9

Dos horas después de dejar a la señora Brown en las expertas manos de madame Renée, Robert regresó a la tienda de la modista. Un tintineo de campanillas sobre la puerta anunció su llegada. Había pasado esas horas con su abogado. Una vez seguro de que la reconstruida herrería florecía y de que la familia de Nate tenía una situación económica adecuada, sintió que su culpabilidad disminuía ligeramente.

La parte delantera de la tienda de madame Renée estaba vacía. La señora Brown y madame Renée debían de hallarse en la parte trasera, porque sabía, por visitas previas con Caroline y con su madre, que allí era donde se hallaba la zona de las pruebas y los arreglos, además de dos grandes salas de costura. Se sacó el sombrero y optó por quedarse de pie en vez de intentar acomodarse en una de las terriblemente poco confortables sillas de la tienda. Le lanzó una mirada siniestra a un pequeño taburete acolchado de terciopelo lavanda. Sabía por experiencia que sus posaderas rebosarían por los costados del asiento. Dios, ¿cómo se las arreglaban las mujeres para colocarse sobre un mueble tan ridículo? Parecía diseñado para un canario y no para un ser humano.

Se paseó entre las balas de coloridas telas y se fijó en un satén de color azul zafiro. Sabía que ése rea el colorfavorito de Caroline y tomó notal mentalmente de mencionárselo. Había pasado ante telas rayadas y lisas, ante cuadros y estampados, cuando una tela de brillante color bronce llamó su atención. Se detuvo y pasó la mano sobre el lujoso material. Seda, excepcionalmente fina y delicada. Y el color… atrevido, pero aun así delicado, de relucientes tonos dorados. Era realmente extraordinaria.

Una imagen apareció en su mente… ella… con un vestido confeccionado con esa tela, el color resplandeciendo contra su blanca piel, acentuando el marrón dorado de sus ojos y el castaño profundo de su cabello.

Como si sólo con pensar en ella pudiera traerla a su presencia, la señora Brown entró en la sala a través de un arco que llevaba a la parte trasera. Madame Renée llegó tras ella. La aguda mirada de la modista se posó sobre las balas de seda donde aún reposaba la mano de Robert.

– ¿No es trés magnifique? La seda más fina, y iel color! -Madame Renée se besó la punta de los dedos con gesto teatral.

La mirada de la señora Brown cayó sobre la tela, y Robert captó el brillo de nostalgia que le cruzó los ojos.

– Maravillosa -exclamó con un suspiro-. Pero no para mí.

– ¿Ha encontrado algo que le agrade? -preguntó Robert, alzando la mano de la fina seda.

Antes de que la señora Brown pudiera responder, madame Renée alzó las cejas.

– ¿No dudaría usted de que madame Renée pudiera ayudarla? -exclamó.

Robert alzó las manos en un gesto de rendición.

– No. Nunca.

– Lo cierto es que he tenido mucha suerte -explicó la señora Brown-. Madame tenía dos vestidos negros de sarga que alguien había encargado y después cancelado.

– Muy molesto -dijo madame, chasqueando la lengua en señal de disgusto-. Pero mi desgracia ha sido la suerte de madame Brown. Como el cliente canceló el pedido, estoy obligada a venderlos con mucho descuento. Los vestidos requieren sólo unos arreglos mínimos y se los enviaremos hoy mismo.

Robert se sintió decepcionado, pero no sorprendido, de que la señora Brown hubiera elegido comprarse vestidos negros. Su mirada regresó involuntariamente a las balas de broncínea seda. Estaría imponente…

Se sacudió mentalmente. Dios, verla aún más imponente era lo último que necesitaba. Ciertamente sería más inteligente, y le iría mucho mejor, imaginarla con un saco pasado por la cabeza que con un vestido escotado de aquella fina tela.

Después de despedirse de madame Renée, subieron al carruaje.

