CAPITULO VI

Page pasó la noche del domingo en el hospital, ovillada en una silla de la sala de espera.

Pero ni siquiera advirtió la incomodidad del asiento.

Apenas durmió, pendiente como estaba de Allie.

El bullicio de la planta la mantuvo despierta, junto a los típicos olores de clínica y el miedo a que, en cualquier instante, se segara la vida de su hija.

Fue un descanso cuando por fin, a las seis de la mañana, le dieron permiso para verla.

Una enfermera joven y atractiva la acompañó a la sala de reanimación, y por el camino le habló amablemente de lo guapa que era Allie y de su magnífica cabellera.

Page la oyó sin escucharla y, mientras recorrían los interminables pasillos, dejó vagar su mente.

Estaba demasiado consternada para prestar atención.

Sin embargo, agradeció los esfuerzos de la enfermera por animarla.

No imaginaba cómo podían atisbar la belleza de Allyson.

Había quedado muy desfigurada y le habían tapado los ojos con vendas tras intervenirle las cuencas oculares.

A su paso se abrieron varias puertas electrónicamente, y Page se obligó a sí misma a volver a la realidad.

Por un momento se había distraído pensando en las confesiones de Brad, pero ahora Allie requería toda su atención.

Lo que vio al aproximarse a la camilla en que yacía su hija no fue exactamente alentador.

Su aspecto, en todo caso, era peor que antes de la intervención.

El vendaje de la cabeza resultaba espeluznante, la habían rapado, tenía la tez pálida como la muerte y estaba rodeada de monitores y máquinas.

Sumida en coma, parecía hallarse a millones de kilómetros.

La enfermera de la sala preparatoria le había guardado a Page un ondulado y sedoso mechón de rubios cabellos, que su compañera de la sala de reanimación le entregó a Page en cuanto la vio entrar.

Una vez más, los ojos de Page se anegaron en lágrimas mientras aferraba el rizo con una mano y, con la otra, tocaba suavemente a Allyson.

Permaneció largo rato a su lado, en silencio, acariciando su mano y evocando cómo era su vida tan sólo dos días antes.

Le parecía increíble que todo se hubiera malogrado tan abruptamente.

Ya nunca podría confiar en nada ni en nadie, y mucho menos en la suerte o el destino.

¡Qué crueles habían sido, tanto como Brad en sus sentimientos! Al cavilarlo, Page se dijo que no soportaría el dolor de perder a Allie.

Recordó cómo se había sentido años atrás al nacer Andy, cuando se temió un desenlace fatal.

Page había estado horas enteras contemplándole, tratando de insuflar vida en aquel diminuto cuerpo que, acribillado de tubos, se debatía en la incubadora.

Milagrosamente, Andy lo consiguió.

Ahora, Page se sentó en una estrecha banqueta y murmuró suavemente en los oídos vendados de la chica, rezando para que captase sus palabras: -No dejaré que te vayas, amor mío…

No, no lo permitiré.

Te necesitamos, y yo te quiero demasiado.

Tienes que ser valiente y luchar.

¡Vamos, pequeña, no te rindas! Te adoro, niña mía.

Pase lo que pase, siempre serás mi hijita querida.

Allyson olía a productos químicos y en las máquinas pulsaban sus débiles constantes, pero no emitió ningún sonido, no hizo ademán ni gesto de reconocimiento.

Aunque Page sabía que sería así, necesitaba hablar con ella, sentirla cerca.

Las enfermeras las dejaron tranquilas durante largo tiempo, hasta que a eso de las siete, al producirse el cambio de turno, sugirieron a Page que bajara a la cafetería a tomar un café.

Ella se quedó en la sala de espera, donde se abstrajo pensando en todo lo ocurrido.

No oyó entrar a nadie, y sólo al notar una presión en el brazo levantó los ojos y vio a Trygve.

Estaba aseado y afeitado, llevaba una inmaculada camisa blanca y pantalones vaqueros, y se había peinado cuidadosamente su mata de cabello rubio.

Parecía repuesto y saludable.

Pero, al mirar a Page, su rostro se contrajo.

Era lunes por la mañana, el fin de semana había supuesto para ella una experiencia muy dura y sus huellas eran patentes.

– ¿Has vuelto a pasar aquí toda la noche? Page asintió.

Estaba muy desmejorada, peor aún que la víspera.

Pero Thorensen comprendía mejor que nadie su ferviente deseo de velar a Allie.

– He dormido aquí mismo.

– Page intentó sonreír, aunque fue más bien una mueca patética.

¿Dormido? -repitió Trygve con el tono que adoptaría un padre severo.

– Sí, aunque no lo creas he echado alguna cabezadita -dijo ella, de nuevo con una sonrisa ajada-.

Tengo suficiente.

Esta mañana me han dejado ver a Allie en la sala de reanimación.

¿Cómo está? -Me temo que igual que ayer.

Pero ha sido estupendo pasar un rato a su lado.

– Al menos seguía en este mundo, y Page podía estirar la mano y tocar un cuerpo vivo.

No podía asumir la idea del fin, su más urgente deseo era volver a reanimación para acompañarla, para decirle una vez más cuánto la quería-.

¿Cómo va Chloe? -Todavía duerme.

Acabo de pasar por su sección.

La mantienen muy sedada para que no sienta dolor.

Supongo que es lo más conveniente.

Page asintió con la cabeza y Trygve se sentó en la silla contigua.

¿Cómo se lo han tomado tus hijos? -Bastante bien.

Bjorn se impresionó mucho al verla.

Antes de traerle consulté a su médico, y él me dijo que lo hiciera, que era importante para él.

Hay cosas que mi hijo no puede entender a menos que las vea con sus propios ojos.

Pero fue una experiencia muy dura.

Lloró con desconsuelo y ha tenido pesadillas.

¡ Pobre muchacho! Page se compadeció de su vecino.

¡ Qué difícil era a veces la vida, qué injusta! Había que ser muy entero para aceptarla.

¿Cómo está Andy? -Asustado.

Brad le contó que su hermana se recuperará, y yo fui menos optimista.

No considero positivo darle esperanzas infundadas.

– Estoy de acuerdo.

Seguramente tu marido no lo ha asi milado del todo.

A veces la negación es el camino más fácil.

– Sí, quizá -dijo Page, con gesto tan desencantado y hundido como lo estaba interiormente.

