La mañana siguiente, Page esperó pacientemente a que su madre se levantara y, cuando lo hizo, preparó el desayuno para ambas mujeres y lo sirvió en la mesa de la cocina.
Después les dijo con gran serenidad que tenían que irse, que una semana era ya tiempo suficiente y que aquél no era el mejor momento para tenerlas en casa.
No hizo ninguna alusión a la escena de la víspera, ni presentó ninguna disculpa, pero sus parientes debieron de captar su determinación, porque ninguna objetó.
Su madre comentó que David extrañaba mucho a Alexis y que ella debía volver para ocuparse de remozar la pintura del apartamento.
Eran las excusas perfectas, aunque a Page la tenían sin cuidado.
Quería que aquella misma noche estuviesen fuera de su casa y, para pasmo de su madre, ya les había reservado dos plazas de primera clase en el vuelo de las cuatro de la tarde.
También había alquilado una limusina para que pasara a recogerlas y las llevase al aeropuerto.
El coche estaría en la puerta a las dos en punto, con tiempo más que sobrado.
Podían comer en casa antes de irse, e incluso, si les apetecía, hacer una última visita a Allyson.
– Ve-verás -balbuceó Maribelle-, es que me cuesta mucho hacer las maletas.
Y Alexis me decía ahora mismo que ha amanecido con una fuerte migraña.
Desde luego, si deseas que veamos a Allyson podríamos aplazar la marcha para mañana.
Mientras a Page le quedara un hálito de vida, eso estaría fuera de toda discusión.
No dejaría que prolongasen su estancia ni medio segundo más de lo imprescindible.
Debía tomar las riendas de su futuro.
Haciendo acopio de fuerzas, le había pedido a Brad que se fuese, y ahora sólo restaba facturarlas a ellas a Nueva York.
– No creo que a Allyson le importe -dijo jocosamente, pero sus parientes se lo tomaron en serio y le encomendaron que transmitiese a la enferma el cariño de ambas.
Page se quedó para despedirlas y, en cuanto se hubieron ido, cambió las sábanas, puso en marcha dos lavadoras y pasó el aspirador por toda la casa.
Tenía la sensación, al ocuparse de aquellas tareas, de que plantaba la primera piedra para reordenar su vida.
La despedida había sido muy fría, en contraposición a los fuegos de artificio de la noche anterior.
Alexis había estrenado sombrero, su madre llevaba uno de los vestidos nuevos que compró en San Francisco, y las dos besaron el aire en algún lugar cercano a las mejillas de Page y desaparecieron en la limusina, observadas por esta última.
Sintió una oleada de satisfacción al limpiar la casa y constatar, una vez más, que se habían ido.
El alivio fue especialmente intenso cuando arregló la habitación de Allyson, aunque se llevó un sobresalto al descubrir la ingente cantidad de laxantes que había olvidado Alexis.
Su hermana estaba muy enferma, como ella bien sabía, pero nadie más parecía darse cuenta, o quizá lo veían y les era indiferente.
Alex se obstinaba en diluirse junto con todos sus traumas del pasado, y aquél era un método horrible de hacerlo.
Deseaba, a su propia manera, volver a la infancia, ser una niña normal como antes de que la violase su padre.
A las cuatro, Page fue a buscar a Andy a la salida de la escuela sintiéndose más libre que en varias semanas, y desde luego mucho más que después del accidente.
El niño le preguntó si podían detenerse en un puesto de flores para comprar un ramo de rosas.
Page le sugirió que tal vez le gustaría regalárselas a Chloe en su habitación del hospital, porque a Allyson no le permitían tenerlas en la UCI, y el pequeño asintió.
Estaba muy nervioso porque iba a ver a su hermana, y no cesó de hablar de ella durante el trayecto, así que Page hubo de prepararlo para lo que iba a encontrar.
– Ya lo sé, mamá -dijo él con aires de suficiencia-.
Está como dormida.
– No -puntualizó la madre-, está diferente.
Su cabeza está cubierta por un grueso vendaje, tiene las piernas y los brazos muy delgados, y en su garganta hay un tubo que le ayuda a respirar, conectado a un aparato que le suministra oxígeno.
Resulta un poco impresionante, sobre todo la primera vez.
¿Entendido? Puedes hablarle, pero ella no te responderá.
– Lo sé.
Allie duerme.
El niño se consideraba muy importante porque iba a visitar a Allie, y se lo había contado a todos sus compañeros de clase.
Cuando llegaron al aparcamiento del hospital casi saltó del coche y, ya en el vestíbulo, tiró con impaciencia de la mano de Page.
Habían comprado rosas para Chloe, y para su hermana Andy había escogido una preciosa gardenia.
– Le entusiasmará -dijo muy ufano, poniéndola en alto.
Sin embargo, y a pesar de todas sus advertencias, Page notó que se quedaba de piedra al ver a Allyson.
Además, por alguna razón, Allyson tenía peor aspecto que otros días.
Estaba de un gris ceniciento y le habían cambiado el vendaje, que parecía más voluminoso y más blanco, haciendo muy evidente la pérdida de la melena.
Y se diría también que habían incrementado el número de máquinas.
No era así, naturalmente, pero fue la impresión que tuvo Page al observar cómo la miraba Andy.
Al fin, el niño avanzó unos pasos vacilantes y depositó la gardenia en la almohada, junto a su hermana.
– Hola, Allie -musitó con los ojos muy abiertos, y luego tocó la mano inerte, lo que provocó dos lagrimones de Page-.
