Allie, enfundada en el hermoso vestido dorado, se detuvo en lo alto de la amplia escalinata y se presionó el estómago con las manos enguantadas. Respiró hondo e intentó calmar los nervios, pero la excitación, la emoción y la ilusión la recorrían a una velocidad que había sido incapaz de controlar durante todo el día.
Miró hacia la cascada de brillante tejido y no pudo reprimir un suspiro. Había pasado mucho tiempo desde la última vez que había llevado algo tan brillante y colorido. Algo que se sintiera pecadoramente delicioso sobre la piel. Y nunca había tenido un vestido tan magnífico. Le ajustaba perfectamente, desde el corpiño y las mangas, cortas y abombadas, hasta la cinta de terciopelo que le alzaba los pechos. Era sorprendente que una pieza de ropa pudiera hacerla sentirse tan maravillosamente bien. Femenina y hermosa. Como una princesa.
Y por mucho que le encantara llevarlo, no podía esperar a ver la reacción de Robert. Sus palabras le resonaban en la cabeza, dejando un rastro de calor: «Espero poder sacarte esa brillante tela del cuerpo y hacerte el amor.»
Dios, ¿cómo podría soportar la velada sin traicionarse? Sobre todo ahora que por fin había descubierto qué era aquel esquivo elemento que faltaba en su relación física con David.
Se había dado cuenta esa mañana, mientras yacía bajo Robert en el sofá, recuperándose de un intenso orgasmo, mientras ligeros temblores de placer aún le recorrían el cuerpo. Él se había derrumbado sobre ella, su peso la aplastaba contra los cojines y su corazón latía con fuerza sobre el de ella. La chaqueta y la camisa de Robert le rozaban los tiernos pechos y los pantalones le rascaban el interior de los muslos. De repente lo vio claro.
Ese deseo salvaje, esa intensa necesidad que, sin duda, él sentía por ella. Eso era lo que siempre había echado de menos. La pérdida total de control. Él la deseaba tanto que ni podía esperar a desvestirse para poseerla; sólo era capaz de apartar con impaciencia las barreras que separaban la piel de uno de la del otro.
Eso era lo que había faltado entre ella y David. Porque, aunque David había sido un amante experto y, excitante, nunca había perdido el control de semejante manera. Ella nunca le había despojado de su dominio de sí mismo. Nunca lo había llevado a extremos de una urgencia física tan intensa. Nunca lo había incitado con palabras o movimientos para que simplemente… la tomara. Para que la deseara así. Para que perdiera el control. Y ella, se daba cuenta, nunca había renunciado de verdad a su propio control. No del todo.
No, nunca antes había experimentado una conexión física y emocional tan profunda. Era, sin duda, lo que había echado de menos. Y cuando por fin lo había encontrado, quería sentirlo de nuevo…
Cielo santo, debía pensar en algo diferente. Apretando las manos con más fuerza sobre su vientre, comenzó a descender lentamente las escaleras. Quizá la salvaría el que Elizabeth se uniera a ellos para la cena. Sí, podría concentrar su atención en su amiga y alejar a Robert de su mente por entero.
«¿Por entero? -se burló su voz interior-. ¡ja! ¡Eres tonta! Si logras alejarlo de tu mente será la primera vez que lo consigas.»
Apartó la voz de un manotazo, como habría hecho con un insecto molesto. Nada le iba a arruinar esa velada. Había esperado mucho tiempo para poder compartir una noche con Elizabeth y su familia.
«¿Elizabeth? Pues sí que eres tonta. Ella no es la que hace que el corazón se te desboque, el pulso se te acelere y te suden las manos.»
Lanzó un soplido de exasperación. De acuerdo, era una tonta. Pero serlo era tan delicioso, liberador y maravilloso, que no podía privarse de ese placer. Así que, por esa noche, y durante los pocos días mágicos que pasaría en Bradford Hall, sería una tonta y se permitiría disfrutar de cada uno de los minutos. Porque demasiado pronto tendría que regresar a la realidad.
Llegó al vestíbulo y de inmediato sintió la presencia de Robert. Éste se deslizó de entre las sombras y Allie se quedó sin respiración. Estaba resplandeciente con un chaqué azul marino que hacía juego con sus ojos y unos pantalones color crema que acentuaban su porte alto y musculoso. El corazón de Allie latió aún más deprisa, no sólo al verlo sino al notar el ardor que manaba de sus ojos al mirarla.
Robert avanzó hasta ella y le besó la enguantada mano.