– Voy a hacerte una pregunta tonta: ¿estás bien, Page? Es decir, dejando aparte la desgracia.

Pareces muy desencajada.

– Sí, no te apures por mí.

Todo es cuestión de acostumbrarse…

Eso espero.

– ¿Cuándo has comido por última vez? -No lo sé…

Anoche, creo.

Le hice una pizza a Andy y cogí un trocito.

– No debes abandonarte así, Page, tienes que conservar tus fuerzas.

Nadie saldrá beneficiado si caes enferma.

¡Venga, levántate! -ordenó Trygve, irguiéndose él mismo y mirándola con autoridad-.

Vamos a desayunar.

Page se conmovió, pero lo último que le apetecía ahora era comer.

Sólo quería acurrucarse en un rincón y olvidarse del mundo, o tal vez morir, si Allie expiraba.

En lo que a ella atañía, había empezado el duelo.

Se condolía por lo que su hija había sido y no volvería a ser, por lo que había vivido junto a Brad, por los sentimientos que ya nunca tendría.

El suyo era un luto múltiple.

Lloraba a Allyson, a su matrimonio, a sí misma, a una vida que sería diferente por siempre jamás.

– Gracias, Trygve, pero no podré tragar un solo bocado.

– Habrá que intentarlo -insistió él-.

No cejaré hasta que me acompañes y comas algo.

Si no me obedeces, avisaré al médico para que te alimenten por vía intravenosa.

¿Es eso lo que quieres? Vamos -añadió, asiendo su mano y tirando de ella-, mueve el trasero y ven a desayunar.

– Está bien, iré contigo -accedió Page con una sonrisa renuente, y le siguió pasillo abajo hasta la cafetería.

– El sitio no es muy agradable -se disculpó Trygve-, pero tenemos que conformarnos con lo que hay.

Pasó una bandeja a su compañera y le indicó que se sirviera copos de avena, huevos revueltos, lonchas de bacon, tostadas, jalea y una taza de café.

– Si crees que voy a comerme todo esto, estás chiflado.

– Toma sólo la mitad y verás cómo te pones en forma.

Es algo que aprendí de niño, cuando vivía en Noruega.

Con el estómago vacío no hay quien resista el frío…

ni los shocks emocionales.

Tras separarme de Dana, pasaba días enteros abúlico e inapetente, pero hacía un esfuerzo.

Luego me encontraba mejor.

– Es una incongruencia tener que comer en medio del desastre.

– El ayuno y la falta de sueño hacen que las penas parezcan peores.

Es imprescindible que te cuides, Page, ahora más que nunca.

¿Por qué no vas a casa y descansas unas horas? Brad podría quedarse de guardia mientras tanto.

– Lo más probable es que haya ido al despacho, y no sé a qué hora estará libre.

Pero yo misma haré una escapada para recoger a Andy en la escuela.

Él también pagará las consecuencias de este caos.

Ni siquiera he organizado quién irá a buscarle, quién le dejará por las mañanas o le llevará a los entrenamientos de béisbol.

– Yo puedo hacerte algún relevo.

Nick regresará a la universidad dentro de unos días, cuando terminen las vacaciones, Bjorn pasa todo el día en la escuela y Chloe está en buenas manos.

Siempre que te veas en un aprieto, házmelo saber y acompañaré a Andy donde tenga que ir.

Trygve sonrió.

Aquella mujer le caía francamente bien.

– Eres demasiado gentil.

– Tampoco hay que exagerar.

Tengo tiempo, eso es todo.

Suelo hacer mi trabajo por las noches.

Durante el día apenas si escribo.

Charlaron durante un rato.

Page batalló con los copos de avena, sostuvo un duro combate contra los huevos y finalmente logró engullir una parte de su desayuno.

Trygve hizo cuanto pudo para entretenerla, desde hablarle de su profesión, incluso de sus parientes noruegos, hasta interesarse por la pintura.

Ensalzó el mural que Page había hecho en la escuela, y ella le dio las gracias.

Apreciaba su ayuda, consciente de que su presencia le hacía el hospital un poco menos ominoso.

Pero su mente divagaba sin cesar hacia Allyson y Brad, y Thorensen advirtió que le costaba trabajo prestarle atención.

Bjorn debía realizar aquel mismo día el examen de admisión en una nueva escuela, y Page alentó a su padre a ir con él y prometió vigilar a Chloe, cosa que hizo, aunque la muchacha pasó durmiendo la mayor parte del tiempo.

Se agitaba muy inquieta cada vez que se agotaba el efecto de los sedantes y entonces la enfermera le inoculaba nuevas dosis de Demerol.

En ningún momento tuvo noción de que Page estaba en la sala, observándola.

A mediodía trasladaron a Allie a cuidados intensivos, lo que facilitó a Page la supervisión de las dos chicas.

Brad hizo una breve aparición a la hora del almuerzo y se echó a llorar al ver a Allyson.

Cuando dejaron la unidad se detuvo unos minutos para hablar con su mujer.

Se sentía azorado frente a ella, ahora que lo sabía todo.

Y percibía en su faz cuán destructivo había sido el golpe.

– Lo siento, Page.

Siento causarte todavía más sinsabores encima de lo que estamos pasando.

Tenía una expresión ceñuda, y la de ella no era mucho más risueña.

– Antes o después habría tenido que asumirlo, ¿no es verdad? -dijo Page con voz inexpresiva.

– Es lamentable cómo se han desarrollado los acontecimientos.

Con Allie ya tenías más que de sobra.

Sí, era verdad, pero tras atrapar a Brad en una mentira era inevitable que saltara a la palestra toda la historia, y Page había decidido que, en el fondo, era preferible enterarse antes que basar su vida en una mentira.

Eso era quizá lo peor, descubrir que había creído que su matrimonio funcionaba de maravillas cuando en realidad no era así.

Se preguntó si él le habría dicho ya a Stephanie que su esposa estaba al corriente, o que al menos sabía lo esencial, y si a ella la había complacido que fuera así.

Page hizo mil especulaciones en torno al pasado, a los amantes, a su misma actuación y por qué a Brad no le había bastado la vida en pareja.

Sin embargo, intuía que muchas de sus preguntas jamás obtendrían respuesta.

