CAPITULO X

Page pasó la mayor parte del domingo en el hospital, tras dejar a Andy en casa de un compañero de clase.

Brad había llamado por la mañana para decirle que no tendría tiempo de verle.

Superada la decepción inicial, Andy estuvo encantado de ir a jugar con su amigo.

Trygve se reunió con Page en la sala de espera de la UCI y le llevó bocadillos y galletas.

Chloe tenía la habitación llena de amigos y se sentía eufórica de poder verlos, e incluso ello parecía influir positivamente en su recuperación.

– Por cierto, ayer Bjorn se divirtió muchísimo -comentó Trygve mientras compartía un bocado con Page.

Era obvio que se alegraba de verla, pero ella se convenció de que su ilusión de la víspera había sido sólo eso, una ilusión.

Thorensen no se mostraba romántico, sino sólo cordial.

– Andy también.

No deja de mencionar lo bien que lo pasó.

Le habría gustado devolverle la invitación a tu hijo, pero ha tenido que ir a casa de un amigo.

Brad le ha telefoneado para anular su visita de hoy.

– De todas formas, Bjorn tenía que hacer los deberes de la escuela.

¿Cómo ha reaccionado Andy a la llamada de su padre? -No ha dado saltos de júbilo, pero se ha resignado.

Conversaron durante un rato y luego Trygve regresó a la habitación de Chloe.

Page, antes de volver a casa, recogió a Andy y pararon a tomar un helado.

En un mundo donde todo se había trastocado de la noche a la mañana, los rituales más intrascendentes les brindaban solaz.

Ambos se sorprendieron cuando Brad llegó a casa poco después que ellos, y anunció que se quedaría a cenar.

Preguntó por Allie y Page le dijo la verdad: seguía con vida pero no se detectaba ninguna mejoría.

Los tres se instalaron en la cocina.

Después de la cena, Page vio que su marido hacía la maleta.

¿Te marchas? -inquirió sin aspavientos, como si ya lo esperase, lo cual entristeció a ambos.

Habían tocado fondo en sólo ocho días.

– Voy a Chicago por negocios.

Brad no dijo que Stephanie le acompañaría.

Esta vez había insistido en estar con él.

– ¿Cuándo? -preguntó Page, preparada para todo.

Esta noche.

¿Y abandonas a Allie? ¿ Qué haría si su hija volvía a recaer? ¿Podría vivir Brad con el remordimiento? Page sabía la respuesta antes de que él la dijera.

– No tengo otro remedio.

Debo cerrar un trato importante.

Ella no pudo contenerse.

– ¿Es un trato real, o como el de Cleveland? -No empecemos, Page -replicó Brad ásperamente-.

Te lo digo en serio.

– Y yo también.

– No confiaba en él, aunque lo que pudiera hacer no era ya de su incumbencia.

– Te recuerdo que todavía tengo un trabajo.

Aparte de mi situación personal, me debo a él.

Y ese trabajo me obliga a desplazarme a otras ciudades.

– Lo sé -repuso Page, y salió de la habitación.

Antes de irse, Brad dio un beso de despedida a Andy, y dejó anotado el número de teléfono del hotel en el bloc de la cocina.

Estaría fuera tres días.

A Page no le importaba.

Su ausencia aliviaría la tirantez que había entre ellos.

– Volveré el miércoles -le dijo Clarke al partir.

No dijo nada más, ni un “te quiero", ni siquiera nnadiós".

Tan sólo cerró la puerta y se marchó calle abajo.

Tenía el tiempo justo para recoger a Stephanie camino del aeropuerto.

– ¿Estáis enfadados papá y tú? -preguntó Andy.

Había advertido el tono de voz de sus padres y se sentía frenético.

Incluso se había tapado las orejas con la almohada para no oírles en caso de que empezaran a gritar.

– -No, no lo estamos -contestó Page, pero sus ojos la contradijeron.

