Las dos semanas siguientes pasaron como un suspiro, con su carga de aflicción, pero también con momentos agradables.
Los primeros días tras la marcha de Brad fueron desgarradores.
Andy lloró todas las noches, hubo que ir a buscarle dos veces en plena clase, pues se sentía demasiado abatido para concentrarse.
En una ocasión Page temió que se hubiera vuelto a escapar pero afortunadamente lo encontró sentado en un rincón del jardín con su osito de peluche.
También para ella fue desesperante.
Su hijo quería algo que ya no podía proporcionarle: un padre.
Brad cumplió su palabra y salió con él el primer sábado, si bien el regreso a casa fue muy deprimente.
Habían estado en el parque acuático de Marine World.
Andy le rogó que no se fuera, pero Clarke le dijo que no podía quedarse.
Le habría gustado llevarle a su apartamento, pero consideraba prematuro presentarle a Stephanie, quien pasaba la mayor parte del tiempo allí.
Brad no quería que Andy la asociara con los problemas de la separación.
La segunda semana fue menos azarosa.
Andy fue nuevamente a ver a Allie, y cenaron con los Thorensen un par de veces.
El sábado volvió a pasarlo junto a su padre.
Y, el domingo, Chloe salió del hospital, seis semanas después del accidente que casi le había costado la vida.
Trygve la llevó a casa en el coche y Bjorn les aguardó con grandes letreros de bienvenida y varios ramos de flores cortadas en el jardín.
La noche anterior le había preparado un pastel ayudado por su padre, y él mismo le preparó el almuerzo con sus manjares favoritos (mantequilla de cacahuete, bocadillos de jalea y unas galletas que había aprendido a hacer en las convivencias escolares).
Para Chloe fue un recibimiento conmovedor.
Nick había venido de la universidad, aprovechando un puente, y había desocupado la habitación en honor de su hermana.
Page y Andy pasaron a visitarla cuando se hubo instalado.
Estaba tumbada en el sofá de la sala de estar, no muy cómoda, pero rebosante de felicidad.
Aunque tenía algunos dolores, trataba de no excederse con los analgésicos.
No quería crearse adicciones y utilizaba el remedio más natural de buscar distracción.
Jamie Applegate apareció a media tarde y en el instante en que traspuso la puerta palideció de manera ostensible.
Había visitado a Chloe con frecuencia en el hospital y se había acostumbrado a aquel marco, pero de repente, al verla en casa por primera vez, se acordó de lo deshonestos que habían sido con sus padres el día en que se citaron secretamente para ir de juerga y las trágicas consecuencias de ello.
Ambos, él y Chloe, revivieron el drama y estuvieron hablando en el salón mientras Bjorn, Trygve, Page y Andy estaban en la cocina.
Sin embargo, lo peor había pasado y el día fue feliz y relajado.
Existía la probabilidad de una nueva intervención, el médico la daba casi por segura.
Pero la vida de Chloe estaba fuera de peligro y ya no volvería a sufrir tanto, ni su grado de invalidez sería el mismo.
Ahora se trataba de reparar las nnaverías", no de sobrevivir.
Reclinada en el sofá de la sala, cubierta con una manta rosa que le había regalado Page, la muchacha desbordaba belleza y juventud.
La manta era de cachemira, muy suave, y Chloe jugueteó con la tela mientras hablaba con Jamie de sus infortunados amigos.
– Resulta extraño, ¿verdad? Yo no puedo llamar a Allie, ni tú a Phillip.
Algunas veces me siento muy sola -dijo lastimeramente, con sus ojazos fijos en los de él.
Chloe ayudaba mucho a Jamie tocando aquellos puntos que él nunca se hubiese atrevido a mencionar, como el accidente y sus sentimientos más profundos.
Su condición femenina le permitía comentarlos sin ningún reparo, y a Jamie le daba pábulo a exteriorizar la culpabilidad que sentía por haber sobrevivido al accidente indemne, respetado por la mano cruel de la fatalidad que se había abatido sobre sus tres amigos.
Todavía estaba obsesionado y asistía a sesiones de terapia para liberarse de su inevitable complejo.
Incluso se había reunido con un grupo de supervivientes de catástrofes aéreas, incendios y otros desastres en los que habían perecido sus familiares y amigos.
Le aliviaba contrastar impresiones con ellos, y luego se lo contaba todo a Chloe.
– ¿Qué te apetece que hagamos hoy? -preguntó el joven Applegate.
En las seis últimas semanas su amistad se había afianzado, y él creía saberlo todo sobre Chloe: su música preferida, sus actores y películas predilectos, las amistades que valoraba y las personas que odiaba, el tipo de casa donde viviría cuando se emancipase, cuántos hijos deseaba tener y en qué universidad se matricularía.
