Robert fue volviendo lentamente en sí, e inmediatamente se arrepintió de ello. Estaba tendido de lado sobre la cama más dura e incómoda de entre todas las que había tenido la desgracia de probar. Y le dolía todo. Los brazos, las piernas, los hombros… Sentía todo su cuerpo atacado por dolorosos calambres. Excepto las manos y los pies, que no podía sentir en absoluto. Ni el trasero… parecía como si se hubiese quedado sin nalgas.
Pero la cabeza… ¡por todos los Infiernos!, ojalá hubiera sido eso lo que hubiese perdido… Una pandilla de demonios le martilleaba el cráneo con grandes mazas, y juró matarlos a todos en cuanto reuniera las fuerzas suficientes para hacerlo. Dios, fuera cual fuera el licor del que había abusado la noche anterior, jamás volvería a probarlo.
Permaneció absolutamente inmóvil, respirando despacio, y se concentró en dominar la sensación de vaivén en el interior de su cráneo. Cuando lo hubo conseguido un poco, apretó los dientes, abrió un ojo y luego el otro. Una oscuridad completa lo envolvía. ¿Dónde diablos se hallaba? Sus habitaciones nunca eran tan oscuras. Intentó volver la cabeza pero desistió inmediatamente al sentir que una punzada de ardiente dolor le atravesaba el cerebro. Un gemido inaudible surgió de su garganta, rasposa y reseca. Cerró los ojos de golpe y se concentró en vencer las oleadas de náuseas que le sacudían el cuerpo.
Después de lo que le pareció una eternidad, pero que probablemente no fuera más de un minuto, se le calmó el estómago y exhaló un profundo suspiro de alivio. Sus confundidos sentidos registraron los salobres olores de agua de mar, pescado, y el estómago amenazó con rebelarse de nuevo.
Otro gemido resonó en su garganta, pero se forzó a abrir los ojos lentamente. Pasaron unos instantes antes de que se acostumbrara a la oscuridad. No podía distinguir mucho, aparte de las siluetas de lo que parecían cajones apilados. Y no estaba tumbado sobre una cama, sino sobre las bastas tablas de madera que formaban el suelo.
Frunció el ceño, y no pudo evitar una mueca cuando el dolor se le clavó detrás de los ojos. ¿Dónde diablos se hallaba? Ese húmedo lugar le era totalmente desconocido. El olor a pescado indicaba que el río no se hallaba lejos, pero ¿por qué y cómo había llegado allí? Se obligó a concentrarse para intentar recordar. Y de repente lo consiguió.
Alguien había robado en la casa de Austin. Él había seguido al ladrón. Hasta los muelles. Había recogido un zapato. Luego, nada. Hasta ese mismo momento… cuando incluso partes de su cuerpo de las que desconocía la existencia le dolían y palpitaban.
«Un zapato…»
De repente, la niebla que le cubría el cerebro se dispersó y tragó aire con fuerza. El zapato… había caído del saco que colgaba del hombro del ladrón… y era exactamente igual que el de la señora Brown. Un zapato que sin duda le cubría el pie cuando él había salido de la mansión, poco antes de regresar a por el bastón. Lo que significaba que el bribón no había robado los candelabros y la plata… ¡lo robado era la señora Brown!
En su mente se sucedieron una serie de imágenes espeluznantes sobre la posible suerte de la señora Brown, y un sudor frío le cubrió la piel. Podían robarle. O peor. ¿Violada? ¿Asesinada, su cadáver arrojado al Támesis? ¿U víctima de uno del creciente número de ladrones que vendían cuerpos para la investigación médica? La indignación y algo semejante al pánico se apoderaron de él. Debía encontrarla. Ayudarla. Sólo Dios sabía qué horrible desgracia le podía haber sucedido mientras él se hallaba inconsciente.
«Por favor, no permitas que llegue tarde… no otra vez.»
Azuzado por esos pensamientos, intentó sentarse.
Y descubrió que no podía moverse.
Era como si tuviera atado a un lastre que lo inmovilizaba. Apretó los dientes y lo intentó de nuevo. No hubo manera. Trató de mover los brazos y se dio cuenta de cuál era el problema. Estaba atado.
