15

Allie estaba envuelta en sombras en un rincón de su dormitorio, mirando por la ventana. Lo único que podía ver era la oscuridad y el pálido reflejo de sí misma. Había permanecido en el lecho durante horas, rogando por dormirse y liberarse del torbellino de pensamientos que se arremolinaban en su mente, pero el sueño se había negado obstinadamente a hacer acto de presencia. En su lugar, las emociones, preocupaciones y temores marchaban por su cabeza como un batallón de soldados: Robert, el anillo, Robert, la carta, Robert, secretos, Robert, las advertencias de Elizabeth.

Robert.

Se presionó las sienes con los dedos y cerró los ojos con fuerza, intentando borrar su imagen, pero ésta seguía firmemente grabada en su mente. No lo había visto desde la cena, una comida rápida, porque todos deseaban visitar a Elizabeth y Lily. Y naturalmente, le había sido imposible hablar con él en el comedor sobre lo que más le pesaba en el pensamiento. «Creo que deberíamos ser amantes.»

Y en esos momentos, la confirmación por parte de Elizabeth de que Robert tenía secretos hacía que sus pensamientos fueran aún más confusos. ¿Qué ocultaba? ¿Qué había ocurrido en su pasado? Una curiosidad morbosa tiraba de ella. A pesar de que no le debería importar, de que no debería tener ninguna relevancia, sentía una inexplicable necesidad y un impulso avasallador de saber. ¿Qué ocurriría si, como había sugerido Elizabeth, se lo preguntaba? ¿Se lo contaría él? ¿O, como había hecho David, le mentiría? ¿0 llegaría incluso a negar que hubiera algo que explicar?

«No seas estúpida. Si no ha compartido sus secretos con su propia familia, ¿por qué te los iría a contar a ti? ¿Y por qué querrías tú que lo hiciera?»

Abrió los ojos, y se quedó sin respiración. En el reflejo de la ventana vio abrirse lentamente la puerta de su dormitorio. Un helado temor la recorrió y se volvió en redondo.

Y se encontró mirando a Robert, que entraba silenciosamente en la habitación. Parpadeó dos veces, segura de que lo que veía debía de ser fruto de su imaginación. Pero él era real. Y estaba allí.

Una oleada de calor la cubrió, derritiendo instantáneamente su miedo. Desde la oscura esquina en la que se hallaba, lo contempló cerrar la puerta y luego dar la vuelta a la llave. Avanzó lenta y silenciosamente hacia la cama. Allie se dio cuenta del instante exacto en que Robert se percató de que no había nadie entre las arrugadas sábanas. Lo vio quedarse inmóvil, y luego recorrer rápidamente la habitación con la mirada.

– Estoy aquí -dijo Allie, surgiendo de entre las sombras.

Robert se volvió tan deprisa que pensó que había estado a punto de romperse el cuello. Allí estaba ella, bañada por el dorado fulgor procedente del escaso fuego que quedaba en la chimenea. Se sintió tan aliviado que tuvo ganas de sentarse. Pero atravesó la estancia y agarró a Allie por los antebrazos.

– ¿Estás bien? -preguntó con voz tensa.

– Sí.

– Estaba preocupado. -Su voz le sonó áspera y acusadora, incluso a él mismo.

Allie alzó las cejas.

– Entonces estamos a la par. Casi se me para el corazón cuando vi que se abría la puerta de esa forma tan furtiva.

– No era furtiva. Era cautelosa. Me siento muy aliviado de que estés bien. Cuando vi la cama vacía pensé… -Fuera lo que fuese que iba a decir se le olvidó al bajar la mirada. Allie llevaba una bata color crema que la cubría desde la barbilla hasta los pies con su forma severa y sin adornos. Una larga hilera de botones la cerraba por delante, y se imaginó debajo un camisón de algodón de igual sencillez.

Nunca la había visto vestida con nada que no fuera negro, y el efecto fue como el de un golpe en el corazón. Estaba tan hermosa que le hacía daño y, por primera vez desde que la conoció, Robert no notó la sombra de otro hombre entre ellos.

– ¿Qué pensaste? -le preguntó en un susurro-. ¿Que me había fugado con algún hombre?

