CAPITULO XVII

A finales de junio Page empezó a pintar el mural de la UCI.

Ella misma se lo había propuesto a la dirección del hospital, a quienes les entusiasmó la sugerencia.

Haría dos pinturas, ambas en honor de Allie: una en el largo y lúgubre pasillo que desembocaba en la unidad, y la segunda en la sala de espera.

Había pasado varias noches buscando documentación, y al fin eligió respectivamente un paisaje campestre de la Toscana y una escena portuaria de San Remo.

El primero creaba una atmósfera plácida y sedante, mientras que el otro resultaba muy gracioso, con docenas de detalles y viñetas.

Daría a los sufridos acompañantes un vasto material que ver y que descubrir.

Le enseñó a Trygve los bocetos previos, y él quedó impresionado.

Page preveía que tardaría algo más de un mes en la ejecución de cada mural, y luego proyectaba terminar su obra en la escuela primaria.

Después, a partir del otoño, sólo trabajaría por encargo y con honorarios.

– No tendré más remedio que cobrar -proclamó firmemente.

Brad sólo le pasaría una asignación para los niños y una escuálida pensión personal durante dos años, con el argumento de que una mujer de su talento artístico bien podía ganarse la vida.

Page confiaba en que sus murales y otros trabajos esporádicos que le fueran encomendando los amigos le permitirían salir adelante, porque no quería dejar a Andy todo el día y no tenía la menor idea de cómo evolucionaría Allie, cuánto tiempo pasaría ligada a ella, cuál sería su estado definitivo o en qué medida iba a necesitarla.

De todas maneras, cada vez cobraba más fuerza la posibilidad de que Allyson no saliera nunca del coma.

Page aún no lo había admitido ante Trygve, pero él era consciente de que batallaba con esa idea y trataba de asimilarla.

Aquellos días ha blaba mucho de Allie, de sus cualidades innatas, sus logros del pasado, su inagotable energía, como si tuviera que pregonar a los cuatro vientos quién y cómo había sido para perpetuar su memoria.

– No quiero que haya vivido en vano -le dijo una noche con profunda tristeza-.

Deseo que la gente la recuerde en sus tiempos de esplendor y no a raíz del accidente, de esta tragedia que tanto la ha disminuido.

La convaleciente en el hospital no es realmente Allie.

– Lo sé.

Algunas veces pasaban horas y horas enfrascados en el mismo tema.

Como siempre, él la apoyaba en todo.

Trygve se alegró cuando Page inició los murales del hospital, y a ella le satisfacía hacerlos, pues la mantenían cerca de su hija.

En los descansos se asomaba al interior de la UCI para verla o darle un beso.

Le habían quitado ya los vendajes y empezaba a crecerle el cabello, el cual, aunque todavía corto, le daba un aire enternecedor.

Estirada rígidamente en la cama, con la cabeza apoyada en la almohada, aquella incipiente melena le daba aspecto de niña.

“Te quiero", le susurraba Page y luego reanudaba su quehacer, con el pelo recogido en un moño, los pinceles sujetos entre las tirantes mechas, y un viejo guardapolvo.

Simultáneamente, acometió otro trabajo muy especial.

De pronto comenzaba a avanzar a toda máquina, para gran satisfacción de Trygve.

Al fin regresaba a la vida.

Aquel nuevo encargo era un proyecto artesanal para la escuela de Bjorn, y en cuanto lo empezó todo el mundo se prendó de ella, en particular los alumnos.

Hicieron juntos piezas de cartón y piedra, escultura en barro, cerámica, acuarela y dibujo.

Los chicos estaban orgullosos de su obra, y Page lo estaba de los chicos.

Era la labor más gratificante que nunca había realizado, y así se lo señaló a Trygve una noche, mientras recogían la cocina.

Bjorn había explicado en la mesa todo lo que les enseñaba Page, quien le miró exultante cuando, a renglón seguido, comentó lo feliz que era desde que la tenía como profesora.

La unía al chico una cálida relación, tanto que, si se iba a la cama estando ella en casa, se le colgaba del cuello, le daba un beso de buenas noches y le pedía que le leyese un cuento, igual que a Andy.

A Page le sorprendía la fuerza con que a veces la estrujaba o la alzaba en volandas, pero era un muchacho amable, afectuoso y tierno.

– Es un buenazo -le dijo a Trygve después de acostarle.

A él le conmovió una vez más lo mucho que Page decía y hacía en favor de Bjorn…

y también de Chloe.

