CAPITULO IV

A las doce menos diez Page estaba viendo una película antigua en la televisión.

De pronto se incorporó en la cama.

Allyson llevaba veinte minutos de retraso, y su madre no lo encontraba gracioso.

A medianoche aún le divertía menos.

Andy dormía plácidamente a su lado y Lizzie descansaba en el suelo, a los pies del lecho.

Reinaba en la casa un ambiente de paz y quietud, a excepción de Page, que se inquietaba por momentos.

Allie había prometido regresar como máximo a las once y media, treinta minutos más tarde de lo que ella había dispuesto en principio.

No tenía ninguna excusa para incumplir el toque de queda.

Pensó en llamar a los Thorensen, pero comprendió que sería inútil.

Si todavía estaban en el cine o tomando el último helado, nadie contestaría al teléfono.

Supuso que al terminar la película habían ido a una cafetería, y Allyson no habría advertido al padre de Chloe que debía volver a cierta hora.

A las doce y media Page estaba furiosa, y a la una el enfado se trocó en preocupación.

Había decidido olvidar su reticencia y llamar a casa de los Thorensen, cuando, a la una y cinco, sonó el teléfono.

Supuso que sería Allyson pidiendo permiso para dormir con Chloe.

La cara de Page había pasado ya por todos los colores, y le habría gustado dar un bofetón a su hija mayor.

– ¡No, no puedes quedarte! -bramó al auricular.

– ¿Oiga? -preguntó una voz perpleja al otro lado de la línea.

Page se sorprendió.

No era Allyson, sino una desconocida.

No pudo imaginar quién la llamaba a hora tan intempestiva, a menos que se tratara de un error o de un bromista-.

¿Es la residencia de los señores Clarke? -Sí.

¿Con quién hablo? -preguntó Page.

Un súbito escalofrío corrió por su columna, pero no hizo caso.

– Le llamamos de jefatura de tráfico, señora Clarke.

Es usted la señora Clarke, cverdad? -Sí.

– Su voz brotó en susurros.

Tenía un nudo en la garganta.

– Lamento comunicarle que su hija ha sufrido un accidente.

– ¡Oh, Dios mío! -El cuerpo de Page se reanimó, espoleado por el terror-.

¿Está viva? -Sí, pero ha permanecido inconsciente todo el trayecto hasta el hospital de Marín.

Tiene heridas de pronóstico reservado.

¿Señor, señor…

¿ Qué significa "pronóstico reservado"? ¿Es muy grave? ¿Podrá superarlo? ¿Vivirá? ¿Cuál es la importancia de sus heridas? " -¿Qué ha pasado? -preguntó con un graznido patético.

– Una colisión frontal en el puente Golden Gate.

Su coche se ha estrellado contra otro vehículo que circulaba en dirección sur poco antes de entrar en el condado de Marín.

– ¿En Marín? No puede ser.

Page estaba presta a hacer disquisiciones sobre el paradero de Allyson.

Quizá, si ganaba aquella discusión, significaría que nada había ocurrido.

– Me temo que sí.

Ahora mismo está ingresada en el hospital, señora Clarke.

Es importante que vaya allí sin pérdida de tiempo.

– ¡Dios mío! Gracias.

Colgó sin decir una palabra más y a continuación llamó frenéticamente al servicio de información, donde obtuvo el número del hospital de Marín.

Marcó y pidió que le pasaran con la sala de urgencias.

Sí, tenían internada a Allyson Clarke; sí, seguía viva; no, nó podían darle más detalles.

Todo el equipo médico estaba atendiéndola y nadie podía ponerse al aparato.

Allyson Clarke figuraba en la lista de los pacientes críticos.

Las lágrimas afloraron a los ojos de Page mientras, con un temblor convulsivo en las manos, telefoneaba a sus vecinos.

No podía dejar a Andy solo…

Tenía que llamar, tenía que vestirse e ir sin tardanza al hospital.

Sollozó sordamente y rezó para que Allyson estuviera con vida cuando ella llegase.

– ¿Diga? -preguntó una voz somnolienta tras el quinto timbrazo.

– ¿Jane? ¿Podrías venir? Page hablaba entrecortadamente y con ahogo, como si le faltara el aire.

¿Y si se desmayaba? ¿Y si Allyson moría? “¡Dios mío, no lo permitas!" -¿Qué ocurre? -preguntó Jane Gilson.

Conocía bien a Page y nunca la había visto abandonarse al pánico -.

Qué tienes? ¿Te has puesto enferma? ¿Hay alguien ahí? -Tal vez merodeaba algún intruso por la casa.

– ¡No, es Allie! -repuso Page con un chillido aterrorizado y disonante -.

Ha tenido un accidente, un choque frontal.

Está en el hospital de Marín en situación crítica.

Brad se ha ido de viaje.

Tengo que dejarte a Andy…

– ¡Qué espanto! No tardo ni dos minutos.

Jane Gilson colgó y Page corrió hasta su armario.

Cogió unos vaqueros y el primer suéter que encontró.

Era el viejo jersey azul que usaba para trabajar en el jardín y que estaba descolorido y lleno de agujeros y lamparones.

Pero ella no reparó en nada al embutírselo por la cabeza y calzarse luego los mocasines.

Sin siquiera peinarse, fue al estudio de Brad en busca de la libreta donde solía anotar el nombre y número telefónico de su hotel siempre que salía de viaje.

Sabía que la encontraría allí.

Sin embargo, no le llamaría antes de haber visto a Allyson, por si las noticias eran mejores de lo que ella auguraba.

Se pondría en contacto con su marido desde el hospital.

Pero en el bloc no había señas, número ni ninguna indicación.

La página estaba en blanco.

Por primera vez en dieciséis años, Brad había olvidado dejarle los datos.

Era como si el destino intentara hacerles una vil jugarreta.

Pero Page no tenía tiempo de solucionar el problema.

Más tarde llamaría a algún compañero del trabajo y se las ingeniarían para dar con él.

Ahora tenía que ver a su niña.

Recogió el bolso en el momento en que sonaba el timbre de la puerta.

Abrió a toda prisa.

Jane Gilson estrechó en un abrazo a su querida amiga.

Conocía a los Clarke desde que se habían mudado al vecindario, antes de que naciera Andy, y a Allyson desde los siete años.

– Se salvará, tenlo por seguro.

Y trata de calmarte, Page.

Ya verás como es menos serio de lo que parece.

Procura no perder la serenidad.

– Le habría gustado llevarla en su automóvil, pero su esposo tampoco estaba en casa.

Se había ido de acampada con sus dos hijos, que habían venido desde la universidad para pasar en Ross las vacaciones trimestrales.

No había nadie más a quien confiar el cuidado de Andy.

El niño dormía profundamente en la cama de su madre, ignorante del drama que vivían-.

Si aún no has vuelto, cqué le digo cuando despierte? -Que Allyson ha enfermado y he tenido que acompañarla al hospital.

Te llamaré para tenerte al corriente.

Y sobre todo, Jane, si telefonea Brad acuérdate de apuntar su número.

– De acuerdo, ve tranquila.

Y conduce con prudencia.

Page salió a la tibia noche con el cabello alborotado y el monedero bajo el brazo, montó en el coche y un segundo después desapareció por la avenida.

Durante todo el camino se arengó a sí misma, instándose a la calma, a respirar, reconfortándose con la idea de que Allyson estaría a salvo y suplicando al cielo que así fuera.

Todavía no había asimilado el desastre.

El hospital quedaba a ocho minutos de distancia.

Page aparcó en el primer sitio que vio, dejó las llaves en el contacto y entró atropelladamente en el edificio.

La iluminada sección de urgencias era un galimatías de gente que corría de un lado a otro, se asomaba a las habitaciones o salía disparada, mientras media docena de personas aguardaban en el pasillo para recibir tratamiento.

Una parturienta deambulaba molesta y cansina, atendida por su marido.

A Page lo único que le importaba era ver a su hija, a su pequeña.

De pronto distinguió a unos periodistas, dos tipos que entrevistaban a un agente de tráfico y tomaban nota de sus palabras.

Page se dirigió al mostrador de recepción para preguntar a una enfermera, cuyo rostro se ensombreció instantáneamente al alzar la mirada.

Tenía unas bonitas facciones, con unos ojos que rebosaban afabilidad, y al ver a aquella mujer lívida y temblorosa sintió una gran compasión.

– ¿Es usted su madre? Page asintió, con unos espasmos cada vez más intensos.

– ¿Está…? ¿Ha…? -Está viva.

– A Page se le doblaron las piernas.

La enfermera rodeó el mostrador para sostenerla con brazos firmes-.

Ha sufrido lesiones gravísimas, señora Clarke, incluida una lesión cerebral.

Todo el equipo de neurocirugía se ha volcado en ella, y ahora mismo esperamos al jefe de servicios.

Vendrá a informarla en cuanto pueda.

Pero sepa que su hija vive.

– Llevó a Page hasta una silla y la ayudó a sentarse.

Era como si el mundo entero se hubiera vuelto del revés en cuestión de minutos-.

¿Quiere una taza de café? Miró solidariamente a Page, quien negó con la cabeza e hizo un esfuerzo sobrehumano para contener el llanto.

Fue en vano.

Las lágrimas se desbordaron mientras intentaba asimilar lo que acababan de decirle: neurocirugía…

lesiones gravísimas…

¿Por qué? ¿Cómo ha ocurrido? Se encuentra bien? inquirió la enfermera.

Era una pregunta retórica, pues obviamente Page estaba muy mal.

