CAPITULO VIII

Page coincidió con el jefe de neurocirugía en la entrada de la UCI.

Allie no había experimentado ninguna mejoría, así que firmó el documento y entró a ver a su hija.

Continuaba en coma, conectada a máquinas y monitores, pero Page logró tener junto a ella unos minutos de tranquilidad.

A aquella hora no había visitas y las enfermeras las dejaron solas.

Ellas podían supervisar el estado de Allyson desde una cabina donde, a través de sus propias pantallas, mandos y ordenadores, veían las gráficas de la paciente.

Page permaneció inmóvil a su lado, sujetando su mano, hablándole y acariciándole las mejillas, y la besó cariñosamente cuando se la llevaron a las nueve y media.

La espera fue tan prolongada como solitaria.

Page sabía que estaban preparando a Allyson para el quirófano, y que si la operación fracasaba su hija moriría.

La tumefacción de su cerebro provocaría lesiones de incalculable magnitud, y las fracturas y heridas no cicatrizarían con el trauma de aquella presión.

El doctor Hammerman le había anunciado que la intervención duraría de ocho a diez horas, y que sería realizada por el mismo equipo de la operación anterior.

Dijo que sería cuestión de rutina, aunque, por supuesto, eso no era verdad.

Page estaba muy alarmada.

Luchó consigo misma para no pensar en el resultado.

No debía obsesionarse con lo que podía ocurrir dentro de aquella sala, o de que en cualquier instante saldrían a informarle que Allyson había muerto.

Era absolutamente insoportable.

Estaba angustiada y pálida cuando llegó Brad con treinta minutos de retraso sobre la hora convenida.

Pero lo que importaba era que estaba allí.

Había cumplido su promesa.

¿Sabes algo? -preguntó ansiosamente.

– No, no hay noticias -respondió Page casi sin voz-.

¡Tenía una expresión tan dulce antes de que se la llevaran! Me he esforzado en hacerla despertar, pero no lo conseguí.

Sus ojos se humedecieron y dio la espalda a Brad.

No quería imponerle sus sentimientos.

Había perdido la confianza en él, la sinceridad con que siempre se habían tratado.

Ahora le veía como a un desconocido.

Resultaba extraño con qué facilidad podía uno distanciarse de un ser querido, cómo cambiaba todo en un suspiro.

El día se les hizo eterno en la sala de espera de la UCI, sentados en incómodas sillas y circundados por distintos grupos de desconocidos.

Apenas si se hablaron en toda la jornada.

Brad, muy callado, acompañó a su mujer con una compostura insólita en él, como si se sintiera obligado a ser cortés.

En una o dos ocasiones revivieron fugazmente anécdotas de Allie, pero era demasiado doloroso.

La mayor parte del tiempo guardaron silencio, absorto cada uno en sus propias cábalas, sin despegar los labios.

A las cuatro de la tarde fueron a la cafetería para tomar un bocadillo.

Le dijeron a la enfermera dónde estarían por si había alguna novedad.

En la recepción se encontraron con Trygve.

Él les deseó buena suerte y luego subió a la planta de Chloe.

No volvieron a verle.

Los Clarke regresaron del bar, reanudaron su aislada vigilia en aquella sala de espera tan estrecha y mal ventilada, y aguardaron noticias del cirujano.

El especialista se presentó finalmente a las seis y cuarto, y para entonces ambos estaban al borde del colapso con la tensión acumulada.

Habían tenido otro día marcado por el terror.

¿Cómo está? Brad saltó de la silla y se encaró directamente al médico, que denotaba satisfacción.

– Mejor de lo que esperábamos.

– Sea más explícito -pidió Clarke, mientras Page permanecía sentada y escuchaba con el cuerpo rígido; temía desmayarse si se erguía.

– -Allyson ha sobrevivido y sus constantes vitales son correctas.

Hace un rato nos dio un pequeño susto, pero se recupera peor de lo que habíamos previsto, pero hay buenas razones para creer que podría obrarse una curación completa, o casi.

Habrá que ver cómo evoluciona y también, naturalmente, cuánto tiempo se prolonga el coma.

En estos momentos conviene tenerla muy sedada.

Es imprescindible para que el cerebro se vaya normalizando.

