CAPITULO 14

El ignoró su requerimiento de ir derecho a la central de policía y condujo al hotel, uno de los suyos, donde la suite del propietario estaba preparada para ellos.

El hecho de que ella estaviera tan cansada para discutir le dijo que él tenía razón, otra vez. Necesitaba tiempo para encontrarse consigo misma-.

Ella pasó a través del enorme vestíbulo hacia el igualmente suntuoso dormitorio principal y dejó a Roarke tratando con el encargado. Ya se había desnudado cuando él entró.

– Necesito una ducha. Necesito… Necesito sentirme limpia.

– Vas a necesitar algo de comida cuando salgas. Que prefieres?

– Puedes esperar para eso? -Estaba repentina y deseperadamente necesitada de chorros de agua caliente, de oleadas de limpio y fragante jabón.

– Voy a estar en la otra habitación entonces.

La dejó sola más por él que por ella. La rabia que había mantenido encadenada estaba amenazando con estallar. Quería usar sus puños en algo. Golpear con ellos hasta que sus brazos aullaran por descanso.

Ella se duchaba, pensó, con agua brutalmente caliente, porque había sido forzada a lavarse con agua fría. El no quería que tuviera frío nunca más, que temblara como había temblado en esa habitación donde los fantasmas, la ferocidad de ellos, había sido tan tangible que los había sentido él mismo.

Observándola revivir esa noche, como ella lo hacía a menudo en sus sueños, lo había partido en dos. Lo había dejado desvalido, indefenso, y con una violencia nacida de la furia que tenía que ventilar ahí mismo.

Haberla engendrado y criado, golpeado y violado, todo por venderla para otra humillación. Que dios hacía criaturas como esas y las dejaba hacer presa de un inocente?

Bullendo de rabia, se deshizo de su camisa y entró en la pequeña área de ejercicios. Puso la bolsa de entrenamiento en su lugar. Y la atacó con los puños.

Con cada golpe su enfado crecía, diseminándose a través de él como un cáncer. La bolsa era una cara que él no conocía. El padre de ella. Luego su propio padre. El la atacó con una furia concentrada que florecía en odio. Golpeó y golpeó, hasta que la niebla negra de ese odio le estrechó la visión. Golpeó y golpeó, hasta que sus nudillos quedaron en carne viva y manaron sangre.

Y aún así no pudo matarlo.

Cuando la correa que soportaba la bolsa se cortó, y ésta se estampó contra la pared, él miró alrededor por algo más para martillear.

Y la vió parada en la puerta.

Estaba envuelta en una de las batas blancas del hotel. Sus mejillas habían recuperado algo de color.

– Debería haber pensado como te iba a hacer sentir esto. Y no lo hice. -El torso de él brillaba por el sudor. Sus manos sangraban. Cuando la vió, su corazón se estremeció.

– No se que puedo hacer por ti. -La voz era densa por la emoción, con el acento que tomaba cuando sus defensas estaban comprometidas. -No sé que decirte.

Cuando ella dió un paso hacia él, Roarke negó con la cabeza y retrocedió. -No, no puedo tocarte ahora. No soy yo mismo. Puedo romperte por la mitad. Puedo hacerlo. -Su voz chasqueó cuando ella dió el siguiente paso.

Se detuvo. Porque entendía que no era sólo ella lo que podía ser roto. -Esto te dolió a ti tanto como a mi. Lo olvidé.

– Quiero matarlo, y él ya está muerto. -Flexionó sus nudillos lastimados. -Así que no puedo hacer nada. Quiero pegarle con mis puños en el rostro, quisiera haberle sacado el corazón del pecho antes de que pusiera tus manos sobre ti. Daría todo lo que tengo por hacerlo. En cambio, no puedo hacer nada.

– Roarke…

– Mi padre estuvo ahí. -Levantó la cabeza, encontró los ojos de ella. -Tal vez en esa misma habitación. Ahora sabemos eso. No sé si sus variados y obscenos apetitos incluían a las niñas, pero si la sincronización hubiera sido un poco diferente, podrías haber sido vendida a él. -El asintió, leyendo su rostro. -Veo que también se te había ocurrido a ti.

– Eso no sucedió. Ya pasamos bastante para que encima agreguemos eso. Y no digas que no haces nada. La mayor parte de mi vida mantuve todo esto enterrado, en la oscuridad. Recordé más en el pasado año que en todos los años anteriores. Porque tú estabas ahí, yo pude enfrentarlo. No sé si es todo lo que recordaré. No sé si es todo lo que quiero recordar. Y después de hoy, sé que nunca va a volver a ser de esta forma. Lo siento aquí.

