Boyd pareció haberlo visto también, porque se levantó y se acercó a ella rápidamente. -No pasa nada. -Le tocó el brazo, en un ligero gesto de reafirmación antes de tomar las bolsas de ella. -Están aquí por lo de Marsha. Un seguimiento de rutina.
– Oh, bueno… Trade?
– En su habitación. Ella está…
Mientras él hablaba, la niña se disparó como una pequeña bala rubia, abrazándose a las piernas de su madre. -Mami! Vamos a las hamacas!
– Los vamos a dejar seguir con lo suyo tan pronto como sea posible. -dijo Eve. -Podríamos hablar con usted un momento, Sra. Stibbs?
– Lo siento, no se lo que yo puedo… Los alimentos.
– Tracie y yo podemos ocuparnos de ellos, no es así, compañera?
– Preferiría…
– Ella no cree que nosotros sepamos donde va cada cosa. -Boyd interrumpió a su esposa con un guiño hacia su hija. -Vamos a mostrárselo. Vamos, linda. Trabajo en la cocina.
La pequeña corrió delante de él, charlando en la extraña lengua extranjera de los niños.
– Lamento este inconveniente. -empezó Eve. Su mirada, fija en el rostro de Maureen, era tranquila, e inexpresiva. -Esto no nos va a llevar mucho. Usted era amiga de Marsha Stibbs?
– Si, de ambos, de ella y de Boyd. Esto es muy triste para Boyd.
– Si, estoy segura de que lo es. Por cuanto conoció a la Sra. Stibbs antes de su muerte?
– Un año, un poco más. -Ella miró desesperadamente hacia la cocina donde se sentían traqueteos y risas. -Ella se fue hace más de seis años ya. Tenemos que dejarlo atrás.
– Seis días, seis años, alguien tomó su vida. Eran íntimas?
– Eramos amigas. Marsha era muy extrovertida.
– Ella nunca le confió que se estaba viendo con algún otro?
Maureen abrió la boca, dudó, luego sacudió la cabeza. -No. Yo no sabía nada. Hablé con la policía cuando sucedió, y les dije todo lo que pude. Lo que sucedió fue horrible, pero esto no lo cambia. Tenemos una nueva vida ahora. Una buena vida, tranquila. Usted viene aquí con esto y sólo hace que Boyd sufra otra vez. No quiero que mi familia se moleste. Lo siento, pero me gustaría que se fueran ahora.
Fuera en el hall, Peabody miró hacia atrás mientras Eve caminaba hacia el elevador. -Ella sabe algo.
– Oh, si, ella sabe.
– Me imagino que vas a presionarla un poco.
– No en su casa. -Eve entró en el elevador. Ya estaba calculando, ya estaba reacomodando las piezas en el rompecabezas. -No con su hija aquí, y Stibbs. Marsha esperó hasta ahora, un poco más de tiempo no es problema para ella.
– Tú crees que él está limpio.
– Pienso… -Eve sacó el archivo en disco de su bolso, y se lo dio. -Tú podrías trabajarlo.
– Señor?
– Trabaja en el caso, Peabody. Ciérralo.
Con la mandíbula colgando, Peabody la miró. -Yo? Como primaria? En un homicidio?
– Puedes hacer el trabajo principalmente en tu propio tiempo, especialmente si conseguimos algún activo. Lee el archivo, estudia los reportes y declaraciones. Puedes rehacer las entrevistas. Conoces el paño.
– Me estás dando un caso a mí?
– Haces las preguntas, y las contestas. Puedo asesorarte cuando lo necesites. Dame copia de todos los datos y reportes del progreso.
Peabody sintió que la adrenalina surgía a través de su sangre, y los nervios le inundaban el estómago. -Sí, señor. Gracias. No voy a dejarla atrás.
– No debes dejar atrás a Marsha Stibbs.
Peabody abrazó el archivo contra su pecho como si fuera un niño amado. Y lo mantuvo ahí durante todo el camino de regreso a la Central.
Mientras salían desde el garage, Peabody le envió a Eve una larga mirada de costado. -Teniente?
– Hmm.
– Me pregunto si tal vez podría preguntarle a McNab si puede asistirme con los datos electrónicos. Los enlaces de la víctima, los discos de seguridad del edificio de apartamentos y todo eso.
Eve enterró sus manos en los bolsillos. -Es tu caso.
