CAPITULO XI

Brad quedó consternado cuando se enteró del accidente de Andy, y sugirió que la culpable había sido Page, aunque se guardó de decirlo abiertamente.

– ?¿Estás segura de que no hay complicaciones? Es el brazo derecho, ¿no? -Sí, y se lo ha roto en un mal ángulo, pero los médicos dicen que se soldará limpiamente.

Con el hombro habrá que tener más precauciones.

Esta temporada no podrá hacer de pitcher, y quizá tenga que dejar el béisbol hasta el año que viene.

– ¡Mierda! -renegó Brad, casi tan disgustado como cuando se enteró del accidente de Allie.

Pero ahora todas sus reacciones eran improcedentes.

Ambos eran presas del miedo y de premoniciones de desastre.

Page comprendió perfectamente por qué reaccionaba así respecto a Andy.

– Lo siento, Brad.

– Sí, ya -repuso él con aire abstraído, y de pronto se acordó de lo otro.

¡La estancia en Chicago había sido tan relajante!-.

¿Cómo va Allie? -Igual.

No la veo desde esta mañana.

Hoy me he quedado en casa con Andy.

Page no dijo que Trygve y Bjorn les habían llevado la cena y, curiosamente, tampoco Andy lo mencionó.

Ella no le había pedido que ocultase nada a su padre, nunca habría sembrado en el niño tamaña confusión.

Era más bien como si un sexto sentido advirtiera al pequeño de que sus padres ya tenían bastantes conflictos.

Trygve y Page estuvieron muy comedidos durante la visita de éste, pero circulaba entre ellos una corriente distinta, más cálida.

Desde aquella mañana todo había cambiado, y de re pente se les hizo muy cuesta arriba tener que reprimir sus emociones.

Estuvieron hablando un buen rato en la sala de estar, mientras los chicos jugaban pacíficamente con la perra en el cuarto de Andy.

A Bjorn le encantaron los cromos de béisbol y la colección de rock del verano anterior.

También quiso jugar al “tute", pero Andy estaba agotado.

A ambos les dio mucha pena que los Thorensen se fueran, y Page permitió a Andy dormir en su cama y éste, por fin, no mojó las sábanas.

Parecía más tranquilo que en los días anteriores, y los analgésicos que le habían prescrito le ayudaron a descansar de un tirón hasta la mañana.

Mientras dormía, Page estuvo largo tiempo tendida a su lado, arrullándole, acariciando su pelo, pensando en él, en Brad y en Trygve.

No sabía qué hacer.

Trygve se había convertido en un amigo muy querido…

y muy atractivo.

Brad, por su parte, había sido su marido durante dieciséis años.

Todavía no podía asimilar la idea de que iba a perderle, y sin embargo, de alguna forma, sabía muy bien que ya no había nada entre ellos.

Pero nunca le había traicionado y, por seductor que fuese Thorensen y por penosa que resultara la infidelidad de Clarke, no deseaba dar ningún paso del que después pudiera arrepentirse ni iniciar su nueva relación con mal pie.

Aquel miércoles, al volver de Chicago, Brad estuvo frío y distante, y se comportó como si Page fuera una desconocida.

Durmió fuera la noche del jueves, sin siquiera avisar, y el viernes se mostró gélido con ella cuando pasó fugazmente por casa.

Era absurdo simular que su matrimonio no había concluido.

Las huellas de Stephanie se hacían manifiestas en todo su ser.

Llevaba corbatas diferentes, había renovado su vestuario y exhibía un corte de pelo distinto.

Pero, aunque Brad llegara a los peores extremos, Page no quería arrojarse en brazos de Trygve sólo por despecho.

Deseaba aclarar su situación con Brad antes de actuar por su cuenta y riesgo.

No obstante, él se negó a hablar.

Lo único que dijo fue lo mucho que le enfurecía la visita de su madre.

– ¿Cómo le consientes que se plante aquí ahora? ¡Y, para como, con tu hermana! ¿Has contratado un peluquero per manente, o prefiere que nos manden uno a domicilio cada vez que lo necesite? -Yo tampoco salto de alegría, Brad.

– Esta discusión tenía lugar el viernes por la tarde, poco antes de que él saliera a cenar, supuestamente, con unos clientes-.

Pero ¿cómo voy a prohibirles que vengan? Allie se encuentra en estado crítico y quieren verla.

– Dicho así, parecía razonable, aunque Page sabía que no era el raciocinio lo que predominaba en las mentes de aquellas dos mujeres.

Brad siempre las había odiado y ellas tampoco le apreciaban mucho.

Aunque su madre presumía de adorarle, era pura hipocresía.

Brad conocía demasiados detalles del pasado, y Maribelle le guardaba a su hija un enconado rencor porque se los había contado-.

Hice cuanto pude para desanimarlas, pero mi madre se mantuvo en sus trece y anunció su llegada.

– Pues ahora anúnciale tú que aquí no pueden quedarse -dijo él, y Page leyó en sus ojos una firme determinación.

– No me pidas eso, Brad.

Son mi familia -replicó.

Había conseguido huir de ellas y se alegraba, pero era muy duro dejar de verlas o marginarlas enteramente de su vida.

– ¡Maldita sea! Diga lo que diga, harás lo que te dé la gana.

Al oír aquello, Page empezó a soliviantarse.

Brad no había movido ni el dedo meñique para ayudarla, y ahora le venía con ultimátums.

– ¿Es que tú no lo haces también, Brad? ¿Acaso temes que entorpezcan tu vida social, ahora que has roto las cadenas? Una vez más, había estallado la guerra, tras el remanso de paz con ocasión del viaje a Chicago.

– He tenido mucho trabajo en la agencia.

– ¡Y un cuerno! Apuesto la mano derecha a que en Chicago sí has estado muy activo.

Brad le clavó una mirada fulgurante para advertirle que no hurgase más en la herida.

Aunque era él quien había fallado, no toleraba el agobio de Page.

Era injusto, y lo sabía, pero no pensaba ceder.

– No es asunto tuyo -dijo con tirantez.

¿Por qué? -Los acontecimientos van demasiado deprisa para mi gusto.

También para Page corrían demasiado.

Las dos últimas semanas habían sido más fulminantes que un rayo, y no por culpa suya.

– Quiero que las aguas se calmen un poco antes de tomar una decisión definitiva -agregó Brad y se giró hacia ella-.

He comprendido que no puedo mudarme todavía.

Page, sorprendida, le estudió en silencio, preguntándose si habían cambiado sus sentimientos o si ahora se peleaba también con Stephanie, o bien, sencillamente, si le había acobardado todo lo que entrañaba una separación.

¿Por razones de índole geográfica, o tiene algo que ver con nuestro matrimonio? -inquirió, sintiendo en el corazón una punzada de ansiedad.

Pese al daño que le había hecho en los últimos tiempos, Brad era su marido y quizás aún le amaba.

– No lo sé -admitió Brad compungido, pero sin acercarse a ella-.

Irme de esta casa es un paso trascendental, y me da pavor.

Me temo que he sido un cretino…

Estoy en un mar de dudas, aunque confieso que tampoco me veo capaz de reemprender nuestra vida de antes.

Ambos eran conscientes de que nada volvería a ser igual.

Page no confiaría en él nunca más, y Brad sabía que no rompería con Stephanie.

Aquélla era la clave de todo.

Sin embargo, abandonar a Page significaba perder a Andy.

En la última semana había pensado mucho en su hijo, y casi enloqueció.

Stephanie no parecía entenderlo.

Decía que Andy les visitaría a menudo, pero no era lo mismo, y él lo sabía muy bien.

– Todavía no he resuelto el dilema -dijo Brad, y miró a Page con desazón-.

