Allyson apretó el paso mientras avanzaba por la acera; llevaba ya cinco minutos de retraso sobre la hora convenida.
La casa de Chloe estaba tan sólo a tres manzanas de la suya, pero hoy ni siquiera tendría que ir hasta allí.
Las dos jóvenes se habían citado en la esquina de Shady Lane y Lagunitas, a medio camino de sus respectivos hogares, aunque un poco más cerca del de su amiga.
Chloe aguardaba ya cuando llegó Allie, jadeante y un poco congestionada con su invernal suéter de cachemira.
, -¡Qué maravilla! -alabó la prenda la chica Thorensen-.
¡Es de tu madre? Ella no tenía ya el rico filón del armario materno donde ampliar su vestuario, y el jersey negro que llevaba lo había pedido prestado a la hermana mayor de una compañera de clase! (más concretamente, su amiga se lo había robado a la hermana, y advirtió a Chloe que las mataría a las dos si no se lo devolvía el domingo por la mañana).
Era un suéter de cuello cisne, y lo había combinado con una minifalda de cuero negro perteneciente a otra amiga y con unas medias negras que su madre había dejado olvidadas en un cajón cuando se fue a Inglaterra.
! -Estás alucinante -dijo Allyson, impresionada por el sofisticado atuendo.
Pensó con preocupación que, al lado de Chloe, ella parecía unA cándida heroína de cómic.
De todos modos, sus estilos eran distintos.
El jersey y la falda negros realzaban el reluciente cabello azabache de Chloe, en vivo contraste con su tez sonrosada.
Era una chica muy bonita y allí, erguida junto a Allyson, tenía el porte indiscutible de una bailarina.
Había estudiado danza once años, y se le notaba en cualquier movimiento.
El próximo otoño esperaba ingresar en la escuela ofi cial de baile de San Francisco, donde acababan de aceptarla tras una serie de agotadoras audiciones.
Al mirarla, Allie empezó a impacientarse, no tanto por su belleza como porque Chloe consultaba su reloj una vez y otra, escudriñando la calle con nerviosismo.
– ¡Basta, por favor! Me estás sacando de quicio.
Quizá hicimos mal en aceptar -dijo Allyson, al borde del llanto y con un súbito remordimiento.
– ¿Cómo puedes decir esa insensatez? -se horrorizó Chloe-.
¡Son los dos chicos más guapos del colegio! Y Phillip Chapman tiene un pie en la universidad.
Phillip, estudiante aventajado, sería la pareja de Allyson, y Jamie Applegate era el chico con quien Chloe había soñado desde el primer año de colegio.
Ahora estaba en tercer curso de instituto, y ambos muchachos pertenecían al equipo de natación.
Jamie fue el instigador de la cita, y Chloe quien la organizó.
Había recurrido inmediatamente a Allyson, y ella le dijo que su madre nunca le daría permiso para salir con un preuniversitario.
De momento sólo había hecho algunos tímidos pinitos, generalmente para ir al cine con chicos que conocía de toda la vida o en grupos más numerosos, y aun así sus padres siempre la acompañaban e iban a buscar.
Ninguno de sus compañeros de segundo de instituto se había sacado todavía carnet de conducir, y en estas cuestiones el transporte era fundamental.
Naturalmente había asistido a fiestas, y antes de Navidad había tenido una pareja fija durante varias semanas, pero para Nochevieja ya estaban los dos más que hartos.
Nunca había acudido a una cita auténtica con un hombre de verdad que la recogiera en un coche de adulto y la llevara a cenar por todo lo alto.
Nunca, hasta hoy.
Aquella noche era muy real, quizá demasiado.
Tras deliberar largamente con Allyson y sus otras amigas, Chloe decidió que su padre no la dejaría salir con Jamie Applegate, y menos aún en un automóvil conducido por él.
Sabía cuál sería el principal argumento de Thorensen: que apenas le conocía.
Tal vez si Jamie les frecuentaba, si cenaba en su casa un par de veces o les hacía algunas visitas informales, nnpapá Trygve" cambiaría de actitud.
Pero sería demasiado tarde y Chloe no podría aprovechar aquella oportunidad única en la vida, que debía cazarse al vuelo, pues no habría una segunda ocasión.
Carpe diem, hoy es tu día, dice un antiguo refrán.
Y actuó en consecuencia.
