39

Pasó una semana. Y otra, y otra. El ritmo de trabajo seguía frenético. Aunque todo el mundo trabajaba en el número de septiembre, Lisa ya había empezado a preparar los números de octubre, noviembre e incluso diciembre.

– Pero si aún estamos en junio -protestó Trix.

– De hecho, estamos a 3 de julio, y el período de gestación de una revista es de seis meses -replicó Lisa con altivez.

Surgían obstáculos por todas partes. Pese a que habían hecho cientos de llamadas a diversos agentes, Lisa no había conseguido contratar a nadie para la sección «Cartas al famoso». Aquello era terriblemente frustrante, y Lisa pensaba que todo sería diferente si ella siguiera trabajando para Femme. Entonces un hotel de Galway se enteró de que pretendían incluirlos en el artículo sobre los dormitorios sexis y amenazaron con demandarlos.

La moral del personal subió brevemente cuando Carina, una de las colaboradoras, consiguió una entrevista en profundidad con Conal Devlin, un atractivo actor irlandés con pómulos prominentes y barba de tres días. Pero la moral cayó en picado cuando Conal Devlin apareció en el número de julio de Irish Tatler, relatando en una entrevista los abusos sexuales de que había sido víctima en la infancia (lo cual se suponía que le guardaba a Carina en exclusiva).

– ¡Nos han robado la exclusiva! -Lisa estaba furiosa-. ¡Qué cabrón! ¡Cómo se atreve a tratar a mi revista como plato de segunda mesa! -Ahora tendrían que anular el artículo, y además tendrían que reorganizar la página sobre cine, pues en ella hacían una elogiosa crítica de la nueva película del actor-. Ponedla por los suelos -ordenó Lisa-. Decid que es una mierda. Ashling, encárgate tú.

– ¡Pero si ni siquiera he visto la película!

– Y ¿qué?

Todos los logros costaban un gran esfuerzo. Lo único en que todo el mundo estaba de acuerdo era en que Lisa era una jefa durísima. Estaba muy segura de lo que quería. Y tres horas más tarde, cuando tenías un artículo a medio escribir, estaba igual de segura de que no lo quería. Hasta el día siguiente, cuando decidía que lo quería otra vez. Trabajabas como un negro con un artículo, te lo rechazaban y llorabas por él; luego te lo volvían a incluir, te lo volvían a descartar; después te lo cortaban por la mitad y te lo aceptaban. El excelente artículo de Ashling sobre los cosméticos para el cabello fue rechazado, recortado, vuelto a redactar y restituido tantas veces que Ashling lloró cuando Lisa volvió a incluirlo por enésima vez.

– ¿Puedes reescribirlo? -le pidió a Mercedes, sollozando-. Si lo leo una sola vez más, me muero.

– Claro, mujer. Si tú llamas por teléfono a la histérica de Frieda Kiely para hablar de la sesión fotográfica del sábado.

Lisa seguía adelante con la amenaza de repetir el reportaje sobre Frieda Kiely.

– Ashling, Trix y Mercedes, cancelad vuestras citas para el viernes por la noche porque vamos a trabajar el sábado -anunció Lisa-. Necesitamos gente para llevar la ropa, ir a buscar cafés y esas cosas.

Hubo un clamor de protesta, pero no sirvió de nada.


– Es una negrera -se lamentó Ashling una noche cenando en Mao con Marcus-. La tía más mandona que he conocido en mi vida.

– No te reprimas -la animó Marcus mientras le llenaba la copa de vino-. Adelante, desahógate a gusto.

– ¡Uf! -Ashling se pasó la mano por el pelo, desesperada-. Es que es tan prepotente. Por lo visto no le importa que los demás tengamos nuestra propia vida fuera de su maldita revista. Y ¿cuándo se supone que dormimos? ¿Cuándo se supone que comemos? ¿Cuándo ponemos la lavadora?

Cuando terminó, Ashling se había bebido casi toda la botella de vino, y se encontraba mucho mejor.

– ¿Has visto? ¡Estoy loca de remate! -exclamó. Tenía las mejillas sonrosadas-. ¡No, por favor! Ya he bebido demasiado. -Intentó impedir que Marcus le sirviera el vino que quedaba.

– Ánimo -insistió él-. Acábatelo. Necesitas recobrar fuerzas.