No sé por dónde camino.

Se sentó en la cama y se mesó el cabello, bajo la mirada de su mujer.

Estaba recelosa frente a un hombre que la había herido tanto, y que, a su modo, continuaba martirizándola día tras día.

– Bien, habrá que esperar.

– Quizá el accidente había influido en el talante de Clarke, aunque Page sabía que no era ésa la causa principal de su cambio-.

¿Quieres que acudamos a un psicólogo? -preguntó titubeante, pues ella misma no estaba segura de desearlo, pero la respuesta de Brad fue rápida y tajante: -No.

No iría si eso implicaba dejar a Stephanie.

No estaba dispuesto a perderla.

Tampoco quería dejar todavía a Page, pero no podía renunciar a su amante.

Era fundamental en su vida.

Para Brad personificaba la juventud, la esperanza y la fe en el futuro, casi tanto como Allie.

No obstante, incluso él veía que se debatía en un caos, y que todo lo que hacía aumentaba su incertidumbre.

– No sé qué más sugerirte, como no sea un abogado.

– Ni yo tampoco.

– Por fin, Clarke habló a su esposa con honestidad-.

¿Puedes seguir así durante algún tiempo, o te pesa demasiado? -No sabría decirlo.

No podré aceptarlo permanentemente, y hasta es posible que me harte muy pronto.

Desde luego, mucho tiempo no lo aguantaré.

– Ni yo -coincidió Clarke con expresión abatida.

Stephanie le estaba asediando para que abandonase a Page y se casara con ella, así que su decisión no podía demorarse mucho.

Sin duda todo lo que había compartido con su mujer se destruía irremisiblemente: su matrimonio, su hija mayor, la relación, la confianza mutua…

En su mente se había creado una extraña dicotomía en la que Page encarnaba el pasado y Stephanie el porvenir.

Mas aquella noche, al acostarse, el pasado renació.

Andy dormía y la puerta estaba cerrada.

Page leía cómodamente en el lecho, sin hacer caso de su marido, pero de repente él empezó a besarla como no lo había hecho en meses, con un fuego y una pasión ignorados.

Al principio ella se resistió, pero Brad estuvo tan enérgico y tan ardiente que, antes de que se diera cuenta, le había quitado el camisón y se restregaba contra su cuerpo.

Pese a que no deseaba en absoluto ha cer el amor, la resistencia de Page se diluyó.

Después de todo, todavía era su esposo, y unas semanas atrás creía amarle con locura.

Despacio, con exquisitez, Clarke la penetró, y al hacerlo murió su deseo tan súbitamente como la erección.

Intentó disimular unos minutos y avivar de nuevo la llama, pero quedó patente que sus indecisiones y su dolor habían afectado algo más que la convivencia doméstica.

– Lo lamento -dijo con rabia y acritud, tumbándose boca arriba en el lecho.

Ella estaba aún sofocada, y furiosa consigo misma por haber cedido a aquel arrebato.

Habida cuenta de todas sus divergencias, era impropio acostarse con Brad, aunque fuera legalmente su pareja.

Además, no quería formar parte de su harén ni exponerse a que la humillara de nuevo.

– Al cuerpo no se le puede engañar, Brad -sentenció con desánimo-.

Tal vez sea ésta la respuesta que buscas.

– Me siento como un imbécil -bramó él, paseándose por la habitación con su esbelta anatomía más espléndida que nunca.

Pero Page debía enfrentarse a la realidad.

Por mucho que hubiese querido a Brad todo había terminado, al menos de momento…

y seguramente para siempre.

– Convendría que aclares tus ideas antes de que embarullemos aún más la situación -le aconsejó con sensatez.

Brad asintió.

Aquello era ridículo y no favorecía a nadie.

Lo que más le extrañaba era que, durante cerca de un año, había pasado del lecho de Stephanie al matrimonial con cortos intervalos, quizá de horas, y nunca había tenido problemas.

Pero ahora que Page lo sabía todo era distinto.

Casi se arrepintió de habérselo dicho, salvo porque necesitaba su libertad.

También se debía a Stephanie, y lo cierto era que así no hacía justicia a ninguna de las dos.

No dejaba de asombrarle lo bien que se sentía con su amante, lo grata que era su compañía.

Ahora ella quería que se instalase en su casa, y recientemente incluso le había amenazado con romper si no se mudaba de inmediato.

No obstante, lo que Brad habría deseado era nneliminar" temporalmente a Page, encerrarla en una despensa, hibernarla o algo similar, para pasar un año junto a Stephanie y luego volver y encontrar su hogar idéntico.

Habría sido estupendo poder probarlo.

– Tal vez debería marcharme -dijo muy alicaído, y se sentó en la cama.

Sintió un repentino deseo de correr junto a Stephanie y demostrar que no era impotente.

Su pequeño fiasco con Page le había horrorizado.

– No voy a apremiarte -prometió Page serenamente, con su cuerpo largo y sinuoso desnudo sobre las sábanas, aunque él no la miró.

Se llamó estúpida a sí misma por haber permitido aquel contacto sexual, y sintió un inesperado anhelo de Trygve-.

Pero creo que, hagas lo que hagas, no debes aplazarlo.

Ni yo ni Andy podremos tragar mucho tiempo esta píldora.

Tus apariciones y tus ausencias son bastante fastidiosas.

– Lo sé -dijo Brad.

Durante las dos últimas semanas no había habido nada normal en su vida.

A su manera, él estaba tan traumatizado como Page y como su hijo, y encima no lograba tomar una resolución-.

Veremos qué sucede.

Ella asintió y se dirigió al cuarto de baño, donde tomó un larguísimo baño, pensando en Trygve.

No quería que su relación fuera una componenda para paliar el rechazo de Brad o el trauma del accidente.

Si al fin se unían sentimentalmente, sería porque tenían algo genuino que compartir, una buena vida, tal vez unos ratos felices, o porque su destino era estar juntos.

Todo debía ir rodado y no parecerse en nada a su experiencia con Brad.

Page sabía que a partir de ahora le costaría un gran esfuerzo confiar en alguien, ni siquiera en Trygve.

Brad dormía cuando ella volvió a la cama.

Por la mañana, al levantarse, vio que se había ido.

Dejó una nota comunicando que tenía una partida de golf y que no cenaría en casa.

No mencionó en qué club jugaría ni con quién, y Page supo que era un embuste.

Estaba con Stephanie.

El episodio de la víspera le había asustado y se había lanzado en sus brazos para ratificar su virilidad.

Tiró la nota a la papelera y suspiró.

En ese momento sonó el teléfono.

– Hola, Page, ncómo va la vida? -Era Trygve, que llamaba para preguntar por Andy.

Sabía que teniendo el brazo roto no podría jugar a béisbol, y le propuso que lo dejara con Bjorn cuando ella fuese a visitar a Allie, a menos, por supuesto, que Brad estuviera en casa.

Pero intuía que no era ése el caso-.

Hoy viene la asistenta y les vigilará a los dos.

Deseo pasar unas horas con Chloe.

– A Andy le hará mucha ilusión -accedió Page, agradecida por enésima vez.

Al margen ya de lo que ocurriera entre ellos, Thorensen había sido un amigo incomparable y ella jamás lo olvidaría-.

Voy a decírselo ahora mismo.

¿A qué hora quieres que vayamos? -Eran las diez en punto y deseaba estar en el hospital sobre las once.

– Tráele cuando salgas, sin horario.

Avisaré a Bjorn para ponerle de buen humor.

Está muy enfurruñado porque no le llevo a ver a Chloe.

Pero es que, siempre que vamos juntos, al cabo de unos minutos no hay quien le sujete.