Robert alzó la mirada hasta el rostro de la joven. Brillantes mechones se habían escapado de la trenza y le daban un sensual aire de desarreglo. Alzó la mano y rozó con la yema de un dedo las marcas que estropeaban la piel pálida y delicada bajo los ojos, marcas que le dijeron sin palabras que Allie no había dormido. Las pupilas de la joven se dilataron al sentir el ligero contacto, y Robert pensó en cuál sería su reacción a caricias más atrevidas e íntimas.

– Temí que algún tipo de desastre te hubiera ocurrido, sí -contestó-. Teniendo en cuenta los acontecimientos que han marcado nuestra relación hasta el momento, no creo que puedas culparme por preocuparme.

– No te estaba culpando. Es más, considerando la conversación que he tenido esta tarde con Elizabeth, te agradezco que estés tan alerta.

Los dedos de Robert resbalaron por la suave mejilla de la mujer. Allie no tenía ni idea de hasta qué punto pensaba estar alerta.

– ¿Qué te ha dicho Elizabeth?

– Que presentía peligro. Y que no debo salir sola.

– ¿Así que sabes lo de sus… sensaciones?

– Me lo ha explicado esta tarde, sí. Me ha dicho que sintió algo en David… que por eso intentó persuadirme de que no me casara con él. -rió tristemente- Si hubiera… -Movió la cabeza y luego se apartó de él. Robert retiró las manos y las dejó caer. La observó cruzar la habitación hasta la chimenea. Notó que ella necesitaba poner espacio entre ambos, y se obligó a permanecer donde se hallaba.

– No puedo cambiar el pasado -dijo ella-. Lo único que puedo hacer es aprender de sus errores.

– Eso es todo lo que se puede hacer, Allie.

Allie contempló el leño ardiente durante varios segundos, luego se volvió hacia él.

– Esa habilidad de Elizabeth es extraordinaria.

– Cierto -repuso Robert-. Sus sensaciones salvaron la vida de Austin. Y las de mi hermano William y su familia. Estaremos siempre en deuda con ella.

La sorpresa de Allie fue patente.

– No sabía nada. Es una historia que me interesaría conocer.

– Entonces te la contaré. Pero no ahora. Porque ahora hay otras cosas que debemos discutir.

Robert la vio inmóvil. Luego Allie alzó la barbilla ligeramente.

– ¿Qué otras cosas?

– Que todavía te enfrentas a un peligro -contestó él, caminado lentamente hacia ella. Los ojos de la joven se abrieron ligeramente al ver su acercamiento deliberadamente lento, pero no vaciló. Bien. A Robert le gustó que no retrocediera. Le gustó el brillo de reconocimiento, atenuado por la cautela, que vio brillar en sus ojos-. También está el hecho de que no necesitas preocuparte por salir sola porque no tengo intención de estar más lejos de ti que -se detuvo cuando sólo los separaba medio metro- esto.

Se acercó y la tomó por las muñecas con delicadeza. Notó su pulso acelerado bajo sus dedos y se sintió complacido.

– Ahora, tenemos pendiente el asunto de terminar la conversación que empezamos en el carruaje.

– ¿Has pensado en el asunto? -inquirió ella.

– No he pensado en nada más.

– Ya veo. ¿Y has tomado una decisión?

Robert no podía menos que admirar el aire de indiferencia de la joven, una pose que sólo la rapidez de su pulso contradecía.

– No es posible que dudes de que quiero hacer el amor contigo -contestó él, con los ojos clavados en los de ella.

Un destello que pareció ser de alivio cruzó los ojos de Allie. Sin embargo, como él no dijo nada más y se quedó quieto mirándola, ese alivio se convirtió en incertidumbre.

– No lo dudo -repuso ella-; sin embargo, me parece que tienes algún «pero».

– Supongo que has considerado la posibilidad de quedarte ennharazada. -Robert apartó firmemente la increíble y emocionante imagen de ella embarazada de un hijo suyo.

– Claro que la he considerado, pero no es ningún problema. -Bajó la cabeza y miró hacia el suelo-. Soy… estéril.

Robert sintió que todo en su interior se tensaba, y un «no» resonó en el interior de su cabeza. El destino no podía ser tan cruel. Tragó saliva para humedecerse la garganta, seca de repente.

– ¿Qué te hace pensar eso?

Allie alzó la cabeza y lo miró a los ojos.

