Después de su noche con Robert, bien entrada la mañana, Allie se plantó ante el espejo y examinó su reflejo. Incluso bajo la tenue luz que manaba de aquel cielo gris y lluvioso, e incluso vestida de negro, podía notar un brillo inconfundible. Le relucía en los ojos, le refulgía en las rosadas mejillas y se anunciaba en la leve sonrisa secreta que no podía borrar de los labios.
En ningún momento durante los tres últimos años se había sentido tan maravillosamente viva, tan vibrante y tan jovial. Su cuerpo se estremecía de placer, el pulso se le aceleraba al pensar en la noche anterior… cosa que hacía constantemente. Se volvió y miró la cama, que ya estaba hecha. Pero al instante se vio a sí misma y a Robert entre las sábanas revueltas, con los miembros entrelazados, tocándose, saboreándose, explorándose. ¡Qué Dios la ayudara, no podía esperar a hacerlo de nuevo!
Seguro que todos lo adivinarían. ¿Cómo podrían mirarla y no notarlo? El aspecto de mujer satisfecha la cubría como un chal de cachemira, y nada, ni siquiera el largo baño que se había permitido, ni el día gris, ni su sombrío atuendo, podían disimularlo. No se arrepentía de sus acciones, pero tenía que ser cautelosa. Discreción. Una cosa era tener una amante… y otra muy distinta que toda la familia se enterara de su relación.
Pero ¿cómo iba a poder estar en la misma habitación que él y actuar con normalidad? ¿Cómo, ahora que sabía lo firme y suave que era su piel? ¿Cómo, ahora que había visto sus ojos nublados de pasión y deseo mientras se hundía en su cuerpo? ¿Cómo, ahora que conocía el sonido de su voz cuando susurraba su nombre al dejarse ir?
«No serás capaz, estúpida. Jamás deberías haber…»
Cerró los ojos con fuerza y acalló con decisión su voz interior, como ya había hecho más veces de las que podía contar desde que se había despertado. Robert era su amante. Nada más. Disfrutarían del placer que se proporcionaban mutuamente hasta que ella se marchara de Inglaterra. Y entonces se habría acabado.
De nuevo su conciencia trató de intervenir, pero Allie cerró el corazón y la mente a sus indeseadas advertencias. Había llegado el momento de aventurarse a bajar… de reunirse con la familia de Elizabeth. Y de encontrase cara a cara con su amante.
Con los nervios cosquilleándole el estómago por la ilusión de verlo de nuevo, se volvió hacia la puerta. Antes de que pudiera dar un paso, alguien llamó.
¿Dios, sería él?
– Adelante -dijo, apretándose el estómago con las manos para calmar los nervios.
Caroline entró sonriente, sosteniendo una caja grande y rectangular.
– Buenos días, Allie… o casi buenas tardes. -Se dirigió a la cama y dejó la caja encima-. ¿Has dormido bien?
Allie sintió que le ardían las mejillas.
– Muy bien. Pero hasta más tarde de lo que me esperaba.
Caroline hizo un gesto de indiferencia con la mano.
– Para eso está el campo, para remolonear en la cama hasta el mediodía. Yo sólo hace unos minutos que he bajado, y he encontrado esto -señaló la caja- esperándote. Según Fenton, acaba de llegar de Londres. Como no puedo esperar a ver qué compraste a madame Renée, te lo he subido. Sus creaciones son simplemente divinas.
Allie frunció el ceño confusa.
– ¿Madame Renée? Tiene que haber algún error. Sí que compré dos vestidos en su tienda, pero me los entregaron antes de salir de Londres.
Caroline abrió mucho los ojos.
– Cielos, con los pocos días que has estado en Londres, debes de haber pagado una fortuna para conseguir los vestidos con tanta rapidez. Normalmente tardan al menos tres meses. Madame Renée es, después de todo, la modista más exclusiva de Londres. -Rió-. Miles teme por la fortuna familiar sólo con que le mencione el nombre de esa mujer.
– Debemos de estar hablando de dos madame Renée diferentes -dijo Allie-. Los vestidos que me compré tenían un precio muy razonable.
– Sólo hay una madame Renée -dijo Caroline rotundamente-. Su tienda se halla en Bond Street -Pasó la mirada por el vestido de Allie-. Lo que llevas es de su tienda. Y también el vestido que llevabas ayer. Su perfecto trabajo y su estilo son inconfundibles. Ayer pensé en preguntarte cómo conseguiste que te sirviera tan rápido. Debes confiarme tu secreto.
