Poco después de las siete, Page, de pie en la sala de estar, dudaba aún entre meterse en la cama o ir a casa de Jane Gilson para recoger a Andy.
Estaba tan cansada que le dolían los huesos y tenía mucho sueño, pero sabía que Andy también la necesitaba, así que se lavó la cara, se peinó y escuchó desde la cocina los mensajes del contestador.
No había ninguno de Brad, lo que la puso furiosa.
¿Cómo podía hacerle eso ahora, con la vida de Allyson pendiente de un hilo? ¿Qué clase de depravada era Stephanie al permitírselo? Fue a buscar a Andy y le encontró desayunando con Jane.
El televisor estaba encendido y Jane preparaba unas ricas tortitas y cantaba alegremente.
– Pero ¡cómo te miman! -exclamó Page con languidez, a la vez que besaba a su hijo en la cabeza y sonreía a Jane.
Su amiga observó que las ojeras de Page se habían oscurecido.
¿Cómo está Allie? -preguntó Andy.
Page titubeó.
Tuvo que refrenar las lágrimas antes de contestar.
De pronto no le salían las palabras.
Aquella noche su hija había estado en las garras de la muerte, aunque, gracias a Dios, había escapado.
Jane vio su vacilación y, al pasar junto a ella para prepararle una taza de café, posó una mano amiga sobre su hombro.
– Regular -contestó Page.
Se volvió hacia Jane y agregó-: Esta noche nos ha dado un buen susto.
Se le ha inflamado el cerebro de resultas de la operación, y apenas podía respirar.
– ¿Va a morir? -Andy abrió unos ojos como platos.
Su madre se apresuró a negarlo.
Al menos aún no había expirado, y todos hacían votos para que no ocurriera.
– Espero que no.
Se relajó unos segundos, mientras el pequeño asimilaba la información, pero enseguida hubo de abordar otra pregunta engorrosa.
– ¿Dónde está papá? Ayer no vino a buscarme.
– Creo que le surgió un imprevisto en el trabajo y cuando llegó a casa tú ya te habías acostado.
No quiso despertarte.
¡Ah! -A Andy acababan de quitarle un peso de encima.
La noche anterior había oído la riña entre sus padres, y no le gustó nada.
El accidente de Allie lo había trastocado todo.
De repente, nada le parecía seguro, y las personas a quienes más quería estaban asustadas, nerviosas y de mal humor-.
¿Podré visitar a Allie hoy? -Todavía no, cariño.
– Page no podía consentir que la viese sin su bonita melena, con la cabeza y los ojos envueltos en vendas, entubada, conectada a frías máquinas y rezumando efluvios de muerte.
Constituía una visión terrorífica para cualquiera, y en especial para un niño de siete años-.
Cuando mejore un poco.
Cuando vuelva en sí -prometió, conteniendo las lágrimas.
Esta vez tuvo que volverse de espaldas para que su hijo no lo notara.
Jane la rodeó con su brazo.
– Necesitas dormir.
¿Por qué no te tiendes un rato y, por un día, llevo yo a Andy a la escuela? Andy se demudó al oír aquella sugerencia.
No podía entender lo cansada que estaba su madre, ni cuán agotadoras eran las sesiones en el hospital.
Y quería tenerla cerca.
– Puedo ocuparme yo misma -respondió Page.
Respiró hondo, y bebió un sorbo de café-.
Sólo tardaré un momento.
Después podré echar un sueñecito.
Page se había prometido que dormiría hasta la hora de reunirse con Trygve.
En el hospital sabían cómo localizarla si se producía alguna urgencia.
Le resultaba imprescindible reponer fuerzas, pues tenía la sensación de que no podía dar un paso más.
Camino de la escuela primaria de Ross, hubo de hacer un esfuerzo para que no se le cerraran los ojos, y llegó sin novedad a casa de puro milagro.
En cuanto cruzó el umbral, volvió a escuchar la cinta del contestador.
No había ningún mensaje de Brad.
Era demasiado temprano para llamarle a la agencia.
Parecía increíble que hubiera tenido la osadía de pasar toda la noche fuera, sin siquiera molestarse en telefonear.
Aunque, por otra parte, cqué iba a decirle? “Perdona, pero me quedo a dormir en casa de mi amante." Page estaba anonadada de cómo se habían desbordado los acontecimientos en un par de días.
Toda su vida de casados, su relación, se había ido al traste.
A las ocho y cuarto estaba en la cama y, aunque al principio se agitó y revolvió a causa de la luz, pensando en Allyson y en las angustias de la noche, quince minutos más tarde el cuerpo derrotó a la psiquis y Page dormía como una criatura, con la ropa aún puesta.
Su descanso se prolongó hasta las doce, cuando la despertaron los persistentes timbrazos del teléfono.
Saltó del lecho al identificar el ruido, aterrada de que fuese una llamada del hospital.
¿Diga? -preguntó con un débil gemido.
No era el hospital, sino su madre.
– Por Dios, cqué te pasa? ¿Estás enferma? -No, mamá.
Me has despertado.
Había mucho que explicar, y no sería tarea fácil contárselo a su madre.
– ¿A las doce de la mañana? ¡Es inaudito! ¿Te has quedado embarazada? -No, mamá.
He trasnochado a causa de Allyson.
De pronto, Page se sintió culpable de no haber telefoneado antes.
– Dijiste que me llamarías el domingo, pero no lo hiciste.
A su madre le encantaba quejarse, se recreaba en el papel de mártir.
Siempre le recriminaba a Page que la tenía abandonada, pero la verdad era que no se acordaba demasiado de ella porque se entendía mejor con Alexis, su hija mayor.
Alexis vivía también en Nueva York y salían mucho juntas.
– He tenido unos días muy ajetreados.
¿Cómo pronunciar las palabras fatídicas? Page apretó los párpados y se debatió consigo misma-.
Allyson sufrió un accidente el sábado por la noche.
– ¿Está a salvo? -preguntó su madre con perplejidad.
Ni siquiera ella podía escurrirse ante aquella frase, ante la fuerza intrínseca que contenía.
Era una mujer inteligente que ocultaba celosamente esa cualidad y de ese modo vivía en un mundo de fantasía.
– Todo lo contrario: está en coma.
El domingo la operaron del cerebro y nadie puede predecir qué sucederá.
Perdóname por no haberte llamado, mamá.
No sabía cómo enfocártelo y decidí esperar hasta que las perspectivas fueran algo mejores.
– ¿Cómo está Brad? Page pensó que era una pregunta extraña.
¿Brad? Muy bien, él no intervino en el accidente.
Allie había salido con unos amigos.
– Pobrecillo, debe de haberle afectado mucho.
Era típico de su madre centrarse en Brad, no en su hija o en Allyson, sino en su yerno.
Si no la hubiera conocido tan bien, Page habría creído que la había entendido incorrectamente.
– Nos ha afectado a todos.
A Brad, a mí, a Andy, y principalmente a Allie.
¿Se recuperará? -Todavía no lo sabemos.
¡ya verás que sí! En un primer momento estas cosas parecen atroces, pero todos los días hay millares de personas que se recuperan de los accidentes.
¡Dios, qué salida tan característica! Huyendo siempre de la realidad, a cualquier precio.
Su madre jamás cambiaría.