Dentro de unas semanas procederemos a una nueva evaluación.

– ¿Ha dicho semanas? -Brad sintió horror-.

¿Es que va a pasar inconsciente todo ese tiempo? -Es posible.

Más aún, es muy probable.

En realidad, señor Clarke, aunque el coma se prolongase unos meses no comprometería el éxito final.

Esta clase de lesiones requieren mucha paciencia.

– Brad puso los ojos en blanco, el cirujano sonrió y ambos miraron a Page-.

Todo ha salido bien, señora Clarke -dijo el doctor con amabilidad-.

Allyson no se halla fuera de peligro, pero hemos avanzado un paso más, hemos ganado un día, y su hija ha superado otro escollo.

Es un signo esperanzador.

Todavía es pronto para establecer el grado exacto de su recuperación o qué secuelas duraderas ha dejado el impacto.

Queda un largo trecho por andar.

– Incluso era prematuro garantizar su supervivencia.

Podía morir en una fracción de segundo, eso se daba por sobrentendido-.

Hoy volverá a pasar la noche en la sala de reanimación.

Pueden irse a casa.

Les llamaremos si surgen dificultades.

– ¿Espera que las haya? -preguntó Page con voz ahogada.

– No podría estar en ningún otro sitio -dijo Page.

Era difícil expresarlo con palabras, pero una fuerza interior la impelía a no moverse de allí.

Le había ocurrido lo mismo cuando metieron a Andy en la incubadora.

Había momentos en los que sabía, por instinto, que debía quedarse a su lado.

Ahora la historia se repetía.

Tanto si le permitían visitar a Allie en cuidados intensivos como si no, deseaba estar cerca de ella-.

hasta que se estabilice, desde luego.

Va progresando, pero debemos redoblar la vigilancia.

– Ahora está más débil que antes.

Sin embargo, nos sentimos optimistas respecto al resultado.

– ¿Más aún después de la segunda operación? -inquirió Page.

El neurocirujano vaciló unos momentos antes de responder.

– No, pero hemos de ser realistas.

Allyson ha sido sometida a dos intervenciones muy delicadas en cuatro días, y ha sufrido traumas de primer orden tanto en el accidente como en el quirófano.

Este hecho aumenta la incertidumbre…

Hemos suavizado la presión craneal todo lo posible.

El doctor Hammerman lo confirmó: “esperanzador"…

Page odiaba aquellas abstracciones que había aprendido a entender demasiado bien.

El doctor le decía que Allie estaba viva, pero que la operación podía haber socavado su resistencia.

No había que excluir una muerte súbita.

Hammerman se marchó unos minutos más tarde.

Brad suspiró, se sentó y miró a su mujer.

Eran como un par de náufragos recién rescatados del mar y yacentes sin aliento en la playa después de su epopeya.

– Estas cosas te dejan hecho cisco, cverdad? Me siento como si hubiera escalado el Everest, y me he pasado el día aquí sentado.

– Yo preferiría haber escalado el Everest -repuso Page apesadumbrada.

Él esbozó una sonrisa.

– Y yo.

Pero Allie ha salido adelante.

De momento no podemos pedir más.

– Brad recordó lo que había dicho hacía sólo unas horas, que no quería que su hija sobreviviera si iba a quedar disminuida, y de repente supo que le daba igual.

Su único anhelo era que viviese unos minutos, un día más; quizá al final les sonreiría la suerte-.

¿Vienes a casa? -preguntó.

– Me quedo en el hospital -repuso Page.

– ¿Por qué? De todos modos no te dejarán verla, y han prometido telefonear si hay algún problema.

Pero tú tendrías que volver a casa con Andy.

El pobre ya sufre bastante.

– Tras la pesadilla, los dos habían empezado a preocuparse por su hijo menor.

Aquella tarde, Page incluso había llamado al pediatra que dijo que su ansiedad y las alteraciones del sueño eran previsibles.

El accidente de Allie le había conmocionado tanto como a ellos, tal vez más.

¿No quieres que te haga un rato de compañía? -ofreció Brad antes de irse, con voz casi inaudible.

Ella negó con la cabeza y le dio las gracias.

Había sido muy enojoso pasar un día entero a su lado, ambos inactivos, y callar todo lo que ansiaba decirle, las mil preguntas que bullían en su mente.