Tras la marcha de Brad se puso a leer, intentando no pensar en todos los cambios que habían vivido.

Eran demasiados.

Al fin apagó la luz y se metió en la cama, no sin antes llamar al hospital para saber cómo seguía Allie.

A la mañana siguiente, una vez hubo dejado a Andy en la escuela, fue a ver a su hija con el propósito de quedarse todo el día en la UCI.

Frances, la enfermera jefe, la dejó pasar las horas muertas a la cabecera de Allie.

Para Page se estaba convirtiendo en una rutina.

No tenía otra vida, otra ocupación ni otros intereses que atender a salto de mata las necesidades de Andy, montar guardia en el hospital y reñir con Brad.

Era increíblemente claustrofóbico.

Permaneció allí, sentada y entumecida, observando cómo las máquinas respiraban por Allyson.

Le habían quitado el vendaje de los ojos.

Hubo un instante, el tiempo de una exhalación, en el que creyó advertir un leve pestañeo, pero tras observar larga y atentamente a su hija llegó a la conclusión de que lo había imaginado.

Algunas veces las personas veían aquello que deseaban, pero sólo sucedía en sus mentes, como un espejismo.

Se reclinó en el incómodo respaldo de la silla y cerró los ojos.

Se hallaba aún en esta postura cuando apareció Frances.

Page esperaba a la fisioterapeuta que se encargaba de mover las extremidades de Allie.

Era esencial realizar aquel ejercicio, pues de lo contrario podían atrofiarse los músculos o producirse un anquilosamiento en las articulaciones que dificultaría la recuperación.

Incluso con una paciente en coma, había mucho que hacer.

¿Señora Clarke? ¿Sí? -dijo Page, dando un respingo.

– Hay una llamada para usted.

Puede responder en el mostrador de recepción.

– Gracias.

Probablemente era Brad, que se interesaba por su hija desde Chicago.

Era la única persona que sabía dónde localizarla, excepto Jane, y ella no tenía motivos para telefonearla.

Andy estaba en clase.

Sin embargo, la llamada era de la escuela primaria de Ross.

Se disculparon por molestarla y añadieron que se trataba de una urgencia, que su hijo había tenido un percance.

¿Mi hijo? -dijo Page atónita, como si Andy nunca hubiera existido.

Parecía a punto de sufrir un colapso-.

¿Qué ha pasado? -preguntó, paralizada por el pánico.

– Lo siento, señora Clarke.

– Le hablaba la secretaria de dirección, a la que Page apenas conocía-.

Ha habido un accidente.

Se ha caído de las barras de gimnasia.

“¡Oh, Dios! Andy ha muerto." Se había partido la columna, seguro, o lesionado el cerebro.

Page se echó a llorar.

¿Acaso no comprendían que no podía pasar nuevamente por todo aquello? -¿Qué ha ocurrido? -preguntó con voz casi inaudible.

Una de las enfermeras observó su rostro y vio que se volvía ceniciento a medida que escuchaba.

– Creemos que se ha fracturado la clavícula.

Ahora mismo le están trasladando al hospital de Marín.

Si baja a la sala de urgencias, podrá recibirle allí.

– Sí, claro…

– Page colgó sin despedirse y miró, despavorida, en todas direcciones-.

Mi niño…

mi hijito…

ha tenido un accidente.

– Cálmese, por favor.

No será nada grave.

– Frances tomó las riendas de la situación.

Sentó a Page en una silla y le ofreció un vaso de agua-.

Procure mantener la serenidad, Page.

Su hijo se pondrá bien.

¿Adónde le han llevado? -Está aquí, en urgencias.

– Yo la acompañaré -dijo la enfermera jefe.

Impartió algunas instrucciones y acompañó a Page hasta urgencias.

Page estaba pálida y al entrar en la sala temblaba ostensiblemente.

Pero Andy todavía no había ingresado.

Frances la dejó al cuidado del personal de urgencias y regresó a sus quehaceres.