– ¡Ojalá supiera por qué ha pasado! -se lamentó plantada en el concurrido pasillo, obligando a la gente a esquivarles.

No era el lugar más apropiado para una discusión íntima, pero no tenían otro.

La sala de espera estaba atestada de personas ansiosas, angustiadas, que sufrían por sus seres queridos en la UCI.

El corredor parecía menos asfixiante, y era un sitio como cualquier otro donde conversar.

De pronto, Page recapacitó que tal vez ni siquiera importaba el porqué y era mejor atenerse a los hechos.

Entonces miró a su marido de un modo muy singular y dijo-: Debéis encontrar los dos muy divertido que yo fuera el bufón de esta farsa, que mientras vosotros gozabais juntos yo me quedara en casa como una idiota, cuidando niños y haciendo de transporte escolar.

– Él le había comentado cuán diferente era Stephanie de ella, con su carácter nnindependiente" y su nnfuerte personalidad".

¿Por qué no iba a serlo? No tenía hijos ni marido, no se debía a una familia.

Era libre de disfrutar de la vida junto a Brad y dejarle a Page las obligaciones domésticas.

La sola idea le sacaba de quicio.

– Nadie ha querido menospreciarte, Page -protestó Brad, bajando la voz al pasar por su lado un grupo de residentes-.

Siempre he tenido conciencia de lo espinoso de nuestra situación.

Mi fallo está en que no he sabido resolverla.

Pero nunca me he burlado de ti ni te he considerado el nnbufón".

En todo caso has sido la víctima inocente.

– Por lo menos en ese punto estamos de acuerdo.

– El gran dilema es qué vamos a hacer ahora -dijo Brad con cierto desasosiego.

¿De veras? Pues a mí me parece bastante obvio.

Page trató de adoptar una postura frívola, pero en sus ojos se leía todo lo contrario.

Eran un libro abierto de consternación, desesperanza y desencanto.

– Aquí no hay ninguna obviedad, o yo no la veo.

– Repentinamente Brad sintió preocupación-.

¿No irás a dejarme? Al parecer, aquella perspectiva le inquietaba.

Page, al mirarle, sonrió con amargura.

Era un hombre increíble.

– ¿Bromeas? ¿Intentas insinuar que te sorprendería, o que no debo hacerlo, o que no eres tú quien ha planeado abandonarme desde el principio? -Nunca he dicho que quisiera irme -repuso él con terquedad-.

Jamás se me ocurrió tal cosa.

Lo que dije fue que no sabía qué camino tomar.

– Eso es un burdo eufemismo.

Además, también yo estoy hecha un lío, pero creo que en las actuales circunstancias la ruptura es la opción más sensata para ambos.

¿Por qué vacilas tanto, Brad? ¿Qué intentas decir, que quieres continuar casado conmigo, que dudas del amor de esa chica, o que eres tan cobarde que no te atreves a mover tus piezas? ¿A qué juegas, Brad? Page había empezado a alzar la voz y Clarke se sintió incómodo.

– Habla más bajo.

No hace falta que pregonemos nuestros asuntos por todo el hospital.

¿Por qué no? A fin de cuentas, deben de ser los únicos que aún lo ignoran.

Seguramente sois la comidilla del despacho, la verdadera sensación del año, y no me extrañaría que también hayas coincidido en algún sitio con gente de nuestro círculo.

Me temo que, como es proverbial en estos casos, yo he sido la última en saberlo.

– Preferiría que no lo hubieras sabido nunca.

O al menos no de esta manera.

– ¿Qué más da? Era forzoso que sucediera.

Podría haber cometido una indiscreción alguno de nuestros amigos, o podría haberse accidentado Andy en vez de Allyson mientras te hallabas supuestamente de viaje, o también podría haber enfermado yo.

Incluso podría haber topado con vosotros en plena calle.

Pero ¿qué pretendes darme a entender, que lo vuestro es un simple idilio? Anoche tuve la impresión de que salíais en serio y no estabas dispuesto a terminarlo.

¿Te malinterpreté o es que he perdido el juicio? A Page le habría gustado creer que se había producido un equívoco.

Sin embargo, una inexorable voz interior le decía que sus sentimientos nunca volverían a ser los mismos.

La ira podía aplacarse con el tiempo, pero no se imaginaba confiando nuevamente en Brad.

Y, tras tantas palabras y tantos actos, cuando todo se esclareciera quizás hasta habría dejado de amarle.

Ahora era imposible saberlo y no le quedaba sino especular sobre sus intenciones.

– No, no me interpretaste mal -aclaró Clarke con una nueva mueca de fastidio-.

No dije que fuese a romper.

Pero, aun así, opino que es prematuro tomar una decisión sobre nuestro futuro en un momento tan crítico, con Allie postrada en una cama de hospital.

– Ya -volvió a indignarse Page, aunque esta vez procuró guardar las formas -.

O sea que no quieres dejar de ver a tu amiguita, pero no toleras que yo te expulse de casa, ni haces el gesto tú mismo, porque no es el momento adecuado.

¡Cuánto lamento no haberte comprendido! Descuida, Brad, quédate todo el tiempo que gustes y no olvides cursarme una invitación formal para tu boda.

Las lágrimas inflamaban los ojos de Page y las imprecaciones aguijoneaban sus labios, mas ambos sabían que no resolverían sus desavenencias en el pasillo de la U C I, donde su hija yacía en coma.

Eran demasiados avatares, vivían una crisis demasiado explosiva.

– Creo que deberíamos darnos un compás de espera hasta ver cómo responde Allie.

– La propuesta de Brad era muy atinada, pero Page estaba tan iracunda que apenas la escuchó-.

Además, a Andy le afectaría negativamente si tomásemos ahora una medida drástica.

Aquellos razonamientos eran ciertamente lógicos, y Page, al fin, tuvo que doblegarse.

– Sí, tienes razón.

– Levantó la vista hacia su marido, con unos ojos donde bullían preguntas angustiosas-.

Así que tú prosigues con…

con tu historia, y en su día ya nos sentaremos a parlamentar.

¿Es eso? -Más o menos -contestó Brad, evasivo ante aquella mirada.

– Desde luego, es un pacto muy favorable para ti.

¿Qué he de hacer yo? ¿Ponerme de espaldas? -No sé por dónde navego, Page.

Tendrás que definirte tú -dijo casi inexpresivamente.