– Estás deslumbrante -susurró-. Casi me duele mirarte.
Allie no pudo evitar un rubor de placer al oír sus cumplidos. Y sin duda debería estar escandalizada ante el descarado deseo que brillaba en los ojos de Robert y la posesividad de su mirada al recorrerla. Pero en vez de eso se sintió deseable y femenina. Y casi mareada.
– Muchas gracias -repuso, incapaz de evitar un ligero jadeo en la voz-. El vestido es muy hermoso.
– La mujer que lo lleva es hermosa. -Alargó la mano y tocó suavemente uno de los mechones que te enmarcaban el rostro-. Me gusta que te peines así.
Allie resistió la tentación de tocarse los rizos que, con tanto arte, la doncella de Elizabeth le había peinado en un elegante moño de estilo griego.
– Mi pelo es tan horrorosamente lacio que estoy segura de que los rizos no aguantarán toda la noche.
– Mi querida Allie, yo sé que esos rizos no van a durar toda la noche. En cuanto te pille sola, serán D.S.A.
Allie alzó las cejas.
– Despeinados Sin Arreglo -explicó él.
– Ya veo. Bueno, en tal caso N.PE. -Hizo una pausa y luego añadió para aclarar: No Puedo Esperar.
– Yo tampoco.- Le tomó la mano y la apretó contra su blanca camisa. Allie sintió los latidos de su corazón, secos, rápidos e íntimos -. Esto es lo que me pasa con sólo verte -le susurró mirándola a los ojos.- No he pensado más que en ti durante todo el día.- Reprimió una carcajada -. Me ha sido imposible ayudar a Austin con las cuentas, como me pidió. Dios sabe que no deseaba separarme de ti ni durante cinco minutos, y mucho menos toda la tarde. Por suerte Miles estaba allí para corregir los numerosos errores que he cometido.
– Yo he pasado un rato muy agradable con tu madre y Caroline. Me han enseñado a jugar al piquet, y luego hemos paseado por el invernadero. -La mirada de Allie se posó en los labios de Robert, y se fijó en lo hermosa que era su boca. Masculina y llena, firme y suave al mismo tiempo.
– Si sigues mirándome así -dijo Robert con voz áspera-, no saldrás de este vestíbulo…
– ¿Ilesa? -sugirió Allie, alzando la mirada. Los ojos de Robert se oscurecieron.
– Sin ser besada. Ilesa es para… más tarde.
Un delicioso estremecimiento la recorrió ante la simple idea de… más tarde.
– Aunque un beso sería maravilloso -replicó Allie, apartando la mano del calor del pecho de Robert-, creo que será mejor que no. Sospecho que no podríamos mantenernos intactos, y no puedo asistir a la cena con el corpiño bajado y el pelo alborotado.
Él la miró ceñudo.
– ¿Estás insinuando que… te desarreglo con mis besos? -Allie cerró los ojos y exhaló un suspiro largo y extasiado.
– Oh, sí.
Al oír la ligera risa de Robert, Allie abrió los ojos.
– En tal caso -dijo él-, tienes razón y será mejor que esperemos. Y ahora, ¿puedo acompañarla hasta el comedor? -Le ofreció el brazo. Allie inclinó la cabeza según las normas de la etiqueta, colocó muy correctamente sobre su brazo una mano enguantada y le permitió que la guiara por el corredor, mientras pensamientos nada correctos le rondaban por la cabeza.
La cena era una celebración de gala, con múltiples y deliciosos platos, mientras el jerez, el madeira y el champán fluían alegremente. Al servir cada uno de los platos, de un menú que comenzó con una delicada sopa, seguida de rodaballo con langosta, cordero con mostaza francesa y espárragos con guisantes cremosos, todos alzaban los vasos y brindaban a la salud de Elizabeth y Lily.
Sentado entre Caroline y su madre, Robert comió su ración de cada uno de los sabrosos platos, pero no se percató mucho de lo exquisito de la comida. Allie se sentaba frente a él, y le resultaba casi imposible apartar los ojos de ella. Nunca la había visto tan animada, ni tan risueña y divertida. Ya había perdido la cuenta de sus sonrisas, y estaba absoluta y completamente hechizado por ella.
Y verla con aquel vestido… el color bronce reluciendo sobre su piel cremosa… Demonios, lo dejaba sin respiración.
Elizabeth, resplandeciente en un vestido de muselina color verde pálido, se hallaba en un extremo de la mesa.