Page se dirigió a un teléfono público.

Sabía que era una estupidez, pero, por una vez en su vida, no podía apañarse sola.

Necesitaba a Trygve.

Respondió al segundo timbrazo, con voz ausente.

Segura mente estaba escribiendo.

Page sabía que tenía pendiente un artículo para The Neze› Republic.

¿Diga? -preguntó Trygve.

– Perdón, pero tenía que llamarte.

Ha habido un accidente en la escuela.

Al principio Thorensen no la reconoció y pensó que telefoneaban del colegio de Bjorn.

Por fin, supo quién era.

– Page.

¿Qué ocurre? -inquirió, alarmado por su tono de angustia.

– No lo sé.

– Page sollozaba y apenas podía hilvanar las frases-.

Es Andy…

me han llamado de la escuela…

está herido…

se ha caído de las barras…

– Su llanto recrudeció, temiendo lo peor.

Trygve se levantó raudamente de su asiento.

– Voy enseguida.

¿Dónde estás? -En la sala de urgencias del hospital.

Era un lugar familiar para ambos, y Thorensen hizo el trayecto a toda velocidad.

Estacionó el coche en el momento en que un profesor bajaba a Andy de su coche particular.

Corrió al encuentro del niño.

Estaba asustado, pálido y con la cara contraída por el dolor, pero no había perdido el conocimiento ni se apreciaba un peligro aparente.

¿Qué haces tú aquí, jovencito? Este sitio es para los enfermos y yo te veo muy saludable.

Trygve examinó al pequeño con la mirada.

– Me duele el brazo…

y también la espalda.

Me caí de las barras de gimnasia -dijo Andy con voz débil mientras Trygve le abría la puerta al profesor, que debía de ser el de educación física a juzgar por las zapatillas de tenis y el silbato que colgaba de su cuello.

Parecía muy preocupado.

– Mamá te espera dentro -le tranquilizó Thorensen con una sonrisa cariñosa.

Les siguió al interior y enseguida divisó a Page.

Tenía un aspecto deplorable y experimentaba espasmos nerviosos.

Rompió a llorar en cuanto les vio.

Se diría que todo el coraje que había acopiado con Allie la había abandonado de pronto.

Trygve la sujetó por el hombro y la atrajo hacia él, en un intento de mitigar sus temblores, mientras el profesor llevaba al pequeño hasta la sala de reconocimiento, donde les aguardaba la enfermera encargada de verificar las constantes vitales y evaluar su estado.

Era una mujer alegre y guapa.

Palpó la zona dolorida y comprobó que Andy se había fracturado el brazo y dislocado el hombro.

Luego exploró sus córneas y descartó una posible lesión cerebral.

– ¡Pero bueno! -bromeó Trygve-.

Eres tan calamitoso como Chloe.

Ella no puede andar, y tu vas y te rompes el brazo.

¡ Qué par de ineptos! Tendré que mandaros a Bjorn para que ponga un poco de orden.

– Hizo una mueca divertida.

Andy intentó sonreír entre las lágrimas, pero el brazo le dolía mucho.

Le sentaron en una silla de ruedas y le llevaron a radiología.

Thorensen no se separó de Page ni un instante.

– No es nada serio, Page.

Tienes que tranquilizarte -la confortó durante la sesión de rayos X.

– No sé qué me ha pasado -dijo ella, aún temblorosa y con expresión demudada-.

Me he dejado dominar por el pánico.

Siento de veras haberte llamado.

Había sido su primer impulso al enterarse de la noticia.

Sintió la urgente necesidad de tener a Trygve a su lado, igual que durante los días infernales en que Allie se agravó, y también después.

Era a Thorensen a quien quería, no a Brad, y ella misma se asombró al darse cuenta.

Sabía que con Trygve podía contar y, además, él había acudido encantado.

– Yo no lo siento en absoluto.