Se secó el llanto y meneó la cabeza, deseando con toda el alma haber podido retrasar el reloj.

¡Y pensar que se había enfadado porque Allie no cumplía el horario! Mientras ella se enfadaba, su hija se estrellaba.

La sola imagen era insufrible.

¿Ha habido más heridos? -preguntó al fin con un quiebro de voz.

La enfermera asintió apenada.

– El conductor ha muerto.

Y tenemos a otra chica con heridas de consideración.

– ¡Oh, Dios! ¿Muerto? ¿Había muerto Trygve Thorensen? Pero, por el amor de Dios, cqué había sucedido? Mientras le daba vueltas en su cerebro, vio salir de una de las salas de urgencias a un hombre que se le parecía extraordinariamente.

El individuo cruzó la puerta con aire desorientado y miró hacia Page, aunque en realidad no la vio.

Fue ella quien le reconoció, quien supo súbitamente que era Trygve.

¿Cómo era posible? La enfermera le había dicho que había muerto en el accidente.

¿Qué era aquello, una broma de mal gusto, quizá una pesadilla? ¿Se ha bía vuelto loca, o estaba soñando? No obstante al fijarse mejor comprendió que su espejismo era real.

La enfermera se apartó discretamente, y Trygve, echando a andar, miró también a Page con lágrimas en las mejillas.

– Page, estoy desolado -dijo Thorensen.

Tendió el brazo para tomar su mano, y la retuvo unos instantes-.

Debería haberlo sabido, haberlo previsto, pero no presté la debida atención.

¿Cómo he podido ser tan estúpido? Ella le observó horrorizada.

Había tenido un descuido y ahora sus hijas se debatían entre la vida y la muerte.

¿Cómo era capaz siquiera de decírselo? ¿Y por qué la enfermera le comunicó su muerte, cuando no era verdad? -No entiendo nada -admitió, y clavó una mirada de angustia en Thorensen, que se sentó a su lado pesadamente, cabizbajo, incrédulo aún.

– Yo empiezo a entenderlo.

No sé cómo no me di cuenta al verla salir con aquel conjunto.

Llevaba una falda de cuero prestada y unas medias negras que debieron de pertenecer a Dana.

¡Soy un necio imperdonable! Estaba trabajando con Bjorn y la dejé escabullirse sin hacer preguntas.

Dijo que la invitabas tú, y no sospeché nada.

¡ Como me arrepiento de no haberla detenido a tiempo! -¿Que la invitaba yo? ¿No eras tú el que conducía el coche? Page sintió una nueva punzada de miedo.

Las chicas no habían salido con Trygve.

Pero entonces, ¿con quién iban? ¿Quién conducía? -No, no era yo.

– Allyson me dijo que ibas a llevarlas a cenar a Luigi's y a una sesión de cine.

No se me ocurrió dudarlo.

– De repente, al meditarlo, las piezas del rompecabezas comenzaron a encajar también para ella: el suéter rosa de cachemira, la falda blanca y la absurda huida a casa de Chloe en lugar de dejarse acompañar-.

¿Cómo he podido ser tan imbécil? -Ambos hemos fallado en lo mismo.

– Trygve miró a Page a través de sus lágrimas, y ella rompió a llorar-.

Deberías haber visto a Chloe cuando la ingresaron.

Tiene fracturas abiertas y múltiples en las dos piernas, la cadera triturada, rotura de pelvis y heridas internas.

Ahora le están extirpando el bazo, y quizá sufra una atrofia en el hígado.

Han de ponerle una prótesis en la cadera, le han reconstruido la pelvis con pinzas, y es probable que no vuelva a caminar.

– Se echó a llorar abiertamente-.

Y su mayor sueño era convertirse en una gran bailarina, ¡pobre hija mía! ¿Cómo puede ocurrir esto? Page hizo un gesto con la cabeza, abrumada por lo que acababa de escuchar.

Chloe en una silla de ruedas.

¿Y Allyson? Olvidado el malentendido de antes -la presunta culpabilidad de Trygve-, se atrevió a preguntarle: -¿Has visto a Allyson? Le asustaba enfrentarse a los hechos, y sin embargo necesitaba desesperadamente noticias.

Le habían dicho que esperara hasta que los neurocirujanos terminasen su evaluación.

¿Y si moría antes y ella, su madre, no estaba a su lado? ¿Y si…

o si…? -No -contestó Trygve más compuesto, enjugando sus sollozos-.

Pedí autorización, pero no me han dejado.

Hace poco rato que Chloe ha entrado en el quirófano.

Dicen que tardarán de seis a ocho horas, tal vez más.

Nos aguarda una larga noche.

O no.

La de Page podía ser más corta, para desgracia de ella y de Allyson.

Quizá todo concluiría rápidamente.

– Me han dicho que Allyson sufre una grave lesión cerebral, pero no me han especificado nada más -agregó Thorensen en un cuchicheo.

– Sí, es la misma explicación que me han dado a mí, pero ni siquiera sé lo que significa.

¿Quedará dañado el cerebro? ¿Morirá sin remedio? ¿Puede recuperarse? -Las lágrimas volvieron a agolparse en los ojos de Page-.

La están examinando en neurocirugía.

– Tienes que creer con todas tus fuerzas que se repondrá.

Es lo único que nos queda.

– Pero ¿y si no lo logra? Page se alegraba de tener a alguien con quien conversar, y además una persona que compartía los terrores en que estaba sumida, salvo que Chloe, aunque muy maltrecha, no parecía correr peligro de muerte.

– Intenta no plantearte tantas preguntas -aconsejó Thorensen-.

Yo incurro en el mismo error con Chloe: ¿y si queda inválida, paralítica? ¿Podrá volver a andar, a bailar y correr? ¿Podrá ser madre? Hace apenas unos momentos me he sorprendido a mí mismo organizando la colocación de rampas en casa para su silla de ruedas.

Debes desechar esos pensamientos.

Aún no sabemos nada con seguridad.

Vive al minuto.

Page asintió.

Trató de imaginar qué le diría a Brad si Allyson moría, pero se negó a aceptarlo.

– ¿Sabes quién era el conductor? -indagó lúgubremente, recordando las palabras de la enfermera.

– Sólo su nombre.

Phillip Chapman, un chico de diecisiete años, esa es toda mi información.

Chloe no estaba en condiciones de responder a ninguna pregunta.

– He oído hablar de él.

Creo que incluso me han presentado a sus padres.

¿Tienes idea de dónde se conocieron? -En la escuela, o en alguna competición deportiva, o en el club de tenis.

Nuestros hijos se hacen mayores, Page.

De todas maneras, con los chicos nunca me he visto en un caso parecido.

Nick no se mete jamás en líos.

– Y Bjorn, claro, era distinto-.

Me temo que las niñas son más emprendedoras, al menos las nuestras.

– Trygve intentaba arrancarle una sonrisa, pero Page estaba más allá de cualquier consuelo.

¿Y si Allyson no llegaba a tener una verdadera cita amorosa, ni un novio, ni marido? ¿Y si no conocía la maternidad? ¿Se truncaría así su vida, con quince efímeros años? Esta perspectiva le provocó un nuevo acceso de llanto.

Trygve apretó su mano y la mantuvo sujeta-.

No cedas al pánico, Page.

Has de sobreponerte.

– ¿Cómo quieres que lo haga? ¿Cómo puedes ni siquiera decirlo? -Page apartó la mano y sus sollozos arreciaron-.

Quizá Allie no sobreviva, quizá acabe igual que el chico del coche.

– Thorensen bajó la cabeza alicaído, y ella, tras sonarse la nariz con pavor y desesperanza, volvió a mirarle-.

¿Bebieron más de la cuenta? -Fue lo primero que supuso al pensar en un accidente de aquellas características, donde el conductor era un joven de diecisiete años.

– Lo ignoro -repuso Trygve-.

La enfermera me ha comentado que les han sacado muestras de sangre para comprobar los índices de alcohol.

Es de suponer que habrán tomado alguna copa -añadió con desánimo.

Un periodista se acercó a ellos.

Les había observado un buen rato mientras hablaban, y Trygve le había visto hacer pesquisas con la enfermera de recepción después de interrogar al policía.

Page continuaba llorando cuando aquel hombre les abordó.

Vestía vaqueros y una camisa de cuadros escoceses, llevaba zapatos de deporte, exhibía en el pecho un carnet de prensa y portaba un pequeño magnetófono y un bloc de notas.

¿Señora Clarke? -preguntó directamente, erguido al lado de Page y atento a sus reacciones.

– ¿Sí? -contestó ella, tan aturdida que le tomó por un médico.

Le miró despavorida, mientras Trygve le ojeaba con recelo.

¿Cómo está Allyson? -se interesó como si conociera a la accidentada.

Le había sonsacado el nombre a la enfermera.

– No lo sé.

He creído que usted me lo diría.

– Trygve hizo una mueca y Page reparó en la tarjeta identificativa del sujeto, con su fotografía, el nombre y el logotipo del periódico-.

¿Qué quiere de mí? -Aquella intrusión la desconcertaba y aumentaba aún más sus aprensiones.

– Sólo ver cómo se siente y cómo va su hija Allie.

¿Conocía a Phillip Chapman? ¿Qué clase de chico era? ¿Tenía fama de alocado? ¿Qué piensa usted…? El periodista indagó todo lo que pudo, hasta que Thorensen le cortó abruptamente.

– Éste no es el momento -dijo, y avanzó un paso hacia él, pero el joven reportero permaneció impasible.

¿Sabía que la conductora del otro coche era la esposa del senador Hutchinson? No se ha hecho ni un rasguño -declaró con tono provocativo-.

