CAPITULO IX

Durante el resto del día, perduró en Page la impresión de que su vida se había transformado.

Nunca se había sentido tan ligera ni tan feliz.

Era inexplicable, pero sabía que no volvería a tener miedo ni a ser desdichada.

Las adversidades que pesaban sobre ella habían dejado de importar, la inundaba una serenidad sobrenatural y se había reconciliado con el mundo entero.

Incluso Brad advirtió el cambio.

Su mujer ya no estaba cansada ni abatida.

Aunque había pasado toda la noche en vela, parecía fresca y casi radiante mientras preparaba los desayunos.

Clarke respiró aliviado al enterarse de que Allyson había superado la crisis, y se emocionó mucho por todo lo que Page le contaba.

Acompañó a Andy a la escuela y emplazó a su mujer para la hora de la cena.

Cuando se hubieron marchado, Page llamó a su madre y le dio las últimas noticias de Allie.

La madre se ofreció nuevamente a ir a visitarles y, como siempre, tergiversó cuanto le referían, pero por una vez no soliviantó a Page.

Continuaba serena y contenta al colgar, tras prometerle a Maribelle que volvería a telefonear más adelante.

Nunca se había sentido tan cerca de Allyson y sabía que su hija se hallaba a salvo y en manos de Dios.

Era el primer día en que Page no consideraba necesario estar en el hospital a todas horas.

Se duchó, se acostó y se sumió en un sueño profundo.

Despertó con tiempo suficiente para pasar un momento por el hospital antes de recoger a Andy.

Allie estaba otra vez en la UCI.

Page evocó la noche anterior como un largo recorrido que madre e hija habían realizado juntas.

Se sentó a su lado, acunó su mano yerta entre las suyas y le habló con voz melosa.

– Hola, mi niña, bienvenida a casa.

– Sabía que Allie enten – dería el significado de aquella frase en algún lugar de su corazón-.

Te quiero con toda mi alma.

Anoche me asustaste, pero no estoy enfadada.

– Casi sintió sonreír a su hija, en forma de una tibieza que le levantó el ánimo.

Era como si pudiera penetrar en ella, como si pudieran comunicarse sensorialmente-.

Te necesito aquí, Allie, yo y todos los demás.

Debes darte prisa en recuperarte.

Te echamos de menos.

Siguió hablándole a su hija durante un rato.

Al marcharse, sentía una extraña paz interior.

Trygve entraba en ese momento en el hospital, y advirtió su transformación.

Andaba con paso más garboso, su cabello ondeaba al viento y exhibía su primera sonrisa franca en muchos días.

– ¡Dios mío! ¿¿Qué te ha pasado? -No lo sé…

Ya tendremos ocasión de comentarlo.

¿Cómo va tu hija? -Mejor.

Ayer resistió bien la operación y, tras darnos un susto a media noche, se ha estabilizado, lo cual ya es algo.

– Pero había mucho más que contar, demasiado para exponerlo de pie en un pasillo-.

Por cierto, acabo de ver a Chloe.

Ahora duerme, pero cuando llegué estaba despierta.

Se quejaba continuamente, lo que debe de ser buena señal, y tiene un aspecto muy aceptable.

– ¡Gracias a Dios! ¿Piensas volver más tarde? -No lo creo.

Iré a buscar a Andy y le llevaré al entrenamiento de béisbol.

Después me gustaría cenar en casa, salvo que la señorita Allyson vuelva a tirar de la cuerda.

Estaba convencida de que no lo haría.

Sabía que el momento que habían vivido la víspera no se repetiría; un suceso como aquél sólo ocurría una vez en la vida.

– Hasta mañana entonces.

Trygve sintió cierta decepción, pues en la UCI se hacían mutua compañía durante los trances difíciles.

– Vendré a primera hora, después de dejar a Andy en la escuela -dijo Page con una sonrisa, y se marchó en busca de su hijo.

Pasaron una tarde agradable.

Andy jugó bien, aunque no tan brillante como de costumbre.

Seguía conmocionado, pero finalmente se imbuyó de la calma de su madre.

Ya en el coche, el niño se arrimó a ella con un helado en la mano, postura que trajo a la memoria de Page el sábado anterior.

Costaba creer que, sólo cinco días antes, sus vidas eran completamente normales.

Sí, hacía cinco días del accidente, y cuatro desde que se había desmoronado su convivencia con Brad, y sin embargo parecía una eternidad.

Su marido no fue a cenar a casa, aunque esta vez llamó y dijo que se le había amontonado el trabajo y que sería más “cómodo”, quedarse en la ciudad.

Page sabía lo que aquello significaba, pero al menos la había prevenido.

Ella misma se sorprendió de lo bien que se lo tomaba.

Estaba muy a gusto sola con el niño, y animada porque Allyson no había vuelto a recaer.

Metió a Andy en la cama y llamó a Jane, que había recibido una información muy inquietante.

