Capítulo 13

Siempre creí que el ajedrez era un juego aburrido. Hasta que mi amante y yo jugamos una versión en la que cada vez que un jugador se comía una figura, el contrarío tenía que quitarse una pieza de ropa. Como yo me quedé desnuda antes que él, mi amante me dijo que yo era la perdedora, pero por el placer que me proporcionó con su boca y su lengua, yo me consideré la ganadora.

Memorias de una amante,

por una Dama Anónima


Como era su costumbre, después del desayuno Carolyn se retiró al salón para disfrutar de una segunda taza de café. Normalmente, se sentaba frente al escritorio, cerca de la ventana, donde respondía su correspondencia o, si el día era soleado, simplemente disfrutaba de la calidez de los rayos de sol que entraban a raudales por los cristales. Aquella mañana, sin embargo, estuvo paseando de un lado a otro de la habitación, pues se sentía demasiado intranquila y alterada por los tumultuosos eventos de los últimos días. Primero se había producido un asesinato, después había aceptado a Daniel como amante, a continuación, casi había recibido un disparo y encima se había enterado de que Daniel era el blanco…

Inspiró de una forma temblorosa. No era de extrañar que no consiguiera estarse quieta. Y todos sus agitados pensamientos giraban alrededor de una sola palabra.

Daniel.

Después de dar otra vuelta por la alfombra turca, se detuvo delante de la chimenea. Apretó el ejemplar de las Memorias contra su pecho y miró el retrato de Edward.

Como todos los días, su bonito rostro la contempló con expresión amable. Sus ojos no reflejaban el menor rastro de condena.

– ¿Lo comprendes? -murmuró Carolyn mientras su voz rodeaba el nudo que atenazaba su garganta-. Ruego para que así sea, aunque no estoy segura de cómo podrías hacerlo, pues ni siquiera yo comprendo lo que ocurre.

Edward siguió mirándola con bondad y afecto.

– Eres el dueño de mi corazón -continuó Carolyn-. Y siempre lo serás. Pero me siento terriblemente sola. No sabía cuánto hasta que él me besó. No me había dado cuenta de lo mucho que quería y necesitaba ser deseada de esa forma otra vez. Cuánto echaba de menos que me tocaran… y tocar yo también. No sabía cuánto deseaba volver a vivir con plenitud hasta que aquel disparo estuvo a punto de acabar con todo.

Contempló el libro que sostenía entre las manos y la rosa sonrosada que Daniel le había dado y que ahora estaba prensada entre las páginas. Las cosas que Daniel le había hecho la noche anterior… Al recordar el increíble y sorprendente placer que experimentó, se le cortó el aliento. No tenía sentido que se mintiera a sí misma. Ella quiso experimentar aquel placer. Lo deseó.

Y volvía a desearlo.

¿La lectura de las Memorias era la única causa de que se sintiera así? En tal caso, ¿por qué esos sentimientos sólo se habían manifestado con aquel hombre en concreto? No podía explicarlo, pero así había ocurrido y no podía ignorarlo. Todavía menos ahora, después de todo lo que había descubierto acerca de Daniel. Aquel lado amable, afectuoso y generoso que ella desconocía. Un lado que le parecía fascinante y atractivo. Y, una vez más, imposible de ignorar.

Levantó la vista hacia el retrato.

– Me sorprende mi reacción ante él -susurró a la imagen de Edward-. Nunca creí… Nunca esperé…, pero no puedo negar que lo deseo. Como es lógico, no permitiré que altere mis recuerdos de ti. Nunca permitiré que desvirtúe lo que tú y yo compartimos en su momento.

Sin embargo, incluso mientras pronunciaba estas palabras, Carolyn se preguntó si lo conseguiría. Y temió que ya fuera demasiado tarde. Temió que, en determinado momento, la realidad de hacer el amor con Daniel se sobrepusiera a los recuerdos de lo que había compartido con Edward. Desde que Daniel la besó en el baile de disfraces, era su cara la que la perseguía en sus sueños. Con cada experiencia íntima que compartía con Daniel, le resultaba más y más difícil evocar la imagen de Edward.

A menos que estuviera allí, contemplando su retrato. Pero incluso en esos momentos, a veces no conseguía recordar el timbre preciso de su voz. La cadencia exacta de su risa. El tacto de su pelo y de su piel en las yemas de sus dedos.

Aunque estos fallos de su memoria empezaron antes de que volviera a encontrarse con Daniel en la fiesta de Matthew, era indudable que habían aumentado desde que el guapo conde había entrado en su vida. No, no podía negar la realidad de que el tacto de Daniel la emocionaba más que el recuerdo, cada vez más débil, del tacto de Edward. Este hecho, a pesar de su decisión de continuar con su vida, la consternaba, la asustaba y la hacía sentirse terriblemente culpable.

