Con las mandíbulas caídas y arrastrando los pies, cientos de trabajadores subían a los vuelos. O eran subidos, pensó Eve, como cargamentos y cadáveres, por los zánganos uniformados de rojo y los droides del Manhattan Commuter Transporte Service.
La terminal era una colmena de ruidos, una gran cacofonía de sonidos que más era un zumbido de insectos que un tono bajo. Por encima de esto, las incomprensibles voces de los anunciadores de vuelos zumbaban, los niños gemían, los enlaces de bolsillo chillaban.
Ella pensó quien había tenido la idea de diseñar lugares como este, con techos elevados y muros blancos donde aquellos que tenían el infortunio de usar los servicios eran como hromigas atrapadas dentro de un tambor.
Olió café malo, sudor, insoportables colonias, y lo que asumió era un pañal con una desesperada necesidad de ser cambiado.
– Como en los viejos tiempos. -dijo Feeney después que hicieran uso de sus músculos y atraparan dos de los asientos diseñados para culos estrechos de anoréxicos de veinte años. -Cuanto hace que no usas un transporte público?
– Creo que lo olvidé. -Ella hizo su mejor esfuerzo para mantener la cara lejos del desfile de entrepiernas y traseros que presionaban dentro del pasillo embutido obligando a arrastrar los pies. -Como conseguiste algo tan malo?
– No es tan malo. Estaré aquí adentro una media hora, si no la fastidian. -El jugó con las almendras azucaradas de la bolsa que sacó de uno de sus bolsillos. -Hubiéramos ganado tiempo con uno de los transportes de Roarke.
Ella pescó en la bolsa, masticó, consideró. -Piensas que soy estúpida por no usar sus cosas?
– Nah, tú eres sólo tú, chica. Estar sofocados aquí nos ayuda a mantenernos en contacto con el hombre común.
Cuando la tercera maleta la golpeó en la espinilla, y un tipo se enroscó como un sacacorchos en el asiento junto a ella, aplastándola contra Feeney de modo que el espacio personal entre ellos era menos que el de un par de gemelos siameses, Eve decidió que mantenerse en contacto con el hombre común estaba sobrevalorado.
Despegaron con esa especie de temblor mecánico que siempre le enviaba el estómago hasta las rodillas. Ella mantuvo los dientes apretados y los ojos cerrados hasta que aterrizaron. Los pasajeros fueron vomitados fuera del vuelo, dispersándose. Eve y Feeney se unieron al rebaño que se dirigía hacia el tren con destino al este.
– No fue tan malo. -comentó él.
– No si te gusta empezar el día con un paseo por el carnaval. Esto nos va a dejar a una media cuadra de las instalaciones. El nombre del director es Miller. Vamos a bailar con él primero.
– Quieres que recorramos la lista juntos o la repartimos?
– Estaba pensando que podemos dividirnos, ganar tiempo, pero hay que poner la siembra en la tierra primero. Supongo que necesitamos jugar a los políticos, parando en los policías de Chicago.
– Podría ser que Julianna retroceda sobre su pasado. Si lo hace, Chicago es su próxima parada.
Eve optó por quedarse parade en el tren, y se aferró a un gancho. -Sí. No puedo meterme dentro de su cabeza. Cual es su propósito esta vez? Es lógico que lo tenga. Es fastidioso, pero es lógico. Estoy pensando si volvió a New York porque tenía cosas importantes pendientes. Tiene algo que probarnos, a nosotros, Feeney. Si es así, entonces los objetivos son secundarios. Esto es sobre golpearnos a nosotros, golpear al sistema esta vez. – Sacudió la cabeza. – De cualquier forma que lo pongas, ella ya tiene su próxima marca.
Dockport se asemejaba a una pequeña ciudad, autocontenida y ordenada, con torres de guardia, barras y muros electrificados. Ella dudó que los residentes apreciaran en su totalidad las calles bien mantenidas, los parches de verde, o la arquitectura suburbana. No cuando la abrumadora urgencia de dar un paseo fuera de los límites podía resultar en la alerta de un sensor y una enérgica sacudida que podía enviarte a caer de culo a unos buenos diez pies de distancia.
