CAPITULO XVI

Brad le habló a Andy de su relación con Stephanie un sábado del mes de junio y los presentó durante un almuerzo en Prego, un restaurante de Union Street.

Andy la repasó de arriba abajo suspicazmente y ella estuvo muy tensa.

Vestía unos vaqueros blancos ajustados y camiseta roja.

Hasta el niño tenía que admitir que era una mujer guapa, con su cabellera morena y grandes ojos verdes, pero era obvio que le caía antipática desde el momento en que la vio.

Le habló con tono desabrido e incluso fue grosero varias veces en el curso de la comida, desmereciéndola en todo para acto seguido ensalzar el aspecto y las virtudes de su madre.

– Andy -le reprendió su padre ya a los postres-, pide perdón a Stephanie.

Le dirigió una mirada fulminante.

El pequeño proyectó orgullosamente la barbilla y fingió no escucharle.

– No pienso hacerlo -dijo, taciturno, mirando su helado.

– Has sido muy descortés al decirle que tenía una narizota.

Brad se habría reído de aquello de no ser porque Stephanie se sintió visiblemente insultada.

No tenía hijos y aquello no le hizo ninguna gracia.

No encontró a Andy monísimo, sino díscolo y mal educado, y en su opinión Brad debería haberle dado una buena azotaina.

Era el típico niño mimado, y no había dejado de criticarla durante todo el almuerzo.

También le había dicho que llevaba los pantalones demasiado ceñidos y que le faltaba pecho.

Había proclamado que su madre tenía un tipo mucho más esbelto, que era más elegante y más simpática, que cocinaba como nadie, mientras que Stephanie probablemente no sabía ni freír un huevo, y que había pintado un mural en su escuela que causaba la admiración general.

Y sin guió cantando las alabanzas de su madre, a la vez que resaltaba los defectos de Stephanie, ya fueran reales o imaginarios.

Otra cosa que hizo, sin proponérselo, fue poner de relieve que Stephanie no tenía ni idea de tratar a los niños y que su sentido del humor era bastante limitado.

– La detesto -gruñó el niño con tono casi inaudible y con la vista fija en la mesa.

– En ese caso -respondió prontamente Stephanie para adelantarse a Brad-, no te invitaremos a comer nunca más.

Si tanto nos odias, quizás hasta dejemos de sacarte los sábados -dijo despechada.

Brad se sintió violentado.

Quería apoyarla, pero debía ayudar también a Andy…

siempre que se comportase dentro de ciertas pautas.

– Te llevaremos a pasear los sábados -dijo con calma, observando a los dos y tendiendo la mano hacia Andy para tranquilizarle.

Sabía que estaba asustado y nervioso, pero quería que simpatizase con Stephanie.

Era esencial que congeniaran, porque si se declaraban mutuamente la guerra todo se complicaría-.

Yo iré a verte los sábados, algún fin de semana completo y siempre que las circunstancias lo permitan.

Sin embargo, sería mucho mejor si pudiéramos salir los tres juntos.

– No lo creo.

¿Por qué tenemos que cargar con ella? -protestó Andy, como si Stephanie no estuviese allí.

Ella se sulfuró, pero Brad la conminó al silencio.

– Porque es amiga mía y me siento bien a su lado -contestó al niño-.

También a ti te gusta llevar a tus amigos cuando sales por ahí, ¿no? Es más divertido.

¿Por qué no puedo traer a mamá? -insistió el pequeño.

“Porque nos aguaría la fiesta", pensó Clarke, pero se abstuvo de decirlo.

– Ya sabes lo difíciles que están las cosas entre nosotros.

Tú eras el primero en disgustarte siempre que nos oías pelear.

En cambio, Stephanie y yo nunca reñimos.

Somos buenos amigos y lo pasamos en grande.

Podríamos ir los tres al cine, a partidos de béisbol, a la playa, y hacer muchas cosas más.

Andy miró a su enemiga con desdén y aventuró: -Apuesto a que no sabe nada de béisbol.

– Le enseñaremos -repuso Brad sin perder el aplomo.

Brad volvió a mirarles de hito en hito.