Aquel día había visto en la ciudad a una amiga suya, una mujer que conocía de antiguo a Laura Hutchinson, y que le dijo que la actual esposa del senador había tenido problemas con el alcohol en su juventud.

Años atrás había seguido un tratamiento de desintoxicación y, según la amiga de Jane, no había reincidido desde entonces.

“Pero ¿y si ha sufrido algún revés últimamente? -se preguntó Jane-.

¿Y si ha empezado a beber otra vez, o se achispó aquella noche?” Nunca lo sabrían.

Page escuchó el resto del relato y lo fue analizando.

No eran más que murmuraciones, conjeturas, ansias de culpar a alguien.

Pero los hechos eran inalterables.

– Lo más probable es que esté limpia -dijo finalmente.

– Si no lo está, cualquier día lo leeremos en la prensa amarilla -repuso Jane-.

Los periódicos se han cebado en ella desde aquella noche.

– Espero por su bien que no sea el caso -repuso Page pausadamente-.

Y espero también que no la atosiguen mucho.

Los chismes sólo sirven para hundir a la gente.

– Pensé que te interesaría conocer su historia -dijo Jane.

A ella la había excitado mucho.

– No me parece ético juzgarla por una debilidad que tuvo hace décadas -replicó Page-.

De todas formas, te agradezco que me hayas informado.

– Si averiguo algo más, te lo haré saber.

Page dio a su amiga el parte habitual sobre Allie.

En los últimos días aquél era su tema casi exclusivo de conversación.

Tras colgar el teléfono, se ocupó de varias facturas y contestó cartas atrasadas.

Era el primer momento que tenía en toda la semana para ponerse al día, y lo encontró estimulante.

A la mañana siguiente dejó a Andy en la escuela y fue directamente al hospital para ver a Allie.

En sólo dos días, Page creía haber conquistado algunos logros.

Había dedicado parte de su tiempo a Andy, que la necesitaba vitalmente, y ella misma se había serenado.

Ahora sabía que, si el proceso se alargaba, debía mantener la cabeza erguida y las fuerzas intactas.

Allí seguía sin novedad cuando su madre llegó al centro, poco después de las nueve.

Todas las enfermeras sonrieron al verla.

Sabían cuán cerca de morir había estado la paciente tras la operación, y aquello hacía que cada momento, cada día, fuese un don infinitamente precioso.

¿Cómo está? -preguntó Page.

Había telefoneado varias veces durante la noche, y siempre le habían dicho que no había novedades.

Allyson continuaba estable.

– Igual que ayer.

– La enfermera de turno le sonrió.

Era una mujer de la misma edad que Page, de mente lúcida, corazón amable y un gran sentido del humor.

Se llamaba Frances-.

El doctor Hammerman la ha visitado hace una hora y ha quedado satisfecho de sus progresos.

– ¿Ha disminuido la inflamación cerebral? No podía apreciarse bajo el abultado vendaje, pero Allie parecía descansar serenamente, y su tez había cobrado un punto de color.

– Un poco.

Con la intervención hemos conseguido que se redujera la presión.

Page asintió.

Se sentó junto a Allyson, cogió su mano como solía hacer e inició un dulce monólogo mental dedicado a su hija.

Aunque no se advertían cambios ostensibles desde la víspera, Page se sentía mejor, más capaz de aceptar lo ocurrido, e incluso menos despechada con Brad.

No habría po dido explicar el porqué, pero la experiencia con Allie del día anterior la había convertido en otra mujer.

Cuando Trygve apareció a las diez de la mañana con una bolsa de croissants, también la notó distinta.

– Pareces más tranquila que en los días pasados -le dijo con una sonrisa-.

Da gusto verte.

Era sorprendente cómo las personas se adaptaban a todo.

Él mismo se sentía más animado después de seis días de visitar a Chloe.

Aquella tarde la trasladarían a una habitación y al cabo de unas semanas podría volver a casa.

La espera había sido interminable, pero al menos todos habían sobrevivido.

Page se despidió de los Thorensen cuando dejaron la UCI, y un poco más tarde, antes de abandonar el hospital, pasó por la habitación de Chloe.

Se la veía más espabilada, aunque sus dolores eran aún considerables.

La habitación estaba repleta de flores y alrededor de la cama había un grupito de sus amigos íntimos.

Trygve había salido al pasillo para dar un respiro y dejar que los jóvenes hablaran con mayor libertad.

Era la primera vez desde el accidente que Chloe veía a sus compañeros.

Durante su estancia en la UCI sólo la habían visitado su padre y sus hermanos.

Jamie Applegate había llamado porque también quería ir, pero Trygve le rogó que esperase un día más, hasta el fin de semana.

El chico se mostró muy correcto y solidario, y era evidente cuánto deseaba ver a Chloe.