– Pero si no tengo ningún secreto. Tu hermano me llevó a la tienda y… -Su voz se fue apagando mientras una sospecha iba tomando forma. Seguro que Robert no… No, no podía haberlo hecho.
Los ojos de Caroline se avivaron con un interés indudable.
– ¿Robert te llevó? ¿A madame Renée? ¿Voluntariamente?
El tono incrédulo de Caroline dejó claro que tal cosa representaba un comportamiento extraordinario por parte de Robert.
– Le pregunté dónde podía comprarme ropa -se apresuró a decir Allie, poniendo su indignada conciencia a raya.
– Ya veo -murmuró Caroline, pero detrás de esas dos inocentes palabras se ocultaba una multitud de sospechas-. Bueno, veamos lo que Madame te ha enviado -urgió-. Quizá sea un chal u otro accesorio de uno de los vestidos que compraste.
– Quizá -repuso Allie dudosa-. Pero me temo que se trata de un error.
Sin embargo, en el momento en que apartó el fino papel a rayas rosas y blancas y vio la brillante tela de tonos bronce que había debajo, se quedó sin aliento, y supo que no era un error… al menos no el tipo de error que inicialmente suponía.
– ¿Qué hermoso? -exclamó Caroline-. ¡Qué color más extraordinario! Es perfecto para ti.
Aturdida, Allie alzó cuidadosamente el vestido de su lecho de papel. Era el traje más exquisito que había visto nunca, una perfecta cascada de seda dorada, elegante y sencillo al mismo tiempo. Reconoció la tela como la que había admirado en la tienda de madame Renée. Y sólo había una manera de que se hubiese encargado aquel vestido.
Robert.
Una miríada de emociones zumbaron en su interior como un enjambre de abejas, confundiéndola por lo contradictorias que eran. Era evidente que Robert le había mentido sobre madame Renée y los precios que cobraba. También era evidente que él le había subvencionado las compras, y según las palabras de Caroline, debía de haber pagado una buena cantidad. Y el vestido que tenía en las manos le debía de haber costado una fortuna.
Una parte de su corazón se derritió por la manera, amable y galante en que la había provisto de los medios para comprarse vestidos nuevos sin herir su orgullo. Pero por otra parte ese mismo gesto pisoteaba irrevocablemente la independencia que tanto le había costado lograr. No necesitaba que él, o ningún otro, le comprara ropa. Se negaba a volver a deber nada a ningún hombre.
Pero el golpe más fuerte, lo que la hirió y la enrabió, la decepcionó y la disgustó, fue el hecho de que Robert le hubiera mentido. Tal vez sus intenciones habían sido buenas, pero, maldición, ella no podía soportar que le mintieran. Bajo ningún concepto. Y aunque estaba furiosa con él, aún lo estaba más consigo misma. Por bajar la guardia. Por permitirse creer, por esperar estúpidamente, aunque sólo fuera durante un instante, que Robert no le mentiría como había hecho David tan a menudo.
Aunque su instinto femenino le instaba a ponerse aquel maravilloso vestido, su orgullo y la profunda sensación de traición que le retorcía las entrañas la obligaron a devolver el traje a la caja.
– ¿Sabes dónde se encuentra tu hermano? -preguntó a Caroline, sonriendo y rogando que la pregunta no pareciera tan tensa y forzada como la sentía.
– Creo que está en el cuarto con los niños.
– ¿Te importaría acompañarme allí, por favor? Hay algo que me gustaría hablar con él.
Allie se quedó en la puerta de la habitación de los niños, fascinada por la imagen de Robert sentado en el borde de un sofá muy mullido y tapizado de zaraza. Sus largas piernas, enfundadas en unos pantalones de color beis, estaban separadas. Emily se hallaba sentada sobre una de sus rodillas y James sobre la otra.
– ¿Estáis listos para empezar la próxima cabalgada por el bosque? -preguntó Robert a los niños.
– ¡Listos! -respondieron al unísono.
– Agarraos -ordenó, y comenzó a hacer fuertes ruidos como si fuera un caballo mientras movía las piernas de arriba abajo. Los niños estaban encantados-. Ahora viene una valla -dijo-. ¡Salto! -Levantó las piernas más alto y los niños se aferraron a sus rodillas, riendo sin parar-. Casi hemos llegado. ¡Agarraos!
Segundos después los botes cesaron.
– ¡Más! -pidió Emily al instante.
Robert rió y la levantó de su rodilla para abrazarla.