Trabajaba infatigablemente con su hija, supervisando sus ejercicios de recuperación siempre que disponía de unos minutos libres.

– ¡Ojalá hubieras sido su auténtica madre! -exclamó Thorensen.

Ella sonrió.

– Eso mismo me dice Bjorn.

Me siento muy honrada.

Para Page era estimulante estar con él ahora, y tener una comunicación también en la escuela.

Finalmente le sacaba un buen partido a su arte y, aunque todavía no le daba beneficios económicos, sabía que pronto se lo retribuirían.

Ya le habían preguntado si estaría dispuesta a dirigir el programa artístico del centro el curso siguiente, una propuesta que la atraía mucho ya que le permitía alternar su trabajo profesional con el cuidado de Andy.

El dúo Clarke pasó con los Thorensen el fin de semana del Cuatro de Julio.

Page se alojó en la habitación de invitados y Andy durmió con Bjorn.

A media noche, Trygve se coló a hurtadillas en la alcoba de Page.

Ambos rieron como dos cómplices tras echar el pestillo para que no les pillaran sus hijos.

– No vamos a vivir así eternamente.

Antes o después, tendrán que aceptarlo -dijo él, pero a ambos les faltaba coraje para poner las cartas boca arriba, sobre todo a Page, que aún no se atrevía a compartir abiertamente el dormitorio con un hombre.

Además, Chloe era muy celosa respecto de su padre, y no querían predisponerla en contra.

– Si Chloe nos sorprende, estamos perdidos -bromeó Page-.

Es capaz de despertar a Allie para contarle nuestro pecado.

– Sonrió al imaginar la escena.

Trygve la besó y al poco se olvidaron de sus hijos.

La comida del día consistió en una barbacoa familiar, a la que fueron invitadas sus respectivas amistades.

Asistieron el matrimonio Gilson, los Applegate y otras cuatro parejas.

Nadie tenía noticias de sus relaciones ni del abandono de Brad, ya que, excepto Jane, no habían visto a Page desde antes del accidente.

Habían pasado tres meses justos, pero parecían tres años por cómo se alteraron sus vidas en tan poco tiempo.

Sin embargo, todos se congratularon.

Trygve gozaba de la aceptación general.

El se ocupó de la barbacoa y Page y los niños hicieron el resto.

Trygve dejó que Bjorn lanzara unos cuantos petardos bajo su vigilancia, y no perdió de vista a Andy.

– Los petardos son peligrosos -se quejó Page, pero a los chicos les encantaban, y no ocurrió ningún percance.

Todo el mundo lo pasó bien.

Los últimos invitados se marcharon a las diez y media.

Page y Trygve retiraron los platos.

Estaban tirando las sobras, cuando Chloe entró en la cocina tan deprisa como se lo permitieron las muletas.

– ¡Venid corriendo! -les urgió, pálida y agitada.

Page no comprendía qué podía haber pasado.

Supuso que uno de los chicos se había lastimado, y el terror la embargó mientras iba en pos de la muchacha, seguida por Trygve en angustiado silencio.

Ninguno de los dos estaba preparado para lo que vieron al detenerse Chloe frente al televisor.

Eran las imágenes de una matanza que, al parecer, había ocurrido aquella tarde en La Jolla.

“La esposa del senador John Hutchinson -informó el presentador del noticiarioha protagonizado una colisión frontal a primera hora de esta tarde en la localidad de La Jolla, en la que ha muerto una familia de cuatro personas y ha resultado herida su propia hija de doce años, que actualmente se encuentra fuera de peligro.

La señora Hutchinson fue detenida en el escenario mismo de los hechos por conducción temeraria con resultado mortal.

El senador no ha efectuado ninguna declaración.

Esta noche, un portavoz de la familia ha dicho ante la prensa que, aunque la evidencia inicial indica que la señora Hutchinson fue en efecto la causante del siniestro, no hay que descartar un probable malentendido.

Sin embargo -continuó el reportero, mirando directamente a la cámara como si pudiera ver a Page, que escuchaba con el corazón desbocado-, el pasado mes de abril la señora Hutchinson estuvo ya involucrada en otro accidente similar.

Un joven de diecisiete años falleció y dos muchachas de quince años sufrieron heridas de pronóstico reservado, en un choque también frontal ocurrido en el puente Golden Gate de San Francisco.

En aquella ocasión no se instruyó sumario penal.