El ramo más espectacular, que llegó a la misma hora en que Allyson ingresó en la habitación, fue el de Jamie y su familia.

– Todo empieza a arreglarse -apuntó Page, sonriendo a Thorensen.

Era un placer verle más relajado y más jovial.

– No estoy tan seguro -repuso él con una mueca-.

Temo que la segunda fase no va a ser nada fácil.

Chloe quiere su música, sus amigos, quiere ir a casa la semana próxima, lo cual es imposible, ¡y quiere también que le lave la cabeza! Aunque se quejara, se sentía eufórico de tener aquellos problemas y no los derivados de la supervivencia.

– Me das mucha envidia -dijo Page con una sonrisa.

– Lo sé -repuso Trygve con tono afectuoso-.

Me han dicho que en la noche de la segunda operación faltó poco para que Allie muriese.

Una enfermera le había relatado todo el episodio.

Page asintió, pensando en cómo explicárselo para no parecer una chiflada.

– Fue la experiencia más extraña que he tenido jamás.

Sabía lo que estaba ocurriendo.

Lo presentí aun antes de que me llamasen.

Era consciente de que Allyson nos dejaba.

Nunca me había sentido tan unida a ella…

Recordé cada día, cada hora y cada minuto.

Reviví escenas que había olvidado con el paso de los años, hasta que de pronto algo cambió, y tuve la sensación de que mi hija regresaba desde un confín lejano.

Fue el instante más intenso y a la vez más apacible de mi vida.

Fue increíble.

Page todavía se estremecía al evocarlo, y Thorensen lo leyó en sus ojos.

– He oído hablar de fenómenos similares…

Gracias a Dios que volvió -dijo, mirándola y casi deseando haber compartido su vivencia.

La enfermera también le había comentado que telefonearon a Brad, que sin embargo no se presentó.

– Allie nos dio una gran sorpresa -afirmó Page con una cálida sonrisa.

– Confío en que siga dándolas.

– Y yo también -convino ella.

¿Cómo lo encaja Andy? -Bastante mal.

Ultimamente ha tenido pesadillas -dijo Page y, bajando la voz por respeto a su hijo, que se habría horrorizado de saber que su madre se lo contaba a terceros, agregó-: Y ha mojado la cama.

Sin duda todo esto le ha trastornado.

No obstante, me resisto a que vea a su hermana.

– Haces bien.

Allie estaba aún muy desfigurada.

Por estable que fuese su situación tras el bajón del postoperatorio, su aspecto era escalofriante.

Incluso Chloe se sobresaltó al verla en la UCI, y rompió en sollozos al saber que se trataba de Allie.

Al principio ni siquiera la había reconocido.

– Sería demasiado traumático para él.

– A decir verdad, también sufre por nuestra causa.

– Page vaciló un momento, con la mirada perdida en el pasillo, pero luego miró de nuevo a Thorensen y añadió-: Mi matrimonio naufraga, y Andy se ha dado cuenta.

Brad apenas va por casa estos días, y hasta habla de mudarse.

Su voz vibró con ligero tremor, pero ella misma se asombró de la naturalidad con que surgían sus palabras.

Después de dieciséis años, su marido iba a abandonarla.

De hecho, a todos los efectos prácticos y afectivos, ya la había dejado.

Aquella misma mañana había llamado para decirle que no le esperase el fin de semana.

– ¡Pobre criatura! -exclamó Trygve-.

No se pueden asimilar tantas desdichas en una sola semana.

– Tienes razón.

En realidad todavía no he hablado con él, pero intuye que algo va mal y está muy preocupado.

– Con nnpobre criatura" no me refería a Andy, sino a ti.

Estás pasando por un trago amargo.

En un primer momento creí que Brad se había vuelto trastornado con el accidente, pero luego comprendí que el asunto era más complicado.

Trygve lamentaba sinceramente haber dado en el clavo.

– Sí, lo es.

Sale con otra mujer desde hace ocho meses.

Al parecer, se ha enamorado de ella.

Y yo he vivido en las nubes todo este tiempo.

Supongo que estaba demasiado ocupada pintando murales y llevando niños en el coche.

Page intentó banalizar el problema.

Thorensen, erguido muy cerca de ella, la observaba.

– Sé muy bien lo que se siente en estos casos.

Es demoledor.

Page alzó los hombros en una actitud pretendidamente frívola, pero que no pudo conservar.

– No sospeché nada.

¿Puedes imaginártelo? Me siento una estúpida.

Estúpida, herida, traicionada, desposeída…

y muy sola.

– Todos nos comportamos como unos estúpidos alguna que otra vez.

Estas cosas son muy duras de afrontar.

Mientras las andanzas de Dana iban de boca en boca por el condado de Marín, yo me obstinaba en vivir como si formáramos una pareja.

– A mí me ha ocurrido otro tanto.

– Los ojos de Page estaban húmedos cuando los volvió hacia Trygve, y él sintió deseos de abrazarla.