Aunque seguía sin sentir las manos ni los dedos, notó un dolor en las muñecas causado por una cuerda que se le clavaba en la piel, y el dolor en los hombros venía de tener los brazos echados hacia arrás. lntentó mover las piernas. Tenía los tobillos atados tan firmemente como las muñecas. Miró hacia abajo y vio que varias cuerdas le cruzaban el pecho.
Maldición! ¡Tenía que soltarse! Redoblo sus esfuerzos, y después de lo que le pareció una lucha interminable, consiguió sentarse. Jadeando, gruñendo y sudando, intentó recuperar el aliento y rogó por que le volvieran las fuerzas. ¿Qué demonios tenía atado a la espalda? Parecía el peso muerto de un cuerpo…
La sangre se le heló en las venas. Volvió la cabeza tan deprisa que todo le dio vueltas y trató de mirar por encima del hombro, pero sólo vio oscuridad. En ese instante captó un débil gemido justo a su espalda. ¡Un gemido suave y femenino! Aspiró una bocanada de aire y captó un ligero toque del esquivo aroma de la muyer… aquella suave fragancia floral. Tenía que ser ella. Debía serlo. Atada a él, espalda contra espalda. Y si gemía era señal de que estaba viva. Sintió renacer la esperanza.
Sacudió los hombros.
– Señora Brown -llamó en un susurro urgente-. ¿Señora Brown? Soy yo, Robert Jamison. ¿Puede oírme? Hábleme, por favor.
Una voz llena de apremio se filtro en la mente de Allie, como una marea subiendo y bajando en el interior de una cueva profunda y resonante. «¿Puede oírme? Hábleme…, por favor.» Lenta y penosamente, fue emergiendo del negro abismo en el que se hallaba sumergida. Le dolía tocho el cuerpo. Sentía la cabeza como si le hubiera estallado y se estuviera preparando para una segunda erupción. El mundo rodaba tras sus párpados como un caleidoscopio de colores que le revolvía el estómago. La cabeza se le inclinó hacia delante sobre el cuello inerte. Un largo gemido le subió por la garganta, seca y dolorida.
«Soy yo, Robert Jamison. ¿Puede oirme? Hábleme, por favor! Se sentía totalmente confusa. ¿Lord Robert? Le oía tan cercano… como si pudiese tocarlo. Se obligó a abrir los ojos. La rodeó la oscuridad. La cabeza le crepitó de dolor y, cerrando los ojos, ahogó un grito. ¿Dónde se hallaba? Seguro que no en el salón ni en su dormitorio de la mansión Bradford. ¿Cómo había llegado hasta… donde fuera que se hallaba? ¿Y por qué le dolía todo tanto? Se lamió los resecos labios e hizo una mueca al notar el desagradable sabor que le cubría la boca. Ese horrible sabor. ¿Cómo…?
El recuerdo inundó su mente corno si hubiera reventado un dique en su memoria. El paseo por el jardín… el hombre que la atacó… aquella horrible mordaza llenándole la boca. Y luego la oscuridad. La verdad la sacudió como si le lanzaran un cubo de agua helada, haciéndola despertar de su estupor. Alguien había intentado raptarla. No, no era así. Alguien la había raptado. Y la había abandonado en medio de esa terrible y maloliente oscuridad.
El miedo se apoderó de ella, dejándola sin respiración. Intentó moverse y descubrió que estaba atada. El miedo amenazaba con convertirse en pánico. ¿Quién le habría hecho eso? ¿Quién quería perjudicarla? ¿Por qué? ¿Y por qué? Aquello no se podía confundir con un accidente. Pero lo primero era…
– Señora Brown, ¿puede oírme? Por favor, despierte.
Un bálsamo de alivio apaciguó su miedo. La voz no había sido fruto de su imaginación. Se humedeció los labios resecos.
– ¿Lord Robert?-La voz le salió como un susurro roto. ¿Dónde está?
Sintió junto al oído una ráfaga de aire que sonaba como un sentido suspiro de alivio.
– Gracias a Dios que ha despertado. Estoy aquí. Justo a su espalda. Estamos atados juntos.
Robert sacudió los hombros y una punzada de dolor recorrió la espalda de Allie.
– ¿Dónde estamos?
– No estoy seguro, pero me parece que cerca de los muelles. Esto parece ser una especie de almacén.