– Lamento que haya tenido que esperar tanto -se disculpó la señora Brown mientras se sentaban sobre el asiento tapizado de terciopelo gris-. Había pensado en comprar tal vez un vestido, pero los precios eran tan razonables que me decidí a comprar dos. -Le regaló una media sonrisa, y el corazón de Robert, de forma bien ridícula, le golpeó dentro del pecho en respuesta-. Muchísimas gracias por traerme aquí.

– Ha sido un placer. Y no se disculpe por hacerme esperar. Sólo ha sido una pequeña parte de lo que suelen tardar normalmente Caroline y madre. He empleado el tiempo en ocuparme de varios negocios que requerían mi atención. Y hablando de negocios… aparte de ver a Shelbourne, ¿había alguna otra cosa que necesitara hacer en Londres?

– No. Mis negocios aquí han finalizado.

– Entonces le propongo que partamos hacia Bradford Hall mañana por la mañana. Eso permitirá que le entreguen los vestidos y nos dará tiempo suficiente para preparar el equipaje, y a mí a despachar alguna correspondencia de la que necesito ocuparme. ¿Aprueba este plan?

– Sí, me parece perfecto.

– Excelente. Y también nos deja libre el resto de esta hermosa tarde para disfrutar. Dado que hace un tiempo excepcional, he pensado que le agradaría visitar Vauxhall.

La señora Brown le lanzó una mirada pícara.

– ¿Vauxhall? ¿Es una raza de palomas que anidan en sombreros?

– No. Es un jardín al otro lado del Támesis. Acres de caminos con sombra, y especialmente hermoso en esta época del año, con tantos arbustos en flor. ¿Le gustaría ir allí?

– Me gustan mucho las flores. Una visita a Vauxhall me parece… encantadora.

Otra sonrisa rozó los labios de la joven, y el pulso idiota de Robert se lanzó al galope.

«Encantadora -repitió su voz interior mientras su mirada se paseaba por el rostro de la mujer-. Eso es exactamente lo que pienso yo.»

Mientras caminaban por el ancho camino de gravilla, Allie aspiró el aire fresco, con olor a tierra, y luego exhaló un suspiro de placer. Olmos señoriales se alineaban a ambos lados del paseo y formaban un delicioso baldaquín de sombras a través del cual se filtraban los delgados rayos de sol. Los pájaros saltaban de rama en rama, trinando canciones estivales.

– A esto se le llama el Gran Paseo -explicó lord Robert-. Paralelo a él, a la derecha, está el Paseo Sur, y el Paseo del Ermitaño a la izquierda. Más adelante llegaremos al Paseo del Gran Cruce, que se extiende por todo el parque. Allí torceremos para ir hacia la Arboleda.

– ¿Y qué es?

– Una plaza circundada por los principales paseos. -Señaló hacia los árboles-. La puede ver allá a lo lejos, donde están aquellos pabellones. También hay una columnata por si el tiempo se vuelve inclemente, y docenas de reservados para cenar.

– Y la gente viene aquí por la noche para pasear entre los árboles iluminados y cenar… Parece una idea muy agradable.

– Lo es, y también hay entretenimientos. Orquestas, cantantes, fuegos artificiales, representaciones de batallas, fiestas espléndidas. Hace varios años vi a una mujer llamada madame Saqui caminando sobre la cuerda floja, a veinte metros de altura, con el acompañamiento de una exhibición de fuegos artificiales.

– Parece maravilloso. Y excitante. -Miró hacia lo alto y se fijó en los cientos de lámparas en forma de globos que había en los árboles. Debe de ser muy hermoso cuando las lámparas están encendidas.

– Fascinante. Elizabeth dice que es como si hadas luminosas reposaran en los árboles. -Miró a Allie y sonrió- ¿Quizá le gustaría regresar esta noche? ¿Para contemplar el esplendor nocturno del parque?

Allie dudó por un instante. La idea de ver las luces, de oír la música, era increíblemente atractiva.