Convenció a Allyson de que no había más remedio que engañar a sus padres.
Sería sólo por esta vez.
Una inocente mentira no perjudicaba a nadie, y si después del primer encuentro continuaban gustándoles los chicos, si querían volver a salir con ellos, plantearían el asunto en casa con toda claridad.
Lo de hoy no era más que una prueba.
Al principio Allie albergaba ciertos reparos, pero Phillip Chapman era tan fantástico, tan apabullante en su físico y su veteranía, que ella no pudo resistirse.
Chloe tenía razón.
Tras interminables conversaciones telefónicas y parlamentos secretos en la escuela, aceptaron la proposición y acordaron encontrarse en la esquina de Lagunitas.
– ¿Así que no te dejan salir con tíos? -se burló Jamie cuando Chloe le indicó el lugar donde les esperarían.
– ¡Claro que sí! Pero no quiero que mis hermanos mayores te importunen en caso de que no les caigas bien -improvisó una excusa.
Jamie anotó la dirección y prometió avisar a Phillip Chapman, que tenía coche y podía llevarles a cenar a Luigi's.
– ¿Pagaremos a escote? -preguntó Chloe un poco aturullada.
Aquello suponía un nuevo problema.
Había gastado toda su asignación en comprarse unos zapatos de precio astronómico.
Además, aun estando en bancarrota había prestado cinco dólares a Penny Morris.
Pero Jamie se rió de su pregunta.
Era un pelirrojo de cabello abundante y ancha sonrisa, y Chloe estaba fascinada por él.
– No seas idiota.
Invitamos nosotros.
Ese era el quid.
Tenían una verdadera cita con dos estudiantes veteranos y atractivos.
Era tan emocionante que pasaron toda la semana cuchicheando como dos bobas.
Esperaban con ansiedad su gran noche.
Ahora, al fin, había llegádo.
Pero los chicos no aparecían, y Allyson empezó a preguntarse si no sería una broma pesada y les habían dado plantón.
– Puede que no vengan -aventuró, entre molesta y aliviada-.
Quizá nos han tomado el pelo.
¿Por qué querría salir conmigo un tío como Phillip Chapman? Tiene diecisiete años, casi dieciocho, dejará el instituto dentro de dos meses y es el capitán del equipo de natación.
– Eso es una memez -replicó Chloe con vehemencia, aunque también sospechaba que los chicos habían jugado con ellas y no se presentarían-.
Eres una monada, Allie.
Phillip tiene mucha suerte de que hayas accedido a ser su pareja.
– Puede que él no comparta tu opinión.
Sin embargo, no había concluido la frase cuando un viejo Mercedes dobló la esquina y se detuvo limpiamente delante de las dos jóvenes.
Phillip iba al volante y Jamie en el asiento trasero.
Vestían americanas informales y pantalones holgados, ambos llevaban corbata.
A Allyson y Chloe les parecieron la suprema gallardía.
Phillip las miró en silencio y dedicó una sonrisa a Allyson.
– Hola.
Perdonad el retraso.
Hemos tenido que repostar y no encontraba ninguna gasolinera donde hubiera gasoil.
– Jamie había abierto la portezuela del asiento posterior para que entrase Chloe, y quedó deslumbrado por su reluciente melena, sus grandes ojos azules y la escueta falda de cuero.
Piropeó sin rodeos a la chica.
Allie montó también en el automóvil y Phillip saludó a Chloe.
Formaban un grupo muy atractivo y, tan atildados, todos aparentaban haber cumplido los dieciocho años-.
Abrochaos los cinturones -ordenó Phillip al arrancar rumbo a Luigi's, con una voz de adulto que a todos les hizo sentir importantes.
Miró a Allyson, sentada a su lado, y le habló con tono meloso, mientras sus dos amigos cotorreaban en la parte de atrás como si cenaran juntos todos los sábados desde tiempo inmemorial y no hubieran pasado ni un instante de azoramiento.
– Estás guapísima -dijo Chapman-.
Me alegro mucho de que hayas podido escaparte.
– Yo también.
– Allyson se sonrojó y esbozó una risita, deseando no estar tan nerviosa.
– ¿Qué es lo que fastidia tanto a tus padres, nosotros o el coche? -preguntó Phillip.
Por un momento, Allyson estuvo tentada de fingir que no había ningún problema, pero enseguida se decantó por la franqueza.