No obstante, quizá era difícil comprender la situación de Allie sin haberla visto.
Su madre prosiguió: -He leído historias extraordinarias sobre heridas cerebrales y personas en coma que, un buen día, volvían a la vida.
Allyson es joven.
Lo más lógico es que salga adelante.
– Eso espero -dijo Page con laxitud, mirando el suelo y preguntándose cómo alguien podría comunicarse con su madre.
Siempre fue la misma, ya a los catorce años Page se había dado cuenta de que sólo escuchaba y creía lo que a ella le convenía, nada más, aunque se lo contases de cien maneras distintas -.
Te mantendré informada.
– Dile que la quiero -ordenó severamente Maribelle Addison-.
Me han comentado que las personas en coma se enteran de todo.
¿Hablas con ella, Page? – Page asintió y por sus mejillas fluyeron sendos lagrimones.
¡Naturalmente que le hablaba! Le reiteraba su cariño, le suplitrar.
É tampoco caba que no muriese, que no les dejara.:.
– Sí -susurró con voz ronca.
– Bien.
No te olvides de decirle que su abuela y tía Alexis también la adoran.
– Entonces, como si acabara de ocurrírsele, Maribelle preguntó-: ¿Quieres que vayamos las dos a veros? -Madre e hija iban siempre enganchadas.
– ¡No! Si os necesito, ya te llamaré.
– Muy bien, cariño.
Te telefonearé mañana.
Se diría que estaban quedando para una partida de bridge.
Era pasmoso su optimismo, su absoluta convicción de que Allyson se repondría, sin reparar un solo instante en la situacPrendas para ción real.
Como de costumbre, no ofreció consuelo ni apoyo quizás has venido a a su hija menor.
– Gracias, mamá.
Te avisaré si hay novedades.
– No dejes de hacerlo, querida.
Mañana tengo que ir de compras con Alexis.
Te llamaré puntualmente a mi regreso.
Da un beso de mi parte a Brad y a Andy.
– Descuida.
Page colgó el auricular y pasó largo rato absorta en sus pensamientos, recordando cómo había sido su vida de soltera con su madre y con su hermana, una vida repleta de embustes, de desdichas, regida por una permanente huida de la verdad.
Alexis encajaba a la perfección.
Jugaba a lo mismo que su madre.
Todo era maravilloso, nadie obraba jamás censurablemente y, si lo hacía, no se mencionaba y asunto arreglado.
Las aguas estaban siempre tranquilas, nunca se levantaba una voz, y por dentro las tres se ahogaban.
Page se consumía.
No podía esperar para independizarse.
Se mudó a otra casa en cuanto empezó sus estudios de arte.
La familia se opuso y rehusó ayudarla económicamente, pero ella había ganado un dinero haciendo trabajos eventuales, e incluso se empleó como camarera nocturna en un restaurante a fin de sufragarse los gastos.
Habría hecho cualquier cosa por alejarse de aquel ambiente.
Sabía muy bien que de ello dependía su supervivencia.
Estaba tan enfrascada en sus recuerdos, que no le oyó enTrar.
Continuaba sentada en la cama, con la ropa muy arrugada y la vio junto al teléfono.
Brad había cruzado media habitación cuando ella se movió, y ambos se sobresaltaron.
– ¡Por el amor de Dios! -bramó Clarke-.
¿Por qué no has dicho nada? -No te había visto.
¿Vienes a casa para comer? -dijo ella con tono irónico.
Page tenía la respuesta preparada.
¡ Sólo faltaba que apareciesen ellas! el cabello revuelto, pero tenía un aspecto más relajado que unas horas antes.
– He venido a dejar unas cosas -replicó Brad con vaguedad, a la vez que echaba una camisa sucia en el cesto del cuarto de baño.
lavar? ¿A qué hora las quiere el señor? buscar una muda porque piensas pasar fuera también esta noche? -Page destilaba cólera y veneno-.
¿No te parece que, como mínimo, podrías haber llamado? ¿O quieres borrar de un plumazo todos estos años de matrimonio? ¿Qué más da que llamase o no? De todos modos no estabas en casa…
Brad parecía tan brutalmente insensible que a Page le hubiera gustado machacarle.
– Pues hubieras telefoneado a la UCI, o a Jane, nuestra vecina.
Andy te estuvo esperando.
Creyó que tú también habías tenido un accidente.
¿o es que ya no te importa tu hijo? Allyson ha sufrido una recaída muy grave -disparó a bocajarro y Brad recibió los impactos donde más le dolía.
¿Cómo está? -Resiste, pero muy precariamente.
Brad Clarke miró a su mujer con cara de arrepentimiento.
Sólo había querido tomarse una noche libre.
Fue un gran alivio abstraerse del hospital, de Page, e incluso de Andy.
– Me olvidé de llamar.
– Su excusa era impresentable y él lo sabía.
– Yo también querría olvidar.
Tienes suerte de conseguirlo -musitó Page, entristecida.
Pero ella no podía desentenderse – de sus hijos, ni lo deseaba.
Tres días antes, tampoco se habría distanciado de Brad.
Ahora todo era distinto-.
No puedes seguir escabulléndote, Brad.
Lo que nos ocurre es real, y debes afrontarlo.
¿Cómo te sentirías si Allie hubiese muerto anoche? -¿Tú qué crees? -repuso él, y miró a su esposa.
– Andy también te necesita.
Y puede que te convenga pasar más tiempo con Allyson.
Si sucediera algo…
– Page no habría podido estar en ningún otro sitio, pero Brad no era como ella.
– Que me siente junto a su cama no la salvará -repuso Brad, a la defensiva-.
Conmigo o sin mí, el final será el mismo.
Me deprime verla y, además, obstinarse en que viva a toda costa no es la mejor solución.
– Pero cqué dices? -Page quedó horrorizada-.
¿Insinúas que debemos dejarla morir? Sintió ganas de echarse a gritar.
¿Qué le había pasado a Brad? ¿Cómo podía hablar así? -Digo que quiero recuperar a Allie.
A Allie, ccomprendes? A mi hija de siempre, a la mujer en que se habría convertido de no mediar esta tragedia.
Quiero a mi niña bonita, fuerte e inteligente, con un sinfín de aptitudes, capaz de conseguir cuanto se proponía.
¿De veras deseas que viva sin todo su potencial? ¿Deseas ser la enfermera permanente de una disminuida mental? ¿Es eso a lo que aspiras para ella? Yo no.
Prefiero que muera ahora mismo si la alternativa es la invalidez.
E ir al hospital a contemplar cómo se inflama su cerebro y cómo le insufla oxígeno una máquina no contribuirá en nada a que mejore.
Hemos hecho todo lo posible.
Sólo resta esperar.
Y a Allie le da lo mismo que esperemos aquí o en la UCI, pegados a ella.
¿Y si no era así? ¿Y si Allyson percibía de algún modo su presencia? Al oírle, Page sintió repulsión.
– Andy te necesita tanto como ella.
¿o también el niño te sobrepasa? -atacó a su marido sin piedad, pues no se la merecía.
Les estaba fallando a todos por motivos puramente egoístas.
– Me sobrepasa todo.
¿A ti no te ha ocurrido nunca? -preguntó Brad, acercándose a Page unos pasos.