– ¡El caballito necesita descansar primero! -La besó en su mejilla de querubín y luego la dejó en el suelo. Volvió la cabeza y vio a Allie y a Caroline en la puerta.
Su mirada atrapó la de Allie y el fuego que ardió en sus ojos fue evidente. A pesar de su furia, Allie notó que las mejillas le comenzaban a arder ante la descarada intimidad de su mirada. Dios, Caroline estaba a su lado. Sin duda la vería y se preguntaría…
– ¡Mamá! -Emily corrió hacia Caroline sobre sus piernas regordetas. James bajó de la rodilla de Robert y galopó también hacia su tía. Caroline se agachó y los abrazó a los dos.
– ¡Pero si son mis dos jinetes favoritos! -exclamó con una sonrisa-. ¿Quién ha ganado la carrera?
– ¡Yo! -respondieron Emily y James simultáneamente.
– Ha sido un empate -repuso Robert riendo. Se puso en pie y se quedó junto al sofá, con la mirada clavada en Allie. Y aunque los separaba la mitad de la habitación, Allie sintió como si la acariciara.
Caroline se incorporó y Allie se obligó a apartar la mirada de los absorbentes ojos de Robert. Caroline tomó a cada niño en una mano y dedicó, alternativamente, de su hermano a Allie una sonrisa inocente que no disimulaba sus especulaciones.
– Si me disculpais -dijo Caroline-. Me llevaré a estos expertos jinetes para que me ayuden a convencer a la cocinera de que les dé unas galletas como recompensa por sus esfuerzos. -Miró hacia la ventana, tras la cual seguía cayendo la lluvia-. Luego propongo que visitemos el invernadero y cortemos unas flores para llevárselas a Lily y a su mamá.
– Flores para mamá -asintió James, tirándole de la mano.
Allie dio las gracias a Caroline con un movimiento de cabeza, y ésta condujo a los animados niños fuera de la sala. Sus voces se fueron haciendo más débiles hasta que reinó el silencio.
Robert se quedó donde estaba, observando a Allie durante unos minutos. El corazón se le aceleró por el simple hecho de estar en la misma habitación. Lo único que deseaba era cubrir la distancia y tomarla entre sus brazos, pero vio algo en los ojos de Allie, en su postura tensa e inmóvil, que le inquietó. Como si estuviera ante un conejo que fuera a escaparse corriendo, se le acercó lentamente. Allie permaneció en su lugar, observándolo mientras se aproximaba. Robert se detuvo frente a ella, luego extendió el brazo más allá, cerró la puerta y dio la vuelta a la llave, y el ligero sonido resonó en toda la habitación.
Esa seria mujer no era la misma criatura desvergonzada y risueña que había tenido en sus brazos la noche anterior. Quería que aquella mujer regresara.
¿Tendría remordimientos? Esperaba que no, porque él no los tenía en absoluto. La noche anterior había sido… perfecta. La primera de las muchas noches perfectas que seguirían. Pero a juzgar por su expresión, resultaba obvio que tendría que convencerla de eso.
Alargó la mano para tocarla, pero ella se apartó al instante, poniéndose fuera de su alcance.
– Necesito hablar contigo -dijo en un tono inexpresivo que redobló la inquietud de Robert.
Allie se hallaba con la espalda a poco más de un palmo de la pared, y Robert consideró la posibilidad de aproximarse, cercándola, pero decidió dejarle el espacio que obviamente quería. Aunque no podía negar que se sentía herido por su frialdad.
– Te escucho -repuso, preparándose para oír una avalancha de recriminaciones y lamentos «del día después».
– Me mentiste.
Robert parpadeó.
– ¿Disculpa?
– Me mentiste acerca de madame Renée. Acabo de enterarme de que su tienda es la más cara de Londres y que cobra precios exorbitantes. Y de que los clientes deben esperar meses antes de recibir sus encargos.
Diablos. Sin duda tenía que agradecérselo a su hermana. Aun así, parte de la tensión de sus hombros se evaporó al ver que no se trataba de la noche anterior.
– Allie, yo sólo…
– Mentiste. -Dos banderas rojas gemelas se alzaron en sus mejillas y la voz le tembló de rabia-. Y te agradeceré que no pretendas negarlo. -Se cuadró de hombros-. Prepararás una lista completa de todo lo que has gastado subvencionando mis compras para que pueda pagarte.
Robert sintió una creciente irritación.
– No haré nada parecido.
– Entonces me veré obligada a preguntárselo directamente a madame Renée.
– No te lo dirá.