Apretó una mano entre sus pechos. -Lo siento aquí, dentro de mi, se rompió a pedazos. Pero pude hacerlo porque estabas ahí. Porque sabes lo que se siente. Eres el único que realmente lo sabe. Y porque amas lo suficiente para sentirlo. Cuando tú me miras, y yo lo veo, puedo hacer cualquier cosa.

Dió el último paso hacia él, le deslizó los brazos alrededor, lo atrajo hacia ella. -Ven conmigo.

El hundió el rostro en su cabello. Sus brazos la envolvieron, uniéndolos con fuerza mientras la furia drenaba fuera de él. -Eve.

– Sólo ven conmigo. -Le acarició la mejilla con los labios, encontró su boca. Se vertió entera en él.

Todo dentro de él se abrió para ella, se abrió hacia ella y eso le llenó los rincones oscuros. La violencia que vivía con ellos se encogió y retrocedió.

Boca contra boca, él la levantó, acunándola por un momento. Como ti tuviera algo precioso. Algo raro. La cargó dentro del dormitorio donde el fuerte sol relucía a través de los cristales.

Ellos podían amarse en la luz. La depositó sobre el amplio lecho, centrándola en el blando tejido. Quería darle suavidad, comodidad, y la belleza de la que habían carecido una vez. Necesitaba darle la belleza de lo que ese acto significaba, una belleza tan fuerte que pudiera sofocar la fealdad en lo que algunos lo convertían.

Las manos que había golpeado con rabia hasta sangrar eran gentiles cuando la tocaron.

Fue ella la que tiró de él, atrayéndolo. La que suspiró cuando él suspiró. Podían reconfortarse el uno al otro ahora.

Los labios de ella encontraron los de él, entregándose. La suavidad, la dulzura de la cópula. Le recorrió la espalda con las manos, a lo largo del duro borde de los músculos cuando su cuerpo se acomodó sobre ella.

Ella amaba el peso de él, las líneas y planos, el olor y el sabor de él. Cuando los labios de él vagaron por su garganta, volvió la cabeza para darles más.

Había mucha ternura, besos exhuberantes, suaves y deslizantes caricias. Y calidez, brillando sobre la piel, y luego debajo de ella hasta que los huesos se disolvieron.

El abrió la bata, haciendo un camino de perezosos besos sobre su carne. Poniéndose sobre ella, trazó con los dedos las sutiles curvas, insistiendo cuando ella suspiraba o temblaba. Y observando con placer como el color florecía en el rostro de ella.

– Querida Eve. -Los labios encontraron los de ella otra vez, frotándolos gentilmente. -Tan hermosa.

– Yo no soy hermosa.

Lo sintió sonreir contra su boca. -Este no es el momento de discutir con un hombre. -Cerró una mano sobre su pecho, echandose atrás para mirarla. -Pequeño y firme. -Movió el pulgar sobre el pezón, oyéndola contener el aliento. -Esos ojos tuyos, como oro viejo. Es fascinante como ven todo lo que soy cuando te miro.

Bajó la cabeza para mordisquearle la boca. -Labios suaves. Irresistible. Mandíbula terca, siempre lista para recibir un golpe. -Deslizó la lengua sobre la hendidura superficial. -Amo este lugar de aquí, y este -susurró, bajando con sus labios hacia la mandíbula.

– Mi Eve, tan alta y delgada. -hizo correr su mano bajando por el cuerpo de ella. Y cuando la cubrió, estaba ya caliente y húmeda. -Vamos, querida. Déjate ir.

Ella lo hizo, impotente, con el tranquilo gemido que era para ambos placer y rendición.

El la hacía sentir hermosa. La hacía sentir limpia. La hacía sentir completa. Se estiró para alcanzarlo, rodando con él en una suerte de danza sin ardor y sin prisa. El sol salpicaba sobre ellos mientras el aire se volvía denso con suspiros y susurros. Ella tocaba, saboreaba y daba como el lo hacía. Se perdió cuando él lo hizo.

Cuando se elevó hacia él, cuando él se deslizó dentro de ella, su visión se borroneó con lágrimas.

– No lo hagas. -Presionó su mejilla contra ella. -Ah, no.