¿Qué opina de eso, señora Clarke? ¿No le produce indignación? -A Page se le desorbitaron los ojos a medida que hablaba el periodista, atónita ante lo que oía.

¿Qué pretendía aquel individuo? ¿Volverla loca? ¿Qué más le daba a ella quién era la otra conductora? ¿Aquel periodista era un demente además de un desaprensivo? Miró a Trygve con desamparo, y le vio encolerizado -.

¿ Cree que los jóvenes llevaban una copa de más, señora Clarke? ¿Era Phillip Chapman el novio formal de Allyson? ¿Qué diablos hace aquí? -se encaró Page con el reportero, clavándole una mirada furibunda-.

Mi hija está al borde de la muerte, y no es asunto de su incumbencia cuánto había intimado con ese muchacho, ni quién conducía el otro coche, ni mucho menos cuáles son mis sentimientos.

– Lloraba tan intensamente que apenas le salían las palabras-.

¡Déjenos en paz! -Se sentó y ocultó la cara en las manos.

Trygve se interpuso entre ambos para proteger a Page.

– Le ruego que no nos moleste más.

Váyase de aquí.

No tiene derecho a hacernos esto -gruñó, aunque también a él se le quebraba la voz.

– Tengo todo el derecho del mundo.

El público debe ser informado.

¿Y si los chicos estaban sobrios y la que había bebido era la mujer del senador? -¿A qué viene eso ahora? -replicó Trygve.

¿Por qué se inmiscuían así en las vidas ajenas? Aquel interrogatorio no tenía nada que ver con los intereses del público, ni con sus derechos, ni con la noble lucha en pro de la verdad.

Era un ejemplo de depredación, de mal gusto, de carroñero que se ensaña con quienes sufren las heridas más profundas.

– ¿Han exigido que se practique la prueba de la alcoholemia a la señora Hutchinson? Los ojos del buitre buscaron afanosos los de Page, que miró anonadada a los dos hombres.

Había llegado a un punto en el que todo le resbalaba.

Sólo podía pensar en Allie.

– Estoy segura de que la policía ha cumplido con su obligación, así que ¿por qué no se larga de una vez y deja de amargarnos la vida? ¿No ve el daño que nos hace? -le increpó a pesar de su aflicción.

El periodista parecía empeñado en agobiarles.

– Unicamente quiero averiguar la verdad, eso es todo.

Espero que su hija se reponga -dijo con fría formalidad y se marchó.

él y el fotógrafo pasaron una hora más en la sala de espera, pero no volvieron a importunar a Page.

A Trygve le había sublevado la actitud del periodista, su osadía al acosarla en una circunstancia como aquélla.

Se dolió internamente de su estilo ladino e instigador, de las insinuaciones que lanzó para alimentar la ira de ambos.

Era repugnante.

Quedaron tan perturbados tras la marcha del periodista que, cuando media hora más tarde se les acercó un muchacho pelirrojo, apenas si se fijaron en él.

Page no le había visto nunca, pero a Trygve sus rasgos le era vagamente familiares.

¿Señor Thorensen? -preguntó el chico, muy nervioso.

Estaba pálido y parecía como extraviado, pero se plantó frente al padre de Chloe y le miró a los ojos.

¿Sí? -lo miró sin calor ni reconocimiento.

No era la noche adecuada para presentarse allí y ponerse a platicar con Trygve.

Éste sólo deseaba que terminara la operación de Chloe y rezar para que su vida no se malograse.

– Soy Jamie Applegate, señor.

Estaba con Chloe en…

en el accidente.

– Los labios del chico temblaron al pronunciar esas palabras y Thorensen le miró con expresión de espanto.

¿Quién eres? Se levantó para escrutar a Jamie, cuyo semblante se demudó.

Tenía una pequeña contusión y varios puntos de sutura en la ceja, pero por lo demás había salido indemne de aquel horror.

– Soy amigo de Chloe, señor.

Habíamos quedado para cenar juntos.

– ¿Os emborrachasteis? -preguntó Trygve sin piedad ni vacilación, pero Jamie negó con la cabeza.

Acababan de analizar su sangre para verificarlo y había superado el examen, él y también Philip.

– No, señor.

Cenamos en Luigi's, un restaurante de Marín.

Yo bebí una copa de vino y Phillip aún menos, creo que no llegó a media copa.

Luego tomamos un cappuccino en Union Street y regresamos a casa.

– Sois menores de edad, hijo -le recordó Trygve-.

No deberíais haber probado el alcohol.

Ni siquiera media copa.

Jamie sabía que tenía razón, y así lo dijo antes de proceder a relatarles su experiencia.

– Es cierto, señor, no lo niego.

Pero nadie se emborrachó.

Ignoro cómo ha podido pasar.

No vi nada.

Ibamos en el asiento trasero, charlando, y de repente me encontré en este hospital.

Solamente sé lo que ha dicho la policía de tráfico, que alguien chocó contra nosotros, o a la inversa.

De verdad que no me acuerdo.

Pero le aseguro que Phillip era muy responsable al volante.

Ordenó que nos abrochásemos los cinturones, y no perdió el dominio del coche ni por un segundo.

Jamie se echó a llorar.

Su amigo había muerto y él tenía que vivir y pasar peor un calvario.

¿Crees que la culpa fue del otro conductor? -preguntó Trygve, ya más sereno.

Le había conmovido el relato del chico, ver cuán afectado estaba.

– No lo sé.

Tengo la mente en blanco.

Lo único que sé es que Chloe y Allyson están muy mal, y que Phillip…

– Prorrumpió de nuevo en sollozos al recordar a sus amigos, y Trygve no dudó en rodearle con sus brazos-.

Lo siento, le juro que lo siento.

– También nosotros, hijo.

Pero ahora debes tranquilizarte.

Piensa en la inmensa suerte que has tenido esta noche.

Así es el destino.

El destino, que escoge a una víctima, agosta su vida y se esfuma al punto.

El destino que fulmina como el rayo." -Pero no es justo…

¿Por qué he tenido que librarme yo? ¿Por qué no ellos? -Son cosas que ocurren.

Deberías alegrarte de tu buena estrella.

Sin embargo, Jamie Applegate sólo era capaz de sentir culpabilidad.

No quería que Phillip hubiese muerto, ni que Chloe y Allyson estuviesen tan malheridas…

¿Por qué él se había hecho un simple chichón? Habría preferido conducir el Mercedes en lugar de Phillip.

– ¿Hay alguien que se ocupe de ti? -preguntó Trygve, incapaz de resentirse con el muchacho después de lo que les había contado.

– Mi padre está al llegar.

Les vi aquí sentados y he venido para…

para decirles…

Miró de hito en hito a Thorensen y a Page, y tuvo un nuevo acceso de llanto.

– Lo comprendemos -dijo Page, alargando el brazo y estrechando su mano.

El chico se agachó en actitud cariñosa, y Page, al abrazarle, redobló sus propios sollozos.

Llegó por fin el padre, con cólera, lágrimas y reproches.

Bill Applegate, que así se llamaba, estaba tan consternado como era de esperar, pero respingó aliviado al ver a su hijo sano y salvo.

Había llorado cuando Jamie le anunció la muerte de Phillip Chapman, dio gracias de que su chico hubiera sobrevivido.

Era un hombre muy respetado en su comunidad, y Trygve había coincidido con él en fiestas y encuentros deportivos de la escuela.

Applegate conversó un rato con Page y con Thorensen, tratando de reconstruir los hechos, y se disculpó en nombre de Jamie.

Pero los tres sabían que había pasado el tiempo de las disculpas, que ahora lo único que contaba era la cirugía, los milagros y las oraciones.

Sí, lo sabían muy bien.

Dijo también que les llamaría para tener noticias de Allyson y Chloe.

Antes de irse, preguntó a Jamie si se habían pasado con el alcohol, y el muchacho insistió en que no.

Cuando se fueron los Applegate, Trygve miró a Page y agitó la testa.

– Me da lástima ese chico, pero hay una parte de mí que aún se revuelve de furia.

Aquella furia iba dirigida a todo el mundo, a Phillip por exponerles al accidente, a Chloe por haberle engañado, y a la conductora del otro vehículo, si es que era culpable.

Pero ¿quién sabía lo que había sucedido realmente? ¿Cómo dilucidarlo? El oficial de policía le había comentado que la fuerza del choque fue tan monumental que era casi imposible determinar quién infringió las normas, y que por la posición de los vehículos tampoco se distinguía cuál de los dos invadió antes la línea continua,.ni por qué.

Los análisis mostraban rastros de alcohol en la sangre de Phillip, aunque no el suficiente para considerarle ebrio.

Y la mujer del senador parecía tan sobria que ni siquiera le hicieron la prueba.

Cabía presumir que Phillip se había distraído, quizá por causa de Allyson, y que tal vez, después de todo, había sido él quien provocó el accidente.

Sin embargo, ninguna hipótesis podía darse por cierta.

Page seguía pensando obsesivamente en el estado de Allyson, en la necesidad que tenía de ver a su niña.

Transcurrió una hora antes de que la enfermera fuera a buscarla.

Finalmente, los neurocirujanos estaban listos para recibirla.

– ¿Podré ver a Allyson? -La verá enseguida, señora Clarke, pero antes los médicos desean reunirse con usted para explicarle la situación.

Al menos había algo que explicar.

Cuando Page se levantó Tr'ygve la estudió con expresión preocupada.

