CAPITULO XII

El resto de la semana fue una repetición de lo mismo.

Page continuó pasando los días en el hospital mientras Andy estaba en la escuela, y sus parientes neoyorquinas hicieron la ronda de las boutiques y de los grandes almacenes de San Francisco.

Recorrieron Hermes, Chanel, Tiffany, Cartier, Saks, y arrasaron en I.

Magnim.

Se arreglaron el cabello en Mr.

Lee y almorzaron en Trader Vic, Postrio y el restaurante terraza de Neiman Marcus.

Algún que otro día, iniciaron la jornada con una visita de cinco minutos a Allie.

Tras el impacto de la primera mañana, Alexis dijo que se sentía de nuevo acatarrada y no quería ocasionarle complicaciones a Allyson, de manera que aguardaba en la recepción del hospital.

Pero su madre subía valientemente a la planta y, durante aquellos cinco minutos escasos, incluso cotorreaba con Page en la cabecera de la enferma.

Hablaba de sus planes inmediatos y trataba de persuadir a su hija de que las acompañase.

Y el fin de semana insistió en invitar a cenar a Page y Brad.

Page intentó decírselo a Brad en una de las raras conversaciones que mantuvieron.

Era ya viernes por la tarde y empezaba a preguntarse cuándo se marcharían Alexis y su madre, que tanto habían enrarecido la atmósfera desde su llegada.

Brad había aprovechado su presencia para desaparecer diariamente.

No había cenado en casa ni una sola noche, y solía llegar de madrugada para volver a irse muy de mañana, antes de que ellas se levantasen.

Hubo una noche en la que ni se presentó ni telefoneó.

– Quiere llevarnos a cenar a algún sitio -explicó Page, esforzándose en no perder los nervios y hacerle una escena a Clarke por la noche que había pasado fuera sin avisar-.

Para ser sincera, no sé si podré soportarlo.

– Esta vez ha venido más tratable -dijo él.

– ¿En serio? ¿Y tú cuándo lo has constatado -le espetó Page-, en los cuatro segundos que tardaste en acarrear sus maletas, o en los pocos minutos que les has dedicado desde entonces? ¿Cómo demonios sabes el humor que gastan? No te hemos visto el pelo desde el domingo.

– ¡Por Dios, Page, no te dispares! ¿Qué esperabas que hiciese, convertirme en la niñera de tu madre? Han venido para ver a Allie.

Las visitas a su hija era algo que Brad también espaciaba cada vez más, con la excusa de que estaba muy ocupado.

– No es a Allie a quien quieren ver -replicó Page con sarcasmo-, sino a Chanel, Hermes y Cartier.

En ese aspecto, su estancia ha sido muy fructífera.

– Quizá deberías haber ido con ellas -replicó él-, y ahora estarías de mejor talante.

Dios sabe que no te sentaría mal parecerte un poco a tu hermana.

Se arrepintió en el momento mismo en que pronunció aquellas palabras, pero ya no podía desdecirse.

Page rió con amargura.

– En el cuerpo de mi hermana no queda ni una sola fracción o parte original.

Si a todo lo que tú aspiras en la vida es a un maniquí de plástico hueco, te la regalo -le espetó Page, pues le había herido el comentario de Brad.

Llevaba tres semanas de guardia constante en el hospital y era consciente de su desaliño, mas no tenía tiempo, energías ni ganas de enmendarlo.

Consideraba su propio aspecto muy secundario.

Lo único que quería era que Allie saliera del coma.

Al fin, Brad convino en que irían a cenar juntos el sábado.

Fueron al centro de San Francisco, al Mason de Fairmont.

Page se había recogido el abundante cabello rubio hacia atrás, en una coleta, vestía un traje negro liso e iba sin maquillar.

Su cara era un vivo reflejo de la infelicidad y desolación que sentía.

Alexis, por el contrario, llevaba un modelo Givenchy de seda blanca que resaltaba su estilizada figura, con un profundo escote que exhibía generosamente los injertos de silicona.

– Estás arrebatadora -piropeó Brad a su cuñada, quien le respondió con una fría sonrisa.

A Alexis solamente le preocupaba su apariencia, cómo le caía la ropa y poca cosa más.

Su propio marido lo sabía.

En ella no latía una mujer, era tan sólo una silueta y un rostro perfecto, primorosamente decorado.

En la mesa, la madre insinuó la posibilidad de quedarse una semana más.

Page se puso histérica al oírla.

Había sido su criada durante siete días, preparándoles manzanillas, té, litros de Evian, fomentos calientes, fomentos fríos, desayunos, comidas, cenas, sábanas limpias y almohadas, e incluso había tenido que salir a una hora intempestiva para comprarle una manta eléctrica a su madre.

En contrapartida, ellas no contestaban al teléfono, no se servían ni siquiera un vaso de agua, no habían sido capaces de encender los televisores de sus cuartos, y ninguna de las dos sabía relacionarse con Andy.

Eran tan superfluas como siempre.

En una semana habían visto a Allie un total de tres veces que, cronometradas, no habrían sumado ni siquiera quince minutos.

Las predicciones que Page le hizo a Trygve se estaban cumpliendo al pie de la letra.

– Quiero que volváis a casa el lunes mismo -proclamó con voz firme.

Su madre se horrorizó.

¿Cómo vamos a dejarte sola con Allyson? -dijo.

Page guardó silencio.

Brad estuvo muy gentil con las dos y en especial con Alexis, que apenas abrió la boca.

Tan pronto como regresaron a casa y despidieron a la canguro, Clarke anunció a su mujer que él también se iba.

– ¿A las once de la noche? Page se llevó un sobresalto, pero no tenía motivo.

Brad no había pisado el hogar en varios días, según lo que parecía ser su nuevo estilo de vida.

En el plazo de tres semanas se había desmadejado todo el entretejido de su matrimonio.

Así pues, se contentó con mirarle y asentir.

– Lo lamento, Page -quiso justificarse Clarke-.

Vivo acorralado entre la espada y la pared.

– Sí -replicó ella, desabrochándose la cremallera del vestido-.

Así mismo está Allie.

– Lo de Allie no tiene nada que ver.

Sin embargo, ambos sabían que era el eje de todo.

El accidente les había hecho pedazos, y cada día resultaba más obvio que no se recompondrían.

Page se recluyó en el cuarto de baño.

Cuando salió, Brad ya se había marchado.

Se acostó y permaneció despierta largo tiempo.

Ültimamente padecía de insomnio.

Tuvo el impulso de llamar a Trygve, pero no le pareció oportuno.

No quería saltar de un hombre a otro.

Por la mañana, durante el desayuno, su madre le remachó cuán afortunada era de tener a Brad.

Page se bebió el café sin pronunciar palabra.

La otra insistió en que Brad se había revelado como un hombre de bien y un excelente marido.

Page fue a visitar a Allyson y dejó a Andy con sus invitadas, pese a las protestas de ambas porque no sabrían qué hacer si surgía algún contratiempo.

– ¿Y si necesita ir al baño? -preguntó su madre llena de pánico.

