A la mañana siguiente, con un sol brillante bañando las ventanas de su cuarto, Allie se ajustó el chal color crema que le había dado Elizabeth y luego se contempló en el espejo. Deseó poseer un vestido que no fuera negro para poder llevarlo en esa feliz ocasión, pero como no lo tenía, al menos el encaje color marfil que le rodeaba el cuello animaba de alguna manera su severo atuendo. Estaba su hermoso vestido dorado, claro, pero no era adecuado para la mañana. Pronto… pronto tendría un vestido color pastel, y también pronto podría desprenderse de esas ropas fúnebres, junto con el resto de su pasado, y abrazar un futuro brillante,
Al salir de la habitación, tuvo que contenerse para no correr por el pasillo. La noche anterior, Robert y ella habían acordado anunciar su compromiso a toda la familia esa misma mañana durante el desayuno. Se maravillaba al pensar que sólo veinticuatro horas antes su futuro era tan triste y que en ese momento estuviera a punto de estallar de alegría e ilusión por empezar una nueva vida. Allí. Con Robert. Y una vez que hubieran hecho el anuncio, tenía pensado escribir una larga carta a su familia explicándoles las novedades e invitándolos a visitarla. Ver de nuevo a mama, papá, Katherine y los chicos… Sí, el futuro era sin duda radiante.
Había comenzado a descender por la amplia escalera cuando vio a Fenton que subía.
– Señora Brown -dijo éste cuando se encontraron a medio camino-. Me dirigía a entregarle un mensaje. Hay una tal señora Morehouse que desea verla. La espera en el salón.
Allie frunció el ceño.
– No conozco a nadie con ese nombre.
– Vive en el pueblo. Su esposo trabajó en los establos de Bradford Hall hasta su muerte.
– ¿Para qué desea verme?
– No me ha informado. Sólo me indicó que era importante que la viera inmediatamente.
Sorprendida y curiosa, Allie siguió a Fenton hasta el salón.
– La señora Brown -anunció éste, abriendo la puerta, y luego se fue, cerrándola detrás de Allie.
Allie entró en la sala y sonrió a la mujer que se hallaba junto a las cristaleras. Era una mujer baja y gruesa, con pelo canoso recogido bajo el sombrero a conjunto con su capa. Apretaba el bolso y parecía nerviosa.
La mujer se humedeció los labios e hizo una inclinación de cabeza.
– Buenos días, señora Brown. Me llamo Sara Morehouse.
– ¿Cómo está usted, señora Morehouse? Fenton me ha dicho que deseaba verme. -Allie estudió el rostro de la mujer, pero no la conocía-. ¿Nos conocemos?
– No, señora. Pero necesito hablar con usted de todos modos.
– Claro -repuso Allie, totalmente intrigada-. ¿Quiere sentarse? La señora Morehouse asintió con la cabeza.
– Es acerca de lord Robert -comenzó, después de que se sentaran en el sofá de brocado-. Está usted cometiendo un error terrible. Allie enarcó las cejas, desconcertada.
– ¿Qué quiere decir?
– Ayer recibí una carta de la duquesa. Una mujer encantadora y amable, la duquesa, siempre con tiempo para escribirme, contándome cosas de la familia. En esa carta mencionaba que lord Robert se había enamorado de usted y le había pedido su mano, pero que usted lo había rechazado. A causa del crimen que cometió. Por lo del incendio. -La señora Morehouse toqueteó nerviosa las cuerdas de su bolso de rejilla-. Lord Robert no le explicará la verdad sobre aquella noche porque es un hombre de honor y está atado a su palabra. Hizo una promesa a mi marido, y la ha cumplido durante todas estos años, para protegernos. Pero no puedo permitir que ello le prive de una esposa y de la familia que se merece. -Se irguió y alzó la barbilla-. Usted necesita saber la verdad y yo no estoy ligada a ninguna promesa.
– Señora Morehouse -Allie extendió el brazo y tocó la mano de la mujer-, le agradezco mucho esto, pero le aseguro que no es necesario que me explique nada. Anoche acepté la proposición de lord Robert. Lo amo profundamente y su pasado no importa.