No deseaba arriesgar sus relaciones con Stephanie y, al mismo tiempo, parecía aferrarse a su matrimonio, al menos hasta haber dilucidado sus sentimientos.

Con aquel trato salía ganando, y a Page le exasperaba tener que acceder.

Pero ahora mismo no le quedaba otro remedio.

No podía enfrentarse simultáneamente a una separación matrimonial, al accidente de Allie y a las reacciones de Andy, por no mencionar las suyas.

No obstante, cualquiera que fuese su determinación sabía que pensaría de un modo obsesivo en lo que le deparaba el porvenir.

No era nada halagüeño en ninguna de sus facetas.

– Si buscas mi beneplácito, no voy a dártelo -dijo con extrema frialdad-.

No tienes ningún derecho a exigírmelo.

Tampoco has tenido mi permiso hasta ahora, y has hecho lo que te venía en gana.

Pero no esperes que te allane el terreno diciendo que lo apruebo, porque no es así.

Y, antes o después, tendrás que aceptar las consecuencias de tus acciones.

En cierto sentido, Brad tenía mucha suerte de que les absorbieran cuestiones más importantes y pudiese salir airoso sin haber de expiar el daño que había infligido a su matrimonio.

Pero más adelante, fuese cual fuese la evolución de Allie, tendrían que afrontarlo.

Era eso lo que atemorizaba a Brad y deprimía a Page en aquel corredor de la UCI del hospital de Marín.

Clarke miró a su mujer, sin saber qué decirle, y por fin consultó su reloj.

Necesitaba urgentemente un aplazamiento.

Todo aquello le superaba, sus emociones eran apabullantes y la realidad, aterradora.

Sus vidas habían cambiado en un abrir y cerrar de ojos, y todavía no se había reconciliado con tantos sucesos.

– Continuaremos hablando en otra ocasión.

Debo volver a la agencia.

¿Dónde estarás si te necesito? -preguntó Page con frialdad.

Clarke rehuía de Page, de Allie, de un hospital que a ambos desazonaba y, por supuesto, de la confrontación abierta respecto a su ilícita aventura.

Se iba sin más, corría a la oficina para esconderse y a los brazos consoladores de Stephanie.

Casi sin querer, Page se preguntó cómo sería aquella mujer.

¿Cómo que dónde estaré? -replicó él ásperamente-.

Acabo de decirte que en el despacho.

– Sólo quería saberlo por si tienes que salir de improviso.

– Brad entendió la indirecta y su cara enrojeció en un arranque de vergüenza y de cólera-.

Si sales, deja recado en la recepción de la UCI para que pueda localizarte.

– Por supuesto -repuso él con voz gélida.

Page estuvo a punto de preguntarle si iría a casa aquella noche, pero pensó que era mejor no indagar.

No quería escuchar más embustes, ni prolongar la pelea, ni insultarle, ni oír el desdén y el tono defensivo de su voz.

Su conversación la había minado totalmente.

– Te llamaré más tarde -dijo Clarke, y se alejó presuroso hasta desaparecer al final del pasillo.

Page le vio partir y sintió una oleada de sentimientos encontrados: enfado, tristeza, confusión, dolor, rencor, humillación, una rabia suprema, miedo…

y soledad.

Regresó al lado de Allyson.

Luego, a las tres en punto, fue a la escuela primaria de Ross para recoger a Andy.

Le resultó tonificante seguir aquel amago de rutina, estar un rato con su hijo y llevarle en el coche a los sitios habituales.

Pasó toda la tarde con él y a la hora de cenar le dejó en casa de Jane Gilson.

Brad iría a buscarle allí en cuanto saliera del despacho.

– Nos veremos mañana -se despidió del niño, besándole e impregnándose del dulce aroma de su piel, de la suavidad de su cabello y de la ternura con que se abrazó a ella para devolverle el beso-.

Te quiero.

– Y yo a ti, mamá.

Besa a Allie de mi parte.

– Lo haré, cariño mío.

Dio las gracias a Jane Gilson, quien la sermoneó, como había hecho Trygve, para que no se excediera en su vigilia.

– ¿Y qué queréis que haga -se soliviantó-, quedarme en casa viendo la televisión? ¿Con mi hija en esas condiciones, dónde puedo estar más que en el hospital? -Te comprendo, Page, pero debes usar la cabeza.

No adelantarás nada si te agotas inútilmente.

Sin embargo, era tarde para consejos.

El coche de Page vomitó humo por el escape y arrancó raudamente.

Tenía que acompañar a Allyson.

Regresó al hospital hacia las siete y cuarto.

Estuvo con Allie en la UCI mientras pudo y luego salió al pasillo.

Se sentó en una silla rígida y apoyó la cabeza contra la pared, con los ojos cerrados.

Pasó largo rato inmóvil, esperando que la dejasen volver a entrar.

No podía quedarse en la unidad constantemente, pues el personal tenía mucho trabajo y la mayoría de los pacientes estaban demasiado mal para recibir visitas.

– No parece muy confortable -murmuró la voz de Trygve muy cerca de su oído.

Despacio, Page abrió los ojos y sonrió al verle.

Estaba exhausta.

Había tenido un día agotador y Allyson aún no había recobrado el conocimiento.

Nadie esperaba grandes progresos, ni siquiera que despertase, pero los médicos buscaban algún indicio fehaciente de que el cerebro no había muerto y, aun estando en coma, le hacían incesantes pruebas.

¿Cómo te ha ido? -preguntó Thorensen, y se sentó en la silla vecina.

Tampoco él había tenido un día fácil.

Chloe sufría dolores terribles a pesar de la medicación.

– No ha sido nada glorioso.

– Page recordó entonces los mensajes de su contestador.

Para su perplejidad, los compañeros de Allie habían ocupado toda la cinta-.

¿Has recibido tantas llamadas de teléfono como yo? -Probablemente -repuso él sonriente-.

Después de clase incluso se ha presentado un grupo de compañeros en el hospital, pero no les han autorizado a entrar en la U C I.

Creo que algunos han intentado ver también a Allie.

Naturalmente, las enfermeras no lo han permitido.

– Les hará bien cuando estén un poco mejor.

– “Cuando lo estén, si llega ese día…

acaso nunca,”, pensó Page-.

