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En una casa de una esquina inhóspita frente al mar, en Ringsend, un hombre y una mujer se saludaron con timidez. Él la condujo a una habitación que se había pasado varias horas limpiando aquel mismo día, lo cual no era nada habitual. Por cierto que, de paso, podría haberse planchado la camisa de franela y puesto unos vaqueros que no estuvieran rotos.

La mujer se sentó en el sofá recién aspirado y se llevó una mano al cabello, que se había peinado con secador. Se puso cómoda y notó el encaje y el algodón de su ropa interior nueva, que le recordaron su presencia.

– ¿Tienes hambre? -preguntó Jack Devine ofreciéndole una copa de vino.

– Sí, mucha -mintió ella.

Jack puso unos palillos, salsa de soja, jengibre y otros elementos del sushi en una mesita, y a continuación, con mucho cuidado, le preparó los paquetitos de arroz a Ashling.

– Tranquila, no hay nada demasiado fuerte -prometió-. Es sushi para…

– … principiantes, ya lo sé.

Ashling se enterneció. Seis meses atrás habría sido incapaz de sentir algo parecido, porque tenía el alma destrozada.

– Quizá sería mejor que dejara el wasabi para el final, ¿no te parece? -propuso.

– De acuerdo. -Pero Ashling vio una sombra de decepción en el rostro de Jack, y eso la entristeció. Él estaba poniendo mucho de su parte.

– Bueno, lo probaré -rectificó Ashling-. Es mejor comerlo todo a la vez, ¿no? Porque los diferentes sabores se complementan.

– Solo si estás segura -dijo él-. No quiero que te asustes.

Jack colocó con delicadeza una pequeña y transparente rodaja de jengibre en el centro. Pulió cuidadosamente los bordes irregulares con los palillos, y a ella le impresionó que se estuviera tomando tantas molestias.

– ¿Lista? -preguntó él levantando el sushi del plato.

Ashling sintió miedo. No estaba segura de estar preparada. Abrió la boca con indecisión y dejó que él colocara el diminuto paquete sobre su lengua.

Jack se quedó esperando su reacción.

– Rico -dijo al fin, esbozando una sonrisa-. Raro, pero rico. -Como tú, en cierto modo.

Ashling probó uno de pepino, uno de tofu, uno de aguacate, y luego tiró la casa por la ventana y se atrevió con uno de salmón.

– Eres fantástica -la animó Jack, como si Ashling acabara de hacer algo verdaderamente digno de mención, como aprobar el examen de conducir-. Eres sencillamente fantástica. Bueno, cuando estés lista para la salsa…

Oh, no.

– Verás, no sé si podré enseñarte -se apresuró a decir ella-, porque se supone que es el hombre el que te lleva.

– Por probarlo no perdemos nada -insistió él.

– Es que…

– Aunque solo sea para que me haga una idea.

– No tenemos la música adecuada.

– ¿Qué necesitamos? ¿Música cubana?

– Sí… -contestó Ashling lamentando su error. Había creído que no había ninguna posibilidad de que Jack tuviera discos tan raros, pero no había tenido en cuenta que Jack era un hombre.

Comprendió que no iba a poder librarse de aquello.

– Bueno, la música no importa. Eso que suena ya servirá. Venga, primero nos levantamos.

Jack se puso en pie y Ashling se sintió intimidada por su estatura.

– Y nos colocamos frente a frente.

Lo hicieron, solo que separados por una distancia de unos tres metros.

– Quizá deberíamos acercarnos un poco -propuso ella.

Jack dio un paso y ella también. Hasta que Ashling consideró que estaban a una distancia adecuada: lo suficientemente cerca para oler a Jack.

– Tienes que rodearme con un brazo. Si quieres, claro -añadió Ashling.

Jack le puso un brazo alrededor de la cintura, y ella levantó una mano y la dejó suspendida sobre el hombro de él; luego se rindió y la posó. Notaba el calor de Jack a través de su camisa.

– ¿Qué hago con esta mano? -preguntó él enseñándole la mano libre.

– Coges la mía.

– Vale.

Jack actuaba con tanta naturalidad que cuando le cogió la mano a Ashling con su mano grande y seca, ella decidió relajarse. Le estaba enseñando a bailar; por lo tanto era perfectamente aceptable que se tocaran.

– Cuando yo lleve la pierna hacia atrás, tú tienes que seguirla con la tuya, ¿vale?

– A ver, probemos.

– Vale.

Ashling deslizó una pierna hacia atrás, y Jack la siguió con la suya.

– Ahora al revés -prosiguió Ashling-. Tú llevas la pierna hacia atrás y yo la sigo. Y luego repetimos.

Practicaron el movimiento varias veces, cada vez con más velocidad y garbo, hasta que él se paró en seco y Ashling siguió moviéndose, y de pronto se encontró apretando el muslo contra el suyo. Ashling se quedó inmóvil, pero no se apartó. Se quedaron ambos quietos a medio paso. A Ashling los ojos le quedaban a la altura de la barbilla de él, y pensó: No se ha afeitado. En un momento como aquel era importante pensar en cosas normales. Porque en otros apartados de su conciencia estaban surgiendo otros pensamientos.