Pero podía imaginarse con facilidad la intimidad y el románticismo de un lugar así. Y la tentación del hombre que se hallaba junto a ella…

En la tienda de madame Renée casi había sucumbido a la tentación de derrochar sus escasos fondos en algo con colorido, o incluso en un tono pastel, y en el fondo de su corazón sabía que incluso más que el placer de llevar puesto algo bello lo que deseaba era que él la contemplara hermosamente vestida. Pero había resistido, a duras penas. Los vestidos negros eran lo más barato, y servían para desanimar las atenciones masculinas, como habían hecho durante los tres años anteriores. Si además sumaba el hecho de que su corazón latía a triple velocidad con sólo pensar en pasear con él en la oscuridad, con las lámparas de los árboles como única Iluminación… No, no era una buena idea.

– Muchas gracias, es muy amable por su parte, pero necesitaré esta noche para preparar el viaje de mañana.

Le pareció ver alivio en los ojos de Robert. ¿Sentiría también él esa misma turbadora sensación que la tenía prisionera? ¿Se habría dado cuenta de la locura que sería estar los dos solos en la oscuridad?

Torcieron una esquina y un macizo de rosales llamó su atención.

– Creo que nunca había visto una abundancia así de rosas de colores -dijo, agradecida por poder cambiar de tema. Un capullo de rosa especialmente vivo atrajo su atención, y se detuvo para inclinarse y oler su aroma.

– Espere a ver los jardines de Bradford Hall. Son realmente espectaculares y contienen miles de rosas. Siempre que capto el aroma de esta flor, me vienen a la memoria Caroline y mi madre. Ambas usan ese perfume.

Allie se incorporó y recuperó su lugar junto a él.

– Entiendo perfectamente lo que quiere decir, hay aromas que se asocian con ciertas personas. Siempre que huelo a pan recién hecho, pienso en mamá. El olor a tabaco me recuerda a papá. Y si aspiro el perfume de las lilas, pienso en…

– Elizabeth -dijeron ambos al unísono, y luego rieron.

Lord Robert le sonrió brevemente y eso hizo que el corazón de Allie aleteara dentro de su pecho.

– Siempre que huelo a cuero -dijo él-, sobre todo una silla de montar de cuero, pienso en mi padre. Mi primer recuerdo es estar sentado delante de él en su caballo Lancelot. Padre era un jinete experto, e increíblemente paciente. Nos enseñó a todos a cabalgar, incluso a Caroline.

Sus palabras expresaban un indudable cariño.

– Cuénteme más cosas de su padre.

Toda huella de diversión se fue borrando lentamente del rostro de lord Robert, dejando en su lugar una evidente melancolía.

– No sé muy bien cómo describirlo excepto diciendo que era un gran hombre, y noble de un modo que no tenía nada que ver con su título. Era muy respetado por los otros nobles, su esposa lo adoraba y sus hijos lo amábamos. Era estricto, pero razonable. Generoso con su tiempo, su dinero y su cariño, y justo con sus arrendatarios. Le costaba enfadarse y reía con facilidad, y a diferencia de muchos otros hombres de su posición, estaba muy unido a su familia.

Los dedos de Allie le apretaron ligeramente el brazo sobre el que reposaban.

– Al parecer era una persona maravillosa.

Lord Robert asintió con un movimiento de cabeza.

– William, Austin y yo… siempre quisimos emularlo, incluso de niños. Creo que aún hoy lo intento. Sé que lo hago, aunque si consigo ser la mitad del hombre que él era, me podré dar por contento. -Hizo una pausa de varios segundos y después prosiguió-: Su muerte fue tan repentina, tan inesperada… tan terriblemente sorprendente. Parecía tener una salud perfecta, pero su corazón de repente… se paró.