Los dos estaban igualmente incómodos, ceñudos e infelices.

Se había precipitado al juntarles, e iban por mal camino.

Quizás era preferible esperar un poco más y continuar saliendo a solas con su hijo.

Pero, antes o después, Andy tendría que acostumbrarse a Stephanie.

Habían hablado otra vez de matrimonio y ella se había mostrado tajante en que o se comprometían de inmediato o cortaba la relación.

Después de más de diez meses, y habiendo visto tan de cerca su ruptura con Page, Stephanie consideraba que ya había tenido suficiente paciencia.

Ahora quería comprobar si Brad estaba dispuesto a llegar hasta el final.

En caso contrario, dejaría de verle y exploraría otras vías, otras salidas que no eran precisamente del agrado de él.

Tras lo mucho que habían pasado, Brad no quería perderla.

Stephanie era casi una mampara de seguridad, un escudo amortiguador de la soledad que sentía sin Page, Allyson y Andy.

Y también la amaba, aunque últimamente su romance había sufrido algunos altibajos a causa del trauma que supuso el accidente de Allyson.

Encima, Andy no daba facilidades.

Decididamente, la vida era muy compleja.

– Quiero que los dos pongáis algo de vuestra parte -dijo Brad con actitud imperiosa-.

Hacedlo por mí.

Os quiero a ambos y deseo que seáis amigos.

¿Trato hecho? ¿Lo intentaréis? -les instó como si fueran un par de críos.

La verdad, a juzgar por la postura petulante que adoptó, Stephanie no parecía mucho mayor que Andy.

– Está bien -concedió el niño a regañadientes, mirando a Stephanie con odio concentrado.

– A ver cómo te portas -le espetó ella.

Brad reprimió un gruñido y pagó la cuenta.

– ¡Basta ya! Sois un par de impertinentes.

Tuvieron una tarde de perros.

Fueron al parque de Marina y pasearon por la playa en un silencio casi sepulcral.

Al rato, Stephanie dijo que tenía frío y quería volver a casa.

Andy sólo había abierto la boca para responder a las preguntas de su padre.

A Stephanie no le dijo absolutamente nada hasta que, cuando la dejaron en su piso, Brad le ordenó que se despidiera de ella.

Camino de casa, se detuvieron unos minutos en el nuevo apartamento de Clarke.

Al ir al baño, Andy vio algunos artículos femeninos en la repisa del lavabo y un albornoz rosa colgado de la puerta, lo cual le deprimió todavía más.

– No has sido muy amable con ella -le regañó suavemente su padre, de nuevo en el coche -.

Stephanie significa mucho para mí, y quiere caerte bien.

– ¡Mentira! Ha sido odiosa conmigo desde el primer momento.

Sé que me aborrece.

– No lo creas.

Lo que ocurre es que no conoce a los niños y te tiene un poco de miedo.

¿Por qué no le das una segunda oportunidad? El tono de Clarke era casi de súplica.

Habían pasado una tarde infernal y sabía que Stephanie le montaría un numerito en cuanto regresara a la ciudad.

– A Allie tampoco le gustará -remachó Andy, y a Brad esas palabras le traspasaron el alma.

Dudaba mucho de que Allyson volviese a estimar o censurar a nadie.

Sus recientes movimientos no habían prosperado.

– Pues hará mal -dijo, para entablar diálogo.

– Y mamá nunca simpatizaría con ella.

Está muy flaca y es una estúpida.

– No lo es.

Estudió en Stanford, tiene un buen empleo y es muy inteligente.

¡Qué poco la conoces! -¿Y qué? Es una cretina.

Se había cerrado el círculo y Brad trató de distraer a su hijo charlando de otras cuestiones, pero Andy no estuvo nada comunicativo.

Se limitó a mirar por la ventanilla en obstinado mutismo.

Su padre le dejó frente a la casa y, al arrancar, saludó a Page con la mano.

Se sintió tentado de frenar y decirle algo, pero le habría exigido demasiado esfuerzo.

Estaba malhumorado y tenía prisa por volver junto a Stephanie para consolarla.

