de mi lado, Rosamund! Y siempre lo estará.

– Si lo dice Su Majestad -replicó inclinando la cabeza.

– ¿Ahora qué haré contigo, señora?

– Vine a la corte por dos motivos, Enrique. Porque me convocaron y porque quería presentar a mi heredera ante Sus Majestades. Ahora solo resta volver a casa.

– No, no todavía. No estoy tan seguro de que no hayas cometido una traición.

– ¡Por Dios, te he dicho toda la verdad, y lo sabes! ¿Cuándo te he engañado, Enrique? Es cierto, engañé a tu esposa, y lo hice con el solo fin de protegerla, pero a ti nunca te mentí.

– Creo que deberías acompañarnos a Windsor -dijo el rey con una sonrisa.

– ¡No! -Rosamund estaba enfurecida.

– Tenemos que concluir ciertos asuntos pendientes entre nosotros, señora.

– ¡No hay nada entre nosotros! -gritó con el rostro enrojecido.

Extendiendo los brazos, el rey la atrajo hacia sí y la sentó sobre sus rodillas. Acarició el rostro con su enorme mano y le estampó un beso apasionado, que no fue correspondido.

Rosamund saltó y escapó de las garras del rey.

– ¿Estás loco? Acabo de convencer a la reina de que no fui tu amante sino la de Charles Brandon y no se te ocurre mejor idea que tratar de seducirme. Después de lo que pasó con lady Fitz-Walter y lady Hastings, debemos considerarnos muy afortunados de que no descubrieran nuestro breve amorío. Si Inés de Salinas no nos hubiera visto despedirnos esa noche, yo no habría necesitado urdir toda esa sarta de mentiras Lo hice para proteger a la reina, que es mi amiga. ¡No me hagas esto, Enrique! ¡No lo permitiré!

– ¡Soy tu rey y debes obedecerme, señora! -rugió el soberano.

– Y yo soy la súbdita más leal de Su Majestad -dijo haciendo una reverencia-, pero no volveré a ser tu amante. Enciérrame en el calabozo, si quieres, pero no perderé lo que me queda de virtud y dignidad. ¿Cómo te atreves siquiera a pedírmelo, Enrique, cuando hice lo imposible por salvar tu reputación ante Catalina?

Vio la mirada ladina de Enrique y se dio cuenta de que iba a culparla a ella de su reacción apasionada y alegar que él no había hecho nada de malo.

– Señora… -comenzó a decir el rey, pero Rosamund lo detuvo para facilitarle las cosas.

– Si mi conducta lo ha inducido a error, le pido humildemente mis disculpas. No era mi intención provocarlo. Perdóneme, Su Alteza, por favor.

Enrique Tudor quedó en silencio un largo rato, considerando la situación desde todos los ángulos posibles. Evidentemente, no podía guardar los dulces y comérselos al mismo tiempo.

– Estás perdonada, señora. No obstante, vendrás a Windsor, por el bien de Catalina. Inés de Salinas ha sido despedida. Tu visita a la corte me dio la oportunidad de liberarme de ella, y te lo agradezco. Sé que de Windsor querrás volver directamente a Friarsgate y te concedo mi permiso. Pero acompáñanos unas semanas. ¿Quién sabe cuándo regresarás a la corte?

– Tal vez nunca, pero de seguro mi hija Philippa deseará volver algún día.

– Tus hijas siempre serán bienvenidas en esta corte.

– Gracias, Su Majestad.

– Ahora ve al gran salón, señora.

Rosamund lo saludó ceremoniosamente y se dispuso a abandonar la habitación.

– Deberías buscar un nuevo marido -comentó el rey de pronto.

– No intentes imponerme a nadie. El novio que me endosen no vivirá para ver el sol luego de la boda -le advirtió Rosamund.

– Pero yo soy tu rey y tengo derecho a elegirte esposo.

– Me he casado tres veces para complacer a los demás, Enrique.

– ¿Crees que volverás a encontrar el amor, Rosamund?

– Quizás, Enrique. Ojalá -respondió. Luego abrió la puerta y salió al pasillo donde la aguardaba el pequeño paje, que se frotaba los ojos para despabilarse, pues se había quedado dormido de pie. Ella le sonrió y acarició su rubia cabecita-. Llévame al salón, niño.

Apenas llegó a destino, Tom se le abalanzó, muerto de curiosidad. -¿Dónde está Philippa? -preguntó al ver que su hija no estaba con él.

– Le presenté a un montón de damitas de su edad. En la corte las niñas no deben andar pegadas a las perneras de un tío viejo. Por favor, prima del alma, cuéntame qué ha pasado. Estoy intrigadísimo. -La llevó a un rincón aislado y se sentaron en un banco.