Por alguna razón, no era lo mismo hablar de Brad que de Allie-.

Es curioso cómo se juntan las desgracias: Allie, Brad…

¡Cuántos batacazos! Y el bueno de Andy trata de encajarlos todos.

Yo también, claro, pero se supone que soy una adulta.

– Olvídate, y dale a Brad una buena patada en la espinilla si eso te desahoga.

– Es lo que hemos hecho la mayor parte de la semana, darnos nnpatadas,.

Me dolía tanto que casi no podía creerlo, pero súbitamente, cuando Allie estuvo a punto de morir, mi perspectiva se alteró.

Ya no me parecía tan catastrófico (hablo de Brad, por supuesto), sino tan sólo un conflicto que debíamos resolver.

En cuanto al accidente, tengo que aprender a vivir con él.

Ahora me siento más fuerte, aunque no me preguntes por qué.

– Se te nota.

La mente es algo prodigioso, siempre encontramos en ella los recursos necesarios.

– Page asintió, sintiéndose cómoda y compenetrada con Trygve, quien la miró y le preguntó-: ¿Qué planes tenéis Andy y tú para mañana por la tarde? -Ninguno en particular.

Como no tiene partido, había pensado dejarle al cuidado de una vecina.

Su padre no estará en casa pero todavía no se lo he dicho.

Y no quiero que Allie pase todo el día sola.

Como ves, aún no me he organizado.

¿Por qué? ¿Qué pensabas proponerme? -Se me ha ocurrido que quizá os apetecería comer con nosotros.

A Bjorn le encantan los niños de la edad de Andy, y creo que se llevarán bien.

Podrías dejármelo cuando vengas al hospital y recogerlo después de cenar, o bien volver un poco antes y apuntarte tú también.

Era una invitación en toda regla.

Page se conmovió.

– No querría causarte molestias.

¿Estás seguro de que no estorbaremos? ¿Qué harás con Chloe? -He prometido a Bjorn venir a verla mañana por la mañana, y que luego jugaríamos un rato juntos.

Dos amigas de Allie han anunciado su visita para la tarde, y Jamie también estará, así que no tenía intención de volver hasta última hora.

– Será un día muy agitado -vaciló Page, pero Trygve le suplicó con los ojos que aceptara.

Disfrutaba de su compañía, el crío le resultaba simpático, y ambos necesitaban un descanso de su agobiante situación.

Habían tenido una semana atroz, y Thorensen sabía que a Page le hacía tanta falta distraerse como a él mismo.

– Vamos, Page, a nosotros nos darás una alegría…

y a Andy le sentará bien.

– De ese modo le pasaría más inadvertida la ausencia de su padre.

– Sí, tienes razón -admitió ella-.

De acuerdo, iremos.

Muchas gracias.

Dos de las amigas de Chloe salieron en ese momento de la habitación, y Trygve se dispuso a volver a entrar.

Citó a Page para las doce del mediodía.

– Dile a Andy que traiga su guante.

A Bjorn le entusiasma el béisbol.

– Descuida, se lo diré.

Page se despidió con una sonrisa, y acto seguido regresó a casa.

Le contó a Andy los planes y le dijo que Brad tenía negocios que atender el fin de semana.

– ¿Los dos días? -preguntó el niño con suspicacia, pero no quiso indagar más.

Su madre intentó explicarle la peculiaridad de Bjorn, y Andy, más que asustarse, sintió curiosidad.

Conocía al joven Thorensen, pero nunca había jugado con él.

Dijo que en la escuela había otro chico igual y que le habían puesto en una clase especial.

Al día siguiente, tanto Page como Andy quedaron gratamente sorprendidos de lo bien que transcurrió la jornada.

Bjorn ayudó a preparar la comida, haciendo exquisitas hamburguesas con patatas fritas, mientras que Trygve se ocupó de los hot dogs y de la ensaladilla también de patata con rodajas de tomate.

Bjorn proclamó con absoluta seriedad que Nick, que había reanudado el curso en la universidad, era el experto en hot dogs de la familia, y que los preparaba mucho mejor que su padre.

Y Andy exhibió una risa desdentada, a la vez que probaba los dichosos bocadillos.

¿Qué te ha pasado en los dientes? -preguntó Bjorn, intrigado.

– Se me han caído -explicó Andy sin ningún azoramiento.

Ahora comprendía mejor a Bjorn, y no le impresionaba que padeciese el síndrome de Down.

Lo único que le preocupaba era su edad: con dieciocho años, era su compañero de juegos más veterano.

– ¿Irás al dentista para que te los ponga nuevos? -preguntó Bjorn-.

El año pasado me rompí uno y el dentista lo arregló.

Le mostró a Andy el diente, y el pequeño asintió solemnemente al ver que no se distinguía de los otros.

– Los míos volverán a crecer desde la raíz.