Lo debatían todo, de lo trivial a lo trascendente.
– Podríamos ir a bailar -propuso ella burlonamente.
A pesar de su odisea no había perdido el sentido del humor.
Jamie tomó su mano y la miró con profundo afecto.
– Iremos algún día.
Te prometo que montaremos en una limusina espectacular, como las que se usan en las grandes galas, iremos a un sitio especial y bailaremos toda la noche -dijo.
Hablaba en serio, y a Chloe le enterneció la intensidad de su sentir.
También a ella le gustaba Jamie Applegate.
Significaba mucho en su vida.
Curiosamente, sin saber cómo, en las últimas semanas casi había llegado a ocupar el lugar de Allie.
Si alguien se lo hubiese preguntado, Chloe le habría dicho sin vacilar que Jamie Applegate era su mejor amigo.
Había algo más que camaradería, y ambos eran conscientes, pero no lo expresaban con palabras.
Se servían mutuamente de puntal.
Su relación no distaba mucho de la de Page y Trygve.
¿Qué maquináis, pareja? -preguntó Thorensen, entrando en la estancia para atender a Chloe y ver si quería comer o beber, o bien si se había fatigado en demasía y necesitaba descansar un rato.
Pero la chica estaba exultante en su sofá, acompañada de Jamie.
– Sólo estamos charlando -repuso el chico con desenvoltura.
Para él había sido una bendición que Trygve le permitiera pasar tanto tiempo junto a Chloe, dándole ocasión de conocerla mejor.
Al principio le había inquietado que la autorización se limitase al hospital y no le quisieran en su casa.
Pero no era así y estaba muy contento de que le hubieran aceptado en el seno familiar y poder compartir la alegría del retorno-.
¿Quiere que le ayude en algo? -ofreció un poco nervioso.
Trygve le encargó que vigilase a Chloe y le impidiera levantarse sola del sofá.
Si necesitaba ir al lavabo, debían llamarle a él.
Cuando Jamie le avisó para este propósito, fueron Trygve y Page quienes la llevaron a cuatro manos hasta la puerta, y a partir de aquí la chica se desenvolvió sin ayuda.
Pero quedó manifiesto que precisaría mucha ayuda para moverse por la casa y realizar las tareas más insignificantes.
Salir del hospital no era el final del desafío, sino más bien el comienzo.
Page se lo mencionó a Thorensen mientras volvían a la cocina para tomar el enésimo café.
– Lo sé -convino él con voz solemne.
Lo había aquilatado muy bien y preveía que sería difícil, además de frustrante para su hija.
Ahora que pisaba su propio territorio, Chloe esperaba recuperar su antigua libertad, ir y venir a su antojo.
No obstante, un traslado de escenario no era un hechizo mágico.
La esperaba un camino largo y espinoso antes de reanudar la vida fácil que recordaba-.
He contratado a una persona para que venga unas horas al día y yo pueda salir o hacer mi trabajo, y Bjorn es también un colaborador genial, pero costará un tiempo reajustarse.
No creo que Chloe se lo haya planteado durante su estancia en el hospital.
Yo, sí.
– Trygve sonrió.
Page pensó una vez más cuánto le admiraba y lo estupendo que era.
Todos buscaban su apoyo, incluida ella.
Se fue con Andy al caer la tarde y tuvieron una apacible velada.
Alquilaron películas de vídeo, comieron palomitas de maíz y durmieron en la misma cama, después de que Page preparase al niño su cena preferida.
El lunes era la Fiesta de los Caídos, un homenaje a los soldados muertos en combate.
Trygve había organizado una barbacoa en su casa e invitado a cuatro o cinco amigos de Chloe, entre ellos el omnipresente Jamie Applegate, y también, icómo no!, a Page y Andy.
– Son buenos chicos -dijo Trygve, sentándose al lado de Page con un vaso de vino en la mano y el delantal aún puesto.
Parecía cansado.
Se había pasado media noche en vela a causa de Chloe.
– Sí que lo son, y están todos pletóricos por tener a Chloe ya de vuelta.
Page observó a los jóvenes, y sintió pena de que Allie no estuviese allí.
Ver a Chloe le resultaba una experiencia agridulce, y Trygve lo sabía.
– ¡Qué trance hemos vivido! -exclamó Thorensen y suspiró-.
Hay momentos en que creo que ninguno de nosotros volverá a ser el mismo.
Ni uno solo de los afectados ha quedado intacto.
– Y, menos que nadie, Phillip y Allie¿Cómo te van las cosas? -preguntó con una afable sonrisa.
Apenas la había visto en las dos semanas que llevaba separada de Brad.
