CAPITULO 4

Aunque era más de la una de la mañana cuando volvió a casa, Eve no se sorprendió de encontrar a Roarke en su oficina. Era raro que él durmiera más de cinco horas en una noche. También era raro que él no esperara levantado hasta que ella llegara a casa.

El trabajo era combustible para él, y ella lo sabía. Más que la obscena cantidad de dinero que hacía en un negocio, era el asunto en sí mismo, la planificación, la estrategia, la negociación, lo que impulsaba su interés y su energía.

El compraba porque las cosas estaban para ser compradas. Ella pensaba a menudo que las compañías, las fincas, las fábricas, los hoteles que él adquiría eran sus juguetes, pero bien sabía que era un hombre que tomaba sus juguetes muy, muy seriamente.

El había ampliado considerablemente los horizontes de ella desde que estaban juntos. Viajes, cultura, sociedad. Como se organizaba él para extraer tiempo para todo y más. El dinero no era nada para él, pensó, a menos que fuera disfrutado.

El hombre que dirigía un imperio comercial con un oportunismo más allá de lo razonable estaba sentado en su escritorio a la una y quince de la mañana, con un brandy junto a su mano, un gato gordo y ronroneante en su regazo y las mangas enrolladas mientras trabajaba en su computadora como cualquier oficinista mal pagado.

Y, pensó ella, lo disfrutaba.

– Estás en el medio de algo o estás jugando?

El levantó la mirada. -Un poco de ambos. Guardar datos y archivar. -ordenó a la computadora, luego se echó hacia atrás. -Los medios ya tienen tu homicidio. Lamenté escuchar sobre Walter Pettibone.

– Lo conocías?

– No demasiado. Pero lo bastante para apreciar su sentido de negocios y para saber que era un tipo de hombre agradable.

– Sí, todo el mundo amaba al bueno y viejo Walter.

– Los reportes de los medios dijeron que él colapsó durante una fiesta para celebrar su cumpleaños sesenta. Uno al que estábamos invitados, -agregó- Pero como no estaba precisamente seguro de cuando ibamos a regresar o con que humor, lo decliné. El asesinato no fue mencionado, sólo que la policía estaba investigando.

– Los buitres de los medios no tienen el informe oficial del EM todavía. Lo sé por mí misma. Es homicidio. Alguien le deslizó un poco de cianuro en su bebida. Que sabes sobre su ex esposa?

– No gran cosa. Creo que estuvieron casados por muchos años, y se divorciaron sin ningún escándalo. El se casó con alguna cosa joven y bonita un tiempo después. Hubo algunas sacudidas de cabeza sobre eso, pero el cotilleo murió bastante rápidamente. Walter no era de la clase de hombre para ser objetivo de chismorreo. No era bastante jugoso.

Eve se sentó, estirando las piernas. Cuando trató de acariciar a Galahad, el gato le gruñó por lo bajo. Con una mirada felina hacia Eve, sacudió la cola, se bajó y se alejó de ella.

– Está molesto porque no lo llevamos de vacaciones. -Roarke sofocó una sonrisa cuando Eve frunció el ceño detrás del gato. -El y yo hicimos un arreglo, pero aparentemente está manteniendo el rencor en lo que a ti concierne.

– Pequeño bastardo.

– Llamarlo con ese nombre no es la forma de reparar ofensas. Trata con atún fresco. Hace maravillas.

– No voy a sobornar a un maldito gato. -Ella levantó la voz, por cierto que la fiesta en cuestión estaba fuera de su alcance. -Si él no quiere que lo toque, bien. El quiere joderme porque… -Se detuvo cuando se escuchó si misma. -Jesus. Que estoy haciendo? Pettibone. Jugoso. Bueno, él era lo bastante jugoso para que alguien quisiera matarlo. Y en la forma en que lo hicieron, pagaron a un profesional.

– Un profesional liquidó a Walter Pettibone? -Roarke levantó una ceja. -Eso no se ve como un buen asunto.

– Una mujer consiguió trabajo con los camareros justo cerca del momento en que la actual Sra. Pettibone estaba planeando la gran fiesta sorpresa. La misma mujer trabajó en el asunto Pettibone, y le dio al chico del cumpleaños la copa de champán fatal. En la mano, personalmente, deseándole feliz cumpleaños. Se hizo atrás, pero permaneció en la habitación mientras él hacía su brindis, y bebía. Cuando se desplomó al suelo, ella salió del apartamento y puf! Se desvaneció.