– No. -Ella enmarcó su rostro, dejando salir las lágrimas. -Está bien. Es tan perfecto. Puedes verlo? -Se elevó hacia él otra vez. -Puedes sentirlo? -Sonrió mientras las lágrimas brillaban en sus mejillas. -Tú me haces hermosa.

Mantuvo el rostro de él en sus manos mientras se movían juntos, en un sedoso deslizamiento. Cuando lo sintió estremecerse, y vió que sus ojos se volvían color de medianoche, supo que él se había entregado.

Después, permanecieron en silencio, envueltos el uno en el otro. El esperaba que ella aflojara su abrazo para apartarse, pensando que se dormiría. Cuando no lo hizo, depositó un beso sobre su cabello.

– Si no quiere dormir, debes comer.

– No estoy cansada. Necesito terminar el trabajo aquí.

– Después que hayas comido.

Ella podría haber discutido, pero recordó como lo había visto, embistiendo con los puños la bolsa de entrenamiento. -Algo rápido y sencillo entonces. -Le tomó las manos, examinando los nudillos. -Bonito trabajo. Vas a tener que curártelos.

– Hacía un tiempo que no golpeaba tanto. -Flexionó los dedos. -Sólo unos arañazos. Nada roto.

– Deberías haber sido más listo y ponerte guantes.

– Pero pienso que no hubiera sido catártico.

– Nop, no hay nada como golpear algo hasta hacerlo pulpa con tus manos desnudas para la relajación. -Se volvió, enfrentándolo. -Nosotros venimos de gente violenta. Lo llevamos dentro. La diferencia es que no lo dejamos suelto cada vez que sentimos eso, con cualquiera que esté a mano. Hay algo que nos detiene, y eso nos hace decentes.

– Algunos de nosotros son más decentes que otros.

– Respóndeme ésto. Alguna vez has golpeado a un niño?

– Por supuesto que no. Cristo.

– Alguna vez has golpeado o violado a una mujer?

El se sentó, por lo que ella se vió forzada a envolverle le cintura con las piernas. -Estuve pensando en darte un golpe rápido alguna que otra vez. -El cerró su puño, y la tocó gentilmente con sus nudillos lastimados en la barbilla. -Entiendo lo que quieres decir, y tienes razón. Nosotros no somos como ellos. Lo que sea que hayan hecho con nosotros, no pudieron lograr hacernos como ellos.

– Nos hicimos nosotros mismos. Ahora, supongo, nos hacemos el uno al otro.

– El le sonrió. -Eso estuvo bien dicho.

– No me pusieron un nombre. -Soltó un suave suspiro. -Cuando lo recordé, allá atrás, me dolió. Me hizo sentir pequeña e indefensa. Pero ahora me alegra que no lo hicieran. No me pusieron su marca. Y, Roarke, ahora mismo me alegro de haber venido aquí. Me alegro de haber hecho esto. Pero lo que quiero hacer ahora es darle le información a los locales e irme. No quiero quedarme aquí más de lo que deba. Quiero irme a casa esta noche.

El se inclinó hacia ella. -Entonces vamos a casa.


Regresaron a New York lo suficientemente temprano para que ella pudiera decir que necesitaba ir a la Central y hacer que sonara plausible. No pensó que Roarke lo compraría, pero él lo dejó pasar.

Tal vez el comprendía que ella necesitaba el espacio, necesitaba el trabajo. Necesitaba la atmósfera que le recordara quien y que era en el fondo.

Esquivó el cubo de Peabody, se deslizó silenciosamente en su oficina y cerró la puerta. Puso el cerrojo, lo que raramente hacía.

Se sentó en su escritorio y se sintió absurdamente reconfortada por la forma en que el gastado asiento se acomodaba a la forma de su trasero. Un tributo, pensó, a todas las horas que pasaba sentada ahí, haciendo el trabajo, el seguimiento, el papeleo, las transmisiones, los formularios de datos que eran parte del trabajo.

Ese era su lugar.

Se levantó y fue hasta la ventana. Sabía lo que vería, que calles, cuales edificios, incluso el usual atasco de tráfico que formaba parte de ese momento del día.

La parte de ella que todavía temblaba, la parte de ella en la que cada onza quería ir a esconderse junto a Roarke, se calmó un poco más.

Ella estaba donde quería estar, haciendo lo que quería hacer.

Todo lo que había pasado antes, todos los horrores, los miedos, todo eso no la había dirigido hacia aquí? Quien podía decir si ella estaría aquí sin ellos. Tal vez, de algún modo, estaba más dispuesta a vivir por las víctimas porque había sido una.