A mi edad, tú también los cambiaste, sólo que ya no te acuerdas.

– Quizá.

Seguramente no me fijé.

Page y Trygve les observaban circunspectos.

Se entendían espléndidamente, como dos viejos colegas, sentados en sus sillas plegables bajo el sol primaveral.

¿Juegas al béisbol? -preguntó Bjorn con mirada expectante.

– Sí -confirmó Andy sonriente y se sirvió una hamburguesa.

– Yo también.

Y soy muy aficionado a los bolos.

¿A ti te gustan? -Nunca he practicado -repuso Andy-.

Mamá dice que todavía soy pequeño.

Por lo visto, las bolas pesan demasiado.

Bjorn asintió.

– Yo también las encuentro pesadas, pero como me lleva mi padre…

Algunas veces voy con Nick o con Chloe.

Chloe está enferma.

La semana pasada se rompió la pierna, pero volverá a casa muy pronto.

– Sí -dijo Andy, poniéndose serio-.

Mi hermana también está mal.

Se golpeó la cabeza en un accidente de coche.

– ¿Y se la partió? Bjorn se compadeció de su amigo.

Era terrible tener una hermana herida, él había llorado cuando visitó a Chloe.

– Más o menos.

Todavía no me han dejado visitarla, porque está muy maltrecha.

– ¡Oh! -A Bjorn le satisfacía que tuvieran tantos puntos en común.

A ambos les gustaba jugar al béisbol y sus hermanas estaban en el hospital-.

Yo participo en las Olimpiadas Especiales.

Me ayuda mi padre.

– Eso es estupendo.

¿Cuál es tu especialidad? Mientras Bjorn le describía a su nuevo amigo su predilección por el baloncesto y el salto de longitud, Trygve y Page se alejaron hacia el otro lado del jardín.

– Yo diría que ha sido un éxito -dijo Thorensen-.

Andy tiene la edad idónea.

Bjorn está mentalmente entre los diez y los doce años, pero siente una auténtica debilidad por los chicos menores.

Andy es un niño encantador.

– A Trygve le había enternecido el respeto y afectividad con que Andy trataba a su hijo, y era obvio que le caía bien-.

Tienes suerte.

– Los dos la tenemos.

Todos son buenos chicos.

¡Ojalá ciertas damiselas que conozco no nos hubieran mentido el sábado por la noche! Se habrían ahorrado este calvario -dijo Page, contemplando a los chicos.

Resultaba difícil creer que hubiera pasado solamente una semana desde que el destino había destrozado sus vidas, para luego, caprichosamente, acercarles el uno al otro.

Durante toda esa semana ella había desnudado su alma ante Trygve sin prestar la menor atención a su físico.

Pero ahora reparó en lo atractivo que era.

– Hay momentos en los que me gustaría atrasar las agujas del reloj -masculló Thorensen, y miró a su amiga.

Se había arrellanado en una tumbona, con el cabello alborotado sobre los hombros y el rostro vuelto hacia el sol.

Se estaba muy bien en aquella parte del jardín.

– No sé si retroceder en el tiempo sería lo más práctico.

Yo más bien correría hacia delante, pero muy deprisa, para saltarme los capítulos funestos.

– Lo malo no se termina nunca, cverdad? -Ambos rieron.

– A mí no me importaría adelantarme ahora mismo hasta el punto donde Allie se recupera.

– Se recuperará -dijo Trygve alentadoramente.

Había sobrevivido una semana al accidente y, como dictaminaron los médicos, cabía ser optimista-.

Pero quizá sea un largo proceso.

¿Has pensado en ello? -No me lo quito de la cabeza.

El neurocirujano me advirtió que podrían pasar años antes de que vuelva a ser nnnormal", y ni siquiera concretó en qué grado.

– Sí, podría tardar.

No estoy familiarizado con casos como el suyo, pero sé cómo fue la evolución de Bjorn.

Llevó pañales hasta los seis años y no venció la incontinencia hasta los once.

El tráfico se convirtió en mi perenne obsesión, y a los doce años se quemó con la sartén cuando aprendía a guisar.

Tardó una eternidad en llegar hasta aquí y requirió grandes dosis de paciencia y de trabajo, tanto a él como a mí, además de tener que recabar colaboración especializada en varias ocasiones.

Es posible que tú también la necesites y debes mentalizarte para empezar desde cero con tu hija.

Trygve no lo mencionó, pero ambos sabían que cabía la posibilidad de que Allie no recobrase nunca la normalidad.

Tal vez su capacidad sería incluso inferior a la de Bjorn, suponiendo que recobrase el conocimiento.

– La perspectiva me da escalofríos, pero prefiero tenerla con deficiencias antes que perderla.

– Lo entiendo muy bien.

Para Page era reconfortante hablar con alguien que la comprendía, y aquella tarde le costó un gran esfuerzo interrumpir la charla e ir al hospital.