Sin embargo, a pesar de la consternación, el miedo y la culpabilidad, sencillamente, ya no podía ignorar el hecho de que no había muerto con Edward. Ni ignorar cómo la hacía sentirse Daniel, algo que podía resumir en una sola palabra.

Viva.

¡Viva de tantas formas…! El la hacía reír. ¡Santo Dios, hacía tanto tiempo que no se reía…! Él la hacía querer y necesitar cosas que nunca creyó que volviera a querer y necesitar. Él la hacía sentirse joven. Y deseable. La hacía querer abrir los brazos y girar sobre sí misma de placer, por el simple hecho de saber que podía hacerlo. Y que él la tomaría de las manos y daría vueltas con ella. Él la hacía sentirse…

Acompañada.

Sin embargo, justo cuando acababa de descubrir todo esto, estuvo a punto de perder la vida. Y la de él corría peligro. «¡Por favor, Dios, que cojan rápido al loco de Tolliver!»

Inhaló hondo y le dijo al retrato:

– Durante tres años, sólo he sentido un vacío. -Una humedad caliente se encharcó en sus ojos y Carolyn pestañeó-. ¡Por favor, por favor, no me odies, Edward! Este… acuerdo con Daniel es sólo algo físico. Y temporal. Yo nunca quise estar aquí sin ti, pero ya que lo estoy… ¡Estoy tan cansada de estar sola…!

«Carolyn, querida… Te quiero. Sé feliz.»

Las últimas palabras de Edward, exhaladas con su último aliento, resonaban en su mente. Ya no estaba segura de qué era la felicidad y, desde luego, dudaba que llegara a encontrarla en aquella relación, pero sabía que ésta calmaría su soledad. Llenaría una pequeña parte del vacío. Y hasta que Daniel se desplazara a la siguiente conquista, algo que, sin duda, haría en cuanto se cansara de ella y, dada su reputación, sería pronto, ella disfrutaría de su compañía y del tiempo que pasaran juntos. Y cuando él siguiera adelante, ella también lo haría. Con energías renovadas y lista para hacer algo que valiera la pena con su tiempo.

Con este propósito en la cabeza, Carolyn se dirigió al escritorio para guardar las Memorias en el cajón superior. Pero primero deslizó el extremo de su dedo índice por las letras doradas de la cubierta de piel negra y unas imágenes inspiradas por el libro cruzaron por su mente. Y deseó convertirlas todas en realidad. Con Daniel.

Alguien llamó a la puerta y Carolyn introdujo a toda prisa el libro debajo de unas hojas de papel de escribir. Después de cerrar el cajón, exclamó:

– ¡Adelante!

Nelson entró con una caja cuadrada y plateada que estaba adornada con una cinta de color marfil.

– Acaban de traerla para usted, milady.

Nelson le tendió la bonita caja, que era sólo un poco más grande que la mano de Carolyn.

El corazón le dio un brinco. ¿Un regalo de Daniel?

– Gracias, Nelson.

Cuando el mayordomo se hubo retirado, Carolyn corrió hasta el escritorio, dejó la caja encima de éste y desató la cinta. Abrió la tapa, cogió la nota que había encima del papel de seda que había debajo y leyó, con esfuerzo, el breve mensaje que debieron de escribir a toda prisa, pues la tinta se había corrido en muchos lugares.

«Espero que los disfrutes. Daniel.»

Sonriendo con nerviosismo, Carolyn sacó el papel de seda y descubrió media docena de mazapanes perfectamente moldeados como frutas en miniatura. Los dulces despidieron un fuerte olor a almendras amargas y Carolyn, de una forma involuntaria, arrugó la nariz. Aunque el sabor a almendras no era su favorito, algo que Daniel no podía saber, su corazón se derritió por aquel detalle tan considerado. Hacía mucho tiempo que un hombre no le enviaba dulces.

A pesar de que los mazapanes no le gustaban especialmente, se dispuso a coger uno con la misma actitud con que untaba mantequilla en las rodajas de pan quemado que Sarah horneaba mientras perfeccionaba sus habilidades culinarias. Antes de que pudiera decidirse sobre si coger el de forma de frambuesa o de melocotón, volvieron a llamar a la puerta.

Tras oír su permiso para entrar, Nelson abrió la puerta y se acercó a Carolyn llevando una bandeja de plata con una tarjeta.

– Tiene otro presente, milady. Está en el vestíbulo. Venía con esto.

Nelson le tendió la bandeja.

¿Otro presente? Carolyn volvió a tapar la caja de los dulces y la introdujo en el cajón de en medio del escritorio. Después cogió la carta que Nelson llevaba en la bandeja, rompió el sello de cera y leyó las palabras escritas en perfecta caligrafía.

«Para Galatea. Del salteador de caminos. Porque le recuerdan a ti.»