Ella frunció un poco el ceño cuando Roarke se levantó, le sirvió un vaso de vino, y luego se sentó sobre el brazo de su silla.

– Gracias. Puse barredores en su casa, una casa que rentó dos días antes de tomar el trabajo de catering, y de la que se fue esta mañana. Una casa donde, de acuerdo a su vecina, ella pasaba poco tiempo. No hay huellas ni rastros de evidencia. Ni un jodido pelo perdido. Ella lo limpió. Fui a ver por mi misma. Un pequeño apartamento de una sola habitación, alquiler bajo, seguridad baja. Pero tenía cerrojos policiales instalados para mantener a los curiosos fuera.

– Estuviste viendo a… como es su nombre? Muffy? Twinkie?

– Bambi. Parece como si tuviera la capacidad mental de un brocoli, pero vamos a revisarla. Parece sinceramente una boba, pero ahora es una viuda boba realmente rica. Tal vez la ex esposa esperó su momento. -musitó Eve. -Jugando a ser agradable mientras trabajaba las cosas por fuera. Estuviste casada con un tipo por treinta años, hiciste una seria inversión. Podrías haberte irritado cuando él te dejó de lado.

– Voy a tenerlo en cuenta.

– Yo no voy a alquilar un asesino. -Ella lo miró al apetitoso rostro. -Te voy a dar la cortesía básica de asesinarte yo misma.

– Gracias, querida. -El se inclinó para besarle la cabeza. -Es reconfortante saber que te tomas interés personal en el asunto.

– Voy a chequear a la primera Sra. Pettibone en la mañana. Si ella hizo el contrato, es mi mejor enlace con esta Julie Dockport.

– Interesante. Una asesina profesional que selecciona el nombre de una prisión como apellido.

Ella se detuvo con el vaso de vino en los labios. -Que?

– El Centro de Rehabilitación Dockport. Creo que tengo un conocido que pasó algún tiempo en esas particulares instalaciones. -replicó mientras jugaba con el pelo de ella. -Creo que está en Illinois, o tal vez Indiana. Uno de esos lugares del Medio Oeste.

– Espera un minuto, espera un minuto. -Se paró de un salto. -Dockport. Veneno. Espera, espera. -Presionó los dedos sobre las sienes, exprimiéndolas por los datos.

– Julie. No, no Julie. Julianna. Julianna Dunne. Ocho, nueve años atrás. Justo después de que yo consiguiera mi escudo dorado. Envenenó a su esposo. Un gran recolector de fondos de caridad en la metrópoli. Yo trabajé en el caso. Era resbaladiza, muy hábil. Lo había hecho antes. Dos veces. Una en East Washington, otra en Chicago. Fue por eso que la atrapamos, por la de Chicago. Trabajé con el Departamento de Policía de Chicago. Estaba casada con un tipo rico, luego lo liquidó, tomó el dinero, y se reinventó a si misma para un próximo objetivo objetivo.

– Tú la enviaste ahí?

Distraída, ella sacudió la cabeza y continuó paseando. -Yo era parte de eso. No pude quebrarla en entrevista, nunca le saqué una confesión, pero teníamos bastante para una acusación, bastante para una condena. Mucho pesaron los test síquicos. Ella estaba tocada. Seriamente tocada. Odiaba a los hombres. Y al jurado no le gustó ella. Era jodidamente engreída, demasiado fría. Ellos le agregaron tres esposos muertos y cerca de medio billón de dólares y le direon de diez a veinte años. Fue lo mejor que pudimos conseguir y tuvimos suerte con eso.

– Tres asesinatos y le dieron diez a veinte?

Estaba recordando, en una suave marea ahora. -East Washington no pudo sujetarla. Lo que nosotros teníamos aquí se había estancado. Los abogados pidieron que los otros cargos cayeran y como la mayoría era circunstancial, tuvimos que tragárnoslos. Ella tuvo reducida por capacidad disminuída. Traumas de la infancia, blah, blah. Ella usó la mayor parte del dinero del primer esposo, lo único que podía usar legalmente, para disputar el trato y pagar el juicio y las apelaciones. Eso la jodió. Llevaron el juicio a Chicago, y yo fui ahí para el veredicto. Estoy segura de que fui ahí. Después, ella pidió hablar conmigo.

