Cuando Dallas surgió a la vista en el horizonte, a través de las olas de calor, no gatilló la memoria dentro de ella, pero sin embargo trajo un vago desconcierto. Había edificios torres, el movimiento urbano, los atascos. Pero era diferente a New York.
La edad, se dió cuenta, era parte de eso. Todo era joven comparado con el este. Insolente de alguna manera, pero sin el filo. Dallas era, después de todo, uno de los tantos asentamientos que habían crecido hasta ser pueblos, luego los pueblos se habían desarrollado hasta ser ciudades, mucho después que New York, Boston, Philadelphia estuvieran establecidas.
Y la arquitectura carecía del ujo escandaloso encontrado en los viejos edificios del este que habían sobrevivido a las guerras urbanas o habían sido restaurados después. Aquí las torres eran limpias y brillantes y la mayoría sin adornos.
Anuncios y carteles anunciaban rodeos, paseos conduciendo ganado, liquidaciones de botas de vaquero y sombreros. Y la barbacoa era el rey.
Parecían estar viajando por Venus.
– Aquí hay más cielo. -dijo elle ausente. -Más cielo, casi demasiado.
El sol reverberaba cegador en las torres de acero, paredes de cristal, los deslizadores circulares. Ella se empujó los anteojos de sol sobre la nariz.
– Más calles. -dijo, y pudo oír el temblor en su propia voz. -No hay mucho tráfico aéreo.
– Quieres ir al hotel?
– No, yo… tal vez podrías dar unas vueltas o algo.
El puso una mano sobre las de ella, luego tomó una salida hacia la ciudad.
Parecía acercarse más, con el plato azul del cielo como una tapa sobre los edificios, presionando en las calles atascadas con demasiados vehículos yendo demasiado rápido en demasiadas direcciones.
Sintió una ola de mareo y luchó para superarla.
– No sé lo que estoy buscando. -Pero eso no era la abrupta sensaciòn de pánico. -El nunca me dejó salir de la maldita habitación, y cuando yo… después que salí, estaba en shock. Agrégale que fue hace más de veinte años atrás. Las ciudades cambian.
Su mano tembló levemente bajo la de él, y él se aferró con fuerza al volante. Se detuvo ante una luz roja, y se volvió a estudiarle la cara. Estaba pálida. -Eve, mírame.
– Estoy bien. Está todo bien. -Pero le tomó una gran dosis de coraje volver la cabeza, encontrar sus ojos. -Estoy bien.
– Podemos ir al hotel, y dejar esto por ahora. Por siempre, si es lo quieres. Podemos ir derecho al aeropuerto y volver a New York. O podemos ir donde te encontraron. Tú sabes donde es. Está en tu archivo.
– Leiste mi archivo?
– Sí.
Ella empezó a retirar su mano, pero él la aferro con fuerza. -Hiciste otra cosa? Alguna búsqueda? -preguntó.
– No. No lo hice, no, porque tú no querías. Pero puedo hacerlo de la forma y cuando tú quieras.
– No quiero hacerlo de esa forma. No quiero hacerlo. -Su estómago empezó a rebelarse. -La luz cambió.
– A la mierda la luz.
– No, sólo avanza. -Suspiró profundamente cuando las bocinas empezaron a sonar detrás de ellos. -Sólo avanza por un minuto. Necesito tranquilizarme.
Ella se deslizó un poco en el asiento y luchó una guerra feroz contra sus propias lágrimas. -Pensarías mal de mi si te pido que des la vuelta y salgamos de aquí?
– Por supuesto que no.
– Pero yo lo haría. Pensaría que soy poca cosa. Necesito pedirte algo.
– Cualquier cosa.
– No me dejes retroceder. Cualquier cosa que diga después, te digo ahora que necesito verlo. Donde sea que esté. Si no lo hago, me voy a odiar a mi misma. Sé que es mucho pedir, pero no me dejes huir como un conejo.
– Vamos a verlo entonces.
Zigzagueó a través del tráfico, girando en calles que ya no eran tan anchas, ni tan limpias. Ahí las fachadas que iban bordeando, eran grises y con mugre.
Luego todo empezó a volverse pulcro otra vez, suavemente, como si algún industrioso droide doméstico hubiera empezado el trabajo y otro lo terminara puliendo todo el camino por detrás.