Perros droides patrullaban el perímetro. El campo de recreación de las mujeres era vasto y estaba equipado con cancha de basket, sendas para correr, y mesas de picnic pintadas de un alegre azul.
Los muros que lo rodeaban tenían doce pies de alto y tres de grosor.
Adentro los pisos eran tan limpios y brillantes como la cocina de una abuela. Los pasillos eran anchos y espaciosos. Las áreas estaban divididad con puertas de vidrio reforzado diseñado para contener el golpe de explosivos caseros o tiros de laser.
Los guardias vestían de azul oscuro, otro equipo con ropas de calle cubiertas con chaquetas blancas de chef. Los reclusos vestían de monos color naranja neon con un blasón en la espalda con las iniciales negras CRD.
Pasaron a través de la seguridad de la entrada principal, educadamente etiquetados con sus escudos de ID y brazaletes, y les requirieron entregar todas sus armas.
Miller, pulcro y distinguido a pesar de la estúpida chaqueta, era todo sonrisas cuando los saludó. Aferró con sus dos manos la de Eve y luego la de Feeney, disparando bienvenidas como el propietario de un centro turístico de moda.
– Apreciamos que que se tome tiempo para recibirnos, Director Miller. -empezó Eve.
– Supervisor. -Emitió una risita campechana. -Hace mucho que no usamos términos anticuados como director. El Centro de Rehabilitación Dockport es una instalación completamente moderna. Fue construído hace justo veinticinco años y empezó a aceptar residentes en el 34. Aquí en el Centro de Mujeres del CRD, albergamos un máximo de mil quinientos, y mantenemos un equipo de seiscientos treinta a tiempo completo, cincuenta y ocho a tiempo parcial y veinte consultores externos. Estamos totalmente auto-equipados con instalaciones de salud, bancos, tiendas y comedores. Esperamos que nos acompañen a almorzar en el comedor del personal. Tenemos alojamiento para pasar la noche para visitantes y consultores, terapia física y ejercicios, centros de salud mental y emocional, instalaciones para entrenamiento que ofrecen clases de una variedad de cuidadosas elecciones y recursos dirigidos hacia la resocialización están totalmente disponibles en los locales. El Centro para Hombres está equipado en forma similar.
Pasaron a través de un área de oficinas donde la gente estaba ocupada en sus asuntos, corriendo a lo largo de los corredores, ocupando escritorios, respondiendo enlaces. Un número de ellos vestía el brillante mono naranja.
– Los prisioneros están permitidos en esta área? -preguntó Eve.
– Residentes. -corrigió Miller con suavidad. -están permitidos fomentando su aplicación en trabajos rentables después de que hayan completado la mitad de su entrenamiento de rehabilitación. Esto los ayuda a ajustarse al mundo exterior cuando salgan de aquí, por lo que pueden reinsertarse en la sociedad con propia significativa propuesta.
Uh-uh.Bueno, una de sus antiguas residentes se ha reinsertado en la sociedad con una significativa propuesta. Le gusta asesinar hombres. Necesitamos hablar sobre Julianna Dunna, Supervisor Miller.
– Si. -El juntó las manos como un predicador antes de llamar a la congregación a la oración. -Estoy muy angustiado de saber que usted cree que ella está involucrada en un homicidio.
– Yo no creo que está involucrada. Sé que ella es una asesina. Justo lo que era cuando llegó aquí.
El se detuvo. -Con su perdón, teniente, pero por su tono tengo la impresión de que no cree en los principios de la rehabilitación.
– Creo en crimen y castigo, y que algo se aprende de él. Aprender lo suficiente para cambiar el modo en que viven en el mundo real. También creo que hay algunos que no pueden cambiar o no quieren hacerlo.
A través de la puerta de vidrio a la espalda de Miller, observó a dos reclusas haciendo un rápido intercambio de envoltorios. Créditos por ilegales, supuso Eve.