Era un buen vecino, se habían encontrado en decenas de eventos escolares entrenamientos y algún que otro picnic y aunque no eran amigos personales a ella siempre le cayó simpático, amén de que sus hijas se convirtieron en uñá y carne desde el día mismo en que los Clarke se mudaron al condado de Marín.

– ¿Quieres que te acompañe? Page titubeó, y luego dijo que sí.

Estaba aterrorizada por lo que podían decirle, y más aún por el encuentro con su hija.

Ansiaba verla más que nada en la vida, pero temía no saber afrontar la cruda realidad.

¿De veras no te molesta? -susurró un poco avergonzada mientras se encaminaban hacia el lugar donde les aguardaba el equipo de neurocirugía.

– De veras -dijo Trygve, y aceleraron la marcha.

Avanzando juntos por los largos pasillos del hospital, ambos tan rubios y tan escandinavos, parecían hermanos.

Thorensen era un hombre atractivo, sano, de constitución robusta y amables maneras.

Era fácil congeniar con él.

Page se sentía muy cómoda a su lado.

Eran compañeros de desdichas.

La puerta de la sala se les antojó amenazadora, pero la empujaron sin vacilar y vieron, sentados en torno a una mesa ovalada, a tres hombres con mascarillas y batas asépticas.

Las mascarillas descansaban alrededor del cuello, y Page advirtió con estremecimiento una mancha de sangre en la bata de uno de ellos.

Rezó para que no fuera de su hija.

¿ Cómo está? -Aquello era lo único que quería saber.

Sin embargo, la respuesta no era tan sencilla como la pregunta.

– Está viva, señora Clarke.

Es una chica fuerte.

Ha soportado un golpe terrible.

Muchas personas ya se habrían rendido.

Pero ella resiste, y esperamos que esa resistencia sea una buena señal.

No obstante, queda un arduo camino por recorrer.

"Presenta básicamente dos lesiones, cada una con sus complicaciones inherentes.

La primera ocurrió en el instante del impacto.

Su cerebro sufrió una conmoción contra la masa craneal y, por expresarlo en términos comunes, recibió una serie de brutales sacudidas.

Las fibras nerviosas se distendieron y en venas y arterias se produjeron fisuras.

Todo ello podría causar daños irreparables.

"La segunda lesión es más aparatosa que la otra, pero no necesariamente peor.

Se trata de una honda fisura allí donde se abrió el cráneo y se fracturó el hueso.

Ahora mismo tiene el cerebro al descubierto en esa zona, probablemente como consecuencia de haberse golpeado con algún objeto metálico después de la colisión.

Mientras escuchaba, Page emitió unos gemidos ahogados, desgarradores, y aferró instintivamente la mano de Trygve, Sentía náuseas al pensar en lo que acababan de decirle, pero estaba decidida a no desmayarse ni vomitar.

Tenía que asimilar cada palabra.

– No obstante, existe una posibilidad -continuó el cirujano jefe.

Era muy desagradable, pero no había otro remedio que explicarlo.

Aquellas personas tenían derecho a saber cómo estaba su hija (había dado por sentado que Trygve era el padre de Allyson)-.

Cabe esperar que la región adyacente a la herida esté intacta.

Con frecuencia, los grandes cortes en la cabeza tienen secuelas mínimas a largo plazo.

Es la primera lesión la que nos inquieta y, naturalmente, las complicaciones que pueden surgir de ambas.

Su hija ha perdido mucha sangre y su tensión arterial ha bajado en picado.

La hemorragia la ha debilitado considerablemente.

Además, el suministro de oxígeno al cerebro ha disminuido en una proporción que ignoramos, y que podría tener resultados catastróficos…

o muy leves.

El tiempo lo dirá.

Ahora, lo primordial es llevarla al quirófano.

Debemos levantar el hueso que se ha aplastado; de ese modo suavizaremos la presión.

Hay que tratar la herida.

Y es preciso atender también las lesiones de las cuencas oculares.

El golpe ha sido tan tremendo, que si no intervenimos podría quedarse ciega.

"Además, hay que prevenir otros problemas: la infección y las dificultades respiratorias.

Suelen acompañar este tipo de heridas, pero si no se cuidan podrían resultar irreversibles.

Mantenemos el tubo traqueal que introdujeron los enfermeros de la ambulancia, y desde su ingreso ha estado conectada a una unidad de respiración asistida.

Hemos realizado una exploración radiológica que nos ha proporcionado información muy valiosa.

El cirujano jefe miró a Page, que tenía los ojos fijos en él, y de pronto se preguntó si le había entendido.

Se la veía completamente abstraída, y el padre no parecía mucho más alerta.

De todas maneras decidió dirigirse al hombre, dado el aparente estupor de la señora Clarke.

– ¿He hablado lo bastante claro, señor Clarke? -inquirió con tono pausado y frío, profesional.

– No soy el señor Clarke -gimió Trygve, tan abatido como Page por lo que acababa de oír-.

Soy un amigo de la familia.

– Oh, perdón.

– El cirujano jefe se sintió desconcertado-.

¿Me ha comprendido, señora Clarke? -No estoy muy segura, doctor.

Veamos.

Lo que tiene mi hija son básicamente dos heridas, una conmoción interna del cerebro y una herida abierta de resultas de una fractura en el cráneo.

A consecuencia de ellas podría morir, podría sufrir daños cerebrales permanentes o podría perder la visión.

¿Es eso? -recapituló Page con los ojos anegados en llanto-.

¿Le he entendido bien? -Más o menos.

Nuestro siguiente paso tras la operación será descartar lo que llamamos tercera lesión.

Podría haber también segundas lesiones, pero su hija las evitó gracias al cinturón de seguridad.

Con tercera lesión nos referimos a una inflamación aguda del cerebro, embolia, coágulos de sangre y contusiones serias.

Estos males retardados tienen efectos devastadores.

No es probable que aparezcan hasta veinticuatro horas después del accidente, así que son difíciles de predecir.

Page preguntó lo que había tenido a flor de labios casi desde el principio, pero que no había expuesto por miedo a la respuesta: ¿Hay alguna probabilidad de que se recupere del todo, de que vuelva a ser normal? ¿Es posible, a pesar de lo ocurrido? -Sí, es posible, en el bien entendido de que hay distintos grados de normalidad.

Su sistema motriz podría quedar resentido temporal o indefinidamente, con una incapacidad quizá superficial o quizá absoluta.

También pueden verse afectados sus procesos mentales, o incluso cambiar de carácter.

Pero en conjunto, si tiene muchísima suerte o si se obra en ella un pequeño milagro, tal vez vuelva a ser la misma de antes.

Por el tono del cirujano, Page tuvo la sensación de que no lo juzgaba muy factible.

¿Personalmente cree usted que será así? -No quería extralimitarse, pero tenía que saberlo.

– No.

Considero muy improbable que unos traumatismos de esta envergadura desaparezcan sin dejar una huella perdurable.

Pero creo que, si todo va bien, el daño podría resultar relativamente menor…

Insisto, si somos afortunados y todo sale bien.

No voy a hacerle promesas, señora Clarke.

En estos momentos su hija se encuentra al borde del abismo, y eso es algo que no debemos olvidar.

Usted me pregunta qué pasaría en el mejor de los casos, y yo le respondo lo que es posible, pero no forzosamente lo que sucederá.

– ¿Y en el peor de los casos? -No sobrevivirá.

O, si vive, padecerá grandes limitaciones.

¿Como cuáles? -Podría pasar en coma el resto de sus días, o tener el cerebro tan deteriorado que, suponiendo que recobrase el conocimiento, al despertar padeciese una pérdida completa de la motricidad o del raciocinio.

En síntesis, que si la conmoción ha sido muy grave y sus heridas muy profundas y extendidas, y no logramos curarlas, su masa cerebral quedará atrofiada.

La tumefacción posterior también influye, y nuestro éxito al combatirla.

Necesitaremos de toda nuestra habilidad, señora Clarke, y de enormes dosis de buena suerte, tanto nosotros como su hija.

Si firma los papeles, la operaremos de inmediato.

– ,No he podido comunicarme con su padre.

– A Page se le hizo un nudo en la garganta-.

Quizá no logre localizarle hasta mañana, es decir hoy.

Estaba tan aterrada como delataba su voz.

Trygve la observó, compadeciéndose del trance por el que estaba pasando y sintiéndose impotente para ayudarla.

– Allyson no puede esperar, señora Clarke.

Es cuestión de minutos.

Le hemos hecho un electroencefalograma y radiografías del cráneo, y debemos intervenirla cuanto antes si queremos salvar su vida o las funciones elementales de su cerebro.

– Sólo le pido un pequeño aplazamiento -persistió Page.

Tenía que consultárselo a Brad; Allyson también era hija suya.

No podía tomar decisiones sin contar con él.

El cirujano dirigió a Page una mirada franca.

– No creo que viva dos horas más, señora Clarke.

Y aunque viviera, no le quedaría ninguna función cerebral recuperable, por no hablar del peligro de la ceguera.

¿Y si se equivocaba? ¿En qué quedaba la tan cacareada hipótesis del segundo diagnóstico? El problema era que no disponían de tiempo.

Apenas lo tenían para corroborar el primero, puesto que el cirujano jefe afirmaba que, sin una intervención urgente, Allie no sobreviviría más de dos horas.

¿Qué otra alternativa había? -No me deja muchas opciones, doctor -musitó Page tristemente, cogiendo la mano que Trygve le ofrecía.

– No las hay, señora Clarke.

Estoy seguro de que su esposo lo comprenderá.

Ünicamente queremos hacer lo mejor.