No te esfuerces, ya sé que estás lejos de aquí.
Me lo dijo mamá.
Pasó un buen rato mirando a su hermana, acariciándola, hasta que se inclinó hacia ella para besarla.
Todo cuanto la rodeaba olía a hospital, excepto la gardenia que él le había llevado.
– Papá se ha ido a Nueva York -le explicó-, y mamá me ha prometido que podré volver a verte un día de éstos.
Perdona que haya tardado tanto en venir.
– En la unidad sólo se oía el pulsar de las máquinas.
Page lloraba calladamente, observada por las enfermeras -.
Te quiero, Allie, y la casa sin ti no es nada divertida.
– Andy se moría de ganas de contarle a su hermana que papá y mamá se habían declarado la guerra, pero no se atrevió a mencionarlo.
También deseaba instarla a volver a casa.
Echaba mucho de menos a su hermana mayor-.
¡Ah! Y he conocido a un nuevo amigo.
Es Bjorn, el hermano de Chloe.
Tiene dieciocho años, pero es como si no.
– Dio media vuelta, sonrió a su madre y le sorprendió verla sollozar-.
¿Qué te pasa, mamá? -Estoy bien -dijo ella, devolviéndole la sonrisa a través de las lágrimas.
Se sentía orgullosa de su hijo y le quería intensamente.
Además, se alegraba de haberle llevado al hospital.
Andy necesitaba realmente ver a su hermana.
Aunque Allie muriese, siempre le quedaría el consuelo de haberse comunicado con ella, de haberse despedido.
No desaparecería en el vacío de una noche eterna.
Andy habló aún un rato con Allyson, antes de girarse hacia Page y anunciar que ya podían ir a visitar a Chloe.
Antes de marcharse, miró largamente a su hermana y se puso de puntillas para darle otro beso.
– Nos veremos pronto, ¿de acuerdo? Pero tú, Al, intenta despertarte.
Todos te echamos de menos.
Te quiero, Allie -dijo, y cogió la mano de su madre y dejó la UCI con su ramillete de rosas para Chloe.
Ya en el pasillo, una vez hubo recobrado la compostura, Page besó a su hijo y ensalzó su conducta.
– Eres un tío grande, ¿lo sabías? -proclamó con orgullo.
– ¿Crees que me habrá oído, mamá? -inquirió él.
– Estoy segura de que sí, cariño.
– Eso espero -repuso él tristemente.
Seguía aún cabizbajo cuando entraron en la habitación de Chloe.
Page estaba maravillada de su reacción.
No había llorado ni había demostrado un miedo excesivo.
Y con Chloe todavía se portó mejor.
Bjorn se hallaba presente, también de visita, y al poco tiempo los dos muchachos jugaban, reían, corrían por los pasillos y se perseguían entre las atareadas enfermeras.
– Más vale que les saquemos de aquí antes de que nos expulsen a todos -dijo Trygve con una sonrisa.
Luego miró a Page más seriamente y preguntó-: ¿Cómo le ha ido en la UCI? -Ha estado fantástico, muy valiente y a la vez sensible.
Ha dejado una gardenia en la almohada.
– Tu hijo es muy cariñoso.
Y hoy le veo más contento.
¿Cómo se encuentra? -Repuesto ya del disgusto.
Anoche, Brad y yo tuvimos una larga charla después de que todos os fuerais.
Va a marcharse de casa.
Todavía no sé cómo se lo diremos a Andy.
– Qué complicado es todo, cverdad? Trygve asió la mano de Page, rescataron a sus juguetones chicos y, ya en el exterior, Thorensen les invitó a tomar una pizza.
– ¿O tienes que preparar la cena para tu madre y tu hermana? -De eso, nada.
Las he mandado a casa en el avión de las cuatro.
– Más que risueña, Page estaba en éxtasis.
– Tía Alexis es un poco misteriosa -terció Andy, que les había escuchado-.
Se pasa el día entero en el cuarto de baño.
Aquella noche lo pasaron muy bien juntos, en agudo contraste con la víspera.
Los dos muchachos bromearon, alborotaron y devoraron sus enormes pizzas, y los adultos tuvieron ocasión de conversar y de vivir unas horas de normalidad, lejos del hospital.
Page incluso habló de sus actividades artísticas.
Tenía pensado alquilar un estudio cuando Allie saliera de la U C I, o bien cuando establecieran algún tipo de rutina.
En cualquier caso, quería dedicarse más profesionalmente a la pintura y cobrar por sus murales.
– ¡Bravo por ti! -la alentó Trygve-.
Deberías haberlo hecho años atrás.
Tus obras son sensacionales.
Ella también lo era.
A Trygve le cautivaba más y más cada vez que la veía.
Concluida la cena, llevó a los dos Clarke a su casa y se excusó de no poder hacerles un rato de compañía, pero Bjorn debía acostarse temprano.
Además, Chloe volvería a casa al cabo de una o dos semanas, lo cual le tendría muy ajetreado en los días venideros.
No obstante, abrigaba la firme intención de reservarle un tiempo a Page e ir al hospital en caso necesario.
Y deseaba asimismo ocuparse de Andy.
Si Brad les abandonaba, al comienzo sería duro tanto para la madre como para el pequeño.
Trygve quería ayudar a su amiga a empezar de nuevo.
Esperaba que Allyson no les diera ningún nuevo susto.
Ya habían sufrido bastante y, con las otras vicisitudes que amargaban la existencia de Page, Trygve temía que no pudiera sobreponerse por completo a una fatalidad.