– Gracias. Ostras, la verdad es que me encuentro mejor -confesó Ashling apoyándose en el respaldo del banco-. Episodio psicótico concluido; ahora me portaré como Dios manda.

Mientras se tomaban el café, especularon sobre los otros clientes. Les gustaba aquel juego: atribuían historias, o vidas enteras, a la gente que veían a su alrededor.

– ¿Y aquel? -Marcus señaló a un hombre de mediana edad y rostro curtido, de sandalias y calcetines, que acababa de entrar en el restaurante.

Ashling reflexionó y dijo:

– Un sacerdote que vuelve a casa de las misiones para pasar las vacaciones -declaró.

A Marcus le hizo mucha gracia.

– Tienes sentido del humor, ¿eh? -dijo con admiración. Luego señaló a dos jóvenes que bebían chocolate caliente y se partían un pastel de queso-. ¿Qué me dices de aquellos dos?

Ashling batallaba con su conciencia. Quizá no debiera pronunciar su opinión, pero el vino venció y finalmente dijo:

– Está bien, aunque no sea políticamente correcto decirlo, deduzco que son homosexuales.

– ¿Por qué?

– Porque… bueno, por muchas razones. Los hombres heterosexuales no quedan para comer: quedan para beberse unas cervezas. Y no se sientan frente a frente, sino lado a lado, y evitan mirarse a los ojos. Y eso de partirse un pastel… Los heterosexuales no lo hacen por miedo a parecer mariquitas. Los gays no tienen tantos complejos.

Marcus entrecerró los ojos y dijo:

– Ya. Pero mira, llevan pantalones de piel, y esos cascos que hay en el suelo son suyos. ¿Y si te dijera que son dos motoristas holandeses o alemanes que viajan por Irlanda?

– ¡Claro! -De repente Ashling lo había entendido-. ¡Son extranjeros! Los extranjeros pueden partirse un trozo de pastel sin que nadie los tome por homosexuales.

Unos años atrás ella había tenido un ligue de un fin de semana con un chico suizo que se había comido en público un merengue de frambuesa con una naturalidad encantadora.

– Es un poco triste para los irlandeses -comentó Marcus.

– Sí, claro.

Ambos rieron; el calor que Ashling notaba en el plexo solar hacía juego con la tibieza de la mirada de Marcus.

Ahora mismo la vida no parece tan dura, admitió Ashling.


El sábado por la mañana Ashling se presentó en el estudio a las ocho y media, arrastrando dos enormes maletas llenas de ropa que había recogido en la oficina de prensa de Frieda Kiely la noche anterior. Era la primera vez que asistía a una sesión fotográfica y, pese a su resentimiento, no podía evitar estar emocionada y sentir curiosidad.

Niall, el fotógrafo, y su ayudante ya habían llegado, así como la maquilladors. Hasta Dani, la modelo, estaba ya allí (lo cual hizo que Lisa la mirara con desprecio, pues las verdaderas modelos siempre llegaban con un retraso de varias horas).

– ¿Quién dirige la sesión? -preguntó Niall.

– Yo -contestó Lisa.

Mercedes puso cara de querer estrangularla. La editora de moda era ella; se suponía que ella tenía que dirigir la sesión.

Lisa, Niall y la maquilladors se apiñaron alrededor de Dani mientras Lisa explicaba sus ideas. Pese a que Niall las consideró «geniales», Ashling y Trix se miraron con perplejidad cuando Dani estuvo preparada. Le pusieron uno de aquellos extravagantes vestidos de Frieda, le pintaron manchas de barro en la cara y le pusieron paja en el largo y negro cabello, y luego la colocaron en un sofá de piel blanca y cromo. Tenía un trozo de pizza a medio comer a su lado y un mando a distancia de cromo en las manos. Se suponía que estaba viendo la televisión. Se hablaba mucho de «ironía» y «contraste».

– Está ridícula -le susurró Trix a Ashling.

– Sí. No entiendo nada.

Los preparativos duraron una eternidad: el material, la iluminación, el ángulo en que Dani estaba tumbada en el sofá, la caída de los pliegues del vestido…

– Dani, cariño, el mando a distancia tapa los detalles del canesú. Bájalo un poco. No, un poco más. No, no tanto…

Por fin todo estaba preparado.

– Pon cara de aburrida -le dijo Niall a Dani.