– Entonces le pediré a Caroline que haga un cálculo aproximado de lo que te debo.
La confusión reemplazó a la irritación.
– No me debes nada. El ladrón destrozó tus vestidos. Simplemente te di los medios para reemplazarlos de una manera rápida.
– Mintiéndome. -Casi se podían ver las chispas que saltaban de Allie-. ¿Sabes qué se siente cuando te mienten, Robert? -Antes de que Robert pudiera responder, Allie prosiguió-: Yo sí que lo sé. Es horrible. Y me niego a que se aprovechen de mí de esa manera nunca más.
– Allie… -Alargó la mano hacia ella, pero Allie se apartó de nuevo. Robert se pasó los dedos por el cabello, cada vez más frustrado. Maldición, esta ver sí que había metido la pata-. Sólo intentaba ayudarte. Es evidente que no lo he hecho bien, que te ha molestado, y por eso te pido disculpas. Pero creo que estás exagerando por unos simples vestidos.
Allie apretó los labios formando una linea fina y furiosa.
– No hay nada de simple. Yo no te pedí ayuda. Ni quería ni necesitaba tu ayuda. He sobrevivido por mí misma durante los últimos tres años, y pienso continuar haciendolo sin estar en deuda con nadie.
Sus palabras fueron como una bofetada.
– No me debes nada. Habría hecho lo mismo por cualquiera que me importase, sin esperar nada a cambio. No quería que lo supieras sólo porque noté que tu orgullo no te permitiría aceptar nada de mí, o de nadie más. Y aunque puedo entender, e incluso admirar, ese sentimiento, en este caso estoy totalmente en desacuerdo.
– Tú elegiste por mí, una elección que yo no habría hecho si hubiera estado en posesión de toda la información. Y no la tenía porque tú me mentiste. ¿Y qué pasa con el otro vestido? El que acaba de llegar, enviado por madame Renée. ¿Cómo arreglaste eso?
– Le escribí después de que visitaras la tienda.
– Ya veo. Así que obviamente ese vestido es algo que tú decidiste que también necesitaba.
Robert estudió el rostro de Allie durante varios segundos antes de responder.
– Creo que es hora de que dejes de llevar luto.
– Ésa no es una decisión que debas tomar tú.
No. Pero deseaba que lo fuera. Al infierno con no tocarla. Extendió el brazo y la agarró firmemente por los hombros. Allie se tensó, pero no se movió.
– Allie. Sólo quería que tuvieras algo bonito que ponerte. Quería verte con algo que no fuera negro.
– No me puedo permitir un vestido así. -Robert frunció la frente.
– Es un regalo.
– No lo quiero. No puedo aceptar y no aceptaré otro regalo de un hombre que me ha mentido.
Robert notó que algo se quebraba en su interior y la soltó bruscamente, apartándose varios pasos.
– Maldita sea, yo no soy él. No soy David.
– ¿De verdad?
Robert cubrió la distancia que los separaba de una rápida zancada. Allie se echó hacia atrás, apretando la espalda contra la pared, y Robert estiró los brazos y puso las manos contra las placas de madera, una a cada lado de la cabeza de Allie, encerrándola.
– ¿Tienes la menor idea de cómo me hace sentir esa comparación? -Como Allie se limitó a mirarlo con los ojos muy abiertos, Robert se acercó más, sin siquiera intentar ocultar la furia y el dolor que mostraban sus ojos-. Permíteme que te informe. Es más que insultante. Es extremadamente doloroso. Admito que tengo mis fallos, pero estafar, robar y hacer chantaje no se encuentran entre ellos. ¿Dices que no toleras que te mientan? Muy bien. Eso es comprensible. Pero debes entender que yo no tolero que me compares con tu difunto marido. No tengo la costumbre de faltar a la verdad, pero con relación a madame Renée, sí, te mentí. Sólo puedo decir que mis intenciones eran buenas, ofrecerte mis disculpas y prometer no volver a mentirte.
Allie lo miró fijamente y tragó saliva. Estaba enfadado. Y dolido. Esas emociones radiaban de sus ojos y de su cuerpo. Y ambos estaban demasiado cerca. Intentó aferrarse a su propia furia, pero ésta empezó a filtrarse, como la arena en un reloj, para ser reemplazada por un sentimiento de culpa por haberlo herido. Apretó los puños. No quería sentir eso… ese reblandecimiento de su indignación. Él le había mentido. Ella tenía razón; él no.