Sabía cuánto la habían contrariado las insolencias de Andy, ya que ella era un poco infantil en determinadas situaciones.

él era el único que podía aplacar su cólera.

Esperaba que Andy y ella acabasen entendiéndose.

Pero, en el ínterin, entre los dos iban a convertir su vida en un suplicio.

Ya en casa, Andy se mostró alicaído.

Page lo advirtió.

¿No lo has pasado bien? -le sondeó por la noche, al meterle en la cama.

Apenas le había dirigido la palabra durante la cena.

Habitualmente, Andy comentaba con detalle los encuentros con su padre-.

¿Te duele algo? -insistió Page.

Le palpó la barbilla y la frente, pero no tenía fiebre.

Más bien estaba frío, con los ojos apagados y la cabeza hundida en la almohada.

– No -contestó el niño.

Se hallaba al borde de las lágrimas y su madre no quería dejarlo solo-.

Papá ha dicho…

No puedo contártelo.

– No quería heri a su madre.

Habéis tenido algún altercado.

Tal vez Andy había hecho una travesura peligrosa y Brad le había dado una azotaina, aunque no era su estilo.

El pequeño meneó la cabeza y persistió en su hosquedad.

Pero, al cabo de un minuto no pudo contenerse más y se echó a llorar.

– ¡Vamos, cariño, cuéntaselo a mamá! -exclamó Page, acostándose a su lado y abrazándole cálidamente -.

Papá te quiere mucho, aunque hoy os hayáis enfadado.

– Sí, pero…

– Acurrucado contra su madre, se le atragantaron las palabras -.

Tiene una novia.

Se llama Stephanie -balbuceó.

Ya estaba dicho.

Page sonrió también entre lágrimas, sin dejar de estrechar su cuerpecito.

– Lo sé, cielo mío.

No te preocupes, estoy al corriente de todo.

¿La has visto alguna vez? -preguntó atónito el niño, apartándose para mirar a su madre.

Ella negó con la cabeza, pensando en lo dulce que era el pequeño Andy.

– No, nunca.

¿Y tú? -Ha comido con nosotros.

Es un adefesio.

Y además de ser feísima, delgaducha e imbécil, creo que me odia.

– Estoy segura de que no es así.

Probablemente se ha aturullado contigo porque desea causarte una buena impresión.

– Bueno, pues yo la odio a ella.

Y papá dice que tengo que esforzarme en quererla.

“Así pues, el asunto va en serio", pensó Page.

Si Brad acuciaba a Andy era porque proyectaban formalizar su relación en una fecha próxima.

Al pensarlo sintió una punzada en el corazón, pero sabía que, al igual que su hijo, debía reconciliarse con la idea de que Stephanie formaba parte de la vida de Brad, tal vez para siempre.

¿Por qué no lo intentas? A lo mejor, cuando la conozcas bien descubres que es más simpática de lo que imaginabas -animó al niño con sutileza-.

Si papá la quiere tanto, alguna cualidad tendrá.

– Yo no se las veo -dijo él, y se enjugó las lágrimas-.

Es espantosa.

– Con ojos que delataban preocupación, preguntó: ¿ Crees que papá volverá a casa algún día? ése era el quid de todo.

Stephanie constituía una traba para el feliz retorno de su padre a los brazos de su madre.

– No lo sé -admitió Page-.

No cuentes mucho con ello.

– Pero si se casan no podría regresar aunque quisiera.

– Andy miró a su madre con el rostro contraído-.

¡Cómo la odio! -Basta, Andy.

Apenas la has tratado.

Además, papá no ha hablado de boda.

Te estás anticipando a los hechos.

Sin embargo, Page sabía que el niño no andaba errado.

Seguramente acabarían casándose.

– Este verano harán un viaje por Europa.

O sea que papá no nos llevará de vacaciones.

El niño no comprendía que, dadas las circunstancias, su padre no habría veraneado en familia en ningún caso.

Pero a Page le dolió en el alma saber que iría a Europa con Stephanie.

A ella nunca se lo había ofrecido, pese a que era uno de sus más fervientes deseos.