Si bien eso había funcionado, ella tenía trabajo que hacer. Se volvió, regresó a su escritorio, y trabajó.

Pidió y obtuvo un rápido encuentro con Mira. Saliendo tan silenciosamente como había llegado, fue a la oficina de Mira.

– Pensé que te habías ido por hoy.

Mira hizo gestos hacia uno de sus cómodos sillones inclinados. -Casi. Un té?

– Realmente, esto no va me va a tomar mucho. -Pero Mira ya estaba programando el AutoChef. Eve se resignó a beber el líquido con gusto a flores con el que Mira estaba tan encariñada.

– Tú prefieres café. -dijo Mira por sobre el hombre, -Pero me consientes, lo que yo aprecio. Siempre puedes surtirte de cafeína después.

– Como haces… Estaba pensando como te mantienes andando con esta cosa de hierbas?

– Todo es cuestión de que tu sistema se acostumbre, no? Encuentro que esto me calma la mente, y cuando mi mente está en calma, tengo más energía. O imagino que la tengo, lo cual es casi la misma cosa. -Regresó, ofreciendo a Eve una de las delicadas tazas.

– Enn otras palabras, te mientes a ti misma pensando que estás cargada, cuando no lo estás.

– Es una forma de verlo.

– Una forma interesante. De todas formas, tengo más datos de Julianna Dunne, y quiero dejártelos ahora. No creo que tengamos mucho tiempo antes de que se mueva otra vez. Entrevisté a su padrastro…

– Estuviste en Dallas?

– Acabo de regresar hace una hora. Quiero hacer esto ahora. -dijo Eve tan firmemente que hizo que Mira arqueara las cejas. -Okay?

– De acuerdo.

Relató el contenido de la entrevista, citando solo los hechos dados, trasladándose luego a su discusión con Chuck Springer.

– El primer hombre con el que estuvo sexualmente, era alguien de su misma edad. -comentó Mira- y de clase trabajadora. Y él fue el primero que la rechazó. El último, de acuerdo a lo que sabemos, con el que se permitió dejarse llevar por la lujuria. Ella no olvidará eso.

– Todavía no tuvo objetivos del tipo de Springer. Buscó después tipos como su padrastro.

– Porque estaba segura de poder controlarlos. Ellos le dieron confianza y sus cuentas de banco. Pero está castigando a Springer cada vez que está con otro hombre. Mira esto, mira lo que puedo tener. No te necesito. A lo largo del camino, Springer llegó a ser menos una afrenta personal y más un símbolo. Los hombres son inútiles, mentirosos, charlatanes, débiles y manejables con el sexo.

– Y no sería irritante para ella saber que en el fondo, es la que se maneja con eso.

Mira levantó las cejas, asintiendo en aprobación. -Sí, exactamente. Tú la comprendes muy bien. Springer dijo que habían tenido sexo después que rompiera con ella, después que lo atacara físicamente. Eso solo le muestró que el sexo era la llave, y en su mente, el hombre es una caída fatal. Dejó de enfurecerse, y volvió al negocio usando esa debilidad para su propia satisfacción.

– Eso me cierra. Pero no puedo imaginarme quien va a ser el próximo. Corrí probabilidades con Parker, con Springer y con Roarke. Parker y Springer están cabeza a cabeza, con Roarke más del veinte por ciento detrás de ellos. Confío en tu opinión más que en las computadoras.

– No debe ser Springer. Todavía no. Tal vez juegue con él un poco más, pero pienso que lo va a reservar. Como un gato juega con el ratón antes de matarlo. Su padrastro? Es posible, pero creo que va a esperar por él también. Fue su primera victoria real, un especie de herramienta de práctica. Lo va a reservar a él también.

Mira puso su té a un lado. -Yo creo, a despecho de los resultados de las probabilidades, que debe ser Roarke, o algún otro completamente distinto. Ella no terminó aquí todavía. No terminó contigo.

– Esa es la forma en que lo pensé también. Voy a mantenerlo cubierto, y eso lo va a joder. Pero puede soportarlo. Okay, gracias. Lamento haberte retenido.

– Tú estás bien?

– Un poco sacudida, tal vez, pero en general bien. Pasé a través de eso y recordé algunas cosas.

– Quieres contármelo?