La noticia se ha extendido por el instituto como reguero de pólvora.

A todos les había sobrecogido la muerte de Phillip Chapman.

– Un muchacho me ha contado que hoy se personaron varios periodistas en el instituto para hablar con los alumnos acerca de Phillip, de la clase de chico que era.

Fue la estrella del equipo de natación, sacaba calificaciones espectaculares y era el estudiante perfecto.

Eso da mayor dramatismo a la historia.

Trygve meneó la cabeza meditando, al igual que Page, que sus hijas podrían haberse desnucado tan fácilmente como Phillip.

Aquel día, los periódicos publicaban en grandes titulares un artículo sobre el accidente, con fotografías y semblanzas de los cuatro jóvenes.

Desde luego, la figura predominante había sido Laura Hutchinson y su desolación por el fallecimiento de Phillip Chapman.

Se había negado a conceder entrevistas, pero en la prensa aparecía una encantadora fotografía suya encabezando algunas declaraciones de un secretario del senador.

Este portavoz explicaba que la señora Hutchinson se hallaba demasiado conmovida por la tragedia para hacer ningún comentario.

Como madre, se solidarizaba plenamente con la aflicción de los Chapman y con el suplicio que estaban viviendo los padres de los heridos.

En lo esencial, el artículo la exoneraba de toda responsabilidad y dejaba implícito que, si bien el joven Chapman no iba legalmente ebrio, el grupo de chicos había ingerido alcohol.

La conclusión que extraía el lector era que Phillip había sido el culpable del choque, aunque el columnista no lo decía expresamente.

– Está muy bien escrito -dijo Trygve con cierta reserva-.

No le acusan de embriaguez pero provocan sutilmente esa impresión, a la vez que elogian a la señora Hutchinson como una ciudadana madura y honrada, además de una madre modelo.

¿Cómo iba a ser ella responsable de la muerte de un muchacho y casi de tres más? -Presiento que tú no lo crees.

Page estaba desconcertada, ya no sabía qué pensar.

En el hospital habían comprobado que Phillip no estaba ebrio, y sin embargo el accidente tuvo que ser culpa de alguien…

aunque, bien mirado, tampoco importaba.

Saber quién fue el causante no sacaría a Allyson de la UCI ni soldaría las piernas de Chloe.

No alteraría nada.

Lo único que quizá cambiaría serían los pleitos subsiguientes, pero ahora Page no podía pensar en eso.

Demandar a quienquiera que fuese no ayudaría a las chicas ni devolvería la vida a Phillip.

La sola idea de los litigios la ponía enferma.

Era demoledor.

– No es que no lo crea -respondió Trygve-, sino que conozco las intrigas de los reporteros, las insinuaciones veladas, las patrañas, cómo se curan en salud o cómo tergiversan una historia para que coincida con sus opiniones.

Los informadores políticos son los más recalcitrantes.

Sólo cuentan aquello que se ajusta a su esquema mental, a su punto de vista o el de su periódico, lo cual no es necesariamente verdad.

Es una manipulación destinada a encajar en un marco preconcebido.

En este caso podría estar sucediendo algo parecido.

No hay más que ver la propaganda que han montado los hombres de Hutchinson para salvaguardar a su mujer y promocionar su imagen.

Tal vez el accidente no fue culpa suya, pero podría haberlo sido, así que necesitaban presentarla ante la opinión pública como la Señora Bondadosa e Intachable, Madre y Conductora Ejemplar.

– ¿Piensas que es culpable, Trygve? -Tal vez.

Pero es indudable que tanto pudo ser ella como Phillip.

Hoy he hablado con la policía de tráfico y me han repetido que no tienen pruebas concluyentes, y que las que poseen comprometen por igual a ambos coches.

La única diferencia estriba en que Phillip era un joven, mucho más inexperto que la Hutchinson, y que su juventud le perjudica, porque siempre partimos de la base que los jóvenes son unos locos al volante, lo que a menudo es falso.

Según todos sus amigos, el chico Chapman era muy concienzudo y responsable.

El mismo Jamie Applegate dijo que había tomado media copa de vino y dos tazas de café fuerte.

Alguna que otra vez yo he conducido bastante más cargado.

O sea, que en ocasiones he sido más imprudente que él.

Además, a un chico sano y atlético no puede tumbarle media copita, y menos aún seguida por dos cafés.

Sin embargo, la señora Hutchinson declaró que no había probado alcohol en toda la noche y, dado que es una persona mayor, más cabal, más conocida y respetable, una dama madura con un pasado intachable, Phillip se empieza a perfilar como el autor de la catástrofe.

No es justo.

Eso es lo que me subleva.

A los adolescentes se les cuelga sistemáticamente el sambenito, lo merezcan o no.

Y para la familia Chapman ese comportamiento resulta todavía más cruel.

¿Por qué han de manchar la memoria de su hijo sin saber a ciencia cierta quién tuvo la culpa? "Hace un rato he hablado con Jamie, y ha insistido en que nadie bebió de más y que Phillip no tuvo ninguna distracción.

Al principio incluso yo intenté culparle…

Necesitaba ensa ñarme con alguien, y él, como conductor del Mercedes, era el blanco perfecto.

Pero ahora me guardaría mucho de decir nada en su contra.

Y admito que en el primer momento también habría matado al chico Applegate por conspirar con Chloe, por inducirla a mentir, por meterla en aquel maldito coche.

No obstante, es un joven muy normal.

Su padre me ha telefoneado dos veces.

El pobre Jamie está destrozado.

Se empeña en ver a Chloe, pero a mí me parece un poco pronto.

Le he aconsejado que espere unos días.

¿Permitirás que la visite? Page quedó impresionada por el sentido de la justicia de Thorensen, e intrigada también por sus sospechas respecto a Laura Hutchinson.

Probablemente había sido lo que aparentaba: un desgraciado accidente.

Las recriminaciones estaban fuera de lugar, eran ya muchos los que habían pagado un alto precio por un segundo de distracción, una mirada en la dirección indebida, un ligero movimiento del volante y, como resultado, la tragedia colectiva.

Page no le guardaba inquina a nadie.

Sólo deseaba que Allyson sobreviviera.

Trygve asintió en respuesta a su pregunta sobre Jamie Applegate.

– Dejaré que vea a Chloe si ella lo desea.