– No hace falta. Es que estoy aburrida.

También lo estaban Ashling y Trix. No se habían imaginado lo tedioso que iba a resultar aquello.

Tras comprobar varias veces más algo que él llamaba «el nivel», Niall declaró que la escena estaba correcta. Pero cuando estaba a punto de empezar, Mercedes se acercó a la modelo y le dio un tirón a la falda.

– Estaba un poco fruncida -mintió. Mercedes estaba tan cabreada porque Lisa se hubiese apropiado de la sesión que se buscaba trabajo donde no lo había, para demostrar que ella también era importante.

Niall tardó otros quince minutos en volver a declararse satisfecho con la escena, pero cuando todos creían que por fin iba a pulsar el botón de su cámara y hacer una fotografía, se detuvo y salió de detrás de su trípode para quitarle un invisible mechón de cabello a Dani de la cara. Ashling tuvo que contener un grito de histeria. ¿Haría la maldita fotografía o no?

– Estoy perdiendo las ganas de vivir -dijo Trix sin apenas despegar los labios.

Finalmente Niall hizo una fotografía. Luego cambió el objetivo e hizo unas cuantas más. Luego puso una película en blanco y negro. Luego cambió de cámara. Luego todo el equipo lió el petate y se trasladó a un supermercado para hacer más fotografías. La gente que pasaba por los pasillos con sus carros llenos de comida se desternillaba al ver a aquella modelo esquelética con la cara manchada de barro posando junto a los pollos congelados. Ashling se moría de vergüenza, y estaba muy preocupada. Estas fotografías van a quedar ridículas, pensaba. No podremos publicarlas.

A las cuatro de la tarde Lisa y Niall decidieron que ya habían hecho bastantes fotografías en el supermercado.

– Han quedado muy bien -declaró Niall-. Una yuxtaposición excelente. Una gran ironía.

– ¿Podemos irnos ya? -preguntó Trix por lo bajo, desesperada. Ashling tampoco podía más. Le dolían los brazos de aguantar los espantosos vestidos de Frieda Kiely, estaba cansada de contestar el teléfono móvil de Dani, que sonaba sin parar, y harta de que la trataran como a una sirvienta. «Ve a buscar pilas para el flash de Niall, ve a buscar cafés para todos, busca la maleta de la paja.»

– Y ahora, la escena en la calle -le recordó Lisa a Niall.

– Me parece que todavía no nos vamos -susurró Ashling, algo enojada.

Desfilaron todos hacia South William Street, y una vez allí Niall montó su material en la acera, junto a la puerta de un restaurante indio.

– ¿Y si ponemos a Dani rebuscando en un cubo de basura, como si fuera una mendiga? -sugirió Lisa.

A Niall le encantó la idea.

– ¡No! -Dani estaba a punto de llorar-. ¡Ni hablar!

– Quedaría muy urbano -insistió Lisa-. Necesitamos imágenes urbanas impactantes que contrasten con la ropa.

– No me importa. Me niego a meter la mano en un cubo de basura. Si quieres despídeme.

Lisa la miró severamente. El ambiente cada vez estaba más tenso. Ashling no quería ni pensar qué habría podido suceder si Boo no llega a pasar en aquel preciso instante por allí con Hairy Dave.

– Hola, Ashling -la saludó Boo.

– Ah, hola.

Ashling sintió un ligero bochorno. No cabía duda de que Boo, con la manta sucia sobre los hombros y Hairy Dave a su lado, era un mendigo.

– Ya he terminado The Blacksmith's Woman -comentó Boo-. Interesantísimo, aunque el final no convence. Yo no me había tragado que aquel tipo fuera su hermanastro.

– Me alegro -dijo Ashling, un poco tensa, con la esperanza de que los chicos se largaran inmediatamente.

Y entonces vio que Lisa estudiaba con interés a Boo.

– Lisa Edwards. -Compuso una amplia sonrisa y les tendió la mano, y (había que reconocerle el mérito) apenas se estremeció cuando Boo, y luego Hairy Dave, se la estrecharon. Lisa paseó la mirada por el corro que formaba la gente del equipo-. Estupendo -dijo con aquella sonrisa de reptil-. Olvidémonos del cubo de basura. Se me ha ocurrido algo mejor.