¡Cielos, Daniel había tenido una mañana muy ocupada! Volvió a leer la nota y una sensación de calidez la invadió. Aquella nota era mucho más personal que la primera, y mucho más intrigante. Siguió a Nelson a lo largo del pasillo, entró en el vestíbulo y soltó un respingo. Un ramo de flores enorme, el mayor que había visto en toda su vida, estaba sobre la mesa de madera de cerezo. Las flores estaban dispuestas en un maravilloso jarrón de cristal tallado.

Y todas eran rosas de color rosado.

¡Cielo santo, al menos había diez docenas de rosas! Daniel debía de haber dejado sin flores todos los rosales del invernadero. Aquello era ridículo, excesivo y extravagante.

Y sumamente romántico. «Le recuerdan a ti…»

Una oleada de calor recorrió todo su cuerpo. Tocó una de las delicadas flores e inhaló la embriagadora fragancia que perfumaba el vestíbulo. Aquel regalo constituía un gesto atento y encantador. El segundo de aquella misma mañana. Y procedía de un hombre al que empezaba a considerar… atento y encantador.

Y también lleno de sorpresas. Entonces pensó que los planes de Daniel para aquella tarde también constituían una sorpresa, lo que significaba que él le iba a dar tres sorpresas en un día y ella, ninguna.

Eso daba una puntuación nada equilibrada.

Una idea se formó en su mente y sus labios se curvaron en una secreta sonrisa.

Se volvió hacia Nelson.

– Lord Surbrooke vendrá hacia mediodía. Lo recibiré en mi saloncito privado.

El salón no le serviría para lo que tenía pensado.

– Sí, milady.

Carolyn cogió una rosa de tallo largo del jarrón y se dirigió a las escaleras.

Ya iba siendo hora de que fuera ella quien sorprendiera a Daniel y equilibrara un poco la desigual puntuación.


– Lady Wingate vendrá enseguida -declaró Nelson a Daniel después de conducirlo a una habitación acogedora, decorada con buen gusto y femenina.

Sin duda se trataba del saloncito privado de Carolyn. Daniel le dio las gracias al mayordomo, quien se marchó cerrando la puerta tras él silenciosamente. Daniel, sorprendido, examinó el refugio privado de Carolyn mientras se preguntaba si tendría algún significado que lo recibiera allí en lugar del salón. No es que le molestara la mayor intimidad de la que dispondrían allí, sobre todo teniendo en cuenta la noticia que quería darle. Tampoco podía negar que se sentía aliviado al no tener el enorme retrato de Edward sobre ellos.

Giró sobre sí mismo con lentitud mientras observaba con atención su entorno. Las paredes estaban forradas con una tela de seda de color amarillo pálido y estaban decoradas con acuarelas de flores y plantas encuadradas con marcos dorados. Daniel supuso que eran obra de su hermana Sarah, quien, según le habían contado, tenía un gran talento para la pintura. Tras examinar uno de los cuadros más de cerca, vio que, efectivamente, estaba firmado por Sarah.

Una librería de suelo a techo estaba flanqueada por dos ventanales con cortinajes de terciopelo verde oscuro a través de los cuales entraban los rayos oblicuos del sol. En un rincón cercano a uno de los ventanales había un elegante escritorio perfectamente situado para recibir la luz solar. En el otro lado había un sofá de contornos redondeados y tapizado con una tela de finas rayas amarillas y verde pálido. Su mirada se posó en un estilizado jarrón de plata que había sobre una mesa de marquetería situada junto al sofá. El jarrón contenía una única flor, una de las rosas de su invernadero. Sin duda eso era una buena señal.

Dos sillones orejeros estaban situados delante de la chimenea encendida de mármol blanco proporcionando una acogedora zona de asiento. Un gran espejo de marco ornamentado colgaba encima de la repisa de la chimenea, sobre la que reposaba una colección de pequeños pájaros de porcelana. Todo esto, combinado con la alfombra de verde musgo estampada con rosas silvestres de color rosa pálido, le produjo a Daniel la sensación de estar en un jardín interior encantado. Inhaló hondo y percibió cierto olor al sutil perfume floral de Carolyn. ¡Un jardín interior con olor a Carolyn!

Carolyn… ¡Maldición! Apenas había estado fuera de sus pensamientos un segundo desde que se separó de ella la noche anterior.

«¿Desde que te separaste de ella ayer por la noche? -preguntó en tono de incredulidad su voz interior-. No ha abandonado tus pensamientos ni por un instante desde hace mucho más tiempo que eso.»

Daniel echó la cabeza hacia atrás y cerró los ojos. «¡Está bien, de acuerdo!» Ella llevaba en sus pensamientos desde hacía muchísimo más tiempo, lo que era inusual en él. Como lo era la forma en que había perdido el control la noche anterior, cuando la besó. ¡Maldición, él nunca había perdido el control de aquella manera! ¿Y como resultado de un simple beso? ¡Increíble!

