La muerte estaba trabajando. La muerte era una seria tarea para el asesino, la víctima, para los sobrevivientes. Y para aquellos que se mantenían de la muerte. Algunos hacían el trabajo devotamente, otros con descuido.
Y para algunos, el asesinato era un trabajo de amor.
Cuando dejó su condominio en Park Avenue para su regular paseo matutino, Walter C. Pettibone era plenamente feliz, sin tener conciencia de que estaba en sus últimas horas de vida. Era un robusto sesentón y un astuto hombre de negocios que había incrementado su ya considerable fortuna familiar a través de las flores y el sentimentalismo.
Era rico, saludable, y justo alrededor de un año atrás había adquirido una esposa joven y rubia que tenía el apetito sexual de un doberman ardiente y el cerebro de un repollo.
Su mundo, en la opinión de Walter C. Pettibone, era exactamente como quería.
Había deseado y tenido dos hijos de su primer matrimonio los que un día llevarían adelante el negocio que él había heredado de su padre. Mantenía una razonablemente amistosa relación con su ex, una mujer fina y sensible, y su hijo e hija eran individuos agradables e inteligentes que lo hacían sentir orgulloso y satisfecho.
Tenía un nieto que era la luz de sus ojos.
En el verano de 2059, “El mundo de las flores” era una empresa intergaláctica mayor con floristas, horticultores, oficinas y viveros dentro y fuera del planeta.
Walter amaba las flores. Y no sólo por su margen de beneficios. El amaba sus olores, los colores, las texturas, la belleza del follaje y la flor y el simple milagro de su existencia.
Cada mañana debía visitar a un puñado de floristas, controlar la existencia, los arreglos, y sólo olfatear y conversar y perder tiempo entre las flores y la gente que las amaba.
Dos veces a la semana se levantaba antes del amanecer para acudir a los mercados de jardinería fuera de la ciudad. Ahí podía vagar y entretenerse, hacer los pedidos o criticar.
Era una rutina que raramente variaba en el curso de un medio siglo, y de la que nunca se cansaba.
Hoy, después de una hora o más entre los macizos de flores, entró en las oficinas de su corporación. Le dedicó más tiempo de lo usual a los pedidos para darle a su esposa el tiempo y el espacio para terminar los preparativos de su propia fiesta de cumpleaños sorpresa.
Lanzó una risita al pensar en eso.
Su corazoncito no podría mantener un secreto a menos que le abrocharan los labios juntos. El había sabido de la fiesta por semanas, y estaba esperando la noche con el regocijo de un niño.
Naturalmente actuaría sorprendido y había incluso practicado expresiones atónitas en su espejo solo esta mañana.
Entonces Walter entró en su rutina diaria con una sonrisa en las esquinas de su boca sin tener idea de cómo iba a ser sorprendido.
Eve dudaba de haberse sentido mejor en su vida. Descansada, recargada, segura y liberada, se preparaba para su primer día de regreso al trabajo después de dos semanas de vacaciones maravillosamente libres de exigencias donde las más fastidiosas tareas que había enfrentado habían sido comer o dormir.
Una semana en la villa en México, la segunda en una isla privada. Y en ambos lugares no habían faltado oportunidades de sol, sexo y siestas.
Roarke había tenido razón otra vez. Ellos necesitaban un tiempo juntos. Fuera. Ambos necesitaban un período de descanso. Y si la forma en que se sentía esa mañana era alguna indicación, habían hecho su trabajo.
Ella se paró frente a su guardarropas, frunciendo el ceño ante la jungla de ropas que había adquirido desde su casamiento. No quiso pensar que su confusión se debía al hecho de que había pasado la mayor parte de los últimos catorce días desnuda o casi. A menos que estuviera muy equivocada, el hombre había organizado poner disimuladamente más ropa en él.
Extrajo una larga falda azul en un tipo de material que parecía chisporrotear y destellar al mismo tiempo. -Había visto esto antes?
– Es tu guardarropas. -En el área de sillones del dormitorio, Roarke revisaba los reportes financieros en la pantalla de pared, mientras disfrutaba de una taza de café. Pero le lanzó una mirada. -Si estás planeando vestir eso hoy, el elemento criminal de la ciudad va a quedar muy impresionado.
– Hay más cosas aquí de las que había hace dos semanas atrás.
– En serio? No imagino como fue que sucedió.