– No hay mucho que contar. El rey quería saber por qué había ido a Escocia y a San Lorenzo. Se enteró de mi visita a Arcobaleno por el soplón de lord Howard. Le expliqué todo de la manera más sencilla posible. Luego, pensó que podríamos retomar el romance donde lo habíamos dejado.

– ¡No! -Lord Cambridge parecía de veras escandalizado.

– Cálmate, Tom. Lo convencí de que no era una buena idea. Insistió en que lo acompañáramos a Windsor, pero me dijo que de ahí podíamos volver directamente a casa. Debemos quedarnos un tiempo más en la corte.

– Es verdad. Si partieras en este momento, despertarías sospechas, sobre todo ahora que expulsaron públicamente a Inés de Salinas. Dicen que ella y su marido se marcharán a España muy pronto para visitar a sus ancianos padres. Por otra parte, a Philippa le vendrá muy bien conocer las diversiones de la corte y podrá entablar valiosas relaciones. Recuerda tu estadía en el palacio cuando eras niña. Son muy pocas las personas que pueden jactarse de ser amigas de dos reinas.

– Pero no tengo amigos aquí.

– Entonces, es hora de que te consigas algunos.

– ¿Para qué? En la medida de lo posible, evitaré volver a este sitio.

– Pero Philippa regresará y el marido que le escojamos será algún miembro de esta corte. Vamos, Rosamund, siempre es bueno cultivar nuevas amistades -explicó Tom con paciencia. Su prima siempre había preferido su compañía y la de unos pocos parientes a la de los extraños, pero era hora de revisar esa actitud.

– O sea que quieres presentarme a algunas personas -refunfuñó.

– Puede que mis hábitos no le agraden a todo el mundo, pero gracias a mi ingenio y sentido del humor conozco a mucha gente de alcurnia, querida mía -dijo con una sonrisa picara-. Ahora que arreglaste el entuerto con Sus Majestades y debes ir a Windsor, tienes la oportunidad de conocer a damas y caballeros de tu misma clase. ¿Cómo piensas encontrarle un buen marido a Philippa si no te mezclas con la nobleza?

Rosamund se echó a reír.

– Ese es el problema, Tom. Philippa es demasiado joven para casarse.

– Por supuesto. ¿Quién quiere apresurarse? Mira, tardaremos unos dos o tres años en establecer los contactos apropiados y ella demorará un año más en elegir entre todos los pretendientes. Estas situaciones deben manejarse con mucho tacto y delicadeza. Hay que mirar bien la mercadería antes de comprarla.

– ¡Ay, Tom, todo parece tan calculado!

– Y lo es.

– Pero mi deseo es que se enamore y que el amor dure para siempre.

– ¡Cómo si la vida fuera tan simple, querida primita! Con suerte, conseguirá casarse con alguien a quien ame, si tienen tiempo de conocerse. Pero lo más probable es que el amor surja más tarde. Tanto el matrimonio con tu primo como la boda con Hugh Cabot se arreglaron con el fin de mantener a Friarsgate dentro de la familia. En esa época eras demasiado joven para comprender el amor, pero luego, cuando te casaste con Owein Meredith, tampoco estabas enamorada de él, ¿verdad?

Rosamund negó con la cabeza.

– Sin embargo, con el tiempo llegaste a amarlo porque era un buen hombre y respetaba tu posición de propietaria de Friarsgate. Si planificamos todo con cuidado, Philippa tendrá la misma suerte que tú. Es preciso iniciar la búsqueda ahora mismo; de lo contrario, las oportunidades se irán reduciendo cada vez más. Y, por favor, te lo suplico, no empieces con la historia del gran amor que se profesaban tú y lord Leslie. Fue un caso único y excepcional. Son muy pocos los que logran vivir una experiencia tan intensa.

– Lo sé -sollozó.

– Mi dulce prima -dijo Tom secándole las lágrimas que caían por sus mejillas-, tienes que estar agradecida de haber conocido ese tipo de amor, pero también debes ser sensata y realista en lo que concierne a tu hija.

Rosamund asintió.

– Está bien. Conoceré a esas personas que deseas presentarme -acordó con una sonrisa-, pero en otro momento, ¿sí? Hoy fue un día fatal y no veo la hora de regresar a tu casa y sentarme en el jardín para contemplar el río.

– Y pensar, tal vez, en ese escocés sinvergüenza -bromeó Tom.

– Sí -replicó, provocando el asombro de lord Cambridge.

– Ve tú sola; yo regresaré más tarde con Lucy y Philippa.