«Ayer por la noche no fue la primera vez que perdiste el control con ella», le recordó su voz interior con malicia.

«¡Mierda! ¡Está bien, de acuerdo!»

Pero aquel día no pensaba comportarse de aquella manera. Había planeado con cuidado lo que harían. Pensaba dedicar el día a conocerla más. El plan consistía en un agradable paseo seguido de una lenta seducción. No le daría prisa y, desde luego, no la presionaría como un adolescente inmaduro incapaz de dominar sus pasiones.

Oyó que la puerta se abría y se dio la vuelta con una sonrisa de bienvenida en los labios, pero ésta se evaporó, así como su capacidad de habla, al ver a Carolyn, quien estaba apoyada en el umbral de la puerta.

Llevaba su pelo castaño suelto, como una cortina resplandeciente que caía sobre sus hombros mientras sus onduladas puntas le rozaban las caderas. Y vestía… ¡cielos, llevaba puesta una bata de satén de color marfil atada a la cintura! Por la forma en que el tejido se ajustaba a sus curvas y resaltaba sus firmes pezones, eso era todo lo que llevaba puesto. La mirada estupefacta de Daniel bajó por el cuerpo de Carolyn hasta sus pies desnudos y de vuelta hacia arriba, donde se encontró con su mirada. Una mirada que despedía un calor tan sensual que Daniel sintió como si se hubiera prendido fuego en sus pantalones.

– Hola, Daniel -declaró Carolyn con un tono de voz cálido y seductor.

Daniel estaba a punto de abrir la boca para responder, cuando se dio cuenta de que, en determinado momento, su mandíbula debió de haberse caído, pues ya tenía la boca abierta. Si hubiera sido capaz de separar sus globos oculares de Carolyn, habría mirado hacia el suelo para averiguar si su mandíbula estaba allí.

Carolyn cerró la puerta con llave y el chasquido de ésta resonó en la silenciosa habitación. Los únicos sonidos que se oían eran el crepitar del fuego y la pesada respiración de Daniel. Si alguna vez en su vida había visto algo más excitante que Carolyn vestida con aquella bata y mirándolo como si quisiera tumbarlo en el sofá más cercano y hacerle sus peores travesuras, Daniel no lo recordaba.

Una vez más, intentó hablar, pero ella volvió a privarlo de esta capacidad al separarse de la puerta y dirigirse hacia él con un contoneo de las caderas que sólo podía definirse como pecaminoso. Daniel fue incapaz de impedir la rápida reacción de su cuerpo y sacudió la cabeza interiormente. ¡Estaba duro como una maldita piedra y ella ni siquiera lo había tocado! Carolyn se detuvo a la distancia de un brazo de él y, si no fuera porque él era incapaz de moverse, Daniel la habría estrujado entre sus brazos.

– Creo que yo he sido la última en hablar -declaró Carolyn con un deje de diversión en la voz.

Daniel tuvo que tragar saliva dos veces para encontrar la suya.

– Sin duda, porque me has dejado sin habla. Estas tan… tan…

– Volvió a recorrer su cuerpo con la mirada y un gruñido creció en su garganta-. Como un ángel perverso.

– Esta mañana me has enviado unos regalos preciosos.

– Si ésta es tu forma de agradecérmelo, vaciaré de rosas mi invernadero todos los días.

La picardía bailó en los ojos de Carolyn.

– Ni siquiera he empezado a agradecértelo.

Daniel recuperó el aplomo que Carolyn le había arrebatado momentáneamente. ¡Gracias a Dios, porque lo había reducido a un pobre bobo! Daniel eliminó la distancia que los separaba de un paso, la rodeó por la cintura y la acercó a él hasta que estuvieron pegados de pecho a rodillas. Inclinó la cabeza hasta que sus labios rozaron los de ella y preguntó:

– ¿Qué tenías pensado?

– Si te lo cuento, arruinaré la sorpresa.

Carolyn le rodeó el cuello con los brazos y se puso de puntillas para unir su boca a la de él.

Un escalofrío recorrió el cuerpo de Daniel, quien necesitó todas sus fuerzas para no acorralarla contra la pared y penetrarla de inmediato. ¡Maldita sea, la forma en que lo privaba, una y otra vez, de su autodominio reduciéndolo a aquel estado, y en cuestión de segundos, lo desconcertaba por completo! Aunque tenía que reconocer que aquel aspecto juguetón y seductor de Carolyn lo sorprendía y deleitaba a la vez.

Sin embargo, aunque se sentía encantado, no pudo evitar preguntarse si ella estaba pensando realmente en él; si lo veía a él por quien realmente era o si él era para ella sólo un sustituto de Edward.