Pero captó la ironía de que, mientras ella lo comparaba con David. Robert se estuviera comportando de una forma impropia de David. No podía recordar a David admitiendo nunca que tuviera fallos. O disculpándose. Y por supuesto no podía ni imaginárselo admitiendo abiertamente que hubiese mentido.
Una grieta de vergüenza se abrió en su coraza. No le gustaba lo que Robert había hecho, pero su pecado bien intencionado no podía compararse con los de David. Y aunque, al no poder hacer caso omiso de las sombras que rondaban los ojos de Robert, no podía pasar por alto el hecho de que tenía secretos, también le resultaba cada vez más difícil creer que tales secretos tuvieran que ver con algo siniestro, ilegal o malvado, especialmente tratándose de un hombre que la miraba a los ojos y admitía sus errores, y además se disculpaba.
Pero darse cuenta de eso… de que era un hombre decente y bueno y que realmente se preocupaba por ella, la llenó de un miedo debilitante. Porque si Robert era todas esas cosas maravillosas que estaba empezando a sospechar que era, ¿cómo podría proteger su corazón? Incluso en ese momento su cuerpo la estaba traicionando, abrumado por el deseo de acercarse al calor que emanaba de Robert, de esconder el rostro en el amplio pecho y aspirar aquel aroma limpio y masculino que tentaba sus sentidos.
«Es tu amante. Nada más. Nunca será nada más.»
Pero al menos, le debía la misma gentileza que él le había mostrado.
– Acepto tus disculpas -dijo, alzando ligeramente la barbilla-, y espero que tú aceptes las mías. No pretendía insultarte o herirte. Tampoco era mi intención insinuar que fueras estafador, ladrón o chantajista.
La expresión furiosa de Robert duró aún unos instantes, pero luego se suavizó ligeramente.
– Gracias.
– Ahora, respecto a los vestidos…
La interrumpió poniéndole un dedo sobre los labios.
– Acéptalos, Allie. Por favor. Con la intención que yo pretendía. Los vestidos negros son un regalo de un amigo a quien le importas. -Se inclinó y le susurró al oído-: Y el dorado es una muestra del gran cariño de tu amante.
El calor la envolvió como si Robert hubiera prendido fuego a su vestido. Él le rozó con la punta de la lengua el sensible lóbulo de la oreja, y Allie cerró los ojos para borrar el placer.
– ¿Normalmente eres tan generoso con tus amantes? -En el momento en que la pregunta salió de sus labios, deseó no haberla formulado. No importaba cómo se comportara con otras amantes. Pero su voz interior se burló: «No debería importarte. Pero te importa.» Que Dios la ayudara, no quería pensar en él con otras amantes, pasadas o futuras. No quería sentir esos celos irracionales que la invadían.
Robert se echó hacia atrás y la miró larga e inquisitivamente. Estaba claro que se preguntaba por qué le habría hecho esa pregunta.
– No estoy seguro de entender qué quieres decir con «generoso» -dijo finalmente-. No puedo negar que he hecho regalos de amante, pero siempre han sido impersonales. Flores, algún que otro brazalete. Nunca nada tan personal como un vestido. Y nunca nada que quisiera tanto que tuvieran.
Allie intentó no hacer caso del modo en que el corazón le salto al oír esas palabras, pero le resultó imposible, y más aún cuando él deslizó las manos sobre sus brazos y enlazó los dedos de ambos. La calidci de esas palmas contra las suyas le corrió por las venas. Él se acercó menos de un palmo los separaba, y su cuerpo pareció rodearlo como un manto de terciopelo.
– Dices que no quieres insultarme ni herirme -prosiguió Robert-, pero al rechazar mis regalos haces ambas cosas. Si no deseas aceptarlos por ti, hazlo por mí. Porque saber que no tienes que preocuparte por reemplazar los vestidos que te destrozaron durante el robo me hace feliz. Porque estoy ansioso por verte con el vestido dorado. -Alzó la mano de Allie y la besó-. Y porque espero poder sacarte esa brillante tela del cuerpo y hacerte el amor.
Los miembros de Allie se derritieron y tuvo que apretar las rodillas para no caer al suelo.
– No… no sé qué decir. -Dios del cielo, incluso la sorprendió poder formar una frase coherente.
– Ah. Estaré encantado de ayudarte. -Los ojos de Robert destellaron con un brillo travieso-. Di: «Gracias, Robert.»
Como respuesta, una ligera sonrisa curvó los labios de Allie. Debería decir que no. Pero era incapaz.
– Gracias, Robert.
– Di: «Me pondré el vestido dorado esta noche.»