La mujer asintió lentamente.
– Me alegro de oírlo, señora Brown. Y me siento muy feliz por lord Robert y por usted. Que usted diga que no hace falta que se lo explique prueba que tengo razón al confiarle la verdad. Tanto lord Robert como la duquesa la aman a usted, y eso ya es suficiente prueba de que usted es una persona de honor. -Su voz tomó un tono enérgico-. Sé hasta qué punto los secretos pueden roer el alma, y no quiero que haya secretos entre lord Robert y su esposa. Él lo arriesgó todo por mi familia. Ya es hora de que le compense con algo. Sólo le pido que no se lo diga a nadie más. Por el bien de mi hija y de su familia.
– De acuerdo.
Los dedos de la señora Morehouse aferraron el bolso hasta que los nudillos se le pusieron blancos.
– Señora Brown, aquella noche lord Robert no inició el incendio en la herrería. Lo hizo mi marido, Nate.
Allie frunció el ceño, totalmente confusa.
– Lord Robert cargó con la culpa del incendio para salvar a mi esposo y a mi familia, pero fue mi Nate quien encendió la cerilla e hizo arder la herrería.
A Allie se le ocurrieron mil preguntas, pero sólo consiguió que una surgiera de sus labios.
– ¿Por qué?
– Hace cuatro años, Cyril Owens, el herrero del pueblo, violó a mi hija Hannah. Nate y yo… no sabíamos qué le pasaba a Hannah y estábamos muy preocupados por ella. Entonces tenía dieciséis años, y de la noche a la mañana pasó de ser alegre y risueña a ser retraída y taciturna.
Allie sintió lástima y de nuevo tomó la mano de la señora Morehouse.
– Lo siento muchísimo. Qué terrible desgracia para cualquiera.
La señora Morehouse asintió y los ojos se le humedecieron.
– Lord Robert descubrió la verdad una noche que oyó por casualidad a Cyril fanfarroneando en un pub de Londres. Fue directamente a ver a Nate y se lo contó, prometiéndole que lo acompañaría al día siguiente a hablar con el duque, para que el duque hiciera justicia. Pero Nate… no pudo esperar. Era un buen hombre y respetuoso con la ley, pero después de oír lo que Cyril le había hecho a Hannah fue como si algo se rompiera en su interior. Fue a la herrería. Soltó los caballos, luego roció el lugar con el aceite de la lámpara y le prendió fuego.
– Dios mío -exclamó Allie.
– A la mañana siguiente, después del incendio, Cyril fue a ver al duque, para pedir que castigara a Nate por incendiario. Quería que lo ahorcaran. Dijo que había visto que Nate soltaba los caballos y luego incendiaba su herrería. Y así estábamos. Nate postrado en la cama, luchando por respirar, porque se había dañado los pulmones con todo el humo. Ambos esperando que se lo llevaran cargado de cadenas y lo deportaran o lo ahorcaran. Por mucho que quisiera acusar a Cyril de violar a Hannah, sabía que sería su palabra contra la de él, y pasara lo que pasara, la reputación de Hannah quedaría arruinada.
»Entonces lord Robert vino a nuestra casa. Nos dijo que todo estaba arreglado y que no nos preocupáramos. Cyril se había ido… Se fue a otro pueblo, a algún lugar de Norrhumberland. Nos dijo que se le había compensado por la pérdida de sus objetos personales. Y que la herrería sería reconstruida sin que tuviéramos que pagar nada.
Clavó la mirada en Allie.
– ¿Sabe cómo ocurrió eso, señora Brown? -Antes de que Allie pudiera responder, prosiguió-: Lord Robert habló con su hermano, el duque, dijo, no sólo al duque, sino a toda su familia, a Cyril y a todo el pueblo, que él había iniciado el fuego. El pobre muchacho, mejor dicho, hombre, se sentía tan culpable como si hubiera encendido la cerilla él mismo. Si no le hubiera explicado a Nate que Cyril había hecho daño a Hannah, nada de aquello habría pasado.