Una oleada de celos irracionales recorrió su interior al imaginarse que ella estaba pensando en Edward mientras lo besaba. Entonces se regañó a sí mismo interiormente. ¡Resultaba ridículo sentir celos de un difunto! Él no quería el corazón y el alma de Carolyn, sólo su cuerpo. Y resultaba evidente que iba a satisfacer su deseo. No podía pedir nada más. No le importaba si ella tenía a Edward en su cabeza.

¿O sí?

¡No, claro que no!

Daniel levantó la cabeza y se preguntó si su cara reflejaba sus pensamientos, porque Carolyn había fruncido levemente el ceño. Echándose hacia atrás en el círculo de los brazos de Daniel, Carolyn le preguntó:

– ¿No estás contento?

La mirada de Daniel se entretuvo en la generosa curva de los pechos de Carolyn presionados contra él.

– La verdad es que sí. De hecho, apostaría algo a que, ahora mismo, soy el hombre más feliz de todo el reino.

– ¡Estupendo!

Carolyn retrocedió unos pasos y los brazos de Daniel colgaron a sus costados. Daniel afianzó los pies en el suelo para no moverse. Aunque deseaba intensamente tumbar a Carolyn en el suelo, arrancarle la bata y tocar y saborear todos los centímetros de su piel, también ansiaba ver lo que ella haría a continuación.

Y no tuvo que esperar mucho.

Daniel dirigió su mirada hacia la cintura de Carolyn, donde los dedos de ella jugueteaban con el cinturón anudado de la bata.

– ¿Los planes que habías preparado para nosotros esta tarde eran muy urgentes? -preguntó ella.

– Nada que no pueda esperar.

– ¿Te gusta mi bata?

– Mucho.

– ¿Quieres que me la quite?

Él clavó la mirada en la de ella. «Incluso más que volver a respirar.»

– El único problema es que me quedaré… desnuda.

– Personalmente, no veo que eso sea un problema.

– Bueno, sólo lo será si tú no lo estás.

– Mi muy querida Carolyn, ¿me estás pidiendo que… me desnude?

Daniel pronunció la última palabra con un tono exagerado y escandalizado.

– Si no te molesta mucho.

– No mucho. Supongo. Si a ti le gustaría…

– Oh, me gustaría mucho. Aunque hay algo que todavía me gustaría más.

– Mmm, empiezo a pensar que eres muy exigente.

Carolyn curvó las comisuras de los labios en una sonrisa picara.

– Espera a que los dos estemos desnudos.

Una carcajada que se convirtió en un gruñido de puro deseo escapó de los labios de Daniel. Desde que la besó por primera vez supo que detrás de su apariencia de corrección habitaba una mujer apasionada, pero no se esperaba a aquella deliciosa criatura que estaba frente a él, con los ojos resplandecientes de pura picardía.

– No puedo esperar. ¿Cuál es tu petición?

– Que me dejes ayudarte a desvestirte.

Daniel exhaló un suspiro exagerado.

– Una petición verdaderamente monstruosa, pero intentaré no quejarme demasiado.

Carolyn deslizó la yema de su dedo índice por el contorno de la erección de Daniel en una suave caricia que casi le detuvo el corazón a él.

– Estupendo -declaró ella en un susurro sensual. Subió la mano y tiró levemente de la chaqueta de Daniel-. ¿Ahora te parece un momento adecuado?

– Ahora me parece perfecto.

Ella lo ayudó a quitarse la chaqueta y dejó la pieza azul marino sobre el respaldo de uno de los sillones. Cuando se dispuso a desanudarle el fular, Daniel dio gracias mentalmente por no haber realizado un nudo complicado.

Aun así, ella parecía tener problemas y, después de varios intentos fallidos, dejó de intentarlo y levantó la mirada. Todos los trazos de picardía de sus ojos habían sido reemplazados por una repentina expresión seria e insegura.

– Yo… no he hecho esto desde hace mucho tiempo -susurró Carolyn.

Daniel le cogió las manos con dulzura y se las llevó a los labios.

– Lo sé. Tómate tu tiempo. No tenemos por qué correr. – Le dio un ligero empujón con la pelvis-. Aunque las pruebas físicas demuestren lo contrario, no tengo ninguna prisa. Me encanta sentir el tacto de tus manos.

– Pero ¿y si…? -Su expresión de inseguridad se acentuó-. ¿Y si no te doy placer?

Si no se la viera tan preocupada, él se habría echado a reír por lo absurdo de su pregunta. Le soltó las manos, le cogió la cara entre las manos y rozó sus mejillas con los pulgares.

– Carolyn, es imposible que no logres darme placer. Si algo debe preocuparte es que te mantenga en esta habitación durante las próximas dos semanas. O tres. Posiblemente, incluso cuatro. Quizá más. -Se inclinó hacia delante y apoyó la frente en la de ella-. No te pares. Y si tus manos tiemblan un poco, piensa que las mías también están temblando. De tanto desearte.