En La Jolla se han iniciado las investigaciones para determinar las causas de la colisión de hoy y exigir las responsabilidades pertinentes." El presentador pasó a informar sobre unos desórdenes en Los ángeles, mientras el trío continuaba de pie, petrificado, frente al aparato.

Laura Hutchinson había matado a una familia entera y había sido detenida, no era difícil deducirlo, por conducir en estado de ebriedad.

– ¡Dios mío! -gimió Page, que se había derrumbado en una silla y lloraba profusamente-.

Estaba borracha…

borracha…

y casi os mató a todos.

No podía contener el llanto, y Chloe tampoco.

Trygve apagó el televisor y se sentó con ellas.

Al cabo de un momento llamaron los Applegate, y Page lamentó no tener el valor suficiente para telefonear a los Chapman.

De cualquier modo, no tardarían en enterarse.

Se habían confirmado las sospechas de Trygve.

! Thorensen volvió a encender la televisión y vieron un reportaje parecido en otro canal.

El desastre era aún peor de lo que pensaban.

La señora Hutchinson había matado a una mujer de veintiocho años (embarazada de ocho meses), su marido de treinta y dos, su hija de dos años y su hijo de cinco.

Los muertos eran cinco, no cuatro.

Y su propia hija se había fracturado un brazo, hubo que darle quince puntos de sutura en la mejilla y tenía una leve conmoción.

El lugar del suceso era un caos de ambulancias, coches de bomberos y automóviles que habían sido arrojados fuera de la carretera.

Había seis o siete vehículos con la carrocería abollada, pero sus ocupantes sólo recibieron golpes superficiales.

Page, al oírlo, sintió ganas de vomitar.

– ¡Oh, Dios! -No sabía qué más decir, salvo que aquello reivindicaba a Phillip Chapman.

Se preguntó cómo reaccionarían sus padres-.

¿La meterán en la cárcel? -preguntó a Trygve.

– Seguramente.

Ni siquiera su esposo senador podrá sacarla de este lío.

Era un hombre famoso, aunque controvertido, algo así como un senador nnestrella", y tener una mujer con problemas de alcoholismo no iba a beneficiar su carrera.

Habían evitado que circulase el rumor, pero no le prohibió a ella conducir.

ése había sido su error.

– Ha segado cinco vidas.

Son demasiadas para pasarlas por alto, y no creo que lo hagan.

Tendrá que comparecer ante un tribunal.

De hecho, los cargos que le imputaban eran homicidio involuntario de cuatro personas por conducción temeraria, ya que el asesinato del feto no era delito, aunque se habían hecho esfuerzos infructuosos para salvarle la vida en una operación póstuma de cesárea.

– No han sido cinco, sino seis -recalcó Page, contando al joven Chapman.

Y serían siete si moría Allie, lo cual no era imposible.

Pero procuró desechar ese pensamiento-.

¿Cómo tuvo esa mujer la desfachatez de asistir al sepelio de Phillip? No puedo entenderlo.

– Fue un acto político.

Tenía que exhibir su condolencia.

– ¡Qué espanto! Por la noche, en la cama, Page desahogó su congoja en brazos de Thorensen.

Ahora ya sabían a qué atenerse, sabían quién había puesto en peligro la vida de sus hijas.

No cambiaba nada, pero confería una mayor realidad al hecho.

Había una persona en la que verter todas las culpas.

Dieron por sentado que Laura Hutchinson estaba ebria aquel sábado primaveral en el Golden Gate, cuando colisionó con Phillip Chapman.

Trygve leyó exhaustivamente los periódicos de la mañana, y durante el desayuno puso de nuevo la televisión.

Page y él vieron con escepticismo cómo el senador hacía pública ostentación de su dolor y del desconsuelo de su esposa.

Por supuesto, ellos sufragarían los gastos del entierro y de la investigación, y no cejarían hasta que todo quedase esclarecido.

Abrigaba serias dudas sobre los mecanismos del coche.

Creía que el sistema de dirección y los frenos estaban defectuosos.

Page, al oír aquello, reprimió un grito de ira.

Luego mostraron a Hutchinson con su hija.

La niña, que parecía nerviosa y un poco ida, se aferró a su mano en un vano intento de sonreír.

Pero Laura Hutchinson brilló por su ausencia.

El informador alegó que se hallaba bajo los efectos de un fuerte sbock y le habían administrado sedantes.