¿Desde cuándo se había truncado su relación? ¿Por qué le había mentido? ¿Por qué no le bastaba con una sola mujer? ¿Ya no la amaba en absoluto? No obstante, habría sido inútil, y ella lo sabía.

Así pues, se obligó a mantener la boca cerrada, aunque el estómago no cesó de dolerle en toda la tarde.

Brad estaba tan guapo como siempre, pero ya no era suyo, sino de otra.

Cada vez que le observaba, tenía la impresión de mirar a un extraño.

Los dos se comportaron educadamente, y ella se alegró de tenerle en el hospital, pero ninguno se atrevió a iniciar una conversación, y menos aún sobre los temas conflictivos.

– Besa a Andy de mi parte -dijo Page como despedida.

Brad asintió, agitó la mano y se marchó, tras decirle que telefonearía por la mañana.

Page comenzó su guardia en la silenciosa habitación, meditando que su marido, al marcharse, no le había dado un beso ni la había tocado.

De alguna manera, sus nexos se habían roto.

Trygve pasó brevemente a saludarla, acompañado de Bjorn, pero notó que Page no estaba comunicativa.

Tenía el rostro triste y demacrado.

Bjorn quiso saber en qué sala estaba Allyson y si se había fracturado las piernas como Chloe.

Ella le explicó que Allie se había dañado la cabeza, no las piernas.

El chico dijo que en una ocasión él había tenido migraña, y que lamentaba que Allyson se encontrara tan mal.

Dejaron a Page unos bocadillos y luego, en el momento de irse, Trygve le dio un apretón en el brazo y la miró.

La vio menuda, flaca y exhausta.

– ánimo -le susurró.

Ella inclinó la cabeza, con los ojos llenos de lágrimas, pero en cuanto se quedó sola recuperó la serenidad.

A veces, el afecto de la gente exacerba el dolor.

Page lloraba cada vez que alguien le manifestaba su consternación por Allie.

Durante la larga velada, tumbada en el sofá de la escueta sala, tuvo más tiempo para reflexionar que en los últimos años de su vida.

Pensó en Brad y en lo felices que habían sido, y en el nacimiento de Allie, con su tierna carita.

Cerró los ojos y se vio a sí misma en su casa de la ciudad.

Estaba muy destartalada cuando la compraron, pero ella la fue arreglando y en el momento de venderla era una preciosidad.

Pensó también en la casa de Marín y en el accidentado parto de Andy.

Pero, una y otra vez, sus pensamientos revirtieron en Allie.

Era como si habitara la estancia convertida de nuevo en una niña, con su particular modo de hablar, su fisonomía…

Page no se sorprendió cuando la enfermera fue a buscarla poco después de la medianoche.

Sabía lo que iba a decirle.

Había sentido la presencia de Allyson en la sala y, en el instante en que aquella mujer abrió la puerta, Page se incorporó y comprendió para qué la llamaban.

¿Señora Clarke? -Sí, soy yo.

Todo parecía un sueño, y Page no podía creer lo que estaba pasando, pero era real.

– Allyson sufre complicaciones postoperatorias.

– ¿Han avisado al cirujano? -Está de camino.

He pensado que quizá querría ver a su hija.

Aunque la tenemos todavía en reanimación, puedo llevarla allí si lo desea.

– Se lo agradecería mucho.

Page miró a la enfermera a los ojos, y preguntó: -¿Se…

se está muriendo? La mujer titubeó sólo un instante.

– Parece que su hija se apaga…

No ha reaccionado bien, señora Clarke.

Lo siento.

Creo que podría fallecer.

– También lo creían sus compañeras de reanimación.

Habían llamado al cirujano inmediatamente, pero dudaban de que la encontrase viva al llegar.

¿Tengo tiempo de telefonear a mi marido? Page se asombró de su propia voz.

Estaba extrañamente tranquila, consciente de lo que se avecinaba.

Lo había esperado sin apenas saberlo.

Había estado con Allie cuando Vino al mundo, y la acompañaría también en su despedida.

Corrieron las lágrimas, pero Page conservó la calma mientras la enfermera la conducía hasta el ascensor.

Page asintió, sabiendo que Brad podía haber recurrido a Jane, pero que tenía pánico a venir.