Lo toca todo y vuelve locas a las enfermeras.

Page rió al visualizar la escena.

Andy se entusiasmó con la invitación y, una vez en casa de Thorensen, la mujer que limpiaba la residencia una vez por semana prometió no perderle de vista.

Parecía muy eficiente, y Page se lo dejó con toda tranquilidad.

Los chicos se dirigieron al cuarto de Bjorn para ver un vídeo, y Page acompañó a Trygve al hospital.

¿Cómo te va con Brad? ¿o prefieres que me meta en mis propios asuntos? -preguntó Thorensen, prudente, durante el trayecto.

Ahora aquel nnasunto" también le concernía, ya que había invertido en él sus propios intereses, pero no quería atosigar a Page, que parecía apesadumbrada.

Todavía estaba azorada y pesarosa por lo que había pasado la noche anterior.

Sin saber por qué, se señtía un poco culpable ante Trygve.

– Pésimamente.

Yo creo que ya hemos dado las últimas bocanadas, pero él tiene miedo de admitirlo.

– ¿Y tú estás lista para llegar hasta el final? -Thorensen había apostado fuerte en la jugada, y deseaba saber qué sentía ella.

Page le miró de soslayo, sin desatender la conducción.

Quería ser franca con él.

Le gustaba demasiado para fingir.

– No voy a precipitarme ni a cometer estupideces.

No quiero…

– Buscó afanosamente las palabras, pero Trygve la había comprendido y se dio por satisfecho.

No esperaba otra reacción-.

No quiero actuar por revanchismo ni haré nada que pueda lamentar después, o que nos perjudique a ti y a mí.

– Tampoco yo -contestó Trygve muy templado, ladeándose en el asiento para besarla en la mejilla-.

No te daré prisas ni forzaré una relación que se pueda volver negativa.

Tendrás todo el tiempo que precises.

Y si Brad y tú os reconciliáis, lo sentiré por mí, pero lo celebraré por vosotros.

Tu matrimonio es lo primero…

Yo permaneceré en segundo plano y a tu disposición si me necesitas.

Page aparcó en una plaza libre frente al hospital y observó a su amigo con los ojos llenos de gratitud.

Lo más peregrino del caso era que, a pesar de lo mucho que había querido a Brad, ahora suspiraba por Trygve.

– ¿Cómo he podido ser tan afortunada? -Yo no lo llamaría así -replicó Thorensen con una sonrisa amarga-.

Hemos pagado un alto precio para estar juntos.

Hemos sufrido dos malos matrimonios, peor el mío, y luego el accidente, donde nuestras hijas no han muerto por un pelo…

Bien mirado, quizá nos lo hemos ganado.

– Page asintió.

El accidente había dado un drástico vuelco a sus vidas, pero tal vez les reservaba también algunas compensaciones.

Era pronto para decirlo-.

Te amo, Page -agregó Trygve con un susurro e, inclinándose, volvió a besarla.

La rodeó con sus brazos y la retuvo contra su cuerpo.

Pasaron mucho tiempo así, abrazados y en silencio, sensibles a la caricia del tibio sol de mayo.

Hacía quince días del accidente.

Costaba creerlo.

Entraron por fin para ver cada uno a su hija.

En la UCI, Page departió unos momentos con las enfermeras.

Trygve fue a llevarle el almuerzo unas horas después.

La acompañó, gentil como siempre, a la sala de espera, y le dio un bocadillo de pechuga de pavo y una taza de café.

Le explicó el contenido de su último artículo, que había terminado la víspera, y Page lo halló muy interesante.

Pero lo que más la llenaba era ver cómo la cuidaba, pensando en todo, en ella, en Andy y en su propia familia.

Trygve era su mayor alimento espiritual, y lo necesitaba fervientemente.

– ¿Cómo has encontrado a Allie? Page se encogió de hombros, desencantada.

Había trabajado más de una hora con la fisioterapeuta.

Le habían dado un masaje en las extremidades y habían hecho todo lo que estaba en su mano.

Pero era evidente que Allyson perdía peso y no progresaba.

– Sólo han transcurrido dos semanas y me parecen siglos.

Supongo que, a estas alturas, esperaba que se hubiese obrado ya el milagro.

– Hacía diez días desde la segunda operación.

Allyson se había estabilizado y la presión craneal había disminuido, pero continuaba sumida en un coma profundo.

– Te advirtieron que podía durar bastante tiempo, meses incluso.

No te rindas -la animó Trygve cariñosamente.

Para él era mucho más fácil, con Chloe malherida pero fuera de peligro.

Aunque tuviera que someterse a futuras intervenciones y que aprender a caminar de nuevo, el auténtico riesgo había pasado.

Su hija debería superar las fatigosas sesiones de rehabilitación y afrontar que sus sueños de ser bailarina se habían frustrado sin remedio.

No era ninguna bagatela, pero tenía mejores perspectivas que Allyson, la cual podía morir en cualquier momento.

Sería realmente atroz que sobreviviera semanas, incluso meses, para expirar sin haber salido del coma.

– No me rendiré -protestó Page, mordiendo el bocadillo de pavo.

Trygve sabía que si la hubiera dejado sola no habría comido nada, y por eso se había quedado con ella.

Además, le apetecía pasar un rato en su compañía, ahora que Chloe estaba cada día más animada-.

¡Me siento tan indefensa! -gimió Page.

– Y lo estás.

Pero haces todo lo que puedes, y también los médicos.

Date tiempo.

Su estado podría prolongarse así durante semanas, sin ningún signo de recuperación, y de pronto despertar relativamente bien.

– Dicen que si no hay síntomas de mejoría en un mes y medio, podría quedar en coma para el resto de su vida.

– Sí, pero también podría recobrarse más adelante.

Existen precedentes entre chicos de su edad.

¿No me contaste tú misma el caso de alguien que despertó a los tres meses? Trygve intentaba infundirle esperanzas, pero los ojos de Page se anegaron en lágrimas y meneó la cabeza.

Eran tantas sus cuitas, había tanto que soportar y que sobrellevar, que en algunos momentos se sentía desfallecer.

– Trygve, ccómo voy a superar todo esto? Hundió la cabeza en el pecho de él y desahogó su llanto.

Era muy tentador refugiarse en Brad, o despotricar contra Brad, o preocuparse por el brazo de Andy, pero la peor adversidad de todas, aquella a la que nadie podía enfrentarse, era la eventual muerte de Allyson.

– Hasta ahora has sido muy valiente -dijo Trygve, y le dio un tierno abrazo-.

Estás luchando con todas tus armas.

El resto hay que dejarlo en manos de Dios.

Page se apartó para mirarle, mientras él le daba una servilleta de papel para que se enjugase las lágrimas.

– ¡Ojalá se dé prisa en curarla! -La curará, pero concédele un poco más de tiempo -dijo Thorensen sonriendo.

– Ya ha tenido dos semanas, y mi vida se deteriora irremisiblemente.

– Sólo has de mantenerte en la misma línea.

Te has portado fabulosamente.

Page sabía que nunca habría salido adelante sin Trygve.

Brad estaba sabe Dios dónde, haciendo cualquier memez.

Había ido a ver a Allie varias veces, pero no soportó la angustia de la UCI más que unos instantes.

Brad todavía no había hecho frente a la realidad, a la monotonía, la ausencia de mejoría en Allyson, las máquinas, los monitores, la posibilidad inminente de perderla.

Había dejado que Page se las compusiera sola.

Su conducta había sido infinitamente mejor cuando tuvieron a Andy, pero entonces ambos eran más jóvenes y la incubadora del bebé encerraba mil promesas, mientras que en la UCI se respiraba la muerte.

