Allie dudó por un instante en el pasillo frente al cuarto de los niños. Sabía por Fenton que Elizabeth se hallaba en esa sala. Sólo podía rogar para que Robert no estuviera también allí. Tomó aire y abrió la puerta.
Su mirada cayó sobre el sofá. La mente se le llenó de imágenes de Robert y ella, entrelazados. Se obligó a apartar la vista y centró su atención en Elizabeth.
Su amiga y James estaban sentados ante una mesa baja de madera. La alta figura de Elizabeth se doblaba en una silla de niño, y su vestido de muselina rosa flotaba sobre la alfombra a su alrededor. James estaba sentado en una silla idéntica. Ambos se inclinaban sobre libretas, absortos en la tarea de dibujar con carboncillos. Una imagen tan encantadora… una madre y su hijo, juntos, con las cabezas casi tocándose, mientras el sol entraba a raudales por las ventanas. Elizabeth alzó la cabeza y murmuró algo a James que le hizo reír. El niño se inclinó plantó un sonoro beso en la mejilla de Elizabeth, y ésta se lo devolvió riendo.
Allie sintió un nudo en la garganta, y los ojos se le llenaron de ardientes lágrimas. Ella nunca tendría eso…un hijo que la mirara con inocente adoración. Un hijo que la amara. Un marido y una familia pro pías. Lo había deseado con tanta intensidad y durante tanto tiempo…, pero había conseguido olvidarlo. Desgraciadamente, muchos de los deseos y anhelos que había conseguido enterrar estaban de nuevo expuestos a la luz, como heridas abiertas, todos los nervios vivos y sangrantes.
– Allie, me alegro de verte. Pasa, por favor.
La voz de Elizabeth la devolvió a la realidad, y recordó por qué estaba buscando a su amiga. Intentó sonreír, pero su esfuerzo fracasó mientras la sonrisa de Elizabeth también se trocaba en una mirada de preocupación.
– ¿Necesitas hablar conmigo?
Sin fiarse de su voz, Allie se limitó a asentir con la cabeza.
Elizabeth se puso en pie, fue hacia la puerta y tiró del cordón que se hallaba en la esquina. Empapó un trozo de tela en el agua de una palangana que había junto a la chimenea y regresó junto a James.
– Ahora viene la señora Weston, querido -dijo mientras le limpiaba las manchas de carbón de las manos.
En ese momento, una gruesa mujer de mediana edad y ojos sonrientes apareció en la puerta. En cuanto James la vio, sonrió.
– ¡Galletas! -exclamó.
Elizabeth sonrió.
– Sí, la señora Weston te llevará a buscar galletas. -Le dio un rápido abrazo-. ¿Me guardarás una?
James levantó tres dedos no muy limpios.
– ¡Te guardaré dos!
Fue corriendo hasta la institutriz, la tomó de la mano y ambos salieron, cerrando la puerta.
– No quería interrumpirte con James.
Elizabeth apoyó las manos en la zona lumbar y se estiró.
– No seas tonta. No interrumpes. Ya tenía ganas de levantarme de esa sillita, y ya has visto lo desconsolado que estaba James ante la idea de hacerse con unas galletas.
– ¿Cómo te encuentras hoy?
– Muy bien. -La mirada de Elizabeth recorrió el rostro de Allie Es evidente que tú no puedes decir lo mismo.
– No, no puedo.
– ¿Nos sentamos?
Allie negó moviendo la cabeza.
– Prefiero seguir de pie. -Entonces, antes de que el valor y la decisión la abandonaran, añadió-: No puedo decirte cuánto he disfrutado estando aquí contigo, Elizabeth. Verte de nuevo, conocer a tu maravillosa familia… ha significado más de lo que puedo expresar.
– Lo mismo digo.
Allie se obligó a mirar a los ojos a Elizabeth.
– Pero debo marcharme. Cuanto antes. Lo lamento… -Su voz se fue apagando porque la emoción le impedía hablar.
– Esto tiene que ver con Robert. -No era una pregunta sino una afirmación.
Allie apretó los labios para que no le temblaran. Lo único que pudo ofrecer fue un gesto de asentimiento. Luego, para su vergüenza, una lágrima le resbaló por la mejilla.
De inmediato, Elizabeth se acercó a ella.
– Oh, Allie. -La rodeó con los brazos y la llevó hacia el sofá, instándola a que se sentara. Allie se rindió y se dejó caer sobre el asiento. He estado esperando a que me explicaras lo que ocurre -dijo Elizabeth con voz preocupada.
A pesar del temblor de la voz y de las lágrimas que le humedecían las mejillas, Allie le explicó la última conversación con Robert y cómo se habían separado. Elizabeth la escuchó sin interrumpir, con una mirada de comprensión y simpatía.