Era inconcebible que se sintiera tan indefensa después de tener dos hijas y haber estado casada con un médico.

– Está crecidito, mamá.

Se las arreglará solo.

Si te empeñas, incluso preparará la comida de los tres.

A Page le divertía pensar que su hijo de siete años tenía mejores aptitudes que ellas, y efectivamente así era.

Aquella tarde tuvo ocasión de hablar con Trygve y le dijo lo harta que estaba, harta y abatida.

Le resultaba muy penoso tener en casa a su madre y su hermana.

Ella misma percibía cómo, poco a poco, le iban desmoralizando.

– ¿Qué es lo que tanto te altera? -preguntó Thorensen.

Siempre que las mencionaba, Page podía pasar de la más fina ironía a una honda depresión.

– Todo.

Lo que son y lo que nunca serán, lo que hacen y lo que omiten.

Están podridas tanto una como la otra, y me disgusta su mera presencia.

Detesto incluso que se acerquen a mis hijos.

– No pueden ser tan viles.

A Trygve le sorprendía la fuerza que Page imprimía a sus críticas.

Era evidente que en su familia había alguna lacra que la perturbaba profundamente.

– Ellas fueron la causa primera de que me viniese a vivir a California.

Coyunturalmente lo hice por Brad, pero habría dejado Nueva York de todos modos.

Quería alejarme de mi familia.

Y me salió bien.

– Era indiscutible que, hasta cierto punto, se había casado con Clarke por este motivo, y al principio había sido una solución óptima-.

Ahora también él me da quebraderos de cabeza, y empiezo a cansarme.

Su comportamiento me agobia y está trastornando a Andy.

Es una crueldad.

– Lo sé -asintió Thorensen-, Andy se confió con Bjorn la última vez que se vieron.

Dijo que desde el accidente os pasáis la vida riñendo, y teme que su hermana esté más grave de lo que le habéis contado.

– Mi madre no deja de repetirle que Allie se recuperará.

Me saca de quicio.

Page posó los ojos en su amigo, y él pudo advertir lo destrozada que estaba.

Era mucho más que agotamiento.

Tres semanas vividas en aquella agonía eran demasiado extenúantes para no dejar una profunda huella en cualquier persona, y en Page su marca se hacía patente.

– Quizá ha llegado el momento de que se vayan.

Si aquél era el efecto que sus parientes producían en Page, la medida se había colmado.

Pero Trygve no podía ayudarla a librarse de ellas.

Era un compañero invisible, cuya existencia ni siquiera conocían.

– Así se lo dije anoche, pero mi madre afirmó que no puede dejarme sola con Allie.

Page rió al recordar aquel desatino.

Thorensen la arropó en sus brazos y la besó.

– Siento mucho lo que estás pasando.

La angustia por Allie es más que suficiente sin tener que añadir nuevos engorros.

– A veces creo que el destino me está poniendo a prueba, o algo parecido.

Y voy a suspender el examen -dijo Page con lágrimas en los ojos.

Trygve la atrajo hacia sí y volvió a besarla en aquella desierta sala de espera de la UCI.

– Yo pienso que no sólo aprobarás, sino que sacarás matrícula de honor.

– Eso demuestra lo ignorante que eres -bromeó ella.

Se enjugó el llanto, apoyó la cabeza en el pecho de Trygve y cerró los ojos, apesadumbrada porque la situación no tenía visos de mejorar-.

Estoy cansada de todo…

¿Es que nunca va a acabar, Trygve? -De momento no existía ninguna salida sencilla para sus problemas, y ambos eran conscientes.

– Dentro de un año recordarás todo esto y te preguntarás cómo pudiste sobrellevarlo.

¿Crees que viviré tanto tiempo? dijo Page, solazada por tener un hombro donde cobijarse.

Thorensen la estrechó aún más y le habló con dulce firmeza.

– Yo cuento contigo, Page…

y no soy el único.

Ella asintió, y estuvieron un rato abrazados en silencio antes de que Page regresara junto a Allie.

El teléfono estaba sonando cuando entró en casa unas horas después.

Era una conocida de la ciudad a la que no veía desde hacía meses.

Allyson y su hija habían asistido juntas a la escuela de danza dos años atrás y, aunque no eran íntimas, se profesaban mutuo afecto.

La mujer se había enterado del accidente y ofreció su ayuda incondicional, pero Page le aseguró que no necesitaba nada.

– Si puedo hacer algo por ti, no dudes en avisarme -insistió ella, y vaciló un instante antes de agregar-: Por cierto, cqué te ha ocurrido con Brad? ¿Estáis tramitando el divorcio? -No, ¿por qué lo dices? -replicó Page, azorada y de una pieza.

Aquella mujer sabía algo.

Era obvio por el tono de su pregunta.

Quizá debería mantener la boca cerrada, pero en los últimos tiempos me lo encuentro muy a menudo en compañía de una joven veinteañera.

Creí que era una amiga de Allie, pero luego observé que era un poco mayor.

Vive a una manzana de nuestra casa, y saqué la conclusión de que formaban pareja.

Esta misma mañana les he visto haciendo jogging antes de desayunar.

¡ Qué delicadeza por parte de Brad! ¡ Qué gentil era poniéndola en evidencia de aquella manera! Vivían en una comunidad pequeña y él no paraba de exhibirse con una chica…

¿de la edad de Allie? ¡Dios! Page se sintió como si tuviera mil años al explicar a la otra mujer que se trataba de una compañera de la agencia, que trabajaban en proyectos conjuntos y que no pasaba nada irregular.

Sabía que no la había convencido, pero no quería admitir en público que Brad estaba liado con otra.

Y también estaba enfadada por aquella llamada mezquina.

Además, al negar ella que iban a divorciarse, su “amiga" debería haber tenido la decencia de callar.

¿ Cómo está Allyson? -preguntó su madre al verla apare, cer en la cocina.

– Igual -repuso Page distraídamente-.

¿Cómo te ha ido con Andy? ¿Ha sabido encontrar el cuarto de baño? -Sonrió.

La madre soltó una carcajada.

– ¡Claro que sí! Es un niño muy bien dispuesto.

Nos ha preparado el almuerzo a tía Alexis y a mí, y nos lo ha servido en el jardín.

“¡Dios las guarde de hacer ellas el más mínimo esfuerzo!", caviló Page.

Andy estaba jugando en su habitación, y alzó la mirada al oírla.

Sus ojos transmitían desasosiego y tristeza.

A Page le dio un vuelco el corazón.

Sus vidas habían cambiado brutalmente en tres semanas, y ni ellos mismos enten! dían lo acontecido.

Eran náufragos a la deriva.

Se sentó en el borde de la cama y estiró la mano hacia su hijo.

– ¿Cómo se ha portado la abuela? -Es bastante inepta -dijo el niño con una de sus sonrisas cautivadoras, y ella sintió deseos de estrecharle en sus bra; zos-.

No sabe hacer nada.

Y tía Alexis tampoco, tiene las uñas tan largas que no puede agarrar los objetos.

Ni siquiera ha sido capaz de destapar la botella de Evian.