– Me pondré el vestido dorado esta noche -susurró Allie.
– Di: «Y durante toda la noche pensaré en que me lo vas a sacar y hacerme el amor.»
Santo cielo, ¿cómo podía negarse a decir algo que era tan completa e innegablemente cierto? Pero, al mismo tiempo, ¿cómo podía pronunciar una confesión así… palabras como nunca había dicho antes?
Con todo, casi por sí solos, sus labios se movieron.
– Y durante toda la noche pensaré en que me lo vas a sacar y hacerme el amor.
Los ojos de Robert se oscurecieron de un ardor tal que se sintió en medio de las llamas. Le soltó las manos y la envolvió con sus brazos, acercándola, hasta que su fuerte cuerpo la apretó.
Mientras bajaba la boca hacia la de ella, Allie le puso las manos sobre el pecho para detenerlo.
– Robert, me siento obligada a decirte que probablemente esto no es una buena idea.
– Al contrario, creo que es una idea excelente. -Una mezcla de calor y picardía brillaba en sus ojos-. Y realmente insoslayable. No tengo más opción que besarte.
– Pero ¿y si vuelve Caroline con los niños?
– No volverán. Están comiendo galletas y luego recogerán flores. Créeme, en cuanto Emily y James entren en el invernadero, empezarán a correr por las hileras de flores durante horas, jugando a esconderse. Lily tiene su propio cuarto, junto al dormitorio de Elizabeth. Y la puerta está cerrada con llave. Estamos completamente solos.
– Ya veo. Bueno, en ese caso… -Se alzó de puntillas y sus labios se encontraron en un voluptuoso beso. Él sabía a café y a calor, a hombre, y a su sabor personal, que despertó los sentidos de Allie y la hizo ronronear de placer.
Todo lo que la rodeaba se desvaneció excepto él y el placer que sentía bajo el asalto de su sensual beso… Un beso que pronto se convirtió en algo más. Las manos de Robert le acariciaron la espalda, luego se movieron hasta cubrirle los pechos. Se le endurecieron los pezones hasta convertirse en puntas ansiosas, y se apretó contra él, buscando un contacto mas intimo.
Sus dedos se volvieron inquietos, frenéticos, como mariposas que buscaran un lugar donde posarse durante un vendaval. La erección de Robert se apretaba contra su vientre, despertándole un intenso deseo. Allie puso la mano entre ambos y acarició con la palma la parte frontal de los pantalones de Robert, deslizándola sobre su carne tensa.
Él interrumpió el beso y respiró afanosamente.
– Allie… -Apoyó la frente contra la de ella, que notó su entrecortado aliento sobre el rostro. La reacción de Robert la hizo sentirse perversa y osada y fuerte, y lo acarició de nuevo. El joven dejó escapar un largo gemido de placer-. Creo que debo prevenirte -dijo Robert con una voz ronca de excitación- de que si sigues tocándome así, no saldrás de esta habitación… ilesa.
– Oh, Dios -susurró Allie, cosquilleando deliberadamente la punta de su erección-. ¿Qué quieres decir exactamente con… ilesa?
– Estás a punto de enterarte. -Y pasó al ataque. Su boca cayó sobre la de ella con intensidad devoradora. Su lengua se introdujo entre los labios de la joven, acariciando el interior de su boca, despacio, pero con un ritmo devastador que imitaba exactamente el modo en que su cuerpo ansiaba unirse al de ella.
Interrumpió el beso y la alzó, cubriendo de besos su cuello, mientras con las manos le sacaba expertamente el chal. Los labios de Robert descendieron hasta la parte superior de los pechos de Allie y ésta se mordió el labio para reprimir un grito de frustración ante la barrera de tejido que los separaba. Le revolvió el cabello con las manos, apretándolo con fuerza contra ella mientras se dejaba llevar por las sensaciones.
Con un ligero gruñido, Robert la alzó apretándola contra sí, luego dio dos zancadas hasta el sofá, la tumbó y se unió a ella. Sus manos impacientes le desabrocharon el canesú, liberándole los pechos, y Allie ahogó un grito cuando Robert tomó uno de sus ardientes pezones entre los labios y lamió con la lengua la sensible piel.