Ella asintió y miró al cirujano jefe, tratando de decidir si le merecía o no confianza.

Pero en el fondo daba lo mismo, puesto que estaba en sus manos.

La vida de Allyson dependía de su pericia y buen juicio.

¿Qué sería de su pequeña si vencía a la muerte, pero quedaba deficiente mental o en coma irreversible? ¡Qué magro triunfo! ¿Firmará el documento de autorización? -apremió el facultativo.

Tras un breve titubeo, ella consintió.

¿Cuándo piensan operarla? -preguntó con voz estrangulada.

– Dentro de media hora.

¿Puedo hacerle compañía hasta entonces? -pidió Page, sintiendo pánico.

¿Y si no se lo permitían? ¿Y si aquélla era la última vez que veía viva a su hija? ¿Por qué no la había retenido en casa la víspera, antes de que saliera? ¿Por qué no le había dicho todo lo que le habría gustado transmitirle en el curso de su corta existencia? Page rompió a llorar una vez más.

El cirujano se inclinó hacia ella y apoyó una mano en su hombro.

– Haremos todo lo humanamente posible por Allyson, señora Clarke.

Le doy mi palabra.

– Miró a sus dos ayudantes, que no habían despegado los labios en la última media hora-.

Y le garantizo que va a atenderla uno de los mejores equipos de neurocirugía del país.

Confíe en nosotros.

Page hizo un gesto de asentimiento, falta de palabras, y el cirujano se ofreció a acompañarla junto a su hija.

– Está inconsciente, señora Clarke, y además ha sufrido una serie de heridas secundarias -la previno-.

Las apariencias son peores que la realidad.

Casi todos sus males visibles se curarán.

El cerebro ya es otra historia.

Sin embargo, nada de lo que dijo el médico preparó realmente a Page para lo que vieron sus ojos al entrar en la sala donde estaba Allyson, vigilada por un residente y dos enfermeras especializadas en cuidados intensivos.

Tenía un tubo de oxígeno en la garganta, otro en la nariz, un equipo de transfusión en un brazo, el suero inyectado en la pierna, y máquinas y monitores por todas partes.

Y, en medio de tanto artefacto, yacía la preciosa, la tierna Allyson, con el rostro tan desfigurado que resultaba casi irreconocible, y la cabeza envuelta en un vendaje estéril que ocultaba su rubio cabello, la melena que en breve cortarían al cero.

Aun así, Page la habría reconocido en cualquier sitio, la habría encontrado entre un millar e identificado como su hija.

Si sus ojos le hubieran fallado, se habría dejado guiar por el corazón.

Fue hacia su pequeña con pasos silenciosos y se detuvo a su lado.

– Hola, cariño -murmuró, rezando para que en algún recoveco de su mente su hija pudiera oírla-.

Te quiero, tesoro mío.

Pronto estarás como nueva.

Te adoro, Allie, todos te queremos…

te queremos…

– Repitió las mismas palabras una y otra vez, mientras, entre sollozos, le acariciaba el brazo, la mano y la mejilla que no tenía magullada.

Era tal su demacración y su palidez, que de no haber sido por los monitores Page la habría considerado muerta.

Le dolían las entrañas al mirarla, incapaz todavía de aceptar la tragedia-.

Mi amor, todos te queremos.

Debes recuperarte por nosotros, por papá, por mí, por Andy…

Page permaneció largo rato en la cabecera de Allyson, hasta que al fin, al acercarse la hora de la intervención, le rogaron que saliera para preparar a la paciente.

Pidió que le dejaran quedarse, pero el médico dijo que no podía ser.

Page quiso saber en qué consistían aquellos preparativos, y le explicaron que había que revisar los conductos respiratorios, administrar ciertas drogas, rapar la cabeza y poner un catéter.

Tenían mucho trabajo que hacer.

Allie no se enteraría de nada, pero para su madre sería muy penoso presenciarlo.

¿Podría…

les importaría…? -Page hubo de hacer un gran esfuerzo para expresarse con claridad-: ¿Podría conservar un mechón de su cabello? -A ella misma le sonó fatal, pero deseaba tenerlo.

– Desde luego que sí -respondió una de las enfermeras de la UCI-.

Le prometo que cuidaremos de ella, señora Clarke.

Page esbozó una sombría sonrisa y, volviéndose hacia Allyson, se inclinó sobre ella y la besó con ternura.

– Siempre te querré, mi niña bonita, siempre te querré.

– Era una cancioncilla que solía cantarle de niña y que quizá ahora perviviese en algún rincón de su memoria.

Las lágrimas cegaban sus ojos cuando dejó la sala, tras haber librado una dura batalla consigo misma para apartarse del lecho de Allyson.

Era indeeiblemente doloroso saber que tal vez no volvería a verla con vida, y sin embargo, como ella misma se recordó varias veces, no había alternativa.

Tenían que operar a Allyson o su última esperanza se esfumaría.

Trygve la esperaba en el pasillo, y al verla le dio un vuelco el corazón.

Llevaba escrito en el rostro todo lo que acababa de pasar.

Era un espectro viviente.

Thorensen había vislumbrado a la muchacha en el instante en que entró Page, y también él se descompuso.

Chloe no había resultado una visión grata, pero aquello era mucho peor.

Además, tras oír el dictamen médico pensaba que había bastantes probabilidades de un desenlace fatal, aunque se abstuvo de comentarlo en voz alta.

– Lo siento, Page -musitó, y abrió sus brazos para que ella desahogara su pena.

Ella lloró y lloró.

No podía hacer otra cosa.

Aquélla fue para ambos la noche más aciaga de sus vidas, una noche poblada de pesadillas sin fin.

Trygve todavía tenía a Chloe en el quirófano.

Una enfermera le había dicho poco antes que la intervención progresaba sin novedad, pero que duraría unas horas más.

La recepcionista entregó a Page los formularios que debía firmar y, una vez los hubo cumplimentado, Thorensen propuso que bajasen a tomar un café.

– No podría beberlo.

– Pues pide un vaso de agua.

Necesitas un cambio de escena, Page.

Tienes por delante un día muy largo.

– Eran ya las cuatro de la mañana y el neurocirujano les había anunciado que la operación de Allie podía prolongarse entre doce y catorce horas-.

Deberías ir a casa y descansar un rato -sugirió Thorensen, francamente preocupado por ella.

Habían intimado más en las tres últimas horas que en los ocho años anteriores, y Page agradecía aquella solicitud.

Sin el apoyo de Trygve se habría vuelto loca.

– No me moveré del hospital -dijo con determinación-, pero acepto ese café.

Thorensen lo comprendió.

él tampoco habría dejado a Chloe.

Pero, en su caso, Nick estaba en casa para hacerse cargo de Bjorn.

Antes de irse les había contado a los dos todo lo que sabía, y además les telefoneaba periódicamente.

Page, en cambio, debía ocuparse de Andy, el cual podía angustiarse mucho sin su madre y su hermana.

¿Con quién has dejado a tu hijo? -preguntó Trygve en la cafetería, entre sorbo y sorbo de un café vomitivo.

– Con Jane Gilson, nuestra vecina.

Andy le tiene mucho afecto, no se inquietará cuando despierte.

Además, es inevitable.

Tengo que estar aquí, en el hospital.

Dentro de unas horas habré de espabilarme para comunicar con Brad.

Es la primera vez en dieciséis años que sale de viaje sin dejarme un número de teléfono.

– Siempre ocurre lo mismo -se lamentó Trygve-.

En cierta ocasión Dana fue a esquiar a casa de unos amigos y también olvidó apuntarme su número.

Naturalmente, en aquellos tres días Bjorn se perdió, Nick se fracturó un brazo y Chloe cayó en cama con neumonía.

Lo pasé de lo más divertido.

Page sonrió al imaginar el cuadro.

Thorensen era un hombre estupendo, y con ella se había sincerado.

Pero todavía tenía dificultad para asimilar lo sucedido.

– No sé cómo voy a decírselo a Brad.

Allie y él están muy compenetrados.

Será muy duro para él.

– Es un infierno para todos.

No puedo quitarme de la cabeza al pobre conductor.

¡Figúrate cómo se sentirán sus padres! Tuvieron oportunidad de verlo una hora más tarde, cuando los Chapman llegaron al Hospital de Marín.

Eran una atractiva pareja de cincuentones.

Ella tenía canas de peluquería, y el señor Chapman parecía un banquero.

Page les vio abalanzarse sobre el mostrador de recepción, exhaustos y demudados.

Eran las seis en punto de la mañana y habían pasado la noche en la carretera procedentes de Carmel, donde les avisaron de la hecatombe.

Todavía no la habían asumido del todo.

Phillip era su único hijo, y además tardío, nacido tras varios intentos infructuosos.

Fue el sol de su existencia, razón por la que no habían querido que estudiara en una universidad del Este.

No soportaban la idea de separarse de él, y ahora, irónicamente, no podía estar más lejos.

Se había ido de sus vidas para siempre.

La señora Chapman escuchó el informe del médico con la cabeza baja y sordo llanto, pero su marido, que la tenía asida por el hombro, lloró inconteniblemente cuando les dijeron que Phillip había muerto instantáneamente a causa de un impacto que le había desnucado, fracturando las vértebras cervicales que unen la columna al cráneo.

Luego les informaron que se habían detectado pequeños índices de alcohol en su sangre, insuficientes para considerarlo legalmente ebrio, pero que podían haber afectado la lucidez de un chico tan joven.

Aunque no le achacaron de forma expresa la responsabilidad del accidente, pues subsistían los interrogantes sobre el quién y el porqué, la insinuación quedó en el aire, y los Chapman se horrorizaron.