Y la abuela me ha pedido que le pusiese el reloj en hora.

Dice que no distingue bien las manecillas, y había perdido las gafas.

– Tras tan perfecta descripción, Andy miró a su madre visiblemente preocupado-.

¿Dónde está papá? -En la ciudad, trabajando -mintió Page.

– Hoy es domingo.

– Andy no era tonto, pero ella se resistía a decirle la verdad.

– Tiene mucho que hacer.

– “¡Maldito cabrón!", pensó.

¿Vendrá a cenar? -No lo sé.

El niño se encaramó hasta su falda y ella le abrazó con ternura.

Le habría gustado decirle que siempre le querría, al margen de las jugarretas que les hiciera su padre, pero no deseaba excederse, así que se limitó a manifestarle su amor sin más.

Luego fue a ocuparse de la cena.

Brad les dio una sorpresa y se presentó, sumándose a lo que empezó como una grata velada.

Clarke encendió la barbacoa y se mostró sobrio y educado.

Rehuyó la mirada de Page, pero se esforzó en ser amable con su suegra y dejó que Andy le ayudara a preparar hamburguesas, bistecs y pollo.

Alexis les comunicó que era su día vegetariano, y pidió a Andy que le abriera una botella de Evian.

En un instante en que se quedaron los dos solos, Page hizo alusión a la llamada telefónica que había recibido aquella tarde.

– Tengo entendido que hoy has estado corriendo antes de desayunar.

Brad miró a su mujer sin pronunciar palabra.

No se le había ocurrido que alguna alma caritativa pudiera irle con el cuento.

¿Quién te lo dijo? -Su voz sonó furibunda y culpable.

¿Qué más da eso? ¿Y a ti qué coño te importa lo que yo haga? -Son nuestras vidas las que estás destruyendo, Brad, la mía, la de Allie y la de Andy.

¿Crees que tu hijo no se ha dado cuenta de lo que pasa? Si te atreves, mírale a los ojos de vez en cuando.

Está al corriente.

Todos lo estamos.

– ¡Fantástico! Te ha faltado tiempo para decírselo, ¿no? ¡Maldita bruja! Brad arrojó al suelo los útiles de cocina y entró estrepitosamente en la casa.

Así pues, Page tuvo que bregar sola con la barbacoa, hasta que al fin se quemó.

Andy fue corriendo en busca de su padre.

El niño lloraba a lágrima viva, pues les había oído discutir y luego vio el incidente de Page.

No quería que su madre se lastimara, ni que se gritaran el uno al otro, y en el altercado habían dicho algo sobre él.

Tal vez era culpa suya que se pelearan, quizá su padre estaba resentido porque era Allie y no Andy quien se había accidentado.

El pequeño se metió en un rincón mientras Brad ensartaba la carne con gesto adusto y, finalmente, completaba la cena.

Y los tres Clarke guardaron un obstinado mutismo al sentarse a la mesa.

Pero, como de costumbre, ni Maribelle ni Alexis repararon en nada.

– Eres un cocinero excepcional -felicitó Maribelle a su yerno.

Los bistecs sabían bien, sí, pero la atmósfera se había envenenado-.

Alexis, deberías probar un bocadito.

La ternera está riquísima.

Alexis meneó la cabeza, satisfecha con sus hojas de lechuga.

Por su parte, ni Page ni Andy tocaron apenas la comida.

Ella todavía llevaba un cubito de hielo sujeto a los dos dedos que se había quemado, y se anunciaba una fea ampolla.

– ¿Te duele la mano, mamá? -preguntó Andy, alicaído.

– No mucho, cariño.

Brad estuvo callado y no se dignó mirar a su esposa.

Estaba convencido de que le había contado a Andy que él tenía un idilio, y era tal su cólera que de buena gana la habría abofeteado.

Al recoger los cacharros empezó a despotricar de nuevo contra ella, sin reparar en que su hijo estaba al otro lado del mostrador.

– Se lo has dicho, admítelo! No tenías ningún derecho.

– ¡Yo no le he dicho nada! -vociferó Page a su vez-.

¡Jamás le haría esa mala pasada! Pero, ya que sacas el tema a relucir, deberías explicárselo tú.

¿Qué quieres que piense si no paras nunca en casa? Además, podría repetirse el episodio del teléfono y enterarse por terceros.

– ¡No es asunto que le incumba! Brad salió de la cocina dando un portazo y Page se echó a llorar mientras lavaba los platos.

Clarke había vuelto al jardín para retirar la barbacoa cuando Maribelle se acercó a su hija.

– ¡Qué cena tan adorable, querida! Estamos pasando unos días inolvidables.

Page le estudió con incredulidad, sin saber cómo reaccionar ante aquella frase casi surrealista.

Pero su familia siempre había sido así.

– Me alegro de que te haya gustado la cena.

Brad es un maestro de la carne a la parrilla.

– Quizá volvería para hacerles bistecs después de contraer segundas nupcias.

– Formáis una pareja encantadora -dijo Maribelle con arrobamiento.

Page por fin dejó la bayeta y se centró en su madre.

– La verdad, mamá, estamos atravesando por una grave crisis.

Imagino que habrás notado algo.

– En absoluto.

Desde luego, se os ve inquietos por Allie, pero eso es natural.

Ya verás como dentro de unas semanas las aguas vuelven a su cauce.

Era asombroso que su madre al menos hubiera asimilado esa parte del conflicto.

– No estoy muy segura.

– De pronto, Page decidió decirle a su madre la verdad desnuda.

¿Por qué no? Si le desagradaba, siempre podía fingir no haberla oído-.

Brad tiene una amante, y ahora mismo vivimos en una tensión extrema.

Maribelle negó con la cabeza, rehusando creerlo.

– Seguro que te equivocas, querida.

Brad nunca haría algo tan horrible.

Por nada del mundo pondría en peligro vuestro matrimonio.

– Es lo que está haciendo -continuó Page, resuelta a decírselo todo.

– Todas las esposas abrigan esas sospechas alguna que otra vez.

Estás ofuscada por el problema de Allyson.

“¿Problema? -pensó-.

¿Te refieres al hecho de que lleva tres semanas en coma y podría morirse? ¿Vaya menudencia!" -Tu padre y yo -prosiguió Maribelletuvimos también nuestras pequeñas diferencias, pero nunca degeneraron en nada serio.

Debes ser más comprensiva, hija.

A Page los ojos se le salieron de las órbitas, incapaz de asimilar lo que acababa de oír.

Estaba de acuerdo en silenciar el horror que había vivido de soltera, pero no en negar que hubiera sucedido.

– No me lo puedo creer -declaró con aspereza.

– Es verdad…

Aunque te parezca increíble, en mi matrimonio hubo momentos difíciles.

– Mamá, soy yo, Page.

¿Recuerdas todo lo que sufrimos? -No sé qué quieres decir.

– Maribelle se dio la vuelta para salir de la cocina.

– ¡No me hagas esto! -bramó Page, al borde del llanto-.