– Debes parar de comprarme ropa.
El se agachó para levantar a Galahad, pero el gato volvió la nariz en el aire. Se había mostrado ofendido desde el momento en que retornaran la noche anterior. -Porque?
– Porque es embarazoso. -Murmuró y se metió adentro para encontrar algo razonable para vestir.
El sólo le sonrió, observando como ella extraía un top sin mangas y pantalones para deslizarlos sobre el cuerpo largo y esbelto que nunca paraba de desear.
Estaba bronceada, de un oro pálido, y el sol había intensificado los mechones rubios en su corto cabello castaño. Se vistió rápida y económicamente, con el aire de una mujer que nunca pensaba en la moda. Sería por eso, supuso él, que nunca podía resistirse a apilar moda sobre ella.
Ella había descansado en el tiempo que pasaron juntos afuera, pensó. Había visto hora tras hora, día tras día, como las nubes de fatiga y preocupación se deslizaban fuera de ella. Ahora había luz en sus ojos color Whisky, y un brillo saludable en su rostro estrecho y de finos huesos.
Y cuando se puso el arnés con el arma, hubo un gesto en su boca, amplia y generosa, que le dijo a él que la teniente Eve Dallas estaba de regreso. Y lista para patear algunos culos.
– Porque será que una mujer armada me excita?
Ella le disparó una mirada, buscando en el armario una chaqueta liviana. -Córtala. No voy a llegar tarde a mi primer día de regreso porque tienes alguna calentura residual.
Oh, sí, pensó él levantándose. Ella estaba de regreso. -Querida Eve. -El contuvo, apenas, una mueca de dolor. -Esa chaqueta no.
– Que? -Ella se detuvo en el acto de meter su brazo en una manga. -Es un verano pesado, esto cubre mi arma.
– Eso no va con esos pantalones. -Se detuvo en el guardarropas, buscó y extrajo otra chaqueta del mismo material que los pantalones caqui. -Esta es la correcta.
– No estoy planeando hacer un video de tiros. -Pero se la cambió porque era más fácil que discutir.
– Aquí. -Después de otra incursión en el guardarropa, él salió con un par de botas cortas de rico cuero marrón claro.
– De donde vinieron esas?
– Las hadas del guardarropa.
Ella frunció el ceño a las botas, con sospecha, señalando los dedos de los pies. -No necesito botas nuevas. Las viejas no están rotas del todo.
– Es un término educado para lo que eran. Trata con éstas.
– Sólo voy a arruinarlas. -murmuró, pero se sentó en el brazo del sofá para ponérselas. Se deslizaron en sus pies como manteca. Eso hizo que lo mirara estrechamente. Probablemente las había mandado a hacer a mano para ella en una de sus innumerables fábricas y seguramente costaban más de lo que un policía de homicidios de New York ganaba en dos meses. -Mira esto. Las hadas del guardarropa parecen conocer mi número de zapato.
– Una cosa asombrosa.
– Supongo que es inútil decirle que un policía no necesita botas tan caras que probablemente hayan sido cosidas a mano por alguna pequeña monja italiana, cuando esté trabajando contra reloj en el campo escarbando o golpeando puertas.
– Ellas tienen sus propias ideas. -Le deslizó la mano a través de su pelo, tirando lo suficiente para pegar la cara de ella a la de él. -Y te adoran.
Hizo que su estómago cayera escuchándolo decir eso, viendo su rostro cuando lo hacía. Ella a menudo pensaba porque no se ahogaba en esos ojos, en todo ese salvaje y perverso azul.
– Eres tan malditamente hermoso. -No había pensado decirlo en voz alta, por lo que casi saltó ante el sonido de su propia voz. Y observó el destello de su sonrisa, rápida como un disparo cruzar por el rostro que parecía una pintura o un grabado en piedra, con sus huesos fuertes y su seductora boca de poeta.
Joven Dios irlandés, supuso que podría ser el título. No habían sido los dioses seductores, implacables y protegidos por su propio poder?
– Tengo que irme. -Ella se paró con rapidez, él también se puso de pie por lo que sus cuerpos chocaron. -Roarke.
– Sí, es volver a la realidad para ambos. Pero… -Su manos bajaron por los costados de ella, en un movimiento largo y posesivo que la hizo recordar, demasiado claramente, justo lo que aquellos rápidos y hábiles dedos eran capaces de hacerle a su cuerpo. -Creo que podemos tomarnos un momento para me des un beso de despedida.