La joven besó las suaves mejillas de su primo.

– ¿Qué haría sin ti, mi adorado Tom?

– Si quieres que te diga la verdad, ¡tiemblo de sólo pensarlo!

– No se queden hasta muy tarde. Es el primer día de Philippa en la corte y pronto tendremos que partir a Windsor. Tom asintió y la observó alejarse.


Rosamund abordó la barca, se sentó en el banco de terciopelo azul y cerró los ojos.

– Llévenme a casa -ordenó a los remeros.

El aire era cálido; el río estaba bajo y despedía un olor fétido a causa de las marismas que se habían formado en las márgenes. Suspiró: lo peor había pasado y comenzaba a sentir nostalgia de su amado Friarsgate. Pero Tom tenía razón. Si deseaba ver a sus hijas casadas con hombres de familias prominentes, debía empezar ya mismo a conocer gente y establecer contactos. Una sonrisa se dibujó en sus labios cuando recordó que unos pocos años atrás era solo una niña. Ahora era una mujer de veinticinco años, tres veces viuda y a la caza de maridos, no para sí, sino para sus tres hijas. Aunque, sin duda, persistía en ella la necesidad de amor.

Rosamund sabía que estaba sola. Pero, ¿deseaba volver a casarse? ¿Quería a Logan Hepburn? Tenía la impresión de que había estado escapando de él toda su vida, o que Logan la había estado persiguiendo eternamente. Por supuesto, era solo una impresión, pues jamás había oído hablar del señor de Claven's Carn hasta que… ¡Por Dios! ¿Hacía tanto tiempo que Logan, montado en su caballo en la cima de la colina que dominaba todo Friarsgate, le había pedido matrimonio? ¡Once años! ¡No, no podía ser! Sin embargo, había sido justo antes de casarse con Owein y Philippa ya tenía diez años, de modo que hacía once años que ella había discutido acaloradamente con él y le había prohibido asistir a su boda. Pero él se había presentado, con sus dos hermanos, grandes cantidades de whisky y salmón, y habían tocado las gaitas en honor a los novios. ¡Once años!

A decir verdad, Rosamund nunca llegó a conocer realmente a Logan. Sabía que era un hombre decidido y testarudo, que prefería legar sus tierras a los hijos de sus hermanos antes que casarse con otra mujer que no fuera Rosamund Bolton. Siempre lo había considerado una molestia, un ser insufrible. Lo había llamado bruto fronterizo, canalla escocés, y lo había dicho muy en serio.

Había rechazado su propuesta matrimonial porque Logan, en lugar de amor, le había hablado de hijos, pero ese hombre tan preocupado por su descendencia también estaba enamorado de ella. Qué tonta había sido.

Sin embargo, ese descubrimiento no implicaba que estuviese dispuesta a casarse de nuevo. Necesitaba intimar más a fondo con Logan, a quien había tratado con tanto desdén que no pudo advertir la enorme devoción que sentía por ella. Sabía que él la estaría esperando y, de pronto, la acometió un fuerte deseo de regresar a su hogar. Ahora bien, si Logan lograba conquistarla, ¿se sentiría satisfecho con su victoria o terminaría perdiendo el interés?

La barcaza golpeó suavemente contra el muelle de piedra de la residencia de su primo. Rosamund abrió los ojos y parpadeó varias veces para acostumbrarse a la luz. Tomó la mano que le ofreció el sirviente, salió de la barca y corrió hacia el interior de la casa. Hoy no tenía ganas de sentarse en los jardines; necesitaba meditar. Si iba a permitir que Logan Hepburn entrara en su vida y que su relación se convirtiera en algo más que una simple amistad, había que dejar muy en claro ciertas cosas. Reconoció que era muy bondadoso con sus hijas y que las niñas sentían afecto por él. Ese era, sin lugar a dudas, un importante punto a su favor. Pero era escocés, y siempre habría problemas entre Inglaterra y Escocia. Aunque esa enemistad tendría escasa incidencia en el minúsculo y remoto rincón del mundo donde ambos vivían, concluyó.


Lord Cambridge y Philippa llegaron a la casa cuando el crepúsculo dejaba paso a la oscuridad. La niña no paraba de hablar de las cosas extraordinarias que había visto y de las personas que había conocido en la corte.

– Vamos a Windsor, ¿verdad, mamá? Cecily también irá. Su familia viaja continuamente.

– ¿Y quién es Cecily? -Preguntó Rosamund acariciando el cabello revuelto de su hija-. ¿Es alguien que te presentó el tío Tom?