No había visitado el viejo continente desde antes de casarse, cuando viajó con sus padres.

– A mí me da lo mismo.

No podemos irnos todos y dejar sola a Allie -argumentó, conciliadora-.

¿Papá quiere que les acompañes? -Brad no le había dicho una palabra al respecto pero pensó que quizá lo haría más adelante.

Andy la desengañó.

– Se van los dos solos.

Estarán fuera un mes.

Page asintió.

Clarke tenía su propia vida, y los demás también.

Ella había encontrado a Trygve.

– Tampoco hay que dramatizar, Andy.

Papá y yo te queremos muchísimo.

Y estoy convencida de que su nueva amiga es una persona magnífica.

Verás como termina gustándote.

El niño refunfuñó mientras su madre le arropaba, y al día siguiente, en el desayuno, todavía seguía taciturno.

Para Andy, la intromisión de Stephanie se concretaba en una sola cosa: Brad no regresaría ni con él ni con Page.

De repente levantó la vista de la taza y le hizo a su madre una pregunta que a ella se le clavó en las entrañas.

Hubo de esconder la cara para que no la viera llorar.

¿Qué vamos a decirle a Allie sobre papá? Ya sabes, cuando despierte.

¿Cómo se lo contaremos? Page se asomó a la ventana y se sonó la nariz, buscando afanosamente una respuesta.

Tal vez jamás tendrían oportunidad de hablar con Allyson.

– Ya se nos ocurrirá algo.

– A lo mejor para entonces Stephanie ya se habrá muerto -farfulló el niño con rencor.

Page casi se echó a reír.

Su vehemencia rayaba en lo cómico.

Le hizo salir al jardín y unos minutos más tarde llamó su madre.

No tenía nada que decirle, excepto que a Alexis le habían detectado una úlcera.

Era un mal muy común en los anoréxicos.

A fuerza de negarle alimento al estómago, los ácidos buscaban un sustituto y comenzaban a carcomer las paredes del estómago.

Maribelle hizo grandes aspavientos cuando Page le comunicó que Brad ya no estaba en casa.

Actuó como si no supiese; nada de lo ocurrido.

Según su costumbre, rehusó aceptar lo que su hija le contaba, y colgaron enseguida.

Por la tarde, Page le hizo un comentario a Trygve sobre lo descalabrada que fue siempre su familia, algo que a él le costaba asimilar.

Sus padres eran normales hasta el aburrimiento.

– ¡Qué suerte tienes! -dijo ella.

Estaban sentados en el jardín de los Thorensen, conver sando, tocándose las manos y deseando besarse pese a que sus hijos andaban por los alrededores.

Bjorn jugaba a pelota con Andy, que usaba la mano izquierda para hacer sus lanzamientos debido a la escayola.

Chloe, en su silla de ruedas, trabajaba en unos ejercicios de la escuela acompañada por su inseparable Jamie Applegate.

– Ayer, Brad le presentó a Stephanie -dijo Page con la mirada vuelta hacia Andy.

¿Cómo reaccionó? -No muy bien.

Pero era de esperar.

Esa mujer representa una grave amenaza para él, es la prueba concluyente de que todo ha terminado.

Me dijo que la odiaba.

Debió de ser una comida edificante -apostilló Page con una sonrisa malévola.

– Por lo que veo, todos los niños sueñan con que sus padres se reconcilien.

– Trygve sonrió y añadió-: Hasta los míos abrigan aún la secreta esperanza de que Dana regrese un buen día y volvamos a vivir todos unidos.

¿ Tú querrías que lo hiciera? inquirió Page.

Thorensen se acercó sonriente a ella.

– ¡Por Dios, no! Saldría huyendo de la ciudad…

contigo en la maleta.

– Más te vale -repuso Page, también risueña, y sus manos se rozaron furtivamente.

Las dos familias pasaron una tarde muy agradable.

Más tarde, Page y Trygve prepararon la cena.

Chloe puso la mesa y colaboró en todo como mejor pudo, mientras que los dos chicos se encargaron de lavar los platos.

Formaban un buen equipo y disfrutaban mucho estando juntos.