La había añorado terriblemente, pero sabía lo traumático que había sido el abandono de Brad y quería darle tiempo para que se adaptase.
Ella lo había comprendido y apreciaba aquel gesto, aunque también echaba de menos su estimulante compañía, la calidez de su amistad y de sus sentimientos.
Trygve estaba siempre alerta a sus necesidades, sin que ella tuviera que decirle nada.
– No van mal -contestó con entereza, aunque había sido más arduo de lo que esperaba.
– Te he echado de menos -repuso Trygve y la miró a los ojos.
– Y yo a ti.
No me figuraba que las rupturas pudieran generar tanta tristeza, tanta nostalgia.
Claro que, en algunos aspectos, también ha sido un descanso.
Al final el ambiente se había enrarecido tanto que vivía en una constante zozobra.
La paz de ahora es mejor, aunque también duele.
En ciertos momentos me siento renovada, valiente, pero en otros estoy…
– Page buscó el término exactodesamparada.
– Había pasado mucho tiempo casada y no se habituaba a vivir sola.
– No estás desamparada y no has perdido ninguna protec ción.
Siempre fuiste tú, no Brad, quien veló por la unión de la familia.
Era cierto, y Page había empezado a entenderlo.
Clarke apenas se había acercado al hospital en aquellas dos semanas.
Sólo había ido dos o tres veces.
Por lo menos, todavía se responsabilizaba de Andy.
– Sí, lo sé.
¡Qué desconcertante es todo! Después de dieciséis años, tienes que retroceder al punto de partida, y aparte del marido te faltan algunas toallas, varias piezas de plata y la tostadora buena.
Page esbozó una sonrisa irónica.
El problema era más grave que disputarse cuatro objetos, pero le fastidiaba que Clarke se los hubiera quitado.
– Da mucha rabia, cverdad? -dijo Trygve-.
Dana repartió nuestras pertenencias con un rigor matemático.
Se llevó una de dos lámparas gemelas y la mitad exacta de las sillas de la cocina, las ollas, las sartenes y la cristalería.
Me lo dejó todo desparejado, y reniego cada vez que hago una tortilla o que tengo invitados a cenar, porque casi todo ha volado a Inglaterra.
– Mi caso es similar -repuso Page entre la risa y la acritud-.
Al principio, Brad dijo que no quería nada.
Ahora resulta que Stephanie está peor equipada de lo que él imaginaba.
Casi todos los días llego a casa y descubro que ha desaparecido algo, y en su lugar hay una nota explicándome que se lo queda nna cuenta de su lote".
No sé cómo se lo monta, pero siempre hace las rapiñas en mi ausencia.
Ayer mismo se llevó la mitad de una cubertería de plata que me había obsequiado mi madre.
– Ve con cuidado.
Estas pequeñeces suelen enturbiarlo todo.
– No lo pongo en duda.
Manoplas, cazos de cocina, esquís…
Es apabullante cómo se va reduciendo el campo.
¡Cuánta mediocridad! Es un mercadillo de compraventa de emociones.
Thorensen rió, pero la imagen no podía ser más justa.
A continuación hizo una pregunta que no se había decidido a formular: -¿Qué vais a hacer en vacaciones? -¿Vacaciones? ¡Oh, Dios, ya no me acordaba de que esta semana entramos en junio! No lo sé.
En todo caso, no pienso dejar a Allie.
¿Y si no hay cambios para entonces? ¿No crees que podrías marcharte a algún lugar cercano? -Trygve estudió a su amiga expectante.
Ella sonrió.
Le había planteado una cuestión crucial.
¿Y si Allie no reaccionaba? ¿Se ausentaría unos días? ¿Tendría arrestos para hacerlo? ¿Emprendería una nueva vida sobre el supuesto de que su hija podía quedar en coma indefinidamente? -¿Qué se te había ocurrido? -preguntó cautelosa, con el pensamiento centrado en su hija.
– Que podríamos pasar un par de semanas en el lago Tahoe.
Solemos ir todos los años y Bjorn disfrutaría mucho si pudiese jugar con Andy.
– Trygve apartó la mirada…
para volver a posarla en Page-.
A mí también me haría muy feliz tenerte a mi lado.
– Me agrada la propuesta -musitó Page-.
Ya veremos.
Todo dependerá de cómo esté Allyson en el momento de marchar.
Por cierto, ¿cuándo será? En agosto.
– Todavía faltan dos meses.
La situación puede dar un giro espectacular: o habrá empezado a progresar, o se estancará en un coma permanente.
– Piénsalo -dijo Thorensen, mirando a su amiga con unos ojos que hablaban por sí mismos.
– Lo haré.
Sus manos se enlazaron en un breve contacto y toda la electricidad que llevaban contenida emergió a la superficie.