– Quieres que te de un beso de despedida?
– Lo quiero, sí. -Había un toque de diversión y de irlandés en el tono que hizo que ella sacudiera la cabeza.
– Seguro. -En un movimiento tan rápido como su sonrisa, tomó puñados del negro cabello que casi caía hasta los hombros, tironeando, y luego estampó su boca contra la de él.
Sintió que el corazón de él saltaba como lo hacía el suyo. Un golpe de calor, de reconocimiento, de unidad. Y ante el sonido de placer que él emitió, ella se volcó entera en el beso, llevándolos a ambos rápido y profundo con una pequeña guerra de lenguas, un rápido pellizco de dientes.
Luego lo empujó hacia atrás, poniéndose ágilmente fuera de su alcance. -Nos vemos, as. -le gritó mientras atravesaba la habitación.
– Que tengas un buen día, teniente. -El lanzó un largo suspiro, y luego se sentó en el sofá. -Ahora, -le dijo al gato- cuanto me va a costar para que volvamos a ser amigos?
En la Comisaría Central, Eve trepó a un deslizador hacia Homicidios. E inspiró hondo. No tenía nada contra los dramáticos precipicios del oeste de México o las calmadas brisas de las islas tropicales, pero había extrañado el aire de ahí: el olor a sudor, café malo, recios desinfectantes y por encima de todo, las poderosas energías que se formaban del enfrentamiento entre policías y criminales.
El tiempo fuera sólo le había afilado los sentidos ante el estruendo sordo de demasiadas voces hablando a la vez, el todavía tranquilo y discordante pitido y zumbido de los enlaces y comunicadores, el apuro de la gente haciendo algo importante para quien fuera.
Escuchó a alguien gritando obscenidades tan rápido que cayeron juntas en un vicioso guiso de palabras que era música para sus oídos.
Bienvenida a casa, pensó alegremente.
El trabajo había sido su hogar, su vida, su simple definición de propósitos antes de Roarke. Ahora que estaba con él, o tal vez porque lo tenía a él, permanecía siendo una parte esencial de lo que ella era.
Una vez ella había sido una víctima indefensa, usada y quebrada. Ahora, era una guerrera.
Entró en la sala de detectives, lista para pelear cualquier batalla que le pusieran delante.
El detective Baxter levantó la vista de su trabajo, y lanzó un silbido bajo. -Guau, Dallas. Hubba-hubba.
– Que? -Confundida, ella miró por sobre el hombro, y luego cayó en que la sonrisa lasciva de Baxter era para ella. -Eres un hombre enfermo, Baxter. Es tranquilizador ver que algunas cosas no cambian.
– Tú eres la que está totalmente cambiada. -El se puso de pie, rodeando los escritorios. -Bonito -agregó, acariciando la solapa de ella con los dedos. – Eres un verdadero muestrario de modas, Dallas. Para vergüenza del resto de nosotros.
– Es sólo una chaqueta -murmuró ella, mortificada. -Córtala.
– Te has bronceado, también. Te hicieron un trabajo de cuerpo completo?
Ella le mostró los dientes en una sonrisa feroz. -Quieres que te patee el culo?
Divirtiéndose, él apuntó con el dedo. -Y que es eso en tus orejas?-Cuando ella levantó la mano, confundida, él parpadeó como sorprendido. -Vaya, me imagino que esos son pendientes. Y son realmente bonitos también.
Ella había olvidado que los tenía puestos. -Quieres decir que los criminales de repente han parado de matar mientras yo estaba fuera por lo que pierdes tu tiempo parado aquí criticando mi guardarropas?
– Sólo estoy deslumbrado, teniente. Absolutamente deslumbrado desde tu impactante presentación. Botas nuevas?
– Muérdeme. -Ella se volvió y siguió su camino ante la sonrisa de él.
– Y ella ha vuelto! -anunció Baxter con un aplauso.
Cretinos, pensó ella cuando se dirigía a su oficina. El Departamento de Policía y Seguridad de New York estaba poblado por un manojo de cretinos.
Jesús, como los había extrañado.
Entró en su oficina, y se paró en seco, apenas un paso más allá del umbral, parpadeando.