Lo lamento sólo por el pobre Andy, pero estoy seguro de que no será nada.

El profesor de gimnasia ya había vuelto a la escuela, así que Trygve acompañó a Andy y sostuvo su mano cuando le escayolaron el brazo.

Luego le encajaron la articulación del hombro, una operación muy dolorosa, le pusieron la extremidad en cabestrillo y le inyectaron un analgésico.

Le recomendaron que guardase un día de cama, tras lo cual debía sentirse como nuevo.

Le quitarían el yeso al cabo de seis semanas.

Era una fractura más bien delicada, pero, a su edad, no había que prever secuelas a largo plazo.

– Os llevaré en mi coche -propuso, solícito, Trygve.

No se habría fiado de Page ni aún conduciendo un triciclo.

Ella aceptó, pero antes subió a la U C I para recoger su bolso y anunciar que se iba.

Trygve también se detuvo brevemente en la habitación de Chloe, le dio un beso y le dijo que regresaría más tarde.

Le contó el incidente de Andy y ella le envió muchos recuerdos, además de sorprenderse por la mala suerte que últimamente les perseguía a todos.

– Dile que cuando nos veamos le firmaré la escayola.

– Así lo haré.

Hasta luego, cariño.

Trygve volvió presuroso a la sala de urgencias y fue con Andy hasta el coche.

El niño estaba aletargado tras la inyección que le habían puesto, y Page llevaba unas píldoras para administrarle en casa.

Pasaría el día adormecido, sin duda lo más aconsejable.

Thorensen le entró en volandas en su dormitorio, después de que Page abriera las puertas intermedias.

Entre los dos le desvistieron y acostaron.

Andy rebulló un poco mientras lo preparaban, pero se quedó dormido antes de tocar la almohada.

No era él quien preocupaba a Trygve, sino su madre.

Estaba muy desmejorada.

– Quiero que tú también te tiendas un rato.

Tienes un aspecto preocupante.

– He tenido un terrible sobresalto, eso es todo.

No sabía con qué me iba a encontrar.

Creí…

– Lo veo claramente en tu cara -cortó Trygve, mirando su tez grisácea-.

Venga, cdónde está tu habitación? Page le guió por el pasillo y él no se movió hasta que se hubo tendido sobre el lecho con la ropa puesta.

– Me siento un poco ridícula, pero estoy bien.

– Pues no lo parece.

¿Quieres un poco de coñac? Te reconfortará ofreció Trygve.

Ella rehusó con una sonrisa e, incorporando la espalda, escudriñó al hombre que lo había dejado todo para ayudarla.

– Gracias por ser tan buen amigo.

Marqué tu número casi involuntariamente.

Supe de un modo instintivo que te necesitaba.

Thorensen se sentó en una butaca amplia y mullida que había junto a la cama y miró a Page con afecto.

– Me alegro de que me hayas llamado.

Ya has sufrido bastante tú sola.

– Le asaltó un nuevo pensamiento, y halló interesante que no se le hubiera ocurrido a ella-.

¿Quieres que telefonee a Brad? -Está en Chicago.

Ya le llamaré yo dentro de un rato -dijo Page.

Instintivamente, pensó lo mismo que Thorensen-.

Cuando me telefonearon a la UCI, ni siquiera se me ocurrió ponerme en contacto con él -agregó.

Deseaba que Trygve lo supiera-.

Fui directamente a un teléfono y te llamé.

Fue un acto reflejo.

– Un reflejo muy atinado -afirmó él con dulzura, inclinándose hacia Page.

En su interior hormigueaban unos sentimientos que no había tenido en años, y ella, al observarle, se sintió confundida por sus propias emociones.

– Page, no quiero hacer nada contra tu voluntad -susurró, pero de repente se sintió incapaz de seguir alejado de ella.

Le empujaba una fuerza magnética cada vez que dirigía la vista a Page, la cual, al mirarle, comprendió que no se había imaginado nada la otra noche en el jardín.