Detestaba tener que verla ahora que sus encuentros siempre degeneraban en altercados, reproches o una retahíla de acusaciones.
– Tu único problema es que tienes un alto grado de autocompasión, y por ello vas a tomar decisiones funestas.
El tiempo no se detendrá porque tú lo quieras, Brad.
No puedes nndarte un respiro" mientras solventas tu apetito sexual.
Allie te necesita, sean cuales sean tus ideas sobre su estado y su futuro.
Precisamente te necesita más por esa razón.
Y Andy se encuentra en el mismo caso.
El pobrecillo está aterrorizado viendo cómo la familia se desintegra ante sus propios ojos, sabiendo que su hermana podría morir, sufriendo tus ausencias y teniendo que vivir todo el día en casa de los vecinos.
– Entonces quizá deberías venir a dormir aquí -dijo Brad, y quedó paralizado cuando Page se levantó y avanzó unos metros hacia él.
– Entérate de una cosa, Brad: no dejaré a Allie hasta que sepa si va a recuperarse, o hasta que exhale el último suspiro.
Y si muere -añadió Page con ojos llorosos, pero con voz inquebrantable-, estaré a su lado, sostendré su mano y la ayudaré en su tránsito al otro mundo igual que la ayudé a venir a la vida.
No pienso quedarme contigo, a menos que sea en el hospital, ni siquiera con Andy.
Yo, por lo menos, no me refugio en un amante fingiendo que no pasa nada.
Se dio la vuelta.
No soportaba la cara de Brad, aquella expresión que hacía evidente que ya no le pertenecía.
– Page…
Ella se volvió hacia su esposo, sorprendida al percibir en su voz el temblor del llanto.
Clarke se desplomó en una silla y enterró el rostro entre las manos.
– No resisto verla tan maltrecha -dijo Brad-.
Es como si ya se hubiera ido…
¡No lo soporto! Page no comprendía aquella actitud.
¿Qué le hacía pensar que tenía otra opción? Tampoco ella lo aguantaba, pero debía sobreponerse.
Debía luchar por Allie.
– De momento, todavía está entre nosotros -dijo más apaciguada, con ánimo de alentarle, pero remisa a aproximarse a él.
Les separaban poderosos sentimientos de dolor, aversión y desengaño.
No confiaba en Brad, ni le creía.
Ni siquiera sabía – ya quién era-.
Le queda una última oportunidad.
No puedes desecharla.
– No tiene por qué ser así -replicó Clarke.
Él no era de los que se rendían fácilmente, y Page no entendía su postura.
Era como si buscase la salida más sencilla para él e incluso para Allie, aunque significara perderla, renunciar.
Ella jamás compartiría ese punto de vista-.
No sé cómo explicarlo…
Cuando la vi, tuve la impresión de que no se recuperaría nunca, y no quiero que sea un vegetal el resto de su vida.
Los médicos sólo hablan de comas, parálisis espástica, pérdida de motricidad, cerebro, cerebelo, neuronas, atrofia…
¿Cómo puedes oír tantas atrocidades y seguir pensando que volverá a ser normal? -Porque todavía conservo la esperanza.
Quizá sea un camino difícil, quizá su recuperación sea incompleta, o ¡qué demonios! quizá muera.
Pero en todo caso -dijo Page, y sus ojos se llenaron nuevamente de lágrimas-, necesitará toda nuestra ayuda.
Brad miró a su mujer con desespero, llorando en silencio.
– Yo no podré ayudarla, Page.
Sé que no podré.
Estaba mortalmente asustado, y ella lo advirtió.
Se acercó a su butaca y le rodeó con ambos brazos.
él hundió la cabeza en su pecho.
Page acarició el negro cabello de Brad, y anheló no haber llegado tan lejos en su mutua destrucción.
Por desgracia, nada podía borrarse ya, de igual modo que no se podía conjurar el accidente de Allie.
– Tengo miedo -susurró Brad con la cabeza apoyada con= tra los mullidos senos-.
No quiero que mi hija muera, pero tampoco quiero que sobreviva en estas condiciones, Page.
Siento vértigo sólo de verla.
Y perdóname por lo de ayer.
No debería haber desaparecido; si lo hice fue porque no podía afrontar la situación.
– Page asintió, comprensiva, aunque ella había sido la primera perjudicada.
Brad tuvo necesidad de huir y así lo hizo, pero la dejó sola y desvalida frente a la pesadilla que vivía con Allie-.
¿Y si se nos muere? Clarke dirigió a su esposa una mirada angustiada, y ella tragó saliva al pensarlo.
– No lo sé -admitió con voz entrecortada-.
Anoche creí que sucumbiría, pero se repuso.
Hemos ganado otro día, y sólo nos queda rezar.
él asintió con la cabeza, envidiando su entereza.
Todavía deseaba escapar, ¡y Stephanie se lo ponía tan fácil! Se compadecía de él y le ayudaba a evadirse del horror que afrontaba su hija.
Le permitía abandonarse a la idea de que él no podía hacer nada.
Le había dicho que Page sabría encargarse de todo y le urgió a dejarla actuar.
Pero cuando Brad vio a su mujer debatiéndose contra todo aquel dolor, de repente renació sú sentido de culpabilidad.
Ahora, apoyado en su cálido cuerpo, Brad sintió la punzada del deseo, una agitación interna que era el prólogo de un acercamiento.
La abrazó por la cintura e intentó sentarla en su falda para besarla.
Pero ella se puso rígida y le miró con rencor.
¿Cómo te atreves? Después de todo lo que había descubierto desde el accidente, le repelía el contacto con su marido.
– Te necesito, Page.
– Eres repugnante -replicó ella con vehemencia.
Ya tenía a Stephanie.
¿Qué más quería, un harén? Antes de saber lo de su amante, era diferente.
Pero ahora no podía aceptarle.
El la besó de todas formas, un beso de pasión y frenesí.
Aun así, no ablandó a Page, que se sintió más distante.
Brad Clarke se había convertido en un extraño.
Era la pareja de otra mujer, no la suya.
Se zafó bruscamente, retrocedió unos pasos y le dejó hundido en la silla, sin aliento.
– Lo siento -se disculpó Page por su vehemencia y se retiró.
Brad quedó con expresión de enfado y sensación de estúpido.
Sabía que obraba mal hiriendo a su mujer y aferrándose a Stephanie, pero, como la propia Page acababa de decirle, últimamente sólo tomaba decisiones nefastas.
Un poco más tarde, fue a la cocina en su busca.
Page se estaba preparando una taza de té, y no volvió la cabeza al oírle entrar.
– Lo lamento -dijo él-, me he dejado llevar.
He sido muy inoportuno con todo lo que está ocurriendo.
– A Page le parecía inverosímil que sólo una semana antes hubieran hecho el amor como si su matrimonio fuera viento en popa, sin albergar la menor sospecha de que Brad tenía una amante.
Pero ahora las cosas habían cambiado.
Y, dada su relación con Stephanie, Page no quería que él la tocase.
Habría sido distinto si, asolado por el arrepentimiento, le hubiera prometido poner fin al idilio.
Sin embargo, en ningún momento hizo esa promesa.
En todo caso, los que habían terminado eran ellos dos.
Tal era, al parecer, la voluntad de Clarke.