Chloe, pese a la diferencia de edad, se solidarizaba con Andy en la mutua añoranza por su hermana mayor.

Y Nick volvería a casa al cabo de unos días.

Tenía un empleo eventual en el club de tenis Tiburón que le permitiría ganar algún dinero durante el verano, y todos aguardaban con impaciencia su regreso de la universidad.

La gran ausente era Allie.

Durante la sobremesa, instalados en el comedor, estuvieron hablando de ella.

Chloe dijo cuánto la echaba de menos y que confiaba en su recuperación.

Todos lo esperaban, y todavía no era demasiado tarde.

Pero dos meses eran mucho tiempo.

El doctor Hammerman continuaba firme en su idea de que, si no reaccionaba en un plazo de tres meses desde el accidente, las perspectivas de curación eran escasas.

Aunque intentaba no obsesionarse, en las solitarias horas nocturnas, tendida en la cama, a Page la acosaba el temor de que Allyson pasara el resto de sus días postrada e inconsciente.

– Ayer vi a la señora Chapman -dijo con un hilo de voz-.

La pobrecilla está consumida.

Parecía un fantasma, como si le hubieran chupado toda su vitalidad.

Trygve inclinó la cabeza, meditando lo que debía de sentir.

No podía ni quería imaginárselo.

Aquella misma semana Phillip habría obtenido su título de bachiller.

En la fiesta de graduación se guardó un minuto de silencio en su memoria.

A Chloe se le llenaron los ojos de lágrimas y tuvo que desviar el rostro al evocar aquella noche, como le ocurría tan a menudo.

Había episodios que pervivían en su mente con toda nitidez.

Incluso se había apuntado en el grupo de terapia de Jamie, pues se sentía culpable de haber engatusado a Allie para que saliera con ellos.

El accidente había dejado secuelas duraderas en muchas personas.

Chloe sugirió que jugasen al Monopoly, y los tres jóvenes se aplicaron febrilmente, echando los dados, negociando, haciendo trampas siempre que podían, desternillándose de risa y amasando fortunas de papel.

Page y Trygve se dirigieron al estudio, situado en el primer piso.

Una vez solos, Thorensen la abrazó y la besó tal y como había deseado hacerlo durante toda la tarde.

Ansiaba pasar más tiempo a su lado y que ella se quedara a dormir en su casa, incluso fugarse juntos.

Había un millar de planes esperándoles.

Sin embargo, sabía que aún no era tiempo.

Page no podía abandonar a Allyson, y también él andaba muy pendiente de sus chicos.

¿Crees que nos dejarán escapar al menos una vez? -preguntó con una risita pesarosa-.

¿Podremos largarnos un fin de semana? -Sería fantástico, cverdad? -suspiró ella.

A Page también le apetecía la idea de descansar unos días en el lago Tahoe, pero no le parecía bien abandonar a Allie.

Su vida se centraba ahora en las cuatro paredes de la UCI.

La en tristecía no ocuparse más de Andy, no hacer con su hijo todo lo que le habría gustado, y que el niño necesitaba más que nunca tras la marcha de Brad, pero Allie tenía prioridad.

De momento no había alternativa.

Todos debían guardar su turno, incluida ella misma.

Aquella noche se le hizo muy cuesta arriba separarse de Trygve.

A su lado las horas pasaban sin sentir, y las ocasiones en que las dos familias se reunían eran especialmente venturosas.

Andy estaba mucho más optimista que la víspera, si bien durante el trayecto a casa Page vio en sus ojos un mudo interrogante.

– ¿Qué barruntas? ¿Lo has pasado bien? -le preguntó.

– Magníficamente.

Chloe nos ha ganado al Monopoly, pero no jugó limpio.

Bjorn dice que es una tramposa -afirmó el niño, torciendo aviesamente la boca-.

Allie también lo es.

Page sonrió al oír aquel nombre.

Habría sido un sueño verla jugar al Monopoly, como una más del grupo.

– Bjorn asegura que su padre está interesado en ti -aventuró Andy.

– ¿Qué le hace pensar eso? Page no se pronunció ni a favor ni en contra, pero se le aceleró el corazón al ver la faz de su hijo.