– No concebí nunca durante mi matrimonio.

Los músculos de Robert se relajaron levemente.

– No estuviste mucho tiempo casada.

– Ocho meses. Lo suficiente, sobre todo considerando la frecuencia con que… lo intentamos.

Robert apretó los dientes ante la idea de aquel canalla ladrón tocándola, y se alegró de que el sinvergüenza nunca pudiera volver a hacerlo.

«Ningún hombre lo hará. Excepto yo.»

– Quizá fuera culpa de tu marido.

Allie negó con la cabeza.

– No. La culpa era mía. David estaba seguro. Tanto que, dado lo que ahora sé de él, no me sorprendería que hubiera tenido un hijo en algún momento. -La amargura le hizo apretar los labios-. Incluso podría haber tenido varios. Dios sabe que no fui la primera mujer con la que estuvo… Fue difícil de aceptar que yo era incapaz de tener hijos, pero no tuve elección.

Sus palabras hirieron profundamente a Robert. Él deseaba tener hijos. Muchos. Y Allie sería una madre maravillosa.

Pero ¿y qué si realmente era estéril?

La miró a los ojos y el corazón le dio un vuelco. Sí, los hijos eran importantes. Pero ella era esencial. Si de verdad no podía tener hijos, entonces prodigarían su amor a sus sobrinos. Y mientras tanto, él ya había indicado la posibilidad de que hubiera sido su marido el responsable de la falta de hijos. Si a la dama no le preocupaba quedarse embarazada, bueno, ¿quién era él para discutir?

Las implicaciones de ese hecho le recorrieron la mente. Si ella se quedara embarazada… eso la obligaría a quedarse con él. A casarse.

Sin duda esa idea debería horrorizar a su conciencia, pero su voz interior permaneció en silencio, permitiendole razonar que, mientras que él nunca querría obligarla a contraer un matrimonio que ella no deseara, no había duda de que, pasado el tiempo suficiente, ella llegaría a la conclusión de que estaban hechos el uno para el otro. Y en cuanto hubieran hecho el amor, sin duda ella lo sabría.

– ¿Hay alguna otra cosa que desearas discutir? -preguntó Allie.

Robert enlazó los dedos de ambos.

– No. La verdad es que me he quedado sin conversación.

Allie se acercó, borrando la distancia entre ellos. La punta de sus pechos rozaron la camisa de Robert, enardeciéndolo.

– Entonces, quizá te gustaría besarme.

La mirada de Robert se posó en los turgentes labios, y notó una presión contra los pantalones.

– Sí, me gustaría. Para empezar…

Inclinó la cabeza y unieron sus bocas en un beso que él pretendía que fuera tierno. Pero en cuanto sus labios se rozaron, se convirtio en algo cálido y apremiante, luego en puro fuego cuando ella separó las manos de las de él y se las pasó sobre el pecho y sobre los hombros para enredarlas en el cabello.

Robert le rodeó la cintura con un brazo y la apretó fuertemente contra su cuerpo, mientras su mano libre subía por la espalda hasta llegar al suave cabello. Presionaron uno contra el otro, los senos de ella aplastados contra el pecho de él, la erección de él entre los muslos de ella. Sus lenguas enzarzadas en una desesperada danza, ansiando saborear más, llegar más hondo. El gusto de ella… dulce y especioso al mismo tiempo, el seductor aroma de madreselva, envolviéndolo, invadiendo sus sentidos. Robert quería, necesitaba más.

Una vocecilla interna le advirtió de que fuera más despacio, pero su cuerpo estaba más allá de la obediencia. Se sentía como si hubiera pasado meses en el desierto, privado de agua, y ella fuera un oasis. Una necesidad desesperada de tocarla en todas partes al mismo tiempo lo arrolló, exacerbando el ansia que latía en su interior. Sus manos se movían imparables por la espalda de Allie, cerrándose sobre las nalgas, subiendo hacia las costillas y hacia delante, para llenarse las palmas con sus pechos.

Allie se retorcía contra él, y un gruñido bajo y casi animal subió por la garganta de Robert. Deseaba sentir las manos sobre su piel. Necesitaba las de ella sobre la suya. Rompió el beso y la miró. Tenía los labios hinchados y húmedos, el color subido, los ojos brillantes de excitación. El pecho le subía y bajaba rápidamente, no menos frenético que el de él.