Ahora que su lío de faldas había salido a la luz, su primera reacción había sido marcharse de casa, indiferente a las necesidades de su familia, a una posible urgencia de Allyson e incluso a los sentimientos de Andy.
Stephanie se había impuesto a cualquier otra consideración.
La constatación de este hecho golpeó a Page como una roca de diez toneladas.
No podía ignorarlo.
– Creo que deberías darme su número.
Si sucede algo y estás con ella, sabré dónde informarte -dijo Page sin volverse, para que Brad no viera las lágrimas que se habían agolpado en sus ojos.
– Te aseguro que no se repetirá.
Esta noche me quedaré en casa con Andy.
– No me interesa lo que digas.
– Ahora Page se giró en redondo para encararse con Brad, y él se asustó al ver su expresión.
Estaba dolida, indignada y decidida más allá de las palabras.
Era obvio que su breve lapso de intimidad había pasado-.
Se repetirá, y quiero tener su teléfono.
– Bien.
Te lo anotaré en la agenda.
Page asintió y bebió unos sorbos de humeante té.
¿Qué piensas hacer hoy? -Clarke suponía que volvería al hospital, y se sorprendió al comprobar que no.
– Dentro de un rato asistiré al entierro del joven Chapman.
¿Quieres acompañarme? -Ni lo sueñes.
Ese malnacido casi mató a mi hija.
¿Cómo tienes estómago para ir? Brad estaba congestionado y Page, impasible, se encogió de hombros.
– Los Chapman han perdido a su único hijo, y no hay pruebas de que el accidente fuera culpa suya.
¿Cómo puedes negarte a asistir? -No les debo nada -repuso Brad fríamente-.
Los análisis han demostrado que había bebido alcohol.
– En cantidades muy pequeñas.
¿Y qué me dices de la otra conductora? ¿No pudo ser ella la causante de todo? -Trygve se lo había planteado, y Page también, pero a Brad no se le había ocurrido.
– Laura Hutchinson es la mujer de un senador, tiene tres hijos crecidos y nunca rondaría por las calles borracha, al volante de un coche o cometiendo negligencias -sentenció Clarke con absoluta convicción.
¿Cómo lo sabes? -Page no habría puesto la mano en el fuego por nadie, ni por la esposa del senador ni siquiera por Brad-.
¿Cómo puedes defender tan seguro su inocencia? -Porque estoy seguro de ello, tanto como la policía.
No le hicieron la prueba de la alcoholemia, obviamente, porque no la consideraron necesaria; de lo contrario se la hubieran exigido.
No la han acusado de nada.
Sin duda a Brad le bastaba con eso.
– A lo mejor les impresionó su apellido.
– En los últimos días discutían por todo, y Page se alegró de que Andy estuviera en la escuela-.
Sea como fuere, pienso asistir al sepelio.
Trygve Thorensen pasará a recogerme a las dos y cuarto.
Brad enarcó las cejas.
¡Muy entrañable! -No seas impertinente.
– Page miró a su esposo con un peculiar brillo en los ojos, producto de la ira y el cansancioDurante tres días hemos pasado las horas muertas en ese hospital que tanto aborreces, atentos al más mínimo progreso de nuestras hijas.
Phillip Chapman conducía el coche donde viajaba Chloe, pero eso no le impide a Thorensen ofrecer sus condolencias a los padres del chico.
– Es un tipo fantástico.
Quizá lleguéis a haceros amigos íntimos ahora que yo he perdido todo mi atractivo.
Clarke estaba enfadado por el rechazo de antes, aunque en el fondo lo comprendía.
Pero le soliviantó que Page elogiara a Trygve.
– -Tienes razón, Brad, es fantástico.
Posee un gran sentido de la amistad.
Incluso se ha quedado en el hospital sólo para apoyarme.
Ayer, cuando nadie sabía dónde te habías metido, estuvo conmigo y me ofreció su mano, y también velamos juntos la noche del accidente, mientras tú te divertías con tu amiguita.
Ha sido una joya de hombre.
Y te diré más: es lo bastante cabal como para guardarse la virilidad en los pantalones y anteponer sus hijos al sexo.
Así que si pretendes hacerme sentir culpable o apurada, no te molestes.
Dudo mucho que a Trygve Thorensen yo le importe un comino como mujer, y así debe ser, porque no busco amante.
Sólo necesito un amigo que me preste su hombro, ya que no tengo marido.
Poca réplica podía presentar Brad a aquellas palabras, de modo que se encerró en el cuarto de baño.
Sin dirigirle la palabra a su mujer, diez minutos después salió de la casa dando un sonoro portazo.
Ella estaba tan furibunda que de buena gana le hubiera estrangulado, aunque también se sentía triste.
¡Su vida se había derrumbado tan precipitadamente! Era incomprensible.
Ahora les acuciaban tensiones muy agudas pero ya antes se habían deteriorado otros aspectos de su unión, y ella no lo supo ver.
El accidente fue el gran detonante, y había aportado sus nefastas consecuencias.
Page se duchó y se vistió para acudir el sepelio, y Trygve pasó a recogerla a las dos y cuarto en punto.
Llevaba un traje; azul marino, camisa blanca y corbata oscura, un atuendo sobrio pero que le favorecía mucho.
Page se puso un vestido negro de hilo que había comprado en Nueva York la última vez que fue a visitar a su madre.
Las exequias se celebraron en la iglesia episcopal de Saint John.
Page no estaba preparada para la multitud de adolescentes que había allí, con sus resplandecientes rostros juveniles ensombrecidos por la pérdida del amigo, sus corazones llenos de una aflicción avasalladora.
A modo de recordatorio, los maestros de ceremonias entregaron a los asistentes una bonita fotografía de Phillip con el equipo de natación.
Page comprobó que los chicos que las distribuían eran precisamente los miembros del equipo.
Vio también a Jamie Applegate.
Escoltado por su familia, era la imagen de la devastación.
No obstante, ellos le respaldaban.
Su padre le llevaba abrazado por el hombro.
Se emitieron canciones de estilo joven, y Page, al oírlas, notó en la garganta la contracción del llanto.
En la iglesia se habían congregado trescientos o cuatrocientos chicos, y Page supo que Allyson tampoco habría faltado de no yacer en coma en un hospital.
Al fin, con porte muy digno, aunque deshechos por la pena, hicieron su entrada los padres de Phillip y ocuparon sus lugares en el primer banco.
Les acompañaba una pareja bastante mayor, los abuelos.
Daba pena verlos.
La intensidad del golpe se hacía palpable en sus caras.
El oficiante habló emotivamente de los-misterios del amor divino y del gran dolor que siempre causa perder a un ser querido.
Platicó sobre el magnífico joven que había sido Phillip, admirado por todos y con un brillante futuro.
A Page la homilía le traspasó el alma, y pensó, entre sollozos, qué dirían de Allie si moría.
Sería algo parecido.
También la admiraban y querían todos sus conocidos.
Ella jamás se reharía de su pérdida.
La señora Chapman lloró profusamente durante toda la ceremonia.
Al final del servicio, el coro escolar en pleno cantó el Amazing Grace.
Luego, cada uno de sus componentes fue invitado a subir al altar para recitar una breve plegaria, un postrer tributo al compañero.