Allie lo sintió moverse a su espalda, y se dio cuenta de que la masa sólida y cálida que sentía apretada contra ella desde los hombros hasta la cintura era la amplia espalda de lord Robert. Tragó saliva antes de hablar.
– ¿Cómo hemos llegado hasta aquí?
– Regresé a la mansión a por mi bastón y vi a alguien saliendo sigilosamente del jardín de Austin, con un saco a la espalda. Lo seguí, esperando recuperar lo robado, sin imaginarme que lo que había robado era a usted. Acababa de darme cuenta cuando me aporrearon por la espalda, y aquí estamos ahora. -Se movió de nuevo-. No deseo asustarla, señora Brown, y yo también me hago muchas preguntas, pero tendrán que esperar. Debemos soltarnos y escapar de aquí antes de que quien nos haya atado vuelva. ¿Cómo se encuentra? ¿Está herida?
Allie probó a mover las piernas y las dobló tanto como se lo permitieron las cuerdas que la sujetaban.
– Un poco dolorida, pero por lo que parece, no tengo nada roto. ¿Cómo se encuentra usted?
– A juzgar por el intenso golpeteo dentro de mi cabeza, diría que tengo un chichón del tamaño de un huevo en el cráneo, pero aparte de eso estoy bien. -Se movió un poco y gruñó- Estas ataduras están bien hechas. No puedo mover las cuerdas. -Se le escapó otra serie de gruñidos y lo que sonaba como obscenidades masculladas-. Claro que tener los dedos dormidos no ayuda. ¿Cómo tiene las manos?
Allie movió los dedos, que rozaron los de Robert.
– Con calambres, pero no dormidos.
– Excelente. Tengo un cuchillo en la bota, o por lo menos lo tenía… -Ella lo notó removerse-. Aún está ahí -dijo en un susurro triunfal unos segundos después-. Puedo ver la punta del mango.
Allie sintió renacer la esperanza.
– ¿Puede agarrarlo? -preguntó.
– Sí, pero hará falta moverse un poco… los dos.
– Sólo dígame qué tengo que hacer.
– Intentaré ser lo más cuidadoso posible…
– Lord Robert. Aunque aprecio su preocupación por mi sensibilidad, no soy una frágil flor de invernadero, ni tampoco la clase de mujer dada a los desmayos o a los gritos de horror. Éste es un asunto de vida o muerte. Tengo tanto interés en salir de este lugar como usted, así que déjese de gentilezas. Haga lo que deba hacer. Tendrá mi total cooperación.
– Muy, bien. A la de tres me inclinaré hacia delante y sacaré el cuchillo con los dientes. Necesito que me ayude tirándose hacia atrás y luego manteniendo la presión. ¿Preparada?
– Sí.
– Uno, dos, tres.
Allie se tiró hacia atrás, arqueando la columna, mientras él se doblaba hacia delante. La posición resultaba incómoda, pero Allie la aguantó, casi sin atreverse a respirar para no moverse de manera que interfiriera en la concentración de Robert y le hiciera fracasar. En menos de un minuto, oyó el ligero sonido del metal al ser desenvainado y luego un golpe sordo.
– Lo conseguí -le informó Robert con un seco susurro-. Lo he dejado caer al suelo a mi lado. Tengo las manos inútiles, así que tenemos que movernos para que usted pueda agarrar el cuchillo. Luego lo único que tiene que hacer es cortar las cuerdas.
– Sin amputarnos ningún dedo en el proceso, supongo.
– Ése sería el mejor método, sí.
– En ese caso, intentaré ser lo más cuidadosa posible -repuso ella, con las mismas palabras que él había empleado antes.
Allie notó que Robert volvía la cabeza, y ella volvió la suya, mirando por encima del hombro. Podía verle la sombra del perfil, y creyó vislumbrar sus blancos dientes destellando en medio de la oscuridad al sonreír.
– Creo que nuestra mejor opción es hacer palanca. El suelo es de madera y nos ayudará. Doble las rodillas, clave los talones y luego haga fuerza contra mi espalda mientras mueve el… esto… culo. Yo haré lo mismo. Nos moveremos unos cinco o diez centímetros cada vez. ¿Lo ha entendido?
– Perfectamente.
– A la de tres, yo iré hacia mi derecha, su izquierda -dijo él.