Pero no quería privar a Allie de su compañía, y además había prometido llevarle algunas cosas a Chloe.

La chica Thorensen había pedido revistas, galletas y su maquillaje.

Se encontraba decididamente mejor y había dicho que la comida del hospital era repulsiva.

Los chicos jugaban al béisbol en el césped cuando Page se marchó.

Ya en el coche, vio que Trygve la despedía con la mano.

Se sentía feliz por primera vez en siglos.

Pese a todo lo que estaba sucediendo, al menos él la respaldaba.

Trygve se había revelado como un buen amigo y los ratos que pasaban juntos eran un islote de calma en el mar de sus horrores.

Aquel día, en el hospital todo discurrió apaciblemente.

Allie continuaba sumida en su sueño, conectada al tubo de oxígeno, y su estado figuraba en las tablillas como nncrítico pero establen,.

Page se sentó una vez más a su cabecera y le habló con suave acento, dándole cuenta de las últimas novedades y recordándole lo mucho que la querían.

En cierto momento subió a la habitación de Chloe y encontró allí a Jamie Applegate.

Había traído un cargamento de discos compactos, un tocadiscos portátil y un ramillete de flores.

Saludó a Page con cortesía y le preguntó cuándo podría ver a Allie.

– Todavía es un poco prematuro -explicó ella.

Allyson no estaba en condiciones de recibir a nadie, y para el chico habría sido dramático verla en aquel estado.

Page le aseguró que lo llamaría en cuanto se permitieran las visitas, y dejó a los dos jóvenes escuchando música.

Al caer la tarde fue a recoger a Andy.

Los dos chicos estaban jugando a las cartas y atronando toda la casa con sus risas.

El juego era el nntute", y ambos hacían trampas, mientras Trygve, muy atareado, preparaba la cena.

– Hoy preparé mi famoso estofado noruego, pasta y albóndigas suecas.

– Sus albóndigas son las mejores -le elogió Bjorn al pasar como un rayo por la cocina, con Andy a sus talones.

Iban al primer piso para ver una película.

– No creo que consigas llevarte a Andy, así que tendréis que quedaros a cenar -bromeó Trygve.

Page rió y se ofreció a ayudarle.

Puso la mesa, hirvió la pasta y rehogó unas setas.

El estofado despedía un olor excelente y Trygve le dio a probar una albóndiga.

Bjorn no había exagerado.

Estaban deliciosas.

Aquel hombre era un buen cocinero, un amigo leal y una grata compañía.

¿Cómo has encontrado a Chloe? -preguntó, rectificando el fuego de la cocción.

Page sonrió.

– Muy bien.

Jamie estaba con ella.

Es un gran muchacho, aunque parece muy nervioso y algo acomplejado.

Llevó a Chloe un montón de discos y cuando me marché estaban oyéndolos.

– El semblante de Page se oscureció-.

Al verles, he sentido más intensamente la soledad de Allie.

Hace sólo unos días, en realidad hoy se cumple una semana exacta, mi hija me engatusaba para que le dejase mi suéter favorito.

El jersey rosa, al que habían tenido que cortar en jirones en el hospital.

Hasta ahora no había pensado en ello.

No quería que le devolvieran la prenda, sino a su hija.

– Desearía poder hacer algo para suavizarte el golpe -dijo Trygve, sentados en la cocina con sendas copas de vino mientras esperaban que se cociera el estofado.

– Ya lo estás haciendo.

Supongo que mi vida no será nada fácil durante una temporada.

Al paso que vamos, Brad acabará por marcharse del todo.

Será especialmente doloroso para Andy, y también para mí.

Y aunque Allie responda bien, tampoco será fácil.

Sería una pesadilla que en el mejor de los casos se prolongaría meses, y habría instantes descorazonadores.

Pero el destino daba estos vuelcos y Page estaba dispuesta a asumirlo.

En la última semana había aprendido muchas virtudes, entre ellas la aceptación y la templanza.

¿Qué crees que ocurrirá con Andy si Brad os deja? -Se llevará un disgusto tremendo.

Y no uses el condicional.

No se trata de nnsi" se va, sino de nncuándo".

Está clarísimo.

– De todos modos, los niños son imprevisibles.

Con frecuencia saben lo que va a ocurrir antes de que se lo digamos.

Quizá.

Los chicos volvieron a atravesar la cocina ruidosamente.

Todo indicaba que lo estaban pasando muy bien.

Cinco minutos más tarde, Trygve les llamó a cenar.

– ¡La hora de las albóndigas! -gritó, y les ordenó que se lavaran las manos antes de sentarse.

Ya en la mesa, rezaron la oración de gracias, lo que sorprendió a Page, aunque también tuvo su nota entrañable.

Era una lejana reminiscencia familiar.

En su vida de casada nunca habían rezado y sólo acudían a la iglesia en las fechas muy señaladas.