Allie intentó recuperar el aliento, pero le resultaba imposible con la boca y la lengua de Robert sobre sus pechos, mientras sus manos buscaban el camino bajo la falda y le subían por las piernas. Se removió bajo él, separó las piernas y alzó las caderas para permitirle un mejor acceso, mientras lo agarraba por los hombros. Su piel femenina estaba ardiente, hinchada y húmeda, y si él no la tocaba pronto…
Los dedos de Robert rozaron los hinchados pliegues y el último resquicio de control que había mantenido se evaporó. Ella se arqueó hacia él, con un largo gemido de satisfacción. Robert se puso de rodillas entre las piernas abiertas de la joven, le subió la falda hasta la cintura, de modo que podía disfrutar la erótica visión de sus dedos jugando con la húmeda carne y de las caderas de Allie ondulándose por la pasión que la consumía, con los pezones aún mojados y erectos. Robert la penetró con un dedo y luego con dos, y apretó los dientes cuando el sedoso calor los rodeó. El aroma de su pasión, mezclado con la delicada fragancia de madreselva inundó los sentidos de Robert, y su erección tembló dentro de su encierro bajo los pantalones.
Robert quería esperar, quería prolongar el placer de ambos, tocarla, saborearla, pero al igual que la noche anterior, perdió el dominio de su cuerpo. Necesitaba estar dentro de ella. Inmediatamente.
Sacó los dedos y, de ser capaz, hubiera sonreído ante el grito de protesta de la joven. Se colocó sobre ella y penetró su tenso y húmedo calor de una sola embestida. Cualquier intención que hubiera tenido de ir despacio se evaporó en cuanto ella le deslizó las manos por la espalda hasta las nalgas, urgiéndolo a hundirse más en su cuerpo. Apoyándose en los antebrazos, la penetró con embestidas rápidas y potentes. Allie tenía la cabeza echada hacia atrás, mostrando la delicada curva del cuello, los ojos cerrados y los labios entreabiertos, y jadeaba al mismo ritmo que él.
– Ohhh -susurró Allie, y Robert contempló cómo el orgasmo le tensaba el cuerpo mientras sus paredes internas le aferraban el miembro, lanzándolo al abismo junto a ella. Con un gruñido animal, Robert echó la cabeza hacia atrás y lanzó una última embestida, con la que derramó su simiente en lo profundo del cuerpo de Allie. Palpitó en su interior durante un instante eterno e inconsciente, y luego se derrumbó sobre ella, ocultando el rostro en la fragante curva del cuello y apretando los labios contra su tembloroso pulso.
Tardó unos minutos en recuperar la cordura y la fuerza suficientes para alzar la cabeza. Sus miradas se encontraron y el corazón de Robert casi se detuvo al ver el brillo cálido y satisfecho en los ojos de Allie.
Había una docena de cosas que deseaba decirle, pero dudaba, en parte porque no estaba seguro de que ella estuviera preparada para oírlas, pero también porque aún no era capaz de hablar. Así que dijo la única palabra que consiguió formar con los labios.
– Allie.
Ella parpadeó un par de veces. Luego una lenta sonrisa se dibujó en su rostro, y Robert pensó en el sol saliendo de entre las nubes. Ahí estaba la chica del dibujo. Allie murmuró otra palabra como respuesta.
– Robert.
Éste sintió que le devolvía la sonrisa, incapaz de ocultar su felicidad. Ella era suya. Y nada ni nadie los podría separar.
En su alcoba, Allie estaba acabando de reparar los desperfectos que su sensual interludio con Robert había ocasionado en su aspecto cuando llamaron a la puerta.
– Adelante.
Entró una doncella de edad mediana con una gran sonrisa y una jarra de agua.
– Con su permiso, señora Brown. Me llamo Mary. Sólo venía a traer agua fresca y a ordenar la habitación. Pero puedo volver más tarde.
– Hola, Mary. Pase, por favor. -Estaba a punto de añadir que se disponía a salir del dormitorio cuando algo la detuvo. Con sus brillantes mejillas y su amplia sonrisa, pensó que Mary sería simpática. Quizás el tipo de mujer simpática que podía responder a algunas preguntas…
Su conciencia la riñó severamente. «No hace ni una hora que estabas furiosa con Robert por su falta de honestidad. Intentar sonsacar información a esta mujer no es que sea muy honesto.»
Acalló su conciencia convenciéndose de que existía una diferencia entre la falta de honestidad y la curiosidad por el hombre al que había tomado como amante. Y ella sólo sentía… curiosidad. Además, era posible que la criada no supiera nada.
Se puso a hablar con Mary del mal tiempo y del bebé, mientras la mujer recorría el dormitorio esgrimiendo el plumero con una enérgica eficiencia. Luego Allie dirigió la conversación hacia Elizabeth y el duque.