¡Después de tantos años, no intentes envolverme con tus embustes piadosos y sacrosantos! Conque pequeñas diferencias, ¿no? Problemillas nada más.

¿Has olvidado con quién te casaste, lo que hizo mientras duró? No seas falsa conmigo.

Y mírame a los ojos, ¡maldita sea! La madre se giró lentamente y fijó en su hija una mirada atónita, como si no entendiera qué le ocurría.

Brad, que acababa de entrar por la puerta del jardín, vio a las dos mujeres y reparó en la expresión de Page.

Enseguida intuyó lo que pasaba.

– Deberíais dejar esta discusión para otro momento -sugirió con voz pausada.

Page se le encaró enfurecida.

– ¡No me digas lo que debo o no debo hacer, hijo de puta! ¡Estás ausente noche y día, jodiendo hasta reventar, y ahora pretendes que me trague también toda esta basura! No me dejaré manipular ni un segundo más.

– Se volvió de nuevo hacia su madre-.

Conmigo no te servirá el jueguecito, mamá.

Tú consentiste que papá actuara de aquella manera, incluso le animaste.

Le acompañabas a mi habitación, cerrabas la puerta y me decías que debía contentar a papá.

Tenía sólo trece años.

¡Trece! Y me forzabas a acostarme con mi padre.

Alexis se apresuró a desentenderse, porque a ella la habíais sodomizado desde los doce años y se sentía muy aliviada de que yo tomara el relevo.

¿Cómo osas simular que no ocurrió? Tienes suerte de que te permita cruzar el umbral de mi casa y que todavía te mire a la cara.

Maribelle contemplaba a su hija con palidez cadavérica.

Brad advirtió que le temblaban las manos.

– Estás lanzando unas acusaciones espantosas, Page, y que además no son ciertas.

Tu padre jamás habría cometido esas monstruosidades.

– Sabes muy bien que las cometió, y tú fuiste su cómplice.

Page se dio la vuelta, de espaldas a ambos, y prorrumpió en sollozos.

Brad no se atrevió a consolarla.

Luego ella se volvió nuevamente y encaró a Maribelle con todo su ultraje reflejado en el rostro.

– He pasado años de mi vida tratando de sobreponerme, de curarme de vuestra infamia, y podría haberte perdonado si me hubieras dicho que lo sentías, que estabas arrepentida…

pero no tolero que lo deseches como si fuera una mera invención.

Alexis irrumpió en la cocina sin tener la más remota idea de lo que allí ocurría.

Había ido a su dormitorio para telefonear a David.

– ¿Podrías hacer una infusión de manzanilla? -pidió dulcemente a su hermana.

Page, apoyada contra el mostrador, emitió un ronco gruñido.

– No doy crédito a lo que veo.

Habéis pasado tantos años huyendo de la verdad que ninguna de las dos hace ya frente a nada.

Ni siquiera sabéis abrir una botella de agua.

¿Cómo podéis vivir de esta manera? ¿Por qué os degradáis así a vosotras mismas? Alexis echó un vistazo en derredor y retrocedió aterrorizada.

– Lo lamento, no quería importunar…

– ¡Ten! -chilló Page y le arrojó una botella de Evian.

Alexis la cogió en el aire-.

Mamá me estaba diciendo que papá nunca abusó de nosotras cuando éramos adolescentes.

¿Te acuerdas, Alex, o tienes también amnesia parcial? ¿Recuerdas cómo lo desviabas hacia mí para que no volviera a violarte? Dime, ¿lo recuerdas? -Las observó a las dos con un pesar infinito-.

Nos mancilló a su antojo hasta que cumplí dieciséis años y le amenacé con denunciarle a la policía, algo que ninguna de vosotras tuvo jamás la valentía de hacer.

¿Por qué no os rebelasteis? Callar equivalía a ayudarle -sentenció entre sollozos-.

Nunca logré comprenderlo.

– Y lo comprendió menos cuando ella tuvo sus propios hijos.

Brad sintió náuseas al escucharla.

Conocía la historia, pero Page nunca la había expuesto tan crudamente ni había provocado una confrontación de aquel orden.

– ¿Cómo puedes decir esas barbaridades? -le reprochó Alexis, escandalizada-.

Papá era médico.

– Sí -dijo Page con el tremor del llanto-.

Yo también creía que de alguna manera eso lo justificaba, pero más tarde supe que no.

A raíz de todo aquello, tardé varios años en pisar una consulta.

Pensaba que el doctor me sobaría o se propasaría.

Ni siquiera fui al ginecólogo en los primeros meses de embarazo, porque temía lo peor.

Nuestro padre fue un tipo colosal, un hombre magnífico y el orgullo de la clase médica.

– Fue un santo varón -le defendió Maribelle Addison.

Alexis se le había arrimado instintivamente y ambas mujeres formaban una piña que dejaba bien en evidencia su negativa de admitir la realidad.

– ¿Sabéis qué es lo más lamentable? -prosiguió Page, sin dejar de escrutarlas-.

Que tú, Alex, dejaste de existir.

Te casaste con David a los dieciocho años y te creaste una nueva identidad, con otras facciones, otro busto, otros ojos y otro todo, para no tener que ser Alexis.

Querías transformarte en un ser distinto y renegar del pasado.

Alexis escuchaba sin mover una pestaña.

Aquellas verdades eran amenazadoras para ella, ahora más que nunca.

– Vamos -terció Brad-, no te atormentes más.

– ¿Por qué no? -replicó Page-.

¿Prefieres que finja que nunca ocurrió, como hacen ellas? Quizá debería probar esa táctica también contigo, aparentar que no te ausentas todas las noches para acostarte con tu amiguita y que mi vida es perfecta y maravillosa.

¡Maravilloso! El único inconveniente es que sería peor que un suicidio.

Todo este tiempo, no he repudiado la mentira, ni he llegado tan lejos, ni he sufrido tanto, para ahora tragarme un montón de sórdidas patrañas.

¿Se te ha ocurrido que ciertas personas no soportan tanta honestidad? -la increpó Brad con más pesar que rabia.

– Sí, muchas veces.

– Necesitan cobijarse en algún lugar.

– Yo no puedo vivir así, Brad.

– Lo sé -contestó él-, por eso me enamoré de ti.

Brad hablaba en pretérito, y Page lo advirtió.

La madre y la hermana aprovecharon la circunstancia para escapar de la cocina.

Page permaneció inmóvil unos segundos, recobrando el aliento, bajo la mirada de su marido.

¿Cómo te encuentras? -preguntó Brad.

Estaba preocupado por Page, pero no podía darle lo que ella precisaba.

No es posible transmitir lo que ya no se tiene.

No había vuelta de hoja.

Por una vez, se imponía la sinceridad.

– No lo sé -respondió Page-.

Creo que me alegro de haber estallado.

Siempre me he preguntado si, a fuerza de decirlas, mi madre ha acabado por creerse todas esas falsedades, o si miente a conciencia para encubrir a su marido, como hizo entonces.

– Tal vez no importa.

Jamás reconocerá la verdad ante ti, Page, y Alexis tampoco.

No esperes un milagro.

