CAPITULO V

Brad salió del hospital antes que Page, una vez comprobó que allí no podía hacer nada por Allie.

No le dejarían verla mientras estuviera en la sala de reanimación, y ya había cambiado impresiones con el neurocirujano.

Le dijo a Page que se encontrarían en casa y fue discretamente a reunirse con Andy.

Antes de marcharse Page vio a Trygve, que había vuelto en compañía de sus dos hijos.

Ella le contó que Brad había volado desde Cleveland, si bien no le mencionó el resto de su conversación.

Con aire ausente, saludó a los chicos y reiteró a Thorensen su agradecimiento por el apoyo que le había prestado.

Le comentó que pasaría unas horas en casa, mientras Allyson se reanimaba, y que regresaría al hospital antes del amanecer.

– ¿Por qué no intentas dormir un poco? Tu cuerpo lo necesita.

– Ya veremos.

Page esbozó una sonrisa, pero toda la agonía de las últimas dieciséis horas estaba grabada a fuego en su rostro, y sus ojos destilaban más tristeza de la que Trygve había visto en su vida.

– Cuídate -se despidió Thorensen con cordialidad.

Page subió al coche y se dirigió hacia su casa, donde encontró a Brad explicando a Andy el accidente de su hermana.

Le decía con tono campechano que tenía un buen boquete en la cabeza, pero que se curaría en cuanto los doctores le hubieran hecho algunos remiendos y se recuperase de la operación.

Jane Gilson ya se había ido.

Brad estaba solo con el niño, y a Page no le gustaron nada sus explicaciones.

Así se lo hizo saber cuando Andy salió a jugar.

El pequeño estaba preocupado, pero no traumatizado, como ella misma verificó al espiarle desde la cristalera del salón.

Correteaba con Lizzie por el césped del jardín.

No era preciso vigilarle estrechamente porque vivían en un barrio tranquilo, donde todos los vecinos se conocían.

– No debiste decirle eso, Brad -censuró a su marido sin volverse hacia él.

Tenía un sinfín de preguntas, pero las reservaba para la noche, después de acostar a Andy.

¿Qué le he dicho? -replicó Brad con tirantez.

También su cabeza bullía de actividad.

Aparte de la tragedia de Allyson, sabía tan bien como Page que aquel suceso había desencadenado una grave crisis en su matrimonio.

– Que se pondrá bien -contestó Page, encarándose con él-.

Todavía no tenemos ninguna certeza.

¡Y tanto que sí! El doctor Hammerman me ha asegurado que tiene muchas probabilidades de sobrevivir.

– ¿En qué condiciones? ¿En coma, igual que un vegetal, o con el cerebro nnsumamente deteriorado", como lo define él? Ciega tal vez? ¿Acaso no has sabido interpretar una sola de sus palabras, Brad? Cometes un error al suscitar falsas esperanzas en Andy y darle garantías que no existen.

¿Y qué querías que hiciese, enseñarle las radiografías craneales de Allie? iPor el amor de Dios, Page, no es más que un niño! No le atosiguemos.

Recuerda que quiere mucho a su hermana.

– También yo la quiero.

Les quiero a los dos, y a ti, pero es una insensatez falsear la verdad.

¿Qué pasaría si Allie muere esta noche, si no supera el postoperatorio? ¿Qué le dirás entonces a Andy? -Las lágrimas se agolparon en los ojos de Page al preguntarlo, y empañaron los de Brad al responder.

– Cuando ocurra, lo afrontaremos.

– ¿Y nosotros? -preguntó ella, sorprendiendo a su esposo con un giro tan brusco en la discusión.

Andy, entretanto, jugaba feliz-.

También habrá que afrontar eso, ¿no te parece? ¿Qué pasa exactamente? -Que los elementos se nos han puesto en contra -dijo Brad con voz serena-.

Si Allie no hubiera sufrido el accidente, nunca te habrías enterado.

Además, no deberías haberle pedido a Dan que llamase a Cleveland.

¿Por qué? -se indignó Page.

¿Su hija había estado a punto de morir y no debía dar ningún paso para localizarle? -Porque habrá sacado sus conclusiones, y no es asunto de su incumbencia.

– ¿Y yo? ¿Qué es lo que debo concluir yo, Brad? ¿Hasta dónde ha llegado mi imbecilidad? ¿Cuántas veces me has hecho lo mismo? -Ignoraba dónde había estado, pero era evidente que no había sido en Cleveland.

– Esa no es la cuestión.

Brad estaba de nuevo alterado.

Le horrorizaba tener que admitir sus debilidades ante Page.