– ¿Te acuerdas de la primera vez que fuimos a pescar? -le preguntó a Allie, mientras retiraban unos platos para traer los siguientes.
– Nunca lo olvidaré -contestó Allie alzando la mirada hacia el techo.
– ¿Qué pasó? -inquirió Caroline.
– Teníamos doce años -explicó Allie-, y por alguna razón que nunca entenderé, permitimos que mi padre nos provocara hasta hacernos afirmar que sin duda sabíamos pescar tan bien como él, a pesar de que ninguna de las dos había intentado pescar nunca antes. Después de todo, no podía ser tan difícil atrapar unos cuantos peces. Así que fuimos al lago para probar lo que decíamos. Por desgracia, descubrimos rápidamente que ninguna de las dos quería poner el gusano en el anzuelo.
– Los gusanos eran babosos -enfatizó Elizabeth.
– ¿Eso dice mi animosa mujer? -bromeó Austin desde la cabeza de la mesa.
– Que sean babosos no tiene nada que ver con que yo sea animosa -replicó Elizabeth con aires de superioridad.
– Sabíamos, claro, que es imposible pescar sin cebo -prosiguió Allie-. A no ser que seas un oso o un pájaro o algo así…
– … lo que no somos -interrumpió Elizabeth.
– …así que decidimos usar un cebo diferente -continuó Allie-. Por desgracia nuestras posibilidades de elección eran bastante limitadas. Pero de acuerdo con nuestros experimentos, puedo informar de que a los peces no les gustan las piñas, ni las hojas, ni las rocas, ni el queso.
– ¿Queso? -preguntó Robert.
– Habiamos llevado un trozo -reconoció Allie -. Y de un queso muy bueno. Se podría pensar que al menos habría un pez en todo aquel lago al que le gustara el queso.
– Quizás un pez no demasiado inteligente -murmuró Robert sonriendo.
– ¡Eso es justamente lo que dijimos! -repuso Allie con una gran sonrisa-. Aun así, a pesar de todos nuestros esfuerzos, fuimos incapaces de pescar ni uno. Pero no podíamos volver a casa con las manos vacías. Papá se había mofado de nosotras sin piedad antes de iniciar la expedición de pesca, diciendo que no seríamos capaces de atrapar ningún pez sin su ayuda masculina.
– ¿Y se demostró que tenía razón? -inquirió Caroline, evidentemente decepcionada.
– Oh, no -informó Allie. El brillo travieso de sus ojos contradecía su sonrisa inocente y angelical-. De camino a casa nos desviamos hacia el pueblo. Y paramos en la pescadería.
– Uniendo nuestros recursos, fuimos capaces de comprar un pez de buen tamaño-intervino Elizabeth riendo-. El padre de Allie nunca se enteró de que, en vez de pescarlo, lo habíamos comprado. Nos costó todo el dinero que teníamos entre las dos, pero valió la pena.
– Sorprendente -dijo Austin-. Cuando pensaba que lo sabía todo sobre mi esposa, me entero de algo nuevo. -Chasqueó la lengua, mirando a Elizabeth con ojos brillantes desde la otra punta de la mesa-. Nunca hubiera sospechado que fuera capaz de tal infame argucia.
Elizabeth alzó la barbilla con aire regio.
– Aquel ruin acto fue exclusivamente idea de Allie.
Una expresión de exagerada sorpresa se dibujó en el rostro de Allie.
– ¿Idea mía? -Frunció el ceño y los labios-. Oh, bueno, sí, supongo que sí.
Todos rieron, y Robert pasó el resto de la cena enamorándose más y más de ella. Siempre que sus ojos se encontraban, el corazón le daba un salto. Siempre que ella reía, el corazón se le ponía del revés. Para cuando sirvieron el postre, se dio cuenta, sonriendo para sí con ironía, de que su corazón tenía muchas posibilidades de no resistir la velada, con todo lo que estaba recibiendo.
Maldición, era encantadora. Todo lo que él siempre había querido. Todo lo que había estado buscando. Ocurrente, inteligente, generosa, amable, honrada. Y le hacia arder la sangre.
– Estás muy callado -le dijo Caroline con disimulo, inclinánde hacia él mientras la conversación zumbaba a su alrededor. Robert: miró y vio su maliciosa sonrisa-. Y tienes un brillo muy interesante en la mirada. Apuesto a que puedo adivinar por qué. -Dirigió la mirad hacia Allie de una forma nada sutil.