La iglesia entera estaba sumida en llanto, y Page, al mirar alrededor, quedó hondamente conmovida por la consternación que se reflejaba en aquellos semblantes casi infantiles.
Fue entonces cuando vio a Laura Hutchinson.
Estaba sollozando discretamente en un banco algo apartado.
Al parecer había venido sola y se sentía tan desolada como el resto de los presentes.
Page la observó largo rato, pero sólo vio a una doliente más, y muy afectada.
Sorprendentemente, la despedida de la ceremonia fue rápida.
La gente aún no había salido de su estupefacción.
¡Era tan doloroso! De repente, Page y Trygve detectaron la presencia de los periodistas.
Al principio persiguieron a la señora Hutchinson, pero ella se marchó en una limusina sin hacer declaraciones.
Después sacaron fotografías de algunos jóve – nes que lloraban en la acera.
De súbito, toda la prensa se arremolinó en torno a los Chapman.
El padre de Phillip se encolerizó y les espetó entre lágrimas que eran unos cerdos desalmados.
Ellos no se fueron, aunque retrocedieron ligeramente.
Phillip Chapman era todavía una noticia candente.
Después de las exequias había una recepción en la sala de actos del instituto, y más tarde los Chapman habían invitado a su casa a algunos amigos.
Page no fue ni a un sitio ni a otro.
Era superior a sus fuerzas.
Sólo ansiaba quedarse sola, aislarse, recuperarse de la tremenda conmoción que había supuesto el oficio fúnebre.
Consultó a Trygve con la mirada y descubrió que había llorado tanto como ella.
¿Te encuentras bien? -le preguntó Thorensen.
Page asintió, pero con un nuevo acceso de llanto-.
Sí, yo estoy igual.
Te llevaré a casa.
Ella volvió a asentir y le siguió hasta el coche, donde permanecieron largo rato en silencio.
Page no había reunido valor para abordar a los Chapman, así que los dos habían firmado en el libro que había a la puerta de la iglesia.
Luego leería en el periódico que se recibieron más de quinientos pésames.
– ¡Dios, ha sido muy duro! -exclamó al fin, intentando componerse un poco.
Trygve la miró, arrasado por sus propias emociones.
– Es espantoso.
No existe nada peor.
Espero no vivir lo bastante para ver morir a uno de mis hijos.
Se arrepintió de aquellas palabras, puesto que la vida de Allyson estaba aún en peligro, pero Page se hizo cargo.
Tampoco ella quería pasar por esa experiencia.
– He visto a la señora Hutchinson.
Es todo un detalle de su parte haber venido.
A los Chapman les habrá impresionado favorablemente.
Su gesto demuestra cuán solidaria es, cuán humana.
Ha sido una astuta jugada.
Pero ¡qué cinismo el mío! -se riñó Page a sí misma-.
A lo mejor actuaba de buena fe.
– Lo dudo.
Conozco a los políticos.
Créeme, es su marido quien le ha mandado que asista.
Quizá ella no tuvo la culpa del accidente y es totalmente inocente.
Pero nunca está de más vender buena imagen.
¿Y ése es el único motivo? -Page se sintió decepcionada.
– Probablemente.
No lo sé.
Sigo pensando que cometió algún descuido, que los chicos no fueron responsables del choque, aunque tal vez soy yo quien me empeño en creerlo.
– A los Chapman les ocurría otro tanto.
Thorensen encendió el motor y se dirigieron a casa de Page tras la lenta caravana que marchaba hacia la escuela, pero a mitad de camino ella recordó quë nëbía pasar por el hospital a recoger su camioneta.
Además, quería ver a Allie.
¿Te importaría dejarme allí? -preguntó, sonriendo con tristeza.
Había sido una tarde terrible.
Page había telefoneado varias veces al hospital para preguntar por Allyson, pero no se habían producido cambios desde la mañana.
– ¡En absoluto! Igualmente tenía intención de visitar a Chloe.
Hoy más que nunca debemos agradecer que estén vivas, cverdad? Page asintió con la cabeza, evocando lo que había dicho Brad en el fragor de su disputa, que no le interesaba una Allie imperfecta.
Y parecía creerlo en serio.
– Prefiero tener a Allie en cualquier estado antes que perderla.
Quizá me equivoque, pero es lo que siento.
Brad opina que, si ha de quedar incapacitada, más vale que muera.
– La suya es una visión elitista de la vida, un maniqueísmo en blanco y negro.
Estoy de acuerdo contigo, prefiero juntar los pedazos, antes que tener las manos vacías.
Page coincidía con Trygve en todo, pero curiosamente no en lo relativo a su matrimonio.
En ese terreno era más intransigente que él.
Claro que lo veían desde ópticas distintas.
– Mi marido no ha podido enfrentarse a todo esto.
Sale huyendo a la primera ocasión -dijo con voz serena, procurando no volver a excitarse.
– Hay muchas personas que no saben sobrellevar las desgracias.
– Sí, como Dana…
y como Brad.
¿Y por qué nosotros nos metemos hasta el cuello? ¿Somos unos valientes o sólo un par de tontos? -Seguramente una mezcla de ambos -repuso Thorensen con una risita irónica-.
Me temo que no tenemos otra alternativa.
Cuando los demás saltan por la borda, nos ponemos al timón.
– Dirigió a Page una mirada de franqueza.
Había pasado suficiente tiempo a su lado para hacerle una pregunta directa-: ¿No te saca de tus casillas? -Le intrigó la aparente predisposición de Page a aceptar un matrimonio que distaba mucho de ser modélico.
Brad no se había dejado ver desde el accidente.
– Me pone furiosa -admitió Page sonriente-.
A la hora de comer hemos tenido un enfrentamiento por esa razón.
– Al menos eres humana.
Yo también me ponía como un basilisco cuando Dana se esfumaba en el momento en que más la necesitábamos los niños o yo.
– En mi caso, existen complicaciones de otra índole.
Trygve movió la cabeza, decidido a no indagar.
Pero finalmente no pudo contenerse.
¿Complicaciones graves? -Eso parece -contestó Page-.
Yo diría que terminales.
¿Y te han pillado por sorpresa? -La verdad es que sí.
He estado casada dieciséis años, y hasta hace tres días creía que mi matrimonio era perfecto.
– Estaban ya en las inmediaciones del hospital-.
He cometido un error.
Un error mayúsculo.
– Quizá no.
Es posible que estéis pasando una mala época.
De vez en cuando, todas las parejas tienen sus altibajos.
Ella reflexionó unos segundos, y negó con la cabeza.
– Había muchas facetas oscuras que yo desconocía.
Sin saberlo, me he estado engañando a mí misma durante largo tiempo.
Pero, ahora que lo sé, no podría disimular que todo va bien.
No es mi estilo.
Mi relación huele a podrido -explicó ácidamente.
– Recuerda lo que te he dicho antes, que algunas personas pierden la brújula cuando deben afrontar una crisis.
– Brad la perdió hace ya meses.
Pero le ha salido mal, porque le he pillado con la bragueta abierta.
Page torció la boca en una afectada sonrisa siniestra, y Trygve soltó una carcajada.
– Vaya, ha tenido mala suerte.
Page estaba anonadada por la naturalidad de aquel diálogo.
