CAPITULO XIV

Brad volvió de Nueva York el jueves por la tarde, pero Page no le vio.

Aquella noche no fue a su casa de Ross, y al día siguiente, cuando a la hora del almuerzo acudió a visitar a Allyson, ambos se cruzaron.

Las enfermeras informaron a Page de que su esposo había pasado por la UCI a mediodía.

Luego, al regresar a casa tras haber recogido a Andy en casa de Jane, le encontró haciendo el equipaje.

La puerta de su dormitorio estaba cerrada, pero habían visto el coche en el garaje.

Andy irrumpió en la habitación para saludarle.

Brad pegó un brinco y giró en redondo.

Había dos maletas en el suelo, otra abierta sobre la cama y prendas desparramadas por todas partes.

Al reparar en ellas, a Page se le paralizó el corazón.

– ¿Qué haces, papá? -preguntó Andy.

Desde luego, no era ésta la manera en que Page hubiera querido que se enterase.

Brad la miró desde el centro de la estancia y ambos supieron que no tenían elección.

– ¿Te vas de viaje otra vez? -insistió el niño con inquietud.

– Algo así, campeón.

Clarke se sentó en el borde de la cama y acomodó a Andy sobre sus rodillas.

Page les contemplaba con un nudo en la garganta.

Ültimamente su vida se había convertido en una sucesión de despedidas y tragos amargos.

– Me traslado a la ciudad -dijo Brad.

¿Yo también? El niño estaba anonadado.

Nadie le había alertado de ninguna mudanza.

– No, tú te quedarás aquí con mamá…

Brad iba a decir nny con Allie,n, pero se interrumpió a tiempo.

¿Quién podía saber si ella regresaría algún día? ¿Vais a divorciaros? -inquirió el niño.

Las lágrimas se agolparon en sus ojos.

Brad se apresuró a abrazarle.

– Tal vez.

Todavía no está decidido, pero nos ha parecido una buena idea que yo me ausente temporalmente.

Tu madre y yo hemos tenido diferencias muy fuertes.

– ¿Es porque me escapé la otra noche, papá? ¿Por eso te marchas? -¡No! Hacía ya tiempo que quería hacerlo, y recientemente nuestra vida se ha complicado mucho.

A veces las cosas suceden así, sin más.

¿No será por el accidente? Andy necesitaba un motivo.

Pero quizá no lo había.

– Puede que sí.

No lo sé.

Hay momentos en los que todo se vuelve en tu contra…

pero eso no significa que no te quiera, ¿me oyes? Siento adoración por ti, y tu madre también.

Los dos estaremos siempre a tu lado.

Podrás visitarme los fines de semana y algunos días sueltos.

Page cayó en la cuenta de que tendrían que someterse a calendarios de visitas y pactos con abogados.

¡Qué intrincado era todo! ¡Qué burocrático y oficial! Detestaba que fuese así, pero no podía modificar el curso normal de los acontecimientos.

Habrían de repartirse sus propiedades, los muebles, los regalos de boda que aún conservaban después de dieciséis años, la lencería, la plata, las toallas.

Repentinamente su vida se había vuelto mezquina.

– ¿Dónde vivirás, papá? ¿Te has comprado una casa? -Me instalaré en un apartamento.

Tendré un número de teléfono privado al que podrás llamarme siempre que te apetezca, y también puedes localizarme en la oficina.

Andy rompió a llorar en los brazos de su padre.

– No quiero que te vayas -balbuceó, conmocionado.

Page también sollozó al mirarles.

Era espantoso.

– Ni yo tengo ganas de marcharme, hijo, pero es necesario que lo haga.

¿Por qué? El niño no lo entendía y, viéndoles juntos, Page tampoco.

¿Cómo podían haberse dejado arrastrar? ¿Por qué habían sido tan estúpidos? -Es difícil de explicar.

Se nos han acumulado los problemas.

– Pues solucionadlos.

Era una sugerencia razonable y Brad sonrió a Page entre lágrimas.

¡ Ojalá pudiera! Pero la verdad era que no quería solventar nada.

Estaba feliz con el cambio.

Ansiaba tener su propia vida, su piso…

y a Stephanie.

La nueva aventura le ilusionaba mucho, y a ella también.

Había planeado irse a vivir con Clarke al cabo de uno o dos meses.

Solamente cuando volvía al hogar conyugal, cuando veía cómo les afectaba a todos, Brad se arrepentía de dejarles.

Pero era lo bastante inteligente como para saber que, si no se iba, acabaría haciéndolo sin previo aviso a la menor oportunidad.

Estaba resuelto a separarse, por mal que le supiera y a pesar del cariño que le profesaba Andy.