Decidió que lo mejor era ser natural con él, pues parecía una persona de fiar, y además le gustaba.
Se encogió de hombros, sonrió tímidamente y contestó: -Probablemente ambos.
No se lo he preguntado.
Nunca quieren que salga con extraños, y menos aún si van motorizados.
Es una regla tácita, pero se salen de sus casillas siempre que intento abordar el tema.
– No les falta razón.
Pero yo soy un conductor prudente.
Mi padre me enseñó a conducir a los nueve años.
– Phillip lanzó una fugaz mirada a su acompañante, con una sonrisa dibujada en el rostro-.
Un día de éstos podría pasar a buscarte por casa, y así me los presentas.
Tal vez me los ganaría.
“O tal vez no", pensó Allie.
Todo dependería de cómo se tomasen sus padres que saliera con un chico que le llevaba casi tres años.
Claro que también podía caerles bien.
Era imposible predecir su reacción.
Desde luego, Phillip Chapman era educado, abierto y afable.
No tenía aspecto de gamberro.
– Me encantará que lo hagas -dijo dulcemente, sorprendida de su ánimo de allanarle el terreno y aclarar la situación con su familia.
– Y a mí me encantará hacerlo.
El resto del trayecto charlaron animadamente, y Chloe, en el asiento de atrás, rió sin parar.
Jamie le contó algunos chismorreos maliciosos del equipo de natación, embustes en su mayoría según Phillip, que era mucho más serio pero también una excelente compañía.
Para cuando llegaron a Luigi's y eligieron el menú, Allyson estaba convencida de que el muchacho le interesaba.
Le sorprendió que pidiera vino para Jamie y para él, con la promesa de compartirlo entre los cuatro.
Llevaban tarjetas de identidad falsas, pero el camarero ni siquiera las pidió, limitándose a serviles dos copas de tinto de la casa y a ponerse simbólicamente de espaldas en el momento en que las chicas lo probaron.
El hombre tampoco pestañeó cuando, a media cena, Phillip ordenó una segunda ronda.
No obstante, Allyson advirtió que después del postre Phillip se tomaba una taza de café solo y muy concentrado.
¿Eres un bebedor asiduo? -preguntó la joven con ingenuidad.
Sus padres sólo le permitían beber unos sorbos de champán en Navidad.
Había probado la cerveza en un par de ocasiones, pero su sabor le repugnaba.
Y, en cuanto al vino, aunque resultó excitante tomarlo esa noche, tampoco le supo demasiado bien.
– No, en absoluto -respondió Phillip-.
Pero me apetece tomar una copa cuando lo paso bien.
La bebo en casa, con mis padres, y no les importa que lo haga también en las fiestas familiares.
Pero sí les habría importado, y mucho, que se lo procurara valiéndose de un carnet falso, para otro menor y con la intención de conducir después de beberlo.
Y Phillip lo sabía.
Pero la presencia de aquellas chicas tan monas le envalentonaba.
– ¿No te afecta el alcohol para la conducción? -insistió Allie con inquietud.
– No -negó él-.
Nunca me he achispado.
No me atrevería a tomar más de dos copas, y además he bebido un café bien cargado.
– Me he dado cuenta.
Y celebro que lo hayas hecho.
Allie quería ser franca con él.
Tenía un porte imponente y una madurez superior a su edad, pero a ella le resultaba fácil hablarle abiertamente, y a Phillip parecía gustarle.
¿Estabas preocupada? -Un poco.
– Pues olvida tus temores.
Phillip sonrió y extendió la mano sobre la de ella, posada en la mesa.
Se miraron a los ojos, pero enseguida apartaron la vista.
Para Allyson todo aquello era abrumador.
Observaron a Jamie y Chloe, que parloteaban sobre el ingreso de ésta a la escuela de danza de San Francisco.
Jamie le decía cuánto le había entusiasmado su baile con una representación escolar a la que asistió con su hermana.
– ¡Gracias! -exclamó Chloe, exultante.
Estaba loca por Jamie y su aprobación significaba mucho para ella-.
cAsí que te ustó el número? -El número no -puntualizó él-.
Fue aburridísimo.
Pero a ti te encontré fenomenal, y mi hermana también.
– Solía bailar con ella antes de que lo dejara.
– Lo sé.
Ella era una calamidad, pero siempre ha dicho que tú tienes estilo.