Deseaba que Andy aceptase a Trygve, igual que Brad había intentado que aprobara a Stephanie.

Pero Brad había fracasado.

– No lo sé.

Dice que os ha observado a los dos, que te encuentra fascinante, y que su padre siempre está alabando tu belleza y simpatía.

Y una vez creyó ver que os besabais en los labios.

¿Lo hicisteis? En la pregunta no había malevolencia, sino curiosidad.

Después del impacto que le había producido conocer a Stephanie, se abría delante de él un nuevo mundo, y quería inspeccionar el paisaje.

Sin embargo, también para Page era un mundo nuevo, y vaciló antes de contestar.

¿Qué fracción de la verdad estaba obligada a revelarle exactamente? -Quizás al despedirnos o algo así.

Pero no negaré que Trygve me gusta.

¿Como papá? -No, no tanto.

Digamos que le quiero como amigo…

un muy buen amigo.

Ha estado maravilloso conmigo durante toda la enfermedad de Allie.

Andy asintió.

No estaba en desacuerdo, era sólo que no se le había ocurrido enfocarlo desde ese prisma.

– A mí también me cae muy bien, y Bjorn aún más.

Pero prefiero a papá.

– Tu padre siempre será tu padre.

Nadie puede reemplazarle.

– ¿Vais a divorciaros? -preguntó el niño.

ésa sería la prueba palpable de que todo había terminado.

Los padres de muchos de sus amigos habían pasado por ello, y algunos contrajeron segundas nupcias.

Andy sabía bien de lo que hablaba.

– Lo ignoro -dijo Page.

En el mes que había transcurrido desde la marcha de su marido, ninguno de los dos había llamado a un abogado.

Brad le había pedido a Page que tomara la iniciativa.

Stephanie apremiaba por detrás.

Trygve le había recomendado su abogado, pero Page estaba indecisa.

Siempre se escudaba en el trabajo para posponerlo.

No obstante, sabía que cualquier día tendría que decidirse.

Brad se lo recordó la siguiente vez que coincidieron en el hospital.

Se acercó por allí una tarde, tras una semana de silencio total.

Page se llevó un sobresalto al alzar los ojos y verle allí.

– Hola, ¿cómo te va? -le saludó sintiéndose confundida y tratando de fingir que no lo estaba.

– Bien -repuso él con una sonrisa más seductora que nunca.

Era un tipo imponente, algo que Page procuraba olvidar-.

¿ Cómo está Allie? -Sin novedades.

Continúa moviéndose y emitiendo pequeños sonidos, pero que no permiten formar un diagnóstico.

Los gráficos trazaban agujas cuando Page pronunciaba su nombre, y ella quería creer que no era un hecho casual.

Pero ccómo saberlo? Allyson seguía dormida, y si respiraba era gracias a las máquinas.

Brad se quedó todo el tiempo que pudo.

Le habían fijado un límite de cinco minutos, y al marcharse pidió a Page que le acompañara a la antesala.

– Tienes buen aspecto -la elogió tras examinarla minuciosamente.

Page parecía menos atormentada que unas semanas atrás, más compuesta, pero una sombra de tristeza nublaba aún sus ojos.

Clarke no supo discernir si se debía a Allyson o a él, y tuvo el fuerte impulso de tomarla en sus brazos, de estrecharla contra sí, pero habría sido inoportuno.

Además, si Stephanie se enteraba era capaz de matarle.

Se había vuelto ferozmente posesiva, no dejaba de repetirle que no toleraría ninguna infidelidad, ni siquiera un devaneo inocente.

No podía compararse con Page y había momentos en los que Brad añoraba mucho a su mujer.

– ¿Estás bien? -preguntó él.

– Voy tirando.

Page era feliz con Trygve y no había perdido la fe respecto a Allyson, pero su vida no era ya completa con su hija en aquellas condiciones, un divorcio en perspectiva y aquel desasosiego que sentía siempre que veía a Brad.

La escala de sus expectativas se había reducido: del hospital a casa, y alguna que otra cena con Trygve Thorensen.