Page dijo que seguramente le había dado el delirium tremens y la habían recluido en alguna oscura institución.

Cuando salieron a la calle para dirigirse al hospital, cayeron literalmente en las garras de un fotógrafo y cuatro periodistas.

Querían fotografiar a Chloe en la silla de ruedas, o con las muletas, y preguntaron a Trygve qué opinaba del accidente de La Jolla.

– Ha sido terrible, claro.

¿Qué más podría opinar? -respondió él sombríamente, sordo a la segunda intención.

Y no les permitió fotografiar a Chloe.

En el momento en que se escurrieron dentro del coche, Page comprendió que en el hospital también habría reporteros.

Al llegar, subió a la UCI presurosamente.

No quería que tomaran fotos de Allie en su actual estado, ni que la convirtiesen en un espectáculo truculento o en objeto de compasión.

Aquélla no era la Allyson Clarke que todos conocían, y los medios no tenían ningún derecho a utilizarla para desacreditar a una tercera persona.

Al margen de que Laura Hutchin, son fuese más o menos culpable, Page no consentiría que usaran a Allie como su instrumento de tortura.

En la antesala de la UCI se habían apiñado seis o siete informadores y fotógrafos, que al identificarla trataron de cortarle el paso y la atosigaron a preguntas.

¡ -¿Qué siente usted al saber que Laura Hutchinson fue responsable del accidente de su hija, señora Clarke? ¿Cómo está Allyson? ¿Saldrá del coma? También habían querido abordar al médico, pero naturalmente Hammerman se negó a hablar con ellos, como también las enfermeras de la UCI, a pesar de sus súplicas y zalamerías.

Incluso habían intentado sobornar a una para que les dejase entrar y obtener una instantánea rápida, si bien tuvieron poco tino en su elección, porque se trataba de Frances.

Ella les había amenazado con echarles del hospital sin contemplaciones y conseguir una orden judicial para impedir que regresaran.

Ahora salió presta a rescatar a Page, mientras Trygve se debatía para que dejasen de molestarla.

Page insistió en que no haría ningún comentario.

– Pero, señora Clarke, ¿no está indignada? ¿No la encoleriza el daño irreparable que le han causado a su hija? -la provocaron.

– Más que cólera, siento pena -repuso Page con dignidad, abriéndose camino en el enjambre-.

Pena por todos nosotros, por quienes han perdido a sus seres queridos o sufrido la agonía de este accidente.

Mi corazón está con los parientes de la familia de La Jolla.

Sin decir una palabra más, se adentró en la UCI acompañada de Trygve, tan exhaustos como si acabasen de escapar de un ciclón.

Ese día, las enfermeras mantuvieron el recinto cerrado y echaron las persianillas para que nadie pudiera sacar fotografías furtivas de Page ni de Allie.

Thorensen telefoneó unas horas después a su amigo investigador, y quedó anonadado por lo que éste le relató.

Laura Hutchinson había estado ingresada cuatro veces sucesivas en una prestigiosa clínica de desintoxicación de Los ángeles, todas en los tres últimos años, y aparentemente ninguna de sus curas dio resultado.

Había ingresado bajo un nombre supuesto, pero una fuente del mismo centro había confirmado su identidad.

Y, por añadidura, en los archivos confidenciales de la policía constaba que había ocasionado al menos otra media docena de accidentes menores y uno de cierta envergadura en Martha's Vineyard, su lugar de veraneo.

Aunque en ninguno hubo víctimas mortales, excepto en el del puente Golden Gate, se produjeron lesiones secundarias, y en uno de ellos la propia señora Hutchinson sufrió una pequeña contusión.

Todos se habían silenciado celosamente, desde luego, y siempre que fue posible se nntraspapelaron" los expedientes.

Pero el colega de Trygve había sabido dónde escarbar.

Dijo que sin duda se había recurrido al soborno para sobreseer los casos, o también al favor político.

Sea como fuere, los abogados y relaciones públicas del senador habían realizado una brillante labor tapando las faltas de Laura Hutchinson.

Era espeluznante pensar que, en menos de un año, aquella mujer tenía en su haber una hija accidentada, seis personas muertas, una chica medio inválida y otra en coma indefinido.

Era todo un récord.

A última hora del día, el revuelo era estruendoso.

Las asociaciones de madres contra los conductores ebrios habían concedido entrevistas para condenar el hecho, y los Chapman habían denunciado públicamente la vida en flor que cortó Laura Hutchinson y la reputación que había mancillado por no confesar.