Robert le tomó el rostro entre unas manos no demasiado firmes.

– Allie… -Demonios, casi no reconocía ese ronco sonido como su voz-. Quiero ir lento y suave contigo, pero, Dios me ayude, no sé si podré.

El cálido aliento de la joven le rozó los labios.

– No recuerdo haberte pedido que vayas despacio. De hecho… -Bajó la mano acariciándole el cuerpo y tocó con los dedos su comprimida erección.

Robert tragó aire y consiguió asentir bruscamente con la cabeza.

– De acuerdo. Dejaremos lo de lento para otra ocasión.

Dio un paso atrás y comenzó a desabrocharse la camisa con una impaciencia que no podía controlar. Allie entre tanto se ocupó en desabrocharse la fila de botones de la bata. Robert lamentó no desnudarla él, pero qué demonios, de esa forma era más rápido. Y necesitaba y ansiaba estar piel contra piel lo antes posible.

A pesar de sus temblorosas manos, y de su atención que se distraía por la excitante visión del camisón que caía de los hombros de Allie, consiguió deshacerse de la ropa con extraordinaria rapidez. Lanzó los pantalones a un lado justo cuando el camisón se deslizaba hacia abajo amontonándose a los pies de la joven.

Durante varios segundos, se contemplaron. Ella era increíble. Sus formas curvadas y femeninas, suaves y fragantes. Los pechos eran altos y llenos, los pezones de coral, duros como piedrecillas por la excitación. La mirada de Robert se deslizó por el cuerpo de la joven, resiguiendo la curva de la cintura y luego el triángulo de rizos castaños entre los muslos torneados. Dios, en cuanto no estuviera tan desesperado, se dedicaría a saborear cada uno de los deliciosos centímetros de su cuerpo.

Se lanzaron el uno contra el otro al mismo tiempo, los brazos rodeando los cuerpos, piel ardiente contra piel ardiente desde el pecho hasta las rodillas. ¡Por fin! Ella era tan… suave y cálida. Robert capturó su hora en otro ardiente beso, deslizando la lengua en el sedoso cielo que había tras sus labios. Cuando la boca de ella se fundió con la suya, la tomó por las nalgas y la elevó contra él. Allie le rodeó las caderas con las piernas, abriéndose a él, su húmeda piel femenina presionando contra su erección. Diablos, no estaba seguro de que pudiera llegar a la cama. Decidido a no quedar mal, cruzó rápidamente la habitación y tumbó a Allie sobre el colchón.

De nuevo su voz interior le gritó que fuera más despacio, que su actuación dejaba mucho que desear, y tal vez, si Allie hubiera sido más dócil, lo habría conseguido. Pero ella estaba tan impaciente y frenética como él. Separó las piernas y alzó las caderas, y Robert se hundió profundamente en su cuerpo de una sola embestida. Las paredes interiores de Allie lo aferraron como una mano húmeda y fuerte. Un largo gemido de pura satisfacción femenina surgió de la boca de la mujer.

Allie se onduló bajo su cuerpo, frotándose los pezones contra su pecho, y Robert perdió todo resto de control que hubiera imaginado poseer aún. Su mundo se estrechó hasta abarcar tan sólo el lugar donde sus cuerpos estaban íntimamente unidos. Nada existía excepto ella… su piel contra la suya, su corazón golpeando contra el suyo. Con la mente en blanco y los músculos moviéndose por sí mismos, la penetró con largos y fuertes embates, tocándola cada vez más profundamente. Las manos de Allie le aferraron los hombros y Robert fue vagamente consciente de que sus dedos se le clavaban en la piel.

Robert sintió los espasmos que latían en el interior de ella, y un gruñido de placer vibró contra su oreja. Incapaz de contenerse por más tiempo, enterró el rostro en el cuello de Allie y se sintió palpitar en su interior durante un instante eterno e intenso, derramando su semilla, y lo que parecía ser su alma, en el interior de la mujer.

Que Dios le ayudara, no podía moverse. No podía ni doblar los dedos. No supo cuánto tardó en recobrar la cordura, pero cuando lo hizo, sintió como si le golpearan en la cabeza.