– A ellos les gusta lo que son. -agregó- y no pueden esperar la oportunidad de regresar a ello. Julianna ama lo que ella es.
– Ella era una residente modelo, -dijo él molesto.
– Apuesto a que si. Y apuesto a que se aplicó en una posición de trabajo donde pasaba la mitad de su tiempo. Donde trabajaba ella?
El resopló. La mayor parte de su cálida actitud se enfrió bajo el insulto y la desaprobación. -Estaba empleada en Centro de coordinación de visitantes.
– Con acceso a computadoras? -preguntó Feeney-
– Por supuesto. Nuestras unidades están aseguradas y tienen códigos de seguridad. Los residentes no tienen permitido transmisiones sin supervisión. Su inmediata superior, Georgia Foster, le dio a Julianna las más altas evaluaciones.
Eve y Feeney cambiaron miradas. -Si quisiera apuntarme en la dirección del centro, -dijo Feeney- quisiera hablar con la Sra. Foster.
– Y yo quisiera entrevistar a las reclusas de esta lista. -Eve sacó un papel de su bolsillo. -Lo siento, residentes. -corrigió, pero no sin un desdén en su voz.
– Por supuesto. Voy a arreglarlo. -La nariz de Miller se había levantado en el aire y Eve dudó que la invitación a almorzar estuviera todavía sobre la mesa.
– Viste ese pase? -murmuró Feeney cuando Miller les dio la espalda para hablar por su comunicador interno.
– Sip.
– Vas a decirle a ese imbécil?
– Nop. Las iniciativas de negocios de las residentes y las actividades recreacionales son su problema. Y si tengo que escuchar su conferencia otra vez, tal vez me de un toque con un poco de Zoner yo misma.
Eve tomó las entrevistas una a la vez en un área de conferencia equipada con seis sillas, un sofá alegremente estampado, una pequeña pantalla de entretinimiento, y una robusta mesa hecha unproducto de papel reciclado.
Había unas pinturas insulsas de arreglos florales en los muros y una señal en la parte interior de la puerta que les recordaba a las residentes y sus visitantes que debían comportarse de manera cortés.
Eve supuso que ella era la porción invitada de esa declaración.
No había espejos de dos vías, pero divisó las cuatro cámaras escondidas en las esquinas. La puerta que conducía adentro era de vidrio con pantalla de privacidad opcional. Ella no la puso.
La guardia, una mujer de hombros anchos y cara de torta y que parecía tener bastante experiencia y sentido para no pensar que las reclusas eran residentes, trajo a María Sánchez primero.
Sanchez era una fuerte y pequeña latina mezclada con abundante pelo negro rizado atado en una cola. Había un pequeño tatuaje de un rayo en la accidentada cicatriz al costado derecho de su boca.
Entró sin apuro, meneando desenfadadamente sus caderas, luego se dejó caer en una silla y tamborileó sus dedos en la mesa. Eve notó las pulseras con sensores en ambas muñecas y tobillos.
Miller podía haber sido un cretino, pero sin embargo no era tan estúpido como parecía, para darle oportunidades a un caso difícil como Sanchez. Al asentimiento de Eve, la guardia se retiró al otro lado de la puerta.
– Fumas? -preguntó Sanchez en una voz rasposa y musical.
– No.
– Mierda. Me sacaste de mi tiempo recreacional matutino y no fumas?
– Estoy realmente apenada por arruinar su partido diario de tenis, Sanchez.
– Mierda. Yo juego round ball. -Se hizo hacia atrás, estirando el cuello para ver bajo la mesa. -Tienes un montón de piernas pero igual podría azotarte el culo en la cancha.
– Vamos a encontrar tiempo para hacer un partido uno de estos días, pero ahora estoy aquí por Julianna Dunne. Estuviste en la jaula junto a ella los tres últimos años.
– No las llamamos jaulas por aquí. -dijo con una mueca. -Las llamamos áreas personales. Jodidas áreas personales. Miller es un imbécil.