¡ Sí lo es! Justamente de eso se trata.

Este fin de semana te he pillado con la bragueta desabrochada, y tengo derecho a saber dónde has ido y con quién.

No es tu vida la única que está en juego, Brad, sino también la mía.

No vives solo, no puedes permitirte el lujo de ir y venir, divirtiéndote a tu antojo, y pasar por la “fonda Clarken, entre una partida de golf y otra.

Te lo digo muy en serio.

¿Quién eres tú realmente, Brad? ¿Qué diablos ocurre? A Page la corroía la ira, y él parecía más enfadado que culpable.

– Ya lo has adivinado, cno? ¿Necesitas que te lo dé por escrito? Page creyó que el corazón le estallaría en pedazos.

Se preguntó cuánto dolor era capaz de absorber en un solo fin de semana.

Habría querido que Brad lo negase todo, que no fuera verdad.

Pero lo era, y obviarlo de nada serviría.

– ¿Es un idilio reciente? -preguntó.

– No pienso discutir este asunto contigo, Page.

– Más vale que lo hagas, Brad -repuso ella-.

No intentes jugar al gato y el ratón.

¿Es una persona importante en tu vida? -¡Maldita sea, Page! ¿Por qué tenemos que hablar de eso ahora? -Porque no puede esperar.

No olvides que eres tú quien ha provocado el conflicto.

Quiero saber a qué atenerme.

¿Es un amor pasajero o hay algo más? ¿Hace mucho que dura? ¿Por qué? -Page miró a Brad y dijo con una voz que era casi un gemido-: ¿Qué nos ha sucedido? ¿Cómo es posible que no lo intuyera? ¿Tan ciega había estado? ¿Hubo algún indicio que le pasó inadvertido? Ni siquiera ahora, al hacer memoria, vislumbró ninguno.

Brad se derrumbó en una butaca y observó a su esposa cariacontecido, odiando aquella situación.

Siempre había detestado los enfrentamientos con Page.

Sin embargo, sabía que aquél no podía aplazarse ni eludirse.

Quizá era mejor así.

Tarde o temprano habría tenido que admitirlo.

– Reconozco que debí decírtelo antes, pero pensé…

Pensé que romperíamos pronto y que podría ahorrarme el mal trago.

¿Vais en serio? Clarke guardó silencio y, cuando al fin la miró a los ojos, el corazón de Page casi dejó de latir.

No se trataba de un amorío sino de una relación formal.

Se preguntó con un espasmo de pánico si su matrimonio había terminado así, sin previo aviso.

¿Y bien? -Ella misma notó que la pregunta brotaba como un chillido, pero intentó forzarle a responder-.

¿Es algo serio, sí o no? -Podría serlo -dijo Brad con indecisión-.

No lo sé, Page.

Por eso no te lo había contado.

¿Cuánto tiempo hace que salís? ¿Cuánto tiempo había estado ciega, cuánto había durado su imperdonable imbecilidad? -Unos ocho meses.

Todo empezó en un viaje de negocios.

Ella trabaja en el departamento creativo de la agencia, y fuimos juntos a Nueva York para presentar una campaña a un cliente.

¿Cómo es? Page sintió un ligero vahído, pero deseaba saberlo todo.

¿Ocho…

ocho meses? ¿Cómo había podido ser tan estúpida? -Es muy diferente de ti.

Es…

no sé cómo describirla…

Es una mujer de veintiséis años, liberada, independiente, con mucha personalidad.

Procede de Los Angeles, vino para estudiar en Stanford y se quedó.

Es algo…

ccómo te lo diría? Pasamos largas horas hablando y tenemos gustos afines.

Me he repetido una y otra vez que debía cortar con ella, pero no puedo.

Es superior a mí.

Brad miró a Page muy compungido, tanto que ella se habría apiadado de no ser porque sus palabras le destrozaban el alma.

Le habría gustado preguntarle si era guapa, si se llevaban bien sexualmente, si la amaba de verdad.

Pero ¿hasta dónde podía llegar sin excederse? ¿Y hasta dónde sin venirse abajo? -¿Qué planes tenéis para el futuro, Brad? ¿Piensas abandonarme? -No lo sé.

Lo único cierto es que así no podemos continuar.

¡Me siento muy confundido! -Clarke se mesó el cabello, sin apartar los ojos de Page-.

Estoy al borde de la locura.

– ¿Dónde he estado yo todo este tiempo? ¿Por qué no me he dado cuenta de nada? -Page observó a su marido, todavía incrédula.

Era una situación inverosímil y atroz.

Sus peores pesadillas se habían realizado.