Se sentía capaz de contárselo todo a Trygve, incluso secretos que jamás habría revelado a su hermana, por supuesto, ni a Jane Gilson, que era una antigua amiga pero no una confidente.
Tras los rigores de sus inicios, nunca se había sincerado con nadie excepto con Brad, lo cual hacía su traición aún más abyecta.
Y ahora, para su asombro, a Trygve le contaba cosas que se habría resistido a confiarle a Brad aun antes de que estallara la guerra entre ambos.
Una vez en el hospital, se encaminaron hacia la UCI todavía alicaídos por el ambiente que había reinado en el sepelio, pero a ambos les alivió ver a sus hijas.
Chloe tenía algunos espasmos, aunque progresaba, y Allie continuaba igual.
Por el momento, su condición era estable.
Esta vez, Page se marchó antes que Trygve.
Volvió a casa hacia las cinco para recoger a Andy en la de Jane.
El niño había ido al entrenamiento de béisbol en el autocar de la escuela, y a esa hora debía estar ya de vuelta.
Page tenía muchas ganas de verle cuando aparcó el coche frente al garaje de Jane.
La tarde había sido un suplicio, y el sepelio de Phillip le helaba la sangre cada vez que recordaba los lloros de los jóvenes y el pesar de los padres.
Todos habían sollozado inconsolables al abandonar el templo, y el corazón de Page voló hacia ellos.
Mientras pulsaba el timbre de casa de Jane, todavía vibraban en sus oídos los cánticos del coro.
– Hola, ¿cómo estás? -Jane miró a su amiga y frunció el entrecejo-.
¿o no debería preguntártelo? Quizá Allyson había empeorado.
Page estaba consumida, pálida y patéticamente triste.
– No te apures -dijo con voz quebrada-.
Me ves así porque he ido al entierro de Phillip Chapman.
– ¿Y qué tal? -inquirió Jane, franqueándole la entrada.
– Tan deprimente como cabía esperar.
Había cuatrocientos jóvenes anegados en llanto, y la mitad de adultos.
– Es justo lo que necesitabas.
¿Te ha acompañado Brad? -No, me llevó Trygve Thorensen.
Hemos visto a la esposa del senador.
Estuvo muy en su papel, sacudida por el dolor en la medida justa.
Francamente, esa mujer ha tenido muchas – agallas al presentarse.
Trygve piensa que ha ido por razones políticas, para seguir el juego a los reporteros y dejar constancia de cuán buena e inocente es.
– ¿Lo es? -preguntó Jane circunspecta.
– Empiezo a sospechar que nunca lo sabremos.
Probablemente no existe un único culpable, fue un cúmulo de coincidencias y maniobras mal sincronizadas.
– Tengo mis dudas.
¿Había periodistas en la ceremonia? -Sí, cámaras de televisión y algunos fotógrafos de prensa.
Han hinchado el asunto porque está involucrada la señora Hutchinson.
Pero a mí me parte el corazón ver a esos chicos, por no mencionar a los padres.
– En la crónica que leí ayer dejaban traslucir que el responsable fue el chico Chapman.
¿Son meros rumores o hay algo de verdad? ¿Bebió realmente alcohol? -Al parecer, no el suficiente para inculparle.
He oído que el señor Chapman va a querellarse contra el periódico y reivindicar el nombre de Phillip.
Como te decía, no hay evidencias que permitan acusar a ninguna de las partes, ni al chico ni a la señora Hutchinson, pero él era muy joven y había bebido media copa de vino…
y dos tazas de café negro.
Trygve y ella habían debatido el caso hasta la saciedad, sin sacar nada en claro.
Había sido un desgraciado accidente, aparentemente sin culpables.
Y Page entendió que los Chapman quisieran rehabilitar la memoria de su hijo.
Había sido un chico extraordinario y merecía que su reputación fuese respetada, aunque sólo fuera por sus padres.
En aquel instante, Andy la divisó desde el jardín y fue corriendo a su encuentro.
Llevaba el uniforme de béisbol y estaba tan adorable que Page se emocionó al verle.
Su salud y su normalidad le recordaron el último partido al que le había llevado, cuando su vida discurría plácidamente.
Allie aún estaba bien.
Y Brad no había confesado su engaño.
¿Cómo te van las cosas, Andrew Clarke? -preguntó Page con una sonrisa luminosa.
El pequeño le echó los brazos al cuello.
– ¡Fenomenal! Hoy he marcado una carrera a la base.
Andy estaba satisfecho de sí mismo, y a su madre aquel abrazo la hizo revivir.
¡ Magnífico! También él estaba muy contento de verla.
Le dirigió una mirada inquieta y preguntó: ¿Vas a volver al hospital? ¿Debo quedarme aquí? -No, hoy irás a casa conmigo.
Page había decidido tomarse una noche libre en honor de su hijo.
Sabía cuánta necesidad tenía de ella y no quería negarle su presencia.
Además, mientras Allie se mantuviera estacionaria se lo podía permitir.
Le guisaría una buena cena para variar, algo más que una pizza congelada, y luego se sentaría a charlar largamente con él.
Así no se sentiría tan abandonado.
¿Por qué no nos prepara papá una barbacoa? -Page ignoraba si Brad dormiría en casa aquella noche, de modo que no quiso prometer nada y pretextó que tenía mucho trabajo-.
De acuerdo.
En ese caso, haremos una cena corriente.
El niño parecía entusiasmado con el plan.
Al cabo de unos minutos estaban los dos en su cocina.
Page hizo hamburguesas, con patatas al horno para Andy y una gran fuente de ensalada acompañada de aguacates y tomates rojos.
Pegó un respingo cuando oyó entrar a Brad, en el preciso momento en que se sentaban a la mesa.
No le esperaba, pero había preparado su plato por si aparecía y deseaba cenar.
– ¡Papá! -exclamó Andy muy excitado.
Page leyó en su cara cuán ansiosámente buscaba el contacto de ambos.
El chico estaba más preocupado de lo que dejaba adivinar.
– ¡Qué sorpresa verte! -dijo ella con retintín, y Brad le lanzó una mirada torva.
– No empecemos, Page.
– También él había tenido un día complicado, pero se había esforzado para llegar a casa a la hora de cenar-.
¿Hay un plato para mí? -preguntó secamente, señalando la mesa y la cena que Page se disponía a servir.
– -Desde luego -dijo ella, y unos instantes después le sirvió un plato completo.
Andy le contó a su padre todos los incidentes del partido, especialmente su carrera a la base en el cuarto ataque.
Luego le habló largo rato de sus compañeros de clase.
Era como una esponja que succionara cada segundo que le dedicaban, cada momento que podían escatimarle a su hermana.
Observándole, Page tomó conciencia de lo asustado que estaba, de lo mucho que les necesitaba.
En su mentalidad infantil, tenía tanto miedo como ella.
En cierto sentido lo pasaba aún peor, porque no había visto a Allyson.
¿Puedo ir al hospital este fin de semana? -pidió tras terminar su patata.
Page estaba encantada de lo bien que había cenado, y ahora, ya ahíto, parecía más relajado.
Pero eso no significaba que pudiera ver todavía a su hermana.
El estado de Allie era sobrecogedor y el peligro, acuciante.
Si moría, no deseaba que guardase de ella semejante recuerdo.
– Me temo que no, cariño.