Era una tontería negar, para ambas, que ella estaba ahí más por razones personales que por las profesionales. -Recordé lo que sentí cuando lo maté. Recordé que lo hice por odio primario y furia. Sé que eso está en mí, y se que puedo controlarlo. Sé que matarlo, para mi, en ese momento, era la única forma de sobrevivir. Puedo vivir con eso.

Se puso de pie. -Y si estás pensando que necesitas pasarme por Pruebas para estar segura de que soy sólida, no estoy de acuerdo. No voy a hacerlo.

Mira mantuvo sus manos juntas en su regazo, su cuerpo rígido. -Crees que te haría pasar por eso? Conociéndote, entendiendo las circunstancias, que yo usaría esta confidencia y jugaría con el reglamento? Pienso que tú y yo tenemos más que eso.

Ella escuchó el dolor, y el desacuerdo, y tuvo que enfrentarlo. -Tal vez estoy más sacudida de lo que pensaba. Lo siento. -Presionó sus manos contra las sienes. -Maldita sea.

– Oh, Eve. -Mira se levantó, pero cuando se acercó, Eve dio un rápido paso al costado.

– Sólo necesito recuperar un poco de control. Enfocarme en el trabajo, y poner esto… Me estaba entrenando, -soltó- Entrenándome para venderme a otro hombre. -Lentamente bajó sus manos y miró el rostro de Mira. -Tú sabías.

– Lo sospechaba. Era un horrible presentimiento. El podía haberse movido rápido, fácil y barato sin ti. No le servías para un propósito real. Por lo que sé, lo que has podido decirme, no era un pedófilo común. Tenía relaciones con mujeres normalmente. Tú eras la única niña de la que él abusaba por lo que sabemos. Y si las niñas eran lo que quería, podía habérselas proporcionado sin el inconveniente de tener una bajo los pies todo el tiempo.

– Me mantenía encerrada. Es como entrenas algo, lavándole el cerebro. Lo mantienes encerrado, totalmente dependiente de ti. Lo convences de que no hay elección más que quedarse ahí porque cualquier otra cosa afuera es peor. Lo mantienes hambriento, incómodo, y atemorizado, mezclado con pequeñas recompensas. Lo castigas con severidad y rapidez por cualquier infracción, y lo acostumbras a cualquier tarea que quieras que haga. Lo obligas con miedo, y es tuyo.

– Tú nunca serás como él. Con todo lo que él hizo, por todos esos años, nunca te alcanzó realmente.

– Nunca se fue tampoco. -dijo Eve. -Tengo que vivir con eso también. Como lo hará Roarke. Esto lo desestabilizó, tal vez más que a mi. Estamos bien, pero… diablos, le estalló en la cabeza.

– Te gustaría que hable con él?

– Sí. -La tensión que martilleaba en la base de su cuello cedió. -Sí, sería bueno.


Apenas volvió a encerrarse en su oficina, agregó los comentarios de Mira al archivo de Julianna Dunne. Eso le dio tiempo para tranquilizarse y actualizar y copiar todos los nuevos datos para su equipo y su comandante.

Cuando terminó y escuchó fuera de la oficina el parloteo general que indicaba el cambio de turno, se programó una última taza de café y fue a beberlo junto a la ventana.

El tráfico, visto de arriba, pensó ella, era una mierda.


En una pequeña oficina cruzando la atascada calle y cielo, Julianna Dunne estaba sentada ante un escritorio de metal de segunda mano. La puerta en la que se leía el nombre de Empresas Daily estaba con cerrojo. La oficina consistía en una habitación que era poco más que una caja y un baño del tamaño de un armario. Los muebles eran escasos y baratos. No veía razón para que su alter ego de Justine Daily, bajo el cual el acuerdo de renta había sido firmado, tuviera gastos elevados.

No se iba a quedar ahí mucho tiempo.

El alquiler era tan caro como podía serlo, y el baño perdía constantemente. La delgada y desgarrada alfombra olía mal.

Pero la vista era preciosa.

A través de sus binoculares tenía una vista perfecta de la oficina de Eve, y de la teniente misma.

Tan sobria, tan seria, reflexionó. Tan dedicada y devota, rindiendo culto en el altar de la ley y el orden. Un verdadero desperdicio.

Todo ese cerebro, esa energía, ese propósito, al servicio de una placa. Y un hombre. Bajo diferentes circunstancias, ellas hubieran hecho un equipo asombroso. Pero no era así, pensó Julianna con un suspiro, se habían hecho adversarias desafiantes.