Pequeñas y modernas tiendas y comedores, departamentos rehabilitados a nuevo y casas de familia. Eso hablaba, claramente, de la gradual adquisición del área liberada por los jovenes urbanitas de altos ingresos con dinero, energía y tiempo.
– Esto está mal. No era así. -Mirando por la ventana, vió el caos de las viviendas públicas, los vidrios rotos, las alucinantes luces del barrio suburbano del ayer sobrepuestas sobre la animada renovación actual.
Roarke se metió en un estacionamiento, encontró un puesto y apagó el motor. -Creo que es mejor que caminemos un poco.
Sus piernas estaban flojas, pero salió del vehículo. -Yo caminé entonces. No se por cuanto tiempo. Hacía calor también. Calor como este.
– Estás caminando conmigo ahora. -El la tomó de la mano.
– No estaba tan limpio como ésto. -Ella le aferró la mano mientras salían caminando del garage, a la acera. -Estaba oscureciendo. Había gente gritando. Había música. -Ella miró alrededor, mirando desde el presente hacia el pasado. -Un club de strip, yo no sabía exactamente lo que era, pero había música brotando cada vez que alguien abría la puerta. Yo miré hacia adentro y pensé que tal vez podía entrar porque podía oler comida. Tenía mucho hambre. Pero pude oler otra cosa. Sexo y alcohol. El olía como eso. Entonces corrí tan rápido como pude. Alguien gritó detrás de mi.
Su cabeza se sentía ligera, su estómago se revolvió con un afilado y taladrante miedo que venía de su memoria.
– Pequeña. Hey, pequeña. El me llamaba así. Corrí cruzando la calle, a través de los autos. Gente que gritaba, bocinas que sonaban. Creo… creo que me caí, pero seguí adelante.
Roarke la mantuvo tomada de la mano cuando cruzaron.
– No pude correr muy lejos porque mi brazo lastimado me dolía mucho, y estaba mareada. Enferma.
Se sentía enferma ahora. Oleadas aceitosas golpeaban en su estómago y subían a su garganta. -Nadie me prestó atención. Dos hombres. -Ella se detuvo. -Dos hombres aquí. Deben haber estado haciendo un negocio con ilegales y algo salió mal. Empezaron a pelear. Uno cayó y me derribó. Creo que me desmayé por un minuto. Debe haber pasado eso porque cuando me desperté, uno de ellos estaba tirado en la acera junto a mi. Sangrando, gimiendo. Y me alejé arrastrándome. Fuera de eso.
Se detuvo en la boca de un callejón, ordenado como como unn banco de iglesia con un reluciente reciclador.
– No puedo hacer ésto.
El quería levantarla en brazos, y llevársela lejos. A cualquier lugar que no fuera ese. Pero ella se lo había pedido, y él había prometido acompañarla. -Sí, tú puedes.
– No puedo entrar ahí.
– Voy contigo. -El se llevó la mano helada de ella a los labios. -Estoy contigo, Eve. No voy a dejarte.
– Estaba oscuro, y tenía frío. -Se obligó a dar el primer paso dentro del callejón, luego el segundo. -Me dolía todo otra vez, y sólo quería dormir. Pero el olor. El horrible olor de la basura. El reciclador estaba roto, y había basura por todo el callejón. Alguien vino, y yo me escondí. Si él venía detrás de mi, si me encontraba, me iba a llevar de regreso a la habitación y hacerme todas esas cosas horribles. Me escondí en la oscuridad, pero no era él. Era algún otro, y él orinó contra el muro, y luego se fue.
Ella se tambaleó un poco, sin sentir que la mano de Roarke la sostenía. -Estoy tan cansada. Tan cansada, tan hambrienta. Tengo que salir de aquí, encontrar otro lugar donde esconderme. Uno que no huela tan mal, que no esté tan oscuro. Es horrible la oscuridad aquí. No sé lo que hay en la oscuridad.
– Eve. -A él le preocupó que ella hablara como si todo eso estuviera sucediendo en ese momento, que su voz sonara fina y temblorosa como si estuviera dolorida. -No estás lastimada ahora, o sola, ni eres una niña. -La tomó de los hombros, sacudiéndola con firmeza. -Puedes recordar sin tener que revivirlo.
– Sí, de acuerdo. -Pero tenía miedo. En su estómago había una marea de miedo. Se concentró en el rostro de él, en el límpido y claro azul de sus ojos hasta que se sintió firme otra vez. -Tenía miedo de estar en la oscuridad, miedo de lo que podía salir de ahí. -Miró hacia atrás adonde había estado acurrucada. -De todas formas no podía levantarme porque estaba mareada otra vez. Luego no recuerdo otra cosa hasta que hubo luz.