Durante el trauma de la separación, Trygve se había abstenido para no confortar ni confundir a Page, pero la había echado en falta terriblemente.
Los Clarke se fueron tarde.
Andy se durmió en el trayecto de vuelta, había tenido un buen fin de semana.
Trygve telefoneó a Page después de acostar a su hijo y tenderse sola en el lecho conyugal.
– Te echo de menos -dijo él.
Ella esbozó una tenue son risa.
Ahora que Chloe había dejado el hospital no se verían tan a menudo, salvo que él fuese expresamente a visitarla al hospital.
Conocía bien sus horarios-.
Te añoro a cada momento -insistió Trygve, con voz profunda y sensual.
En aquella etapa, Page procuraba no pensar demasiado en él.
Deseaba tomarse un tiempo para llorar sobre las cenizas de su matrimonio, aunque también se resentía de la distancia de Thorensen.
Era un buen amigo, un hombre atractivo y una compañía amena-.
¿Cuándo nos veremos? No vamos a pasarnos toda la vida en la sala de espera de la UCI.
– Ambos recordaban las infinitas horas y los besos que habían intercambiado en aquel recinto.
– Espero que no tengamos que encontrarnos allí mucho tiempo más -repuso Page, entristecida.
– Y yo.
Pero, entretanto, ¿por qué no concertamos una cita con todas las de la ley, sin niños ni enfermeras, y ante un plato de comida auténtica en lugar de pizzas picantes? Page sonrió ante aquella imagen.
La idea la seducía.
Hacía años que no la solicitaban así, y sólo de pensarlo se sintió guapa y rejuvenecida.
– Me parece fabuloso.
– Sólo había salido una vez, con su madre, desde el accidente, pero quizá estaba ya preparada para algo más excitante-.
¡.Significa eso que no tendré que cocinar? -¡No! -enfatizó Trygve-.
Ni tampoco habrá estofado noruego ni albóndigas suecas, y mucho menos mantequilla de cacahuete o galletas de montañero.
Será comida de verdad, para personas adultas.
¿Cenamos el jueves en el Silver Dove? -Era un restaurante de Marín, de modo que, si ocurría algún imprevisto, estarían a dos zancadas del hospital.
– Me apetece muchísimo -contestó Page con una ilusión que creía haber perdido.
Trygve siempre se las ingeniaba para hacerla sentir como una verdadera mujer.
Incluso cuando vestía su raído suéter de jardinera y zapatos viejos, a su lado se transformaba en una belleza.
– Te recogeré a las siete y media.
– Perfecto.
Podía dejar a Andy con Jane, o llamar a una canguro.
De pronto, algo cruzó por su mente y soltó una carcajada.
¿Qué pasa? -Estaba pensando que ésta es mi primera cita galante en diecisiete años.
No sé si me acordaré de comportarme a la altura de las circunstancias.
– Tú no te apures por nada.
Yo te enseñaré.
Los dos se echaron a reír como una pareja de adolescentes y continuaron hablando, para variar, de sí mismos y no de sus hijos: del artículo de Trygve, del nuevo mural que había proyectado Page y de la casita de Tahoe.
Thorensen comentó que había localizado a su amigo el periodista, y que este último había iniciado el sondeo sobre Laura Hutchinson y sus aficiones etílicas.
Tal vez quedase todo en agua de borrajas y no aportara pruebas respecto al accidente.
Pero, de alguna manera, Trygve estaba obsesionado con sus sospechas.
– Hasta mañana -dijo por fin, de nuevo con tono seductor.
Al colgar, Page se preguntó a qué obedecía aquel tono.
Obtuvo respuesta al día siguiente, cuando Thorensen se presentó en la UCI con una cesta de picnic y un ramo de flores.
Había estado ayudando a la fisioterapeuta de Allie, tratando de activar sus músculos.
La chica tenía las piernas agarrotadas, tirantes, los pies en una postura rígida, los codos doblados, los brazos anquilosados y las manos como garfios.
Tenía que ejercitarse con mucho ahínco para mover, estirar o aflojar cualquiera de los miembros.
Su cuerpo, al igual que su mente, se negaba a responder.
Las sesiones terapéuticas eran agotadoras y Page se alegró de ver a Thorensen.
– Venga, salgamos a la calle -propuso Trygve, viendo lo exhausta y desmoralizada que estaba-.
Hace un día esplendoroso.
En efecto, el sol ya calentaba y el cielo exhibía un azul inmaculado.
Era lo que cualquiera esperaría de una mañana de junio en California.
En cuanto respiró el aire estival, Page se sintió mejor.
Se sentaron en la hierba, rodeados de enfermeras, estudiantes y médicos residentes, y dejaron pasar el tiempo.