Ocho años y siete meses le habían dado a Julianna abundante tiempo para examinar sus errores, rehacer sus movimientos. No dudaba en su mente que ella hubiera sido más lista que los policías, los masculinos, y gastado esos ocho años y siete meses haciendo lo que adoraba hacer.

Pero una mujer era una bestia de presa. Y la entonces recientemente promovida Detective Dallas había sido seguidora ciertamente. Implacablemente.

Más aún, no había tenido la normal cortesía de reconocer a su oponente sus victorias y méritos.

Pero ahora las cosas eran diferentes. Ella misma había cambiado. Era físicamente fuerte, mentalmente clara. La prisión tendía a afilar los excesos. Durante el mismo tiempo sabía que Eve había afilado los suyos también. Pero había una diferencia vital entre ellas, un defecto esencial en la policía.

Ella se preocupaba. Por las víctimas, por sus amigos policías, por la ley. Y lo más importante, por su hombre.

Era ese defecto, en lo que Julianna consideraba una máquina casi perfecta, lo que podía destruirla.

Pero no todavía. Julianna puso los binoculares a un lado, controlando su unidad de muñeca. Ahora era el momento de un poco de diversión.


Eve chocó con Peabody justo fuera de la guarida de detectives.

– Teniente. Pensé que estabas en Texas.

– Estaba. Acabo de regresar. Tienes nuevos datos esperando. Dejaste el uniforme, Oficial -agregó cuando notó el vestido negro de coctél de Peabody y los tacones de una milla de alto.

– Sí, tengo una salida. Me cambié aquí. Iba para tu casa, en realidad, para recoger a mis padres. McNab nos invitó a una cena de lujo. No quiero pensar lo que significa eso. El no es lujos, y estoy casi segura de que está asustado de ellos. No son de cenas lujosas, mis padres. Quieres que le diga algo sobre el caso?

– Lo dejaremos para mañana. Haremos una conferencia en mi oficina en casa. A las ocho.

– Seguro. Tú, ah, te vas a casa ahora?

– No, pensaba ir a Africa por una hora y ver las cebras.

– Ja, ja. -Peabody trotó detrás de ella lo mejor que pudo con los zapatos de coctel. -Bueno, sólo estaba pensando que podría aprovechar el paseo, ya que vamos al mismo lugar y enn el mismo tiempo.-

– Vas a Africa, también?

– Dallas.

– Sí, sí, seguro. -Se abrió paso a codazos en el atestado elevador y recibió maldiciones de todos lados.

– Te ves un poco desvaída. -comentó Peabody cuando aprovechó la distración y se metio a duras penas.

– Estoy bien. -Escuchó el toque de irritación en su propia voz e hizo el esfuerzo de aflojarse. -Estoy bien. -repitió- Un día largo, es todo. Le dedicaste tiempo a Stibbs?

– Sí, señor. -El elevador se detuvo y una cantidad de pasajeros fue expulsada como corchos fuera del apretado cuello de una botella. -Estaba esperando para hablar contigo sobre eso. Me gustaría traerla para una entrevista formal mañana.

– Estás lista para hacerlo?

– Creo que sí. Si. -se corrigió. -Estoy lista. Hablé con algunos de los primeros vecinos. La sospechosa no tenía una relación en marcha. Tuvo una, pero rompió unas pocas semanas después de haberse mudado al mismo edificio de los Stibbs. Cuando una de las testigos lo recordó, me dijo que no se había sorprendido de que Boyd Stibbs se casara con Maureen. Como Maureen se había movido hacia él, tan rápido, después de la muerte de su esposa. Llevándole comidas, acomodándole el departamento, ese tipo de cosas.

El elevador se detuvo ocho veces, vomitando pasajeros, levantando más.

Un detective de Ilegales, encubierto como un durmiente de la calle, se arrastró dentro totalmente vestido con trapos manchados con lo que parecían variados fluídos corporales. El hedor era espeluznante.

– Jesús, Rowinsky, porque no usas un maldito deslizador o al menos te paras a favor del viento?

El sonrió, mostrando dientes amarillentos. -Realmente logrado, no? Es pis de gato, con un poco de jugo de pescado muerto. Más aún, no me he bañado en una semana, así que el olor corporal es tremendo.

– Has estado encubierto demasiado tiempo, amigo. -Le dijo Eve y respiró a través de los dientes hasta qu eél se arrastró fuera. No se arriesgó a tomar un profundo trago de aire hasta que llegaron al nivel del garage.