– Es mi caso. -repitió Peabody, con un susurro respetuoso. Estaba sonriendo, de oreja a oreja, cuando entraron al corredor que llevaba a la oficina de detectives.
– Que demonios es ese jaleo? -Las cejas de Eve se unieron, sus dedos danzaron instintivamente sobre su arma ante el sonido de golpes, silbidos y el retumbo general que salía de la División Homicidios.
Ella entró primero, revisando la habitación. Nadie estaba en su escritorio o cubículo. Al menos había una docena de debidamente autorizados oficiales de la ley apiñados en el centro de la habitación haciendo lo que sonaba sospechosamente como una fiesta.
Su nariz se movió. Olfateó delicias de panadería.
– Que demonios pasa aquí! -Tuvo que gritar y su voz apenas se sintió a través del estruendo. -Pearson, Baxter, Delricky! -A la vez que acompañaba esto con un rápido puñetazo en el hombro de Pearson, un codazo al estómago de Baxter mientras pasaba a través de la multitud, trató de conseguir algo de atención. -Están bajo la ilusión de que la muerte se ha tomado unas jodidas vacaciones? De donde demonios sacaron esa masas?
Mientras Eve señalaba con un dedo, Baxter se metió una entera en la boca. Como resultado, su explicación fue incoherente. El simplemente sonrió con la boca rodeada de glaseado y señaló.
Ella vió ahora masas, galletas, y lo que parecía haber sido un pastel antes de que una partida de lobos hubiera descendido sobre él. Y divisó a dos civiles en el medio de la partida. El hombre alto y escuálido y la mujer robusta y bonita sonreían de oreja a oreja y servían una suerte de líquido color rosa pálido de una enorme juguera.
– Deténganse! Cada uno de ustedes deténganse y regresen a sus asuntos. Esto no es un maldito servicio de té.
Antes de que pudiera abrirse camino hacia los civiles, escuchó el grito de Peabody.
Se volvió, el arma lista en su mano, y casi se cayó cuando su ayudante la hizo a un lado y se lanzó hacia los civiles.
El hombre la atrapó, y escuálido o no, se las arregló para levantar a la robusta Peabody sobre sus pies. La mujer se giró, su larga falda azul revoloteando cuando los envolvió en sus brazos haciendo un raro sandwich con Peabody.
– Esta es mi chica. Esta es mi DeeDee. El rostro del hombre relucía con obvia admiración, y la mano de Eve deslizó el arma en la funda y quedó colgando a un costado.
– Papi. -Con algo que sonó entre un sollozo y una risita, Peabody enterró la cara contra el cuello del hombre.
– Me ahogué. -Murmuró Baxter y atrapó otra masa. -Llegaron aquí hace alrededor de quince minutos. Trayendo esas cosas maravillosas con ellos. Hombre, esas cosas son letales. -agregó y se zampó la masa.
Eve tamborileó sus dedos en su muslo. -Que clase de pastel era ese?
Baxter sonrió. -Excepcional. -le dijo, y volvió detrás de su escritorio.
La mujer aflojó su abrazo mortal alrededor de la cintura de Peabody y se volvió. Era remarcablemente bonita, con el mismo cabello oscuro de su hija peinado en una larga cascada que caía por su espalda. Su falda azul caía sobre sencillas sandalias de soga. La blusa era larga y suelta de color manteca y tenía sobre ella al menos media docena de cadenas y pendientes.
Su cara era blanda como la de Peabody, con líneas del tiempo saliendo desde las esquinas de sus directos y brillantes ojos marrones. Se movió como una bailarina cuando cruzó hacia Eve con ambas manos extendidas.
– Usted es la teniente Dallas. Tenía que conocerla alguna vez. -Atrapó las manos de Eve con las suyas. -Soy Phoebe, la madre de Delia.
Sus manos eran cálidas, algo ásperas en las palmas, y tachonadas con anillos. Los brazaletes chocaron y tintinearon en sus muñecas.
– Encantada de conocerla, Sra. Peabody.
– Phoebe. -Ella sonrió, y aferrando aún las manos de Eve tiró de ella. -Sam, suelta a la chica y ven a conocer a la teniente Dallas.
El la soltó, pero mantuvo su brazo alrededor de los hombros de Peabody. -Estoy tan feliz de conocerla. -Tomó las manos de Eve, en la misma forma que su esposa. -Siento como si ya la conociera, con todas las cosas que Delia nos dijo de usted. Y Zeke. Nunca vamos a poder agradecerle bastante por lo que hizo por nuestro hijo.