El analista les dijo que la conductora del otro coche era la esposa del senador Hutchinson y que estaba desesperada por lo acaecido.

Pero eso no les sirvió de ayuda: Phillip había muerto, y saber con quién había chocado no se lo devolvería.

De pronto, el pesar de la señora Chapman se transformó en cólera ante aquellas veladas acusaciones de que Phillip había bebido.

Preguntó si se había examinado también a la conductora del otro coche, y le respondieron que no.

Los policías encargados del caso tenían la absoluta certeza de que estaba sobria.

No hubo la menor sospecha al respecto.

Tom Chapman, por su parte, se fue encendiendo a medida que escuchaba.

La actitud general le parecía exasperante.

Era un prestigioso abogado y la idea de que su hijo hubiese sido analizado y sutilmente difamado -mientras la mujer del senador gozaba de completa inmunidadle parecía una injusticia del peor calibre.

No pensaba tolerarlo.

¿Qué pretende decirme, que porque mi hijo tenía diecisiete años y bebió media copa de vino, o su equivalente, es el presunto responsable del accidente? Y sin embargo, una mujer adulta que podría haber abusado del alcohol mucho más que él, con la consiguiente embriaguez y pérdida de facultades, está por encima de la ley sólo porque se ha casado con un político.

¿Es eso? El señor Chapman se estremecía de dolor y de rabia al increpar al joven doctor que acababa de decirle que Laura Hutchinson no había pasado la prueba de la alcoholemia sencillamente porque la policía daba por cierta su sobriedad.

– ¡No se atreva a insinuar que mi hijo estaba borracho! -rugió, y su mujer rompió a llorar.

Su ira era una pantalla contra la pena inconsolable que sentían-.

Es una burda calumnia.

Usted mismo ha dicho que el análisis demuestra que se hallaba muy lejos de los baremos legales de embriaguez, que lo que bebió fue inapreciable.

Conocía a mi hijo.

Apenas probaba el alcohol, o lo hacía de forma esporádica y con moderación y, ciertamente, nunca cuando conducía.

Ahora ya no volvería a hacer ni una cosa ni otra.

De súbito, la indignación de Tom Chapman se disipó al tomar conciencia de lo ocurrido.

Deseaba culpar a alguien, herir a los demás tanto como lo estaba él.

Deseaba que la responsabilidad recayera en la otra conductora, no en su hijo.

Pero, aún más, deseaba que el accidente no hubiera ocurrido.

¿Por qué habían ido a Carmel? ¿Por qué le dejaron solo y se fiaron de él? No era más que un muchacho, casi un niño, y ahora todo había terminado.

Las lágrimas fluyeron copiosamente, y Chapman se volvió hacia su esposa con la desesperación dibujada en la cara.

Por un instante aquel tempestuoso estallido le había ayudado a mitigar el dolor, pero ahora volvió a desatarse en toda su magnitud.

Mientras se dirigía con su mujer hacia la sala de urgencias, ambos lloraron amargamente y la coartada de las recriminaciones fue olvidada.

Un fotógrafo les tomó una instantánea mientras esperaban en la entrada de la sala.

El destello del flash les desconcertó.

Era tanto lo que habían pasado, que aquello parecía tan sólo otro momento incomprensible.

Pero cuando advirtieron que la prensa les había fotografiado, la intrusión les enfadó; en medio de su aflicción se les sometía también a la indignidad.

Tom Chapman se congestionó y pareció que iba a agredir físicamente al tipo de la cámara, pero no lo hizo.

Estaba muy convulsionado, pero era una persona razonable.

Aquel incidente hizo comprender a los Chapman que, debido a la identidad de la otra conductora, su agonía se transformaría en un gran acontecimiento.

Era un notición, algo candente con lo que azuzar a la opinión pública.

¿Fue culpable la esposa del senador, o meramente una víctima inocente que salió bien parada? ¿El chico Chapman fue el único res ponsable de la tragedia? ¿Conducía ebrio? cEra un irresponsable, o sólo un joven inexperto? ¿Acaso Laura Hutchinson andaba metida en algo turbio? ¿Iba drogado alguno de los involucrados? El hecho de que hubiera fallecido un chico de diecisiete años, destrozando la vida de sus padres, que otra quedara lisiada y una tercera medio muerta no eran sino pienso fresco para la prensa, y más aún para la nnamarilla".

Los Chapman eran la estampa de la desolación cuando abandonaron el hospital, aunque lo más terrible fue ver a su hijo Phillip.

Mary Chapman jamás olvidaría el horror del momento en que les mostraron su cuerpo lívido, tumefacto, tan mortalmente rígido.

Ellos se desgarraron al contemplarle.

Tom sollozó abiertamente y Mary se inclinó sobre el cadáver, tocó su cara con infinita dulzura y le besó.

Pensó en la primera vez que le había visto, diecisiete años atrás, al acunarle en sus brazos y experimentar la inmensa felicidad de ser madre.

Siempre lo recordaría, eso era algo que el tiempo no podría quitarle, pero la muerte le había arrebatado a Phillip.

No volvería a reír, a correr por el césped, a cerrar de un portazo al salir de casa ni a contarle chistes.

No volvería a sorprenderla con alguna de sus ingenuas travesuras o sus bromas entrañables.

No volvería a regalarle flores.

No crecería ante sus ojos hasta hacerse un hombre cabal.

Su imagen quedaría eternamente congelada en aquel cuerpo de descorazonadora rigidez, privado de alma.

A pesar del amor que le prodigaban, y que él había correspondido, en un instante fugaz e, inesperado, Phillip se había marchado de sus vidas.

Todo aquello hizo que el siguiente acoso de los periodistas, fuera ya del centro, les repugnara todavía más.

Consciente de lo que iba a ocurrir, Tom Chapman se juró a sí mismo que Phillip no cargaría con las culpas de la tragedia.

Si era necesario, reivindicaría el nombre de su hijo.

No permitiría que la memoria de Phillip fuese mancillada en titulares tendenciosos, ni utilizada para proteger a la mujer del senador, o bien para salvaguardar el puesto de Hutchinson en las próximas elecciones.

Chapman tenía la total seguridad de que su hijo había actuado intachablemente, y no iba a consentir que nadie sugiriese lo contrario.

Así se lo dijo a su esposa en el coche, camino de casa, pero ella no le oyó.

Estaba demasiado absorta recordando el rostro de su hijo cuando le dio el último beso.

La noche fue interminable para todos.

Mientras esperaban que saliesen del quirófano sus respectivas hijas, Page y Trygve tuvieron la sensación de haber pasado la vida entera en aquel hospital.

– No puedo dejar de pensar en las alternativas -comentó Page en voz baja al despuntar sobre Marín los primeros rayos de sol, un signo que ella intentó interpretar como de buen augurio.

Amanecía otro espléndido día primaveral.

Sin embargo, la tibieza del clima no la estimuló.

En su corazón se había instalado el invierno, con la nieve, el hielo y todo cuanto tiene de inhóspito-.

Resuenan en mi cabeza las palabras del doctor Hammerman, la perspectiva de que el cerebro no se restablezca, que Allie quede seriamente aquejada de deficiencias físicas o mentales.

¿Cómo voy a convivir con algo tan horroroso? -barruntó abstraída, hablando más para sí misma que a su compañero, y de pronto se acordó de Bjorn y sintió vergüenza-.

Perdona, Trygve, no sé lo que me digo.

– Descuida, comprendo muy bien lo que estás sufriendo.

O al menos eso creo.

Yo abrigo sentimientos parecidos respecto a las piernas de Chloe, y no he olvidado cómo reaccioné cuando nos confirmaron que Bjorn tenía el síndrome de Down.

Thorensen era franco con ella.

A fin de cuentas, ambos se esforzaban en prever los reajustes que tendrían que afrontar.

Page estudió a su amigo.

Tenía el cabello desgreñado y llevaba vaqueros, una vieja camisa de cuadros y zapatillas de deporte sin calcetines.

Miró entonces su propio suéter de faena y recordó que ni siquiera se había peinado.

Pero la estética poco le importaba, e incluso sonrió al reparar en la imagen que ofrecían.

– Estamos impresentables -dijo-.

Aunque reconozco que tú vas algo mejor que yo.

Salí de casa con tanta precipitación que es un milagro que me haya vestido.

Trygve le devolvió la sonrisa por primera vez en toda la noche, adoptando un aire muy juvenil y nórdico con sus grandes ojos azules de rubias pestañas.

– Estos pantalones son de Nick, y la camisa es de Bjorn.

Las zapatillas no sé a quién pertenecen; las encontré en el garaje.

Poco faltó para que viniera descalzo.

Page asintió, imaginando mejor que nadie lo que había sentido cuando recibió la noticia.

Ella misma apenas soportaba el recuerdo, y todavía tenía que comunicárselo a Brad, otra pesadilla difícil de afrontar.

Ansiaba poder decirle que Allyson seguía con vida, que había esperanzas.

Pero era improbable que se supiera algo concreto en el momento de localizarle.

– Estaba pensando en Bjorn -susurró Trygve, reclinado en el respaldo de la silla con actitud reflexiva-.

Al principio fue espantoso.

Dana empezó a odiar a todos cuantos le rodeaban, en especial a mí, porque no sabía en quién más verter su resentimiento.

Y también le aborreció a él.

No podía aceptar que su bebé tuviera un defecto.

Hablaba del niño como si fuera un vegetal y pintó un cuadro macabro de lo que nos deparaba el futuro.