– Espero que no se me haya pegado. -dijo Peabody taconeando detrás de Eve. -Ese tipo de olores se mete hasta las fibras.

– Ese tipo de olores se mete hasta los poros, y luego se reproduce.

Con esa alegre nota, Eve se deslizó en el auto. Retrocedió, giró el volante, y enfiló hacia la salida. Y se vió forzada a clavar los frenos cuando un hombre disfrazado y como una montaña se materializó frente al auto. Sus harapientos zapatos batieron cuando dio un paso adelante y le roció el parabrisas con un líquido mugriento que cargaba en una botella de plástico en el bolsillo de su roñosa chaqueta de los Yankees.

– Perfecto. Ya tuve mi día con los durmientes. -Disgustada, Eve azotó la puerta del auto mientras el hombre fregaba el parabrisas con un trapo sucio.

– Este un vehículo oficial de la ciudad, cretino. Es un auto policial.

– Lo limpio. -Asintió suavemente mientras borroneaba mugre con mugre. -Cinco dólares. Lo limpio enseguida.

– Cinco dólares, mi culo. Sigue tu camino, y ahora mismo.

– Lo limpio enseguida. -repetía con un sonsonete mientras refregaba el vidrio. -Como ella dijo.

– Lo que yo dije es que la termines. -Eve empezó a andar hacia él, y distinguió un movimiento con el rabillo del ojo.

Al otro lado de la calle, brillante como una llama en un mono rojo, su cabello dorado resplandeciente, estaba Julianna Dunne. Sonreía, y luego saludó alegremente. -Tienes un lío en las manos ahí, teniente, oh y mis tardías felicitaciones por tu promoción.

– Hija de puta.

Su mano fue hacia el arma mientras empezaba a correr. Y la montaña la golpeó con un revés. Un costado de su cara explotó mientras era levantada sobre sus pies, y se entumeció antes de que golpeara el pavimento. Sintió un salvaje dolor en las costillas cuando un pie como ladrillo, cubierto en harapos, la pateó mientras rodaba. A través de la sirena en sus oídos, escuchó los gritos de Peabody, y el furioso cántico de la montaña. -Cinco dólares! Cinco dólares!

Sacudió la cabeza para aclararse, y se levantó rápido, dándole con el hombro en la entrepierna. El no volvió a aullar, sólo se derrumbó.

– Dallas! Que demonios pasó?

– Dunne. -Logró articular, levántándose con cuidado mientras luchaba por tomar aire y llenar sus pulmones. -Del otro lado de la calle. Mono rojo, cabello rubio. -Jadeó contra el dolor que brotaba a través del entumecimiento. El costado derecho de su rostro estaba empezando a palpitar. -Se fue hacia el oeste a pie. Llama. -demandó mientras esposaba por la muñeca al durmiente callejero a la puerta del auto. -Pide respaldo.

Corrió por la calle como un velocista saliendo de su marca, agachada y rápido. Zigzagueó a través del tráfico, casi mejor que un taxi rápido. Los bocinazos y las obscenidades vociferadas la siguieron hasta la acera opuesta.

Podía ver los destellos de rojo, a pesar de estar casi totalmente bloqueada, y corrió como un demonio.

Empujando con las piernas, eludió a los peatones, abriéndose paso a través de aquellos que no tenían el tino de apartarse del camino de una mujer llevando un arma letal. Un hombre en un prístino traje de negocios, con el enlace de bolsillo en su oído, gritó asustado cuando ella encaró hacia él. Aterrorizado, cayó hacia atrás dentro de un carro deslizante, diseminando tubos de Pepsi y perros de soja, incitando la furia vocal del vendedor.

Eve saltó sobre él y giró hacia el norte. Había ganado un cuarto de manzana.

– El refuerzo, maldita sea, donde está mi refuerzo? -Sacó su comunicador a la carrera. El costado le dolía como un diente podrido. -Oficial necesita asistencia. En persecución a pie de la sospechosa identificada como Julianna Dunne, se dirige al norte desde la Séptima y Bleeker. Todas las unidades, todas las unidades en la vecindad, respondan.

Corrió a través del paso peatonal, contra las luces, brincando sobre el capó de un sedan, catapultándose por encima. -en persecución, maldita sea, de sospechosa femenina, rubia, treinta y cuatro años, vistiendo mono rojo.