Robert lanzó a Caroline una mirada igualmente maliciosa, y luego la dirigió hacia Allie.
– No pienso aceptar esa apuesta, porque estoy seguro de que he acertado.
Reprimió una sonrisa al ver la expresión de suficiencia de Carolina. Ella se acercó más.
– ¿Quieres decir… Allie?
Robert puso una expresión de asombro.
– ¿Allie? ¿Qué quieres decir? Pensaba que te referías al postre. Es absolutamente delicioso. No puedo hablar mientras como, ya sabe Se debe concentrar toda la atención en el delicado aroma. Y este sutil toque de limón siempre me hace brillar los ojos.
Caroline le mostró los dientes.
– ¿Sabes quién es más insufrible que tú?
– ¿Quién?
– Nadie.
Robert echó la cabeza hacia atrás y rió. Ah, sí, la vida era marav¡llosa. Había encontrado a la mujer que amaba, y aún podía tomarle el pelo a su hermana. Y la vida era tan buena que aún podía ser mejor. Porque tenía toda la noche planeada. Hacer el amor con Allie y lueg pedirle que fuera su esposa. Su voz interior lo interrumpió, indicándo que era posible que ella tuviera algo que objetar a su pasado, pero Robert no quiso hacer caso de esa molesta advertencia. Nada le estropearía esa velada. Y menos aún algo que había pasado cuatro años atrás. «Te estás engañando. Sabes cómo reaccionaría si lo supiera.» Sin duda. Y por eso precisamente que no tenía ninguna intención de explicárlo por el momento.
Más adelante. Se lo diría más adelante. Cuando ella ya lo amara lo suficiente para comprenderlo. Cierto que nunca podría explicarle toda la historia, pero seguramente conseguiría hacer que lo entendiera. Pero no esa noche. Esa noche se le declararía. Ella diría que sí, y anunciarían su compromiso al día siguiente durante el desayuno. La familia la recibiría con los brazos abiertos, porque era evidente, sobre todo después de esa cena, que Allie se entendía con ellos a la perfección. Elizabeth la quería, y no había duda de que a Caroline y a su madre les gustaba mucho. Y él… él era un hombre profundamente enamorado.
Ah, sí, la vida era maravillosa.
Después de la cena, Robert sugirió que pasaran a la sala de música.
– ¿Por qué? -La pregunta vino del duque, quien, según notó Allie, miraba a Robert con recelo mal disimulado.
– Quisiera entreteneros con una canción.
Allie casi se atragantó de risa al ver las diferentes expresiones de horror que la rodearon. Caroline y su madre parecía que hubieran encontrado un insecto nadando en sus tazas de té, mientras que el duque y lord Eddington ponían cara de haber mordido algo muy ácido. Sólo Elizabeth parecía divertida.
– Por Dios, hombre -dijo el duque-, si no te apiadas del resto de nosotros, como mínimo ten consideración con Elizabeth. Acaba de pasar por un duro trance.
– Tonterías -exclamó Elizabeth, tomando a Robert del brazo y dirigiéndose hacia la sala de música-. Ya sabes lo animosa que soy. Me encantará escuchar una canción.
Se alzó un gemido colectivo, pero, aunque a regañadientes, todos los siguieron por el pasillo. Allie caminaba junto a la madre de Robert.
– Lo siento, querida -le susurró ésta-. Es mi hijo y lo amo, pero no afina ni a palos. Hemos intentado desanimarle, pero me temo que le gusta cantar.
– Ya lo he oído cantar -le confesó Allie-. Y tocar el piano. En la mansión de Londres.
– Oh, bueno. Así ya lo sabes.
– ¿Que no tiene nada de oído? Me temo que sí. Pero bueno, yo tampoco.
– Entonces encajarás con nosotros perfectamente, querida. Todos somos terribles cantando, aunque Caroline toca el piano medianamente bien.
Al llegar a la sala de música, Pirata alzó la cabeza desde su confortable posición sobre la alfombra de la chimenea y movió la cola, ilusionado. Todos se sentaron en los sofás y sillones, excepto Robert, que tomó su lugar ante el piano. En cuanto se situó ante el instrumento, Pirata, sin duda notando lo que se avecinaba, se puso en pie y trotó ligero hacia el corredor, con la cabeza baja y el rabo entre las piernas. El duque susurró algo que sonó sospechosamente parecido a «perro listo».
Robert sonrió a su público.
– ¿Querría alguien actuar antes que yo?
– ¡No! -respondieron todos al unísono.