Un poco incómoda con toda las buenas intenciones hacia ella, Eve liberó su mano. -Y como está él?
– Muy bien. Estoy seguro de que le hubiera enviado sus mejores deseos si hubiera sabido que veníamos.
El sonrió entonces, suave y fácilmente. Ella pudo ver el parecido ahora, entre él y el hermano de Peabody. La cara estrecha de apóstol, los ojos soñadores de color gris. Pero había un toque agudo en los ojos de Sam Peabody, algo que hizo que el cuello de Eve picara.
El hombre no era el cachorrito manso que era su hijo.
– Déle los míos cuando hable con él. Peabody, tómate un tiempo libre.
– Sí, señor. Gracias.
– Es muy amable de su parte. -dijo Phoebe. -Pienso si será posible para nosotros tener un poco de su tiempo. Usted debe estar ocupada. -dijo antes de que Eve pudiera hablar. -pero tengo la esperanza de que podamos comer juntos esta noche. Y con su esposo. Tenemos regalos para usted.
– No es necesario que nos de nada.
– Los regalos no son por obligación sino por afecto, y espero que ustedes los disfruten. Delia nos habló mucho sobre usted, y Roarke y su casa. Debe ser un lugar magnífico. Espero que Sam y yo tengamos oportunidad de verla.
Eve sintió que la caja se cerraba alrededor de ella, viendo que la tapa se cerraba lentamente. Y Phoebe sólo continuaba sonriendo serenamente mientras Peabody de repente miraba con ávido interés hacia el techo.
– Seguro. Ah. Podrían venir a cenar.
– Nos encantaría. Le queda bien a las ocho en punto?
– Sí, a las ocho está bien. Peabody conoce el camino. De todas formas, bienvenidos a New York. Tengo que hacer algunas… Cosas. -terminó pobremente y tratando de escapar.
– Teniente? Señor? Vayan saliendo. -murmuró Peabody a sus padres y salió detrás de Eve. Antes de que llegaran a la puerta de la oficina el nivel de ruido del salón se elevó otra vez.
– Ellos no pueden evitarlo. -dijo Peabody rápido. -Mi padre realmente ama la panadería y siempre están llevando comida a todos lados.
– Como demonios trajeron todo eso en un avión?
– Oh, ellos no vuelan. Han venido en su caravana. Cocinando todo el camino. -agregó con una sonrisa. -No son grandiosos?
– Si, pero debes decirles que no traigan masas cada vez cada vez que vengan a verte. Vamos a terminar con un puñado de detectives gordos en coma diabético.
– Rescaté una para tí. -Peabody sacó la masa que tenía detrás de su espalda. -Sólo voy a tomar un par de horas, Dallas, los voy a llevar para que instalen.
– Tómate el resto del día.
– Ok. Gracias. En serio. Um… -Ella hizo una mueca, luego cerró la puerta de la oficina. -Hay algo que debería decirte. Sobre mi madre. Ella tiene el poder.
– El poder de que?
– El poder de hacer que hagas cosas que no querías hacer, o no pensabas que querías hacer. Y ella hace que digas cosas que no pensabas decir. Y que jamás balbucearías.
– Yo no balbuceo.
– Lo harás. -dijo Peabody triste. -La amo. Es asombrosa, pero hace esas cosas. Ella sólo te mira y sabe.
Frunciendo el ceño, Eve se sentó. -Ella es una sensitiva?
– No. Mi padre lo es, pero es realmente estricto sobre no infrigir la privacidad de la gente. Ella es sólo… una madre. Es algo que viene con ser madre, pero ella lo tiene a paladas. Hombre, mamá ve todo, sabe todo, todas las reglas. La mitad del tiempo no sabes que ella lo hace. Como tú invitándolos a cenar esta noche, cuando nunca invitas a nadie a cenar.
– Lo hago también.
– Uh-uh. Roarke lo hace. Tú podrías haber dicho que estabas ocupada, o hey, bien, vamos a encontrarnos en algún restaurante o algo, pero ella quería ir a tu casa a cenar, así que tú se lo preguntaste.
Eve trató de no retorcerse en su silla. -Fui educada. Sé como serlo.