Trygve había estado a punto de besarla.

Y ahora también.

Había suspirado por darle un beso durante varios días, mientras, sentados hora tras hora en las dependencias del hospital, compartían su desconsolada vigilia.

– No sé cuál es mi voluntad, Trygve.

– Page alzó hacia él sus ojos grandes azules, rebosantes de honestidad-.

Hace tan sólo diez días creía estar felizmente casada.

Luego descubrí que todo era mentira, que mi matrimonio había terminado…

Y en medio de ese mare mágnum apareces tú, la única persona en quien he podido confiar, el único amigo que sabe cómo me siento y el único, sí, el único hombre con el que deseo estar -dijo con el rostro vuelto hacia Thorensen, que se había acercado más-.

No sé dónde estoy, ni lo que hago, ni lo que va a suceder.

No sé nada de nada…

excepto…

ccómo decirlo?…

– No hace falta que digas nada…

Olvidemos ahora las palabras -susurró él, y se sentó en el borde de la cama para estrecharla en un abrazo.

Quería besarla, estrujarla como no había hecho con nadie en mucho tiempo.

Posó sus labios en los de ella, los separó amorosamente con la lengua y penetró en su boca, dejándola sin respiración, mientras sus cuerpos se fundían en uno solo.

Page estaba abrumada por sus sensaciones, y también temerosa, pero supo inequívocamente que le deseaba.

Aquello no era un devaneo ni una venganza contra Brad.

Era la unión con alguien que la había apoyado en el peor trance de su vida, pero no la había defraudado y por quien sentía una atracción avasalladora.

– ¿Qué será de nosotros? -preguntó, una vez Trygve se hubo apartado para contemplar su belleza rubia y ruborosa.

– Por ahora, yo no me lo plantearía.

Al menos ya sé cómo devolver el color a tus mejillas.

Estás mucho mejor así.

– ¡Oh, Trygve! -exclamó ella.

Thorensen volvió a abrazarla, y esta vez su beso fue más apasionado.

No había sentido nada igual desde antes de conocer a Dana, si es que lo sintió alguna vez.

– No pienso parar, ni ahora ni nunca -dijo-.

Había olvidado que pudiera ser tan hermoso.

– A mí me ocurre igual -admitió Page.

Brad fue siempre tan egocéntrico que, ahora lo constataba, apenas le había dado nada a ella, ni emocional ni sexualmente.

Trygve la dejaba sin aliento, y rió como una quinceañera cuando volvieron a besarse.

Era muy oportuno que Andy durmiera bajo los efectos de un sedante, aunque Page sabía que ninguno de los dos estaba predispuesto a cometer una locura.

Ella, por lo menos, tenía que zanjar sus desavenencias con Brad antes de iniciar una relación sólida con Trygve.

Pero era innegable que a partir de ahora todo sería distinto.

– ¿Qué voy a hacer? -se preguntó, bajando los pies al suelo y mirando a Thorensen, que le sonreía con expresión beatífica.

Page no recordaba haberse sentido nunca tan feliz.

– Tú misma lo irás viendo.

Deja que los acontecimientos sigan su curso.

Además, quiero que sepas que no pienso apremiarte.

– Trygve trató de ponerse solemne, pero no lo consiguió-.

Me limitaré a rondarte suplicante hasta que decidas que no puedes vivir sin mí.

Desde luego, aquello era algo más que un simple besu queo.

Page esbozó una sonrisa pícara, y esta vez fue ella quien le besó.

¡Era todo tan desconcertante! ¿Cómo ha podido ocurrir? -No lo sé.

Quizá haya sido el ambiente de la UCI.

O el trauma, o el dolor, o el miedo, o bien el hecho de haberse ayudado mutuamente.

Trygve le había dispensado notables deferencias, y Page le había correspondido.