Todo el mundo parecía estar enamorado e indolente.
– Se acerca el verano -dijo Trygve, tumbándose en el cés ped mientras ella aspiraba embelesada la fragancia de las flores que le había llevado.
Sin pensar, tocó dulcemente su mejilla con los dedos, y él alzó los ojos con una expresión que Page no había visto en ningún hombre durante años, si es que alguna vez la habían mirado así.
De repente comprendió el porqué de su frecuente melancolía-.
Eres bella, bellísima.
Casi pareces noruega -la piropeó Thorensen.
– Pues no lo soy -replicó Page, risueña y hasta coqueta-.
Addison es un apellido de origen británico.
– Yo te encuentro un aire escandinavo.
– Trygve se puso serio y agregó-: Estaba pensando en lo fenomenales que podrían ser nuestros hijos.
¿Tú deseas tener más? Quería conocer plenamente a Page, no sólo su actitud frente a Allie, la fuerza de su carácter o su capacidad como madre, sino también sus facetas menores, los detalles que no habían tenido ocasión de explorar en la angustiosa vigilia por sus respectivas hijas.
– Antes sí lo quería -contestó ella-, pero ya he cumplido los treinta y nueve.
Es un poco tarde, además, estoy muy ocupada con Andy…
iy con Allie! -No siempre será así.
No tardarás en adoptar una rutina con ella.
– Era forzoso que lo hiciera, por su propia supervivencia-.
A mis cuarenta y dos años, no me considero demasiado viejo para procrear.
Me entusiasmaría tener un par de hijos más.
Y tú, con treinta y nueve, podrías llegar a la media docena.
– ¡Menuda ocurrencia! -exclamó Page, antes de abordar el tema con mayor seriedad-.
A Andy le gustaría tener más hermanos.
Lo discutimos una tarde cuando volvíamos a casa después de un partido, pero luego Allie sufrió el accidente y todo cambió.
– Trygve asintió.
Seis semanas después Page ya no vivía con su marido y Chloe nunca sería bailarina, por no mencionar a Phillip, que había muerto, o a Allyson, cuya vida aún corría peligro-.
Aun así, confieso que me atrae la idea de volver a ser madre, al menos una vez más.
Tendré que meditarlo a fondo.
Claro que también deseo reanudar mi trabajo artístico.
Incluso he reflexionado sobre lo que me dijiste el otro día, que podría pintar un mural en la UCI.
Se lo he sugerido a Frances, la enfermera jefe, y me prometió que lo consultaría con la persona adecuada.
– Yo querría poner una nota de arte en mi estudio.
¿Me aceptarías como cliente? Pero ha de ser pagando.
¡Me encantaría! -Espléndido.
¿Por qué no nos reunimos en casa mañana por la noche, después de cenar? Puedes traer a Andy.
¿No te hartarás de mí si ya hemos de vernos el jueves? -preguntó Page con prevención, y a él le hizo mucha gracia.
– No creo que pueda hartarme de ti, Page, ni aunque nos viéramos todos los días y todas las noches.
En realidad, eso es lo que deseo que probemos.
– Ella se sonrojó, y Trygve, que seguía tendido en la hierba, la atrajo hacia sí y la besó-.
Estoy enamorado de ti -le susurró al oído-, muy enamorado.
Jamás me cansaré de tu presencia, ¿me oyes? Tendremos diez hijos, viviremos felices y comeremos perdices -dijo entre risas y besos.
Ella se meció alegremente en sus brazos, sintiéndose como una niña.
Era demasiado bonito para creerlo.
Sólo esperaba que durase y que no se tratara de un espejismo.
Finalmente se incorporaron y Page decidió regresar a la UCI.
La agotaba pensar en todo aquello: los ejercicios, la terapia, los aparatos mecánicos, el silencio, la apatía total, la profundidad del coma.
En algunos momentos debía hacer un gran acopio de voluntad, pero siempre volvía.
Nunca fallaba.
Las enfermeras podían guiarse por ella para poner los relojes en hora, ya que todas las noches llegaba puntualmente y pasaba largo tiempo con Allie, acariciando su mano o sus mejillas, hablándole en susurros.
– Te acompaño -dijo Trygve.
Page metió el ramillete en la cesta vacía, cogió su brazo y ambos subieron a la planta riendo, charlando en tonos quedos, ella muy serena y con una nueva dicha dibujada en el rostro.
– ¿Han comido bien? -preguntó una enfermera desconocida cuando llegaron junto a la cama de Allie.
Page se había familiarizado ya con los olores de la UCI, y con sus ruidos, luces y actividad.
– Deliciosamente, gracias.