Su escritorio estaba despejado. Más aún, estaba limpio. De hecho, el lugar entero estaba limpio. Como si alguien hubiera venido y chupado todo el polvo y la mugre y luego hubiera lustrado lo que quedaba detrás. Con sospecha, pasó un pulgar por la pared. Sí, era definitivamente pintura fresca.
Estrechando los ojos, entró en la habitación. Era un espacio pequeño con una pequeña ventana, un escritorio abollado y ahora lustrado, y un par de sillas con los muelles rotos. El archivador, ahora brillante, había sido despejado. Una planta verde que aparentemente prosperaba, estaba encima de él.
Con un gemido de angustia, saltó hasta el archivador, tirando de un cajón para abrirlo.
– Lo sabía, lo sabía, lo sabía. El bastardo me lo sacó otra vez.
– Teniente?
Gruñendo, Eve miró hacia atrás. Su ayudante estaba parada en la puerta, tan ordenada como la habitación con su almidonado uniforme de verano.
– El maldito ladrón de caramelos encontró mi reserva.
Peabody frunció los labios. -Tenías caramelos en el archivero. -Inclinó su cabeza- Debajo de la M?
– M por mío, maldita sea -Molesta, Eve cerró el cajón de un empujón. -Olvidé sacarlo antes de irme. Que demonios pasó aquí, Peabody? Tuve que leer el nombre en la puerta para asegurarme que era mi oficina.
– Una vez que te fuiste pareció un buen momento para limpiar y pintar. Había una bonita mugre aquí.
– Yo quería usarlo así. Donde están mis cosas? -demandó- Tenía algunos pendientes, algunos cinco, y los reportes de los EM y los barredores del caso Dunwood deberían haber llegado mientras estaba fuera.
– Me ocupé de eso. Hice los cinco y cerré los pendientes, y archivé los reportes. -Ella mostró la sonrisa que danzaba en sus ojos oscuros. -Tuve algo de tiempo en mis manos.
– Hiciste el papeleo?
– Sí, señor.
– Y arreglaste para hacer la limpieza de mi oficina?
– Creo que había organismos multicelulares criándose en las esquinas. Están muertos ahora.
Lentamente Eve deslizó sus manos en los bolsillos, hamacándose en los talones. -Esta no debería ser tu forma de decirme que cuando estoy aquí no te doy tiempo para ocuparte de los asuntos diarios.
– Absolutamente no. Bienvenida de regreso, Dallas. Y tengo que decirte que, wow, te ves realmente tremenda. Elegante traje.
Eve se dejó caer en la silla de su escritorio. -Como demonios me veo usualmente?
– Es una pregunta retórica?
Eve estudió el rostro cuadrado de Peabody, su aspecto robusto contenido por un cuenco de cabello oscuro. -Estoy tratando de pensar si extrañaba tu boca irónica. No, -decidió- Ni un poco.
– Aw, estaba segura de que lo harías. Grandioso bronceado. Imagino que pasaste un poco de tiempo empapada al sol y otras cosas.
– Supongo que lo hice. Y donde conseguiste el tuyo?
– Mi que?
– El bronceado, Peabody. Te diste con una lámpara de sol?
– No, lo conseguí en Bimini.
– Bimini, como la isla? Que demonios fuieste a hacer a Bimini?
– Bueno, tú sabes, de vacaciones como tú. Roarke sugirió que, ya que tú ibas a estar fuera, tal vez yo podría tomarme una semana fuera, también, y…
Eve leventó una mano. -Roarke sugirió?
– Si, él pensó que McNab y yo podríamos usar un poco de tiempo libre, entonces…
Eve sintió que el músculo bajo su ojo empezaba a saltar. Había tomado el hábito de hacerlo cada vez que pensaba demasiado duro sobre Peabody y la moderna relación con el Detective de la División Electrónica.
En su defensa, presionó los dedos contra él. -Tú y McNaB. En Bimini. Juntos.
– Bueno, tú sabes, ya que estamos tratando de que este asunto de somos-una-pareja encaje, parecía una buena idea. Y cuando Roarke dijo que podíamos usar uno de sus transportes y ese lugar que tiene en Bimini, saltamos.
– Su transporte. Su lugar en Bimini. -El músculo saltó contra sus dedos.