Page y Trygve tocaron temas diversos.

Él le echó en cara, medio en broma, que estaba fuera de quicio por la próxima llegada de su madre, y ella no lo negó.

– ¿Por qué la detestas tanto? -preguntó.

Tras darle muchas vueltas, había concluido que Page no era una persona mezquina.

– Por problemas del pasado.

Tuve una infancia abominable.

– Eso nos ocurre a casi todos.

Mi padre, un buen noruego a carta cabal, opinaba que unos palos de vez en cuando podían ser muy instructivos.

Todavía tengo una cicatriz en el trasero de una tunda especialmente vigorosa.

– ¡Qué horror! -se escandalizó Page.

– En aquella época era lo normal.

Si mi padre tuviera niños en casa, creo que aún seguiría pegándoles.

No entiende cómo yo he sido tan liberal con mis hijos.

Lo cierto es que, por lo que he podido comprobar, mi madre y él son más felices desde que regresaron a Noruega.

– ¿Irías tú a vivir allí? -preguntó Page, intrigada, y tratando también de olvidar su preocupación por Allie.

Trygve tenía razón.

Lo único que podía hacer era esperar, rezar y conservar la fe…

– No, no podría adaptarme -contestó él-, y menos todavía después de haber vivido en Norteamérica.

En los países escandinavos los inviernos son rigurosísimos, con una noche casi perpetua.

Tienen algo, cómo expresarlo…

algo de primitivo.

Me temo que no sobreviviría en ningún lugar fuera de California.

– A mí me pasa lo mismo.

La mera idea de volver a Nueva York le producía escalofríos.

Aunque le habría gustado tener la oportunidad de proseguir allí su carrera artística, también podría haberlo intentado en el Oeste.

La verdad era que nunca se lo había propuesto.

Brad le había inculcado que desarrollase su actividad no como profesión.

Nunca la había valorado.

Ahora Page había prometido pintar un nuevo fresco en la escuela, pero, con sus constantes desplazamientos al hospital, no disponía de tiempo.

– Deberías reformar este sitio -dijo Trygve, dando un vistazo a su alrededor.

La sala de espera era tétrica, y el pasillo más aún-.

Resulta muy deprimente.

Uno de tus murales brindaría a la gente un poco de distracción mientras velan a sus enfermos.

¡Con sólo mirarlos se le levanta a uno el ánimo! -añadió con tono admirativo.

– Gracias.

Yo disfruto pintando.

Page examinó la habitación y barruntó lo que podía hacerse, aunque confiaba en no pasar en el hospital el tiempo suficiente para decorar sus paredes.

¿Conoceré a tu madre durante su estancia? -preguntó Thorensen con desenfado, y Page puso los ojos en blanco, lo que suscitó su risa-.

¡Vamos, no puede ser tan terrible! -En realidad es peor, aunque si le conviene tiene una gracia sutil para ocultarlo.

Rechaza por instinto todo lo desagradable.

Ni lo afronta ni lo discute.

Veremos cómo salva el reto que va a encontrarse aquí.

– Por lo menos, debe de tener un carácter jovial.

¿Y tu hermana? -Es muy singular -respondió Page, y no pudo por menos que reírse-.

Son tal para cual.

Al trasladarme a California pasé algunos años desvinculada de mi familia, pero cuando murió mi padre sentí lástima de mi madre y la invité a venir una temporada.

Fue un error.

Brad y ella se llevaron como el perro y el gato, aunque desde luego se atacaban muy sutilmente, con una agresividad subterránea.

Yo me ponía enferma de verles.

Naturalmente, mi madre no perdía ocasión de criticarme por lo mal que educaba a Allie.

– Ahora ya no puede quejarse de eso -dijo Trygve.

– No, pero censurará al cirujano.

A estas horas David, mi cuñado, ya habrá averiguado que no es más que un curandero, y que le han puesto una denuncia judicial por incompetente.

Y el hospital será un antro inmundo, por no hablar de lo que verdaderamente importa, como las chapuzas que hace el peluquero de I.

Magnim.

– No pueden ser tan frívolas.

– Te aseguro que no exagero.

Detrás de la chanza, Trygve presentía que había algo más.

Page era demasiado madura y ponderada en sus opiniones como para odiarlas tanto sin albergar razones de peso.

Pero era obvio que no deseaba confiárselas, y no la sondeó más.

Tenía derecho a sus propios secretos.

Finalmente volvió junto a Chloe, y Page con Allyson, antes de subir asimismo a la habitación de Chloe, hacia las cinco de la tarde, para charlar un rato.

La chica Thorensen padecía aún agudos dolores, y sus múltiples escayolas, clavos y demás tenían un aspecto infausto, pero los resistía bien, y daba gracias al cielo de seguir con vida.

Estaba muy preocupada por Allie, pues Trygve le había dicho sin ambages que todavía podía morir.

Jamie también se hallaba presente.

¿Cómo está? -preguntó Chloe en cuanto Page asomó la cabeza.

– Igual.

¿Y tú qué haces? ¿Desquicias a las enfermeras, coqueteas con los residentes y pides pizza a media noche? -Page hizo una mueca socarrona y Chloe rió.

– ¡Eres incorregible! -se unió Trygve a la broma, y Chloe soltó otra carcajada.

Era la viva representación de la adolescencia, y verla alegraba el corazón.

– Así me gusta.

¡Qué no habría dado Page por que Allyson hiciera otro tanto! Pero su drama no era nada comparado con el de los Chapman.

Ni siquiera podía figurarse qué sentían dos semanas después del fallecimiento de Phillip, y se condolía cada vez que pensaba en ellos.

Por precaria que fuera la condición de Allyson, todavía quedaba esperanza.

Los Chapman no tenían nada.

Jamie dijo que les había visto unos días antes, y que la señora Chapman estaba hundida.

El padre, al parecer, había demandado al periódico donde se acusaba encubiertamente a Phillip.

Contó también que a él un periodista le había preguntado qué le parecía ser el único que había salido ileso.

Pero, en general, el interés de la prensa se había apagado.

Dejaron a Chloe sobre las seis, en cuanto llegó la pizza que había encargado Trygve.

Jamie se quedó con ella, y Thorensen condujo la camioneta de Page hasta su propia casa.

¿Cenamos juntos? -preguntó.

– Me encantaría, pero debo ir a casa por si se presenta Brad.

Aunque probablemente no lo haga, si apareciera a Andy le apenaría mucho no haberle visto.

Trygve no insistió y, desoyendo las protestas de los dos chicos, madre e hijo volvieron al hogar.

Brad no dio señales de vida hasta la mañana siguiente.

A pesar de todas las promesas que se había hecho a sí misma, Page explotó.

¿Qué eran todas aquellas monsergas de la otra noche, cuando dijiste que querías vivir aquí y que no estabas seguro de tus intenciones? ¿A quién pretendías engañar con tus patrañas? Tenía el rostro como la grana.

Se había hartado de vivir en la cuerda floja mientras él se divertía con otra mujer.

– Lo siento, debería haberte llamado.

No recuerdo qué ocurrió.

– Sí que se acordaba, por supuesto, sólo que no podía decírselo a Page.

Había hecho una escapada con Stephanie, y no hubo manera de telefonear desde el hotel donde pernoctaron.

Stephanie no le dejó solo ni un minuto y, encima, el domingo por la mañana se enfadó porque él quiso adelantar el regreso.

Sin embargo, el enfado de Stephanie fue muy inferior al de Page cuando Brad entró en su casa, a las doce del mediodía, sin haberla advertido.

Andy y ella se disponían a salir para el aeropuerto-.

Ya te he dicho que lo siento -repitió Brad, desvalido y apabullado.