Ella levantó la cabeza y él se sintió aliviado al ver que sus ojos ya no mostraban el menor signo de preocupación.

– ¿Cómo sabes siempre qué decir?

– No lo sé. Sólo digo lo que tú me inspiras. -Daniel contempló su fular-. ¿Te importaría continuar con lo que has empezado?

– ¿Me ayudas?

– Será un placer.

Mientras ella desanudaba el fular, Daniel se quitó el chaleco y sacó el borde de su camisa del interior de sus pantalones. A continuación, dejó los brazos colgando y esperó pacientemente a que ella terminara. Cuando, por fin, Carolyn consiguió desanudar el fular, Daniel se quitó la camisa por la cabeza. La pieza cayó al suelo y Carolyn apoyó las manos en el pecho de Daniel. Aquel primer contacto extrajo un gruñido grave de la apretada garganta de Daniel.

– ¡Cielos! -murmuró ella deslizando las manos por encima de los hombros de Daniel.

¡Y tanto que «cielos»! Sus dulces exploraciones lo estaban volviendo loco.

– He imaginado tantas veces que me acariciabas de esta forma – declaro él mientras un estremecimiento recorría su cuerpo.

– ¿Ah, sí?

– Más veces de las que puedo contar. -No debería haberlo admitido, pero no podía evitarlo-. Mi fantasía siempre fue agradable, pero la realidad es mucho más placentera de lo que nunca imaginé.

Los dedos de Carolyn recorrieron suavemente el abdomen de Daniel y los músculos de él se tensaron como respuesta.

– Estás… muy bien hecho.

Daniel apoyó las manos en las caderas de Carolyn y se las apretó levemente.

– Y tú también.

Ella recorrió la piel de Daniel justo por encima de la cinturilla de su pantalón.

– Me gustaría mucho que te los quitaras.

– Estamos totalmente de acuerdo.

Daniel cogió a Carolyn de la mano y la condujo al sofá, donde se sentó y se quitó las botas y las medias. Después se puso de pie y juntos desabotonaron sus pantalones. Daniel se los bajó, junto con los calzoncillos, y salió del círculo que formaba su ropa en el suelo.

El alivio que experimentó al librarse de la contención de sus pantalones se desvaneció de inmediato cuando ella rozó con la yema de los dedos la cabeza de su erección. Daniel cerró los ojos e inhaló aire, y contuvo el aliento cuando ella deslizó los dedos con suavidad por la extensión de su miembro y sus pulmones dejaron de funcionar.

Justo cuando creía que ya no podía aguantar más, ella se detuvo. Daniel estuvo apunto de pedirle que continuara. Abrió los ojos con esfuerzo y vio que Carolyn cogía la rosa del jarrón de plata. La mirada que ella le lanzó le hizo sentir como si un fuego le recorriera la piel por dentro.

– Ayer por la noche me enseñaste una nueva finalidad para las rosas. -Carolyn realizó un círculo con la aterciopelada flor alrededor del glande de Daniel-. Es justo que te devuelva el favor.

Daniel soltó un gruñido ronco.

– La devolución de ese favor me va a volver loco…

– Tengo que hacerte una confesión -susurró ella, rodeando el miembro de Daniel con la mano mientras seguía acariciando su glande con la rosa.

El afianzó los pies en el suelo y exhaló aire con lentitud. Una vez más tuvo que realizar un esfuerzo para hablar.

– ¿Una confesión? -consiguió preguntar.

– Sí, aunque no es, ni de cerca, medianoche.

– Me temo que no podría aguantar tanto. Sobre todo, si sigues haciendo… ¡aaaahhh!… esto.

– Mejor. Me dijiste que las confesiones a medianoche son peligrosas.

– Peligrosas, sí.

Lo que describía, con exactitud, la situación de aquel momento. El corría el peligro inminente de perder lo que le quedaba de su autodominio, que se estaba desvaneciendo con toda rapidez. Rechinó los dientes por el intenso placer que le proporcionaba el contacto de las manos de Carolyn y las caricias que le daba con la flor. Soportó la dulce tortura hasta que la urgencia del clímax se volvió abrumadora. Entonces, con un jadeo, cogió las muñecas de Carolyn.

– Si con peligro te refieres a que corro el riesgo de llegar demasiado pronto al clímax… -Dejó la rosa sobre la mesa, colocó las manos de Carolyn a sus lados y cogió el cinturón de su bata-. Antes me dijiste que era un problema que estuvieras desnuda tú sola. Me temo que ahora debo decirte lo mismo a la inversa.

– ¿Quieres que me desnude?

Daniel lanzó una mirada significativa a su erección.

– Resulta evidente.

Un brillo perverso iluminó los ojos de Carolyn.

– ¿Y cuánto lo quieres?