Eve no estaba segura de lo que quería decir que ella y Sanchez tuvieran ese básico punto de acuerdo. – De que hablaban tú y Dunne cuando estaban en su respectiva área personal?
– No voy a darles nada a los policías. Oh, espera, voy a darle algo a la policía. -Ella levantó su dedo medio.
– Apuesto que tienen un salón de belleza en este club de campo. Te hiciste una manicura. Tú y Dunne tenían conversaciones de chicas?
– Yo no le decía nada a ella, ella no me decía nada a mí. La puta se creía que era mejor que todas.
– No te gusta ella, y tampoco a mí. Podemos empezar desde ahí.
– Me gusta más ella que los policías. Se rumorea que liquidó a un rico viejo bastardo en New York. Porque debería importarme eso?
– Ella está afuera y tú no. No es suficiente?
Sanchez examinó sus uñas como si efectivamente contemplara esa manicura. -No me pela el culo donde está ella, pero apuesto que el tuyo está ardiendo.
– Supongo que crees que Julianna es bastante lista.
Sanchez resoplo por la nariz. -Ella se cree que lo es.
– Demasiado lista para un policía? Soy una de los policías que la puso aquí.
Una sonrisita se insinuó en la esquina derecha de la boca de Sanches. -No pudiste mantenerla aquí.
– Ese no es mi trabajo. -Eve se echó hacia atrás. -Vas a estar adentro otros diez o quince años por tu afición a clavar implementos afilados en areas sensitivas de la anatomía de otra gente.
– No hice nada que esos hijos de puta no trataran de hacerme a mí. Las mujeres tienen que defenderse por su cuenta en este malo, malo mundo.
– Tal vez, pero tú no vas a respirar el aire de este malo, malo mundo por un tiempo, más considerando que tu registro aquí no te va a ganar la corona de Miss Simpatía o enviarte hacia una liberación anticipada por buena conducta.
– Que mierda me importa? En un lugar como este, puedes hacer un centavo parándote de cabeza y rascándote el culo.
– Puedes traer cónyuges aquí, Sanchez?
Sus ojos centellearon. -Seguro. Parte del jueguito de rehabilitación. Debes mantener la máquina en forma, cierto?
– Pero tú tienes tendencias violentas. Y a esas sólo les traen droides para jugar. Puedo regatear para ti un acompañante autorizado. Un auténtico cuerpo cálido para una noche de romance. Un intercambio.
– Quieres joder conmigo?
– No, pero puedo traerte a un profesional que lo haga si me das algo que pueda usar. Con quien hablaba ella, a quien usaba. Que es lo que sabes?
– Quiero un tipo grande, de buena pinta, que pueda mantener su miembro duro hasta que yo diga basta.
– Dime algo que quiera escuchar, y te voy a traer un conyuge, el resto depende de ti. Julianna Dunne.
Era elegir entre sexo real y clavar a un policía. Sanchez eligió el sexo real. -Puta. Jodida gringa reina de belleza de Texas. Se guardaba para si misma todo lo que podía. Trataba a las guardias como si fueran maestras de la escuela de domingo. Si, señora, gracias, señora. Te hacía querer vomitar. Ellas se deleitaban con eso, le daban privilegios extra. Ella metía fichas adentro. Engrasaba manos, le pagaba a algunas de las lesbos para dejarla afuera. Pasaba el tiempo libre en la biblioteca o el gimnasio. Tenía a Loopy como su puta. No en un sentido de sexo, más como una mascota.
– Y Loopy sería?
– Lois Loop, una basura adicta, le dieron veinte por enfriar a su viejo. Tenía la jaula del otro lado de la puta. La escuché hablando a veces. -Sanchez se encogió de hombros. -Le prometió a Loopy ponerla en un lugar cómodo cuando pudiera salir, dijo que tenía un montón de dinero y un bonito lugar para vivir. Texas, tal vez.
– Planeaba regresar a Texas?
– Dijo que tenía asuntos en Dallas. Negocios sin terminar.