Se debatía entre dos mundos, entre dos mujeres, y con ninguna prosperaba.

¿Por qué no te decides a preguntarme si Allie continúa viva? -le espetó Page con crueldad.

Aquello no era propio de ella, pero estaba harta.

– ¡Dios mío! ¿Es que…

que ha…? Los ojos de Clarke se inundaron de lágrimas.

Page le observaba gélidamente.

– No, no ha muerto.

Pero podría haber sucedido, y ya me dirás dónde iba a localizarte.

Una vez más, no me has llamado.

– ¡Eres una mujer malvada! Brad entró en el dormitorio y cerró con un sonoro portazo.

Andy se echó a llorar.

Sus peleas eran cada vez más violentas.

– Perdónanos, amor mío.

Page abrazó a su hijo para consolarle.

Clarke no volvió a salir de la alcoba.

Y ella no fue en su búsqueda.

Se marcharon al aeropuerto.

Andy permaneció callado durante todo el trayecto.

Page, también en silencio, pensó en la buena pinta que tenía Brad al llegar a casa.

Estaba rejuvenecido, fresco, pletórico…

hasta que la vio a ella.

Pero era Andy quien le inquietaba.

El niño miraba por la ventanilla del coche con expresión abatida.

La madre y la hermana de Page fueron de las primeras pasajeras en desembarcar.

Su madre iba tan acicalada como siempre, con el cabello cano primorosamente peinado y un vestido de color azul marino que realzaba su figura juncal.

Alexis estaba muy llamativa con su traje Chanel rosa pálido, su cabellera rubia de elegante corte y unas facciones exquisitas que, en su artificialidad, eran dignas de figurar en la portada de Vogue.

Llevaba un bolso de cocodrilo negro, modelo Hermes, y una bolsa de viaje a juego, que dejó en el suelo para besar el aire -que no la mejilla de Pagey saludar, esquiva, a Andy.

– Estás guapísima, querida -le dijo su madre jovialmente, y miró por encima del hombro-.

¿Dónde has dejado a Brad? -En casa.

No ha tenido tiempo de venir, pero me ha rogado que le disculpe.

Page ni siquiera sabía si Brad seguiría allí cuando volvieran.

En los últimos días era imposible predecir sus apariciones, y no iba a serle nada fácil disimularlo durante la visita de su madre.

Pero no le apetecía hablar con ella de sus desventuras matrimoniales y, además, Maribelle tampoco querría enterarse.

Aguardaron que saliera el equipaje por la cinta transportadora y, afortunadamente, todas las piezas llegaron intactas.

El mozo se tambaleó bajo la montaña de bultos que le cargaron.

Alexis viajaba con una colección completa de maletas Gucci.

cCómo está Allyson? -preguntó con reticencia una vez en el coche.

Page comenzó a darles el parte de la enferma, pero su madre la cortó antes de que pudiera pronunciar la palabra “coma", y comentó el tiempo maravilloso que hacía en Nueva York y lo precioso que estaba el piso de Alexis tras las últimas reformas.

– Estupendo -masculló Page.

Nada había cambiado.

Era la misma pareja de la que se había despedido tiempo atrás.

El único enigma estribaba en por qué Page esperaba encontrar algo distinto.

Durante toda su vida se había empeñado en cambiar a su madre, convertirla en una mujer hogareña y afectuosa, capaz de escuchar los asuntos ajenos y de solidarizarse.

Y se había empecinado en que Alexis fuese una chica normal y de corazón sensible.

Pero eran inmutables.

A su madre sólo le interesaban las trivialidades, y Alexis apenas abría la boca en su constante afán de parecer perfecta, de resultar guapa.

Page se preguntaba de qué hablaban con David, si es que se dirigían la palabra.

él era mucho mayor que su hermana y vivía metido en los quirófanos, la mayor parte de las veces, ciertamente, ocupado en recomponer a su esposa, lo que al parecer era su gran vocación.

¿Qué tiempo ha hecho por aquí? -inquirió su madre mientras cruzaban el puente donde había ocurrido el accidente de Allyson.

Page no podía pasar por él sin tener náuseas o vahídos.

– ¿El tiempo? -dijo con la mente en blanco.

¿Cómo saberlo? Su vida discurría entre la UCI y las trifulcas con Brad.

¿Qué le importaba a ella la meteorología?-.

Creo que ha sido bueno.

No me he fijado.

– Andy, ccómo va tu brazo? ¡Mira que eres tonto! -regañó Maribelle a su nieto, que le estaba enseñando a Alexis las firmas de su escayola.

Bjorn incluso le había dibujado un perrito, y Andy solía decir, con una sonrisa traviesa, que era idéntico al hámster de Richie Green.

Pero apreciaba a Bjorn y se sentía orgulloso de su buena camaradería.

Le gustaba poder contar a sus compañeros de clase que tenía un amigo de dieciocho años.

Evidentemente, nadie le creía.

A Page le extrañó que Brad estuviese en casa.

Además, se mostró muy cordial con las recién llegadas.

Sacó del vehículo su voluminoso equipaje y llevó el de Maribelle hasta la habitación de huéspedes, donde su suegra dormiría en la espaciosa cama doble.

Alexis normalmente, se habría instalado con ella, pero esta vez había pedido que le dejasen utilizar la habitación de Allie.

Page no quería, ya que conservaba – aquel dormitorio como un santuario.

No había tocado nada desde la funesta noche del accidente.

Sin embargo, Brad dijo que no veía inconveniente.

Page se esforzó en vencer sus reparos.

Era ilógico que ella y Brad durmieran en la misma cama habiendo un cuarto vacante.

Además, a Page le disgustaba que otra persona ocupase el reducto de su hija, pero no podía negarse, y sabía que era infantil resentirse por ello.

Alexis pidió un vaso de agua.

Tenía que ser Evian fresca y sin hielo.

Su madre dijo que tomaría muy a gusto una taza de café y un bocadito mientras deshacía las maletas.

Era una petición típica de ellas, y Page fue a la cocina y preparó lo que querían.

Eran las cuatro y media de la tarde y estaba ansiosa de ir al hospital.

No había ido en todo el día y suponía que su madre y su hermana desearían ver a Allie.

Se lo mencionó tan pronto se reunieron las tres en la sala y su madre la hubo felicitado por el nuevo tresillo, las cortinas y los cuadros.

– Haces auténticas monerías, cariño.

Al igual que Brad, consideraba el trabajo de Page como un pasatiempo insustancial.

La breve incursión de Page en el teatro la había horrorizado, y fue un alivio para ella que no intentara reincidir en California.

– Podríamos ir al hospital -dijo Page, consultando nerviosa su reloj-.

Imagino que querréis ver a Allie cuanto antes.

Pero ambas mujeres intercambiaron una significativa mirada y Page comprendió que, una vez más, se había equivocado.

El hospital no constaba en su agenda del día.

– Hemos tenido una jornada durísima -arguyó Maribelle Addison, arrellanada en el sofá-.

Alexis ha quedado agotada, pobrecilla.

Está convaleciente de un resfriado terrible -explicó, y Alexis asintió con un gesto-.

¿No crees que sería preferible posponerlo hasta mañana? -preguntó, y enarcó las cejas al percibir la vacilación de Page.

– Ejem…

Sí, claro, como queráis…

Era sólo una idea…

¡Qué incauta había sido al pensar que desearían visitar a su hija! Probablemente tenían un pánico acerval de verla.

“¿Para qué demonios han venido entonces?", recapacitó Page, y dedujo que era una diversión como otra, y que de ese modo podían autocomplacerse en la creencia de que realizaban una buena obra con ella, lo cual no podía ser menos cierto.