Cuando se sienta algo mejor, la consultaré al respecto.

Quizá se niegue a dirigirle la palabra, pero Jamie están tan dolorido que ver a mi hija podría serenarle un poco.

Su padre dice que el muchacho se ha empecinado en que…

– Thorensen calibró la crudeza de las palabras que iba a emplear, y no quiso hundir a Page todavía más-.

En fin, teme que las chicas mueran, y tiene un gran complejo de culpabilidad por haber salido bien librado.

No habla de otra cosa, insiste una y otra vez en que debería haber caído él en lugar de Phillip, en lugar de Chloe y de Allie.

Al parecer, el joven Chapman y él fueron amigos íntimos durante años.

Se encuentra en un estado lastimoso.

– Miró de soslayo a Page, y le preguntó delicadamente-: ¿Asistirás mañana al sepelio de Phillip Chapman? Ella asintió lentamente.

Había tenido reparos, pero ahora estaba convencida de que debía ir.

Era lo mínimo que podía hacer por el matrimonio Chapman.

Habían perdido a su hijo y ella casi había perdido a Allie, pero el nncasi" marcaba un matiz fundamental.

El corazón le dio un vuelco al imaginar su sufrimiento.

– Tiene que ser espantoso para ellos -dijo a media voz.

Trygve asintió.

¿Irás con Brad, o quieres que pase a recogerte? Creo que es por la tarde, así que nuestros hijos pueden acompañarnos.

Será más soportable si no vamos solos.

– A él también le asustaba.

Page suspiró, pensando en el llanto y el horror sin paliativos que presenciarían.

Rezó para no tener que pasar por lo mismo con Allie.

– No sé si Brad irá, pero lo dudo.

– Brad Clarke detestaba los entierros, y Page sabía que, a diferencia de Trygve, no se había mordido la lengua a la hora de achacar a Phillip toda la culpa del accidente.

Siempre había eludido aquellas ceremonias y, en su actual situación, era muy improbable que hiciera el sacrificio por ella-.

Yo no podría sobreponerme a una pérdida tan brutal -masculló, y trató de desecharlo de su mente.

Volvió a mirar a Thorensen con los ojos llorosos-.

Ni siquiera sé cómo abordar esto.

Me siento como si toda mi vida se desmoronase, y sólo han transcurrido dos días.

¿Qué hay que hacer? ¿Cómo aprendes a convivir con algo así sin dejar que tu mundo se derrumbe? Las lágrimas afluyeron mientras hablaba.

Trygve era su amigo, una especie de hermano mayor.

– Supongo que no puedes evitarlo.

Hay que ver cómo se derrumba y luego recoger los pedazos.

– Es posible -dijo Page tristemente, pensando en Brad.

¿Cómo se lo ha tomado Brad? -preguntó Thorensen-.

Debió de ser terrible enterarse en Cleveland.

Por un instante Page estuvo tentada de contarle la verdad, pero le pareció mezquino.

Se limitó a menear la cabeza y guardar silencio.

Finalmente dijo: -Ha reaccionado muy mal.

Está excitado, pusilánime e irascible.

Culpa a Phillip del suceso.

Pero, de algún modo, me lo reprocha también a mí por no haber adivinado los planes de Allie.

No lo ha dicho explícitamente, pero la acusación flota en el ambiente.

– Era un medio como otro de zafarse de su propia culpa.

A Brad Clarke le reconfortaba tener algo que echar en cara a su mujer-.

Lo peor -añadió Page entre sollozoses que no se equivoca.

Yo soy la única culpable.

Si hubiera estado más atenta, si hubiera sido más sagaz y la hubiera sondeado, o no la hubiese creído, esto no habría sucedido.

Lloró con lágrimas de agotamiento y de emoción.

Thorensen le pasó el brazo por el hombro.

– No debes abandonarte a esos pensamientos.

No había motivo para sospechar de nuestras hijas.

Nunca antes habían hecho una travesura semejante, y no podemos ser el eterno sargento.

Confiarnos en ellas, lo cual no es ningún crimen, como tampoco lo fue su pequeño embuste.

Casi todos los chicos de su edad hacen lo mismo.

Lo criminal ha sido el resultado, pero ¿quién podía preverlo? -Brad cree que yo.

– Y Dana me ha achacado a mí lo mismo.

Pero es pura palabrería.

Necesitan descargar su dolor y nosotros somos sus chivos expiatorios.

No te lo tomes muy a pecho.

Brad está trastornado.

No sabe ni qué decir ni contra quién despotricar.

– Seguramente -convino Page, y recordó algunas estadísticas que había leído sobre cómo los accidentes y las muertes infantiles solían destruir a las parejas.

Si había ya una grieta, se abría de par en par.

Por lo visto, la grieta de ellos dos debía de ser tan ancha como el Cañón del Colorado-.

La verdad -dijo al fin tímidamente, con una sinceridad que sorprendió a Trygvees que Brad y yo atravesamos un mal momento.

No sabía por qué se lo contaba, pero tenía que desfogarse con alguien.

Nunca en su vida se había sentido tan sola ni tan desdichada, y no conocía a ninguna otra persona con quien confiarse.

Sabía que tendría que llamar a su madre cualquier día, pero todavía no estaba preparada.

Necesitaba tiempo para adaptarse a la nueva situación antes de localizarla en Nueva York y ponerla en antecedentes.

Era más de lo que ahora mismo podía asumir.

De hecho, todo era excesivo salvo sus estancias en el hospital, las visitas a Allie y las conversaciones con Trygve.

– Brad…

– empezó, pero no encontró palabras.

– No es preciso que me lo expliques, Page.

– Thorensen intentó allanarle el camino-.

No hay nadie que no zozobre ante una cosa así.

Hace sólo un minuto pensaba que mi unión con Dana se habría ido a pique si no estuviera ya rota.

Todavía no podía creer que, después de su llamada, Dana no hubiera regresado de inmediato a Norteamérica.

Le había acusado a él de negligencia, pero ni siquiera se le ocurrió volar hasta San Francisco para ver a su hija.

Sólo expresó el deseo de que se recuperase pronto y pudiera reunirse con ella en Europa durante las vacaciones de verano.

Definitivamente, no era una mujer digna de admiración y menos aún una madre aceptable.

Casi se asombró de haber estado diecinueve años casado con ella.