Le extrañó que Trygve fuese creyente.

– Yo voy a catequesis -le contó Bjorn a su nuevo amigo-.

Me lo enseñan todo sobre Dios.

¡Es un tipo fantástico! A ti te gustaría.

Page reprimió una sonrisa y lanzó una mirada a Trygve, sentado frente a ella.

También él sonreía.

Los muchachos no pararon de cotorrear en toda la cena.

Una vez acabada, Page y Trygve salieron al jardín.

Era tarea de Bjorn lavar los platos por la noche, y Andy se quedó para echarle una mano.

– Tienes un hijo magnífico -dijo Page mientras colocaban las sillas en el césped.

El cielo estaba precioso, con una purpúrea franja crepuscular sobre las colinas de Marín, y ambos lo admiraron en silencio durante unos segundos.

– En efecto -convino Trygve-.

Afortunadamente, Nick y Chloe opinan lo mismo.

Algún día, cuando yo muera, tendrán que velar por él.

He pensado en ponerle a vivir solo en un apartamento, pero aún no está maduro.

ésa era una cuestión que tal vez Page también debería considerar.

Si Allyson no podía valerse por sí misma, algún día su hermano tendría que responsabilizarse de ella.

Hasta ahora no se le había ocurrido, pero era innegable que los hijos especiales planteaban problemas específicos.

De repente se perfilaba ante ella todo un mundo desconocido.

– Ha sido muy agradable teneros aquí, Page -dijo Trygve-.

Bjorn y yo hemos disfrutado cada minuto.

– Y nosotros -respondió ella-.

Nos habéis proporcionado unas horas de relajo y esparcimiento en medio del caos que reina en nuestras vidas.

– No siempre será así -vaticinó Thorensen, decidido a ayudarla a salir a flote.

– Ahora mismo no puedo verlo de otra manera.

No sé por dónde navego.

Todo cambia a una velocidad tal que no tengo tiempo ni de tomar aliento.

Lo que la semana pasada me parecía fundamental, ahora ya ni siquiera forma parte de mi vida.

Es difícil discernir qué debo hacer -dijo Page con actitud reflexiva.

él asió su mano y la retuvo con fuerza.

No quería asustarla, y sabía que aquél era un mal momento.

Pero en aquella mujer había algo que le incitaba a protegerla.

– Estás actuando con muy buen tino.

E irás más lejos si – avanzas despacio -le aconsejó, pero Page se rió del comentario.

– Créeme, yo soy la única que va lenta en este torbellino.

El resto se está desmembrando a un ritmo tan vertiginoso que apenas tengo oportunidad de recoger los pedazos.

Ahora fue Trygve quien se echó a reír.

Sentado muy cerca de ella, contempló el ocaso.

– Algunas veces la vida nos parece sencilla, pero nunca lo es tanto como aparenta, cverdad? -dijo mientras el último rayo de luz se deslizaba, indolente, tras las montañas-.

Pensamos que hemos plantado sólidos cimientos y entonces el maldito edificio se nos viene abajo.

La única ventaja es que, cuando lo reconstruimos, lo hacemos con cimientos más resistentes.

– ¡Ojalá pudiera creerlo! -musitó Page, observando a Trygve y complacida por lo que veía, un hombre auténtico, íntegro y honesto.

– Actualmente vivo mucho mejor que antes -dijo Trygve-.

Pensé que jamás llegaría a admitirlo, pero es la pura verdad.

Y me da igual si no vuelvo a casarme.

Aunque me encantaría y hasta me tienta la idea de tener más hijos, te aseguro que, mientras no se presente la mujer ideal, me siento totalmente feliz así.

Adoro a mis hijos, mi trabajo, mi mundo.

En mi época de matrimonio vivía sobre un volcán, luchando como un loco para funcionar bien con Dana…

y fracasando siempre.

Ella tenía el don de estropearlo todo, y de hacerme sentir hundido y fracasado.

Ahora es muy distinto.

Me gusta mi vida.

Estoy satisfecho de mí mismo y de mis chicos.

Antes de lo que imaginas, a ti te ocurrirá lo mismo.

Tienes unos hijos fabulosos, posees un gran talento y eres una excelente persona.

Mereces ser feliz, Page, y lo serás, con o sin marido.

¿Podrías firmarlo con sangre, por favor? Así tendré más garantías.

– Cuando quieras.

Tu panorama se irá despejando, ya lo verás.

– Espero impaciente ese día -respondió Page con un suspiro.

Trygve la observó largo rato.

Por fin se inclinó súbitamente hacia ella y Page se preguntó si iba a besarla.

En aquel preciso momento, los dos chicos irrumpieron en el césped y pidieron permiso para jugar al béisbol.

– Ni hablar -prohibió Trygve.

El momento había pasado y Page se quedó con la duda de haberlo soñado-.

Es demasiado tarde para juegos, Bjorn.