Sonrió a Trygve al decirlo y, bajo la atenta mirada de él, volvió a su quehacer en la cabecera de la enferma.
Era infatigable, la madre más abnegada que Thorensen había visto nunca, exhortando a Allie a despertar, flexionando sus extremidades, desentumeciendo los dedos, hablando siempre con ternura, tanto si disertaba sobre cuestiones generales como si le contaba alguna historia.
Le estaba describiendo la comida y las excelencias del tiempo cuando, de pronto, Allyson exhaló un débil gemido y ladeó la cabeza hacia su madre.
Page calló y la miró, prendidos los ojos de aquel movimiento.
Allyson volvió a su quietud habitual, flanqueada por las zumbantes máquinas.
Pero Page miró a Trygve con perplejidad.
– Se ha movido.
¡Dios mío, Trygve, se ha movido! -Las enfermeras también lo habían advertido desde su cabina, y dos de ellas acudieron presurosas -.
Ha vuelto la cara hacia mí -les explicó Page con la faz surcada por sendos hilos de lágrimas, y se inclinó sobre Allie para besarla-.
Cariño mío, has movido la cara.
Te he visto…
y te he oído, mi niña querida, he escuchado tu gemido.
Permaneció al lado de su hija, llenándola de besos, y Trygve lloró al contemplarlas.
Una de las enfermeras hizo avisar al doctor Hammerman, que estaba en el edificio, y él se personó al cabo de cinco minutos.
Page le refirió los hechos y Trygve los confirmó.
Las enfermeras lo corroboraron en términos más científicos y mostraron a Hammerman los gráficos de las máquinas de control.
Tanto el movimiento como las ondas del sonido habían quedado registradas en el encefalograma.
– Es difícil interpretarlo -dictaminó él, cauto-.
Podría ser un buen indicio o una mera casualidad.
Ciertamente, no descarto la hipótesis de que haya sido un tímido avance hacia el mundo consciente, pero, señora Clarke, debe comprender que un gesto y un quejido no indican necesariamente que la función cerebral se haya normalizado.
Sin embargo, no quiero desanimarla.
Puede ser un comienzo.
Confiemos en que así sea.
Las palabras del doctor Hammerman fueron conservadoras, pero nada ni nadie podía empañar el júbilo que embargaba a Page.
Aunque aquel día Allie no dio nuevas señales, a la mañana siguiente volvió a hacer lo mismo durante la visita de su madre.
Page telefoneó a Brad a la agencia para comunicárselo, pero le dijeron que estaba en Saint Louis.
Ella le siguió la pista hasta que al fin, por la noche, le localizó en el hotel.
Clarke se congratuló de la noticia, pero no se puso eufórico como era de esperar.
Al igual que el médico, le señaló a su mujer que tal vez no significaba nada.
– Estoy segura de que mi hija me oye, Trygve -se desahogó Page con Thorensen, aún excitada.
Cenaban los cuatro juntos, y era la víspera de su escapada al restaurante Silver Dove-.
Es como si gritaras en la boca de un agujero hondo y oscuro.
Al principio ignoras si hay alguien dentro y no oyes más que el eco.
Yo hace casi siete semanas que doy voces, y nunca escuché un solo sonido, excepto los que yo emitía…
Pero ahora, inesperadamente, alguien me responde, desde el fondo.
No me cabe la menor duda.
Trygve deseaba de todo corazón que estuviera en lo cierto, pero, como los otros, prefirió no alimentar demasiado sus esperanzas.
Durante el resto de la semana Allie rebulló levemente todos los días, pero no abrió los ojos, ni habló, ni dio muestras de entender lo que se le decía.
Sólo gemía y desplazaba un poco la cabeza.
Podía ser un síntoma muy significativo o, como había apuntado el doctor Hammerman, quedar en nada.
La noche del jueves, Page aguardó emocionada que Trygve pasara a recogerla para ir a cenar.
Andy estaba en casa de Jane, donde su madre debía recogerle si regresaba temprano.
En el caso de que trasnochase más de lo previsto, Jane le había asegurado que no le molestaba que el chico se quedara a dormir.
El niño se acostó en la habitación de uno de sus hijos, enfundado en su pijama.
Trygve, por su parte, había llamado a una enfermera auxiliar para asistir a Chloe.
– Estás deslumbrante -elogió a Page con franca admiración.
Lucía un vestido de seda blanca sin tirantes, un aderezo de perlas y un chal azul celeste sobre los hombros que armo nizaba a la perfección con el color de sus ojos.
Llevaba el cabello suelto sobre la espalda, como Allie en otros tiempos, aunque ella lo tenía más corto-.
¡Colosal! -añadió Thorensen.
Page soltó una carcajada, montó en el coche y se encaminaron hacia el restaurante.