Los ojos brillando, Peabody dejó de lado su empaque lo suficiente para apoyar una cadera en la esquina del escritorio. -Hombre, Dallas, era absolutamente ultra. Parece un pequeño palacio o algo así. Tiene su propia cascada en la piscina, y un todoterreno, y unos hidroskys. Y la habitación principal tiene esa cama de gel que parece de la medida de Saturno.
– No quiero escuchar sobre la cama.-
– Y es realmente privado, además piensa que está justo en la playa, por lo que sólo retozamos desnudos como monos la mitad del tiempo.
– Y no quiero escuchar sobre retozar desnudos.
Peabody abultó la lengua contra la mejilla. -A veces estábamos solo medio desnudos. De todas formas, -dijo antes de que Eve chillara- fue mágico. Y quiero darle a Roarke algún tipo de regalo de agradecimiento. Pero ya que él tiene de todo, literalmente, no tengo idea. Pensé que tal vez podrías sugerirme algo.
– Esto es una tienda para policías o un club social?
– Vamos, Dallas. Estamos al día con el trabajo. -Peabody sonrió esperanzada. -Pensé que tal vez podría darle una de las bufandas que hace mi madre. Tú sabes, ella teje, y hace unos trabajos realmente buenos. Podría gustarle eso?
– Mira, él no va a esperar un regalo. No es necesario.
– Fue la mejor vacación que tuve jamás, en mi vida. Quiero que sepa lo mucho que lo aprecio. Significa mucho para mí, Dallas, que él haya pensado en eso.
– Si, él siempre está pensando. -Pero se ablandó, podía ayudarla. -A él realmente le impactaría tener algo hecho por tu madre.
– En serio? Es grandioso. Me voy a poner en contacto con ella esta noche.
– Ahora que hemos tenido nuestra pequeña reunión aquí, Peabody, tenemos algún trabajo para hacer?
– En realidad, estamos libres.
– Entonces traeme algún caso frío.
– Alguno en particular?
– Elige alguno de traficantes. Tengo que hacer algo.
– Estoy en eso. -Ella empezó a salir, y se detuvo. -Sabes cual es una de las mejores cosas de salir de vacaciones? Regresar.
Eve pasó la mañana picando a través de caso irresueltos, buscando un hilo que no hubiera sido tirado, un ángulo que no hubiera sido explorado. El único que le interesó fue la cuestión de una mujer de poco más de veintiséis años, Marsha Stibbs, que había sido encontrada sumergida en la bañera por su esposo, Boyd, cuando había regresado de una gira de negocios fuera de la ciudad.
En la superficie, parecía ser uno de esos trágicos y típicos accidentes caseros, hasta que el reporte de los EM había verificado que Marsha no se había ahogado, sino que había muerto antes que la última burbuja del baño.
Ya que se había metido en la bañera con un cráneo fracturado, ella no se había deslizado en la espuma y la fragancia por sus propios medios.
El investigador había levantado evidencia que indicaba que Marsha había estado teniendo un romance. Un paquete de cartas de amor de alguien que se señalaba a si mismo con la inicial C había estado oculto en el cajón de lencería de la víctima. Las cartas eran sexualmente explícitas y llenas de súplicas para que ella se divorciara de su esposo y se fuera con su amante.
De acuerdo al reporte, las cartas y su contenido habían shockeado al esposo y a cada entrevistado que había conocido a la víctima. La coartada del esposo había sido sólida, ya que tenía todos los comprobantes de respaldo.
Boyd Stibbs, un representante regional de una firma de artículos deportivos, era desde todas las apariencias, un clásico hombre americano, teniendo un ingreso levemente mejor que el promedio, casado por seis años con su novia del colegio quien había llegado a ser compradora para una tienda mayorista. A él le gustaba jugar fútbol los domingos, no bebía, no jugaba, ni tenía problemas con ilegales. No había una historia de violencia, y él había tomado voluntariamente una prueba de la verdad, que había pasado sin inconvenientes.
Ellos no tenían hijos, vivían en un tranquilo edificio de apartamentos de West Side, socializaban con un estrecho círculo de amigos, y hasta el momento de la muerte de ella habían mostrado todos los signos de tener un matrimonio sólido y feliz.-
La investigación había sido minuciosa, cuidadosa y completa. Todavía el primario no había podido encontrar ningún rastro del nombrado amante con la inicial C.
Eve enganchó a Peabody con el enlace interoficinas. – Ensilla, Peabody. Vamos a golpear algunas puertas. -Echó el enlace en su bolsillo, levantó la chaqueta del respaldo de su silla y salió.