– Es Cecily Fitz-Hugh, mamá, la hija del conde de Renfrew. Tiene dos hermanos: Henry, el heredero, Giles, y dos hermanas: Mary y Susanna, que son más jóvenes que Cecily. ¡Nos hemos hecho amigas íntimas!

– ¿En una sola tarde, muñeca? ¡Qué curioso!

Philippa ignoró la broma de su madre.

– Como yo, es la primera vez que se presenta en la corte, mamá. Antes la dejaban en la casa junto con sus hermanas. Henry es uno de los caballeros del rey y su otro hermano es paje. A las dos nos encanta andar a caballo.

– Bueno, parece que has tenido un gran día, Philippa, pero ahora debes meterte en la cama. Lucy te acompañará y yo iré luego a darte el beso de las buenas noches.

Philippa obedeció a su madre.

– ¿Qué estuviste haciendo sola en la casa? -inquirió lord Cambridge.

– Estuve pensando en Logan Hepburn, Tom, y si realmente quiero volver a casarme. También pensé si lo elegiría a él como marido.

– ¿Y qué decidiste?

– No lo sé. Debería conocerlo más a fondo. No volveré a contraer matrimonio solo para tener un marido. ¿Me entiendes?

– Por supuesto. Sin embargo, sigo sosteniendo que deberías reconsiderar tu posición al respecto, prima.

– Insinúas que me estoy volviendo demasiado vieja y debería apresurarme a buscar esposo. Después de todo, ya tengo veinticinco años.

– ¡Oh, no! -Rió Tom-. Jamás serás demasiado vieja para conseguir marido, Rosamund. Eres bella e inteligente como pocas y, si fuera un hombre que buscara esposa, te elegiría a ti sin vacilar.

– ¡Oh, Tom, es muy dulce lo que me dices!

– Pero no soy de los que buscan esposa -aclaró con una sonrisa.

– Sería tan sencillo si lo fueras.

– ¡Te equivocas, querida! Una vez Logan amenazó con matarme si intentaba ser tu amante. -Sintió un escalofrío al recordar el episodio. -Sus feroces palabras fueron muy convincentes.

Rosamund se echó a reír.

– Ahora cuéntame de la familia Fitz-Hugh que le presentaste a mi hija, Tom.

Deseosos de conversar, se sentaron en el salón, junto a la ventana que daba al río.

– Edward Fitz-Hugh es de origen gales, como tu Owein. Tiene una propiedad no muy grande que se encuentra en la frontera entre Inglaterra y Gales. Su esposa es inglesa y pertenece a la aristocracia terrateniente de Hereford. Su dote fue más que generosa, pues la familia estaba encantada de desposarla con el hijo de un conde. Ned era el tercer hijo y se convirtió en el heredero tras la muerte de sus dos hermanos. El mayor murió de peste un verano y el otro se ahogó en el mar. Regresaba de España, donde se había comprometido, y el barco se hundió en el golfo de Vizcaya debido a una terrible tormenta. Al poco tiempo, murió el viejo conde, dicen que de tristeza, y el tercer hijo heredó toda su fortuna y sus propiedades. Ned estudió con el rey por un tiempo, pues al principio su destino era el sacerdocio, y al convertirse en conde de Renfrew aprovechó esa antigua relación para llevar a su familia a la corte. Además, antes de morir, su difunto hermano se había comprometido con una prima lejana de Catalina de Aragón. La familia es muy devota y por eso goza de los favores de la reina. Dicen que la pequeña Cecily terminará siendo dama de honor de Su Majestad. Ahora es muy joven, por cierto, pero si ella y Philippa cultivan su amistad, tu hija también podría ser dama de honor de la reina.

– Nunca dejas de sorprenderme, Thomas Bolton. ¿Cómo diablos te enteras de todas esas cosas? Debo reconocer que esta vez te superaste a ti mismo.

– Tonterías, mi querida -exclamó Tom, halagado por esas palabras-. El padre de la condesa de Renfrew y mi abuelo se conocieron en Londres hace siglos. Hicieron algunos negocios juntos que dieron excelentes ganancias, sobre todo para el padre de la condesa. La relación se mantuvo a lo largo de los años. Incluso fui invitado a la boda de Ned cuando aún vivían sus hermanos, y le hice regalos bastante costosos. Al fin y al cabo, nunca se sabe, prima mía.

– Ya tienes en la mira al segundo hijo del conde para Philippa, ¿verdad?

– Así es. Giles Fitz-Hugh tiene catorce años. Además de ocuparse de sus estudios, sirve a la reina, pero no por mucho tiempo más. Según Ned, en el otoño lo mandará a estudiar a Francia y luego a Italia. Su hermano tiene dieciséis años y ha estado al servicio del rey desde los seis. Se casará en agosto con una heredera de Gales. Giles, pese a su sangre noble, siente vocación por el comercio y será ideal para Philippa, pues, sin duda, necesitará un marido que entienda de negocios.