Trygve había reservado una mesa para dos en un rincón tranquilo, y Page se llevó una sorpresa al comprobar que algunas parejas bailaban al son de una música romántica.
Era el lugar más idílico que había visto en muchos años.
Se sintió hermosa y halagada cuando se sentaron.
Thorensen pidió un vino especial y hojearon la carta.
él escogió pato asado y ella lenguado a la florentina, ambos tomaron sopa como entrante y Trygve puso el colofón con una mousse de chocolate.
Fue una cena exquisita, un marco de ensueño y una velada inolvidable.
Después bailaron, y Page se estremeció al arrimarse los cuerpos.
Le asombró lo fuerte que era Trygve, fuerte y flexible.
Se le reveló como un consumado bailarín.
Salieron del restaurante a las once.
Page sonrió arrobadamente a Trygve.
Apenas habían probado el vino, pero estaba embriagada por la magia de la noche.
– Me siento como si fuese Cenicienta -dijo, aún arrobada-.
¿Cuándo me convertiré en calabaza? -Espero que nunca.
– Thorensen sonrió, puso música en el coche y la llevó a casa.
Al apearse y acompañarla hasta la entrada, también él se sentía como un chaval ilusionado.
Y cuando la besó junto a la puerta, todo se precipitó.
En el abrazo subsiguiente Trygve se elevó en la cresta de una pasión en auge.
– ¿Quieres pasar cinco minutos? -invitó Page, casi sin aliento.
– ¿.Vas a cronometrarme? -bromeó él-.
¿Es ése mi límite? Ella rió y ambos entraron en el vestíbulo…
y no dieron un paso más.
Page ni siquiera encendió la luz.
Se quedaron allí, besándose a oscuras, y él tanteó ávidamente el cuerpo femenino, abrumado por su belleza y por un deseo incontenible.
– Te amo, Page -murmuró en la penumbra-.
¡Te quiero! Había esperado aquel instante durante dos meses, mientras capeaban el temporal que se había desatado sobre sus vidas, aunque en realidad quizá fueron años, o incluso toda una vida.
Permanecieron los dos muy juntos, acunándose, prodigándose besos y arrullos, hasta que no pudieron contenerse más.
Sin pronunciar palabra, Thorensen la guió hasta su dormitorio y, envueltos en penumbra, la desnudó.
Page lo dejó hacer.
– Eres una preciosidad -susurró Trygve cuando cayó el vestido-.
¡ Oh, Page! La devoró con los labios y con las manos.
Page lo desvistió a él y al fin se irguieron los dos desnudos bajo un tamizado claro de luna.
Luego Trygve la tendió amorosamente sobre el lecho y la acarició hasta que ella gimió de placer, se arqueó y; lo atrajo hacia él.
Su unión fue poderosa, palpitante, entregados ambos a lo que tanto habían ansiado, en tan perfecta comunión que estallaron a un tiempo y al concluir yacieron exhaustos en los brazos del otro, aturdidos por la fuerza de sus sentimientos.
Guardaron un prolongado silencio, mientras Trygve acariciaba con delicadeza el cabello de Page y ella no dejaba de besarle.
– Si hubiera sabido esto hace dos meses, te habría llevado a mi casa conmigo la noche del accidente -musitó.
Page rió complacida.
– No seas bobo…
¡Ah, cuánto te quiero! Lo más sorprendente era que no exageraba.
Trygve Thorensen resultaba ideal para Page en ámbitos en los que Brad nunca había encajado y ella se había negado a admitir, no sólo sexualmente, sino por afinidad de caracteres, temperamento artístico, la naturalidad en el trato o lo bien que sintonizaban ellos con sus hijos.
Ambos eran espíritus protectores, y se aupaban uno a otro con la gratitud de quien sabe que ha vivido mucho tiempo en un túnel y divisa por fin la luz.
Trygve se sentía como un desahuciado que hubiera revivido gracias a aquellos abrazos.
– ¿Dónde estabas veinte años atrás, cariño, cuando más te necesitaba? -bromeó.
– Veamos.
En aquella época trabajaba en el ofj-off Broadz.vay y asistía a clases de arte siempre que podía pagármelas.
!.
– Me habría enamorado de ti con sólo verte.
– Y yo de ti -repuso Page, aunque entonces todavía estaba desequilibrada a causa de la experiencia con su padre-.
¿No es increíble? Podríamos haber vivido un montón de años en la misma comunidad sin conocernos jamás.
Y ahora, aquí estamos, con las vidas de ambos totalmente cambiadas.
– Así es el destino, querida.
El destino que glorificaba y que dnnstruía, y que a ellos les había dado ambos extremos.
Pero era la gloria la que ahora relucía.