– No, fuiste atrapada por La Mirada. -Peabody sacudió la cabeza. -No tienes poder contra eso. Sólo pensé que debía decírtelo.
– Desaparece, Peabody.
– Desapareciendo, señor. Oh y um… -Ella dudó en la puerta. -Tengo una especie de cita con McNab esta noche, entonces él podría ir también a cenar. De esa forma, sabes, él podría conocerlos sin que fuera tan raro como sería de otra manera.
Eve se tomó la cabeza con las manos. -Jesus.
– Gracias! Te veo esta noche.
Sola, Eve frunció el ceño. Luego se comió la masa.
– Así que pintaron mi oficina, y se robaron mi caramelo. Otra vez. -En casa, en el espacioso living con sus antigüedades lustradas y brillantes cristales, Eve paseaba por la invaluable alfombra oriental. Roarke apenas había llegado a casa por lo que ella no había encontrado a nadie para quejarse en la hora anterior.
En lo que a ella concernía, un compañero que recibiera las quejas era uno de las grandes ventajas del matrimonio.
– Y Peabody terminó todo el papelerío mientras yo estaba fuera, por lo que no tengo nada que hacer.
– Ella debería estar avergonzada. Imagínate, tu ayudante haciendo el papeleo a tus espaldas.
– Guárdate tus comentarios de culo-listo, amigo, porque tienes algunas explicaciones que darme.
El juntó las piernas, cruzándolas por los tobillos. -Ah. Entonces Peabody y McNab disfrutaron de Bimini?
– Eres un caballero realmente generoso, no? Enviándolos fuera a alguna isla donde puedan correr desnudos y deslizarse por las cascadas.
– Tomaré eso como que pasaron un buen momento.
– Camas de gel. -murmuró ella. -Desnudos como monos.
– Disculpa?
Ella sacudió la cabeza. -Debes parar de interferir en esta… Cosa que están teniendo.
– Tal vez lo haga. -dijo él, perezosamente- Cuando tú dejes de ver la relación de ellos como una especie de bugaboo.
– Bugaboo? Que demonios es eso? -Frustada, se metió una mano en los cabellos. -No puedo ver esta cosa como un bugaboo porque nunca supe lo que eso significa. Los policías…
– Se merecen una vida. -interrumpió él- Como cualquier otro. Relájate, teniente. Nuestra Peabody tiene una buena cabeza sobre los hombros.
Lanzando un suspiro, Eve se dejó caer en una silla. -Bugaboo. -Resopló. -Eso probablemente no sea una palabra, y si lo es, es una palabra realmente estúpida. Le di un caso a ella hoy.
El la alcanzó sobre el espacio que los separaba para jugar con los dedos que ella tamborileaba sin descanso sobre su rodilla. -No mencionaste que hubieras tomado un caso hoy.
– No lo hice. Extraje uno de los archivos fríos. Seis años atrás. Mujer, bonita, joven, con un empleo en ascenso, casada. El esposo estaba fuera de la ciudad, regresó y la encontró a ella muerta en la bañera. Un homicidio pobremente disfrazado de auto-terminación o accidente. La coartada de él es sólida, y quedó limpio en un silbido. Todos los entrevistados dijeron que eran la pareja perfecta, felices como almejas.
– Alguna vez pensaste como podemos determinar la felicidad de las almejas?
– Le voy a dedicar a eso algunos pensamientos más tarde. De todas formas, había cartas ocultas en su cajón de la ropa interior. Cartas de sexo realmente explícitas de alguien que señalaba su nombre como C.
– Romance extramatrimonial, amante despechado, asesinato?
– El primario original pensó eso.
– Pero tú no?
– Nadie encontró nunca al tipo, nadie lo vió nunca, nadie que la conocía a ella la escuchó hablar del tipo. O por lo menos es lo que dijeron. Fui a ver al esposo, y conocí a su nueva esposa e hija. Una niña de poco más de dos años.
– Uno podría asumir, justificablemente, que después de un período de duelo, él siguió adelante, haciendo una nueva vida.
– Uno podría asumir. -replicó ella.
– No es lo que yo haría, por supuesto. Bajo similares circunstancias, yo me vería sin objetivos, un hombre destrozado, perdido para todo propósito.
Ella lo miró escéptica. -Es así?
– Naturalmente. Ahora se supone que tú dices algunas líneas sobre que no tendrías vida ni nada sin mí.