– ¿Y qué pasa si el hermano mayor muere?

– Es improbable que se repita la historia. Además, la novia del heredero ya está encinta. Así lo decidieron sus respectivos padres.

Rosamund se quedó pasmada al escuchar esto último.

– Jamás permitiría que mis hijas… -empezó a decir con indignación, pero Tom le indicó con la mano que se calmara.

– Es un caso único. Ned quería asegurarse de que el heredero de su hijo mayor los sucediera y el padre de la novia quería que la hija llevara el título de condesa. Los jóvenes, vigorosos y apasionados, aceptaron con gusto satisfacer las exigencias paternas -explicó Tom guiñándole el ojo.

– Podría nacer una niña.

– Es cierto. Pero, gracias a Dios, los hermanitos Fitz-Hugh son muy saludables y el heredero continuará preñando a su novia hasta que le dé uno, dos e incluso tres varones.

– ¿Y si Philippa y Giles no se llevan bien?

– Todavía no se han conocido y se verán por primera vez en Windsor. Philippa tiene apenas diez años y Giles no está en condiciones de comprometerse, así que este viaje será una expedición meramente exploratoria. Si no congenian, conozco otras familias cuyos hijos serían excelentes candidatos.

– De acuerdo. Pero después de Windsor quiero volver a casa. Tengo que ocuparme de ciertos asuntos importantes, Tom. Y antes de partir de Londres debemos reunimos con tu orfebre y elegir un representante para nuestra pequeña empresa.

– ¡Encantadísimo! Mañana, después de dejar a Philippa con su nueva amiga, terminaremos con los asuntos comerciales, mi querida. Luego, iré a Leith para ver cómo marcha la construcción de nuestro barco. Me gustaría bautizarlo con tu nombre.

– Se me ocurrió uno mejor que ese, Tom. Qué te parece si lo llamamos Audaz Aventura, ya que es realmente una audaz aventura la que emprenderemos juntos.

– Sí, me gusta. Audaz Aventura. Es perfecto.

A la mañana siguiente llevaron a Philippa a la corte y dejaron que Lucy y ella se encargaran de encontrar a Cecily Fitz-Hugh. Siguieron camino hasta la calle de los Orfebres, donde se realizaban las operaciones bancarias. Lord Cambridge presentó a su sobrina al maestro Jacobs, su orfebre personal. Rosamund estampó su firma varias veces en un pergamino para que el orfebre luego pudiera compararla con cualquier mensaje aparentemente enviado por ella. Lord Cambridge le entregó una copia de su testamento para que Jacobs la guardara y supiera que Rosamund y sus hijas eran sus herederas. También le dio una copia del acuerdo que habían firmado los dos en relación con su empresa.

– Tanto mi prima como yo haremos depósitos y extracciones de fondos, maestro Jacobs. Lady Rosamund es una importante terrateniente de Cumbria, donde actualmente resido.

– ¿Para qué usarán el barco, milord?

– Exportaremos a Europa la lana que fabrica Rosamund. Su calidad es insuperable y la más vendida será la de color azul.

– ¿Y qué productos traerá el barco a la vuelta?

– ¡Somos unos tontos! No consideramos esa posibilidad. Es un despropósito que el barco regrese vacío, Tom. ¡Podríamos duplicar nuestras ganancias!

– Tengo contactos en Holanda y en el mar Báltico, milord y milady. A cambio de un pequeño porcentaje de sus ganancias, estarían dispuestos a llenar la bodega de la nave en su viaje de regreso.

– Deben ser productos que no huelan mal -advirtió Rosamund-, pues el hedor impregnará la madera de la bodega y pasará al próximo cargamento de lana. No quiero pieles de animales ni quesos. Podrán cargar vino, madera, objetos de alfarería, oro, pero nada que despida olores fétidos. Le daré a mi capitán órdenes muy estrictas al respecto, maestro Jacobs.

– Por supuesto, milady. Ahora entiendo por qué necesitaban un navío completamente nuevo. La tarifa que sugiero es muy razonable: quince por ciento.

– No, no -replicó con firmeza-. Es demasiado alta.

– Doce, entonces -propuso el maestro Jacobs, pero al ver la expresión de la joven se corrigió-: Diez es lo mínimo que puedo ofrecerle, milady. -Frunció la boca, nervioso.