Señaló el lugar con una mano temblorosa. -Aquí. Yo estaba aquí. Lo recuerdo. Había gente a mi alrededor cuando me desperté. Uniformes azules. Policía. Si hablas con la policía te van a poner en un agujero con serpientes y bichos que te comerán. Roarke.
– Tranquila. Estoy aquí. Quédate conmigo.
Se volvió hacia él. Se aferró a él. -No quería irme con ellos. No quería moverme nunca más. No podía recordar lo que era o quien. Empezaron a hacer preguntas, pero yo no sabía las respuestas. Me llevaron al hospital. Había un olor diferente ahí, como espeluznante. Y yo no quería estar ahí. Ellos no podían dejarme ir. Pero no me pusieron en un agujero con serpientes. Eso era mentira. Y aún cuando no pude decirles quien era yo, no trataron de lastimarme.
– No. -El le acarició el pelo mientras pensaba como había encontrado ella el coraje para conseguirse una placa y hacerse una vida. -Querían ayudarte.
Ella soltó un tembloroso suspiro y descansó la cabeza sobre el hombro de él. -No podía decirles lo que no conocía. No se los hubiera dicho si lo hubiera recordado. Ellos podían hacerme regresar a esa habitación, y hubiera sido peor que cualquier hoyo. Habia hecho algo terrible en esa habitación. No podía recordarlo, pero era malo, y no podía regresar. No podía respirar ahí.
El le deslizó un brazo por la cintura y la llevó fuera del callejón. Ya fuera ella se dobló por la cintura, y apoyándose con las manos en los muslos, respiró ansiosamente.
– Mejor ahora?
Ella asintió. -Sí. Estoy bien. Necesito un minuto. Lamento…
– No te disculpes conmigo. -Su voz chasqueó, azotada por la furia antes que pudiera contenerla. -No lo hagas. Tómate tu tiempo.
– La habitación era en un hotel. -dijo- Viejo. Barras antidisturbios en las ventanas bajas, en el medio de la cuadra. Cruzando enfrente había un sex club. Sexo en vivo. Luces rojas. -Su estómago se revolvió, amenazando el vómito, pero lo contuvo. -La habitación estaba arriba. El siempre tomaba una habitación alta para que no pudiera escaparme por la ventana. Noveno piso. Conté las ventanas a través de la calle. Había un cartel luminoso en el frente, con letras que corrían. Algún nombre extranjero, porque no podía leerlo. Podía leer algo, pero no lo entendía. C, A… C,A,S,A Casa, Casa Diablo.
Lanzó una risa, enderezándose. Su rostro estaba húmedo, blanco como el marfil, pero firme. -La casa del diablo. Eso es lo significa, no? No es jodidamente perfecto? Puedes encontrarlo?
– Si es lo quieres, sí. Lo encontraré.
– Ahora. Antes que pierda el control.
Regresaron al vehículo. El quería alejarla del callejón, darle tiempo para reunir sus fuerzas. Cuando ella se sentó, la cabeza hacia atrás, los ojos cerrados, él tomó su PPC y empezó la búsqueda.
– Ya tienes demasiado para un día, Eve.
– Quiero terminar con ésto.
El año anterior él finalmente había regresado al callejón donde su padre a alguien mejór que él, alguien lo bastante rápido para meterle un cuchilo en su garganta. Y recordaba la furia, el dolor, y la liberación final que había experimentado parado ahí como un hombre, mirando atrás y sabiendo que había terminado.
– Aquí está. -Le dijo, y vió como ella se encogía. -El nombre cambió, pero sigue siendo un hotel. Se llama The Travelers Inn ahora, y tiene tres estrellas. Está a unas jodidas tres millas de aquí.
Cuando ella abrió los ojos y lo miró, él sacudió la cabeza. -Estoy contigo, pero por Cristo Eve, es aterrador saber que hiciste todo ese camino, lastimada, hambrienta y perdida.
– Es por eso que fuiste solo cuando regresaste adonde vivías en Dublín? Porque no querías compartir ese sufrimiento conmigo?
El guardó la PPC en su bolsillo. -Dame un poco de espacio, quieres, para tratar de mantenerte a salvo hasta que yo pueda asumirlo.