Allyson yacía moribunda en una cama de hospital y Brad se había enamorado de otra-.

¿Qué nos ha ocurrido, Brad? ¿Por qué nos hemos encerrado tanto en nosotros mismos? cPor qué estás siempre fuera de la ciudad o jugando al golf, y yo soy el chófer siempre disponible de toda la comunidad infantil? ¿Es ése el problema, que nos hemos distanciado de un modo imperceptible? Ansiaba comprender las causas de su fracaso, pero de momento no se hizo la luz.

– No es culpa tuya -dijo él con gesto galante, pero luego meneó la cabeza, visiblemente desorientado-.

O quizá sí lo es, quizá seamos culpables los dos.

Hemos permitido que nos arrastrara el torbellino.

Nos hemos dejado atrapar por las insignificancias y los embustes de cada día.

iDaría cualquier cosa por saberlo! Pero, hoy por hoy, ignoro la respuesta.

Aquella ignorancia había durado ocho meses y era la razón de que no se hubiera decidido a separarse de su mujer ni a decirle que tenía una amante.

– ¿Estarías dispuesto a dejar de verla? -inquirió Page con toda sinceridad.

Clarke meditó varios segundos antes de negar con la cabeza, helándole la sangre en las venas -.

¿Y qué se supone que debo hacer? ¿Mirar hacia otra parte mientras tú te acuestas con la señorita creativa? De pronto, observándole, sintió una oleada de cólera, un impulso incontrolable de triturarle, con la palabra cuando no con los puños.

Brad pareció entenderlo.

En los últimos ocho meses se había reprochado frecuentemente su actitud, sobre todo en los momentos en que Page era amable con él, o le dispensaba atenciones, o quería hacer el amor.

Durante aquellos ocho meses se había sentido como un miserable traidor siempre que estaban juntos.

Sin embargo, no había podido romper con Stephanie.

No era capaz de renunciar a ninguna de las dos.

Se decía a sí mismo que las amaba a ambas, aunque honestamente no era así.

Quería a Page, pero no estaba enamorado de ella.

El amor se había ido entibiando sin que Brad supiera por qué, hasta que por fin la llama se extinguió.

La quería, la respetaba, era una madre ejemplar para sus hijos y una esposa inmejorable.

Era una buena compañera y una persona extraordinaria.

Representaba todo lo que un hombre podía desear y, no obstante, ya no inflamaba su corazón ni espoleaba sus sentidos como lo hacía Stephanie, y nada de lo que pudiese decir cambiaría esta realidad.

– ¿Qué tengo que hacer, evaporarme sin más? ¿Arreglarle la vida a la parejita? -Page tuvo un repentino escalofrío, temerosa de que Brad pretendiera echarla de casa o de que él se marchase.

¿Y Andy, qué sería de su niño? Se echó a llorar al pensarlo, al meditar sobre su negro porvenir conyugal que, además, se agravaba aún más con la angustia por Allie-.

¿¡Qué esperas de mí? -preguntó, tan descompuesta en,apariencia como en su interior.

El habría deseado reconfortarla, pero no podía mentir ya más.

– No espero nada.

Ayudemos a Allyson en su trance y, por ahora, concentrémonos en la supervivencia.

Solventaremos nuestro problema más adelante.

No podemos ocuparnos de todo a la vez.

Era una sugerencia razonable, pero Page estaba demasiado desbordada para actuar con cordura.

¿Y qué propones, mudarte cuando Allie despierte…

o después del funeral? -increpó a su marido, amarga y de nuevo asustada, pero él no hizo ningún ademán de consolarla.

No podía.

También él estaba muy trastornado, y sabía que cualquier iniciativa que tomase sería contraproducente.

Además, ahora que Page conocía la existencia de Stephanie, Brad sentía la necesidad de mantener cierta distancia.

– No sé lo que vamos a hacer, Page.

Hace meses que me lo estoy planteando, pero no he avanzado un solo paso.

Quizá tú encuentres la manera de resolverlo.

No estaba preparado para divorciarse ni había llegado a ninguna decisión con respecto a Stephanie, quien le había prometido esperar hasta que ordenase sus ideas.

Ella no le presionaba en absoluto.

Era más bien su propia pasión por ella lo que le impelía a buscar soluciones.

Y no quería construir su vida sobre un engaño, ni consumirse en el complejo de culpabilidad que Page le inspiraba, especialmente ahora que habían puesto las cartas sobre la mesa.

Lo único que sabía era que las quería a ambas, aunque con un cariño muy distinto, y que él mismo se había metido en aquella disyuntiva irresoluble.