Ella se sentó detrás del escritorio, y pensó mientras lo miraba que Roarke sabía que ella estaba diez años atrás, y viendo a Julianna Dunne. -Dijo que ella sabía que yo era la responsable por su arresto, su condena. Los otros policías… espera un minuto. -murmuró y se envió atrás en el tiempo para escuchar la voz de Julianna.

– Los otros policías eran solo hombres, y ella nunca hubiera perdido una batalla con un hombre. Ella me respetaba, de mujer a mujer, y entendía que yo sólo había hecho mi trabajo. Y ella también. Estaba convencida de que yo llegaría a verlo eventualmente. Ibamos a hablar otra vez, cuando yo lo hiciera.

– Que le respondiste?

– Que si hubiera sido por mí, la hubiera encerrado por los tres asesinatos y nunca hubiera visto la luz del día otra vez. Que si yo era responsable por ponerla a ella donde estaba, bien por mí, pero si yo hubiera sido el juez, hubiera purgado tres condenas consecutivas de por vida. Y que esperaba que llegara a verlo eventualmente, porque no teníamos nada más que hablar.

– Claro, conciso y al punto, aun con tu reluciente nueva insignia dorada.

– Si, supongo. A ella no le gustó, ni un poco, pero sonrió y dijo que estaba segura de que la próxima vez que nos encontráramos yo iba a ver las cosas más claramente. Y eso es todo. El del catering va a transmitirnos los registros de empleo en la mañana. No puedo esperar tanto. Puedes meterte en ellos, sacar su foto y datos?

– De quien es el catering?

– El Sr. Markie.

– Excelente elección. -El se levantó y fue detrás del escritorio.

– Puedo usar yo esta otra unidad?

– Eres mi invitada. -El se sentó y empezó a trabajar.

Mientras él lo hacía, Eve ordenó subir los datos de Julianna Dunne. Repasó el texto que apareció en la pantalla de pared, escuchando con la mitad de un oído la información de respaldo mientras estudiaba la más reciente foto de identificación.

En el momento en que fue sacada la foto ella llevaba el pelo largo. Largo y delicadamente rubio iba bien con el rostro clásico y los rasgos. Su boca era blanda, un poco pesada arriba, nariz estrecha y perfecta. A pesar de una década en prisión, su piel se veía suave y cremosa.

Se veía, imaginó Eve, como una de esas glamorosas chicas de los viejos videos que Roarke disfrutaba tanto.

Liberada del Centro de Rehabilitación Dockport, febrero 17, 2059. Purgados ocho años, siete meses. Sentencia reducida por buena conducta. Sujeto alcanzó los requerimientos de rehabilitación. Cumplido mandamiento de control por sesenta días, firmado abril 18 por orden del oficial consejero de rehabilitación Otto Shultz, Chicago, sin restricciones. Residencia actual 29 Tercera Avenida, apartamento 605, ciudad de New York.

– Nada más -comentó Eve.

– Tus datos, teniente. -dijo Roarke y las puso en la siguiente pantalla de pared.

Ella estudió las imágenes de Julianna una junto a la otra. -Se cortó el cabello, lo tiñó de rojo, cambió el color de ojos. No se parecen en mucho más. Esto no encaja con su vieja pauta. Registramos su dirección correcta, aunque temporaria. Julianna llegó a un punto y lo cruzó. Porque haría lo que hizo con Walter Pettibone?

– Crees que ella se volvió profesional?

– Le gusta el dinero, -murmuró Eve. -Eso, no sé, alimenta alguna necesidad. La misma necesidad que alimenta asesinando hombres. Pero no concuerda con su vieja pauta. El punto es, que ella regresó, y asesinó a Pettibone. Tengo que actualizar todos los puntos.

– Has considerado que haya regresado aquí, asesinado aquí, por tu causa?

Eve suspiró. -Tal vez. Eso significaría que yo le dejé una impresión del infierno en ella todos esos años atrás.

– Tú tiendes a dejar una impresión.-

Ya que ella no pudo pensar en una respuesta, sacó su comunicador y ordenó un boletín con todos los nuevos puntos sobre Julianna Dunne.

– Si está siguiendo la vieja pauta, ya estará fuera de la ciudad. Pero la atrapamos una vez, vamos a atraparle de nuevo. Necesito meter a Feeney en esto. Eramos compañeros cuando la atrapamos.

– Si bien le tengo aprecio, espero que no intentes hacerlo hasta la mañana.

– Sí. -le dió una ojeada a su unidad de muñeca. -No se puede hacer nada más por esta noche.