– Queremos que empieces y acabes, querido hermano -repuso Caroline con una dulce sonrisa.
– Os diré que la obra que voy a interpretar os dejará estupefactos…
– «Helados» reflejaría más la realidad -interrumpió el duque secamente.
Robert alzó el mentón en un gesto teatral.
– … os dejara estupefactos porque es un dueto. Y ahora le ruego a mi adorable acompañante que se una a mí. Se volvió hacia ella-. ¿Allie?
Allie sintió que el calor le ardía en las mejillas y negó firmemente con la cabeza.
– Oh. No podría.
– Claro que puede -la animó Robert-. Cantaremos la canción que cantamos en Londres, para celebrar el nacimiento de Lily.
– Eso sería encantador, Robert -dijo Elizabeth.
Robert miró a su público.
– ¿Lo veis? Elizabeth piensa que sería encantador.
– Elizabeth es excesivamente educada -musitó el duque.
– La verdad -intervino Elizabeth, con los ojos reluciendo con un brillo travieso, estoy ansiosa por oír a Allie cantar y tocar el piano. Esas habilidades deben de ser de nueva adquisición. La conozco de toda la vida y tosió discretamente en la mano-, y no era exactamente una gran cantante.
Intentando no reírse, Allie puso su expresión más altiva. Luego avanzó hacia el piano como un barco a todo trapo y se colocó junto a Robert sobre el banco acolchado.
– Creo que nuestro talento musical ha sido puesto en entredicho, caballero.
– Ciertamente. Por lo tanto, debemos, en nombre del honor, resarcirnos. -Robert lanzó a su hermano una mirada angelical-. Tú ya me debes veinte libras por la partida que perdiste.
Su revelación alzó un murmullo de conversaciones. Allie se volvió hacia Robert y le habló en voz baja.
– ¿Has ganado? ¿Con los ojos cerrados?
– He ganado. Ya lo dije, yo siempre juego para ganar.
– Supongo que tu hermano estaba bastante nervioso -le murmuró con una sonrisa burlona.
– Sí. -A pesar de sus bromas, Allie podía ver claramente el ardor en los ojos de Robert-. Pero aprovecharte de las debilidades de tu oponente es parte del juego.
– Ejem. Puedes empezar cuando gustes, hermano -dijo la voz del duque. Allie apartó la mirada de Robert y se dio cuenta, no sin cierto disgusto, que la conversación se había detenido y cinco pares de ojos se clavaban en ellos con diversos grados de suspicacia.
Pero en vez de parecer avergonzado, Robert sonrió ampliamente.
– Si insistes…
Tocaron la misma canción que en Londres, y si eso era posible, su actuación fue aún más horrenda que la última vez. Probablemente porque Allie no podía recuperar el aliento de tanto reír ante las payasadas de Robert, que cantaba a todo pulmón desafinando terriblemente.
Sin embargo, cuando llegaron a la estrofa final, Robert redujo el ritmo y bajó la voz, para cantar las últimas palabras con suavidad, aunque también desafinadas.
El sol sus hermosos rasgos reflejaba
Mientras ella, a ver si él osaba, esperaba,
Y él no la decepcionó en eso
Pues sobre sus tiernos labios depositó un beso.
Mientras la última nota disonante aún resonaba en la sala, Allie sintió sobre sí la mirada de Robert y dejó los ojos clavados sobre las teclas a propósito, temiendo que si le miraba, él y todos los demás notarían lo mucho que deseaba que escenificara la letra de la canción y depositara un beso en sus labios. Sólo cuando el aplauso comenzó, Allie alzó la mirada, y entonces fijó su atención en el público.
Elizabeth se acercó, abrazó a Robert y luego a Allie.
– Ha sido estupendo.
– «Estupendo» -se oyó decir al duque en un nada disimulado aparte con lord Eddington- es una palabra americana que quiere decir: «Robert, desafinas sin remedio y deberías avergonzarte de haber arrastrado a la pobre señora Brown al abismo de tu falta de talento musical.»
– Quizá tú quisieras obsequiarnos con una canción, Austin -sugirió Caroline.
Una expresión de horror cruzó el atractivo rostro del duque.
– Dios nos salve. No deseo veros saltar por la ventana para escapar de la cacofonía. Ciertamente creo que sería mejor que Elizabeth y yo nos retiráramos. -Miró a su esposa con amorosa preocupación-. No quisiera que te fatigases, querida.