– Nunca había trabajado con un caso frío antes.
– No pienses que está frío. -le dijo Eve. -Piensa que está abierto.
– Cuanto tiempo ha estado abierto este? -preguntó Peabody.
– Va para seis años.
– Si el tipo con que ella estaba teniendo el asunto extra-marital no ha aparecido en todo este tiempo, como vas a encontrarlo ahora?
– Un paso a la vez, Peabody. Lee las cartas.
Peabody las sacó de la bolsa de campo. Hacia la mitad de la primera nota, ella lanzó un Ouch! -Estas cosas son inflamables. -dijo, soplándose los dedos.
– Guárdalas.
– Estás bromeando? -Peabody meneó su trasero en el asiento. -No puedes detenerme ahora. Me estoy educando. -Ella continuó leyendo, abriendo mucho los ojos, tratando de tragar. -Jesus, creo que estoy teniendo un orgasmo.
– Gracias por compartir esa pieza de información. Que otra cosa puedes sacar de ellas?
– Una real admiración por la imaginación y la resistencia del Sr. C.
– Déjame reformular la pregunta. Que no puedes sacar de ellas?
– Bueno, él nunca pone su nombre completo. – Sabiendo que estaba olvidando algo, Peabody volvió a las cartas de nuevo. -No tienen sobre, por lo que deben haber sido entregadas en mano o por correo. -Suspiró- Me estoy sacando una D en esta clase. No sé que puedes haber visto aquí que yo no.
– Que yo no haya visto más es el punto. No hay referencia de cómo, cuando o donde se encontraban ellos. Como se hicieron amantes. No menciona donde se exprimieron el cerebro el uno al otro en varias atléticas posiciones. Eso hace que me detenga y piense.
En las nubes, Peabody meneó su cabeza. -En que?
– En la posibilidad de que nunca haya habido un Sr. C.
– Pero…
– Tienes a una mujer, -interrumpió Eve- casada por varios años, con un trabajo bueno y de responsabilidad, un círculo de amigos que mantiene, otra vez, por varios años. De acuerdo a todas las declaraciones ninguno de esos amigos tenían indicios de un romance. No en la forma en que ella se comportaba, hablaba, vivía. Ella no faltó al trabajo. Entonces cuando encontró lugar para esos atléticos jueguitos?
– El esposo viajaba casi regularmente.
– Es cierto, lo que abre la posibilidad para un romance si uno tiene esa inclinación. Todavía nuestra víctima exhibía todas las indicaciones de lealtad, responsabilidad, honestidad. Iba a trabajar, y volvía a casa. Salía en compañía de su esposo o con grupos de amigos. No hizo llamadas sin comprobar o cuestionables desde su hogar, su oficina o su enlace portátil. Como hacían ella y el Sr. C para discutir su próximo encuentro?
– En persona? Tal vez era alguien del trabajo.
– Tal vez.
– Pero tú no crees eso. Ok, ella parece estar bien comprometida con su matrimonio, pero los de afuera, a menudo amigos cercanos, no conocen realmente lo que pasa dentro de otro matrimonio. A veces el compañero tampoco lo sabe.
– Absolutamente cierto. El primario en esto concuerda contigo y tiene toda la razón para hacerlo.
– Pero tú no lo crees. -reconoció Peabody. -Crees que el esposo lo montó, hizo ver como que ella estaba engañándolo, entonces montó la coartada y volvió a casa para matarla, o lo mandó hacer?
– Es una opción. Por lo que vamos a ir a hablar con él.
Eve subió una rampa hacia el segundo nivel de un estacionamiento callejero, acomodando su vehículo entre un sedan y una bici-jet. -El trabaja fuera de su casa la mayoría del tiempo. Señaló hacia el edificio de apartamentos. -Veamos si está aquí.
El estaba en casa. Un hombre en forma y atractivo vistiendo shorts deportivos y una camiseta, y llevando una niñita en su cadera. Una mirada a la placa de Eve hizo aparecer una sombra en sus ojos. Una que tenía la textura del dolor.