Eve lo dejó cocinarse en su cerebro, y envió por Lois Loop.
No necesitaba de la descripción de Sanchez. La mujer tenía la piel como desteñida por lejía, el pelo descolorido, y los ojos rosados de conejo de los adictos perdidos. La droga tenía el efecto lateral de erradicar los pigmentos. La desintoxicación podía devolverlos, pero no podía reestablecer los colores.
Una mirada a las pupilas contraídas le dijo a Eve que la desintoxicación no había sido muy buena tampoco.
– Toma asiento, Loopy.
– La conozco? Yo no la conozco.
– Toma asiento de todas formas.
Comenzó a avanzar hacia la mesa, con movimientos mecánicos. Donde quiere que ella hubiera conseguido su solución, pensó Eve, no había sido una reciente.
– Tu dosis, Loopy? Cuanto hace desde que la conseguiste?
Loopy lamió sus labios blancos. -Tomé mi sintético diario. Parte de la desintoxicación. Es la ley.
– Sí, claro. -Eve se inclinó. -Julianna te dio fichas, para que pudieras conseguir la droga real aquí adentro?
– Julianna es mi amiga. Conoce a Julianna?
– Sí, nos conocimos tiempo atrás.
– Ella regresó al mundo?
– Así es. Se mantuvo en contacto?
– Cuando usted la vea, dígale que ellos deben haber robado las cartas, porque no recibí ninguna y ella me las prometió. Tenemos permitido recibir cartas.
– De donde venían las cartas?
– Ella iba a escribir y decirme donde estaba, y cuando yo regrese al mundo, voy a ir ahí también. -Sus músculos temblaban mientras hablaba, como si no estuviera conectados a la carne y los huesos. Pero sonreía serenamente.
– Dime donde fue ella y la voy a encontrar para ti. Le voy a contar de las cartas.
– Tal vez está aquí, tal vez está allá. Es un gran secreto.
– Nunca fuiste a New York, antes?
Los ojos perdidos se agrandaron. -Se lo dijo?
– Como te dije, nos conocemos. Pero New York es un lugar muy grande. Me va a ser difícil encontrarla si no tengo una dirección.
– Ella tiene una casa, toda suya. En algún lugar. Y tal vez iba a hacer algún viaje. Iba a venir a visitarme cuando viniera de Chicago.
– Cuando iba a volver?
– Alguna vez. Ibamos a ir de compras. New York, Chicago, New L.A. -Ella cantaba las ciudades, como un niño cantando una canción de cuna. -Dallas y Denver. Como los vaqueros.
– Dijo algo sobre la gente que iba a ver? Viejos amigos o nuevos? Dijo los nombres, Loopy.
– Quería olvidar a los viejos conocidos. Vamos a hacer una fiesta para Año Nuevo. Con pastel. Conoce al hombre hueso?
– Tal vez.
– Ella me leía todo tipo de cosas sobre el hombre hueso. El vive en un palacio de la ciudad. Tiene mano verde y las flores salen de ellas. Ella iba a visitarlo.
Pettibone, pensó Eve. Primer golpe. -A quien más iba a visitar?
– Oh, el hombre oveja y el vaquero y el tipo de Dallas. Tenía que ver gente, ir a lugares.
– Cuando ella te leía sobre el hombre hueso, donde estaban?
– Es un secreto. -susurró ella.
– Puedes decírmelo. Julianna te quería y yo puedo encontrarla y decirle sobre las cartas.
– Y la droga. -dijo Loopy en un susurro. -Me iba a traer la droga.
– Se lo voy a decir, pero debes decírmelo primero.
– Ok-. Ella tiene una pequeña computadora en su jaula. Una que cabe en su mano. Podía hacer su trabajo en ella. Siempre tenía un montón de trabajo que hacer.
– Apuesto a que lo tenía.
– Ella te envió para verme? Te envió con droga? Siempre me traía droga, pero ahora no consigo.
– Voy a ver que puedo hacer por ti.
Eve la miró, el espástico temblor de sus músculos, la piel fantasmal. Rehabilitación, pensó. Madre de Dios.