Ella convino con un movimiento de la cabeza.

Aunque había sido una velada terrible, en algunos aspectos la había liberado.

Salió al jardín en busca de soledad.

De pronto, decidió ir al hospital.

Era tarde, pero necesitaba ver a Allyson.

Se lo dijo a Brad y, poco después, estaba en la UCI.

Esta vez no habló.

Se quedó en silencio junto a su hija, rememorando cómo había sido antes del accidente y echándola de menos.

Habían transcurrido más de tres semanas.

Hacia las nueve, una enfermera del turno de noche la vio allí sentada y fue hacia ella.

Page estaba pálida, desmejorada, rígida como una estatua y mirando absorta a su hija.

¿Le ocurre algo, señora Clarke? Page le indicó que no y continuó en la misma postura.

Media hora más tarde, apareció Trygve.

– Supuse que estarías aquí -dijo con voz queda entre el zumbar y resoplar de las máquinas-.

No sé por qué, tuve el presentimiento de que habías venido al hospital.

He pensado mucho en ti.

– Esbozó una sonrisa, que quedó en suspenso al ver los ojos de su amiga: los tenía hundidos y era obvio que había llorado-.

¿Te encuentras bien, Page? -Más o menos -dijo ella con una sonrisa exhausta-.

Esta noche me he despachado a gusto.

¿Te ha servido de algo? -No lo sé.

Me temo que no.

No cambiará nada, aunque me he liberado de un gran peso.

– En ese caso, ha merecido la pena.

– Quizá sí.

Page miró a Thorensen dubitativa, y él comprobó su inmenso dolor.

Allyson permanecía estacionaria, así que no era ella la causante, sino todo lo demás.

– ¿Quieres que tomemos un café? Page se encogió de hombros, pero siguió a Trygve hacia el pasillo.

La enfermera de guardia los contempló.

La señora Clarke le daba mucha lástima.

La espera se alargaba y de momento no había muchas esperanzas de que su hija fuera a recuperarse.

La enfermera odiaba los casos como aquél, que tantos estragos hacían en las familias, sobre todo cuando el paciente era joven.

En su opinión, era más sencillo perderlos.

No obstante, jamás se lo habría dicho a los padres.

Trygve le dio a Page un café de máquina.

Ella permanecía en silencio.

Trygve se sentía angustiado por su amiga.

Se sentaron en la sala de espera y sus ojos aún dilatados se le aparecieron enormes, y más azules que en días anteriores.

– ¿Qué te sucede? -le preguntó mientras ella bebía un sorbo del humeante café.

– No lo sé.

Allie, Brad, mi madre…

entre todos van a enterrarme.

– Pero ¿ha pasado algo en concreto? Trygve intentaba situarse y ella no le daba ninguna pista, pese a lo mucho que deseaba ayudarla.

– Nada que no hubiera ocurrido anteriormente.

Mi madre jugaba al nnpaís de nunca jamás", como tiene por costumbre, y yo he perdido los estribos.

– Page miró a Thorensen avergonzada-.

Quizá no he obrado bien, pero no me detuve a reflexionar.

Le he contado que Brad y yo atravesamos una crisis, lo cual ha sido una idiotez por mi parte, y ella ha mencionado a mi padre.

– Page no sabía cómo plantearlo-.

Mi padre y yo…

– comenzó, e hizo una pausa para beber más cafétuvimos…

ccómo decirlo?…

tuvimos una extraña relación.

Entornó los ojos y rompió a llorar antes de proseguir.

Al principio no había querido confesarle su secreto a Trygve, y en cambio ahora ansiaba hacerlo.

Debía ser franca con él, y sabía que no traicionaría su confianza.

– No tienes que decirme nada si no lo deseas, Page.

– Él había captado perfectamente su zozobra.

– Prefiero explicártelo -repuso ella, mirándole a través de las lágrimas-.

Contigo no hay nada que me asuste.

– Respiró hondo y atacó-: Mi padre se propasó conmigo cuando yo tenía trece años…

O sea, que me hizo el amor, que practicamos el sexo.

La situación se prolongó hasta que cumplí los dieciséis.

Y mi madre lo sabía.

De hecho…

– la lengua se le trabó brevemente-, me echó en sus brazos a viva fuerza.

él llevaba ya cuatro años acostándose con Alexis, y mi madre le tenía miedo.

Era un enfermo mental.

Solía pegarle y mi madre se dejaba maltratar.

Decía que debíamos nnhacerle feliz" si no queríamos que nos golpease también a nosotras.

Así pues, le conducía hasta mi cama, salía y cerraba la puerta con llave.

– Page se convulsionaba en llanto cuando Trygve la estrechó.

– ¡Dios mío, Page, es terrible! ¡Qué aberración! Él habría matado a cualquiera que le hubiera puesto las manos encima a su Chloe.

– Sí, lo es.

He tardado años en reponerme.

Me marché de casa a los diecisiete, y trabajé como camarera para pagarme un apartamento.

Mi madre me acusó de ser una mala hija, una traidora, y de haberle destrozado el corazón a mi padre.

Tras su muerte, me sentí culpable durante una larga temporada.

"Por fin, conocí a Brad en Nueva York, nos casamos y vinimos a California.

Encontré a un buen psicoterapeuta que me ayudó a ponerme en paz conmigo misma.

Pero mi madre todavía se empeña en simular que todo aquello no sucedió.

Es esa actitud la que me ha desquiciado hoy.

No entiendo su forma de comportarse.

Lo cierto es que no entiendo nada de nada, ni cómo, a sabiendas de lo que hacía, aún persiste en que era un hombre decente.

Antes le ha llamado "santo", y he montado en cólera.

– No me extraña que hayas estallado -dijo Trygve.

Mientras Page hablaba, no había cesado de acariciarle el cabello ni de estrechar su mano, como hacía ella con Allie-.

Me sorprende que todavía le dirijas la palabra.

– Normalmente la eludo, pero tras el accidente de Allyson habría sido muy cruel prohibirle que viniera.

Me digo una y otra vez que podré seguirle el juego.

Sin embargo, es más fuerte que yo.

Cada vez que la veo me acuerdo de aquella época.

Ella no ha cambiado y Alexis tampoco.

– ¿Cómo se libró Alexis de sus garras? -La dejó en paz en cuanto empezó conmigo.

– Page suspiró y se acurrucó en el pecho de Thorensen, donde se sentía a salvo-.

Y Alex se casó a los dieciocho años.

Entonces yo tenía solamente quince.

Se fungó con un hombre de cuarenta, y todavía siguen juntos.

El no le pide mucho.

Creo que es homosexual y sale con un amante fijo.

Es como un padre para su esposa, el padre casto que nunca tuvo.

"Además, por lo que he podido comprobar el antídoto de Alexis ha sido convertirse en otra persona, adoptar un nuevo rostro, una nueva cara y un nuevo nombre.

David le practica asiduas intervenciones de cirugía estética y ella está encantada.

Y se ha integrado muy bien en las fantasías de mi madre.

Ambas han borrado todo vestigio de lo acaecido.