– Gente buena. No unos estirados corno suelen ser los de la nobleza -confió Mary, meneando la cofia mientras sacudía las almohadas-. Claro que toda la familia es de lo mejor. Llevo aquí, en Bradford Hall, veinte años, ¿sabe?
– Así que debe de conocer al duque v a sus hermanos desde niños.
– Claro. Todos listos como el hambre. -Soltó una risita-. Pero el más joven, lord Robert, ése sí que era una buena pieza. Siempre haciendo alguna travesura. Aunque sería difícil encontrar un niño más encantador.
El corazón de Allie latió más deprisa al ver la oportunidad que, sin saberlo, le brindaba Mary para conducir la conversación hacia donde ella quería.
– Sí, es encantador -dijo. Bajo el tono y añadió con voz insegura-: Pero, qué pena… lo que ocurrió…
Mary la miró confusa durante unos instantes, luego su mirada se aclaró.
– ¿Así que sabe lo del incendio? -Chasqueó la lengua y frunció el ceño-. No puedo creer que la gente aún hable de eso, hace ya mucho tiempo que pasó.
«¿Un incendio?»
– Una tragedia terrible- murmuró Allie.
Mary lanzó un resoplido de contrariedad.
– No me importa lo que nadie diga. Si me lo preguntan, para mí fue una insensatez de juventud que salió mal. Ese chico es incapaz de hacer daño a nadie a propósito, nunca. Y pagó todas las indemnizaciones, como prometió. Claro que casi nadie lo menciona ya, después de cuatro años. Y la familia no habla de ello para nada.
– Se entiende perfectamente -consiguió decir Allie, mientras la cabeza le daba vueltas a causa de las inconscientes revelaciones de Mary.
¿Era Robert culpable de algún tipo de acto criminal?
– El cuarto ya está listo, señora Brown. La dejo.
– Muchas gracias, Mary.
La sirvienta salió de la habitación y Allie se masajeó las sienes, donde rápidamente se le estaba formando una jaqueca. Por suerte, se hallaba junto al sillón cercano a la chimenea y sólo tuvo que dar un par de pasos para hundirse entre sus cojines. Sin duda no debería sentirse como si alguien le hubiera cortado las piernas por las rodillas. Pero así era.
Mary había mencionado un incendio. E indemnizaciones. ¿Cuáles serían los detalles de tal incidente? ¿Y de qué manera estaba involucrado Robert? Porque era evidente que había tenido algo que ver. Algo le vino a la memoria: la extraña reacción de Robert en The Blue Iris cuando, durante el té, lady Gaddlestone había mencionado un incendio. ¿Qué habría hecho? Sintió un estremecimiento de temor y se rodeó con los brazos para protegerse de un súbito frío. Era evidente que había más cosas en la vida del hombre al que había hecho su amante de lo que se había esperado. ¿Debería seguir el consejo de Elizabeth y preguntárselo directamente? ¿Realmente quería saber las respuestas? Y si se lo preguntaba, ¿le diría la verdad? ¿O, como David, le mentiría o evitaría sus preguntas?
«No pierdas los nervios, Allie. Ni que fueras a casarte con él.»
¿Le importaba realmente el pasado de Robert? Tan sólo era su amante. Nada más. No era necesario que conociera todas las facetas de su vida.
Respiró hondo para calmar los nervios. Mientras mantuviera al margen su corazón, el pasado y los secretos de Robert no importaban. Sólo le iba a permitir que tuviera su cuerpo, nada más.
Geoffrey Hadmore se hallaba sentado en su habitual sillón de cuero en White's. Acababa de llevarse la copa de coñac a los labios cuando una conmoción cerca de la ventanilla de las apuestas le llamó la atención.
– El anuncio oficial llegó de Bradford Hall esta mañana- informaba lord Astley-. La duquesa trajo al mundo ayer a una niña. -Una sonrisa satisfecha se dibujó en su rostro-. Mucho dinero va a cambiar de manos gracias a eso.
Geoffrey saboreó su coñac y no prestó atención a la muchedumbre que se reunía junto a la ventanilla de apuestas. Así que la duquesa ya había tenido su bebé. Excelente. La atención de todos los residentes de Bradford Hall estaría centrada en la recién llegada, y eso permitiría a Redfern una mayor libertad para llevar a cabo su misión. Y también a él para cumplir la suya.
Una lenta sonrisa le curvó los labios. Llevar un regalo al nuevo miembro de la familia Bradford era una excusa excelente para presentarse en la mansión.