La emoción que le empañaba la voz hizo que algo creciera en el interior de Allie… compasión, pero también algo más que no podía acabar de definir. Algo perturbador. Hasta ese momento, había creído que lord Robert no era un hombre serio, que sólo era frívolo y despreocupado. Pero la manera en que hablaba de su padre, o de querer ser como él, indicaba una profundidad de carácter que ella no había creído que poseyera. Una profundidad que resultaba peligrosamente atractiva.

– ¿Sabe usted? -prosiguió lord Robert, haciéndola volver a la realidad-, mi padre le propuso matrimonio a mi madre aquí, en Vauxhall. Era la historia favorita de mi familia, y se contaba todos los años para el aniversario. -Señaló hacia un banco de piedra situado bajo un majestuoso olmo-. Padre juraba que estaban sentados en ese banco. En cambio, madre siempre le corregía y decía que fue en un banco cerca del límite norte del parque. -Rió por lo bajo-. Continuamente se tomaban el pelo sobre eso, y era una discusión que siempre acababa con padre guiñándole el ojo a madre y diciéndole: «Lo que importa no es dónde se lo pedí, sino que la dama me dijo que sí.»

Allie no pudo evitar sonreír ante la tierna imagen que esas palabras habían dibujado en su imaginación. La tristeza nostálgica que vio en los ojos de lord Robert la llamaba, le pedía que la reemplazara con la pícara hilaridad que se había acostumbrado a encontrar en ellos.

– Muy romántico. Muy diferente de mis padres. -Acercándose más a él, como si fuera a confiarle el asunto muy privado, le preguntó en voz baja-: ¿Puede guardar un secreto?

– Naturalmente -repuso él, enarcando las cejas.

– Mi madre fue la que se declaró a mi padre.

Lord Robert la miró varios segundos, luego, como ella esperaba, se dibujó una sonrisa en su rostro.

– No me diga.

Allie se llevó la mano libre al corazón.

– Le digo la verdad, caballero. Mamá y papá se conocían y se amaban desde la infancia. El verano en que mamá cumplió los diecisiete años, esperó y esperó a que papá se le declarase, pero él estaba aguardando el momento perfecto. Mamá decidió que podía hacerse vieja antes de que el momento perfecto de papá se presentara, así que tomó el asunto en sus manos y le pidió el matrimonio.

– Evidentemente, él dijo sí.

– Cierto, aunque papá todavía dice que se sintió muy contrariado de que le robara su gran momento romántico, a lo que mamá siempre le responde: «Si hubiera esperado, Henry, podríamos no estar casados aún. Y entonces me tendría que haber casado con Marvin Blakely.» -Se rió y prosiguió-: Y entonces es cuando papá murmura por lo bajo algo poco halagador sobre Marvin Blakely. Luego él y mamá se sonríen con lo que yo llamo su sonrisa especial… Ésa que hace evidente que aún se aman, después de todos estos años.

Él se detuvo, y ella tuvo que imitarle. Una sombra de sorpresa se paseaba por los ojos de lord Robert.

– Mis padres también intercambiaban a menudo ese tipo de mirada -explicó-. Podían estar en una habitación atestada de gente, Pero de repente parecía como si estuvieran solos. Como si nadie más existiera.

– Sí, ésa es exactamente la mirada.

Se quedaron en medio del camino, mirándose, y de nuevo, como había hecho el día anterior, Allie hubiera jurado que había algo entre ellos. Un entendimiento sutil e íntimo, tácito pero no por ello menos real.

Se obligó a apartar la mirada y movió la cabeza suspirando.

– Lo lamento mucho por su madre. Debe de ser terrible perder a un marido al que se ama tanto…

Allie sintió que él daba un respingo y lo miró. Lord Robert la observaba con una extraña expresión.

– Pues claro que usted puede entender lo que se siente… -murmuró él. No le preguntó «¿no es cierto?», pero Allie oyó claramente esa pregunta en su voz, la vio en su expresión.

Sintió que el rubor le cubría las mejillas y comenzó a caminar de nuevo, apartándose de la mirada penetrante e inquisitiva de lord Robert, temerosa de que él leyera la verdad en sus ojos.