– Sí, sí. -Ella sonrió cuando él mordió los dedos con los que había estado jugando. -Entonces volviendo al mundo real. Creo que se como podría seguirlo. Un par de buenos y duros empujones y lo voy a sacar del frío.
– Pero preferiste en vez de empujar, dárselo a Peabody.
– Ella necesita experiencia. Un poco más de tiempo no es problema para Marsha Stibbs. Si Peabody se va por los canales equivocados, la puedo hacer regresar.
– Se debe haber emocionado.
– Cristo, tenía estrellas en los ojos.
Eso lo hizo sonreir. -Cual fue el primer caso que Feeney de puso en las manos?
– Thomas Carter. Entró en su sedan una bonita mañana, lo encendió, y el bastardo explotó, enviando pedazos de él volando por sobre todo el West Side. Casado, dos hijos, vendedor de seguros. Sin problemas en su pasado, sin enemigos, sin vicios peligrosos. Sin motivos. El caso se estancó, y se volvió frío. Feeney lo recuperó, y me dijo que lo trabajara.
– Y?
– Thomas Carter no era el objetivo. Thomas K. Carter, un traficante de ilegales de segunda línea con adicción al juego lo era. El cretino del asesino alquilado le pegó al hombre equivocado. -Ella miró hacia Roarke que seguía sonriéndole. -Y sí, recuerdo como me sentí cuando me pusieron en las manos el archivo y lo cerré.
– Eres una buena entrenadora, Eve, y una buena amiga.
– La amistad no tiene nada que ver con esto. Si no creyera que ella puede manejar el caso, no se lo hubiera dado.
– Esa es la parte del entrenador. La amistad es la parte que viene ahora.
– Cena. Que demonios vamos a hacer con ellos cuando no estemos comiendo?
– Eso se llama conversación. Socializar. Algunas personas en realidad tienen el hábito de hacer de ambas una práctica diaria.
– Sí, también algunas personas están locas. Probablemente te van a gustar los Peabody. Te dije que cuando volví a la Central, ellos estaban alimentando al corral con masas y galletas? Y pastel.
– Pastel? Que clase de pastel?
– No lo sé. Para el momento en que llegué todo lo que quedaba de él era la bandeja y pienso que alguien se la comió también. Pero las masas eran asombrosas. De todas formas. Peabody se metió en mi oficina y dijo todas esas cosas raras sobre su madre.
El jugaba con las puntas del pelo de Eve ahora, divirtiéndose con los mechones rubios. Entendía perfectamente la afirmación de Boyd Stibbs de no poder sacar las manos de encima de su mujer. -Supongo que aceptaron complacidos la invitación.
– Sí, se veían felices. Pero ella dijo que necesitaba advertirme que su madre tenía poderes.
– Wiccan?
– Uh-uh, y tampoco es la cosa del vudú Free-ager, sin embargo creo que ella dijo que su padre es un sensitivo. Dijo que su madre puede hacerte hacer cosas que necesariamente no harías o decir cosas que te guardarías para ti mismo. De acuerdo con Peabody, yo sólo le pregunté si querían cenar esta noche porque fui atrapada por La Mirada.
Intrigado, Roarke inclinó su cabeza. -Control de la mente?
– Me choca, pero ella dijo que era sólo una cosa de madre, y su madre era particularmente buena en eso. O algo así. No me hizo sentir nada a mi.
– Bueno, ninguno de nosotros sabe mucho sobre cosas de madres, no? Y como ella no es nuestra madre, imagino que estamos perfectamente a salvo de sus poderes maternales, o lo que sea que tenga.
– No estoy preocupada por eso, sólo te pasaba la advertencia.
Summerset, el mayordomo de Roarke y la plaga en la existencia de Eve, llegó a la puerta. Levantó la nariz, su rostro huesudo lleno de líneas de desaprobación. -Ese Chippendale es una mesa de café, teniente, no un apoyapié.
– Como puede usted caminar con ese palo en el culo? -Ella dejó sus pies donde estaban, apoyados confortablemente en la mesa. -Debe ser doloroso, o es lo que le hace andar de prisa?
– Sus invitados a cenar -dijo él, curvando sus labios. -han llegado.
– Gracias, Summerset. -Roarke se puso de pie. -Vamos a tomar los hors d’ouevres aquí. -Le tendió la mano a Eve.
Ella esperó, deliberadamente, hasta que Summerset saliera antes de bajar sus pies al piso.