– Ocho por ciento y ni un penique más. Soy generosa con usted en virtud de la larga relación que mantiene con mi primo. Nosotros construimos el barco, criamos y esquilamos las ovejas, e hilamos la lana. El riesgo corre enteramente por nuestra cuenta, señor. Ocho por ciento por traer un cargamento es más que justo.

El orfebre esbozó una sonrisa.

– ¡De acuerdo, milady! -Y dirigiéndose a Tom, agregó-: La dama sabe negociar y argumentar muy bien, mi viejo amigo. -No le quepa duda, maestro.

– ¿Qué haremos con el representante?-preguntó Rosamund cuando estaban en la barcaza en medio del río.

– Ese asunto puede esperar hasta nuestra próxima visita a Londres. Me lo dice el instinto.

– Que nunca falla, querido. Esperaremos.

Al día siguiente, la corte salió del palacio de Westminster en dirección a Windsor, donde el rey pensaba pasar el verano cazando. Viajaron con la comitiva real. Lucy, el sirviente de Tom y el carro con sus pertenencias iban junto a la caravana con el equipaje y los hombres armados que había contratado lord Cambridge. Philippa cabalgaba a la par de su amiga Cecily Fitz-Hugh, y Rosamund y Tom marchaban al lado del conde y la condesa de Renfrew.

El conde era un hombre corpulento de ojos grises y cabello rubio. Su esposa era menuda, de cabello oscuro y hermosos ojos azules.

– Recuerdo a su último marido, sir Owein -dijo Ned a Rosamund-. Era un hombre honorable y un súbdito leal de la Casa Tudor. Yo también tengo sangre galesa.

– Owein apenas recordaba su lugar de nacimiento, milord. Fue paje de Jasper Tudor a los seis años.

– Mi esposa y yo pasamos más tiempo en la corte que en nuestras tierras. Nuestro hijo y su esposa tendrán que aprender a administrar las posesiones de la familia, pues algún día las heredarán. Tom dice que posee una gran propiedad en el norte.

– En Friarsgate. Mis padres y hermanos murieron cuando tenía solo tres años y me convertí en la heredera de Friarsgate. Philippa será mi sucesora. Tenemos tierras, ganado y muchas ovejas, milord. Con Tom fundamos una empresa que exportará a Europa mis tejidos de lana, que son de excelente calidad. Estamos construyendo un barco especial porque el transporte de la lana requiere muchos cuidados.

– Y su hija heredará todo eso en algún momento.

– Así es. Banon, quien la sigue en edad, recibirá Otterly por voluntad de Tom y la más pequeña, Bessie, obtendrá una suculenta dote. Tengo esperanzas de conseguirle un título nobiliario.

El conde de Renfrew asintió, dando a entender que comprendía perfectamente la situación. Las conexiones familiares eran muy importantes.

– Mi segundo hijo, Giles… -empezó a decir. -Philippa es demasiado joven, milord -lo interrumpió Rosamund-para considerar la posibilidad del matrimonio, pero se lo agradezco. Dentro de tres años, si su hijo aún está disponible, podremos hablar del tema.

– Es usted una buena madre.


Finalmente, llegaron a Windsor, donde Tom había reservado todo un piso en una elegantísima posada. Incluso había conseguido alojamiento para los custodios armados y les dijo que si deseaban ganar dinero extra podían ofrecer sus servicios a otras personas mientras él no los necesitara. La única condición era que se presentaran a fines de julio para acompañar a su familia a Friarsgate. El primer día Tom y Rosamund casi no vieron a Philippa, pues ella y su nueva amiga formaban parte del grupo de jovencitas de buena familia que seguían a la comitiva real. Durante el día las muchachas anduvieron a caballo, cazaron y pasaron la noche bailando y jugando. Philippa no conocía ese tipo de vida, pero le gustaba la corte mucho más que a su madre.

– Será tan aburrido volver a Friarsgate -comentó una mañana, antes de salir de cacería.

– Te guste o no, por ahora es el lugar donde perteneces, hija mía.

– ¡Oh, mamá, me tratas como a una criatura y ya estoy bastante grande! -protestó.

– Tienes apenas diez años -replicó la madre con firmeza-y te falta mucho para ser una adulta, por más que creas lo contrario.

Philippa emitió un prolongado suspiro.

– No veo la hora de regresar a casa -dijo Rosamund a Tom después de contarle la conversación que había tenido con su hija-. Philippa es muy terca y hay que controlarla.

– Me pregunto de quién habrá heredado ese carácter -murmuró el primo mirando al cielo.

– No seas injusto, Tom. Yo siempre cumplía con mis deberes cuando tenía su edad.

– No me consta, querida, pues en esa época no te conocía -repuso jocoso.

– Pídele a Edmund que te cuente -declaró acaloradamente.