– Está decidido, iremos mañana.

¡No crees que es mejor así, Brad? -preguntó Maribelle a su yerno, que acababa de entrar en la estancia caminando como un autómata.

Stephanie le había llamado sin más, en pleno día, y le había dado un ultimátum.

Insistía en que cenaran juntos aquella noche para discutir la jugada.

– Sí…

sí, Maribelle, tienes toda la razón.

Debéis de estar cansadas, y la visión de Allie es muy turbadora.

A Page le dolió oírle hablar así.

Fue a recoger su bolso y anunció que regresaría a las seis para hacer la cena.

¿Cuidarás de Andy hasta que yo venga? -preguntó a Brad.

– Sí.

Pero cuando vuelvas tendré que salir.

¿De acuerdo? -¿Me dejas alternativa? -preguntó ella.

– Debo recoger unos documentos en la ciudad.

Page asintió, y se despidió de su madre.

Alexis se había tumbado a descansar en la cama de Allyson.

Camino del hospital, se enfadó consigo misma por haber consentido la visita de su madre y su hermana, aunque terminó riéndose.

Aquello era un descalabro.

Allie estaba en coma, Brad tenía un idilio, Andy se había fracturado el brazo, y como colofón su madre y su hermana le amargaban la existencia.

Era la definición clásica de una pesadilla.

Cuando entraba en el hospital se encontró con Trygve.

Thorensen había pasado por la U C I y, al no encontrarla, supuso que ya se había marchado.

¿Qué tal ha ido con tu madre? Los ojos de Thorensen expresaban cuán contento estaba de verla.

Page rió de pronto divertida por lo absurdo de su situación.

– Tal como era de esperar que me da risa.

Si las oyeras no podrías creerlo.

– ¿Dónde están ahora? A Trygve le sorprendía que no estuviesen allí.

– Mi madre se ha quedado elogiando el tresillo nuevo.

Y mi hermana descansa.

A decir verdad, su anorexia crónica parece haber empeorado.

Ha llegado envuelta en Chanel y con un equipaje de mano de puro cocodrilo.

– ¡Muy impresionante! Venir al hospital habría representado un esfuerzo excesivo para ellas, ¿no es así? -Sí, estaban demasiado exhaustas.

Alexis aún no se ha restablecido de su último catarro.

Y Brad les ha dado la razón, les ha confirmado que sería una visita muy nnturbadora".

¡ Vaya! -Veo que empiezas a captarlo.

Mañana será el gran día…

a menos que Alexis tenga que hacerse la manicura.

– ¿Y qué sucedió contigo? ¿Cómo escapaste de ese ambiente? ¿Por qué no te pasas el día en la peluquería, en vez de pintar murales y transportar niños arriba y abajo? -Porque soy la idiota de la familia.

No entendí su lema.

– Quizá tu padre te compensó -aventuró Trygve.

Eso lo explicaría todo.

Pero Page negó con la cabeza y desvió la vista.

– No, en absoluto.

– Alzó de nuevo los ojos hacia Thorensen y añadió-: Supongo que soy una especie de aberración.

La mejor noticia que podrían darme es que fui adoptada, como acostumbraba a decirme mi hermana, pero por desgracia mentía.

¡Ahora me facilitaría las cosas! -Nick también se lo decía a Chloe -comentó Trygve, que no había dejado de reír mientras Page le describía a sus parientes-.

Los niños disfrutan torturándose con esas tonterías.

– En mi caso habría sido una liberación -aseveró ella.

Miró su reloj y comprobó que se le hacía tarde si quería volver a casa a tiempo de preparar la cena-.

Me voy volando, o no podré estar con Allie.

– En la UCI he visto a la fisioterapeuta.

Todo funcionaba con normalidad.

– Te agradezco que hayas ido.

– Page titubeó pero, cuando él se le aproximó, no intentó apartarse.

Tras rozarse los labios se miraron-.

Me alegro de que hayamos coincidido -susurró, adentrándose en el edificio.

– Yo también -le dijo Trygve, y agitó la mano a modo de despedida.

En cuidados intensivos se mantenía el statu quo.

Page estuvo sentada junto a Allyson durante una hora, y le comunicó que la abuela y tía Alexis pensaban visitarla.

Le contó también las últimas peripecias de Andy, y le recordó una y otra vez cuánto la querían.

Le dijo, en síntesis, todo lo que pasó por sus mientes, excepto que su matrimonio se había roto y que Brad tenía una amante.

Antes de partir la besó amorosamente en la frente y se retiró unos pasos para examinar el vendaje con detenimiento.

Brad estaba en lo cierto: Page ya no lo advertía, pero la imagen de Allyson era desoladora.

Se sintió flaquear en el trayecto de vuelta, y extenuada en cuanto cruzó el umbral.

A lo lejos se oía la voz de su madre, y Alexis, que hablaba por teléfono con David en Nueva York, se quejaba del mal servicio del avión.

Nadie pronunció el nombre de Allyson.

Sólo Andy preguntó cómo estaba su hermana mientras Page se organizaba en la cocina.

¿Estás segura de que se curará? -la interrogó con expectación, acuciándola en el día menos indicado.

Page hizo una pausa, miró al pequeño y lo atrajo para poder abrazarle.

– No, no lo estoy.

Espero que se reponga, pero todavía no se sabe con certeza.

Podría…

– La palabra se le atragantaba y tuvo que reunir todo su valor-.

Podría morir, y podría superar el coma.

Y, si recupera el conocimiento, podría volver a ser la de antes o quedar como Bjorn.

No hay forma de predecirlo.

¿Como Bjorn? Andy se sintió perplejo, no había comprendido del todo qué tenía su amigo.

– Más o menos.

– También podría quedar parapléjica, o ciega, o ni siquiera como Bjorn, sino con un retraso más acentuado.

¿De qué habla esta parejita? -preguntó Maribelle, haciendo una de sus entradas triunfales y entrometiéndose en su intimidad.

– De Allyson.

– Hace un rato le decía a Andrew que se pondrá bien.

La madre les sonrió.

Page sintió ganas de matarla.

No era justo embaucar así al niño.

No lo permitiría.

– Es lo que todos deseamos, mamá -replicó-, pero aún no lo sabemos con certeza.

Todo depende de cuándo salga del coma, si es que sale.

– Es como estar dormido, sólo que no te despiertas y continúas en otro mundo -explicó el niño a su abuela.

En ese momento Brad entró en la cocina.

Llevaba un traje formal, y Page hubo de morderse la lengua para no hacer ningún comentario.

– Volveré más tarde -dijo Clarke en voz baja al notar su mirada inquisidora.

– ¿Ah, sí? Por si acaso, no aguantaré la respiración mientras espero.

– Gracias -repuso él y con la mano alborotó el cabello de Andy-.

Buenas noches, Maribelle -agregó sin volverse hacia ella.

– Buenas noches, querido -respondió la madre.

Tan pronto desapareció su yerno, le dijo a Page: Es un hombre muy apuesto, hija, ¡qué suerte has tenido! A Page le habría gustado contestarle que en otro tiempo también lo había creído, pero ahora ya no.

No obstante, calló y se concentró en la cena.

Como era de prever, la cena fue lastimosa.

Alexis se dedicó a cazar por el plato un pedazo diminuto de carne y una hoja de lechuga, sin probar apenas bocado.

Habló aún menos que comió, y su madre dominó la mayor parte de la conversación, parloteando sobre sus amistades, su piso de Nueva York y el jardín de ensueño que tenía Alexis en East Hampton.

Había contratado a tres jardineros japoneses, de modo que Alexis no hacía nada personalmente, y desde luego mostró mucho menos entusiasmo que su madre.