¿Qué demonios le había pasado? Había perdido total y completamente el control de sí mismo. De su cuerpo y su mente. De una manera que nunca antes le había ocurrido. Había mostrado una completa falta de finura y habilidad, y sin duda menos consideración de la que había tenido con cualquiera de sus anteriores amantes, algo que lo hizo sentirse culpable y asqueado consigo mismo.

Reuniendo todas las fuerzas que pudo, alzó la cabeza y apoyó su peso en los antebrazos. La miró y se le cortó la respiración, que aún no había recuperado del todo.

Allie tenía los ojos cerrados, las largas pestañas cayendo sobre las suaves mejillas arreboladas. El brillante cabello yacía alborotado sobre la sábana, la trenza totalmente deshecha. Tenía los labios ligeramente separados, y Robert cedió al impulso de depositar un suave beso sobre ellos.

Lentamente, Allie abrió los ojos, y el calor invadió el cuerpo del joven al ver su turbada expresión. Sacó la punta de la lengua y se humedeció los labios justo donde él la había besado. Permaneció en silencio, mirándole, con una miríada de emociones imposibles de descifrar brillando en los ojos, que rápidamente se iban aclarando.

Robert se sintió intranquilo. Maldición ¿en qué pensaría? Sabía que Allie había alcanzado el clímax. Había sentido su orgasmo atravesándola, latiendo alrededor de él, volviéndolo loco. Pero ¿sería posible que no lo hubiese sentido con la misma magia, la misma intensidad que él? Todo en su interior protestó ante la idea. No. Tenía que haberlo sentido… el mismo fuego que casi lo había calcinado a él.

Una confusión de pensamientos le llenó la cabeza, declaraciones que exigían ser verbalizadas, pero que él alejó con firmeza. Por el momento. Era demasiado pronto. Necesitaba ir paso a paso. Hasta ese instante, con falta de finura o no, había conseguido atraer su cuerpo. El corazón pronto lo seguiría. Robert se negaba a considerar cualquier otra posibilidad. Sin embargo, no podía negar que se había comportado con toda la inexperiencia de un novato.

– Me temo que he perdido el control -dijo después de aclararse la garganta-. La próxima vez será mejor para ti. Lo prometo.

A Allie el corazón le dio un brinco al oír esas palabras y permaneció en silencio durante varios segundos, observándolo. Tenía el pelo desordenado debido a sus frenéticas caricias y un mechón negro le colgaba sobre la frente pidiendo que lo tocaran. Las mejillas estaban sonrojadas por el esfuerzo, la boca ligeramente enrojecida por los hambrientos besos. Y los ojos… eran oscuros e intensos, y la miraban fijamente con una expresión tan poderosa como no había visto nunca. Algo que le hacía sentir… no sabía qué.

¿Podría ser esto, fuera lo que fuera, ese esquivo algo que había buscado en vano durante su matrimonio? La pregunta le produjo una indeseada avalancha de emociones que no estaba preparada para examinar en ese momento. Más tarde, pensaría en ello, más tarde. Había tiempo de sobra. En ese instante, lo único que deseaba era sentir… experimentar más de la magia que él había creado con sus manos y su cuerpo.

Se estiró como una gata satisfecha debajo de él, disfrutando de la maravillosa sensación de su peso que le aplastaba contra el colchón, del rizado vello de su pecho rozándole los sensibles pezones. La breve visión que había tenido de su cuerpo desnudo, antes de caer uno sobre el otro como criaturas hambrientas sobre un festín, la había convertido en papilla y había disparado calor líquido en el interior de su vientre. Alto, musculoso, espaldas anchas… y aquella fascinante cinta de pelo oscuro que dividía verticalmente su abdomen y luego se esparcía para enmarcar su impresionante erección. Un estremecimiento de deseo le recorrió la espalda, y una sonrisa nacida de todo el placer que la invadía le curvó los labios.

– ¿Mejor para mí? -repitió-. ¡Oh! No hubiera pensado que tal cosa fuera posible… pero si insistes, esperaré con ansiedad la próxima vez. ¿Tienes alguna idea de cuándo eso podrá ser, sir M.H.E.?

– ¿M.H.E.?

Allie le acarició con la punta del dedo el labio inferior.

– Me Hace Estremecer.