Aunque no podía negar que amaba a David cuando murió, el descubrimiento de su auténtico carácter había apagado su amor como si fuera la llama de una vela. Intentó traer a su mente la imagen de David, para obligarse a recordar lo que nunca quería volver a soportar, pero el apuesto rostro que apareció ante ella no fue el de David.

«Dios, ayúdame.»

Cerró los ojos con fuerza, intentando borrar la imagen de lord Robert, pero no lo consiguió. Él ocupaba completamente sus pensamientos. Peor aún, Allie sospechaba que si bajaba la guardia aunque fuera un segundo, también ocuparía su corazón.

Robert, aliviado por haber regresado a la mansión, le entregó el sombrero y el bastón a Carters. No podría haber resistido ni un solo minuto más encerrado con la señora Brown en aquel carruaje, aspirando su hipnótico perfume floral y devanándose los sesos sin encontrar nada que decir. Casi todo el trayecto desde Vauxhall habían estado en silencio, Robert sentado frente a ella, cohibido como un escolar.

Demonios, habían disfrutado de una buena camaradería durante el paseo, pero de repente se había desvanecido en el aire y había sido reemplazada por una tensión que emanaba de ella en en grandes oleadas. En parte, había anhelado romper esa tensión, pero por otra parte se decía que era mejor de esa manera. Porque cuanto más hablaba con ella, cuanto más compartía con ella, más encantadora le resultaba.

La voz de Carters le arrancó de sus pensamientos.

– Mientras han estado ausentes, ha llegado un paquete para la señora Brown procedente del establecimiento de madame Renée. Lo he hecho colocar en el dormitorio. -Metió la mano en el bolsillo, sacó una carta sellada y se la entregó a la señora Brown-. También ha llegado esto. Hay un chico que espera para llevar una respuesta a lord Shelbourne.

Los hombros de Robert se tensaron. ¿Qué querría ahora Shelbourne? Con una señal de agradecimiento hacia Carters, la joven rompió el sello y leyó el contenido de la carta. Un repiqueteo resonó en el vestíbulo, y para su irritación Robert se dio cuenta de que era su propia bota golpeando impaciente el suelo de mármol. Pasó casi un minuto mientras ella leía en silencio. ¿Qué demonios le había escrito Shelbourne? ¿Toda una novela?

Se aclaró la garganta e intentó adoptar un tono indiferente, que contrastaba marcadamente con la irritación que sentía.

– Espero que no sean malas noticias.

La señora Brown alzó la vista del papel.

– Lord Shelbourne desea que cene con él esta noche en su casa.

Robert apretó los puños. ¡Por todos los demonios! Estaba claro que ese canalla buscaba asediarla en la intimidad de su casa, ya que ella había rechazado su invitación para aparecer en público. Bueno, la señora Brown no era una tonta e ingenua jovencita. Naturalmente que adivinaría las intenciones de Shelbourne y lo rechazaría.

– ¿Puedo utilizar el carruaje esta noche?

Robert se la quedó mirando. Por mucho que intentaba evitarlo, no podía contener los celos que lo invadían. Tampoco el dolor. Maldición, ella había rechazado su invitación para esa noche a Vauxhall. No importaba que en el mismo instante en que las palabras habían salido de sus labios se hubiera arrepentido de invitarla. La intimidad del lugar hubiera sido una pura tortura para él, y había sentido un gran alivio cuando la señora Brown rechazó la invitación, pero lo de Shelbourne…

– ¿Tiene intención de aceptar? -preguntó, mucho más fríamente de lo que pretendía-. Creía que necesitaba esta noche para prepararse para el viaje de mañana.

– La verdad es que es cierto, pero no puedo rechazar la invitación del conde. Véalo usted mismo -le respondió, tendiéndole la carta.

Robert leyó las escasas líneas, y notó que se le tensaba el mentón al pasar por la frase «oportunidad de conocernos mejor».