No se vislumbraban horizontes más amplios, salvo la esperanza de que Allie superara el coma.

– Quería hablar contigo, pero no he tenido tiempo de telefonearte.

¿No es hora ya de que nos pongamos en contacto con los abogados? Brad lo dijo temeroso, y se sintió como un criminal cuando vio la expresión de los ojos de Page.

¡Le recordaba tanto a Andy! -Sí, lo es -convino ella.

Pero detestaba hacerlo.

Era la estocada mortal de su matrimonio.

– No hay motivo para retrasarlo.

A nosotros nos perjudica, e induce a Andy a crearse falsas ilusiones.

Creo que le será más fácil adaptarse si ve que todo ha concluido.

Y quién sabe si a nosotros también.

Tú misma mereces algo mejor que esto.

Page hizo un gesto de aquiescencia, pensando que tenía mucha razón.

Merecía una nueva familia, una Allie sana, un marido leal.

Merecía un sinfín de oportunidades, aunque estaba por ver si las conseguiría o no.

– ¿Estás seguro? -preguntó con serenidad-.

Me refiero al divorcio.

Brad asintió, y Page bajó la cabeza.

Lo había comprendido.

Lo había aceptado.

Era el fin.

Clarke quería casarse con Stephanie, emprender una nueva vida a su lado y, quizás, hacerlo mejor esta vez.

– No esperemos más -balbuceó él tristemente-.

¿Sabes de alguien que pueda representarte? -Me dieron un nombre, pero no me molesté en llamar.

No creí que tuvieras tanta urgencia -dijo Page con un perceptible retintín.

De repente le enfadaba que Brad hubiese escogido el hospital para decírselo.

En aquel lugar le habían sucedido las peores calamidades…

aunque también soplaron buenos vientos, como el que le trajo a Trygve.

– Estaremos divorciados para final de año -calculó Brad prosaicamente, mientras Page lo ponderaba en silencio-, es probable que antes de Navidad.

Stephanie se había empeñado en casarse el día de Nochebuena, suponiendo que el divorcio se decretase a tiempo, y si se apresuraban aún podían obtener la sentencia.

– Preferiría anotar otros regalos en mi lista navideña -comentó Page con sarcasmo.

Levantó la vista hacia Clarke, respiró hondo y prometió-.

Mañana mismo llamaré a mi abogado.

– Te lo agradezco mucho.

– Brad titubeó, como si quisiera decir algo más pero no supiera por dónde empezar-.

Lo siento, Page.

– No más que yo -masculló ella.

Tocó la mano de Brad y entró de nuevo en la UCI.

Aquel día, Allie permaneció inmóvil, sin exhalar gemidos ni murmullos.

Era como si presintiera que su madre estaba deprimida y quisiera dejarla en paz.

De todos modos, Page hizo su guardia cotidiana.

Por la noche, tras acostar a Andy, ni siquiera telefoneó a Trygve.

Necesitaba dar el último adiós a Brad antes de encarar el futuro.

Al día siguiente estaba más tranquila, y deseando hablar con Thorensen.

él había notado que algo la afligía y, en cuanto se lo preguntó, ella le contó su conversación con Brad.

Como siempre, fue muy comprensivo.

Sabía cuán penoso resultaba y no creía en absoluto que existiera un distanciamiento entre ellos, sino simplemente que costaba mucho rematar un matrimonio.

Volvió a darle los datos del abogado y Page llamó para solicitar una entrevista.

Cuando acudió al bufete, el letrado le dijo lo mismo que Brad, que la próxima Navidad estaría divorciada.

Trygve pasó a recogerla y aquella noche fueron a cenar y explayarse.

Para entonces, Page se sentía mejor.

Sentados en su mesa predilecta del Silver Dove, los dos tan rubios, parecían una atractiva pareja de escandinavos.

A la gente le llamaba la atención su semejanza y solía preguntarles si eran hermanos.

Page lo encontraba interesante, pues siempre había tenido la teoría de que, al casarse, las personas sufrían un proceso de mimetismo, si bien con Brad no había ocurrido.