Quería internarle en una institución.

– ¿Por qué no lo hicisteis? Page estaba intrigada, y no tuvo reparo en preguntárselo.

Sabía que Brad habría rechazado a un niño anormal.

– No creo en esa solución.

Quizá sea por mi educación noruega, quizá por mi carácter particular.

Yo opino que no hay que huir de los problemas, por arduos que sean.

Nunca lo he hecho -agregó y sonrió con desencanto al rememorar sus diecinueve años de matrimonio infeliz-, aunque en algunos casos quizá pequé de demasiado constante.

Verás, en lo que a mí respecta, los ancianos, los niños, los enfermos y las personas con limitaciones son parte de la vida.

El mundo no es perfecto, y tampoco hay que pedírselo.

Digamos que, tal y como yo lo veo, debemos conformarnos y sacarle el mejor partido posible.

Dana se negó a participar en el cuidado de Bjorn, así que lo convertí en mi misión personal.

Realmente tuvimos mucha suerte.

El mal no se ha desarrollado en él tanto como en otros chicos y, aunque está limitado, posee un montón de habilidades.

Es un chaval bien dotado para la carpintería, las obras que realiza son artísticas en su estilo infantil, se encariña con la gente, es enormemente afectuoso y leal, cocina de maravilla, posee un gran sentido del humor, es responsable hasta cierto punto e incluso ha aprendido a conducir.

Es verdad que nunca será como Nick, como tú o como yo.

No estudiará en la universidad, ni dirigirá un banco, ni ejercerá de médico.

Pero es Bjorn, voluntarioso, trabajador y amante de los deportes, los niños y el prójimo en general.

Quizá lleve una vida feliz a pesar de sus impedimentos.

Yo espero que así sea.

– Le has dado mucho -apostilló Page-.

Es un joven afortunado.

Trygve habría querido responderle que Brad también lo era.

Por lo que había podido ver aquella noche, presentía que Page era una mujer excepcional.

Acababa de recibir un revés ante el que cualquiera se habría desmoronado, pero ella lo encajaba con entereza y todavía le ayudaba a él y le sobraba tiempo para pensar en los demás, en su marido, en su hijo e incluso en los Chapman.

– Se lo merece, Page.

Bjorn es un chico fenomenal.

No quiero ni pensar cómo habría sido su vida en una institución.

Quizá no habría evolucionado tanto, o quizá sí.

No lo sé.

Pero estando en casa va a comprar a la tienda, por ejemplo, y se siente orgulloso.

Hay veces en las que confío más en él que en la misma Chloe.

Los dos rieron.

Decididamente, las adolescentes tenían sus propias limitaciones.

¿No te sientes frustrado alguna vez? ¿No querrías que hubiera llegado más lejos? -No adelantaría nada quejándome, Page.

Ha hecho lo máximo que podía.

Es más fácil así, y yo me enorgullezco de mi hijo.

Sin embargo, los dos sabían que sería muy diferente si Allyson quedaba mentalmente incapacitada y no podía cumplir la vida a que aspiraba.

– Sigo sin entender cómo se adapta uno a estas situaciones.

Supongo que has de desechar tu anterior escala de valoraciones y empezar de nuevo, dando gracias por cada paso, por cada palabra, cada atisbo de maduración y de progreso.

Pero ¿cómo olvidar? ¿Cómo olvidar lo que fue y aprender a aceptar logros tan nimios? -No lo sé -contestó Thorensen apesadumbrado, sin una experiencia que aportar-.

Tal vez debes agradecer que esté viva y partir de cero -sugirió.

Ella asintió con la cabeza, comprendiendo cuán dichosa iba a sentirse si Allyson sobrevivía.

– Me temo que yo aún no estoy en esa fase.

Eran casi las ocho de la mañana y Page decidió llamar a uno de los socios de Brad para intentar conseguir algún dato de su paradero en Cleveland.

Excusándose, despertó a Dan Ballantine y le contó sucintamente lo sucedido.

Dijo que Brad estaba citado para jugar al golf con el director de la empresa de Cleveland y que, si Dan no sabía en qué hotel se hospedaba, podía telefonear al citado director y dejarle recado de que Brad la llamase.

Era un método algo complicado de ponerse en contacto con su marido, pero no se le ocurrió ninguno mejor.

Dan prometió actuar de inmediato, y dijo que daría el número del hospital de Marín sin ser demasiado explícito, para no asustar a Brad.

Al despedirse, expresó su pesar por el accidente y su confianza en que Allie se repondría.

– ¡Ojalá así sea! -contestó Page, y le reiteró su agradecimiento.

No había transcurrido una hora cuando Dan la llamó por la extensión de urgencias.

Había telefoneado al director de la compañía de Cleveland, y el hombre afirmó que su cita con Brad era para el día siguiente.

Según él, no había acordado jugar al golf ni encontrarse el domingo por la mañana.

– ¡Qué raro! Pero si Brad me comentó que…

Olvídalo, seguramente hubo un malentendido.

En fin, tendré que esperar a que él me llame -dijo Page con laxitud.

Estaba demasiado agotada para pensar por qué le había dicho que jugaría al golf con aquel hombre.

Se figuró sin más que habían anulado la partida y que Dan se armó un lío.

Por lo menos lo había intentado y, antes o después, su marido se enteraría de todo.

Tal vez para entonces podría darle mejores noticias.

– No han podido localizarle -anunció a Trygve cuando volvió a la sala de espera, sentándose a su lado en una incómoda silla.

A Thorensen le asomaba ya la barba, y parecía tan extenuado y deprimido como ella-.

Cuando llame, Jane le dará este número.

¡Pobrecillo! La idea de contárselo me pone mala.

– Te comprendo.

Yo he llamado a Dana en Londres mientras hablabas por teléfono.

Acababa de regresar de un fin de semana en Venecia.

Se ha llevado un disgusto mayúsculo y, como siempre, me ha achacado todas las culpas.

Me ha regañado porque dejé salir a Chloe, por no saber con quién iba, y ha añadido que debo de ser idiota para no sospechar que maquinaba algo.

Es posible que tenga razón…

He sido muy negligente, pero de vez en cuando hay que confiar en ellos, o de lo contrario nos volveríamos locos.

No puedes erigirte constantemente en su guardián y, a decir verdad, Chloe suele portarse bien.

Sólo de tarde en tarde hace alguna trastada.

– Allie también es así.

No acostumbra saltarse las normas.

Imagino que querían probar sus alas, lo cual es muy normal, sólo que esta vez su escapada se ha saldado trágicamente.

¡Ya lo creo que sí! En todo caso, Dana me ha hecho responsable.

¿Y tú estás de acuerdo? -De hecho, no.

Pero siempre hay una parte de ti que se lo cuestiona.

En el fondo, podría no estar tan desatinada.

Me horroriza pensarlo.

– Pues no lo pienses, porque Dana se equivoca y tú deberías saberlo.

Ha sido un abyecto capricho del destino, pero sin ningún culpable, excepto tal vez la conductora del otro coche.

Ambos deseaban creer que había fallado Laura Hutchinson y no Phillip Chapman.

Si el accidente había sido un golpe de mala suerte y Phillip no tuvo nada que ver, sería más fácil soportarlo.

O quizá no, quizá no cambiaría nada.

Antes de que discutieran ese punto, apareció el cirujano ortopédico para decirles que la operación de Chloe había sido un éxito.

Había perdido mucha sangre y pasaría bastante tiempo débil e inválida, pero el equipo se sentía optimista en cuanto a su recuperación.

La pelvis estaba en su lugar, habían restaurado la cadera, y en ambas piernas llevaba clavos y tornillos de acero que tardarían un año o dos en quitarle.

Debía despedirse de la danza, pero, si todo iba bien, volvería a caminar, a bailar con los amigos y algún día incluso podría tener hijos.

Aunque había que esperar su evolución en las semanas siguientes, el cirujano se mostró muy satisfecho de su trabajo y de la reacción de Chloe, Trygve lloró al escucharle.

Chloe estaba aún en la sala de reanimación, y el médico dijo que no aconsejaba moverla hasta el mediodía.

En ese momento la trasladarían a una sala de cuidados intensivos, donde permanecería aproximadamente una semana, y por fin a la habitación.

Informó a Thorensen de que a lo largo del día le harían un par de transfusiones y le preguntó si él o alguno de sus hijos tenían el mismo grupo sanguíneo.

Se alegró de saber que sí, que todos podían ser donantes.

– ¿Por qué no se va a casa y descansa unas horas? Su hija está bien atendida.

Si quiere, puede volver por la tarde, cuando la llevemos a la UCI.

Piense que esto va a ser muy largo.

Chloe pasará en el hospital un mes, probablemente más.

Es absurdo que se agote usted en los prolegómenos.

Trygve encontró muy seductora la propuesta de echar una cabezada, pero no le apetecía dejar a Page sola con Allyson en el quirófano.

Al final decidió quedarse, y se tendió en uno de los sofás de la sala de espera.

Page habría hecho lo mismo, y consideró un deber no moverse de su lado.

Pasó el mediodía y, a las dos de la tarde, Chloe ingresó finalmente en la U C I.

Estaba todavía muy aletargada pero reconoció a su padre, y no parecía tener dolores, lo cual no dejaba de ser extraordinario después de su tremenda experiencia y de los numerosos aparatos a los que estaba conectada.

Thorensen se animó al ver a los médicos tan satisfechos y esperanzados.

¿Cómo está? -se interesó Page cuando Thorensen regresó.

Ella había llamado a Jane y hablado con Andy.