Miró a Boo y Hairy Dave y les dijo:

– ¿Os gustaría haceros unas fotografías con esta modelo tan guapa? -Cogió a Dani por el brazo y la acercó.

Ashling estaba conmocionada. Aquello no estaba bien, era una especie de… una especie de explotación. Abrió la boca dispuesta a protestar, pero entonces vio que Boo parecía encantado de la vida.

– ¿Qué es esto? ¿Una sesión fotográfica? Y ¿queréis que posemos con la modelo? ¡Fantástico!

– Pero si… -dijo Dani, titubeante.

– O esto, o el cubo de basura -dijo Lisa con dureza.

Dani se colocó, furiosa, entre Boo y Hairy Dave.

– ¡Genial! -exclamó Niall-. ¡Me encanta! No hace falta que sonrías, Dave. Sé tú mismo. Y tú, Boo, ¿podrías dejarle la manta a Dani? ¡Estupendo! Dani, querida, échatela sobre los hombros, por favor. Como si fuera un chal, ¿me entiendes? ¡Necesito un vaso de plástico! Trix, ve a McDonald's y trae unos vasos…

Ashling se volvió hacia Mercedes y, estupefacta, preguntó:

– Estas fotografías no se van a publicar, ¿no?

– Pues sí -admitió Mercedes, abatida-. Son originales. Seguramente ganarán algún premio.


No terminaron hasta las ocho de la noche. Ashling corrió a casa para arreglarse, y en cuanto entró por la puerta sonó el teléfono. Era Clodagh, que se había pasado el día en la peluquería cortándose el pelo y tiñéndoselo de un tono tan atrevido que Dylan no le dirigía la palabra. Luego se había comprado unos shorts vaqueros muy ceñidos de una talla que no se ponía desde antes de estar embarazada de Craig. También había acabado solucionando el tema de los zapatos (sin talón, con tacón en cuña), y se moría de ganas de salir.

Pero antes de que Clodagh pudiera contarle todo aquello a Ashling, esta susurró:

– No había estado tan cansada en mi vida. Me he pasado todo el día en una sesión fotográfica.

Clodagh se quedó callada y su euforia se vino abajo; luego sintió una punzada de rencor. Qué suerte tenía Ashling. Qué vida tan interesante llevaba. Y seguro que le había contado lo de la sesión fotográfica a propósito, para que ella se diera cuenta de lo aburrida que era su vida.

– Ahora no puedo hablar -se disculpó Ashling-. Tengo que arreglarme. He quedado con Marcus y ya llego tarde.

Clodagh se quedó hecha polvo. Tendría que sentarse delante del televisor con su peinado nuevo, su ropa nueva y sus zapatos nuevos. Se sentía tan imbécil que tardó varios segundos en reaccionar.

– ¿Cómo te va con él? -preguntó.

Ashling no se dio cuenta de lo desilusionada y resentida que estaba su amiga. Ella estaba muy ilusionada con Marcus, pero no estaba segura de si debía tentar la suerte.

– Bien -contestó-. Bueno, la verdad es que maravillosamente.

– Por lo que dices, la cosa va en serio -la pinchó Clodagh.

Ashling volvió a vacilar.

– Puede ser. -Y añadió, por si acaso-: Pero todavía es pronto para decirlo.

En realidad nadie habría dicho que fuera demasiado pronto. Se veían como mínimo tres veces por semana, y tenían una soltura y una intimidad que correspondían a una relación mucho más larga. Por otra parte, las cosas habían mejorado mucho en la cama… Últimamente Ashling casi nunca consultaba las cartas del tarot, y no le hacía ni caso a su Buda de la suerte.

– Por cierto, me ha llamado Ted. Actúa el próximo sábado -comentó Clodagh.

Ashling hizo una pausa e intentó dominarse. No quería animar a Clodagh a intimar demasiado con Ted.

– Sí, lo sé -repuso, intentando sonar indiferente-. Le va a hacer de telonero a Marcus.

– Llámame esta semana para quedar.

– De acuerdo. Ahora tengo que dejarte.

En cuanto llegó a casa de Marcus, Ashling se dio cuenta de que había pasado algo. En lugar de besarla como de costumbre, lo encontró hosco y malhumorado.

– ¿Qué pasa? -preguntó-. Perdona que llegue tarde, es que he estado trabajando…

– Mira. -Marcus le puso el periódico en las manos.