Habían atravesado el peor aprieto de sus vidas y habían sobrevivido juntos, sin la ayuda de nadie más, ni siquiera de Brad, que parecía empeñado en destruir a su mujer.

– La vida es una caja de sorpresas, cverdad? -comentó Page sin salir de su estupor-.

Supongo que tendremos que ir paso a paso.

Brad todavía no ha resuelto lo que quiere hacer.

– A lo mejor sí, pero no te lo ha dicho.

¿Y tú, has tomado tus propias decisiones? ¿Qué deseaba ella, que su marido se marchase, el divorcio, quizá más tiempo para reflexionar? Trygve no estaba muy seguro de lo que podía querer, y sospechaba que la propia Page tampoco, lo cual era lógico.

Su fracaso matrimonial era reciente, aún no sabía qué camino seguir.

– Cada vez que veo a Brad me doy más cuenta de lo insostenible de esta situación.

Vive prácticamente con la otra, pero continúa casado conmigo.

No me resulta fácil hacer borrón y cuenta nueva.

– Nadie te pide que lo hagas -dijo Thorensen con ternura.

Entendía muy bien a Page.

Él había pasado por lo mismo, y estaba dispuesto a aguardar pacientemente a que reorganizase su vida.

Jamás había conocido a una mujer como ella.

Mientras conversaban sonó el teléfono, y Page pegó un respingo.

Ignoraba quién podía llamarla, como no fuera del hospital con alguna novedad sobre Allie.

No se sentía capaz de absorber más malas noticias, y al responder cerró fuertemente los ojos.

Notó la tibia mano de Trygve sobre la suya, transmitiéndole todo su apoyo.

¿Sí? -preguntó cautelosa.

Pero enseguida abrió los ojos y meneó la cabeza.

No le telefoneaban del hospital, sino su madre, para comunicarle algo muy poco agradable.

Lo había meditado a fondo durante el fin de semana y había decidido ir a visitarla con Alexis.

Era obvio que Page las necesitaba, aunque ella se obstinara en negarlo.

– Me las arreglo bien, de veras que sí -insistió Page-.

Todo está bajo control y de momento Allyson se ha estabilizado.

– Eso podría cambiar en un segundo.

Además, Alexis quiere hablar contigo.

David le ha dado referencias de un cirujano plástico portentoso, por si precisas sus servicios.

A largo plazo tal vez sí, pero ahora Page tenía prioridades más urgentes.

En primer lugar, Allyson debía vivir, y después habría que ver si su cerebro reanudaba alguna función con visos de normalidad.

No obstante, a Alexis sólo la preocupaba una cuestión: la estética de su sobrina, la perfección externa.

– Francamente, no deberíais venir -dijo Page con fingido aplomo.

Lo último que deseaba era tener a su madre en casa, y menos todavía a Alexis.

– No discutas conmigo -replicó la madre-.

Llegaremos el domingo.

– Mamá, piénsatelo bien…

No tendré tiempo de atenderos, ni a ti ni a Alexis.

Debo dedicarme por entero a Allie.

Y encima, Andy acaba de sufrir un accidente.

Page habría hecho cualquier cosa para disuadirla.

– ¿Qué? -Por una vez, la voz de su madre subió de tono.

– No es nada importante.

Se ha fracturado el brazo.

Pero entre uno y otro me tienen completamente ocupada.

– Por eso vamos, querida.

Queremos ayudarte.

Page suspiró.

Ya no sabía qué más argumentar.

– Sigo creyendo que no es necesario.

– Estaremos ahí el domingo a las dos.

David enviará un fax a la oficina de Brad con toda la información.

Hasta entonces.

– Y, antes de que su hija pudiera replicar, colgó.

Page miró fijamente a Trygve.

– No te lo vas a creer -dijo con desaliento.

– Deja que lo adivine.

Tu madre viene desde el Este.

¿Te causa eso alguna dificultad? ¿Dificultad? ¿Bromeas? ¿Como Dalila a Sansón, o David a Goliat…

o incluso el áspid a Cleopatra? El término nndificul tad" es una pálida definición.