Para el momento en que se reencontró con Feeney, Eve estaba echando vapor. Cada entrevista había agregado algo al cuadro de Julianna Dunne, múltiple asesina, danzando a través del sistema recogiendo privilegios y favores, y pasando fichas, sobornos, endulzando los oídos de las guardias, personal y otras prisioneras para lo que fuera que ella necesitaba o quería hacer.
– Como si ellos fueran malditos sirvientes. -explotó Eve. -Y éste su maldito castillo. No podía salir, pero ciertamente organizó lo que quería hacer desde aquí. Un jodido computador personal, Feeney. Cristo sabe lo que envió o recibió en él.
– Tengo al zángano de oficina que trabajó sobre su autorización. -agregó. -Puedo garantizar que estaba llena de transmisiones autorizadas desde las unidades de este complejo. Tenía rienda suelta.
– Si conseguimos una orden de secuestro, puedes rastrearlas?
– Ya me pongo en eso. Podría ser escupir en el viento, pero podemos ir a través de cada una de ellas, ver si dejó una marca. Hablando con su controlador, disculpame, su consultor emocional para una buen reintegro. -Sus labios se fruncieron ante el término como si estuviera chupando una rodaja de limón.- Tiene un trauma de niñez temprana, interpretando este bonito término como asesinar en un parpadeo, decaimiento, contrición, y Cristo sabe. Todo agregado al convencimiento general de que Dunne fue exitosamente rehabilitada y ya lista para conseguir un lugar como un productivo miembro de la sociedad.
– No sería raro que consigamos la misma canción de su OP. Vamos a dar la vuelta y verlo, Chequear con los locales, e irnos al diablo de Chicago. -Lanzó un suspiro. -Hay algo mal conmigo, Feeney, que miro este lugar y veo una enorme pila de mierda siendo volcada en los contribuyentes?
– Debe ser la misma cosa que está mal conmigo.
– Algunos pueden cambiar, pueden volver por si mismos. O ser ayudados a volver. Las prisiones no son sólo almacenes. No deberían serlo.
– No deberían ser geniales centros de vacaciones tampoco. Vámonos al diablo de aquí. Este lugar me da escalofríos.
El Oficial de Palabra Otto Shultz tenía sobrepeso, dientes de caballo y solucionaba su problema de calvicie con un peinado que empezaba con una raya al lado de su oreja izquierda.
Eve imaginó que su salario de servidor civil estba lejos de ser estelar, pero pensó porque él no invertía una parte de eso en un básico mantenimiento del cuerpo.
El no estaba feliz de verlos, reclamó estar muy ocupado, criminalmente sobrecargado de trabajo, y trató de despedirlos con promesas de copias de todos los reportes y evaluaciones de Julianna Dunne.
Eve hubiera estado satisfecha con eso, si no hubiera sido por los nervios que podía oler brotando por todos sus poros.
– Usted la ayudó a pasar bajo el sistema, y la primera cosa que hace es matar. Supongo que eso lo tiene algo nervioso, Otto.
– Mire. -Sacó un pañuelo, secándose la cara sudorosa. -Yo seguí el libro. Ella pasó todas las evaluaciones, siguiendo las reglas. Soy un OP, no un adivino.
– Siempre que pensé que la mayoría de los OP tenían un barómetro de mierda realmente bueno. Que piensas tú, Feeney?
– Trabajando con consultores cada día, escuchando todas las historias, las excusas, la basura. -Con los labios fruncidos, él asintió. -Sip, me hubiera imaginado que un OP con alguna experiencia podía oler la mierda.
– Ella pasó todas las pruebas- empezó Otto.
– No sería la primera en saber como maniobrar a los técnicos, las preguntas y las máquinas. -Donde te atrapó ella, Otto. -preguntó Eve tranquilamente. -Aquí en la oficina o te pidió que la llevaras a tu casa contigo?
– Usted no puede sentarse aquí y acusarme de tener una relación sexual con un cliente.