– No lo sé. -El rodeo su escritorio, y deslizó sus brazos sobre ella. -Puedo pensar en algo.

– Generalmente lo haces.

– Porque no vamos a la cama, y te desnudo. Luego vemos si tú piensas en algo también.

– Supongo que es razonable. -empezó a salir con él. -No te pregunté: como siguió el resto del asunto con los Peabody?

– Mmm. Bien.

– Me lo imaginaba. Te manejas con los desconocidos mejor que yo. Oye, supe que ellos se iban a quedar en su caravana, en la que viajaron hasta acá, y no es una buena idea. Pensé que ya que tienes hoteles y todo eso podrías conseguirles una habitación.

– Eso no va a ser necesario.

– Bueno sí, porque si ellos acampan en esa cosa en la calle o en algún lugar, la policía los va a citar, tal vez los desalojen. No pueden quedarse con Peabody porque su casa es pequeña. Consígueles una habitación vacía en un hotel o algún departamento que puedan usar.

– Me imagino que puedo hacerlo, sí, pero… -En la puerta del dormitorio, él la empujó adentro, hacia la cama. -Eve.

Ella empezó a sentir una mala espina. -Que?

– Tú me amas?

Realmente una mala espina. -Tal vez.

El bajó su boca hacia ella, besándola suave y profundo. -Sólo dí que sí.

– No voy a decir que sí hasta que sepa porque estás preguntando.

– Tal vez porque estoy inseguro, y necesito, y quiero tranquilizarme.

– Mi culo.

– Sí, quiero tu culo también, pero primero está la cuestión de tu grandioso, generoso e incondicional amor por mi.

Ella lo dejó que la despojara del arnés con el arma, notando que la ponía bien fuera de su alcance antes de volverse y desprenderle los botones de la camisa. -Quien dijo que era incondicional? No recuerdo haber incluído esa cláusula en el trato.

– Porque será que tu cuerpo es una constante fascinación para mí? -El le pasó los dedos ligeramente por los pechos. -Es tan firme y suave a la vez.

– Estás dando vueltas. Y tú nunca lo haces. -Ella le aferró las muñecas antes que pudiera terminar el trabajo de distracción. -Hiciste algo. Que hiciste… -La realidad la golpeó y su mandíbula cayó casi hasta los pies. -Oh mi Dios.

– No se como fue que sucedió, precisamente. Realmente no puedo decir como fue que los padres de Peabody están ahora instalados en la habitación de invitados del tercer piso. Ala este.

– Aquí? Se quedaron aquí? Les dijiste si querían quedarse aquí? Con nosotros?

– No estoy seguro.

– Que quieres decir con no estoy seguro? Se lo preguntaste o no?

– No es el punto empezar una discusión -Uno debía, como él sabía muy bien, cambiar a la ofensiva cuando la defensa se caía. -Tú fuiste la que los invitó a cenar, después de todo.

– A cenar, -siseó ella, como si pudieran escucharla en el ala este. -Una comida no viene con privilegios para dormir. Roarke, son los Peabody. Que demonios vamos a hacer con ellos?

– Yo tampoco sé. -El humor reapareció en sus ojos, y se sentó sonriendo. -No soy fácil de convencer. Tú lo sabes. Y te juro que aún ahora no estoy seguro de cómo lo organizó ella, pienso que lo tenía organizado, y lo hizo, cuando los estaba entreteniendo después de cenar y Phoebe pidió recorrer la casa. Estaba diciendo que debe ser agradable tener tantas habitaciones adorables, y que confortable y hogareño era todo a pesar del tamaño y el espacio. Y estábamos en el ala este y ella deambulaba por una de las habitaciones de invitados y fue hacia la ventana y dijo que había una maravillosa vista de los jardines. Y mira, Sam, no es una vista maravillosa y todo eso. Extrañaba sus flores, me dijo. Y yo dije algo sobre que era bienvenida a recorrer el jardín si quería.

– Y como fue que llegaste de caminar por los jardines a dormir en la habitación de invitados?

– Ella me miró.

– Y?

– Ella me miró, -repitió con una especie de atontada fascinación- y desde ahí es difícil de explicar. Ella decía que reconfortante era para ellos saber que su Delia tenía tan buenos amigos, almas generosas y algo por el estilo. Y cuanto significaba tener este momento para llegar a conocer a esos amigos. Antes de que me diera cuenta estaba haciendo arreglos para que sus cosas fueran recogidas, y ella me estaba dando un beso de buenas noches.