– Es sobre Marsha? Tienen alguna novedad? -Hundió su cara, brevemente, en el cabello rubio, casi blanco, de la niña que cargaba. -Lo siento, entren. Ha pasado mucho tiempo desde que alguien se puso en contacto sobre lo sucedido. Si quieren sentarse, me gustaría dejar a mi hija en la otra habitación. Preferiría que ella no…
Movió su mano hacia el cabello de la niña. Protectoramente. – Sólo denme un minuto.
Eve esperó hasta que salieran de la habitación. -Que edad tendrá la niña, Peabody?
– Alrededor de dos, diría yo.
Eve asintió y se movió dentro del living. Había juguetes desparramados sobre el piso y pequeños muebles.
Escuchó una música alta, risitas infantiles y una firme demanda. -Papi! Jugar!
– En un ratito, Trade. Juega tú ahora, y cuando mami vuelva a casa tal vez vayamos al parque. Pero debes portarte bien mientras hablo con estas señoritas. De acuerdo?
– Hamacas?
– Puedes apostar.
Cuando el regresó, se pasó las manos por su cabello rubio oscuro. -No quiero que nos escuche hablar sobre Marsha, sobre lo que sucedió. Hubo alguna novedad? Finalmente lo encontraron?
– Lo siento, Sr. Stibbs. Es un seguimiento de rutina.
– Entonces no tienen nada? Yo esperaba… Supongo que es estúpido después de todo este tiempo pensar que lo encontrarían.
– Usted no tiene idea de quien estaba teniendo un romance con su esposa.
– No lo tenía. -El mordió las palabras, saltándole la furia a la cara y volviéndose duro. -No me importa lo que diga nadie. Ella no estaba teniendo un romance. Yo nunca creí… Al principio lo hice, supongo, cuando todo estaba loco y no podía pensar en firme. Marsha no era mentirosa, no me engañaba. Y me amaba.-
Cerró los ojos, pareciendo encerrarse en sí mismo. -Podemos sentarnos?
El se dejó caer en una silla. -Lamento haberme descargado con usted. No puedo estar con la gente hablando de Marsha. No puedo dejar que la gente, los amigos piensen eso de ella. No se merece eso.
– Se encontraron unas cartas en su cajón.
– No me importa de las cartas. Ella no me hubiera engañado. Nosotros teníamos…
El miró hacia atrás, hacia la habitación donde estaba cantando desentonadamente. -Mire, teníamos una buena vida sexual. Una de las razones por las que nos casamos tan jóvenes era porque no podíamos sacarnos las manos de encima el uno al otro, y Marsha pensaba fuertemente en el matrimonio. Le digo lo que yo pienso. -Se inclinó hacia delante. -Pienso que alguien estaba obsesionado con ella, fantaseaba o algo. Le debe haber enviado esas cartas. Nunca supe porque ella no me lo dijo. Tal vez, supongo que tal vez, ella no quería preocuparme. Pienso que él vino aquí cuando yo estaba en Columbus, y la asesinó porque no la podía tener.
Está registrando alto en el medidor de la sinceridad, pensó Eve. Muchas cosas podían ser fingidas, pero cual era el punto aquí? Porque insistir en que la víctima era pura cuando pintándola como adúltera servía al propósito? -Si ese fuera el caso, Sr. Stibbs, realmente no tiene idea de que persona podría ser?
– Ninguna. Estuve pensando sobre eso. Durante el primer año que pasó, pensé constantemente en algún otro. Quería creer que iba a ser encontrado y castigado, que habría alguna suerte de castigo por lo que hizo. Eramos felices, teniente. No habíamos tenido una maldita preocupación en el mundo. Y entonces, pasó eso. -El apretó los labios. -Sólo pasó.
– Lo siento, Sr. Stibbs. -Eve esperó un momento. – Es una niña muy linda.
– Trade? -Se pasó una mano sobre la cara como si quisiera regresar al presente. -La luz de mi vida.
– Volvió a casarse.
– Alrededor de tres años atrás. -Suspiró, sacudiendo levemente los hombros. -Maureen es grandiosa. Ella y Marsha eran amigas. Ella fue una de las pocas que me ayudó a pasar el primer año. No se donde hubiera ido sin ella.
Mientras él hablaba, la puerta del frente se abrió. Una bonita morocha con una bolsa de comestibles, la cerró de una patada. -Hey, equipo. Estoy en casa. No se imaginan lo que yo…
Se detuvo cuando vió a Eve y Peabody. Y cuando su mirada se centró en el uniforme, Eve vió el miedo pintarse en su cara.