– En interés de la buena camaradería, -empezó Roarke mientras se encaminaban hacia el vestíbulo, -podrías no mencionar el palo en el culo de Summerset por el resto de la noche?
– Ok. Si él me maltrata sólo se lo voy a sacar y le voy a pegar en la cabeza con él.
– Eso podría ser entretenido.
Summerset ya había abierto la puerta, y Sam Peabody le estrechaba la mano, sacudiéndosela en un amistoso saludo. -Es grandioso conocerlo. Gracias por recibirnos. Soy Sam y ésta es Phoebe. Es Summerset, no? DeeDee nos dijo que usted se encarga de la casa, y todo lo que hay en ella.
– Es correcto. Sra. Peabody. -dijo, asintiendo hacia Phoebe. -Oficial. Detective. Puedo ocuparme de sus cosas?
– No, gracias. -Phoebe aferró la caja que cargaba. -Los jardines del frente y los diseños son hermosos. Y tan inesperados en el medio de una de las ciudades más grandes del mundo.
– Si, y estamos totalmente complacidos con ello.
– Hola otra vez. -Phoebe sonrió a Eve mientras Summerset cerraba la puerta del frente. -Y Roarke. Tenías razón, Delia, es realmente espectacular.
– Mamá. -Peabody se atragantó con la palabra y el rubor se extendió por su rostro.
– Gracias- Roarke tomó la mano de Phoebe, llevándola a sus labios. -Es un cumplido que puedo devolver. Es maravilloso conocerla, Phoebe. Sam. -Se volvió, sacudiendo la mano que Sam le ofrecía. -Ustedes criaron una deliciosa y encantadora hija.
– La amamos. -Sam apretó los hombros de Peabody.
– También nosotros. Por favor, pasen. Pónganse cómodos.
El es tan bueno para ésto, pensó Eve mientras Roarke acomodaba a todos en el salón principal. Suave con el satén, brillante como cristal. En pocos momentos, todos tenían un trago en las manos y él estaba contestando preguntas sobre varias antigüedades y piezas de arte en la habitación.
Ya que él estaba tratando con los Peabody, Eve volvió su atención a McNab. El mago de la DDE estaba cubierto por lo que, se imaginó Eve, él consideraba su atuendo más conservador. Su centelleante camisa estaba metida dentro de los pantalones sueltos y sedosos en el mismo tono. Sus botas al tobillo eran también centelleantes. Ùna media docena de bonitos aros de oro desfilaban en el lóbulo de su oreja izquierda.
Llevaba su largo cabello rubio en una cola de caballo que le colgaba a la espalda. Y su bonita cara, notó Eve, era aproximadamente del color de la langosta hervida.
– Te olvidaste el bloqueador solar, McNab?
– Sólo una vez. -Hizo rodar sus ojos verdes. -Deberías ver mi culo.
– No. -Ella tomó un profundo trago de vino. -No debería.
– Sólo estoy conversando. Estoy un poco nervioso. Tú sabes. -El cabeceó hacia el padre de Peabody. -Es realmente raro tener una pequeña conversación con él cuando ambos sabemos que soy el que se está tirando a su hija. Más aún, es síquico, entonces me preocupa que si pienso sobre tirármela a ella, él sepa que estoy pensando en tirármela. Y eso también es raro.
– No debes pensar en eso.
– No puedo evitarlo. -Chasqueó McNab. -Soy un hombre.
Ella le miró el traje. -Es un rumor de todas formas.
– Discúlpeme. -Phoebe tocó el brazo de Eve. -Sam y yo queremos darles a usted y Roarke este regalo. -ofreció a Eve la caja. -Por su generosidad y amistad de los dos para con nuestra hija.
– Gracias. -Los regalos siempre la hacían sentir torpe. A pesar de haber estado casi un año con Roarke y su hábito de darle cosas, nunca sabía como recibirlos.
Tal vez eso era porque había pasado la mayor parte de su vida sin nadie que la quisiera bastante para darle un regalo.
Ella bajó la caja, tirando del sencillo lazo doble. Abrió la cubierta, rasgando el envoltorio. Acomodados adentro había dos esbeltos candeleros decorados con brillantes piedras en verde y púrpura que se fundían juntas.
– Son hermosos. En serio.