Algunas veces, cuando reflexionaba sobre el pasado, se sentía como un idiota, pero no era menos cierto que últimamente la había aguantado sólo para evitar el disgusto a sus hijos.

– Nuestro problema no tiene nada que ver con el accidente.

– Page se esforzó en abrirse-.

El azar ha querido que estallara ahora, en medio de todo este drama -dijo lacónicamente, pero quedó patente que sus disidencias conyugales la habían marcado.

“Quizá Brad tiene una amante", pensó Trygve, que era un experto en amoríos ilegítimos y sus efectos sobre el matrimonio.

Pero no acababa de entenderlo.

Clarke no le parecía el clásico marido infiel.

– En plena crisis no pueden formarse juicios.

¿Por qué no? ¿Crees que no sé discernir la realidad? ¿Y si resulta que, en todos estos años, nada ha sido tal y como yo creía? ¿Y si mi vida se ha basado en una mentira? -Ya despejarás esas incógnitas más adelante.

Pero no las analices ahora.

Ninguno de los dos estáis en condiciones de actuar con ecuanimidad.

¿Cómo lo sabes? -preguntó Page.

Tenía mucho en que pensar, y en cierto sentido el hospital era el sitio ideal para ello.

– Tengo una amplia experiencia en relaciones difíciles y apariencias engañosas.

Créeme, sé de lo que hablo.

Y sé tam bién que ahora todo se os ha vuelto del revés.

No podéis exigiros responsabilidades por lo que digáis o hagáis, ni por las reacciones de cada uno.

Fíjate en ti misma, extenuada, debilitada.

– Sí, supongo que tienes razón.

Yo estoy muy desorientada tras dos días sin dormir y sin probar un plato decente.

He vivido con Brad desde los veintitrés años.

Siempre pisé fuerte, creyendo que nuestra unión era perfecta, y de repente me he asomado al abismo.

No sé qué pensar, ni quién es el hombre con el que me casé.

A mi alrededor todo se confunde.

– Y había sucedido en cuestión de días, de horas, de minutos.

Tu hija ha salvado la vida a duras penas.

Estás completamente traumatizada.

¿Quién no lo estaría? Pues bien, recuerda que Brad, yo mismo e incluso nuestros otros hijos nos encontramos en el mismo caso.

¿Te fiarías de tus reflejos, de tus impulsos? ¡Caramba, si no me atrevo ni a comprar en el supermercado! Soy capaz de pedir alpiste para el perro.

Tienes que darte un respiro, Page.

Procura no pensar en nada.

Vive sólo el presente.

– Recuerda lo que te he dicho antes -reiteró Trygve-.

No hagas juicios en medio de una crisis.

– Lo intentaré -prometió ella con voz queda, sorprendida de su predisposición a contarle a Trygve tantos pormenores de su vida.

Pero la deslealtad de Brad la había sacudido visceralmente, y sentía una necesidad apremiante de sincerarse con alguien.

Y Trygve le inspiraba confianza.

No habría podido decir por qué, pero le gustaba de un modo intuitivo.

– Ignoraba que ejercieses de consejero matrimonial -dijo Page con una sonrisa, y él soltó una carcajada.

– Lo triste es que sólo conozco las desdichas.

Si te ocurre algo bueno, no me consultes.

¿Tan nefasta fue tu experiencia? -Peor -se quejó él, aunque con tono de broma-.

Creo que Dana y yo protagonizamos uno de los matrimonios más desgraciados de la historia.

Finalmente he podido rehacerme, gpero me da pánico reincidir.

Prefiero mil veces vivir solo que con una mala esposa.

Ambos se sentían como viejos amigos y Trygve todavía tenía a su vecina abrazada por el hombro.

En las últimas cuarenta y ocho horas la había apoyado como no lo hubiese hecho su mejor amigo.

Incluso Brad le dejó en la estacada.

Thorensen, en cambio, estuvo siempre a su lado.

Y eso era algo que ella jamás olvidaría.

Page recordó lo que había comentado Allyson el sábado por la tarde, que Thorensen nunca salía con mujeres, y se compadeció de él.

Era un hombre atractivo, inteligente y tratable.

– Quizá necesitas algo más de tiempo -le dijo con amabilidad, pero Thorensen rió.

– Sí, unos cuarenta o cincuenta años.

No tengo prisa por reincidir en los mismos errores y arruinar mi vida y la de mis hijos.

Mientras llega ese día, me lo tomo con calma.

Ellos se merecen algo mejor de lo que han tenido, y yo también.

No es fácil encontrar a la persona apropiada.

– A lo mejor, cuando superes tus resquemores te resultará más sencillo -sugirió Page.

– Es probable, pero tampoco me quema la impaciencia.

En casa todos somos felices tal y como estamos.

Para mí es esencial, Page.

Era casi la medianoche.

Habían hablado largo y tendido, con diversos intervalos para entrar en la UCI y verificar el estado de sus hijas respectivas.

Chloe dormía y Allie continuaba inconsciente.

Pero cuando Trygve, muy fatigado, se disponía a volver a casa, apareció el médico residente y le comunicó a Page que Allyson sufría complicaciones.

La inflamación del cerebro que tanto temían había empezado, y Allyson experimentaba una intensa presión en la herida y en el cráneo.

Era la que habían pronosticado, nntercera lesión" y el médico les explicó que existía riesgo de embolia.

Llegó el cirujano jefe e informó que las dificultades de Allyson iban en aumento.

Con la tumefacción le había subido la tensión sanguínea y aminorado el pulso, y el doctor no auguró nada bueno.

Hacia la una, el final parecía inminente.

Thorensen se ofreció a quedarse con Page en el hospital.

Page no podía creer lo que estaba pasando.

Sólo una hora an tes sus constantes permanecían estables…

y dos días atrás su hija era una chica normal.

A veces la vida puede dar un giro de ciento ochenta grados sin previo aviso.

Para cuando se reunieron los demás miembros del equipo médico, Page había hecho varios intentos de hablar con Brad, pero estaba puesto el contestador y no respondió a sus llamadas.

Al fin, desesperada, le rogó a Trygve que telefoneara a Jane Gilson para que fuera a su casa, le despertase y le relevara en el cuidado de Andy.

Trygve volvió del teléfono cabizbajo, y comunicó a Page el mensaje de Jane: Brad no había pasado a recoger a Andy.