El crío estaba preocupado por su ausencia, y más aún por su hermana.

Pero Page procuró disimular.

Era prematuro explicárselo todo cuando ni siquiera Brad lo sabía.

Su marido no había telefoneado, así que Jane permanecía a la espera para darle el mensaje.

– Está como abotargada -dijo Trygve respecto a Chloe-.

Pero tiene buen aspecto, a pesar de todos los artilugios que le han colocado.

De su cadera cuelgan tubos y placas metálicas, y de sus piernas sobresalen clavos, hierros y más placas.

Más tarde la escayolarán, pero aún es pronto.

Aunque la he visto muy maltrecha, supongo que debo agradecer mi buena estrella.

– Eso es algo que siempre me ha chocado -respondió Page, con la voz igual de gastada que el resto de su persona-.

En situaciones como ésta la gente se empeña en decirte que tienes que estar agradecido.

Hace sólo veinticuatro horas Allie era una chica de quince años sana, exultante e ilusionada, que intentaba conquistarme para que le prestara un suéter rosa.

Hoy afronta una operación cerebral y lucha por salvar su vida, y yo he de dar gracias porque no ha muerto.

Pero, comparado con el día de ayer, esto es un asco.

¿Comprendes? Thorensen se echó a reír.

Las palabras de Page eran duras pero lógicas.

A él también le decían lo mismo en relación con Bjorn, que debía dar gracias al cielo porque su retraso era más bien leve.

¿Ah, sí? ¿Y por qué demonios había nacido retrasado? ¿Qué era lo que tenía que agradecer? Acaso mucho…

Tal y como ocurrieron las cosas, el destino podría haberse ensañado aún más.

Por fin, hacia las tres, Thorensen se marchó a casa para ducharse y hablar con sus hijos.

A última hora pensaba llevarles al hospital.

Nick le había dicho que Bjorn preguntaba mucho por Chloe y estaba muy inquieto, y Trygve creyó que verla le tranquilizaría.

Al chico le preocupaba mucho la muerte, algo típico en los niños y que, en su caso, no constituía una excepción aunque hubiera cumplido ya los dieciocho años.

Insistió a Page en que le llamara si necesitaba algo, y ella continuó sola su vigilia.

Estuvo dudando en avisar a su madre.

Pero no se vio con ánimos y, además, Brad todavía no sabía nada.

Era injusto contárselo primero a ella.

Pasó más de una hora inmóvil en su silla, anhelando que su marido telefonease.

Tuvo noticias de Allyson sobre las cuatro, cuando le anunciaron que la operación iba bien y que su estado era estable dentro de la gravedad.

Precisaría varias transfusiones más, y Page sintió un gran alivio al comprobar que tenía su mismo tipo de sangre.

Se prestó a que le extrajeran sangre enseguida, y luego, poco después de terminar, recibió la tan ansiada llamada.

Brad había marcado el número de la centralita, pero la recepcionista pasó la comunicación a un despacho privado.

– Dios mío, Page, cdónde estás? -Era obvio que Jane sólo le había dicho que llamara a aquel teléfono-.

He creído entender que es el hospital de Marín.

– Lo es, sí.

– Page trató de superar su fatiga, buscando las palabras adecuadas y fracasando en la primera intentona-.

Brad, amor mío…

Se echó a llorar y no pudo seguir.

¿Te encuentras mal? ¿Sucede algo? Por un momento, Brad se preguntó si se había quedado embarazada, o si se había caído otra vez de la escalera.

¿Qué más podía pasar? -Cariño, Allie ha tenido un percance.

Page hizo una pausa para respirar, y él le espetó la pregunta que más temía: -¿Está sana y salva? -No, Brad, no lo está.

– Page se sumió en un torrente de lágrimas-.

Anoche sufrió un accidente de coche.

No sabes cuánto siento tener que decírtelo así.

He removido cielo y tierra para encontrarte, pero como has suspendido tu partida de golf…

– ¡Ah! Sí, es verdad.

El director tenía otro compromiso.

¿A quién has llamado? -A Dan Ballantine.

Ha llamado a Cleveland para dejarle el recado a ese director.

No me anotaste en la libreta el número de tu hotel.

– Lo olvidé.

– La voz de Brad sonaba tensa y cortante, lo cual sorprendió a su esposa, como si se hubiera enfadado porque ella había llamado a Dan-.

¿Cómo está Allie? ¿Qué clase de accidente sufrió? ¿Quién conducía, Trygve Thorensen? -No.

En realidad salió con unos amigos.

Colisionaron de frente y…

Page se sintió desfallecer, pero tenía que explicárselo.

– Ha sufrido una grave herida cerebral, Brad.

Se encuentra en estado crítico, y ahora mismo la están operando.

¿Les has dejado intervenir sin consultarme? Por todos los demonios, ncómo has podido hacer eso? -No he tenido otra opción.

El cirujano me advirtió que, si no daba mi permiso, Allyson moriría antes de las seis de esta mañana.

– ¡Mentira! Tenías todo el derecho a solicitar un segundo dictamen.

Y nos lo debía a ambos, tanto a Allie como a mí.

Brad no reaccionaba racionalmente, pero Page sabía que era sólo un escudo protector.

El impacto de la noticia era demasiado brutal para resistirlo en el primer embate.

– No había tiempo, Brad.

No había tiempo para nada, salvo para las plegarias y los milagros.

Todo estaba en manos de Dios…

y en las del cirujano.

– ¿Cómo está ahora? -Continúa en el quirófano.

Hace casi doce horas que empezaron.

– ¡Dios mío! -Hubo un prolongado silencio al otro lado del hilo, y Page dedujo que su marido estaba llorando-.

¿Cómo ocurrió? ¿Quién conducía el coche? “¿Y qué más da?", pensó Page.

– Un chico llamado Phillip Chapman.

– ¡Maldito hijo de puta! ¿Estaba borracho? Le voy a demandar, le despellejaré vivo…

La voz de Brad temblaba y Page hubo de desengañarle.

– Phillip ha muerto, querido.

En el vehículo viajaban dos parejas.

El otro muchacho tuvo una simple contusión.

Chloe también está malherida, pero se recuperará.

En cuanto a Allie, probablemente no lo supere, Brad, o si lo hace podría no quedar bien.

Tienes que volver, amor mío, te necesitamos.

– No tardaré ni una hora -prometió él.

Los dos sabían que era imposible, pero quizá llegaría en seis si cogía un avión inmediatamente.

Page estaba segura de que Brad podía tocar algunas teclas y conseguir una plaza en el primer vuelo de Cleveland, puesto que las circunstancias lo justificaban, y se alegró de que por fin la hubiera llamado.

Le necesitaba desesperadamente.

Trygve había sido una bendición, pero Brad era su marido.

– Estaré contigo lo antes que pueda -repitió Brad atribulado.

– Te quiero -balbuceó ella-.

Estoy deseando que vuelvas.

– Yo también -contestó Brad, y colgó.

Asombrosamente, Brad atravesaba la puerta del hospital a las seis de la tarde, una hora después de su conversación telefónica, y cuando hacía apenas unos minutos que habían informado a Page de que, hasta entonces, todo iba bien y Allyson había sobrevivido a la operación.

Pero la auténtica prueba vendría en las cuarenta y ocho horas siguientes, o incluso en los próximos días.

Tan grave estaba Allyson, que el peligro perduraría durante un tiempo y no había manera de predecir hasta qué punto se recobraría.

Lo único que sabían era que de momento vivía y que, daba su crítica condición, los resultados eran satisfactorios, lo cual ya era mucho decir.

Al menos Page tenía algo bueno que anunciar a su esposo, aunque no comprendía cómo había llegado al hospital al cabo de una hora de telefonear desde Cleveland.

Brad habló con el equipo médico e interrogó a todo el mundo, pero no le permitieron ver a Allie.

Su hija estaría en reanimación hasta el lunes por la mañana.

¿Cómo lo has hecho? -le preguntó Page dulcemente, mientras tomaban café de máquina en la sala de espera.

No había probado bocado en todo el día y la comida le repelía.

Lo único que admitía su estómago era café y unas galletas saladas que Trygve, solícito, le había instado a comer-.

¿Cómo has hecho para venir tan deprisa? -él se encogió de hombros y bebió otro sorbo de café.

Sus miradas no se habían cruzado en ningún instante, y Brad tan sólo había hablado de Allyson.

De repente, Page tuvo un raro presentimiento-.

¿Dónde estabas? Era físicamente imposible viajar en una hora de Cleveland a San Francisco o, más aún, del hotel al hospital.

– Eso es secundario -repuso Brad, esquivo-.

Lo único que ahora debe importarnos es Allie.

– Discrepo -dijo Page, escudriñando los ojos de su marido, pero sin descubrir nada en ellos-.

Nosotros también contamos.

¿Dónde has estado? -Había en su voz una nota de estridencia, fruto de un nuevo terror.

Creía haber cubierto el cupo del miedo en una sola noche, y ahora, de súbito, la asaltaba otro-.

Te he hecho una pregunta, Brad.

– Y yo me niego a responderla.

– La cara de Brad Clarke tenía una expresión desconocida, indefinible-.

¿No basta con lo que ha pasado? He venido lo más rápido que he podido, Page, en cuanto me he enterado.

Era lo que tenía que hacer.

Ella sintió cómo una gélida garra le apresaba y le estrujaba el corazón.

No era justo.

No podía perderles a ambos el mismo día.

¿o sí? -No has ido a Cleveland, cverdad? -insistió en un murmullo.

Brad apartó la vista y no contestó.

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