A la señora Morehouse le temblaba el labio inferior.
– Nosotros sabíamos que no era culpa de lord Robert, pero no había manera de consolarlo o de convencerlo. Dijo que si la gente creía que Nate había provocado el incendio, nuestra vida en el pueblo, el futuro de Hannah quedarían destrozados. Sabía que lo que se dijera de él se olvidaría gracias a la influencia de su familia, y que no tendría un efecto tan adverso en su futuro.
Sacó un pañuelo del bolso de rejilla y se secó los ojos.
– La noticia corrió como la pólvora. «¡El hermano del duque provocó el incendio!», decían. «¡Él es el incendiario! ¡El criminal!» Las cosas habrían sido más fáciles para él y habría acallado los peores comentarios si hubiera declarado que el incendio había sido un accidente, pero no lo hizo. Su honor le impedía reducir lo que él consideraba su responsabilidad. Sólo dijo que era el responsable del incendio y nada más. No lo sé con seguridad, pero supongo que la familia de lord Robert sospechaba que había algo más en la historia. Pero decidieron confiar en él.
»En cuanto a Nate y a mí, estábamos completamente destrozados. No queríamos que lord Robert cargara con la culpa, pero teníamos que pensar en Hannah, en su futuro. Una chica a la que han violado, con un padre que es un criminal… no tiene porvenir.
»Pero las cosas se pusieron peor porque dos semanas después del incendio, Nate murió. -Una lágrima le resbaló por la mejilla-. Lord Robert se culpó de su muerte, y nada de lo que le dije le hizo cambiar de opinión. Para él, era responsable del crimen que se había cometido y de la muerte de Nate. Poco antes de morir Nate, lord Robert le prometió que nunca diría nada del papel de Nate en el incendio, para que mi Nate pudiera morir en paz sabiendo que sus actos no arruinarían el futuro de Hannah. Lord Robert, que era responsable ante su hermano por la destrucción de la herrería, se ocupó de las compensaciones económicas. Cuando la herrería estuvo reconstruida y la gente del pueblo vio que lord Robert cumplía su palabra, las habladurías cesaron. La gente empezó a decir que lo ocurrido era una locura juvenil que había acabado mal; muchos incluso sentían lástima por él, porque su padre había muerto sólo unos meses antes. A decir verdad, nadie en el pueblo lamentó perder de vista a Cyril. Oí que murió de una enfermedad de los pulmones hará un par de años, y aquí nadie lloró su muerte.
Otra gruesa lágrima le cayó por la mejilla.
– Aunque lord Robert insistió en que no quería, yo le fui pagando mensualmente, no mucho, se entiende, pero al menos algo para ir devolviéndole lo que él pagó. Pero ¿sabe lo que hizo con el dinero? lo puso en un fondo, y el año pasado, cuando Hannah se casó con un buen hombre que la ama, lord Robert les dio el dinero a ella y a Edward como regalo de bodas. Y hasta el día de hoy, lord Robert se ha ocupado de que no me falte de nada. -Se detuvo y se sonó con fuerza la nariz-. No se podría pedir un hombre mejor que lord Robert.
Allie no podía hablar, casi ni podía mover la cabeza para asentir. La emoción le había provocado un nudo en la garganta y sentía lágrimas ardientes en los ojos. Dios, lo que Robert había hecho por aquella familia. Arriesgar su propia reputación para salvar a un hombre de la prisión o peor, y a su esposa y su hija de la ruina. Sollozó. ¿Cómo podía haber sido tan estúpida de comparar a un hombre así con David?
Tragó saliva y apretó las manos de la señora Morehouse entre las suyas.
– Señora Morehouse, quiero que sepa lo mucho que aprecio el que me haya contado todo esto, y deseo asegurarle de nuevo que no traicionaré su confianza.
La señora Morehouse asintió con la cabeza y luego sonrió.