Robert contó y Allie clavó los talones contra la áspera madera. Sintió un agudo dolor en el talón y apretó los dientes para no gritar. Era evidente que había perdido un zapato, porque notaba la madera directamente sobre la piel.
– ¿Algún problema? -le preguntó él por encima del hombro.
– No.
Volvió a hacer fuerza contra la espalda de él y movió el trasero varios centímetros hacia la izquierda.
– Excelente -dijo él-. Ahora hace falta que me incline hacia delante. Usted me empuja y yo tiro.
Consiguieron moverse. Allie se mordía el labio debido al dolor que le causaba la astilla que se le había clavado profundamente en el talón.
– Un poco más hacia su izquierda -indicó lord Robert-, y el cuchillo estará exactamente bajo sus dedos.
Se movieron de nuevo, y con la punta de los dedos Allie rozó el liso metal.
– Lo noto -susurró.
– Agárrelo por el mango para no cortarse. Está muy afilado.
Retorciendo las manos, Allie detectó la parte quc correspondía al mango. Lo envolvió con los dedos y casi no pudo evitar un grito de triunfo.
– ¡Ya lo tengo!
– ¡Buena chica! Ahora corte las cuerdas y podremos salir de aquí.
Habló en un tono apagado, pero Allie notó la tensión que se ocultaba tras sus palabras. Era evidente que no quería parecer asustado y que no quería que ella se asustara. Pero Allie estaba asustada. Cada segundo que pasaba, el hombre que la había raptado y atado podía regresar. Y condenarlos a un destino peor del que les había deparado hasta el momento.
Como para darle la razón, un sonido distante de voces masculinas rompió el silencio y les heló la sangre.
– Dése prisa -insistió lord Robert-. No sé si será nuestro hombre, pero preferiría no descubrirlo.
– Estoy totalmente de acuerdo. -Agarró el mango del cuchillo y se concentró con toda su alma en cortar las cuerdas, esperando no realizar ninguna amputación. La posición era difícil y el avance resultaba tan lento que casi no pudo contener el impulso de gritar de frustración. Aguzó el oído en busca de las voces masculinas, pero lo único que oyó fueron sus propios jadeos y los latidos de su corazón. Siguió cortando las cuerdas, luchando contra la desesperación y el pánico que la amenazaban.
«Tranquila. Respira con clama.»
– Se están soltando -informó lord Robert-. Siga así. Ya casi está.
Animada por las palabras del joven, Allie continuó serrando las cuerdas, cortando las fibras. Un hilillo de algo caliente y húmedo le corrió por los dedos. Captó un ligero olor metálico. Sangre. ¡Dios! ¿La de él? ¿La suya? Allie no había notado nada. Ella no sentía nada y él no se había quejado. Claro que lord Robert tenía las manos dormidas y podría haberle cortado media docena de dedos sin que él se enterara.
«No pienses en ello. Sólo es un arañazo. Sigue cortando. Ya casi está.»
Y de repente estuvo libre. Con un último golpe de la hoja, las cuerdas cayeron de sus muñecas. Sintió que el llanto le subía por la garganta y casi se ahogó al tragárselo. Con las manos libres, enjugó el sudor de sus manos y el mango del cuchillo en la tela de su vestido y luego cortó las sogas que le ataban el pecho. En cuanto tuvo el cuerpo libre, se volvió y cortó con cuidado las cuerdas de las muñecas de lord Robert. Éste dejó escapar un ligero gemido al verse libre y movió los brazos hacia delante, hacia el pecho.
Allie se encargó rápidamente de las sogas que le inmovilizaban los pies y se ocupó luego de las de lord Robert. Lanzó una rápida ojeada a su rostro. La tenue luz no pudo ocultar la mueca de dolor que se le dibujó en el rostro al flexionar los dedos.
– ¿Cómo están sus manos? -preguntó Allie, dedicándose a cortar las últimas ataduras.
– Como de piedra. Y las piernas también. Pero estoy intentando recuperarlas.
– Ya está libre. Permítame que le ayude. -Dejó el cuchillo a su lado y le sujetó las manos. Le pasó los dedos para examinárselas tan exhaustivamente como permitía la oscuridad-. No hay cortes ni sangre -murmuró aliviada. Luego, con movimientos firmes y hábiles, le masajeó las palmas y los dedos. Lord Robert tenía las manos grandes. De palma ancha y dedos largos. Allie alzó las cejas sorprendida al notar los callos que prestaban aspereza a esas anchas palmas. Había pensado que sus manos de caballero serían finas.