– Estás buscando excusas. -Ella se pasó el dorso de la mano sobre su rostro húmedo, sin saber si era por el sudor y las lágrimas. -El acento irlandés se hace más marcado cuando le buscas la vuelta.
– No es cierto.
– Me siento mejor porque estás tratando de distraerme. Imagínate. -Ella se inclinó para tocarle la mejilla con los labios. -Gracias.
– Feliz de ayudar. Lista entonces?
– Si.
Nada parecía particularmente familiar. Pensó que habrían llegado de noche. Tal vez. En un omnibus. Tal vez en un omnibus.
Cual demonios era el problema?
La ciudad misma no había sido una gran revelación para ella. No había tenido una repentina epifanía con todas las preguntas respondidas. No sabía si quería todas las preguntas respondidas, sólo que necesitaba hacer una cosa.
Quería hacerla, se corrigió. Pero a pesar del control climático que mantenía el interior del vehículo confortablemente fresco, una línea de sudor le corrió por la espalda.
Roarke estacionó en el bordillo, levantando una mano para contener al portero uniformado que se afanó hacia ellos. -Tómate tu tiempo, -le dijo a Eve. -Todo el tiempo que necesites.
El edificio era un sencillo bloque con piso de baldosas onduladas. Estaba pintado con un agradable estuco rosa, y además del cartel chillón, había un sombrío portico y un par de grandes tinas de concreto repletas con un arcoiris de flores.
– Estás seguro que es el correcto? -Sintió la mano de él gentilmente sobre las suyas. -Si, claro que estás seguro. No se parecía a esto.
– Fue rehabilitado en los pasados cuarenta. Por la pinta de esto, diría que la mayoría del área tuvo el mismo tratamiento.
– No debe ser el mismo por dentro tampoco. Probablemente es una pérdida de tiempo, y yo debería hablar con los locales sobre Dunne.
El no dijo nada, sólo salió y la esperó.
– Estoy tan asustada. Tan jodidamente asustada. No tengo una gota de saliva en la boca. Si este es el trabajo voy a hacerlo. Sólo debo atravesar la puerta.
– Voy a atravesar esa puerta contigo. -El le besó la mano de nuevo, porque necesitaba hacerlo. -Hemos cruzado otras. Podemos atravesar ésta.
– Ok. -Ella suspiró. -Ok. -Y salió del auto.
Ella no supo lo que Roarke le dijo al portero, o cuanto dinero cambió de mano, pero el vehículo permaneció estacionado donde estaba.
Eso que estaba rodando en su cabeza era miedo, adrenalina y pánico. Permanecía ahí, enturbiando sus oídos al punto que se sentía como caminando a través de agua cuando entraron en el vestíbulo.
Los pisos eran un mar de azules, y se agregaron a la sensación de estar pasando a través de algún líquido. Había dispuestas agradables áreas con sillones, y elevadores con puertas plateadas a un costado, un largo mostrador para registrarse en el otro donde dos jóvenes oficinistas de rostro brillante trabajaban.
Había claveles blancos en los ojales de sus elegantes chaquetas rojas, y un generoso bol con caramelos en el mostrador.
– El tiene ojos graciosos. -Ella miró hacia la pulcra área de recepción y recordó el mugriento agujero de ratas donde trabajaba un simple droide. -Uno vagaría por todos lados y el otro te va mirar fijamente a ti. El olía como a quemado. El jodido droide fundió algunos circuitos. Fue lo que él dijo. Tú quédate aquí, pequeña. Quédate aquí con los bolsos y mantén tu boca cerrada si sabes lo que es bueno para ti. Y fue hacia el mostrador para pedir una habitación.
– Que habitación?
– Nueve-uno-uno.Emergencia. Mejor no llamar al 911 o él te va matar a golpes. Oh, Dios.
– Mírame. Eve, mírame.
Lo hizo, y vió demasiado en su rostro. Preocupación, furia y signos de dolor. -Puedo hacerlo. Puedo con esto. -Dio un paso hacia la recepción, con la mano de él tomando las suyas.
– Buenas tardes. -La recepcionista derramaba bienvenida sobre ellos. -Quieren registrarse aquí?
– Necesitamos la habitación 911. -le dijo Roarke.
– Y usted tiene reservación?
– Nueve-uno-uno. -repitió Roarke-.