Y todavía sería peor a partir de hoy, con Page en antecedentes y previsiblemente cada vez más desquiciada.

Al menos, durante los ocho meses anteriores no había sospechado nada cuando él le decía que debía ausentarse por negocios, lo que fue verdad algunas veces, pero las menos.

Había permitido que la situación se complicara.

Y todo el mundo tenía grandes probabilidades de salir mal parado: Page, Stephanie, él y sus propios hijos.

– Creo que ahora mismo no somos capaces de razonar como es debido, Page.

Deberíamos posponer lo nuestro hasta que Allyson se haya repuesto, o al menos hasta que esté fuera de peligro.

¿Y entonces, qué? Page se obstinaba en exigirle respuestas que no tenía y aumentar así su desdicha, pero, dadas las circunstancias, tampoco podía reprochárselo.

– No lo sé.

Estoy muy ofuscado.

– Cuando te aclares, comunícamelo.

Page se levantó y miró fijamente a Brad.

De pronto le resultaba un completo extraño.

El hombre a quien había amado tanto tiempo, a cuyo calor había dormido tan confiada, llevaba casi un año traicionándola.

La mitad de su alma le odiaba.

La otra mitad temía perderle.

– Supongo que es ridículo decirte que lo siento -masculló Brad con voz apagada.

Sabía que le debía mucho más que una disculpa, pero no tenía nada que ofrecer.

– No es ése el adjetivo que yo habría escogido.

“Insuficiente" sería más propio.

Sólo nnsentirlo" es muy poco para lo que yo te he dado, Brad.

¿No te parece? Las lágrimas centellearon en los ojos de Page al tropezarse sus miradas de un extremo a otro de la sala.

En su faz había odio, furia y más dolor del que Brad había visto jamás.

– Siempre he sabido que te las compondrías bien sin mí, Page.

Eres muy fuerte y te llenas la vida de trabajo.

Pensé que ni siquiera me añorarías.

¿Acaso fue ella quien le alejó de su lado? ¿Era culpa de Page y no de Brad? ¿Había desatendido a su esposo? Mientras escuchaba sus argumentos, se acusó a sí misma tanto como a él.

– Creo que somos un par de idiotas -dijo cáusticamente-.

Yo, por supuesto, lo he sido.

– Te mereces algo mejor, Page -dijo Clarke con franqueza.

También él lo merecía.

Tenía derecho a estar donde realmente quería, y no humillándose a los pies de su mujer y pidiéndole perdón.

Claro que, en justicia, era el precio que debía pagar.

Sin embargo, aquello marcaba uno de los momentos más cruciales de sus vidas y, unido al accidente de Allyson, adquiría tales dimensiones que fácilmente podía destruirles a ambos.

– Todos nos merecemos algo mejor -dijo Page en un murmullo, y salió de la habitación.

En la cocina actuó como un robot.

Puso una pizza en el microondas para que Andy cenara, y le llamó al cabo de cinco minutos.

Tenía temblores, náuseas, y cada vez que sonaba el teléfono daba un respingo pensando que era del hospital con malas noticias de Allie.

Su mente saltaba del terror del accidente a la revulsión de lo que Brad le había confesado.

¿Cómo va eso, campeón? -preguntó a Andy con fingida naturalidad, y le sirvió la cena en el mostrador de la cocina.

Brad estaba todavía en el salón.

Page se sentía como si el mundo se le hubiera caído encima.

– Estoy bien -contestó el pequeño-, pero tú pareces cansada, mamá.

Siempre había sido un niño considerado, tierno y juicioso.

Ella había creído que Brad también era así, pero ahora había descubierto una faceta insospechada, y que preferiría no haberla descubierto jamás.

– Y lo estoy, cariño.

Allie se encuentra fatal.

– Ya lo sé.

Pero papá me ha dicho que se pondrá bien.

Era el evangelio según san Brad.

¿Y si Allyson moría? Como todas las otras miserias de su existencia, habría que dejarla para más tarde.

– Esperémoslo.

El niño, receptivo, miró extrañamente a su madre.

¿Tú también crees que se curará? -Espero que sí -repitió Page.

¿Qué más podía decirle? Cuando Andy terminó su pizza, le sentó en su regazo y le abrazó.

Aún era lo bastante pequeño para sentarse en su falda y así, arrullados, ambos hallaban solaz.

Ahora mismo necesitaba a su hijo más que a nadie, más que nunca.

– Te quiero, mamá.

– Andy era todo espontaneidad.

– Y yo a ti, tesoro mío -dijo Page con los ojos humedecidos, ensimismada, pensando no ya en Andy sino en Allie, en Brad y en sus recientes desdichas.