Si supiera cuánto, seguramente se asustaría, pues hasta él lo estaba. Desató el nudo del cinturón de Carolyn, deslizó las manos por dentro de la bata de satén y las subió por la suave espalda de Carolyn.

– No se me ocurre nada que quisiera más en este momento -declaró el quitándole la bata lentamente por los hombros.

– ¿Un millón de libras? -sugirió ella con voz picara.

La bata se deslizó por los brazos de Carolyn y cayó a sus pies con un suave susurro. La ávida mirada de Daniel recorrió el cuerpo de Carolyn. Su piel suave y de color crema. Sus pechos turgentes coronados por unos pezones excitados que parecían pedirle que los tocara. La suave curva de su cintura y el borde de su ombligo. El triángulo de rizos dorados que había en el vértice de sus magníficas piernas, que se estrechaban hasta llegar a sus delgados tobillos. Y el exquisito arco de sus pies desnudos.

– Una vez más, creo que te toca hablar a ti -declaró Carolyn.

– Lo haría, pero creo que me he quedado sin palabras. Salvo para decir que eres la mujer más bonita que he visto en toda mi vida. -Alargó los brazos y le cogió los pechos-. La más suave que he tocado en toda mi vida. -Avanzó un paso, se inclinó y rozó con sus labios la curva donde se encontraban el cuello y el hombro de Carolyn-. ¡Hueles tan bien…! -Sus dedos acariciaron los tensos pezones de Carolyn-. ¡Es tan agradable tocarte…! -Deslizó la lengua por el carnoso labio inferior de Carolyn-. ¡Y sabes tan bien…!

– ¡Pues has pronunciado bastantes palabras! Y todas me han gustado.

Su voz se convirtió en un vaporoso suspiro cuando él se inclinó e introdujo uno de sus pezones en su boca.

Aunque lo que había dicho era cierto, Daniel pensó que habría sido más acertado decir que ninguna mujer había resultado nunca tan agradable al tacto a nadie. Ni su sabor le había resultado tan bueno a nadie. Nunca.

Ella deslizó los dedos por el pelo de Daniel y arqueó la espalda ofreciéndose más, invitación que él enseguida aceptó. Daniel introdujo todavía más el terso pezón de Carolyn en su boca, bajó la mano por su espalda hasta la tentadora curva de sus nalgas y la apretó más contra él. Entonces bajó más la mano, cogió el muslo de Carolyn por la parte de atrás y le levantó la pierna, apoyándola en su cadera. Después deslizó los dedos por el sexo de Carolyn y un gruñido vibró en su garganta.

Daniel levantó la cabeza, y contempló el rostro acalorado de Carolyn y sus ojos cerrados.

– ¡Estás tan húmeda…! -Deslizó dos dedos en su interior y ella jadeó y exhaló un gemido-. ¡Tan apretada y caliente…!

¡Y él estaba tan duro…! ¡Y ella era tan deliciosa y hacía tanto tiempo que la deseaba…! Sencillamente, no podía esperar más. ¡Demonios, si, prácticamente, estaba temblando! Sacó los dedos del cuerpo de Carolyn, la cogió en sus brazos y la echó con suavidad en el sofá tumbándose él también. Se colocó entre las piernas abiertas de Carolyn, se apoyó en sus antebrazos y, poco a poco, rozó con su glande la húmeda grieta de Carolyn mientras contemplaba todos los cambios que se producían en la ruborizada cara de ella.

– Abre los ojos, Carolyn.

Ella abrió los párpados con esfuerzo y sus miradas se encontraron. Los ojos de Carolyn brillaban de excitación, pero, de algún modo, ella parecía más centrada en el acto mismo que en quién le estaba haciendo el amor. Y él quería que ella fuera consciente, muy consciente, de quién le estaba haciendo el amor.

– Di mi nombre -pidió Daniel con voz ronca y los músculos en tensión por el esfuerzo de la contención.

Ella parpadeó y examinó su cara. Después de varios y largos segundos, por fin susurró:

– Daniel.

Algo parecido al alivio recorrió el cuerpo de Daniel. Introdujo justo la punta de su pene en el interior de Carolyn y se detuvo.

– Vuelve a decirlo.

– Daniel.

Introdujo otro centímetro de su miembro.

– Otra vez.

Ella entrelazó sus dedos con el pelo de Daniel.

– Daniel. -Arqueó la espalda y repitió-: Daniel… Daniel…

Él soltó un gruñido y la penetró profundamente. Sin apartar la mirada de la de ella, sacó con lentitud su miembro del interior de Carolyn y rechinó los dientes debido a la intensa y erótica atracción que le producía su cuerpo. Volvió a introducir su miembro en Carolyn hasta el fondo y el lento y resbaladizo roce con su calor húmedo disolvió otra capa de su autodominio. Una y otra vez, se hundió en el cuerpo de ella. Cada vez con más rapidez y profundidad. Ella lo rodeó con los brazos y las piernas uniéndose a él en todos sus movimientos. Los pulmones de Daniel parecían arder con sus rápidas respiraciones y todos sus músculos estaban en tensión debido al esfuerzo que realizaba para contener su alivio hasta que ella llegara al clímax. Y el esfuerzo estuvo a punto de acabar con él.