– Peabody dijo que ella tenía el poder.

– Yo te lo digo ahora, la mujer tiene algo. No es mi imaginación. Es una casa grande y ellos me gustan bastante. Pero, por Cristo, usualmente sé lo que voy a decir antes de que salgo de mi boca.

Divertida, ella se le acercó, enganchando sus brazos en el cuello de él. -ella te hizo un hechizo. Estoy un poco apenada por no darme cuenta.

– Ah, lo ves? Tú me amas.

– Problemente.

Estaba sonriendo cuando lo hizo rodar con ella en la cama.


En la mañana, Eve dedicó treinta minutos a trabajar en el gimnasio, y los terminó con unas vueltas en la piscina. Cuando disponía del tiempo, era una rutina invariablemente instalada en su mente y hacía que su sangre se moviera. Para el momento en que pasó la décima vuelta, ya había delineado los próximos pasos en el caso Pettibone.

Seguir tras Julianna Dunne era prioritario, y eso significaba excavar en los viejos archivos, dándole una dura mirada a pautas, asociaciones, rutinas y hábitos. Eso implicaba, muy probablemente, una gira a Dockport, para entrevistar a los internos o guardias con los que Julianna hubiera tenido una relación.

En lo que la memoria servía, Julianna estaba muy capacitada para mantenerse por sí misma.

La siguiente prioridad era el motivo. Quien quería la muerte de Pettibone? Quien se beneficiaba. Su esposa, sus hijos. Posiblemente un competidor en los negocios.

Una mujer que se veía como Bambi podría tener otro hombre en su vida. Vería por ese lado. Un antiguo amante celoso. O un plan a largo plazo para enganchar al viejo rico, envolverlo y luego eliminarlo.

Luego estaba la ex esposa, que podría obtenido revancha y satisfacción pagándole por dejarla a un lado.

Podía ser que Pettibone no fuera el santo que parecía ser. Podía hacer conocido a Julianna. Podía haber sido uno de sus potenciales objetivos un década atrás, alguien que hubiera seducido con un romance. O ella podía haberlo investigado mientras estaba en prisión, para jugar con él cuando fuera liberada.

Ese ángulo estaba alto en su lista, y era demasiado pronto para descartar cualquier posibilidad.

Para conocer al asesino, conoce a la víctima, pensó. Para conocer al asesino, o encontrar el motivo, tenía que saber más sobre Pettibone. Y verse a sí misma como Julianna Dunne.

Al final de la vuelta veinte, sintiéndose suelta y relajada, se echó el pelo hacia atrás y se paró en la parte baja de la piscina. Ahí empezó a bracear, moviéndose como a través de una jungla de plantas. Adelantando la cabeza, empujando con el cuerpo.

– Bueno, si esto es lo que los tipos malos ven antes de que los arreste, no imagino como no caen de rodillas pidiendo clemencia.

Phoebe entró caminando, llevando una toalla. -Lo siento, -agregó- Sé que no me escuchó cuando entré. Me detuve a observarla. Nada como un pez, en el mejor sentido de la palabra.

Porque estaba tan desnuda como un pez, Eve tomó la toalla, envolviéndose rápidamente en ella. -Gracias.

– Roarke dijo que usted había bajado aquí. Le traje un poco de café. -Le dejó una taza de gran tamaño sobre la mesa. -Y una de las asombrosas medialunas de Sam. Quería tener un momento para agradecerle por su hospitalidad.

– No hay problema. Ustedes, ah, están bien instalados?

– Es difícil estar de otra manera aquí. Tiene un minuto, o está apurada?

– Bueno, yo…

– La medialuna es recién hecha. -Ella le alcanzó el plato, lo bastante cerca para la fragancia la hipnotizara. -Sam se encargó de encantar a Summerset para que lo dejar usar la cocina.

– Puedo tomarme un minuto. -Porque ponerse una bata significaba sacarse la toalla primero, se sentó como estaba. Y porque Phoebe la estaba observando, rompió una esquina de la medialuna.

– Grandiosa. -E inmediatamente comió otro pedazo.- Realmente grandiosa.

– Sam es un cocinero brillante. Eve, puedo llamarla Eve? Sé que la mayoría no lo hace.

Tal vez era por la tranquila mirada, o el tono de la voz, o la combinación de ambas, pero Eve dejó de retorcerse en la silla. -Seguro, está bien.