– Gracias, señora Brown. Mi Hannah y su esposo esperan su primer hijo. Y todo eso es posible gracias a lord Robert. No podía permitir que nada le privase de la felicidad que él le permitió tener a mi hija. -Se puso en pie-. No la entretendré más rato. Que Dios les sonría a ambos.
Allie la acompañó al vestíbulo. Le dio la mano agradecida y se despidió de ella. Fenton acababa de cerrar la puerta cuando Robert apareció. Los blancos vendajes que le rodeaban la cabeza y el cabestrillo del brazo le daban un aire desarreglado. Allie sintió que su cálida sonrisa le afectaba de la cabeza a los pies.
– ¿Ya hemos tenido compañía esta mañana? -preguntó Robert.
– He tenido una visita -respondió Allie, observándole-. La señora Morehouse, del pueblo.
Robert se quedó inmóvil.
– ¿Nos perdonas un momento, Fenton? -dijo sin apartar la mirada de Allie.
– Sí, señor. -El mayordomo desapareció por el pasillo.
– ¿Qué quería la señora Morehouse? -preguntó Robert.
En lugar de contestarle inmediatamente, Allie se acercó a él. Cuando estuvo ante él, le tomó el rostro entre las manos y lo miró a los ojos. Unos ojos tan hermosos. Un hombre tan hermoso. Y qué maravillosamente hermoso era que la amara.
– Me ha explicado lo del incendio, Robert -susurró-. Me lo ha contado todo. Lo de Nate y su hija… lo que hiciste por ellos.
Robert pareció anonadado por un momento, luego en sus ojos brilló la tristeza.
– No hice nada por ellos, Allie. Yo fui el culpable del incendio. -Allie le puso un dedo sobre los labios.
– No. No más de lo que yo pueda ser culpable de lo que hizo David. No podemos controlar los actos de otra gente.
– ¿Por qué…? ¿Cómo es que ha venido? ¿A preguntar por ti?
– Elizabeth le escribió diciéndole que me habías propuesto matrimonio y yo te había rechazado debido a tu pasado.
– ¿Elizabeth? -repitió, frunciendo el ceño-. ¿Por qué haría ella una cosa así? No sabe la verdad sobre el incendio… -Su voz se fue apagando y luego se miraron largamente. Por fin, dijo-: Sí, bueno, como los dos sabemos, no siempre es necesario decirle algo para que Elizabeth lo sepa.
– Robert… lo que hiciste por esa familia… No sé qué decir para expresarte mi admiración. -Una pequeña sonrisa le curvó los labios-. Bueno, la verdad es que creo que sí. Puedo decir: «Te admiro profundamente, Robert. Eres el hombre más decente y honorable que he conocido. Y te amo. Apasionadamente.»
Los ojos de Robert se oscurecieron y la agarró de la mano. Se la llevó a los labios y la besó.
– ¿Cómo de apasionadamente?
Allie sintió que un calor le recorría las venas, templado sólo por la risa que le provocó su exagerada sonrisa lasciva.
– Extremadamente. Pero el vestíbulo no es un buen lugar para probártelo.
– Espero que no desees un noviazgo largo.
Un sonoro «ejem» se oyó en la escalera. Se volvieron y vieron a Elizabeth bajando. La mirada de ésta fue del uno al otro con una expresión que reflejaba una mezcla de inquietud y esperanza.
– Buenos días -dijo cuando se reunió con ellos. Robert la saludó inclinando la cabeza.
– Buenos días, Elizabeth. Allie y yo estábamos comentando la visita de la señora Morehouse esta mañana.
El rostro de Elizabeth reflejó alivio y nerviosismo.
– Ya veo.
– Sabes la verdad sobre el incendio -afirmó Robert.
– Sí -respondió después de dudar un segundo.
– Nunca lo has mencionado.
– Porqué no era asunto mío. Y sigue sin serlo. Pero cuando me di cuenta de que os podía separar, y sabiendo que estabas obligado a guardar el secreto por la promesa que le hiciste a Nate, escribí a la señora Morehouse y le mencioné la desafortunada situación romántica, esperando que viniera aquí. Ella podía explicárselo a Allie sin que tú faltaras a tu palabra. -La mirada de Elizabeth fue del uno al otro-. Espero que me perdonéis.