¿La ha visto algún psiquiatra? -preguntó Trygve.

Estaba perplejo de que Page hubiera conservado intacta su cordura.

– No lo creo.

A mí, desde luego, nunca me lo diría, pero si hubiera seguido un tratamiento se le habría escapado algún comentario.

Así, las dos seríamos supervivientes de nuestro holocausto privado.

Hoy por hoy, Alexis todavía flirtea con sus fantasmas, aunque da igual, porque tampoco queda mucho de ella que pueda salvarse.

Padece de anorexia y bulimia, y no ha tenido hijos.

Apenas habla.

Es un escaparate para su marido, y vestida queda soberbia.

David la baña en dinero, lo cual parece satisfacerla.

– Page hizo una mueca sarcástica-.

Somos muy diferentes.

– Eso veo.

Sin embargo, tu también tienes muy buena presencia.

– Quizá, pero mi estilo es otro.

Ella vive pendiente de su cara y de su figura.

Continuamente se trata la piel, se mata de hambre con dietas leoninas y le obsesionan la pulcritud y la perfección de sus líneas.

– Es decir que está traumatizada.

– ¿Cómo no iba a estarlo? -susurró Page con tristeza aunque se sentía mejor después de haberse explayado.

– El otro día tuve la intuición de que abrigabas una inquina oculta contra tus parientes, por llamarla de algún modo.

Nunca lograba dilucidar si tus críticas eran simples bromas.

– Puedes estar seguro de que no.

Las tengo clavadas como una espina.

¿Debía verlas y preservar mi juicio repudiando sus falacias, o romper del todo con ellas? Es más fácil rehuir los encuentros, pero a veces me resulta imposible.

Thorensen asintió en silencio, entristecido sólo de escucharla.

Una de las enfermeras les comunicó que había una llamada para la señora Clarke.

Page dedujo que sería su madre con alguna pregunta de orden doméstico.

Por supuesto, no iba a hacer ninguna referencia a su enfrentamiento en la cocina, de eso Page estaba segura.

Pero no era Maribelle, sino Brad, y estaba fuera de sí.

– Page -dijo con voz jadeante-, se trata de Andy.

¿Se ha hecho daño? -volvió a sacudirla una oleada de terror.

En los últimos tiempos todo parecía adquirir matices alarmantes, letales.

Estaba constantemente al acecho de malas noticias, de que el desastre se ensañara con sus seres más allegados.

– Se ha ido.

– ¿Qué quieres decir? ¿Has mirado en su habitación? Era ridículo.

¿Cómo iba a marcharse Andy? Lo más probable era que se hubiera dormido arrebujado con Lizzie y Brad no le hubiera visto.

– ¡Claro que he mirado! -chilló Brad-.

Se ha fugado de casa.

Tengo aquí una nota suya.

¿Y qué dice? -Page miró nerviosamente a Trygve y extendió una mano, que él cogió entre las suyas y estrechó con vigor.

– La letra es infernal, pero por lo que he podido descifrar cree que es el único culpable de nuestras desavenencias, que estamos disgustados con él, y se va para que seamos felices.

– Brad hablaba al borde del llanto-.

He llamado a la policía y me han dicho que llegarán en pocos minutos.

Será mejor que vuelvas a casa.

Seguramente Andy nos ha visto pelear.

¡Dios mío, Page! ¿Dónde se ha metido? -No tengo ni idea -dijo ella, inerme y aterrada-.

¿.Le has buscado fuera? Quizá se ha escondido en el jardín.

Lo he registrado todo antes de avisar a la policía.

No está en casa ni en las inmediaciones.

– ¿Sabe mi madre lo ocurrido? -preguntó Page, aunque obviamente no les sería de mucha ayuda.

Brad contestó con una nota de irritación: -Sí.

Según ella, está jugando tranquilamente en casa de un amigo.

A las diez de la noche, y a su edad, es una teoría poco plausible.

– Pero que la define muy bien.

Déjame adivinarlo.

Tras pronunciar su máxima, mi madre te ha asegurado que mañana todo se habrá aclarado y Alexis y ella se han acostado.

Clarke rió a su pesar.

– Al menos, con ellas nunca te llevas sorpresas.

– Hay cosas que no cambian.

¿Podrías venir a casa? -Voy enseguida.

– Page colgó y miró a Trygve-.

Andy se ha ido de casa.

Nos ha dejado una nota diciendo que no quiere que riñamos más y que él es el culpable de todo.

– Las lágrimas anegaron sus ojos mientras evocaba el contenido del mensaje.

Thorensen la abrazó-.

¿Y si sufre algún percance? Los secuestros de niños son frecuentes estos días.

– Era lo único que les faltaba.

Page ya no podía resistir más desgracias.

– Estoy seguro de que la policía lo traerá sano y salvo.

¿Quieres que te acompañe? -No lo considero oportuno.

No podrías hacer nada y tu intervención lo complicaría todo.

Trygve asintió y, a paso ligero, acompañó a Page hasta el coche.

Antes de separarse, la besó y le dio un cariñoso apretón en el brazo.

– Todo se resolverá, Page.

Le encontrarán en un santiamén.

¡ Oh, Dios! Eso espero.

– Yo también -dijo Trygve, y agitó la mano al alejarse la camioneta.

¡ Vaya nochecita! La policía ya estaba en casa cuando Page llegó.

Un agente anotó toda la información que le dieron sobre los amigos de Andy, a qué hora iba al colegio y qué ropa llevaba aquel día.

Fueron al exterior y peinaron la zona con linternas.

Page les entregó dos fotografías recientes del niño.

Como era de esperar, su madre y Alexis no salieron de sus habitaciones.

La clave de su juego era no afrontar, ni siquiera escuchar, nada que fuese ingrato.

Y eran verdaderas expertas en ello.

De los dormitorios no surgió el más leve ruido.

Los coches de policía patrullaron por el vecindario y poco después regresaron para comprobar si Andy no había aparecido por su propio pie.

En el instante en que se disponían a partir de nuevo, sonó el teléfono.

Era Trygve.

– Tu hijo está aquí -dijo a Page-.

Bjorn le había cobijado en su habitación.

Le he dicho que eso no está bien y él me ha respondido que Andy no volverá nunca a casa porque es muy desgraciado.

Con los ojos humedecidos, Page hizo una señal a Brad.

– Está con Trygve.

¿Por qué? -preguntó Clarke con asombro.

Las chicas eran uña y carne, pero no había ningún Thorensen de la edad de Andy.

– Es amigo de Bjorn.

Ha corrido a su lado porque se siente infeliz con nosotros.

– Los padres de Andy intercambiaron una mirada larga y afligida, y Page se dirigió otra vez a Trygve-.

Ahora mismo iré a buscarle.

– Daba gracias al cielo por haber hallado a su hijo.

Trygve suspiró también con alivio, aunque un poco violento por lo que tenía que decirle.

– Andy no quiere veros.

Page pegó un respingo.

– Pero ¿por qué? -Dice que Brad preferiría que el ausente fuese él en vez de Allie.

Según la versión del niño, esta noche os ha oído discutir por su causa y Brad ha montado en cólera.