Bajando la cabeza, Robert le recorrió con la lengua la sensible oreja.

– La verdad -le susurró-, tengo una buena idea de cuándo será la próxima vez.

Otro estremecimiento la recorrió.

– Humm. Espero que sea pronto.

– Estaba pensando en ahora.

– Ahora suena fantástico.

– Sin duda.

Robert se incorporó hasta quedar de rodillas entre las piernas abiertas de Allie y se tomó el tiempo necesario, que antes la urgencia no le había permitido tomarse, para saborear la imagen de su cuerpo.

Allie era una visión tentadora; bañada por la luz del fuego, su piel, dorada y bronce, brillaba por el esfuerzo del frenético encuentro. La mirada de Robert se paseó a placer por los oscuros pezones, el encantador hoyuelo del ombligo y los seductores rizos oscuros entre los muslos. Aspiró hondo, y el olor almizclado que habían producido juntos le llenó la cabeza.

Ella lo miraba con una expresión pecadora, medio seria, medio divertida, que le calentó la entrepierna. Robert extendió un brazo y le tocó con el dedo el delicado hoyo del cuello, luego lo deslizó lentament hacia abajo, excitando un turgente pezón, luego el otro, con suaves caricias. Cuando la respiración de la joven se transformó en una serie de prolongados suspiros, se inclinó hacia abajo y sustituyó el dedo por la lengua. Le lamió sin prisa los pechos y luego atrapó los tensos pezones entre sus labios. El aroma de madreselva se alzó desde la húmeda carne de la joven, mezclándose con el almizcle, embriagándolo.

Los suspiros de Allie se tornaron gemidos de placer y hundió le dedos entre los cabellos de Robet, arqueando el cuerpo para ofrecerle los pechos y que los tomara en su boca. Movió las caderas, rozando la parte interior del muslo contra las piernas de Robert. Éste descubrió un gracioso trío de pecas justo bajo el pecho izquierdo de la joven y dedicó sus labios a ellos durante varios minutos. Luego continuó su exploración, y recorrió el estómago de Allie con la lengua, saboreando cada temblor de la piel, cada monte y cada valle de sus formas femenina Cuando le hundió la lengua en el ombligo, la joven respondió con un ronco gemido, que hizo ascender la temperatura de Robert en varios grados.

– Robert…

Todos los nervios del cuerpo se le inflamaron al oír su nombre en ese susurro apasionado. Se irguió sobre los talones y la miró a los ojos que parecían despedir un humo dorado. Un deseo ardiente, imperioso e impaciente se apoderó de él.

Puso las manos sobre los muslos de Allie y le separó más las pierna la reluciente piel femenina se mostró a su ávida mirada. Comenzó a acariciar con un suave movimiento circular los pliegues húmedos y lleno mientras su mirada alternaba entre sus dedos y el expresivo rostro de mujer. El cuerpo de Allie se movía sensualmente al ritmo de su caricia y esta respuesta desinhibida lo excitó al máximo. Y así era como la quería tener también a ella: al máximo. En el momento en que notó que Allie estaba en ese punto, retiró la mano. El seco gemido de protesta llenó la habitación, aguzando la casi desesperada necesidad de Robert.

Se inclinó sobre ella, apoyando el peso sobre las manos, y la tentó rozándola con la punta de su erección. El tacto húmedo y sedoso de la mujer, junto con su gemido de placer, le produjo una aguda sensación. Miró hacia abajo, entre sus cuerpos, observando cómo la penetraba lentamente, hundiéndose en su húmeda y acogedora calidez.

El ronroneo de placer de Allie atrajo la mirada de Robert hacia su rostro. Sus ojos se encontraron, y supo que el deseo puro y la urgencia reflejados en su mirada eran iguales a los suyos.

– Allie.

El susurro le salió de entre los labios como una plegaria, imposible de contener. Los dedos de ella recorrieron insaciables el rostro de Robert, sus labios. Acercó la cabeza para besarlo profunda e íntimamente. Allie estiró los brazos hacia atrás, por encima de la cabeza, y Robert los recorrió con las manos hasta enlazar sus dedos con los de ella. Luego, rompiendo el beso, la contempló mientras se movía en su interior, casi saliendo totalmente de su cuerpo para volver a hundirse profundamente de nuevo. Por el rostro de Allie desfilaron una docena de expresiones de placer y sorpresa, y Robert intentó grabarse en la mente cada una de ellas, igual que había memorizado cada uno de sus entrecortados suspiros.