Más vale esperar hasta que se reponga un poco.
Page sabía también que para visitar la U C I había que tener once años cumplidos, pero el médico le había dicho que haría una excepción con Andy.
– ¿Y si tarda mucho en reponerse? Yo quiero verla.
El niño empezó a gimotear.
Page miró de soslayo a Brad, pero él no estaba atento.
Hojeaba el periódico con el ceño fruncido y expresión de infelicidad.
Stephanie se había enfurecido cuando le anunció que cenaría en familia.
– Ya veremos -dijo Page respecto a la visita de Andy mientras cambiaban los platos.
Como postre sirvió helado con salsa de chocolate, y para ella se preparó una taza de café.
Nadie lo había notado, pero Page apenas probó la cena.
Pasados unos minutos, fijó los ojos en su marido y dijo: -Brad, cpodrías dejar el periódico para después de cenar? Odiaba que leyera durante las comidas, y él lo sabía.
¿Por qué? ¿Tienes que decirme algo? -le espetó él.
Page se encrespó, bajo la mirada angustiada de Andy.
Nunca antes les había visto reñir acaloradamente, pero a lo largo de los últimos días no habían hecho otra cosa, así que el niño estaba con el alma en vilo.
Después de cenar, Brad fue a buscar algo al estudio.
Andy se retiró a su cuarto seguido de Lizzie.
Era la viva estampa del desamparo.
Page ordenó la cocina, quitó los últimos platos, preparó la mesa para el desayuno y escuchó los mensajes del contestador.
Había al menos una docena de personas que se interesaban por Allie.
Algunos de los asistentes al funeral de Phillip preguntaban cuándo podrían verla.
Afortunadamente, el personal médico del hospital se encargaba de rechazar las visitas y siempre que llegaba un ramo de flores lo enviaban a la sección de maternidad, porque en la U C I estaban prohibidas.
Page prefería no recibir aún a los amigos de Allie.
No habría podido responder a sus preguntas.
El último mensaje que había en la cinta era de un reportero que solicitaba una entrevista.
Page ni siquiera se tomó la molestia de apuntar su nombre.
Telefoneó a varios chicos que le habían dejado sus datos, pero le resultó extenuante explicarles todo lo acontecido, o contar repetidamente la historia a sus madres.
Se le ocurrió preparar una grabación especial con un sucinto parte médico de Allie.
Sin embargo, lo que debía decir era tan inquietante, y las esperanzas tan ínfimas, que no se vio con ánimos.
Finalmente, fue a la habitación de Andy y le encontró sentado en su cama, llorando y hablando con Lizzie.
Le relataba a la perra el accidente de Allie y decía que se curaría, pero que todavía dormía, que tenía los ojos vendados y la cabeza muy hinchada.
Era un resumen no del todo exacto, aunque bastante aproximado, y Lizzie le escuchaba moviendo la cola.
– ¿Cómo vamos, cariño? -preguntó Page lánguidamente, y se sentó en el borde de la cama.
Se alegraba de haber pasado unas horas en casa con su hijo, pues había comprobado cuán afectado estaba y cuán necesitado de cariño y atención.
Se felicitó por haber tomado la decisión de dormir los tres en casa.
Andy lo necesitaba más que nunca, y era positivo que Brad estuviera allí, aunque no se mostrara precisamente simpático.
¿Por qué papá y tú os peleáis tanto? -preguntó Andy, apenado-.
Antes no erais así.
– Estamos nerviosos…
por lo de Allie.
Las personas mayores, cuando tienen preocupaciones o algo les asusta, no saben demostrar sus sentimientos y empiezan a criticarse entre ellas, incluso se gritan.
Perdónanos, amor mío.
No queremos entristecerte.
Page acarició la cabeza de su hijo.
– ¡Te pones tan agresiva cuando le hablas! ¿Cómo iba a explicarle al niño que su padre la había traicionado, que había tirado por la ventana todos aquellos años de matrimonio? No debía, y no lo haría.
– Es muy duro estar en el hospital con Allie.
¿Cómo es posible, si no hace más que dormir? Andy estaba sumido en un mar de confusiones.
Todo resultaba tan difícil, tan enrevesado, y sus propios padres se cornportaban de un modo tan extraño…
– Es que sufro mucho por ella, igual que sufro por ti.
Page sonrió, pero Andy continuó ceñudo.
– Y papá, ctambién sufres por papá? -Claro que sí.
Padezco por todos vosotros.
Es mi oficio -dijo ella con una sonrisa forzada.
Unos minutos más tarde, llenó la bañera del niño.
Después del baño le leyó un cuento.
Luego, Andy fue a dar las buenas noches a su padre, pero Brad estaba ocupado con una conferencia telefónica y le hizo una desabrida señal de que se alejara.
Tenía los nervios de punta no sólo con Page, sino también con su hijo.
Cenar en casa no le había resultado fácil, y todavía no sabía si había hecho bien.
Page acostó a Andy y le arropó.
El pequeño le suplicó que dejase encendida la luz del pasillo, algo inusual en él.
Tan sólo se lo pedía cuando sentía mucho miedo o cuando estaba muy enfermo, pero en aquel momento los tres tenían síntomas de todo.
– Como quieras, cariño.
Hasta mañana.
Page volvió a besar a su hijo y, mientras se encaminaba a la cocina para acabar de recogerla, dio gracias por tenerle.
Entrevió la figura de Brad en el salón, pero no le dirigió la palabra.
No les quedaba ya nada por decir.
Había intuido, correctamente, que hablaba con Stephanie cuando Andy le interrumpió.
Vació el lavavajillas, pasó la bayeta, contestó algunas llamadas más y preparó una nueva cafetera.
Alrededor de las diez, Brad, ansioso y desdichado, asomó la cabeza.
Ambos habían superado otro día de prueba, con sus confrontaciones, el sepelio de Phillip Chapman y una cena familiar que distó mucho de ser relajante.
Page estaba revisando el correo de varios días.
Alzó la vista al oírle.
– Las cosas no marchan -dijo Brad con decaimiento al encontrarse sus miradas.
Vestía pantalones vaqueros y una camiseta, y por un instante Page recordó los intensos sentimientos que durante años había suscitado en ella, y se preguntó si en todo ese tiempo habían sido ya unos extraños.
Habían tenido dos hijos y compartido dieciséis años, y de la noche a la mañana Brad se le había revelado como un hombre diametralmente distinto de aquel con el que siempre creyó vivir.
– Ya puedes decirlo -convino con voz plomiza, a la vez que se servía café.
Tenía los nervios tan desquiciados que ni siquiera la cafeína le producía efecto-.
Y Andy empieza a darse cuenta.
¿Quién no? El aire que les rodeaba podía cortarse con su carga de sufrimiento, cólera y decepción.
– Hemos tenido una semana terrible.
– Sí, un cortocircuito de doble corriente.
¿Qué significa eso? -preguntó Brad con expresión de desconcierto.
– Allie por un lado y nuestro matrimonio por el otro.
– Quizá ambos forman parte de un mismo problema -sugirió Clarke-.
Es posible que, en cuanto Allyson se recobre, podamos resolver este embrollo.
A Page le extrañó oírle hablar así, más aún tras su categórica negativa del domingo a romper con Stephanie.