La sonrisa de ella vaciló un poco, pero empezó a trabajar con su pantalla. -Esa habitación está reservada para húespedes que van a llegar esta noche. Si usted prefiere otra habitación con kitchinette, tal vez…
El sintió que Eve se echaba atrás, y supo que iba por su placa. Le dio un apretón de advertencia en la mano. -Es la 911 la que necesitamos. -El ya la había medido. A algunos los sobornas, algunos los intimidas, algunos los halagas. Y a otros simplemente los arrollas. -Mi nombre es Roarke, y mi esposa y yo necesitamos esa habitación en particular por un rato. Si tiene algún problema con eso, puede hablar con su supervisor.
– Sólo un momento, señor. -Su rostro no era tan amistoso ahora, y la voz se había enfriado hasta el tono de “usted es problemático”. Se deslizó a través de una puerta detrás del mostrador. Le tomó sólo veinte segundos antes de que un hombre entrara corriendo delante de ella.
– Me disculpo por la espera, Sr. Roarke. Me temo que mi empleada no entendió. No estamos esperando…
– Necesitamos la habitación. Habitación 911. Supongo que usted entiende?
– Por supuesto, por supuesto. -El golpeó con dedos nerviosos sobre la pantalla. -Cualquier cosa que podamos hacer por usted. Bienvenidos al Travelers Inn. Angelina, déle al Sr. Roarke una llave y paquete de invitados. Tenemos dos restaurantes, -continuó él. -Marc’s para una buena cena y El Corral para lo informal. Tal vez puedo hacer una reservación para usted?
"That won't be necessary."
– No es necesario.
– El Sunset Lounge está abierto desde las once hasta las dos de la tarde, y nuestra tienda de regalos tiene una línea de souvenirs, bocadillos y variedades. -Las palabras temblaban en sus labios y se veía ligeramente aterrorizado. -Puedo preguntar cuanto tiempo usted y su esposa planean quedarse con nosotros?
– No mucho. -Roarke le extendió una tarjeta de débito.
– Ah, si, gracias. Voy a escanearla. Estaremos felices de asistirlo en sus planes y necesidades mientras está en Dallas. Transporte, turismo, teatro.
– Sólo la habitación.
– Por supuesto. Sí, ciertamente. -El regresó la tarjeta, y les ofreció la llave codificada y el paquete para invitados. -Necesita asistencia con su equipaje?
– No. Vea que no nos molesten, si?
– Por supuesto. Si. Si necesita algo, lo que sea… -hablaba detrás de ellos cuando fueron hacia los elevadores.
– Está pensando si vinimos aquí por un poco de sexo rápido. -dijo Eve. -No vas comprar este lugar, no?
– No lo haré, no, pero él ciertamente está pensando si voy a hacerlo.
El elevador se abrió y los engulló, pensó Eve, como una boca grande y codiciosa. -Podía haber usado mi placa, mantener tu nombre fuera de esto.
– Fue bastante sencillo.
– Supongo. De todas formas, me sacó las cosas de la mente, observarte trabajar. Otros diez segundos contigo, y él hubiera balbuceado.
Las puertas del elevador se abrieron otra vez. Ella se quedó parada, viendo el tranquilo corredor.
– Estaba oscuro. -dijo. -Creo que estaba oscuro, y eso lo enojó. Pero hubo muchos lugares, no estoy segura de no estar mezclandolo con algún otro. Estuve fuera de la habitación dos veces, una de ella cuando llegamos. La otra cuando me fui. Estoy segura de eso. Era casi siempre de esa forma.
– El no puede encerrarte más.
– No. -Ella envaró su columna y caminó por el hall. -Olía como medias húmedas. Eso es lo que recuerdo. Como medias húmedas y sucias, y yo estaba cansada. Hambrienta. Esperaba que él se fuera, que trajera algo para comer. Pero más que todo, esperaba que se fuera. Es por ahí. -Señaló hacia la izquierda.
Era hacia la izquierda, y cinco habitaciones más allá.
– Estoy estúpidamente asustada. No me dejes correr.
" -No vas correr. Eve. -Le tomó la cara y tocó con su boca la de ella. -Siempre fuiste más fuerte que él. Siempre.
– Vamos a ver si tienes razón. Abre.
Sólo cruza la puerta, se dijo, es algo que puedes hacer.
Cuantas veces había hecho eso, sabiendo que la muerte aguardaba del otro lado esperando atraparla? Aquí no había nadie del otro lado de la puerta salvo fantasmas.