Charlaron durante horas sobre sus vidas, sus matrimonios, sus hijos y su futuro en común.

– Eres la primera mujer que me inspira el deseo de volver a casarme -dijo Trygve, y ella no tuvo más que mirarle a los ojos para ver que era sincero.

Ambos consideraban que un mes y medio de relaciones era un poco precipitado, pero el accidente, que tanto había tergiversado sus vidas, hizo también que el tiempo corriera más deprisa.

La lucha por la supervivencia le imprimía a todo una gran velocidad.

– Toda persona sabe cuándo ha acertado.

Es algo que se intuye -afirmó Thorensen con su habitual ecuanimidad-.

Yo me di cuenta en el hospital, al principio.

No podía entender cómo habían nacido aquellos sentimientos.

¡Eras una mujer casada! Y repentinamente cambió tu situación.

Page, con sólo mirarte sé que podría ser feliz a tu lado el resto de mi vida.

Y tú también.

Ella no lo negó.

Sentía lo mismo que Trygve, aunque le asustaba reconocerlo.

¿Cómo pude equivocarme tanto, y ver ahora con tanta claridad? ¿Es que me he vuelto más perspicaz? -No creo que la perspicacia tenga nada que ver.

Es más bien una sensación en el estómago, en el corazón, en las vísceras, o dondequiera que anide.

Con Dana siempre supe que estábamos abocados al fracaso.

Vi que íbamos mal desde el comienzo, y ella también, hasta el punto de que intentó disuadirme.

Pero yo no le hice caso.

¿No es curioso? A mí me pasó otro tanto con Brad -dijo Page en una mirada retrospectiva-.

Todavía me estaba curando de las cicatrices que me dejó mi familia, cuando él insistió en que nos casáramos y viniéramos a California.

La aventura me daba miedo, pues no me sentía madura, pero creí que tal vez me ayudaría y terminé por ceder.

Fui una conta supina.

– ¡Nada de eso! -negó Trygve-.

Sencillamente, aquello era lo que necesitabas entonces.

De lo contrario no habríais durado tantos años.

– Era obvio que el matrimonio Clarke había sido mucho más estable que el suyo con Dana-.

Escúchame, Page.

Aunque no podría darte una explicación racional, sé que tú y yo funcionaremos.

Y no quiero malgastar más tiempo después de haber arruinado la mitad de mi vida por casarme con quien no debía.

– Trygve aspiró hondo y procuró aminorar el ritmo-.

Pero no voy a agobiarte.

Tardes lo que tardes, aquí estaré.

– Por una vez, mi madre ha dado en el clavo -dijo Page con una sonrisa.

– ¿Cómo es eso? -Siempre me dice que soy una mujer afortunada.

– En este caso, el afortunado soy yo -replicó Thorensen, también sonriente-.

Ahora tendré que aprender a esperar.

– Bebió un sorbo de vino y lanzó a Page una mirada pícara-.

¿Qué opinas de Navidad? Es la fecha ideal para una boda, con Santa Claus, el muérdago, los cascabeles de los trineos…

– Sabía que en, Navidad el divorcio sería oficial.

– Eres un lunático.

Al fin y al cabo, apenas me conoces.

¿Has pensado que yo podría ser un monstruo inaguantable? No supondrás que Brad se habría cansado de mí si fuese una compañía divertida, cverdad? -Gracias a Dios, Brad es un insensato.

Además, seas lo que seas me gustaría averiguarlo por mí mismo, sin tener que marcharme a las cuatro de la madrugada o andar de puntillas por la casa para que Andy no nos oiga.

Ciertamente, aquella situación estaba llena de limitaciones.

Trygve deseaba despertar cada mañana al lado de Page, y acostarse juntos todas las noches.

Y seguía queriendo que disfrutaran de un fin de semanas a solas, pero ella estaba remisa a causa de Allie-.

Apúntate el de diciembre en algún rincón de la mente y ya volveremos a hablar, quizá después de las vacaciones en Tahoe.

– Y tú inclúyelo en tu carta a Santa Claus -bromeó Page.

Trygve rió.

– Lo haré.

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