Ella cortó el comunicador. Maldijo a la multitud de personas que hacía imposible arriesgarse a usar el arma. La enfundó, y buscó más velocidad.

Tenía sangre en la boca, sangre cayendo de su ojo derecho. Pero se acercó otros cinco pies a Julianna.

Rápido, pensó Eve cuando la adrenalina zumbó en su cabeza. Si te pones en forma, sabes como correr.

Podía escuchar las sirenas aullando en la distancia, y aguantó. Estba sólo a dos largos de cuerpo detrás cuando Julianna miró hacia atrás. Y sonrió malignamente.

Le pegó desde atrás, un golpe bajo que la envió volando como una piedra salida de una catapulta. Hasta tuvo tiempo de pensar, Que carajo? antes de que cayera con un crujido de huesos. El dorso de su cabeza azotó elegantemente el pavimento, y llenó su mundo de estrellas giratorias. Las voces iban y venían como la marea en el mar.

Logró rodar sobre si misma, sintiendo náuseas, y consiguió ponerse sobre manos y rodillas.

– Lo hice bien? Lo hice? -La voz brillante y excitada taladró dentro de su revuelto cerebro. Parpadeó y miró fijamente las caras pecosas de dos jovencitos. Otro parpadeo y las caras se fundieron y se convirtieron en una.

– Se vió bien, parecía real, cierto. Hombre, usted voló. -Aferrando un aero patín verde fluorescente, él bailaba en el lugar, -Yo la golpeé, justo como se suponía que tenía que hacerlo.

Ella hizo algún sonido, escupió sangre, y logró quedar de rodillas.

– Teniente! Dallas! Dios todopoderoso. -Completamente sin aire, Peabody se abrió paso a través de la multitud. -Ella te golpeó?

– Este pequeño… -No pudo pensar en una palabra adecuada. -Estoy bien. Vé! Sigue! Se fue hacia el norte.

Con una espantada mirada a su teniente, Peabody siguió.

– Tú. -Eve llamó con el dedo al niño. -Ven aquí.

– Chico, esa sangr parece real. Es grandioso.

El rostro de él ondulaba y se dividía otra vez, por lo que ella le gruño a ambos. -Pequeño cretino, asaltaste a un oficial de policía en persecución de un sospechoso.

El se agachó y bajó la voz. -Estamos en cámara todavía?

– Escuchaste lo que dije?

– Donde aprendiste a hacer trucos como este? Como haces para no lastimarte cuando caes?

– Estoy herida, pequeño estúpido… -Se tragó el resto, luchando por mantener su visión que iba desde un ondulante gris a un sólido negro. El no debía tener más de diez años, y su alegre rostro estaba empezando a mostrar algo de miedo y confusión.

– Como una herida real, o como una herida de video?

– Esto no es un video.

– Pero ella dijo que era un video. Y cuando tú llegaras corriendo detrás de ella, yo debía golpearte con mi patín. Me dio cincuenta dólares. Y me iba a dar cincuenta más si hacía unn buenn trabajo.

Dos uniformados pasaron a través de la multitud, ordenando a la gente retroceder. -Necesita atención médica, teniente?

– Pudieron alcanzarla?

Se miraron el uno al otro, y luego a Eve. -Lo siento, señor. La perdimos. Tenemos gente a pie y vehículos patrulla haciendo una barrida. Tal vez podamos atraparla todavía.

– No. -Eve dejó caer la cabeza entre las rodillas cuando la violenta oleada de náusea giró en su estómago. -No podrán.

– Realmente eres policía? -El chico tironeó cuidadosamente a Eve de la manga. -Estoy en problemas? Hombre, mi madre me va a matar.

– Consígame una declaración de este chico, y luego llévelo a su casa. -El mar subía y bajaba otra vez, pero logró ponerse temblorosamente de pie.

– Señor. -Con el rostro enrojecido, sudorosa y jadeando como un perro, Peabody regresó. -Lo lamento. Nunca pude ver ni rastro de ella. Pusimos un red afuera, pero…

– Sí, se esfumó.

– Mejor que te sientes. -Peabody aferró el brazo de Eve cuando se tambaleó. -Voy a llamar a los TM.

– No quiero a los jodidos TM.

– Estás realmente golpeada.

– Te dije que no los quiero. Déjame. -Trató de liberarse, viendo que el rostro preocupado de Peabody se triplicaba. -Ah, mierda. -logró decir, y realmente sintió que sus ojos rodaban hacia atrás en su cabeza antes de desmayarse.


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