– ¿Tienen la caja de la que habla?

– Sí. Supongo que se la debería haber llevado esta mañana, pero no se me ocurrió hacerlo. Lo más seguro es que me hubiera deshecho de ella al hacer la maleta esta noche. Es una caja oxidada y abollada por encima. Me alegra especialmente poder devolvérsela, sobre todo porque no le puedo devolver el anillo.

– Así que desea aceptar la invitación sólo para devolverle una caja oxidada y abollada.

– Sí. Lo considero un asunto de honor. ¿No lo haría usted?

– Sí, supongo que sí -admitió él, con un humor levemente mejor-. Sin embargo, debo advertirle que Shelbourne tiene… una cierta fama con las mujeres. -Casi se atragantó ante esa benigna descripción, pero no veía la necesidad de predisponerla en contra del conde con la pura verdad: que Shelbourne era un libertino hastiado sin ningún escrúpulo en lo referente a las mujeres. Pero si resultaba ser necesario, le diría toda la verdad-. Elizabeth no me perdonaría si permitiera que usted estuviera a solas con alguien que puede manchar su reputación. Por lo tanto, insisto en acompañarla.

La señora Brown pareció aliviada.

– Muchas gracias. Porque aunque siento que debo ir, no tengo ningún deseo de cenar a solas con el conde.

Humm. Estaba claro que Shelbourne era el único en desear que se conocieran mejor. Excelente. Y aunque no era muy correcto invitarse a cenar, en esas circunstancias no tenía alternativa. Y saber que eso irritaría aún más a Shelbourne le animó mucho.

– Entonces enviaré una respuesta diciéndole que espere a dos invitados. -Consultó su reloj-. Tenemos casi dos horas antes de tener que partir. Como estaremos fuera esta noche, sugiero que usemos este tiempo para prepararnos para el viaje de mañana.

– Un plan excelente. -Con una pequeña inclinación de cabeza, la señora Brown comenzó a subir las escaleras y desapareció de su vista al torcer por el pasillo que llevaba a su dormitorio.

Robert se dirigió al estudio de Austin, con la intención de usar su papel de carta. Tenía que enviarle la respuesta a Shelbourne. Y después tenía otra carta que redactar, mucho más importante.

Allie entró en el dormitorio y se dirigió directamente hacia la cómoda de caoba. Alzó la oxidada caja y se la puso en la palma de la mano.

– Estaré encantada de perderte de vista -le susurró a la abollada caja-. En cuanto te haya devuelto, seré libre.

Por fin David y todo el daño que causó serían exorcizados de su vida, aunque sospechaba que aún le quedarían unos cuantos demonios rondando.

Incluso así, un profundo alivio la invadió. Finalizada su misión, podría disfrutar de su visita a Elizabeth. Seis maravillosas semanas en la campiña inglesa, con nada más apremiante que hacer que ponerse al día con su amiga de la infancia y dejar atrás los últimos retazos de su pasado. Luego regresaría a América…

Para nunca volver a ver a lord Robert.

Esas inoportunas palabras aparecieron en su mente sin ser llamadas. Completamente irritada porque de nuevo él se hubiera entrometido en sus pensamientos, volvió a dejar la caja sobre la cómoda, pero evidentemente con más energía de la que pretendía, porque oyó un ligero chasquido.

Alzó la caja de nuevo, examinó la superficie pulimentada de la cómoda y comprobó con alivio que no le había causado ningún daño. Luego puso la caja a la altura de los ojos.

El fondo parecía estar separándose. Intentó ponerlo en su lugar apretando ligeramente, pero en cuanto hizo presión, toda la caja se abrió en dos partes.

– Oh, Dios. -Contempló las piezas consternada, un sentimiento que rápidamente fue reemplazado por el de sorpresa. Al parecer, una de las partes era un fondo falso. Con un papel doblado oculto en un pequeño hueco.

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