– Se ha enfadado conmigo, no con Andy.

Pensaba, erróneamente, que le había contado lo de su amante.

– El no lo ha entendido así.

También ha dicho a Bjorn que cree que su hermana ha muerto y que os habéis confabulado para engañarle.

Está convencidísimo.

Lo lamento, Page, pero tienes que saberlo.

– Debería haber permitido que la viera.

– Es un grave dilema.

Yo de ti habría hecho lo mismo.

Con Bjorn no tenía alternativa, ya que Chloe estaba mejor que Allyson, y además mi hijo ya es mayor.

Su problemática es otra.

– Iré a recogerle.

¿Por qué no dejas que os lo llevemos nosotros? Está tomando una taza de chocolate caliente.

Le acompañaremos en cuanto termine.

– Gracias -dijo Page, conmovida y colgó.

A continuación se lo contó a Brad.

– Tendremos que hablar con él -sugirió él, apesadumbrado.

– Antes debemos centrarnos nosotros.

No podemos continuar así mucho tiempo más.

– Page exhaló un profundo suspiro y añadió-: Lo primero que haré es llevarle a ver a su hermana.

Llamó a la comisaría para anunciar que habían encontrado a Andy en casa de un amigo.

El policía se alegró mucho de la buena nueva.

Media hora más tarde, Andy apareció con Trygve y Bjorn.

Entró en la casa triste y pálido.

Page prorrumpió en llanto al verle.

Le rodeó con brazos maternales y le dijo cuánto habían sufrido y lo mucho que ambos le querían.

– Por favor, no lo hagas nunca más.

Podría haberte sucedido algo terrible.

– Creía que estabais furiosos conmigo -balbuceó el niño entre sollozos, mirando de soslayo a Brad, que no pudo contener sus propias lágrimas.

Los Thorensen ocuparon un discreto segundo plano.

– Ni papá ni yo tenemos nada contra ti -declaró Page-.

Y Allie no ha muerto.

Está muy enferma, tal y como ya te conté.

– Entonces ¿por qué no puedo visitarla? -preguntó el niño con suspicacia, pero esta vez su madre le sorprendió: -La visitarás.

Mañana iremos juntos a verla.

– ¿De veras? ¿No me engañas? Una ancha sonrisa iluminó la cara de Andy.

Todavía no sabía qué le esperaba en la U C I, una Allie inmóvil que no podría hablarle, que ni siquiera físicamente se parecía a la hermana que él recordaba e idolatraba.

Pero necesitaba verla y asumir la realidad, al igual que su madre.

– Pensaba que Allyson estaba muerta -terció Bjorn.

– Lo sé -repuso Page, y le agradeció que se hubiera ocupado de Andy.

– Somos colegas -proclamó el chico con orgullo.

Page les llevó a los dos a la habitación de Andy y Bjorn la ayudó a acostar al pequeño.

Mientras ella daba a su hijo un beso de buenas noches, el joven Thorensen volvió a la cocina en busca de su padre.

– ¿Va a abandonarnos papá? -preguntó Andy cuando su madre hubo apagado las luces.

– Lo ignoro -contestó Page-.

En cuanto lo averigüe, te lo comunicaré.

Pero, pase lo que pase, recuerda que tú no tienes nada que ver.

No estamos enojados contigo, sino entre nosotros.

– ¿Es por culpa de Allie? El niño buscaba un chivo expiatorio.

Lamentablemente, no lo había.

– No es culpa de nadie -trató de explicar Page-.

Ha sucedido y ya está.

– ¿Como el accidente? -inquirió Andy.

Su madre asintió.

– Sí, algo así.

A veces salta la chispa y no hay nada que hacer.

– Siempre me decías que estabais cansados, que por eso perdíais los nervios.

– Y lo estamos, pero también hay otros factores…

factores que no guardan ninguna relación contigo, líos de adultos.

Palabra de honor.

– El niño asintió con la cabeza.

El panorama no era muy alentador, pero la verdad le resultaba más asequible que sus propios temores.

iSe había sentido tan culpable!-.

Te quiero con toda mi alma, Andy.

Y papá también.

El niño echó los brazos al cuello de su madre y le estampó un beso.

– Yo también os quiero.

¿En serio vas a dejarme ver a Allie? -Tenlo por seguro.

Page besó a su hijo y se encaminó hacia la puerta.

Andy le pidió que le enviase a Brad.

Cuando su padre entró en la alcoba, ella fue a despedir a los Thorensen y agradecerles por haber cuidado al pequeño.

Trygve sonrió.

– Que duermas bien -dijo a media voz, cálido, y ella notó cómo se fortalecían sus lazos afectivos.

No tenía secretos para él y, poco a poco, sus familias se iban vinculando.

También Brad notó algo.

De vuelta en la cocina, le lanzó una mirada inquisitiva.

– ¿Qué hay entre vosotros? -preguntó a bocajarro.

– Nada.

De todos modos, ésa no es la cuestión.

– Ya lo sé.

Era mera curiosidad.

Me gusta ese hombre, y he pensado que quizá te sientes atraída por él.

Es un tipo estupendo.

– En las últimas semanas hemos pasado muchas horas juntos en el hospital.

Es un buen padre y un gran amigo.

Brad examinó detenidamente a su mujer, que estaba en el otro extremo de la estancia.

– Yo apenas si te he hecho compañía -murmuró, y desvió con pudor sus ojos llorosos-.

No soporto ver así a mi hija, tan maltrecha, tan deformada.

Está casi irreconocible.

– En efecto.

Yo intento no pensar en ello y preocuparme sólo de atenderla.

Clark asintió con gesto de admiración.

El no poseía el autodominio de Page.

¿Qué vamos a hacer con nuestras vidas? -preguntó, al tiempo que abría la puerta del jardín-.

¿Por qué no hablamos fuera? Así no podrán oírnos.

Page accedió y ambos se sentaron en sendas tumbonas.

Fue él quien tomó la iniciativa.

– Vamos de mal en peor, Page.

En un principio creí que podríamos concedernos un compás de espera hasta haber analizado todos los puntos.

Pero nunca paro en casa y tú estás muy irascible.

Vivo dividido en mil pedazos.

Cada vez que vengo veo el rostro anhelante de Andy, o la expresión de tus ojos, tan coléricos y dolidos, o bien compruebo mi propia reticencia a visitar a Allie…

– Además, Stephanie le presionaba para que se mudara a su piso, pero él aún no tenía la total certeza de estar preparado-.

Quizá debería instalarme solo en un apartamento.

Yo preferiría quedarme aquí, pero mi presencia no beneficia a nadie.

Lo había meditado largo y tendido.

En un primer momento Page también quiso que Brad siguiera viviendo en el hogar conyugal, pero no a costa de tanto sufrimiento.

Así era una pesadilla, y ambos lo sabían.

Debían admitirlo.

Su matrimonio había terminado.

Aspiró hondo antes de expresarlo con palabras.

Una vez las hubo dicho, apenas podía creer que hubieran salido de sus labios.