Pasado un minuto, Lord Robert lanzó un sordo gemido.
– Empiezo a recuperar el tacto. Y también en las piernas. Aunque nada me gustaría más que tener varias horas para que continuara con este maravilloso masaje, será mejor que nos marchemos. ¿Puede…?
El crujido de una puerta al girar sobre los goznes le interrumpió. La mirada de Allie voló hacia la de él. Lord Robert se puso un dedo sobre los labios, indicándole que se mantuviera en silencio, y ella asintió con la cabeza. Unos pasos lentos y pesados se oyeron en la distancia, se detuvieron y volvieron a comenzar, acercándose.
Lord Robert la ayudó a levantarse y luego le dirigió una mirada inquisitiva y preocupada. Allie asintió en silencio. Sus dormidas piernas protestaban y le resultaba casi imposible no patear el suelo para recuperar la sensibilidad, pero por lo demás estaba bien. Y ansiosa por salir de ahí. Los pasos se acercaban.
Lord Robert se agachó y recuperó el cuchillo, luego la agarró de la mano y la acercó a sí. Tan cerca que se tocaban desde el pecho a las rodillas. Una oleada de calor recorrió a Allie. Él se inclinó y le habló al oído.
– No se suelte de mi mano.
Moviéndose con la gracia silenciosa de un gato, la metió más entre las sombras de los cajones apilados, luego se detuvo y prestó atención a las pisadas, que se habían detenido de nuevo. Allie oyó el roce de sus enaguas y se tensó. Le había sonado tan fuerte como el tañido de un cencerro. Y conservar un único zapato era más una molestia que una ayuda, porque el tacón la hacía ir de lado y además repicaba contra el suelo. Se inclinó, se sacó el zapato y se lo metió en el bolsillo del vestido. No tenía sentido dejarlo atrás cuando podía resultar una buena arma.
Con su mano apretando la de lord Robert, avanzaron lentamente entre las sombras, sin apartarse de los cajones. De nuevo se oyeron pasos, esta vez más cerca. Lord Robert se detuvo y la acercó más a él. Juntos se hundieron entre las sombras tanto como les fue posible. Un brazo del joven rodeaba la cintura de Allie y con el otro le mantenía la cabeza apretada contra su pecho, protegiéndola entre los cajones y su propio cuerpo.
El calor envolvía a Allie como una manta de terciopelo. El corazón de lord Robert latía con fuerza bajo su oído y el cálido aliento la tocaba a cada exhalación. Y con cada respiración, el olor masculino y almizclado del joven le llenaba la cabeza.
Los pasos seguían oyéndose. Más y más cerca. Dios, ¿sería el hombre que la había raptado? ¿Qué haría cuando descubriera que se habían escapado? Bueno, pues se encontraría con una buena pelea si intentaba atraparla de nuevo. Metió la mano en el bolsillo y agarró el zapato con los helados dedos. Rogó para no tener que usar un arma tan débil en su defensa. Pero lo haría si era necesario.
Pero entonces, milagrosamente, los pasos siguieron adelante, más allá de ellos, y se alejaron. No debía de ser su raptor. ¿Quizá un vigilante? Un momento después, el crujido de goznes oxidados cortó el aire y se hizo el silencio.
Tensó las rodillas para combatir el alivio que le aflojaba los miembros. Lord Robert dejó escapar un largo resoplido que le alborotó el pelo. La agarró con más fuerza y durante ese respiro momentáneo, de repente, Allie fue totalmente consciente de él. No como protector sino como hombre. Un hombre valiente, cuyo cuerpo firme y masculino estaba íntimamente apretado al suyo, cuyos dedos se enredaban en su pelo allí donde la mano de él le recostaba la cabeza sobre su pecho, cuyo cálido aliento la tocaba.
Sintió un calor abrasador… Un calor que no tenía nada que ver con la vergüenza que tendría que haber sentido. Pero antes de que pudiera reaccionar, Lord Robert la soltó, la agarró de la mano y empezó a guiarla silenciosamente. La astilla se le clavó más profundamente en el talón, pero se obligó a alejar el dolor de su mente. Si el peor recuerdo de esa velada era un pie dolorido, podría considerarse muy afortunada.