El rugido en su cabeza era casi un alarido cuando dio un paso adentro.
Estaba pulcro, limpio, agradablemente dispuesto. Discos de visión estaban acomodados artísticamente en una mesa baja junto a un arreglo de flores falsas. El piso estaba alfombrado de beige pálido.
Había sangre en el piso debajo de ello? Pensó. Estaba su sangre todavía ahí?
La cama estaba cubierta con una explosión de lo que ella pensó que podrían ser amapolas. Un área de trabajo había sido instalada en un rincón y disponía de un pequeño y práctico centro de comunicaciones. La cocinita estaba separada del área de dormir con un mostrador para comer. Había un bol con un surtido de frutas.
A través de la ventana pudo ver otro edificio, pero no había cartel, ni luces destellantes, ni el sucio reflejo rojo.
– Parece que redecoraron. -El pobre intento de humor hizo eco detrás de ella. -Nunca nos quedamos en sitios tan bonitos como éste que yo recuerde. Nada tan limpio y, bueno, cuidado, supongo, como está ahora. A veces había dos habitaciones, entonces yo tenía mi propia cama. Pero a veces dormía en el piso. Yo dormía en el piso.
Su mirada volvió hacia atrás. Podía verse a si misma ahí, si hubiera querido, verse acurrucada en el piso debajo de una delgada manta.
– Hace frío. El control del clima se rompió. Está tan frío que me duelen los huesos. No hay agua caliente y yo odio lavarme en el frío. Pero tengo que sacarme su olor de encima. Es peor que tener frío, tener que sentir su olor en mí después que él…
Se abrazó con fuerza, temblando.
El observaba lo que pasaba dentro de ella, y eso lo rompía en pedazos. Se abría paso a través de su corazón como una lanza, y podía sentir la sangre derramándose por ella.
Los ojos de ella se agrandaron y nublaron, y su rostro se puso más pálido. Casi transparente.
– Yo dormía ahí. Trataba de dormir. Había luz a través de la ventana, prendiendo y apagando. Rojo y luego negro, rojo y negro, pero el rojo permanecía como una niebla. El salió por mucho tiempo. Lugares adonde ir, gente que ver. Quedate quieta como un ratón, pequeña, o las serpientes te atraparán. A veces te tragan entera, pueden hacerlo, y quedas viva dentro de ella. Gritando.
– Dios santo. -El casi escupió el juramento, apretando los puños en los bolsillos porque ahí no había nadie para pelear, para castigar, por aterrorizar a la niña qua ahora era su esposa.
– Si alguien venía, yo tenía que quedarme en el baño. Los niños no tienen que ver ni escuchar. Cuando él traía mujeres, les hacía lo que me hacía a mí. Yo estaba a salvo cuando él se lo hacía a ellas, y ellas no gritaban o le rogaban que pararan cuando empezaba a metérselas. Pero yo no quería escucharlo.
Ella se cubrió los oídos con las manos. -El no las tenía por mucho tiempo. Entonces yo no estaba a salvo. A veces se emborrachaba, se emborrachaba bastante. Pero no siempre. Cuando no lo hacía, me lastimaba. Me lastimaba.
Inconsciente presionó una mano entre sus piernas y se meció. -Si yo no podía quedarme quieta, si gritaba, o lloraba, o rogaba, él me lastimaba más. Esto es lo que se supone que tienes que hacer. Mejor que aprendas, pequeña. Muy pronto vas a tener que ganarte tu sustento. Recuerda lo que te digo.
Ella miró a Roarke, miró a través de él, luego dio un vacilante paso hacia delante. No veía las amapolas, las bonitas flores, la pálida y limpia alfombra.
– Tengo tanto frío. Tanto hambre. Tal vez el no regrese. Pero siempre regresa. Algo malo podría sucederle entonces no volvería. Entonces podría calentarme. Tengo tanta hambre.
Avanzó hacia la cocinita. -Se supone que no debo tocar nada. Se supone que no debo comer hasta que él lo diga. Se olvidó de darme de comer otra vez. Hay queso. Está verde, pero si se lo cortas, sirve. Tal vez no se de cuenta si tomo sólo un poco. Me va golpear si me encuentra aquí, pero me va a golpear de todas formas, y estoy tan hambrienta. Me olvidé que se suponía que no debía comer porque quiero más. Quiero más. Oh Dios, él viene.