Charlaron extensamente hasta que, no sin renuencia, Trygve se levantó.
Tenía que volver a casa, junto a Bjorn y Chloe, y despedir a la enfermera auxiliar.
En el caso de Page, se había hecho tarde para recoger a Andy en casa de Jane.
Eran las tres de la madrugada.
– ¿Vas a quedarte aquí sola toda la noche? -preguntó Trygve horripilado.
Ella asintió-.
No puedo consentirlo.
Acabaron haciendo otra vez el amor, y eran ya las cuatro cuando Page, cubierta con un albornoz, le despidió con un beso en la puerta principal.
¿A qué hora llevas a Andy a la escuela? -preguntó Thorensen entre arrumacos.
Estaba jovial, exultante, en un delirio, y Page también.
Eran como dos amantes juveniles y apasionados que no hallaban el momento de separarse.
– A las ocho.
¿Y cuándo vuelves? -dijo él con afectado tono de desesperación.
– A las ocho y cuarto.
– Estaré aquí a las ocho y media.
¿Dios mío, eres un maníaco sexual! Trygve se apartó un instante y exclamó: ¡ Vaya, ¿no te lo he contado?! Debes saber que ése fue el motivo de que Dana me abandonase.
La pobre estaba consumida.
Los dos se echaron a reír y se dieron un beso más.
La verdad era, por supuesto, que los Thorensen no habían tenido ningún contacto físico en los dos últimos años, y Trygve incluso llegó a pensar que su virilidad se había nnsecado".
Pero, se secara o no, la savia había vuelto a manar…
y a borbotones.
– ¿Qué harás mañana? -preguntó.
– Ir al hospital.
– Vendré a desayunar contigo y te acompañaré.
Page aceptó y él, tras besarla nuevamente, se apartó de sus brazos y se obligó a caminar hacia el vehículo.
Ya en la portezuela, regresó y le dio el beso definitivo.
Los dos soltaron una carcajada y al fin Thorensen consiguió regresar a su casa.
Fiel a su palabra, estaba otra vez allí a las ocho y media.
; Page no le esperaba, pues había creído que hablaba en broma.
Después de ir a buscar a Andy y llevarle al colegio, se puso a trabajar en casa.
Al llegar Trygve hacía la colada, risueña y canturreando.
– Buenos días, mi amor -la saludó él, exhibiendo un ramo de flores.
Era el hombre más romántico y más adorable que Page había conocido-.
¿Cómo está ese desayuno? No pisaron la cocina.
Trygve empezó a besarla una vez más y cinco minutos después estaban en la cama, aún deshecha y tan incitadora como la víspera.
.
¿Crees que a partir de hoy volveremos a hacer algo a derechas? -dijo Thorensen unas horas después, colocándose de lado y admirando el cuerpo de Page.
;, -Lo dudo.
Tendré que renunciar a mis murales.
– Yo dejaré de escribir.
Sus agendas de trabajo eran tan flexibles, sus vidas tan libres y su mutuo deseo tan voraz, que se recrearon pensando en el tiempo que tenían para saciarlo.
– ¿Hay servicio nocturno de guardería en la escuela de Andy? -preguntó él con voz traviesa, entre una nueva andanada de besos.
Pero esta vez Page le echó de la cama.
Eran las once y debía ir al hospital.
Ahora que Allie había empezado a mejorar, aunque fuera mínimamente, no quería desperdiciar ni un solo segundo.
Trygve la acompañó en la UCI la primera hora, y luego fue a casa para trabajar y ocuparse de Chloe.
– ¿Nos vemos esta noche? -sugirió.
Page meneó la cabeza e hizo una divertida mueca.
– Andy estará en casa.
¿Y mañana? -persistió Trygve.
– Mañana pasará el día con Brad.
Page soltó una risita de picardía y la enfermera sonrió.
Era agradable ver buenas caras de vez en cuando.
– ¡Magnífico! -se alegró Trygve ante la perspectiva de que Andy saliese el sábado con su padre-.
¿Qué prefieres comer, caviar o tortilla? Page se acercó a él y le dijo quedamente, para que nadie más la oyese: ¿Qué tal un bocadillo de mantequilla de cacahuete y un revolcón en el heno? -Se rió de su propia ocurrencia y él le dedicó una sonrisa maliciosa.
– Es una idea excelente, cariño.
Ahora mismo voy a prepararlo todo.
¿Lo querrás normal o ración doble? -¡Trygve Thorensen, eres un descarado! -Te amo -dijo Trygve, la besó tiernamente y salió de la UCI.
Era del todo descabellado, pero ella le correspondía.
Ni siquiera al centrar su atención en la figura inerte de Allie se borró de su rostro la expresión beatífica que exhibía.