– Quizá sí.
Una misma no puede juzgarse.
Unas veces me pesa el trabajo, y otras me entrego con pasión.
– A los nadadores nos pasa lo mismo -comentó Phillip, antes de proponer que fuesen al centro a tomar un cappuccino -.
Podríamos aparcar en Union Street, dar una vuelta y meternos en alguna cafetería.
¿Qué os parece? -Es una buena idea -repuso Jamie.
– Una idea buenísima -terció Chloe.
Por un instante, Allyson sintió una oleada de resquemor.
En casa no sabían una palabra.
Pero, a fin de cuentas, no harían daño a nadie.
En Union Street no pasaba nada extraño, y un café no era exactamente un alucinógeno.
– Estoy de acuerdo, a condición de que me dejéis en casa antes de las once y media -dino, e mtento despreocuparse.
– Entonces, vamos allá.
Phillip dejó una propina sustanciosa y volvieron al automóvil, estacionado delante de Luigi's.
Chapman explicó al grupo que aquél era el coche de su madre.
Por lo general le hacían conducir un destartalado utilitario, pero tenía un aspecto tan innoble que había requisado el Mercedes, otro vejestorio de quince años, aprovechando que sus padres habían ido a pasar el fin de semana a Pebble Beach.
Atravesaron el puente Golden Gate, pagaron el peaje y se dirigieron al este por Lombard Street, y al sur por Filmore, en dirección de Union.
Tras un buen rato de búsqueda encontraron un aparcamiento y pudieron pasear al fin entre tiendas y restaurantes.
Era un sábado muy concurrido, hacía una noche espléndida y era un placer estar allí.
Allyson se sintió toda una mujer paseando por las calles con el brazo de Phillip alrededor de su hombro.
Era alto, subyugador, y le contó todos sus proyectos estu diantiles.
Acababan de aceptarle en la UCLA y esperaba con gran ilusión el mes de septiembre.
Al principio se había empeñado en ir a Yale, pero sus padres le disuadieron de estudiar en el otro extremo del país.
Eran ya mayores, y él su único hijo, así que preferían tenerle un poco más cerca.
Phillip dijo que la U C LA era una buena universidad y sugirió a Allyson que fuese a visitarle en el otoño, después de instalarse.
A ella, la idea la encandiló.
Sin embargo, no imaginaba cómo iba a explicarlo en casa.
Se rió al pensarlo, y Chapman lo entendió.
– Para ser la primera noche, temo que me estoy precipitando.
¿Te apetece un café? Phillip se mostró comprensivo en muchas otras cuestiones y, sentados en la terraza de un café, saboreando sus cappuccinos, Allie supo que había empezado a calar hondo en sus sentimientos.
En cierto momento se inclinó sobre la mesa para susurrarle algo, y sus labios casi se tocaron.
La presencia de Chloe y Jamie apenas se notaba, enfrascados como estaban en su propia conversación.
En la cafetería no tomaron bebidas alcohólicas, y emprendieron el regreso a las once menos cinco.
Caminaron lentamente hacia el coche, porque sabían que a esa hora ya tardía no tendrían problemas en llegar antes de que sonara el toque de queda de Allyson.
– Lo he pasado muy bien -le dijo tiernamente a Phillip mientras se ajustaba el cinturón.
– También yo.
él sonrió, pero parecía tan mayor que Allie barruntó si la citaría para otro día o sólo trataba de ser amable.
Era difícil adivinarlo, y lamentó no conocerle mejor.
El Mercedes recorrió despacio y con suavidad Lombard Street, camino del Golden Gate.
Hacía una noche mágica.
Parecía que todas las estrellas del cielo destellaban al mismo tiempo.
La luna reverberaba en las aguas, y las luces de la bahía brillaban de un modo especial.
La brisa era tibia y acariciadora como nunca lo es en San Francisco, y la niebla nocturna se había evaporado.
Se desplegaba ante ellos el panorama más romántico que Allyson había visto jamás, o al menos que recordase.
– ¡Es maravilloso! -susurró al enfilar el puente.
En el asiento trasero se oyeron risas.
– ¿Os habéis abrochado los cinturones? -preguntó Phillip, serio una vez más, pero Jamie le mandó a paseo.
– Ocúpate de tus asuntos, Phillip Chapman.
– Si no os los ponéis, en cuanto hayamos pasado el puente pienso pararme en el arcén.