– Partiremos dentro de unos días, prima -la calmó Tom-. Deja que Philippa disfrute un poco. Muy pronto estará de nuevo en el salón de Friarsgate estudiando con sus hermanas las lecciones del padre Mata.

– Cuanto antes, mejor-murmuró Rosamund. Empezaba a sentirse una vieja por culpa de Philippa.


El castillo de Windsor era impresionante. Situado en lo alto de una colina, dominaba un paisaje prodigioso: verdes praderas, bosques exuberantes y el río Támesis. Los normandos comenzaron a construirlo en el año 1080 y formaba parte de una serie de nueve castillos erigidos con el fin de rodear y defender la ciudad de Londres. Al principio, era una residencia de madera que los reyes normandos usaban como refugio de caza. Enrique II, el primer monarca Plantagenet, edificó en su lugar un castillo de piedra. El rey Juan Sin Tierra firmó la Carta Magna en Runnymede, muy cerca de allí, en 1215. Al año siguiente, Windsor fue sitiado, pero logró resistir la agresión. Enrique III, hijo del rey Juan, reparó las partes dañadas y también agrandó los apartamentos reales. Pero en 1296 un gran incendio destruyó gran parte de lo que se había reconstruido.

Eduardo III, nacido en Windsor, amaba el castillo y no solo lo embelleció, sino que lo hizo más confortable. Mandó traer piedras gris plata de una cantera cercana, situada en Bagshot, y las usó para levantar nuevos muros y edificios. Eduardo IV comenzó la construcción de la magnífica capilla dedicada a san Jorge, pero no pudo concluirla durante su reinado. Su nieto, Enrique VIII, tenía el firme propósito de finalizar la obra. El monarca adoraba el castillo por su extenso bosque, donde podía cazar a sus anchas.

Rosamund reconocía que el castillo era muy imponente, pero le gustaba más el palacio de Greenwich. En Windsor no había jardines ni senderos por donde caminar. A Philippa no le importaban esas cosas, pues pasaba todo el día cabalgando con Cecily Fitz-Hugh. Y cuando no salían de cacería, estaban con la reina. Catalina pidió hablar con Rosamund el día anterior a su regreso a Friarsgate.

– Quiero que Philippa vuelva a la corte cuando cumpla doce años.

– Ella y Cecily Fitz-Hugh serán mis damas de honor. Sabes que la cuidaré muy bien y que se mantendrá pura y casta mientras esté conmigo. -Sus palabras no admitían réplica.

A Rosamund no le agradó la idea, pero no se podía discutir con una reina. Philippa se había aficionado demasiado a la vida palaciega, y si permanecía por siempre en la corte, ¿quién se ocuparía de Friarsgate?

Haciendo una graciosa reverencia, le dijo a Catalina:

– Es un gran honor, Su Alteza, y sé que Philippa se sentirá muy emocionada. ¿Quieres que se lo diga yo o prefieres decírselo tú?

– Ya he hablado con ella y con la hija del conde de Renfrew.

– Con el permiso de Su Majestad, me retiro -dijo Rosamund flexionando sus rodillas-. Partiremos rumbo a Friarsgate a la mañana.

– Estás ansiosa -sonrió Catalina-. Siempre amaste tu hogar. Ve con Dios y que tengas un buen viaje. Rezaré por ti.

– Y yo rezaré por Su Alteza.


Cuando le contó a Tom la conversación con la reina, lord Cambridge se mostró entusiasmadísimo.

– Nuestro viaje ha sido todo un éxito, querida. Has vuelto a gozar de los favores de Su Majestad y Philippa será su dama de honor dentro de dos años. ¡Maravilloso!

Estaban sentados en el pequeño comedor privado de la posada, disfrutando del plato principal.

– Me inquieta que a Philippa le guste tanto la corte. Si se apega demasiado a esa vida, descuidará Friarsgate. No me agrada eso, pero nada puedo hacer al respecto.

– Philippa es una niña dotada de un extraordinario sentido común y no se dejará arrastrar por los placeres y los lujos palaciegos.

– Yo era distinta a su edad.

– No, en esa época eras una obediente castellana casada con un marido viejo -le recordó Tom-. Friarsgate era una carga demasiado pesada para tus frágiles hombros, prima. Pero Philippa no es como tú y los tiempos han cambiado. Además, mientras permanezca en la corte, estará a salvo del joven Henry.

– Ojalá lo hayan colgado. No sé cómo soportaremos estos dos años si sobrevive y anda al acecho todo el tiempo -se inquietó Rosamund

– No será fácil proteger a Philippa, pero la defenderé con todas mis fuerzas. ¡Lo juro por Dios, Tom!