– Quédate, papá -imploró el niño.

Page sintió náuseas.

– No debes insistir.

Es lo mejor para todos.

Confía en mí.

– ¿Qué dirá Allie cuando vuelva? Andy se agarró a un clavo ardiendo.

– Tendremos que explicárselo también a ella.

El pequeño fue a buscar refugio en su madre y, al estrecharle ella contra sí, desahogó toda su congoja.

Aquélla fue para todos una noche horrenda.

Brad decidió pasarla en familia, y mató las interminables horas revisando sus papeles.

Por la mañana, en la casa reinaba un ambiente fúnebre.

Page preparó salchichas y tortitas dulces, normalmente el desayuno favorito de todos, pero nadie las probó.

El equipo de Andy tenía partido de béisbol aquel sábado, mas, con el brazo roto, el niño no pudo participar.

Le pidió a su padre que se quedase a jugar con él.

A media mañana, Brad anunció que se marchaba a la ciudad.

– ¿Cuándo volveré a verte? -preguntó el niño, presa del pánico, al advertir que Clarke cargaba en el coche bolsas, cajas y demás equipaje.

– El sábado que viene.

Te lo prometo.

Imagínate que estoy de viaje, pero con la ventaja de que puedes telefonearme al despacho todos los días.

Andy estaba más allá de promesas y palabrería.

Se quedó muy envarado, llorando, al lado de su madre, mientras Brad Clarke sacaba el coche por la avenida del jardín y se iba para siempre.

Aparte del accidente de Allie, hacía cuatro semanas, aquél era el peor día que Page recordaba.

Sus esperanzas, su época dorada, sus dos amores rutilantes, la familia que construyó con tanto afán, se había esfumado sin remisión.

Permanecieron fuera unos minutos, Andy sollozando en brazos de su madre, hasta que al fin se dirigieron al salón y se sentaron los dos juntos.

Era como si se les hubiera muerto alguien.

Habían perdido a dos seres muy queridos.

En ese ambiente, Page quedó estupefacta cuando Maribelle Addison llamó a la hora de comer para darle las gracias por su deliciosa acogida.

– Alexis y yo hemos disfrutado muchísimo.

Y nos encantó ver a Allyson.

Estoy segura de que está ya muy mejorada.

Aquella verborrea la dejó sin habla y, además, no se sentía de humor para hablar con su madre.

Le dijo que la llamaría en otro momento, colgó y fue a buscar a Andy.

Estaba tumbado en la cama de matrimonio, con el rostro hundido en la almohada y sumido en el llanto.

Se había derrumbado por completo.

Page hubo de admitir que tampoco ella andaba muy bien de moral.

De algún modo, la partida de Brad lo hacía todo más real, más doloroso.

– Ya sé que te sientes fatal, amor mío.

Pero no es el fin del mundo -animó a su hijo con voz entrecortada.

Andy rodó sobre sí mismo para observarla.

¿Tú querías que se fuera? ¿ Era su madre la culpable? ¿o era Brad? ¿o él, o Allie? ¿Quién? ¿No lo era nadie? -No.

Pero sé que era necesario.

Nuestra relación había empeorado mucho.

– ¿Por qué? ¿Por qué teníais tantas trifulcas? ¿Cómo hacérselo entender? Si ella misma no lograba com prenderlo, mal podía explicárselo a un niño de siete años.

Trygve telefoneó a media tarde, y Page le refirió los últimos sucesos.

Para distraerles, Thorensen les invitó a degustar uno de sus famosos estofados.

En principio Andy se negó a ver siquiera a Bjorn, pero terminó por ceder.

Subió a la camioneta sin entusiasmo, abrazado al oso de peluche con que siempre dormía.

– Bjorn también tenía uno -le dijo a su madre-.

Le llamaba Cbarlie.

Tan pronto bajó del coche, Bjorn intuyó que su amigo estaba mustio.

Se sentaron en el jardín y Andy le relató todos los hechos.

¿Cómo está? -preguntó Trygve, preocupado por los dos.

– Hecho polvo -contestó Page-.

El momento decisivo fue aún peor de lo que suponía.

Lo hemos pasado fatal.

– Sé lo que sentís.

– A Thorensen aún le dolía recordar el día en que Dana se había marchado.

Todos lloraron horas enteras, incluso ella-.

¡Dios, habéis pasado por un mal trago! -¿Y quién no los pasa alguna vez? -Page lo miró con abatimiento.

Se estaba convirtiendo en un mal crónico-.

¿Qué hace Chloe? -Armar escándalo en el hospital.

Podré traerla a casa la semana próxima, si es que conseguimos montar las rampas para su silla, pero tendrá que dormir en la planta baja, en la habitación de Nick.