En realidad, no la motivaba nada ni nadie a excepción de Chanel.

Al término de la velada ninguna de las dos había mencionado a Allyson.

Se acostaron a la par que Andy, con el pretexto de que aún no se habían adaptado al horario de California.

A Page la irritó oír ruido en la habitación de Allie.

Cerró la puerta de su dormitorio para aislarse.

Le parecía un sacrilegio, una intromisión imperdonable.

Pasó largo tiempo tendida sobre el lecho, pensando en ellas, en lo desdichada que había sido su infancia.

Ellas habían convertido su vida en un bullente infierno hasta el día en que se fue.

Siempre que las veía, su memoria revivía aquel triste período.

Las lágrimas resbalaron lentamente por su rostro mientras lo rememoraba, y se instó a sí misma a volver al presente.

Brad regresó pasada la medianoche.

Page estaba despierta, pero tenía la luz apagada y se había arropado en la cama.

Se volvió en la oscuridad y le halló cansado y alicaído, lo que la sorprendió.

¿Lo has pasado bien? -inquirió.

Sabía con quién había salido.

Era mucho lo que Page tenía que absorber, y libraba un arduo combate.

Y, a juzgar por su expresión, él también lo libraba.

La observó largamente antes de responder.

Vivía dividido entre dos mujeres, y ambas le causaban dolor.

– No demasiado.

No es la estampa idílica y maravillosa que te imaginas.

– No, no lo es…

para ninguno de nosotros.

– Sé cuánto has de sufrir -musitó Brad.

Por unos segundos su tono fue el del hombre que Page conocía, aunque no se acercó a ella-.

Quizá habría sido mejor mantener el engaño un poco más…

o quizá no, y ya era tiempo de que lo supieras.

No podíamos seguir así eternamente.

– Lo malo era que Page sí podía.

En todos aquellos meses no había intuido su aventura-.

Sólo intento hacer lo más correcto para todos.

Sin embargo, no logro dilucidar qué es.

Page asintió.

No podía decirle nada útil.

Vivían suspendidos en el vacío.

– Quizá deberías centrarte en Allyson y olvidar temporalmente todo lo demás.

No es el momento idóneo para tomar decisiones.

– Lo sé.

Pero Stephanie se sentía insegura y se obstinaba en ponerle a prueba.

Aunque injusta, era su manera de abordar el conflicto, y Brad no quería perderla.

Stephanie no conocía a Allyson ni a Page, para ella sólo eran dos nombres.

Lo único que le importaba era su amante, y no consentiría que le diese más largas.

Durante casi un año había sido plenamente feliz compartiendo su lecho siempre que podían, gozando juntos de algún esporádico viaje de negocios, o escapándose en un fin de semana robado.

Pero tenía veintiséis años y había decidido que ya era hora de casarse y formar una familia.

Y el hombre que había escogido era Brad Clarke.

Page yació largo rato en silencio, y Brad fue por fin a la cama, aunque no la tocó.

Su masculinidad volvía a estar en auge, al menos con Stephanie, pero sabía que un nuevo chasco les marcaría tanto a él como a Page.

No tenía ninguna gana de arriesgarse.

Page no pudo conciliar el sueño hasta las tres de la madrugada, y a la mañana siguiente, cuando se levantó a las siete en punto para prepararle el desayuno a Andy, se sentía exhausta.

El niño había metido a Lizzie en su cama.

Brad dijo que tenía una reunión de trabajo a primera hora, y ella no lo cuestionó.

Al menos había pasado la noche en casa y ahora no tendría que inventar explicaciones para su madre.

De todos modos, quizá ni siquiera habría notado la ausencia de su yerno.

Acompañó a Andy a la escuela y luego volvió a casa para recoger a las neoyorquinas.

Ordenó algunos papeles, y se ocupó de las facturas, pero a las once aún no estaban listas.

Alexis tenía que hacer su gimnasia cotidiana y llevaba rulos eléctricos en el cabello.

Aunque ya se había bañado y maquillado, cuando Page se lo preguntó estimó que tardaría como mínimo una hora más en terminar su arreglo.

– Mamá -dijo Page, impacientándose-, quiero estar con Allie.

– Por supuesto, hijita.

Pero antes tendremos que comer.

Podrías cocinar algo en casa.

Page temió que, entre las dos, irían atrapándola en aquella red hasta que fuera demasiado tarde.

Habían viajado a Ross para ver a Allyson, no para frecuentar los restaurantes locales o volverla loca a ella.

Pero estaba ocurriendo exactamente lo que Page había previsto.

Bien, no se sometería.

– Si tenéis apetito, podemos almorzar en la cafetería.

– Pero, cariño, sería criminal para el estómago de Alexis.

Ya sabes lo indigesta que es la comida de las clínicas.

– Eso no lo puedo remediar.

– Page consultó su reloj con desespero.

Eran las doce menos cinco.

Habían desperdiciado la mitad del día, y Andy salía de clase a las tres y media-.

¿Preferís tomar un taxi después de comer o queréis ir con Brad esta noche, en caso de que vaya? -Ni una cosa ni la otra.

Iremos contigo.

Las dos mujeres conferenciaron largo y tendido en el cuarto de Allyson, y salieron finalmente a las doce y media.

Alexis quedaba muy distinguida con su conjunto Chanel de seda blanca.

Completaban el atuendo unos zapatos y bolso negros de diseño exclusivo, y un vistoso sombrero de paja totalmente inadecuado pero muy coqueto.

Su madre llevaba un vestido de seda roja.

Parecía que tenían una cita en Le Cirque, el famoso local de Nueva York, y no en la U C I del hospital de Marín.

– Estáis las dos elegantísimas -dijo Page mientras subían al coche.

Ella vestía los mismos vaqueros y mocasines que habían constituido su uniforme durante quince días.

Se había quitado los pantalones el tiempo justo de lavarlos, y los acompañaba siempre con sus suéteres más viejos y raídos.

Eran cómodos y calientes para los ventilados pasillos del hospital y, además, en las presentes circunstancias su apariencia la traía sin cuidado.

Ver a su madre y su hermana tan atildadas le divertía, pero no la asombraba.

Por el camino, su madre ensalzó el cálido clima y le preguntó dónde pasarían las vacaciones aquel año.

Quería que Brad y ella fueran al Este.

Sería estupendo si alquilaban un chalet en Long Island.

Aparcaron en el estacionamiento del hospital y Page encabezó la marcha, lamentando una vez más tenerlas allí.

Su simple presencia le parecía una intrusión.

Allyson era nieta y sobrina de aquellas mujeres, pero Page se sentía posesiva, como si en esas circunstancias Allie le perteneciera a ella, a Brad y a nadie más.

Aunque quizá exageraba en su sentir, su madre y su hermana no merecían a Allyson.

Las enfermeras de la UCI las saludaron, y Page llevó a sus familiares hasta la cama de Allie.

Su madre palideció y graznó una débil exclamación.

Page le ofreció una silla, pero Maribelle rehusó y por un instante se compadeció de ella y rodeó su hombro con el brazo.

Alexis ni siquiera se atrevió a aproximarse.

Se había paralizado a mitad de trayecto y observaba desde prudente distancia.

No pronunciaron palabra en los diez minutos que permanecieron en la unidad, hasta que su madre lanzó a Alexis una mirada inquieta.

Estaba mortalmente pálida bajo el maquillaje.

– Tu hermana no debería estar aquí -susurró a Page.

“Ni Allie tampoco", quiso replicar ella, pero se limitó a asentir con la cabeza.