Bañó al niño, le acostó y le leyó un cuento.

Luego, se tendió diez minutos en su habitación.

Cerró los ojos e intentó dormirse, pero en su cabeza se arremolinó un aquelarre de imágenes monstruosas, lacerantes, de interrogantes sobre Allyson, sobre Brad, sobre su convivencia de tantos años, sobre la vida, la muerte y lo que todo ello significaba.

Oyó un ruido, y al abrir los párpados vio a Brad en el umbral.

¿Quieres que te traiga algo? -él no sabía cómo abordarla.

Habían vivido demasiadas tensiones, habían dicho y revelado demasiado sobre sí mismos como para volver a ser la pareja bien avenida de otro tiempo.

Era devastador pensarlo, e imposible simular que nada había ocurrido-.

¿Has comido? -No me apetece nada, gracias.

– Page no tenía apetito, y por razones justificadas.

– Puedo preparartte algo en la cocina.

Ella hizo un gesto de negación y trató de borrar de su memoria la escena del salón, pero estaba obsesionada con la mujer de la agencia, con aquellos ocho meses de citas secretas.

¿Y antes? ¿Hubo otra mujer antes? ¿En cuántas ocasiones le había sido infiel su marido? ¿Había tenido muchas amantes? ¿Había perdido ella su atractivo para Brad o sencillamente llegó el hastío? Cayó en la cuenta de que aún llevaba el suéter raído de la víspera y sus vaqueros viejos, y que tenía el cabello muy enmarañado tras las horas de espera en el hospital.

No podía competir con una licenciada de Stanford de veintiséis años sin responsabilidades ni obligaciones familiares.

Se preguntó qué habrían hecho el fin de semana.

¿Adónde fuisteis ayer? -le soltó a bocajarro a su marido antes de que se escabullera de la estancia.

– ¿Y a ti qué más te da? A Brad le fastidiaba que le agobiase, y esa irritación enfurecía a Page.

– Tengo curiosidad por saber dónde te habías metido mientras yo te buscaba a ciegas.

¿Qué clase de lugares frecuentaba con ella? Page se sentía totalmente excluida de la vida de Brad, como si fueran dos desconocidos.

– Pasamos la noche en el John Gardiner -respondió Brad inesperadamente.

Era un rancho con hotel y pistas de tenis situado en Carmel Valley.

Pero cuando telefoneó a Page estaban ya de vuelta en la ciudad, en el piso de Stephanie, motivo por el cual se había presentado tan deprisa en el hospital.

– Deberías comer un bocado -insistió él, en un intento de desviar el tema.

Si algo no deseaba en aquellos momentos era contarle sus andanzas con Stephanie.

Pero Page estaba empecinada en averiguar todos los detalles, como si fuesen a darle la clave de su propio naufragio.

– Me daré un baño y volveré al hospital -anunció pausadamente.

En casa no tenía nada que hacer.

Quería estar con Allie.

– Ya te han dicho que no podrás verla -le recordó Brad.

– No me importa.

Quiero permanecer cerca de ella.

él asintió, pero de repente se le ocurrió una objeción.

– ¿Qué pasa con Andy? ¿Piensas regresar antes de que amanezca? -No.

Mañana tú mismo puedes vestirle y mandarle a la escuela.

No me necesitas para eso.

yo tal vez sí? ¿ Era aquél el único servicio que le interesaba ahora de ella, el de niñera de sus dos hijos? -No -convino Clarke.

Y añadió con un tono que denotaba pesar-: Pero te necesito para otras cosas.

¿De veras? -preguntó Page, mirándole con distanciamiento-.

¿Por ejemplo? No puedo recordar ninguna.

– Page, te quiero.

– La frase sonó vacía.

¿En serio, Brad? -repuso ella desde las profundidades de su congoja-.

Por lo que he oído hace un rato, me he estado engañando a mí misma durante meses, y puede que tú también.

Quizá sea mejor que hayamos descorrido el velo.

De todos modos, la verdad no la había aliviado, sino que la había herido hasta desgajarle el alma.

– Estoy desolado -susurró Clarke, pero no dio ningún paso en dirección a ella, lo que era suficientemente expresivo.

Les separaba todo un mundo.

– Y yo -dijo Page.

Se levantó del lecho, observó a Brad unos segundos y entró en el cuarto de baño sin despegar los labios.

Abrió el grifo de la bañera, cerró la puerta y, una vez sumergida, dio rienda suelta al llanto.

Ahora tenía a dos seres por quienes llorar.

Había sido un fin de semana memorable.

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