– La estoy incomodando. No deseo hacerlo.

– No, usted… -Ella se retorció. -Es que no soy buena con la gente.

– No creo que eso sea cierto. Usted ha sido buena con Delia. Excepcionalmente buena. Y no me diga que es sólo por el trabajo, porque sé que no lo es. -Phoebe tomó una taza de té, observando a Eve mientras bebía. -Eso fue un cambio para ella el año pasado. Ella ha crecido, como persona. Dee siempre pareció saber lo que quería hacer, lo que quería ser, pero desde que está trabajando con usted encontró su lugar. Tiene más confianza, lamentablemente en cierta forma, creo que es por las cosas que ha visto y hecho. Pero la ha endurecido. Sus cartas y llamadas hablan siempre de usted. Imagino que sabe lo mucho que significa para ella que la haga participar en lo que usted hace.

– Escuche, Sra. Peabody… Phoebe… -corrigió- Yo no hice… Yo no tengo… -Ella suspiró- Voy a decirle algo sobre Peabody, y no quiero que se lo diga a ella.

Los labios de Phoebe se curvaron. -De acuerdo. Lo que me diga va a quedar entre nosotros.

– Ella tiene buen ojo y un cerebro rápido. La mayoría de los policías lo tienen o no durarían mucho. Tiene buena memoria, por lo que no tienes que perder tiempo sobre el mismo tema con ella. Sabe lo que significa servir y proteger, lo que realmente significa. Eso hace una diferencia en que clase de policía quieres llegar a ser. Yo pasé un largo tiempo trabajando sola. Me gustaba de esa forma. No había nadie que yo quisiera conmigo después que mi antiguo compañero fuera transferido a DDE.

– El Capitán Feeney.

– Sí, cuando Feeney consiguió sus barras y se fue a la DDE, yo trabajé sola. Luego me crucé con Peabody, toda chispeante y pulcra y con su sarcasmo disimulado. Yo no quería tener una uniformada. Nunca intenté ser entrenador de nadie. Pero… ella es una chispa. No sé de que otra forma decirlo. Tú no ves este tipo de cosas cada día en el trabajo. Ella quería ir a Homicidios, y me imagino que los muertos necesitan toda la chispa que puedan tener. Lo hubiera conseguido sin mí. Sólo le dí un impulso.

– Gracias. Me preocupo por ella. Es una mujer crecida, pero es mi niñita. Siempre lo será. Es la maternidad. Pero me voy a preocupar menos después de lo que usted me dijo. Supongo que no querrá decirme lo que piensa de Ian McNab.

Algo parecido al pánico se cruzó en la garganta de Eve. -Es un buen policía.

Phoebe echó atrás la cabeza y rió hasta el que el rico y divertido sonido llenó la habitación. -Como sabía yo que usted diría eso? No se preocupe, Eve, él me gusta mucho, más aún desde que él metido de amor con mi pequeña.

– Metido en las sábanas está. -murmuró Eve.

– Ahora, sé que necesita ir a trabajar, pero tengo un regalo para usted.

– Ya nos dió un regalo.

– Ese era de parte de mi hombre y mío para usted y su hombre. Este de mi parte para usted. -Ella se volvió para tomar una caja puesta en el piso, y la puso sobre el regazo de Eve. -Los regalos no debería ponerla nerviosa. Sólo tiene que tomarlos, por aprecio o por afecto. Ambos en este caso. Lo traje conmigo antes de estar completamente segura de que veníamos camino a New York. Antes de estar completamente segura de dárselo. Tenía que conocerla primero. Por favor, ábralo.

Sin otra salida, Eve abrió la cubierta. Adentro había una estatua de mujer, tal vez de más de ocho pulgadas, esculpida en un cristal casi transparente. Su cabeza estaba echada hacia atrás, por lo su cabello le caía por la espalda casi hasta los pies. Los ojos estaban cerrados, la boca abierta en una tranquila sonrisa. Tenía los brazos a los costados, con las palmas levantadas.

– Es la diosa- -explicó Phoebe. -Tallada en alabastro. Representa la fuerza, el coraje, la prudencia, la compasión que es únicamente femenina.

– Es estupenda. -Levantándola, Eve observó que la luz que entraba por las ventanas brillaba en la figura tallada. -Parece vieja, en una buena forma. -agregó rápidamente e hizo reir a Phoebe otra vez.