Incluso comprendió a su marido.

Ahora ya lo había aceptado.

Brad no podía afrontar aquel momento decisivo.

– Será mejor que subamos.

Si quiere, nosotras telefonearemos.

A Page no le agradaba que Brad se enterase por una enfermera, ya que sería más llevadero si se lo comunicaba ella misma, pero no podía llegar tarde a su cita con Allie.

Su hija iba a emprender un viaje sin retorno, y quería decirle adiós.

– Hemos llamado a su esposo -la informó en voz baja una enfermera, mientras Page sostenía la mano de Allie y le prodigaba caricias.

– ¿Va a venir? -preguntó ella impertérrita.

.

– Ha dicho que no quería dejar solo a su hijo.

La enfermera apoyó la mano en el hombro de Page y lo apretó ligeramente.

Había presenciado muchas escenas similares, pero no lograba acostumbrarse, y menos aún cuando los pacientes eran jóvenes.

En la entrada de la sala le pusieron una bata y una mascarilla.

Siguió a otra enfermera y finalmente la vio.

Yacía rodeada Deseaba de aparatos y con la cabeza vendada, pero súbitamente a su madre se le antojó más pequeña, más plácida que nunca.

Ya no estaba asustada, sino llena de paz, y más.

cerca de Allie que en ningún otro período de su vida.

Madre e hija estaban juntas, unidas para siempre en un instante que, a su manera, tenía tanta significación como su nacimiento.

En cierto sentido, no había diferencia.

Existió un principio, y ahora se acercaba el fin.

Habían completado el ciclo.

Fue más corto de lo que habían planeado, pero eso no menoscababa la solidez de sus vínculos.

– Hola, cariño mío -susurró junto a su cabecera, llorando, sí, pero contenta de verla, no atormentada como hasta ahora-.

Quiero que sepas que papá y yo te queremos con toda el alma…

y Andy también.

Te echa mucho de menos, y yo, y tu padre…

Te añoramos, Allie.

Pero sé que siempre estarás con nosotros.

Sabía que, de alguna forma, su hija la oiría.

– ¿Allie? -musitó Page-.

Todo irá bien, amor mío, no tengas miedo.

Yo estaré a tu lado si me necesitas.

Allyson siempre fue reacia a los lugares nuevos, y ahora debía emprender un viaje a lo desconocido donde no podría contar con su ayuda.

Sin embargo, la acompañaría en espíritu, de igual modo que Allie jamás se separaría de su madre.

¿Señora Clarke? -Era el doctor Hammerman.

Page no le había oído acercarse-.

La estamos perdiendo -dijo débilmente.

Una enfermera le proporcionó una banqueta.

Page se sentó y asió la mano de su hija.

La sintió muy frágil y agarrotada.

Tenía los dedos rígidos y los brazos anquilosados, como síntomas de las lesiones de su cerebro.

Aquél era, justamente, uno de los motivos por los que Page no quería que Andy viese a su hermana.

Las consecuencias del accidente causaban honda impresión.

– Lo sé.

– Las lágrimas brotaban de sus ojos.

Miró al cirujano con una sonrisa y una mirada que a Hammerman lo conmovieron.

– Hemos hecho todo lo humanamente posible.

Las lesiones son irreversibles.

Esta tarde he creído que podría sobreponerse, pero…

Lo siento, señora Clarke.

El médico guardó una respetuosa distancia y vigiló los monitores.

Él mismo comprobó las pulsaciones, analizó las cintas grabadas en los sucesivos controles y celebró consulta con el personal de guardia.

Su conclusión fue que no duraría más de unos minutos.

Compadeció a aquella pobre madre.

– ¿Señora Clarke? -dijo al fin-.

Estamos a su entera disposición.

¿Hay algo que desee pedirnos? ¿Quiere que venga un sacerdote? -Estamos bien así -respondió ella mientras recordaba la primera vez que había acunado a Allie en sus brazos.

Fue un bebé sano y rollizo, una perfecta bolita con la cara sonrosada, vivaz, enmarcada en una pelusa de cabello rubio.

Pese a lo laborioso que había resultado su alumbramiento, Page había intentado cogerla en el instante mismo del nacimiento.