Ashling leyó el artículo, acongojada. Resultaba que Bicycle Billy había conseguido un contrato con una editorial. El cómico, al que calificaban como «uno de los mejores cómicos de Irlanda» había firmado un contrato para escribir dos libros y había recibido un adelanto astronómico. Un portavoz de la editorial describía la novela como «muy macabra, muy cruda; no tiene nada que ver con sus números».

– Pero tú no has escrito ningún libro -dijo Ashling con intención de tranquilizar a Marcus.

– Lo describen como uno de los mejores cómicos de Irlanda.

– Ya, pero tú eres mucho mejor que él -insistió Ashling-. Eso lo sabe todo el mundo.

– Entonces, ¿cómo es que el periódico no lo dice?

– Porque tú no has escrito ningún libro.

– Gracias -dijo él fríamente-. Encima me lo restregar por las narices.

– Pero si… -Ashling no sabía qué decir. Ya había detectado en él, en otras ocasiones, señales de inseguridad, pero nunca tan claras. No lo entendía, pero de todos modos quería ayudarlo-. Eres el mejor -repitió con firmeza-. Estoy segura de que lo sabes. Si no, ¿por qué iba a querer Lisa que escribieras la columna? Ni siquiera mencionó a nadie más. Mira cómo te quiere la gente.

Marcus se encogió de hombros, con aire taciturno, y Ashling comprendió que sus palabras empezaban a causar efecto.

– Jamás he visto tanta admiración en los números de ningún otro cómico -continuó.

– ¿Le preocupaba a Lisa que me negara a escribir la columna? -preguntó él.

– ¡Pues claro! ¡Estaba histérica!

Marcus no dijo nada.

– Dijo que estabas a punto de saltar al estrellato.

Él le cogió una mano y se la besó.

– Lo siento -dijo-. Tú no tienes la culpa. Es que en el mundo de la comedia hay una competencia feroz. El éxito es muy efímero, y a veces me asusto.


Después de la sesión fotográfica, Lisa estaba contentísima. Su instinto, que nunca le había fallado, le decía que aquellas fotografías eran muy especiales y que seguramente causarían revuelo.

Durante el último mes había conseguido mantenerse muy ocupada, y aquellos extraños momentos de depresión que la habían perseguido en sus primeras semanas en Dublín parecían haber remitido. Cada vez que el desánimo hacía su aparición, Lisa pensaba en un nuevo artículo para la revista, o en un nuevo personaje que entrevistar, o en un nuevo producto que promocionar. No tenía tiempo para estar deprimida, y empezaba a sentirse satisfecha con la forma que estaba tomando la revista. Todavía no habían contratado toda la publicidad que deseaban, pero Lisa sospechaba que aquel reportaje fotográfico convencería a las pocas marcas de cosméticos que todavía se mostraban reacias a anunciarse en Copeen. Jack se alegraría.

Al pensar en Jack, su excelente estado de ánimo se enturbió inmediatamente. Jack y Mai seguían comportándose como la pareja perfecta. Hacía un mes que no se peleaban en público, y de la noche a la mañana las chispas de tensión sexual entre Jack y Lisa se habían apagado por completo. Al menos por parte de él. Lisa, que era una mujer realista, admitía que en realidad nunca había habido mucha tensión sexual; pero sí la suficiente para despertarle la esperanza. Cuando intentó recuperar el terreno perdido con unos amagos de discreto coqueteo, estos no provocaron ninguna reacción en Jack. Él seguía mostrándose educado y profesional, y Lisa se dio cuenta de que tenía que dejar que su relación con Mai siguiera su curso. Confiaba en que tarde o temprano se estancaría.

Entretanto, Lisa andaba a la caza de otro hombre medianamente decente. Aquella noche había quedado para tomar una copa con Nick Searight, un pintor más famoso por su atractivo físico que por el mérito artístico de sus cuadros. Lisa sospechaba que más que un hombre de verdad, Nick era un Hombre Kleenex, pero el sexo era el sexo, y de momento tendría que conformarse con aquello.

Cuando Lisa llegó a casa, Kathy salía por la puerta. Tenía el cabello tan erizado que parecía haber metido la cabeza en la freidora.

– Hola, Lisa. Ya he terminado. Te he planchado un poco. Ah, y gracias por el esmalte de uñas. -El esmalte de uñas amarillo brillante no era su estilo, pero seguro que a Francine le encantaba-. ¿Quieres que vuelva la semana que viene?