Llevo más de una semana tratando de mantenerla a raya.

Y no sólo se presenta ella, sino que trae también a mi hermanita.

– A quien tú aborreces -apuntó Trygve, haciendo un cursillo acelerado de historia familiar.

– Ella me aborrece a mí…

En realidad dedica toda sus energías en amarse a sí misma.

Es una narcisista impenitente.

No ha tenido hijos y está casada con un cirujano plástico de Nueva York.

A los cuarenta y dos años se ha corregido las bolsas de los ojos, ha exhibido tres narices, se ha operado los senos, se ha hecho la liposucción en cien sitios y dos estiramientos faciales.

Es una mujer perfecta en todo, en las uñas, la cara, el cabello, el vestido y el cuerpo entero.

Emplea cada minuto de cada día en embellecerse.

Nunca en su vida le ha importado ningún alma viviente salvo la suya, y mi madre es igual.

Te explicaré la trama de esta parodia.

Si vienen aquí, es con la única finalidad de que yo me ocupe de ellas, les asegure que a Allie no le ocurre nada y, si le ocurre, que no las salpicará, incomodará, importunará ni afectará de ninguna manera.

– Por lo que cuentas, no te serán muy útiles -dijo Thorensen, y besó a Page en la punta de la nariz, divertido por la descripción.

Sus propios padres eran unas personas excelentes.

Durante toda la semana se habían ofrecido mil veces a tomar el primer vuelo para San Francisco, aunque él les había dicho que no lo hicieran, pues vivían retirados en Noruega.

Pero, al mirar a Page con mayor atención, Trygve se percató de que hablaba en serio.

La deprimía hondamente hablar de su madre y su hermana.

– “Ütiles" es una palabra irrelevante en este contexto -dijo, a la vez que se ponía en pie.

¿¿Se puede saber adónde vas? Trygve sujetó su mano y volvió a tomarla en sus brazos.

– A incendiar la habitación de invitados -contestó Page con displicencia, pero al cabo de un momento se besaron una vez más y casi olvidó a su madre.

– Tengo una idea mejor.

La voz de Thorensen sonó ronca e insinuante, había empe zado a besarla en el cuello mientras Page, entornados los párpados, saboreaba cada segundo.

¿Cómo era posible? En diez días había perdido al único hombre que había amado de verdad, y ahora se recreaba inesperadamente en el abrazo de otro, de alguien que había sido muy noble con ella, que la deseaba tanto como a la inversa…

Era todo tan descabellado, pero ¡tan placentero! -Todavía no, por favor -susurró entre besos, y él sonrió y la repasó de arriba abajo.

– Ya lo sé, tonta.

No soy ningún necio.

Tenemos tiempo de sobra, así que no voy a forzar la marcha.

¿Por qué no? -le provocó Page, pero Trygve la miró seriamente y contestó con sentimiento: -Porque quiero tenerte para mucho tiempo, Page, si es que me aceptas.

No me arriesgaré a perderte.

– Estampó un nuevo beso en sus labios y transcurrieron varios minutos antes de que se separasen.

Page le indicó que más valía que se fuera, o Andy se despertaría y les sorprendería haciéndose carantoñas en su dormitorio.

Trygve prometió regresar más tarde para ver cómo estaban.

Quizá le diría a Bjorn que le acompañase.

Y también se brindó a relevarla en la UCI.

Page no quería dejar solo a Andy hasta el día siguiente, y él decidió hacerse cargo de todo, incluso de su cena.

– ¡La señora desea algo más? -preguntó desde el coche, mientras Page, erguida en el umbral, le despedía con la mano.

– ¡Sí! -gritó ella.

– Dispara.

– Trygve frenó el automóvil.

– ¡Asesina a mi madre! Trygve Thorensen soltó una carcajada y arrancó inusualmente contento.

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