– Cliente, por Cristo. Ese término políticamente correcto está empezando a joderme. No te estoy acusando, Otto. -Eve se inclinó hacia él. -S´ñe que jodiste con ella. Realmente no me importa una mierda, y no estoy interesada en reportar este hecho a tus superiores. Ella es una herramienta de trabajo y jugar contigo debe haber sido un juego de niños. Debes sentirte agradecido de que ella te necesitara para ayudarla a salir, y no quisiera tu muerte.
– Ella pasó las pruebas. -dijo y su voz tembló. -No hizo trampas. Su pizarra está limpia. Yo le creí. No soy el único que le creyó, así que no me tire esto encima. Tenemos gente rezumando odio aquí cada día, y la ley dice que si ellos no rompen sus obligaciones de palabra, tenemos que devolverlos a la sociedad. Julianna no era así. Ella era… diferente.
– Sí. -Disgustada, Eve se puso de pie. -Ella es diferente.
El primer respiro de aire fresco en el día llegó en un abarrotado y sucio comedor que olía malamente a comida frita. El lugar estaba saturado de policías, y a través de una pequeña mesa, el teniente Frank Boyle y el capitán Robert Spindler se embutían sandwiches de pavo del tamaño de Hawaii.
– Julianna. -Spindler quitó una mancha de mayonesa condimentada de su labio superior. -La cara de un ángel, el alma de un tiburón. Posiblemente la puta más fría que conocí.
– Te estás olvidando de mi primera esposa. -le recordó Boyle. -Cuesta creer que estemos de vuelta aquí, nosotros cuatro, casi diez malditos años después. -Boyle tenía una alegre cara irlandesa, hasta que le mirabas los ojos. Eran duros y llanos, y un poco atemorizantes.
Eve pudo ver los signos de demasiada bebida, demasiadas preocupaciones en la roja hinchazón de su mandíbula, la ácida curvatura de su boca.
– Pusimos antenas. -continuó Spindler, -Alimentamos los medios, tocamos sus viejos contactos. No conseguimos nada nuevo. -El mantenía su aspecto, el pelocorto como un militar, delgado, autoritario. -No tenemos nada de ella, nada que indique que está metiéndose en nuestro camino. Fui a revisar su libertad condicional. -continuó- Hice un intento personal al que ella se negó. Traje el archivo de los casos, documentación. Los tengo aquí mismo. Ella estaba sentada, como una perfecta dama, los ojos bajos, las manos unidas, el leve brillo de lágrimas. Si yo no hubiera sabido lo que era, me habría creído la actuación.
– Saben algo sobre la adicta que estaba con ella? Lois Loop?
– No me suena. -dijo Spindler.
– Era la mascota de Julianna, mejor dicho, la esclava. Lo que sea. Estaba empezando a divagar cuando la entrevisté. Le saqué alguna información, pero puede tener más. Tal vez tú puedas trabajarla otra vez. Me dijo que Julianna había ido a New York para ver el hombre hueso. Pettibone. Y hay un hombre oveja. Puedes pensar en alguien que encaje en su objetivo stardard y que tenga oveja en su nombre?
Tanto Boyle como Spindler sacudieron sus cabezas. -Pero podemos buscar por ahí. -prometió Spindler. -Ver que salta.
– También hay un vaquero y el tipo de Dallas.
– Suena como si estuviera pensando en volver a Texas y cobrársela a su padrastro. -Boyle tomó otro enorme bocado de su sandwich. -a menos que tú seas Dallas y ella esté apuntando a tu amigo.
Eve ignoró el retortijón en su estómago. -Sí, eso va a ocurrir. Vamos a notificar a la policía de Dallas. Yo puedo cuidar a mi propio amigo. New L.A. y Denver son otras de las ciudades que Loopy recordaba. Apostaría a que si su mente estuviera clara, recordaría más.
– Puedo hacerle una pasada. -Boyle miró a Spindler. -Si estás de acuerdo…Capitán.