– Si, es vieja, en una buena forma. Era de mi tatarabuela. Fue pasando de mano en mano, de mujer a mujer hasta que llegó a mi. Y ahora a usted.

– Es hermosa. Realmente. Pero no puedo quedármela. Es algo que usted necesita mantener en su familia.

– Phoebe extendió el brazo, poniendo una mano sobre las de Eve, que tenía sobre la estatua. -La estoy manteniendo en mi familia.


Su oficina en la Central era demasiado pequeña para un encuentro donde dos de más personas estuvieran involucradas. Su llamada para reservar una sala de conferencias terminó en una corta, amarga e insatisfactoria discusión.

Con sus opciones reducidas, ella se reorganizó y programó la reunión en la oficina de su casa.

– Problemas, teniente? -preguntó Roarke entrando desde su oficina a la de ella.

– No hay salas de conferencia disponibles hasta las cuatro? Eso es una mierda.

– Eso es lo que te escuché decir, bastante brutalmente, en el enlace. Tengo que irme al centro. -Se acercó, deslizando la punta de sus dedos a lo largo de la hendidura de su barbilla. -Hay algo que pueda hacer por ti antes de irme?

– Ya lo arreglé

Bajó los labios hacia los de ella, entreniéndose ahí. -No debería demorarme. -El retrocedió, y divisó la estatua sobre el escritorio. -Que es esto?

– Me lo dió Phoebe.

– Alabastro. -dijo cuando la levantó. -Es adorable. Una diosa de alguna clase. Te la dio a ti.

– Sí, es para mí. La diosa de los policías. -Miró fijamente la cara tranquila y serena de la estatua, recordando haber quedado atrapada en la tranquila y serena cara de Phoebe Peabody. -Me estuvo diciendo cosas. Creo que son los ojos. Si quieres mantener tus pensamientos para ti mismo, nunca la mires directamente a los ojos.

El rió y puso la estatua en su lugar otra vez. -Me imagino a un número de personas diciendo exactamente lo mismo de ti.

Era algo para pensarlo, pero tenía trabajo que hacer. Sacó archivos, repartiendo datos en varias pantallas, buceando luego en el registro de Julianna Dunne.

Ya había hecho una segunda página de nuevas notas cuando Peabody y McNab llegaron. -Hagan la incursión al AutoChef ahora -ordenó sin levantar la vista. -Los quiero instalados cuando llegue Feeney.

– Tienes un nuevo enfoque? -preguntó Peabody.

– Quiero reunir a todos a la vez. Necesito más café aquí.

– Sí, señor. -cuando Peabody trató de alcanzar la taza vacía de Eve, vió la estatua. -Te dio la diosa.

Ella levantó la vista ahora, y ante su terror, vió lágrimas brotando de los ojos de Peabody. McNab las había visto también. El murmuró, -cosas de chicas- y desapareció en la cocina adjunta.

– Escucha, Peabody, en cuanto a eso…

– Y la pusiste en tu escritorio.

– Sí, bueno… Me imagino que se suponía que era para ti, así que…

– No, señor. -Su voz era temblorosa cuando levantó los ojos empapados hacia Eve. Y sonrió. -Ella te la dio, y eso significa que confía en ti. Te acepta. Eres de la familia. Y tú la pusiste aquí, justo en tu escritorio, y eso significa que lo aceptas. Es muy emocionante para mí -agregó y sacó un pañuelo. -Te amo, Dallas.

– Oh, diablos. Si tratas de besarme, te corto la cabeza.

Peabody lanzó una húmeda risa y se sonó la nariz. -No estaba segura de que ibas a hablar conmigo esta mañana. Papá llamó y dijo que se estaban quedando aquí.

– Tu madre le puso el hechizo a Roarke. Eso fue lo que pasó.

– Sí, puedo imaginarlo. No estás molesta?

– Sam hizo medialunas esta mañana. Tu madre me llevó una, con café.

La sonrisa iluminó la cara de Peabody. -Está todo bien entonces.

– Aparentemente. -Eve levantó la taza, frunciendo los labios al mirar adentro. -Pero parece que no tengo café en este momento. Como puede ser?

– Voy a corregir ese descuido inmediatamente, teniente. -Peabody recuperó la tasa, y dudó. -Un, Dallas? Bendiciones para ti.

– Que?

– Lo siento, no puedo evitarlo. El entrenamiento Free-ager. Es sólo… Gracias. Por todo. Gracias.


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