Rememorarlo ahora la hizo sonreír, y se centró en Allyson para contarle la historia, como había hecho en un centenar de ocasiones.

Dos enfermeras se enjugaban las lágrimas y fueron a atender a otro paciente, pero el cirujano permaneció allí.

Una hora después de su llegada, al examinar nuevamente los monitores, comprobó que no había cambios.

Las constantes no habían mejorado, pero tampoco estaban peor.

En algún recóndito lugar de su ser, Allyson luchaba.

Page permaneció sentada en la banqueta, sosteniendo su mano y hablándole con ternura.

Había abierto las compuertas de su corazón y liberado, por fin, a su hija.

No tenía derecho a retenerla si no era ése su destino.

Para ella, Allie era como un ángel y sentirla próxima le daba una gran felicidad.

– Te quiero, preciosa mía.

– No se cansaba de repetirlo, necesitaba imperiosamente decírselo mil veces más antes de que Allyson les dejase-.

Te quiero, Allie.

– Una parte de Page todavía esperaba que despertara, le sonriera y contestase: “Yo también te quiero, mamá”, aunque sabía que no sería así.

El doctor Hammerman la mantenía bajo continua observación, y de vez en cuando palpaba sus manos, ajustaba unanmáquina, verificaba la respiración y volvía a retirarse.

Estas idas y venidas duraron un par de horas.

Page se afligió de la ausencia de Brad, que no se despidiera de su hija también él.

El médico se acercó con andar sigiloso y dijo: ¿Ve ese artilugio? -Señaló uno de los monitores-.

Indica que el pulso se ha regularizado.

Nos ha tenido a todos en jaque pero, en mi opinión, lo está superando.

Los ojos de Page se empañaron con la emoción y le vino a la memoria un día ya remoto en el que Allyson se había caído en una piscina y casi se ahogó.

Al tenerla de nuevo en sus brazos, el primer impulso de Page fue darle una tunda por el mal rato que le había hecho pasar.

Ahora la miró, con una sonrisa desvaída, y lamentó no poder vapulearla, pegarle, llenarla de besos, abrazarla o llorar las dos juntas.

¿Está seguro? -Vigilemos un poco más.

Page le susurró a su niña sobre el episodio de la piscina y del susto que se habían llevado.

Por aquel entonces Allie tenía sólo cuatro o cinco años.

Más tarde les había dado otro sobresalto, metiéndose en el tráfico de Ross montada en bicicleta cuando su madre estaba embarazada de Andy.

Page también le contó esa historia, y le recordó una y otra vez cuánto la quería.

Cuando el sol empezaba a elevarse sobre las colinas de Marín, Allyson pareció amagar un suspiro y abandonarse a un pacífico sueño.

Se diría que había partido para luego regresar, exhausta tras la aventura.

Page casi percibió cómo se trasladaba de un espacio a otro.

No tenía ya aquella indefinible sensación de que Allyson se les iba.

Su hija había vuelto al mundo de los vivos.

– En mi profesión vemos muchos milagros -afirmó el doctor Hammerman, entre un corrillo de enfermeras que observaban y cuchicheaban.

Horas antes, todas ellas estaban convencidas de que Allyson Clarke no viviría hasta el amanecer-.

Esta jovencita es muy obstinada.

No quiere darse por vencida…

y yo tampoco.

– Gracias -dijo Page, abrumada por sus sentimientos.

Había pasado la noche más extraordinaria de su vida.

Aunque lo ocurrido fue pavoroso, Page no había sentido miedo.

Presintió que Allie les dejaba y no obstante se alegró por ella, se tranquilizó, pese a que la congoja la embargaba.

Notó cómo su hija dejaba el valle de la vida y cómo regresaba después.

Y ahora, al contemplarla y besar la yema de sus dedos, Page supo que no volvería a amilanarse ante nada.

Sentía una placidez interior que no había experimentado en años.

Había sido bendecida.

Cuando finalmente dejó el hospital para irse a casa, estaba sobrecogida por el poder de aquella bendición.

Toda la noche había intuido la mano de Dios y ahora se sintió más segura que nunca, como si Allyson hubiera obtenido la salvación eterna.

Con infinita gratitud y absoluta paz interior, Page avanzó por las calles de Ross al calor de los primeros rayos solares.

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