– Ashling, ¿quieres mirarme, por favor? -dijo Jack con voz angustiada.

«No puedo.»

Pero de repente pudo. Levantó la cabeza; él la miró con sus ojos de azabache, y sus labios se juntaron en un amoroso beso. En aquel beso desembocaron muchos meses de espera. Ashling sintió una intensa oleada de deseo.

Jack le sujetaba la cara con ambas manos, y se besaron hasta hacerse daño. Hambrientos y desesperados, no se cansaban el uno del otro.

– Lo siento -susurró Jack.

– No pasa nada.

Poco a poco los besos se fueron calmando, haciéndose más tiernos y suaves, hasta que los labios de él parecían plumas al acariciar su boca. Seguía sonando la música, y ellos tenían la sensación de estar describiendo lentos círculos.

Ashling deslizó las manos por debajo de la camisa de Jack, acariciando la deliciosa y novedosa piel de su espalda. Tenían los cuerpos apretados, y ella se sentía almibarada, flotante, extasiada. No tenía ni idea de cuánto tiempo llevaban así. Quizá fueran diez minutos o dos horas, pero de pronto Ashling le quitó la camisa a Jack. La verdad es que solo tuvo que desabrocharle un botón.

– Fresca -dijo él-. Voy tu camisa y subo un par de botas.

– Vale. -Ashling notaba los fuertes latidos de su corazón-. ¿Qué significa eso exactamente? ¿Que tengo que quitarme las botas?

– Y la camisa. Veo que no juegas a póquer. Tendré que enseñarte las reglas. Quítate la camisa. -La ayudó a hacerlo-. Ahora dices: subo unos vaqueros.

– Subo unos vaqueros.

Ashling tragó saliva, nerviosa y emocionada, mientras él se desabrochaba lentamente los botones de la bragueta. Con manos temblorosas, esperó un momento tentador; luego se desabrochó la cremallera de los pantalones negros y se los quitó.

– ¡Calcetines! -dijo Jack, pero su tono bromista no encajaba con su penetrante mirada.

A Ashling se le hizo un nudo en la garganta cuando se quedaron ambos de frente, Jack con sus calzoncillos Calvin Klein, y ella con su conjunto de una pieza nuevo (con efecto cintura).

– ¿Lo has entendido? -preguntó Jack.

Ella asintió lentamente, contemplando las perfectas piernas de Jack, sus musculosos brazos, el vello de su pecho, que discurría hacia su estómago.

– Creo que sí. Y ¿qué cartas son los comodines?

– Tú.

Ashling rió, sorprendiéndose a ella misma. Con cintura o sin cintura, nunca se había sentido tan segura estando desnuda.

Estiró un brazo y rozó la gruesa columna que se marcaba contra la tela de algodón blanco, y obtuvo como recompensa un estremecimiento por parte de Jack. Luego deslizó un dedo por debajo de la goma de la cintura y tiró de ella. No hizo falta que dijera nada. Estaba clarísimo lo que quería.

Jack se quitó los calzoncillos, exhibiendo su negro vello púbico, mientras se sujetaba el pene con el puño. Ashling quedó impresionada de lo erótico que resultaba aquello.

Arriba, en la cama de Jack, con sábanas limpias, él le quitó la ropa interior a cámara lenta. Lo hizo con tanta parsimonia que Ashling creyó que no lo soportaría. Hasta que ya no quedaron obstáculos.

– ¿Estás segura de que quieres hacerlo? -preguntó Jack.

– A ti ¿qué te parece? -repuso ella con una sonrisa perezosa en los labios.

– Podrías hacerlo por despecho.

– No lo hago por despecho -dijo ella-. Te lo aseguro.

De pronto él se quedó muy quieto y preguntó:

– No será una apuesta, ¿verdad?

Ashling soltó una carcajada.

– ¿Seguro? Acabo de imaginarme a Trix recogiendo las apuestas por las mesas.

Se acariciaron de arriba abajo, con curiosidad y dulzura. Su respiración se fue haciendo más entrecortada; fueron aumentando la velocidad y el deseo, hasta que dejaron de ser tiernos y se volvieron feroces, atrevidos y duros. Ashling le hincó las uñas en las nalgas, y él le mordió los pechos. Rodaron abrazados por la cama, entrelazados, hasta que él la penetró.

Después se quedaron tumbados con los cuerpos entrelazados, como fundidos el uno en el otro. Pero de pronto a Ashling la asaltó una terrible duda. ¿Y si Jack cambiaba de opinión? ¿Y si ahora que ya se había acostado con ella dejaba de interesarle?

Entonces él dijo:

– Ashling, eres lo mejor que me ha pasado en la vida.

Todas las dudas de ella se disiparon.

– Pero tengo que preguntarte una cosa -agregó-. ¿Seguirás respetándome por la mañana?

– No te preocupes, antes tampoco te respetaba.

Jack le dio un pellizco.

– Pues claro que seguiré respetándote por la mañana -lo tranquilizó ella-. Hombre, quizá te menosprecie un poco por la tarde -añadió-. Pero puedo garantizarte que por la mañana te respetaré.

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