Robert dejó escapar un soplido lento y profundo, luego miró a Allie con expresión burlona.
– No sé. ¿La perdonamos?
Allie suspiró teatralmente y se encogió de hombros.
– Será mejor que lo hagamos. Si decimos que no, sólo tendrá que tocarnos para saber que le mentimos.
Robert se volvió hacia Elizabeth.
– Muy bien. Mi futura esposa dice que debemos perdonarte. Por lo tanto, te perdonamos.
Una sonrisa cruzó el rostro de Elizabeth.
– ¿Futura esposa?
– Sí. Lo cierto es que la dama aceptó mi proposición ayer por la noche… incluso antes de hablar con la señora Morehouse.
Un alivio inconfundible se dibujó en el rostro de Elizabeth, y abrió los brazos hacia Allie.
– Muchas gracias. Por todo -le susurró Allie en el oído mientras se abrazaban con fuerza.
Con una gran sonrisa, Elizabeth unió a Robert en el abrazo. Cuando se separaron, Elizabeth tenía el rostro serio.
– Dame la mano -ordenó a Robert. Cuando éste lo hizo, Elizabeth se volvió hacia Allie-. Ahora dámela tú. -Allie puso su mano en la de Elizabeth. Ésta cerró los ojos y durante varios segundos reinó el silencia Luego abrió los ojos.
– ¿Pasa algo malo? -preguntó Robert, preocupado.
– No. Pero sugiero un noviazgo relámpago.
– Estábamos pensando lo mismo, pero ¿por qué lo dices?
Elizabeth se inclinó acercándose más a ellos y sonrió.
– Porque vuestra relación ha producido… -Su mirada se dirigió hacia el vientre de Allie de forma significativa-. Un bebé.
Robert la miró sorprendido.
– ¿Estás segura?
– Oh, sí. -Se volvió hacia Allie-. Y si pensabas que Austin era un manojo de nervios a la hora de ser padre… -Sacudió la cabeza y lanzó una risita-. La alfombra Axminster va a pasarlo fatal con Robert. -Les palmeó la mejilla a ambos-. Ahora borrad esa mirada de pasmo de vuestros rostros. Os veré en el desayuno, y prometo mostrarme muy sorprendida cuando anunciéis vuestro compromiso. -Y se fue por el pasillo.
Allie se la quedó mirando en silencio, anonadada. Finalmente se volvió hacia Robert, cuya mirada alternaba entre el rostro y el vientre de Allie, con una expresión de pasmo.
– ¿Ha dicho «bebé»? -preguntó Allie cuando pudo encontrar la voz.
– Sí, eso ha dicho. -Robert se aclaró la garganta-. Y odio decir que ya te lo dije, pero… -Una enorme sonrisa se dibujó en su rostro.
Allie se apretó el vientre con las manos. Los ojos se le llenaron de lágrimas, que, incontenibles, comenzaron a resbalarle por las mejillas. La mirada de Robert se llenó de aflicción.
– Cariño, no llores…
– No estoy llorando.
– Bueno, pues lo finges muy bien. -Le tomó el rostro entre las manos y le secó las lágrimas con los pulgares.
Allie lo miró a los ojos, abrumada.
– Nunca pensé… -Un sonido de pura alegría salió de sus labios-. Hace años que había enterrado el deseo de ser madre. Junto con tantos otros sueños. Y ahora todos se están haciendo realidad.
Robert la miró a los ojos, rebosantes de felicidad y amor. Ésa era su chica del dibujo. La mujer a la que había esperado toda su vida.
– Mi querida Allie. Claro que sí. ¿No te había dicho que siempre juego para ganar?
La acercó a él y tomó sus labios en un beso profundo y tierno. Ese «algo especial», aquella magia indefinible que había sentido desde la primera vez que la había tocado, le corrió por las venas y sintió tina absoluta satisfacción.
¡Por fin!