¿Por qué no entráis en casa y veis la televisión? Pronto será hora de acostarse.

¿Quieres dejarnos a Andy a dormir? -ofreció Thorensen volviéndose hacia Page-.

¿Regresarás al hospital? -No, hoy pensaba ir directamente a casa.

Brad me ha dicho que mañana se ocupará de Andy.

Si lo hace, podré pasar más tiempo con Allie.

¿Y tú, irás a ver a Chloe? -Ahora, sus vidas se reducían a aquellos continuos viajes al hospital que exigían un sinfín de reajustes y malabarismos para compaginar las necesidades de todos.

A veces era extenuante.

– Iré dentro de un rato -dijo Trygve.

– Bien.

Nos marcharemos enseguida -anunció Page, renuente, y ambos permanecieron unos minutos más sentados en el jardín, vivificados por la brisa y contentos de estar juntos.

Trygve no intentó ningún nuevo acercamiento y, camino de su casa, Page, decidió que todo habían sido figuraciones suyas.

Era un hombre independiente y tenía una vida propia.

Además, como Allyson dijera el sábado anterior y él mismo había corroborado después, vivía estupendamente sin la presencia de una mujer.

Dana le había dejado hondas cicatrices.

Y Page llevaba marcadas las heridas de Brad.

Por ese motivo, fue extraño descubrir cuánto le atraía Trygve.

Nunca se había detenido a meditarlo, pero, tras una semana de mantener estrecho contacto, hubo de admitir que no sólo le encontraba apuesto, sino seductor.

Estaba pensando en él, con una sonrisa involuntaria, cuando Andy, que iba en el asiento trasero, le hizo una pregunta que la dejó patidifusa.

¿Quién es Stephanie? ¿Qué dices? El corazón de Page aceleró su ritmo.

– El otro día gritaste ese nombre en una discusión con papá.

Y luego oí que él la telefoneaba.

– Creo que es una compañera del despacho -mintió Page con tono pretendidamente neutro.

Trygve tenía razón.

Los niños eran más receptivos de lo que se suponía.

Se preguntó qué más habría oído Andy la noche de su pesadilla.

– ¿Es guapa? -persistió el pequeño.

– No la conozco -repuso su madre, todavía inexpresiva.

– Entonces, cpor qué te enfadaste tanto con papá a causa de esa señora? Page empezó a irritarse.

– No me enfadé con papá, y no quiero hablar más del asunto.

– ¿Por qué no? Por teléfono me pareció simpática.

¿Por teléfono? -inquirió Page.

Aquello le sentó como un puñetazo en el estómago.

– Fue ayer, cuando estabais en el hospital.

Me pidió que le dijese a papá que había llamado.

¿Y le diste el recado? -Me olvidé.

Espero que no me regañe.

– Descuida, no lo hará -dijo Page.

Aparcó el coche en la avenida de grava, se apearon y entraron en la casa.

¿Te has disgustado conmigo? -preguntó Andy mientras su madre le ayudaba a quitarse la ropa.

Ella le miró, contando hasta diez.

Era absurdo hacerle pagar al hijo las acciones del padre.

– No, cariño, no me he disgustado.

Tan sólo estoy cansada.

– Desde el accidente de Allie te ha cambiado el humor.

– Ha sido muy duro para todos.

También para ti, no creas que no lo sé.

– ¿Y con papá estás disgustada? -A veces me crispa los nervios, sí.

Pero casi siempre se debe al agotamiento y la preocupación por Allie.

Ni él ni yo tenemos nada contra ti, hijo.

Tú estás al margen de todo lo que ocurre.

¿Le tienes manía a Stephanie? Andy intentaba aclarar la situación, y era muy perspicaz para su edad, más de lo que él mismo suponía.

Page suspiró antes de contestarle.

– Ni siquiera la conozco -era cierto.

Era en Brad en quien debía descargar su cólera, en Brad que la había traicionado, que le había mentido y le destrozó el corazón.

Todo había sido culpa de su marido, no de la chica con quien se había liado -.

No me pasa nada, ni con tu padre ni con nadie.

– ¡Menos mal! -El niño sonrió aliviado, y Page barruntó que tendrían que decirle algo a no mucho tardar, sobre todo si Brad se iba de casa-.

Bjorn me ha caído bastante bien.

– Y a mí.

Es un chico muy majo.

– Es el mayor de mis amigos.

Ya ha cumplido dieciocho años y tiene algo especial.

– Tú también lo tienes -dijo Page sonriendo.

Acostó a su hijo, le besó y le arropó bien.

Luego se tumbó en la cama de su propio dormitorio y pensó en cómo había cambiado su vida en una sola semana, cuán fácil había sido todo unos días atrás, cuando supuestamente Allie salía a cenar con los Thorensen y Brad volaba hacia Cleveland.

Entonces su existencia era un lecho de rosas, pero ahora habían salido las espinas.

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