La mano que ella había cerrado en un puño se abrió. Escuchó el cuchillo golpear el piso.
Que estás haciendo, pequeña?
– Tengo que pensar rápido, buscar excusas, pero eso no me va a ayudar. El sabe, y no está muy borracho. Me pega en la cara. Siento el gusto de la sangre, pero no lloro. Tal vez se detenga. Pero no lo hace, y ahora son sus puños. Me derriba. -Ella se desplomó sobre las rodillas. -Y no puedo parar de suplicarle. Para, por favor, no lo hagas. Por favor, por favor, me duele. Me va a matar si me defiendo, pero no puedo evitarlo. Duele! Y yo lo herí a él.
Ella se miró la mano, recordando haber usado sus uñas para clavárselas en el rostro, como él aulló. Pudo escucharlo.
– Mi brazo! -Se lo aferró. Escuchó, sintió el seco chasquido del hueso joven, y el espantoso y cegador dolor. -El empujaba dentro de mí, empujaba, jadeando en mi cara. Aliento a caramelo. Menta. -Lo imaginó brevemente. -Menta sobre whisky. Horrible, horrible en mi cara. Veo su cara. Lo llamaban Rick, o Richie, y su cara sangró cuando lo arañé. Podía sangrar también. Podía ser lastimado también.
Estaba llorando ahora, y las lágrimas corrían por su rostro. Observándola, sabiendo que no tenía más elección que verla vivir la pesadilla, Roarke sintió que se rompìa por dentro.
– Tengo el cuchillo en mi mano. Mi mano cerrada sobre el cuchillo que levanté del piso. Y el cuchillo está dentro de él. Lo empujo dentro de él, y suena como un pop. Y ahora él grita, y se detiene. El cuchillo lo detiene, entonces lo empujo otra vez. Otra vez. Otra vez. El se retuerce, pero no puedo parar. El se detuvo, pero yo no. No puedo parar. El me mira y no puedo parar. Sangre, toda esa sangre sobre él. Y sobre mi. Su sangre está sobre mí.
– Eve. -Estaba sobre manos y rodillas, jadeando como un animal. Roarke se agachó frente a ella, tomándola de los brazos. Ella se revolvió, pero él la aferró con fuerza. Y sus manos temblaron. -Quédate aquí. Quédate conmigo. Mírame.
Ella se sacudió violentamente, luchando por respirar. -Estoy bien. Puedo olerlo. -Se quebró, y se derrumbó en sus brazos. -Oh Dios, puedes sentir el olor?
– Nos vamos. Te voy a sacar de aquí.
– No. Sólo quédate conmigo. Quédate. Recuerdo que me gustó. No como ser humano. Como si el animal que vive dentro de nosotros hubiera salido. Luego me alejé arrastrándome, hasta ahí.
Tiritó cuando miró hacia el rincón, pero se obligó a mirar, a verse a si misma, a lo que había sido. -Me quedé mirándolo mucho tiempo, esperando que se levantara y me hiciera disculparme. Pero no lo hizo. Cuando hubo luz, me levanté y me lavé su sangre con agua fría. Y empaqué un bolso. Te imaginas pensando en eso? Me dolía el brazo, y donde él me había violado otra vez, pero estaba enterrado bajo el skock. Tuve el ingenio de no usar el elevador. Usé las escaleras. Bajé las escaleras y salí. No recuerdo mucho de eso, excepto que había luz brillante afuera y me enceguecío. Perdí el bolso en algún lado y caminé. Y caminé.
Se echó hacia atrás. -El nunca me llamaba por mi nombre. Porque no lo tenía. Ahora recuerdo eso. Ellos no me dieron un nombre porque yo no era una niña para ellos. Era una cosa. No puedo recordarla a ella, pero lo recuerdo a él. Recuerdo lo que me dijo la primera vez que me tocó. Lo que me dijo que recordara. Que él me mantenía, y cuando yo aprendiera, así me iba a ganar mi sustento. Me iba a prostituir. Nada como una mascota joven, dijo, así que mejor que aprendiera a aceptarlo sin gimotear ni llorar. Tenía una jodida inversión en mi, y yo iba a pagarla. Ibamos a empezar aquí. Aquí en Dallas, porque yo tenía ocho años y era lo bastante grande para empezar a ganarme la vida.
– Eso terminó aquí. -El le limpió las lágrimas de las mejillas. -Y lo que empezó, querida Eve, eres tú.