Menos de un minuto después llegaron hasta la gran puerta de madera. Robert la abrió. Allie casi pegó un salto cuando los goznes gimieron con un sonido parecido al grito de un animal herido. La cabeza y los hombros de lord Robert desaparecieron por la abertura de la puerta. Segundos después reaparecieron.
– Esta puerta da a un callejón -informó en voz baja-. No estoy seguro de nuestra localización exacta, pero tengo una idea general. Ténemos que llegar a algún lugar más transitado y desde allí podremos tomar un coche. -Le apretó la mano de una forma que pretendía ser tranquilizadora-. No se preocupe.
¿Preocuparse? Ésa sí que era una tibia expresión de sus sentimientos. Nunca había estado más aterrorizada.
– No estoy preocupada. ¿Parezco preocupada?
– No lo sé. Está demasiado oscuro para decirlo. Pero no se suelte de mi mano.
Lord Robert salió por la puerta y Allie le agarró la mano aún con más fuerza. No necesitó que le insistiera para salir del apestoso almacén detrás de él. ¿Soltarse de su mano? No, aunque su vida dependiera de ello.
Desgraciadamente, le aterrorizaba pensar que podía ser así.
Cuando llegaron al final del callejón, Robert miró a ambos lados. Un destello de esperanza le invadió, aunque el temor aún lo poseía. Por suerte, sí que sabía dónde se hallaban. Desgraciadamcnre, era una de las peores zonas de la ciudad. Llegar hasta su casa sin que nadie les importunara sería un milagro. Apretó con fuerza el mango del cuchillo. Y rezó para que ocurriera el milagro.
Manteniéndose entre las sombras, avanzó con rapidez, aferrando la pequeña mano de la señora Brown. Zigzaguearon a través de callejas llenas de basuras e infestadas de ratas. El hedor a inmundicia, pobreza y humanidad sucia se mezclaba con los chillidos cercanos de las mujeres y los ásperos gritos de los hombres. Graves gruñidos y débiles gemidos emanaban de un sombrío umbral, y Robert aceleró el paso. Esperaba que la señora Brown flaqueara, que se quejase, que ahogara gritos de horror, que chillara, o que sucumbiera a los olores hediondos, pero ella se mantuvo a su altura, sin articular ni un sonido. El único indicio por el que sabía que ella continuaba tras él era la palma de la mano de ella firmemente apretada a la suya y el ligero susurro de las enaguas.
Ya estaban cerca… cerca de un lugar donde podrían tornar un coche de alquiler. Sólo dos esquinas más y la conduciría a un lugar seguro. No fallaría. No como hizo con Nate…
Torcieron la segunda esquina y Robert pudo respirar por fin. Allí, bajo el tenue círculo de luz que proyectaba un farol, había un carruaje. Fue la visión más agradable que Robert había tenido nunca.
Tanto el cochero como el caballo parecían estar dormidos, pero se despertaron en cuanto Robert y la señora Brown se aproximaron. Robert gritó la dirección de la mansión Bradford al adormilado cochero mientras ayudaba a la señora Brown a subir al carruaje.
Después de sentarse frente a ella, Robert respiró profundamente en lo que le pareció la primera vez en muchas horas. Estaban a salvo. De camino a casa. Apretó los párpados un instante mientras le inundaba una mezcla de alivio, triunfo y, cansancio. No había fallado.
Pero quería saber por qué la señora Brown y él habían acabado atados como pavos en el suelo de un almacén de los muelles. Dejó el cuchillo en el duro asiento que tenía a su lado, y se pasó las manos cabello; hizo un gesto de dolor cuando sus dedos se toparon con un bulto del tamaño de un huevo.
– ¿Se encuentra bien? -dijo la suave voz de la señora Brown.
– Sólo es un golpe. ¿Cómo está…?
Su voz se apagó cuando, al pasar bajo una farola de gas, pudo verla bien por primera vez. Los ojos de la señora Brown parecían enormes y tenía el rostro pálido como el yeso. Alzó una mano que temblaba visiblemente para apartarse un mechón suelto que le colgaba sobre la blanca mejilla. El corazón de Robert estuvo a punto de detenerse.
La mano que vio estaba cubierta de sangre.