– Adoro que me recuerdes que tengo las barras. No es mucho más lo que podemos hacer por ustedes. Francamente, me gustaría ver que la atrapas en New York. Me voy a perder la fiesta, pero maldito si no quiero que ella caiga de nuevo en Dockport.
Ella estaba de regreso en New York para las cinco y optó por ir a casa en vez de volver a la Central. Podía trabajar ahí y asegurarse personalmente de la seguridad de Roarke.
El no encajaba en el perfil del objetivo, se recordó a si misma. Era demasiado joven, no tenía ex esposa. Pero tenía una esposa que había jugado un buen papel metiendo a Julianna dentro.
Casi había llegado a casa cuando dio unn impulsivo giro y se dirigió a lo de la Dra. Mira.
Estacionó en la zona de descarga a media cuadra, compuso un aspecto oficial, y luego corrió hacia el digno y antiguo edificio de piedra. Había flores en suave rosa y blanco en macetas azúl pálido alegrando la entrada. Una puerta más allá una mujer sacó un enorme perro con largo pelo dorado decorado con lazos rojos. Le envió a Eve un amistoso ladrido, y luego se deslizó en la misma forma que su dueña como si estuvieran en un desfile.
En el otro lado, un trío de chicos irrumpieron fuera, ululando como maníacos. Cada uno de ellos cargaba un fluorescente aero patín y se deslizaron calle abajo por la vereda como cohetes fuera de una base de lanzamiento.
Un hombre en traje de negocios con un enlace personal colocado en su oreja trató de eludirlos limpiamente, pero prefirió antes que gritar o sacudir un puño detrás de ellos, emitir una risita, y mientras seguía hablando se volvió hacia la puerta de otra casa.
Otro lado más de New York. -penso Eve. El amistoso vecindario de clase alta. Era muy probable que la gente realmente conociera el nombre de cada uno en esa cuadra. Se juntarían para compartir cócteles, llevarían rebaños de hijos o nietos hacia el parque en grupos, y se pararían a conversar en la puerta de calle.
Era exactamente el tipo de lugar que concordaba con la Dra. Charlotte Mira.
Eve volvió hacia la puerta, tocó la campana. Luego inmediatamente cambió de idea. No tenía que llevar asuntos desagradables al hogar de Mira. Retrocedió, pensando retractarse, cuando la puerta se abrió.
Reconoció al esposo de Mira a pesar de que ellos no habían tenido contacto personal. Era alto y campechano, una especie de amistoso espantapájaros con un cardigan holgado y arrugas flojas. Su cabello era color peltre, en una salvaje e interesante maraña alrededor de una cara larga que era de alguna forma erudita e inocente.
Cargaba una pipa, y su sweater estaba mal abotonado.
El sonrió, y sus ojos, del color de la hierba de invierno, desconcertaban. -Hola. Como está usted?
– Ah. Bien. Lo siento, Sr. Mira, no debería molestarlo en su casa. Yo sólo iba a…
– Usted es Eve. -Su rostro se aclaró, cálido. -Déme un minuto. Reconocí su voz. Pase, pase.
– En realidad, yo debería…
Pero él se estiró, la aferró de la mano, y tiró de ella hacia la puerta. -No me había dado cuenta de que usted iba a venir. No puedo seguir la senda. Charlie! -Gritó hacia los escalones. -Tu Eve está aquí.
La protesta murió en la garganta de Eve ante la idea de que la elegante Mira fuera llamada Charlie.
– Venga a sentarse. Creo que estaba preparando bebidas. Mi mente divaga. La vuelvo loca a Charlie.
– Estoy interrumpiendo. Puedo ver a la Dra. Mira mañana.
– Sí, aquí está el vino. Estaba seguro de que lo había traído. Lo lamento, no puedo evitarlo. La esperábamos a cenar?
El aún sujetaba su mano, y ella no pudo encontrar una forma educada de liberarla. Y él estaba sonriéndole con tan amigable confusión y humor, que ella se sintió un poquito enamorada.
– No, ustedes no me esperaban para nada.
– Entonces que bonita sorpresa.