Si alguien se lo hubiera pronosticado un mes atrás le habría tildado de loco.

– Opino que debes marcharte -aseveró en poco más que un suspiro.

– ¿De veras? -inquirió él con estupor.

En cierto modo, era un descanso oírla hablar así.

– Sí -dijo Page, moviendo despacio la cabeza-.

Ya es hora.

Todas estas semanas hemos vivido en un permanente engaño.

Me temo que lo nuestro había acabado mucho antes de que yo lo supiera.

Tú nunca me habrías confesado lo que hacías, que llevabas una doble vida, a menos que en el fondo de tu corazón estuvieras decidido a abandonar la actual.

El día que me lo dijiste no fui capaz de entenderlo.

– Quizá tengas razón -convino Brad-.

Y quizá entonces debería haberme callado.

– Pero ahora no podía volverse atrás, no podía retractarse…

y tampoco lo deseaba-.

Me gustaría conocer las respuestas, Page.

– Y a mí también.

– Page estudió los ojos de Clarke, meditando cómo habían llegado a aquel callejón sin retorno.

¿¡El accidente de Allie fue la causa o sólo el elemento catalizador? Su relación tenía que estar ya resquebrajada, o de lo contrario no se habría hecho añicos tan fácilmente-.

Siempre creía que vivíamos muy unidos -se lamentó al evocarlo-.

Ni siquiera ahora consigo discernir en qué nos equivocamos, qué hicimos…

o qué dejamos de hacer.

– Tú no tienes nada que reprocharte -dijo él honestamente-.

Soy yo quien ha pasado largo tiempo jugando a dos bandas.

¿Cómo ibas a saberlo? -Sí, claro -susurró Page, de súbito reconfortada por no haberse enterado antes.

Los dieciséis años que habían compartido serían ahora un recuerdo entrañable.

Aún le costaba creer que se hubieran ido a pique -.

¿Qué le diremos a Andy? -Su faz volvió a ensombrecerse.

Era demencial estar allí sentados dirimiendo sus problemas como quien hace los preparativos de una fiesta, un viaje o un funeral.

Aborrecía cada minuto de aquella conversación, pero era inevitable y no debía flaquear-.

Tenemos que hablar con él cuanto antes.

– Estoy de acuerdo.

Supongo que habrá que decirle la verdad, que soy un completo imbécil.

Page sonrió a su marido en la penumbra.

Algunas veces sí que era un imbécil, pero todavía le amaba, pese a saber que estaban sentenciados.

Aunque su destrucción sólo había durado tres semanas, era ya insoslayable.

Los cimientos de su matrimonio se habían socavado y finalmente toda la estructura se derrumbó.

De hecho, había sido un proceso progresivo.

Y su ignorancia de lo que se preparaba no había disminuido el impacto del derrumbamiento.

Los escombros caían en cascada.

– ¿Adónde piensas ir? -preguntó sin perder la calma-.

¿Te quedarás a vivir con ella? Ya se había quedado, al menos parcialmente, a juzgar por las revelaciones telefónicas de su conocida.

– Todavía no lo sé.

Stephanie lo quiere, pero necesito un respiro.

– No iba a ser fácil para la nueva pareja.

Su relación se había edificado sobre el engaño, el sexo y la trampa.

Era muy difícil consolidar nada con tales bases, y Brad empezaba a vislumbrarlo-.

¿Cuándo quieres que me marche? Por un instante, Page anheló que aún pudiera ser el hombre que ella siempre había soñado.

Pero era eso, un sueño.

– Antes de que marquemos más a Andy y a nosotros mismos -dijo con más aplomo del que sentía-.

Nuestra vida se deteriora a pasos agigantados.

– Estás muy indignada, y con razón -reconoció Brad.

Aquélla era la conversación más civilizada que habían mantenido desde el fatídico accidente.

Era una lástima que sólo hubieran recuperado el sentido común para poner el colofón-.

Procuraré no agravar las cosas mientras me organizo.

Mañana tengo que ir a Nueva York.

Regresaré el jueves, y tal vez el fin de semana ya haya resuelto algo.

¿Cuánto tiempo crees que pasará aquí tu madre? -Era complicado zanjar su matrimonio y su mudanza definitiva con la suegra en la habitación de huéspedes.

Pero la respuesta de Page le dejó boquiabierto.

– Mañana por la mañana les pediré que se marchen.

No quiero tenerlas más tiempo en mi casa.

Es perjudicial para mí…

y para Andy.

Page se estaba desprendiendo de todos: de él, de su madre y de Alexis.

Cada uno a su manera, la utilizaban y la herían, y aquella misma noche, durante su charla con Trygve y también luego, tras el conato de fuga de Andy, había comprendido que era el momento de cortar.

– No sabes cuánto te respeto -dijo Brad quedamente, sintiendo la brisa nocturna-.

Siempre te he respetado.

Ignoro en qué instante comencé a fallar.

Supongo que fui incapaz de apreciar lo mucho que podías darme.

– Tenía veintiocho años cuando se casaron, pero nunca había renunciado totalmente a la idea de que su libertad estaba por encima de todo, y ahora debía pagar un alto precio por su inmadurez-.

Te irá mejor en cuanto yo desaparezca.

Podrás rehacer tu vida.

– También me sentiré sola.

Esta ruptura no es sencilla para nadie -replicó Page, siempre sincera, y escudriñó a Brad en la penumbra-.

¿Qué haremos con Allie? -No podemos hacer nada.

Eso es justamente lo que me desespera.

No sé cómo puedes pasarte los días y las noches sentada a su cabecera.

Yo enloquecería.

– Eso ya lo he asumido.

Pero ¿y si no vuelve en sí? -murmuró Page.

– Prefiero no pensarlo.

¿Y si despierta y ya no es nuestra Allie? ¿Y si queda igual que Bjorn Thorensen? Sabiendo cómo era antes, nunca lo superaré.

Pero, nos guste o no, habrá que aceptar lo que ocurra.

Al principio creía que había alternativas, luego he visto que no.

Aunque entonces quizá sí las teníamos.

Podríamos haber optado por no operarla y dejarla morir.

¡ Qué horror! Sin embargo, hicimos lo más apropiado y tampoco ha habido una evolución.

"Hay algo que querría decirte a ese respecto, Page.

Si Allyson permanece en coma indefinidamente, no debes encerrarte en el hospital, o arruinarás tu propia existencia.

Antes o después tendrás que tomar una decisión.

– Aquella observación todavía era prematura.

El siniestro se había producido hacía apenas tres semanas, y había posibilidades reales de que Allyson saliera del coma-.

No quiero que malogres así tu vida -insistió Brad, casi como una súplica-.

Mereces algo mucho mejor…

y mucho mejor de lo que yo podría ofrecerte.

Page asintió y ocultó el rostro entre las manos, tratando de no pensar en lo que sería de ella cuando Brad se fuese.

Alzó por fin la vista al cielo y contempló las estrellas, recapacitando por qué se había torcido todo y habían llegado tan lejos, cómo podía haberles sucedido aquella tragedia, a ellos…

y a Allie.

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