Cuando Robert aumentó la potencia de sus embates, Allie cerró los ojos.

– Mírame -le susurró él.

Los párpados de la joven se alzaron, y con las miradas entrelazadas Robert la penetró con más fuerza, más rápido, hasta que ella se tensó debajo de él, arqueando la espalda, gimiendo al alcanzar el clímax. Con un embate final, Robert ocultó el rostro en el fragante cuello de Allie y la siguió hacia el abismo.

Robert se despertó lentamente, recuperando los sentidos uno a uno. Tumbado sobre la espalda, lo primero que notó fue una piel sedosa y cálida apretada contra la suya.

«Allie.»

La satisfacción le recorrió y respiró profundamente. Un toque de madreselva, mezclado con la erótica fragancia de la pasión satisfecha, revivió su sentido del olfato y le trajo a la memoria imágenes de la noche. Abrió los ojos y miró a su amante.

Su corazón se hinchó ante esa palabra. Amante. La tenía junto a él, vuelta de costado, con la cabeza junto a su hombro. Uno de los esbeltos brazos descansaba sobre su pecho con la mano sobre su corazón. El peso de una bien torneada pierna reposaba sobre sus muslos

El largo cabello formaba un halo castaño, que caía sobre los hombros de Allie y sobre su propio pecho. Frotó con dulzura un mechón entre sus dedos índice y pulgar. Como todo el resto, el pelo era hermoso. Y suave como el satén.

El cálido aliento de la joven le rozó el hombro, y lo invadió un sentimiento de posesión como nunca antes había experimentado. Aquella mujer era suya. Se pertenecían el uno al otro. Después de la pasión que habían compartido durante la noche, tras el lazo físico y emocional que los había unido, no era posible que ella lo rechazara. Cuando se despertara, Allie lo sabría. Con la misma absoluta seguridad que lo sabía él.

El sonido de la lluvia al golpear los cristales condujo su mirada hacia las ventanas. La tormenta que antes había amenazado estaba cayendo. Miró el reloj de la chimenea y suspiró. Era casi el alba. Los criados pronto se levantarían. Y por mucho que odiara dejarla, tenía que regresar a su dormitorio. Debía hacerlo en ese instante, antes de que lo hallaran de una manera que podría afectar a la reputación y el honor de la joven. En ese mismo instante, antes de ceder a la tentación de besarla hasta despertarla y continuar la sensual exploración de sus cuerpos

Saltó de la cama y recogió rápidamente sus ropas. Con una última mirada al dormido cuerpo de Allie, salió sigilosamente de la habitación convencido de que no tendría que abandonar su lecho de esa forma durante mucho tiempo. Porque pronto Allie sería su esposa.

Lester Redfern miró a través de la sucia ventana de su reducida habitación y lanzó una maldición. ¡Ya estaba! Llovía como si tuviera que compensar la sequía de todo un siglo. Tendría que haber partido de Londres el día anterior, pero no había querido perderse la pelea de gallos enThe Hound'sToorh por la noche. Había ganado cinco libras, pero en ese momento le parecía que había sido un mal negocio. ¿Cómo demonios podía haber sabido que llovería a cántaros? ¿Y cómo iba a llegar a Bradford Hall en aquellas circunstancias? Los caminos se habrían convertido en zanjas para las ruedas. La única alternativa era ir a caballo, pero él no tenía un maldito caballo y además odiaba esas bestias. Animales estúpidos, malhumorados y desagradables que le mordían y olían mal. Por no hablar de la paliza que recibiría su trasero si tenía que cabalgar durante todo ese trayecto. ¿Podían ponerse peor las cosas? En cuanto se le ocurrió esa pregunta, la borró de la mente. Con la suerte que estaba teniendo, más valía no preguntar.

Pero, si no iba, si no conseguía sacarle la maldita carta del conde a esa maldita mujer… Tragó saliva mientras un músculo le tironeaba del ojo. No, no tenía otra opción que ir al campo. Lloviera o no lloviera, tenía que ir. Tenía que acabar ese maldito asunto de una vez por todas.

Ese mismo día.

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