¿Por qué centraban toda su atención en ellas mismas, sin dejar ni siquiera migajas para el prójimo? ¿Por qué eran tan incapaces de sentir ni expresar nada genuino? Por un efímero instante, su madre había vislumbrado su dolor, había visto a Allyson tal y como estaba realmente, mas enseguida dio marcha atrás y buscó refugio en Alexis.

Así había sido toda la vida.

Nunca puso el menor empeño en comprender el sufrimiento de Page, tan sólo le interesó amparar a su otra hija, salvarla.

Y Alexis siempre había sido un caso perdido.

No había nada bajo su piel.

No era más que una muñeca Barbie vestida con ropa cara e impecablemente maquillada.

Salieron las tres al pasillo y Maribelle ciñó la cintura de su hija mayor.

No abrazó a Page, sino a Alexis.

– Algunas veces me olvido por completo de su aspecto -dijo Page a modo de disculpa-.

La veo tan a menudo…

No es que me haya acostumbrado, pero sé de antemano lo que me espera.

El otro día vino un profesor y casi se desmaya.

Siento mucho no haberos prevenido.

Aunque la habían decepcionado una vez más, sus palabras eran sinceras.

– Tiene muy buena cara -repuso su madre, todavía desencajada-.

Se diría que va a despertar de un momento a otro.

La verdad era que Allie parecía un cadáver y la máquina del oxígeno hacía el cuadro aún más horripilante, razón por la que Page no había dejado que Andy la visitara a pesar de su insistencia.

– Tiene una cara fatal -replicó-, asusta verla.

No hay nada de malo en reconocerlo.

– No quería seguir aquel juego, pero su madre le dio unas palmaditas en el brazo y persistió en su postura.

– Pronto estará en plena forma, te lo digo yo.

Y bien -añadió, sonriendo a sus dos hijas como para conjurar lo que acababan de ver-, ¿dónde vamos a comer? -Yo me quedo aquí.

– Page las observó con indignación.

No estaba en el hospital de paso, y no se dejaría arrastrar durante una semana entera a tomar tés con pastas y jugar al bridge.

Si habían venido a ver a Allyson, tendrían que bailar al son de esa música-.

Os llamaré un taxi.

Podéis almorzar donde os plazca.

Pero yo no pienso moverme de aquí.

– Te sentaría bien distraerte un poco.

Brad no se pasa todo el día aquí encerrado, ¿verdad? -Él no, pero yo sí.

– La boca de Page se torció en una sombría mueca, aunque nadie lo advirtió.

¿Por qué no almorzamos en algún sitio céntrico? -intentó tentarla Maribelle, pero Page no cedió.

No las acompañaría.

– Os conseguiré un taxi -dijo.

– ¿A qué hora volverás a casa? -Tengo que recoger a Andy y llevarle al entrenamiento de béisbol.

Solemos regresar a eso de las cinco.

– Bien, hasta entonces.

Page les explicó dónde encontrar la llave de la casa por si llegaban antes que ellos, pero sabía que era muy improbable.

Después de comer irían a I.

Magnim.

Se despidió y se dirigió de nuevo a la U C I para atender a Allyson.

Trygve pasó a verla a primera hora de la tarde.

Echó un vistazo a su alrededor, sorprendido de hallarla sola.

Esperaba encontrar a su madre y su hermana.

¿Dónde están? -preguntó con desconcierto.

Ella meneó lúgubremente la cabeza.

– La Novia de Frankenstein y su madre han ido a almorzar a la ciudad, y a realizar algunas compras.

– Pero habrán visto a Allyson, ¿no? -Thorensen no sabía a qué atenerse.

– Durante diez minutos exactos.

Mi madre se ha quedado lívida y mi hermana, que no ha traspuesto la puerta, se ha puesto verde, así que han decidido comer en San Francisco para olvidar el mal trago.

Page todavía echaba chispas, pese a que aquel tipo de cornportamiento era usual en ellas.

– No seas tan severa -intentó serenarla Trygve-.

Es difícil hacer frente a estas situaciones.

– Más lo es para mí, pero aquí estoy.

Y no será porque no hayan insistido en que me apuntara a la dichosa comida.

– Quizá te habrías despejado -sugirió Trygve con tono afable.

Ella se encogió de hombros.

Era obvio que él no las conocía.

Se entretuvo con Thorensen un rato más y luego fue a buscar a Andy.

Le acompañó a clase de béisbol y volvió a casa.

Tal y como había previsto, su madre y su hermana se presentaron pasadas las seis, cargadas con bolsas de boutique, un frasco de perfume para ella, un suéter francés de talla pequeña para Andy y un salto de cama rosa con entredoses y puntillas para Allyson que, en su actual postración, mal podía lucir.

– Es todo muy bonito, mamá, gracias.

No discutió con ella la superfluidad de aquellos regalos, y a su madre no podía importarle menos.

En I.

Nlagnim habían encontrado fabulosas ofertas de diseño especial.

– Es increíble lo que llegan a tener en ese lugar -dijo, totalmente ajena al semblante de su hija.

¿Verdad que sí? -replicó Page con frialdad.

Era como si de sus mentes se hubiera borrado el objetivo del viaje.

Page cocinó nuevamente la cena, aunque aquella noche Brad no apareció ni telefoneó.

Page pergeñó una excusa, pero más tarde vio que Andy estaba afligido y le llevó a su dormitorio para hablar con él.

La presencia de su madre la tenía nerviosa e irascible.

– Papá y tú os habéis vuelto a pelear, ¿no? -inquirió el niño.

– Nada de eso -fingió Page.

Le faltaban fuerzas para exponerle sus problemas conyugales.

De momento, con Allyson era más que suficiente-.

Papá tiene trabajo, eso es todo.

– No, no lo es.

Estos días he oído cómo le chillabas.

Y él también te gritaba a ti.

– Cariño, todos los matrimonios tienen sus discusiones.

– Page besó a su hijo en la cabeza y contuvo sus lágrimas.

– Vosotros nunca os habíais levantado la voz -dijo Andy.

Y agregó-: Bjorn me ha dicho que sus padres empezaron a reñir a todas horas y al final la madre se marchó de casa.

Se fue a vivir a Inglaterra, y ahora apenas la ve.

– Eso es distinto -afirmó Page, aunque no estaba muy segura.

En realidad no había ninguna diferencia-.

¿La echa mucho de menos? Sentía compasión por Bjorn.

El abandono debía de ser particularmente penoso para un chico como él, con sus limitaciones de entendimiento.

– ¡No! -exclamó Andy-.

Me ha contado que era antipática con él.

Su padre le trata mucho mejor.

A mí me cae de maravilla, es un tío genial.

– Page hizo un gesto de asentimiento, y el pequeño, alzando la cabeza, la miró con ojos llorosos-.

¿Va a dejarnos papá para irse a Inglaterra? -Claro que no -negó, aliviada de que no le hubiese preguntado sobre su relación con Trygve-.

¿Por qué habría de hacerlo? -No lo sé.

Como la madre de Bjorn se ha instalado allí…

Pero ccrees que se irá de casa? Aunque era enemiga de las ocultaciones, Page pensó que no podía ser más explícita.

Habría sido demasiado brutal para Andy y para todos los demás.

– No, creo que no.

– Era la primera vez que le mentía, pero no tenía otra opción.

Cuando hubo acostado al niño, su madre le pidió que, si no era mucha molestia, le preparara una taza de té a la menta, y que después le llevase a su hermana una infusión de manzanilla y una botella de agua Evian.

– Será un placer -respondió Page con una sonrisa cínica.

Eran tan estereotipadas…

Maribelle encarnaba a la madrastra malvada y Alexis era una de sus inútiles hijas.

Page, como siempre, se adjudicaba el papel de Cenicienta.

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