Por favor, hacedme caso.
No se oyó el chasquido de ningún cierre metálico.
De hecho, lo que se produjo fue un significativo silencio, y Allyson no quiso girar la cabeza para mirarles.
Con una sonrisa tensa, miró a Phillip.
– ¿Qué harás mañana por la noche, Allyson? -preguntó entonces.
– No lo sé…
Verás, es que los domingos no me dan permiso para salir.
Quería ser completamente sincera con Phillip.
No era una estudiante de preuniversitario, sino una adolescente de quince años que vivía conforme a ciertas normas, le gustasen o no.
Había disfrutado cada segundo de aquella noche, pero le incomodaba tener que escabullirse de casa y hacer algo prohibido.
Le encantaba la perspectiva de que él conociera a su familia, pero no volvería a mentir para poder verle, al margen de las decisiones que tomara Chloe respecto a su Jamie.
A Phillip no pareció contrariarle mucho la negativa.
Sabía la edad de Allie, pero ella demostraba una madurez inusual y además era un auténtico bombón.
Había disfrutado de su compañía, y estaba dispuesto a someterse a ciertas reglas para consolidar su amistad.
– Mañana por la tarde tengo entrenamiento.
A lo mejor podría pasar luego por tu casa, si no te importa, y quedarme un rato, saludar a tus padres…
¿te parece bien? -¡Magnífico! -exclamó ella con entusiasmo-.
¿De verdad no te molesta? -Phillip meneó la cabeza y le dedicó una mirada que la derritió por dentro-.
He pensado que tal vez…
Bueno, para ti todo esto debe de ser más fastidioso que un dolor de muelas.
– Sabía a qué me exponía cuando te pedí que saliéramos.
Me extrañó que tus padres no exigieran conocerme, y enton ces supuse que les habías engañado.
Pero no podemos vivir así siempre.
– No -convino Allyson, tranquilizada por su actitud-, no podemos.
Yo, al menos, soy incapaz.
Si se enterasen de esta aventura me matarían.
– Y mi madre me asesinará cuando averigüe que le he robado el coche, si es que llega a saberlo.
Phillip Chapman hizo una mueca de picardía que dio a su rostro una expresión aniñada.
Ambos rieron.
Habían hecho una golfería y lo sabían, pero en el fondo eran buenos chicos.
No pretendían perjudicar a nadie, fue todo un juego presidido por el buen humor y sus ganas de vivir.
Habían atravesado ya más de medio puente.
Jamie y Chloe se arrullaban en el asiento de atrás, con murmullos salpicados por lapsos de silencio.
Phillip acercó a Allyson hacia sí tanto como se lo permitía el estrecho cinturón.
Ella se lo había aflojado, e incluso hizo ademán de soltarlo, pero él no lo consintió.
Apartó los ojos de la carretera una fracción de segundo, dirigió a la muchacha una mirada fija, penetrante, y entonces, al centrar de nuevo su atención en la calzada, lo vio.
Demasiado tarde.
No divisó sino un fuerte resplandor, un relámpago de luz que se precipitaba sobre ellos y estallaba casi en sus rostros.
Allyson estaba mirando a Phillip cuando se produjo el choque, y los de atrás ni siquiera vieron nada.
Al zigzag luminoso le sucedió un retumbo de trueno, un estrépito de metal y una explosión de cristales que se expandió por todas partes.
Fue el fin del mundo en un instante, aquel en que ambos coches chocaron, se incrustaron uno en otro y empezaron a girar vertiginosamente como dos toros enloquecidos mientras alrededor otros vehículos viraban con brusquedad para esquivarles, sonaban cláxones, chirriaban frenos, estallaba un último fragor y, de repente, volvía la calma.
Ambos coches quedaron convertidos en un amasijo de cristales rotos y hierros retorcidos.
Se oyó un grito en la noche, más cláxones en la distancia, y por fin el eco chillón y quejumbroso de una sirena.
Remisos al principio y luego cada vez más impulsivos, los ocupantes de los otros coches se apearon y echaron a correr hacia aquellas informes carrocerías que habían quedado empotradas, unidas en la muerte, congeladas en un rictus de terror como una compacta bola de acero, una masa letal.
La gente acudió mientras el ruidoso lamento de las sirenas se aproximaba.
Era impensable que alguien hubiese sobrevivido.