– Lo sé, prima. ¡Ay, no me mires así que me matas de miedo!

– ¿Ya has reunido a los hombres armados?

– Nos marcharemos ni bien te levantes de la cama.

– No veo la hora de regresar.

– ¿A tu casa o a la del escocés desvergonzado? -inquirió Thomas Bolton enarcando una ceja.

– ¡A Friarsgate, por supuesto! No tengo la menor idea de lo que pasará entre Logan Hepburn y yo. Veremos.

Tom no siguió hablando del tema. A diferencia de ella, él sabía muy bien lo que sucedería. Desposaría al señor de Claven's Carn, y esperaba que lo hicieran a tiempo. Ignoraba cómo se las ingeniaría Logan para obrar semejante milagro, pero lo lograría. El escocés amaba profundamente a Rosamund, aunque la muy testaruda se negara a verlo. Los dos habían sufrido mucho en sus vidas, pero era hora de que compartieran juntos la felicidad. Lord Cambridge se encargaría de que eso sucediera y no cejaría hasta verlos casados. Sabía que contaba con la complicidad de Edmund y Maybel, que opinaban como él. Era preciso hacer entrar en razón a su prima. Tom se devanaba los sesos tratando de entender cómo una mujer tan sensata e inteligente en todo lo referido a Friarsgate, era tan tonta en lo tocante a sus sentimientos. Sabía que Patrick Leslie siempre estaría en su corazón, aunque últimamente apenas lo mencionaba, pero también podía amar a otro hombre. Por primera vez en mucho tiempo, Tom rezó.

Golpearon a la puerta del comedor y apareció el mismo paje que había escoltado a Rosamund hasta el cuarto del rey en el palacio de Westminster. El muchacho hizo una elegante reverencia y anunció:

– Su Majestad desea ver a la dama de Friarsgate antes de su partida. Por favor, acompáñeme.

– ¿Dónde está el rey?

– En la entrada del bosque detrás de la posada, milady. -Ven conmigo, Tom. Te suplico que me acompañes para no mancillar mi reputación.

Los primos siguieron al muchacho hacia la puerta trasera de la cocina. Atravesaron un pequeño prado y llegaron al bosque donde el rey estaba medio escondido entre los árboles. El paje y Tom se detuvieron, y Rosamund se acercó a Enrique VIII haciendo una reverencia.

– Estás decidido a hacerme quedar mal ante la reina.

El rey se echó a reír.

– Y tú, bella Rosamund, estás decidida a decir siempre lo que piensas. -Tomó su pequeña mano y la besó. -Sólo vine para decirte que siempre contarás con mi amistad y la de Catalina. Quiero disipar todo posible malentendido entre nosotros.

– Me alegra, entonces, que me hayas llamado. Hay que ser una mujer muy sabia para poder conservar la amistad del rey y de la reina.

El rey volvió a reír.

– Directa y sincera como de costumbre. Nadie me ha hablado como tú. Lamento que no quieras continuar aquello que dejamos pendiente.

– Soy una campesina, mi señor, y los campesinos vemos las cosas de manera diferente.

– Entonces adieu, bella Rosamund -dijo Enrique Tudor. Luego la atrajo hacia él y la besó en los labios.

Rosamund se apartó riendo y dijo sacudiendo el dedo acusador:

– Nunca dejarás de ser el chico malo. -Hizo un gesto ceremonioso y añadió-: Agradezco tu amistad, Enrique. Mi hija Philippa servirá a la reina como dama de honor dentro de dos años. Espero que ella también disfrute de tu amistad. Es hija de Owein y los Meredith siempre fueron fieles súbditos de la Casa Tudor.

– La cuidaré como si fuera mi propia hija -aseguró. La tácita frase: "Si tuviera un hijo" quedó reverberando en el aire.

– Ya tendrás tu hijo, Enrique. Rezaré por que eso ocurra -prometió Rosamund.

Tras hacer otro galante floreo, se alejó para reunirse con su primo. En el camino se cruzó con el paje que caminaba en dirección a su amo.

– Quería despedirse de ti -dijo lord Cambridge-. ¡Qué encantador! Es bueno saber que aún gozas de sus favores.

– Si me hubiese quedado y hubiésemos continuado nuestro amorío, el rey se habría aburrido enseguida, Tom. Siempre le gustó perseguir lo inalcanzable. Es un hombre que disfruta más de la cacería que de la posesión -señaló Rosamund.

– Entonces, prima, parece que nuestros asuntos aquí han terminado.

– Sí, Tom, y estoy muy ansiosa por volver a Friarsgate.

Загрузка...