Entretanto, los portavoces del senador continuaban aduciendo que los frenos habían fallado y la dirección se había desajustado, pero tenían serias dificultades para dorar esa píldora.

Y, en medio de tanto alboroto, la señora Hutchinson seguía ilocalizable.

La semana siguiente, los periodistas más populares del país entrevistaron a varias familias que habían perdido a sus hijos o cónyuges en accidentes afines, y en las noticias de televisión apareció Laura Hutchinson entrando en los juzgados para responder de su presunto delito, esquiva con las cámaras y camuflada tras unas gafas oscuras.

La pena máxima que podían imponerle era cuarenta años de prisión, lo cual, en opinión de Page, no pagaba la deuda moral contraída.

Aquellos días, cada vez que veía a su hija pensaba en la Hutchinson y en la mujer que murió con un bebé dentro del útero.

A mediados de semana, tanto la prensa como la televisión se habían desbordado.

Persistían las preguntas a los Chapman sobre su estado emocional, y el acoso incesante de los Applegate, Page, Brad y Trygve.

Un equipo de los espacios informativos solía merodear en la UCI y su presentadora agobiaba a Page para que les autorizase a sacar a Allie en pantalla.

¿No quiere que las otras madres vean lo sucedido? Tie nen derecho a saber las consecuencias de la temeridad de la gente como Laura Hutchinson -argumentó aquella profesional joven y agresiva-, y usted está obligada a ayudarlas.

– La imagen de Allyson no les aportará nada nuevo -rehusó Page, que sólo quería proteger a su niña.

– Al menos, hable usted con nosotros.

Lo reflexionó con detenimiento y por fin accedió a dejarse entrevistar brevemente en el pasillo, aunque fuera tan sólo para apoyar la causa contra Laura Hutchinson en La Jolla.

Explicó lo que le había ocurrido a Allyson tres meses antes, los resultados de la tragedia y su estado actual.

Fue un relato claro, conciso, y por un segundo Page se alegró de haberlo hecho.

A continuación, la misma reportera incisiva le preguntó si el accidente había afectado su vida en otros aspectos.

¿Existían otras derivaciones? Page adivinó que la mujer sabía lo de su separación matrimonial, pero no quería aparecer en la televisión como una mártir, así que contestó con una evasiva.

¿Tiene otros hijos, señora Clarke? -Sí -dijo ella-, un niño.

Andrew.

– ¿Y cuál ha sido su reacción? -Todos lo hemos pasado muy mal -admitió Page.

La entrevistadora asintió.

¿Es cierto que Andrew se escapó de casa un par de veces después del accidente? ¿Cree usted que esas fugas fueron motivadas por el trauma? Era obvio que habían leído los informes policiales, y Page se enfadó ante tamaña invasión de su intimidad.

Aquella gente la estaba manipulando para alcanzar sus propios objetivos.

Trygve había hecho bien al no conceder entrevistas desde el principio.

– Yo diría que ha sido un duro trance, pero poco a poco lo vamos superando -dijo con una amplia sonrisa, y entonces se acordó del motivo por el que se había puesto ante las cámaras-.

Sólo deseo añadir que, a mi juicio, quienquiera que haya sido responsable de un hecho tan deplorable como éste debe ser castigado con todo el rigor de la ley…

aunque nosotros ya no podremos recuperar lo que hemos perdido.

Con estas frases finalizó la entrevista.

No obstante, Page recapacitó que si años antes se hubiera tratado con la debida atención el alcoholismo de Laura Hutchinson, en aquella funesta noche de abril ella no habría estado al volante de un potente automóvil.

Tuvo un gran disgusto cuando se vio en la televisión.

Habían montado la entrevista de tal manera que sus palabras no se entendían claramente y, encima, ofrecían de ella una imagen patética.

Pero si el público entendía lo peligrosa que podía ser Laura Hutchinson tal vez le aplicarían una sentencia más severa.

El accidente del Golden Gate no constituía una prueba legalmente admisible ya que no le habían hecho la prueba de la alcoholemia.

Sin embargo, marcaba un patrón de conducta.

Era la única razón por la que Page había aceptado mencionarlo ante las cámaras, aunque se arrepentía de su candidez.

Para Allyson no cambiaba nada, pero Page se sentía mejor al saber que la mujer que había malogrado su vida estaba en manos de la justicia.

La causa se fallaría a finales de agosto.

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