– Las piedras son fluoritas. -le dijo Sam. -Para limpiar el aura, la tranquilidad de la mente, la claridad de pensamiento. Nosotros pensamos, ya que ambos tienen demandantes y difíciles ocupaciones, que esta piedra podría ser muy beneficiosa.
– Son adorables. -Roarke acarició uno. -Exquisito trabajo artesanal. De ustedes?
Phoebe le envió una brillante sonrisa. -Los hicimos juntos.
– Entonces son doblemente preciosos. Gracias. Ustedes venden este trabajo?
– Alguna que otra vez. -dijo Sam.- Preferimos hacerlos para regalarlos.
– Yo los vendo cuando necesito venderlos. -apuntó Phoebe. -Sam es de corazón demasiado blando. Yo soy más práctica.
– Con su permiso. -Otra vez, Summerset se paró en la puerta. -La cena está servida.
Fue más fácil de lo que Eve pensaba. Eran gente agradable, interesante y entretenida. Y el orgullo de Peabody era tan obvio que era imposible no enternecerse con ellos.
– Nos preocupamos, por supuesto. -dijo Phoebe cuando empezaban con la ensalada de langosta, -cuando Dee nos dijo lo que quería hacer con su vida, y donde. Un trabajo peligroso en una ciudad peligrosa. -Ella sonrió a su hija a través de la mesa. -Pero entendimos que esa era su llamada, y confiamos en que haría un buen trabajo.
– Es una buena policía. -dijo Eve.
– Que es una buena policía? -ante el ceño fruncido de Eve, Phoebe hizo gestos. -Quiero decir, cual sería su particular definición de un buen policía?
– Alguien que respete la placa y la aguante, y no se detenga hasta que haga una diferencia.
– Si. -Phoebe asintió en aprobación. Sus ojos, oscuros y directos, permanecieron fijos en Eve.
Y aún cuando era tan calma, estar sabiendo que la miraba hizo que Eve quisiera moverse en su asiento, por lo que decidió que Phoebe sería un as en Entrevista.
– Para hacer una diferencia es que estamos todos aquí. -Phoebe levantó su vaso, haciendo gestos con él antes de sorber. -Algunos lo hacen con oraciones, otros con arte, con comercio. Y algunos con la ley. La gente a menudo piensa que los Free-Agers no creen en la ley, la ley de la tierra, digamos. Pero nosotros lo hacemos. Creemos en orden y balance, y en el derecho del individuo de conseguir vida y felicidad sin dañar a los demás. Cuando usted sostiene la ley, sostiene el balance para todos aquellos individuos que han sido dañados.
– El tomar una vida, algo que nunca he comprendido, hace un agujero en el mundo. -Sam puso una mano sobre la de su esposa. -Dee no nos dice mucho sobre su trabajo, los detalles de él. Pero sí dijo que usted hace una diferencia.
– Es mi trabajo.
– Y la estamos avergonzando. -dijo Phoebe levantando su vaso de vino. -Por lo que voy a cambiar de tema y decirle que hermosa casa tienen ustedes. -Se volvió hacia Roarke.-Espero que después de cenar podamos hacer una visita por ella.
– Tienen seis u ocho meses? -murmuró Eve.
– Eve se queja de que hay habitaciones que nosotros no conocemos todavía. -comentó Roarke.
– Pero usted lo hizo. -Phoebe levantó las cejas. -Usted las conoce a todas.
– Mis disculpas. -Summerset entró. -Tiene una llamada, teniente, desde Despacho.
– Lo siento. -Ella dejó la mesa, saliendo rápidamente.
Regresó en pocos minutos. Una mirada a su cara le dijo a Roarke iba a terminar la noche entreteniéndose por sus propios medios.
– Peabody, conmigo. Lo lamento. -Ella repasó caras, deteniéndose en la de Roarke. -Tenemos que irnos.
– Teniente? Quiere que las acompañe?
Ella miró atrás hacia McNab. -Puedo utilizarte. Vamos. Lo siento. -dijo otra vez.
– No te preocupes por esto. -Roarke se paró, deslizandole la punta de los dedos por la mejilla. -Cuídate, teniente.
– Claro.
– El riesgo del trabajo. -Roarke volvió a sentarse cuando quedó solo con Phoebe y Sam.
– Alguien ha muerto. -dijo Sam en voz alta.
– Sí, alguien ha muerto. Y ahora, -dijo Roarke. -ellos van a trabajar para encontrar el balance.