Caviló qué era lo que intentaba darle a entender.
¿Quedaba un resquicio – de esperanza entre ellos? ¿Brad había cambiado de opinión? ¿Había ocurrido algo? Su marido se había convertido en un libro cerrado, y ni siquiera estaba segura de querer abrirlo.
– Tal vez podamos llegar a un acuerdo -insistió él con tono poco convincente-.
Pero sólo si ponemos buena voluntad.
– ¿Y quién se sentará a parlamentar, tú, yo y Stephanie? ¿Es eso lo que quieres, Brad? -le increpó Page, tan harta como exhausta-.
No volvamos a enredarnos en trifulcas, ni a zaherirnos con pullas y falsedades.
Primero devolvámosle la vida a Allie, y luego ya concentraremos la atención en nuestro problema.
Ahora mismo, y perdona la franqueza, no tengo ninguna gana de hablar de ello.
Brad asintió.
Page tenía razón, pero repentinamente Stephanie había comenzado a atosigarle.
Era como si se sintiera desbancada por Allyson, y de repente le presentaba exigencias inusuales.
Quería pasar más tiempo a su lado, verle constantemente y hacerle dormir en su casa.
Se diría que pretendía demostrar algo, que se había empeñado en dejar en claro que Brad le pertenecía a ella, no a Page.
Aquel asedio a dos bandas acabaría por volver loco a Brad.
Antes de que pudiera dar respuesta a su mujer, oyeron un chillido aterrador procedente del dormitorio de Andy.
Los dos acudieron a todo correr, pero Brad llegó primero.
Encontraron al niño medio dormido, presa de un acceso de histeria.
Había tenido una pesadilla.
– Cálmate, campeón…
tranquilo…
No pasa nada, sólo ha sido un mal sueño.
Pero ni Brad ni Page pudieron sosegarle.
El pequeño había soñado que toda la familia sufría un accidente, y los únicos que se salvaban eran Lizzie y él.
Dijo que había visto ríos de sangre y muchos cristales rotos.
Se habían estrellado, según Andy, porque mamá y papá se enzarzaron en una gran trifulca.
Ambos adultos se miraron avergonzados por encima de su cabeza, y al fin el pequeño se apaciguó, aunque Page comprobó que había mojado la cama; habría que cambiarle las sábanas.
No le sucedía desde los cuatro años, lo cual la preocupó.
Su hijo estaba trastornado incluso a un nivel subconsciente.
– No hace falta ser psiquiatra para interpretar esas imágenes -comentó Brad en voz baja, camino ya de su habitación.
– Está sugestionado por lo de Allie.
Para él ha sido muy brutal.
Nos oye hablar de su gravedad y ni siquiera la ha visto.
En su mente es como si hubiera muerto.
– Sabes tan bien como yo que eso no es lo único que le perturba dijo Brad.
– Cierto -admitió ella-.
Deberíamos tener más cuidado.
Era evidente que Andy les había oído discutir.
– Detesto decirlo -masculló Brad, mirando a su mujer con cara de circunstancias-, pero quizá sería bueno que me mudara por unos días, hasta que nos hayamos serenado un poco y podamos hacer frente a todo esto.
¿Te instalarás con ella? -preguntó Page, disgustada por la sugerencia.
– Puedo hospedarme en un hotel o alquilar un piso amueblado en la ciudad, en Zooo Broadway -contestó él.
Page comprendió que aquélla era la oportunidad perfecta para verse con Stephanie sin tener que escuchar los reproches y las imprecaciones de su esposa.
De todas maneras, en la presente situación tampoco se atrevía a criticárselo, aunque sería difícil explicarle su ausencia a Andy.
– No sé qué decir -reconoció, y miró a Brad, dolida por su actitud.
Habían ido muy lejos en muy poco tiempo, hasta un callejón sin salida donde ella jamás imaginó que acabarían.
Mientras observaba pensativamente a su esposo, sonó el teléfono.
Page lo cogió sin vacilar, suponiendo que eran noticias de Allie.
La llamaban, en efecto, del hospital.
La inflamación cerebral se había agravado, oprimiendo la zona lesionada e incrementando el riesgo para la paciente.
Si no mejoraba, tendrían que operarla por la mañana.
Querían que Brad o Page les firmara una autorización para el caso de que hubiera que hacerlo.
No era peligroso aguardar unas horas, a menos que desmejorase, pero existían muchas probabilidades de que tuviese que pasar por quirófano al día siguiente.
Aunque sería su segunda intervención en cuatro días, el doctor Hammerman decía que no había otra opción.
Al igual que la primera vez, si no actuaban, Allyson perecería.
– ¿Quieren volver a operarla? -preguntó Brad con gesto adusto.
Page asintió-.
¿Y luego qué? ¿Por Dios! ¿Cuántas veces más piensan aplicarle el bisturí? -Tantas como sea preciso hasta que se recupere, hasta que su cerebro funcione con normalidad.
¿Y si no lo consiguen? Page vio que su marido iba a exponer nuevamente sus elucubraciones anteriores, y no estaba de humor para escucharlas.
– En lo que a mí respecta, Allie siempre será nuestra hija.
Voy a firmar esos papeles, Brad.
Tiene derecho a recibir todos los cuidados que podamos proporcionarle.
– Lucharía a muerte con él si trataba de detenerla.
A pesar de la odisea que estaban pasando, Brad Clarke era un hombre razonable y deseaba lo mejor para Allie.
Así que, al fulminarle Page con la mirada, cualquier oposición que hubiera concebido se disolvió al instante.
– Haz lo que juzgues oportuno, Page.
– Se dirigió al dormitorio, se tendió sobre la cama y pensó en lo preciosa que había sido su hija.
Era cruel recordarlo ahora, cuando Allyson yacía en la UCI, inmóvil y con el rostro desfigurado hasta lo irreconocible-.
¿Pasarás la noche en el hospital? -preguntó a Page, que había entrado tras él y descolgado el camisón del armario.
Ella meneó la cabeza y le miró.
Dormiré con Andy.
– Puedes quedarte aquí si lo deseas -propuso Brad, titubeante-.
Prometo portarme bien.
Todavía sé controlarme.
Intercambiaron una sonrisa singular.
Se hallaban en una encrucijada de sus vidas en la que los temas de debate eran dónde dormiría cada uno, o si Brad debía o no cambiar de domicilio.
Una vez más, Page tuvo la sensación de vivir inmersa en una pesadilla.
Se acurrucó en la estrecha cama de Andy y le tuvo abrazado largo rato, con las lágrimas fluyendo y fluyendo hasta que serpentearon por la base de la nuca, empapando la almohada.
Tenía mucho por lo que llorar, dichas que siempre creyó seguras y que ahora se habían evaporado.
Por la mañana, Andy se sorprendió al encontrarla acostada junto a él, pero no hizo preguntas.
Se levantó, se vistió, y entretanto Page preparó los desayunos.
El niño no mencionó su pesadilla, aunque permaneció taciturno durante todo el trayecto hasta la escuela.
Le llevó su madre.
Habían acordado con Brad que se reunirían en el hospital un poco más tarde.
Ella tenía que personarse a las ocho y cuarto para firmar la autorización.
Querían operar a Allyson hacia las diez, y esta vez su padre había prometido asistir.