Allie finalizó su relato y se miró las manos, fuertemente cerradas sobre el regazo.
– Aunque me encantaría que fuera de otra manera, no puedo permanecer aquí por más tiempo, Elizabeth.
– Porque lo amas.
Allie alzó la cabeza y miró a Elizabeth a los ojos. No podía mentirle.
– Sí.
– Pero crees que te hará daño. Como te lo hizo David. -No había reproche en su voz al decir eso.
– No… no lo sé, pero no puedo descartar esa posibilidad. Se parecen en demasiadas cosas.
– Y se diferencias en muchas más.
Allie movió la cabeza negando.
– No importa. No puedo arriesgarme de nuevo.
– El incendio ocurrió hace mucho tiempo.
– Lo sé. Pero sucedió. Y Robert no me dijo nada al respecto.
– No te mintió cuando le preguntaste.
– ¡Pero no me lo habría dicho si no se lo hubiera preguntado! ¿No ves que ése es el problema? Y lo poco que me dijo fue a regañadientes. Y es evidente que hay mucho más que no está dispuesto a explicarme.
– No estoy diciendo esto para defenderlo, pero Robert nunca habla de ello. Nadie de la familia lo hace. Lo que te dijo era, con toda seguridad, más de lo que le ha dicho a nadie.
– Quizá. Pero eso no cambia nada entre nosotros. -Dejó escapar un largo suspiro-. Elizabeth, intenta entenderlo. Imagínate que tu marido bebiera en exceso, jugara hasta dejar a la familia sumida en deudas y luego muriera. ¿No te costaría muchísimo tener una relación con otro hombre, especialmente con uno que bebiera en exceso?
Elizabeth frunció el entrecejo, luego asintió lentamente.
– Sí. Comprendo lo que dices. Pero sé que Robert es un hombre bueno y decente.
– Y yo también lo creo. Pero no es el hombre para mí. Y aunque él piense lo contrario, yo no soy la mujer adecuada para él. Es mejor para ambos que me marche. No deseo herirnos a ninguno de los dos más de lo que ya lo estamos.
– Que te marches le dolerá.
– Que me quede le dolerá más. No le puedo dar lo que quiere. -El cansancio, tanto físico como emocional, la envolvió y dejó caer los hombros-. Y ahora, si me excusas, creo que me retiraré a descansar un rato. Me temo que estas últimas noches no he dormido bien.
– ¿Cuándo tienes pensado partir hacia Londres?
– Me gustaría partir mañana, si se puede arreglar -susurró Allie. Mañana. Parecía una eternidad. Parecía un solo segundo.
– Me ocuparé de que tengas un carruaje a tu disposición. Pero rezaré para que cambies de opinión.
– No cambiaré. -Se inclinó y besó a Elizabeth en la mejilla- Gracias por todo. Y en especial por el valioso regalo de tu amistad. -Se puso en pie y salió del cuarto, cerrando la puerta silenciosamente.
Elizabeth permaneció sentada, mirándose las manos. Manos que parecían normales en todos los aspectos, pero que tantas veces le habían permitido ver. Ver cosas que se suponía que no debía ver. Lo cual le planteaba el dilema moral de qué hacer con la información.
Siguió sentada durante unos minutos, sopesando su decisión. Luego se puso en pie y se dirigió rápidamente hacia su salón privado. Fue directa al escritorio, sacó una hoja de papel del cajón y hundió la pluma en el tintero.
Y rezó por estar haciendo lo correcto.
Agotada después de la conversación con Elizabeth, Allie estaba a punto de entrar en su dormitorio cuando Caroline apareció por el pasillo.
– Allie, eres justo la persona que buscaba.
La preocupación evidente en los ojos de Caroline hizo que Allie preguntara:
– ¿Algo no va bien?
– No, pero esperaba convencerte para dar un paseo por el jardír y hablar. El tiempo se ha aclarado y estoy ansiosa por salir después de tantos días en casa por culpa de la lluvia.
Allie dudó un momento. Por la expresión de Caroline, supuso que su invitacion bien podría tener que ver con el deseo de ésta de hablar de Robert. Por mucho que prefiriera evitar el tema, necesitaba comunicarle a Caroline su decisión de partir. Y la oportunidad de escapar de la casa aunque fuera sólo por un rato era muy tentadora.
– Ven conmigo -la animó Caroline-. Te irá bien un poco de aire fresco.
De nuevo Allie dudo, porqué recordó la advertencia de Elizabeth de que no saliera sola, pero la desechó con un encogimiento de hombros. No estaría sola.
– Estaré encantada de pasear contigo, gracias.