– Me encuentro un poco cansada -admitió Elizabeth. Abrazó a Allie-. Pero ha sido una velada maravillosa. Y gracias a ambos por la canción.
Como era casi medianoche, todos los demás también decidieron retirarse. Subieron juntos las escaleras y luego se separaron para dirigirse a sus respectivas alcobas. Allie tuvo mucho cuidado de no mirar directamente a Robert, porque sabía que su rostro la traicionaría. Incluso sin mirarlo, supo que se había sonrojado. Después de desear buenas noches a todos, se apresuró hacia su dormitorio. Cerró la puerta a su espalda y se recostó contra el panel de roble. Cerró los ojos y notó cómo le latía el corazón de ilusión.
¿Cuánto tardaría en llegar Robert?
En el cuarto de Lily, Elizabeth contemplaba el sueño de su minúscula hijita. Austin se le acercó por detrás, colocándole las manos sobre los hombros, y Elizabeth se apoyó sobre su pecho. Él le dio un cariñoso beso en el cuello, luego juntó su mejilla con la de ella y juntos contemplaron admirados a Lily.
Un suspiro se escapó de entre los labios de Elizabeth. Austin se irguió, y la hizo girar para quedar frente a ella.
– ¿Te encuentras bien? -preguntó, mientras su ansiosa mirada le recorría el rostro.
Elizabeth se obligó a sonreír para tranquilizarlo.
– Sí. Solo cansada. -Pero negó con la cabeza-. No, no es sólo el cansancio. También estoy preocupada. Por Robert y Allie.
– ¿Has visto algo más?
Elizabeth lo miró a los ojos.
– Robert está enamorado de ella. -una ligera sonrisa curvó las comisuras de los labios de Austin.
– Querida, incluso yo, que no poseo tu clarividencia, puedo ver eso. -Al ver que no le devolvía la sonrisa, se puso serio-. Pensaba que esa unión te complacería. Es más, ¿no habías predicho que se enamoraría de ella?
– Sí. Y me haría muy feliz, excepto que…
– ¿Estás preocupada por el peligro que sentiste?
– Sí. Aún lo siento. Pero siento algo más… algo incluso más inminente. -Sacudió la cabeza-. A Robert se le va a romper el corazón, Austin.
Los dedos de Austin se tensaron sobre sus hombros.
– ¿Estás segura? Parece evidente que a ella no le resulta indiferente.
– Lo sentí, con mucha intensidad, cuando los toqué en la sala de música. Sufrimiento. Para ambos.
Michael Evers se tendió sobre el colchón lleno de bultos, con todos los músculos del cuerpo doloridos por el cansancio. Había cabalgado duramente casi sin descansar, cambiando de caballo con frecuencia, intentando adelantarse a la tormenta que se estaba formando en el cielo hacia el sur de su ruta. Había llegado a Liverpool hacía menos de una hora. Exhausto, había buscado una posada, había comido un poco de estofado y luego se había derrumbado sobre la cama.
Al día siguiente por la mañana cruzaría el mar de Irlanda hacia Dublín, un viaje que no le apetecía. Odiaba el agua. Odiaba todo lo que tenía que ver con ella. Navegar, pescar, todo eso. Era muy probable que su desagrado surgiera de su incapacidad para nadar. Siempre que se aventuraba cerca del agua, una capa de sudor le cubría todo el cuerpo. Claro que ese temor era algo que nadie conocía. «Nunca hay que mostrar debilidad», era su lema. Y en el tipo de trabajo al que se dedicaba y dadas las compañías que frecuentaba, no se podía permitir que nadie lo supiera. Prefería cabalgar sobre un maldito caballo durante todo el día que pasar cinco minutos en un puñetero barco. Sí, que le dieran la sólida piel de un caballo bajo su trasero y no unas planchas de madera a merced de las impredecibles mareas y las olas, que ondeaban y rompían de un modo que hacía que se le revolviera el estómago.
La verdad era que podía haber conseguido pasaje para la barcaza de ganado que zarpaba a medianoche. Pero, demonios, no podía enfeenrarse a la idea de cruzar toda esa agua a oscuras. Lo mejor era pasar la noche allí, descansar y cruzar a la luz del día, cuando pudiera ver qué pasaba. Ver donde estaban las barandillas de la borda, para no caerse accidentalmente desde el maldito puente.
Además, durante años la señora Brown había estado en posesión de la nota que en ese momento estaba oculta en su chaleco. ¿Qué podían importar unas cuantas horas más?