– Sí, por favor.

«Seguro que el sábado que viene la casa vuelve a estar hecha una pocilga -pensó Kathy mientras caminaba hacia su casa-. Corazones de manzana podridos debajo de la cama, el cuarto de baño salpicado de todo tipo de porquerías, los platos sucios de toda la semana apilados en el fregadero… Increíble, francamente. Con lo arreglada que iba siempre, y lo sucia que tenía la casa.»


En una casa de una esquina inhóspita frente al mar, en Ringsend, Mai, con los recipientes de papel de aluminio y los restos de la comida india para llevar en el regazo, miró a Jack y se decidió a abordar el tema.

– Ya no me quieres lo suficiente para discutir conmigo.

Jack la miró fijamente con sus oscuros y apagados ojos y esperó un buen rato antes de confesar la innegable verdad:

– Las personas que se quieren no tienen por qué andar peleándose todo el día.

– Chorradas -replicó Mai con vehemencia-. Si dos personas no se pelean, no tienen que reconciliarse. Los portazos y los gritos ayudan a mantener viva la pasión.

Jack eligió con cuidado sus palabras. Con ternura exagerada, sugirió:

– Quizá lo que hacen es disimular que en realidad no hay nada que una a esas dos personas.

A Mai se le llenaron los ojos de lágrimas.

– Vete a la mierda, Jack… Vete a la mierda. -Pero lloraba sin convicción.

Jack la abrazó y ella sollozó un poco apoyando la cara en su pecho, pero se dio cuenta de que no estaba tan cabreada como le habría gustado.

– Eres un cerdo -dijo entrecortadamente.

– Sí -concedió él con tristeza.

– ¿Hemos terminado? -preguntó Mai al fin.

Jack se retiró un poco para mirarla a los ojos y asintió con la cabeza.

– Ya sabes que sí.

Mai sollozó un poco más y confesó:

– Sí. Nunca me había peleado tantas veces con nadie. -Lo dijo como si fuera algo bueno.

– Hemos vuelto a la escena más veces que Frank Sinatra -dijo él, aunque nunca le habían gustado las peleas.

Rieron un poco, con las cabezas muy juntas.

– Eres una mujer estupenda, Mai -dijo Jack con cariño.

– Tú tampoco estás mal -repuso ella sorbiéndose la nariz-. Estoy segura de que harás muy desdichada a alguna otra chica. A Lisa, quizá.

– ¿Lisa?

– Sí, esa tan dura y reluciente. -Mai soltó una risita y añadió-: Ostras, «dura y reluciente», como un M & M. Creo que haríais una buena pareja. Y si no, la otra.

– ¿Qué otra?

– La latina.

– Ah, Mercedes. Entre otras cosas, resulta que está casada.

– Ya. Y tú eres tan capullo que seguro que la eliges a ella. Llévame a casa, ¿quieres?

– Mujer, quédate un rato.

– No, ya he desperdiciado mucho tiempo contigo. -Le lanzó una sonrisa llorosa para consolarse.

Recorrieron las calles en silencio. Mai redujo su dolor hasta convertirlo en algo manejable. Jack era un hombre especial: recio, decidido, inteligente e interesante. Al principio a ella le encantaba el juego. Pero se había enamorado locamente de él, y sospechaba que Jack habría salido huyendo de haberlo sabido.

Solo tenía la impresión de que controlaba la situación si lo mantenía a él en un continuo estado de inseguridad. Mai nunca se había sentido cómoda salvo en el breve período después de que él se disculpara por algo y se comportara con una devoción abyecta. Pero aquello resultaba agotador. Ahora que Jack ya no discutía con ella, la única arma que le quedaba a Mai era su halo de exotismo. Y estaba harta de ser exótica y misteriosa.

No tardaron en llegar al piso de Mai. Jack paró el coche y apagó el motor. Pero Mai no quería alargar aquella situación más de lo necesario.

– Adiós -dijo sacando las piernas del coche.

– Te llamaré -le prometió él.

– No hace falta.

Jack la vio alejarse con un nudo en el estómago: una niñita arisca con unos zapatos exageradamente altos. Mai introdujo la llave en la cerradura y entró en la portería. No miró atrás.

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