Page pensó en lo afortunado que era de que su hija volviera al hogar, aunque fuese en condiciones precarias.

En cuatro semanas Allie no había hecho ningún progreso.

Todavía quedaba una esperanza, pero no tardaría en esfumarse.

Durante la cena el ambiente se distendió y confeccionaron el menú para la barbacoa de la Fiesta de los Caídos.

Trygve dio a leer a Page su último artículo, que formaba parte de una serie, encargo del Neze York Times, en la cual llevaba una temporada trabajando.

Lo pasaron bien juntos, pero Thorensen sabía que no debía apremiarla en terrenos más íntimos.

Aún tenía abiertas las cicatrices de Brad, y por nada del mundo la habría agobiado con sus sentimientos.

– No esperaba que la separación pudiera perturbarme tanto -comentó Page después de cenar, arrellanados en sendas tumbonas del jardín e importunados por ávidos mosquitos.

¿Por qué no? Tras una unión de dieciséis años, tendrías que ser de hielo para no alterarte.

Yo estaba ya algo insensibilizado cuando Dana se marchó, y aun así me provocó una gran conmoción.

La eché de menos durante mucho tiempo.

Es probable que a ti te pase lo mismo.

– Ya no sé ni lo que siento.

Mi vida es un perfecto caos.

– No lo creas.

Sólo es una sensación pasajera, y más ahora, con tantas teclas que tocar.

¿Cómo evoluciona Allie? ¿Qué dice el doctor Hammerman? -Que todo es aún posible, pero si no supera el coma en un par de meses habrá que desistir.

Empieza a inquietarme la idea de que se quede así eternamente, Trygve.

Thorensen reflexionó, con la mirada absorta en las estrellas.

– Espero que no.

– De pronto recordó algo que no le había contado-.

La semana pasada me enteré de una noticia interesante, pero sabía que estabas muy aterrada y no quise importunarte.

– ¿De qué se trata? -Alguien vio a Laura Hutchinson emborracharse en una fiesta.

Tuvieron que llevársela, aunque se hizo con toda discreción.

Luego se acallaron los rumores.

Estas cosas me llevan a preguntarme qué ocurrió realmente aquella noche.

Una persona achispada se bambolea, cae de bruces y hace mil excentricidades sin que, por lo general, a nadie le importe.

Pero una dama con problemas o en una posición delicada debe recibir atenciones muy especiales.

Hay que borrar las pruebas para que la gente no las detecte.

"No puedo dejar de pensar en la posibilidad de que condujera ebria cuando chocó contra los chicos.

¡Estuvo tan contrita, tan desolada y tan atenta con los Chapman! Por lo que me han dicho, hizo una donación sustanciosa a la escuela de Redwood en memoria de Phillip, y se encargó de que todo el mundo lo supiera.

Ese dinero siempre me ha parecido una admisión de culpa.

– Tal vez.

Pero también puede ser que la conmocionara la muerte de Phillip, fuera o no responsable de ella.

Me escribió para condolerse por lo de Allie -dijo Page sin ningún resquemor.

Aunque al comienzo había odiado a Laura Hutchinson, la fase de las recriminaciones ya había pasado.

– En casa también se recibió una carta suya, que no me he dignado contestar.

¿Qué iba a decirle? “No se preocupe…

Ha estado a punto de matar a mi hija, o de condenarla a una silla de ruedas, pero agradezco mucho sus amables palabras." -Trygve se acaloró a medida que hablaba, hasta que hizo una pausa y miró a Page con aire pensativo-.

Sé que soy un chiflado y ni siquiera estoy muy seguro de lo que persigo, pero tengo un antiguo amigo que se dedica a la investigación periodística.

Trabaja en la repugnante prensa amarilla, donde cuenta con muy buenas fuentes.

– ¿Qué pretendes encontrar? -preguntó Page.

– Algo…

no sabría definirlo.

Quizá sea tan minucioso como tú y esté buscando una aguja en un pajar.

Pero, siempre que lo rememoro, me asalta la sospecha de que aquella noche hubo más de lo que creemos.

Es posible que mi colega desentierre alguna información.

Si Laura Hutchinson es todavía una alcohólica, tenemos derecho a saberlo.

– ¿Por qué no haces la pesquisa? -sugirió Page con tono de complicidad.

Trygve asintió con una sonrisa-.

A los Chapman también les interesará el resultado.

– Los padres de Phillip habían interpuesto ya una demanda contra dos periódicos locales.

– Somos un par de buscapleitos.

– Quizá, la señora Hutchinson se lo merece.

Thorensen guardó silencio, pero movió la cabeza en gesto de asentimiento.

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