El niño dormía tranquilamente en su cama y Jane no tenía la menor idea del paradero de Brad.

Ni siquiera la había llamado.

¿Que no ha llamado? Page se quedó atónita.

¿Cómo podía comportarse así después del discurso que él mismo había hecho? ¿Le importaba más su satisfacción sexual que su propia hija? -Jane dice que no ha tenido noticias suyas.

Lo lamento, Page.

– Trygve apretó cariñosamente su mano y pensó que lo que había sospechado debía de ser verdad.

Brad tenía un idilio, o se estaba emborrachando para ahogar sus penas.

No podía haber escogido momento más inoportuno.

Thorensen lo sintió por Page, que cargaba sola con aquella responsabilidad.

Sin embargo, Thorensen estaba de vuelta de todo.

Era una repetición de lo que había vivido con Dana-.

No te preocupes -la animó mientras esperaban que los médicos terminasen su evaluación-.

Ya dará señales de vida.

Aquí tampoco podría hacer nada, ni Brad ni ninguno de nosotros.

– Pero al menos contribuiría con su presencia, igual que Page, igual que Trygve, tan entregado a Chloe-.

No todo el mundo está capacitado para estos menesteres.

Yo antes sentía náuseas cada vez que escuchaba la palabra “hospital".

– ¿Qué te hizo cambiar? -Mis hijos.

Tuve que esforzarme por ellos, ya que Dana se desentendía.

Brad puede apoyarse en ti con la tranquilidad de que Allyson está en buenas manos.

Sonrió con afabilidad, buscándole a Brad unas excusas que, Page bien lo sabía, no merecía en absoluto.

¿Y quién la respaldaba a ella?, pensó.

Si Trygve no se hubiera quedado a hacerle compañía, habría estado sola.

Supuso que Brad había ido a casa de su amante, pero no sabía dónde vivía.

Volvieron los médicos para informarles.

Allyson se había estabilizado un poco, pero la crisis no había pasado.

Una inflamación cerebral siempre era inquietante, tanto si constituía un indicio de heridas más graves como si era una secuela concreta de la operación del domingo.

El diagnóstico era comprometido y no querían fomentar falsas esperanzas.

Dada la gravedad de la paciente, no había que descartar un desenlace fatal.

¿Cuándo, ahora mismo? -preguntó Page con expresión descompuesta-.

¿Esta noche? ¿Qué habían querido decirle, que estaba a punto de morir? “¡No, Dios mío, por favor!", rezó para sus adentros.

Cuando se lo permitieron, acudió junto a su hija y se sentó calladamente en la cabecera de la cama, donde, con el rostro demudado por el llanto, sujetó su mano como si de esa manera pudiera impedir que se le fuera, que marchase hacia la eternidad pese a todo lo que ya había resistido.

Aquella noche la dejaron quedarse todo el tiempo que quiso, y Page no se movió de la UCI, con la mano de su hija asida fijamente, observándola, orando.

– Te quiero -susurraba de vez en cuando-.

Te quiero, mi pequeña -insistía, con la esperanza de que Allie la oyera.

Al amanecer, la inflamación no había empeorado y la paciente respiraba mecánicamente, conectada a varios tubos.

Aunque no se había detectado una evolución favorable, seguía con vida.

Todo podía cambiar en unos segundos, y el personal de guardia pidió a Page que procurase estar localizable, pero le aseguraron que Allyson se hallaba momentáneamente fuera de peligro y que le habían administrado los sedantes necesarios tras la intervención quirúrgica.

Eran las seis y media de la mañana cuando Page abandonó la unidad, tras besar amorosamente a su niña.

Salió al pasillo con todos los músculos del cuerpo tensos y doloridos.

Quedó boquiabierta al encontrar a Trygve esperándola.

Dormía en una silla pero no se había marchado.

Quiso estar allí, solícito, para la eventualidad de que Allyson muriera y Brad no hubiese telefoneado.

Thorensen consideraba a Clarke un condenado imbécil, aunque nunca se atrevería a decírselo a Page.

Se alegró casi tanto como ella de que Allie hubiera aguantado una noche más.

– Ven, te llevaré a casa.

Puedes dejar tu coche en el aparcamiento.

Yo mismo te traeré más tarde.

– Puedo coger un taxi -comentó Page agradecida.

Pero estaba demasiado exhausta para caminar, así que siguió a Thorensen hasta su coche, aliviada porque Allyson había vencido un nuevo escollo.

nniSi conservara la vida!", suspiró mientras se acomodaba en el asiento delantero del automóvil.

Si ella lograba contagiarle su voluntad…

– Has sido muy valiente -dijo Trygve, inclinándose hacia ella y besándola en la mejilla.

Luego le dio un suave apretón en los hombros a la vez que encendía el motor.

– ¡He pasado tanto miedo, Trygve! De buena gana habría corrido a esconderme -admitió ella.

Aquella noche había sido peor de lo que nunca habría soñado, peor que la pesadilla más dantesca.

– Pero no lo has hecho.

Y Allyson consiguió superarlo.

Debes avanzar paso a paso -le aconsejó Trygve, atento a la conducción.

Al llegar a casa de Page la miró y comprobó que dormía profundamente.

Le supo mal tener que despertarla.

La zarandeó sin brusquedad, ella respingó, abrió los ojos y le dedicó una sonrisa soñolienta.

– Gracias por ser tan buen amigo.

– Me habría gustado iniciar esta amistad en otras circunstancias -dijo Thorensen-, en un campeonato de natación o en la presentación de tu mural.

¿Aún quieres ir al entierro de Phillip? -añadió, acordándose de pronto.

Ella asintió.

Estaba ya segura de que no podía contar con Brad.

– Te recogeré a las dos y cuarto.

Entretanto, concéntrate en dormir.

Lo necesitas como el aire que respiras.

– Haré todo lo posible.

Tocó la mano de Trygve a modo de despedida y se apeó.

él aguardó hasta que ella hubo abierto la puerta.

A las siete de la mañana, no había nadie en casa.

En cuanto Trygve Thorensen se hubo alejado, Page cerró suavemente la puerta, meditando qué le diría a Brad cuando le viese.

Al parecer no les quedaba nada por decir, excepto adiós.

¿o ya no hacía falta?

Загрузка...