Cuando ella se arqueó debajo de él, Daniel sintió como si un rayo hubiera caído sobre él, recorriendo y estallando en todo su cuerpo. Las sacudidas lo dominaron mientras se hundía con fuerza y profundamente en el cuerpo de Carolyn, penetrándola una y otra vez y derramando lo que bien podía ser toda su alma en el pulsante calor de ella. Los temblores todavía lo dominaban cuando su cabeza cayó, sin fuerzas, en la cálida curva del cuello de ella y Daniel se esforzó en recuperar el aliento. No estaba seguro de cuánto tiempo necesitó para reunir las fuerzas suficientes para levantar la cabeza. Un minuto, o quizás una hora. No lo sabía. No podía hacer otra cosa salvo empaparse de la increíble sensación de permanecer hundido en el apretado calor de Carolyn y empaparse también de otra sensación de la que lo único que sabía era que lo hacía sentirse como si le hubieran dado un puñetazo. En el corazón.

Al final, levantó la cabeza y miró a Carolyn. Y se quedó helado.

Ella parecía contemplar la nada mientras las lágrimas resbalaban por las comisuras de sus ojos.

Un sentimiento de culpabilidad golpeó a Daniel como si le hubieran dado con una piedra en la cabeza. ¡Mierda, había vuelto a hacerlo! ¡Había perdido por completo el control! Sólo que esta vez…

– Carolyn… Cielos, ¿te he hecho daño?

Hizo el ademán de separarse de ella, pero Carolyn aumentó la presión de sus brazos y piernas y lo mantuvo pegado a ella.

– No -declaró ella sacudiendo la cabeza.

Daniel, sin estar para nada convencido de su respuesta, le seco las lágrimas que había justo debajo de sus párpados, pero fueron reemplazadas de inmediato.

– ¿Por qué lloras?

En lugar de contestar a su pregunta, Carolyn declaró:

– Gracias.

– ¿Gracias? ¿Por hacerte llorar?

¡Maldición, se sentía como un canalla principiante!

Ella asintió con la cabeza.

– Sí, yo… creía que nunca más volvería a hacer el amor. Creí que no volvería a querer hacerlo. Tú has hecho que sea algo… extraordinario. Por eso te doy las gracias.

El alivio casi lo abrumó y todo en su interior pareció cambiar.

– Extraordinario -repitió con suavidad mientras recorría el rostro de Carolyn con la mirada-. Esto lo describe, y también a ti, a la perfección.

Sin duda, no recordaba haber dicho nunca nada que fuera tan cierto, pues hacer el amor con Carolyn era… diferente. En aquel acto, él había entregado u na parte de sí mismo y de su control que no había entregado nunca antes. Una parte de sí mismo que ni siquiera sabía que existía hasta que había dejado de ser suya.

En el pasado, después de satisfacer su pasión, nunca experimentaba el deseo de quedarse, pero con Carolyn sentía que podría quedarse en aquel sofá y hundido en ella durante todo el día. Simplemente mirándola. Apartando su bonito pelo de su cara. Con ella sentía un vínculo que nunca antes había experimentado. Una calidez desconocida de algo que lo confundía, pero que no podía negar.

¡Mierda! ¿Cómo podía ser que aquel encuentro con Carolyn hubiera reducido cualquier otro encuentro sexual que había experimentado en el pasado a un mero acto físico y sin emoción? ¿En una sórdida imitación de lo que tenía que ser? ¿Cómo era posible que en todas las aventuras que había tenido se le hubiera escapado esto? ¿Fuera lo que fuese?

– ¿Daniel?

Él apartó aquellos pensamientos de su mente y volvió a centrar su atención en Carolyn.

– ¿Sí?

– Me has devuelto a la vida -declaró ella con el labio inferior tembloroso.

El corazón de Daniel pareció dar una voltereta. Buscó su forma de ser alegre y normal de después del coito y no la encontró.

– Pues eso es, exactamente, lo que se supone que le pasó a Galatea -declaró él con el tono de voz más despreocupado y alegre que pudo conseguir-. El placer ha sido todo mío.

– No, en absoluto. -Carolyn se desperezó debajo del cuerpo de Daniel y una sonrisa iluminó su cara-. Me siento maravillosamente bien. Pero me muero de hambre. ¿Tus planes para esta tarde incluyen algo de comer?

– De hecho, sí. Ahora que ya me has seducido, ¿nos vestimos y procedemos con mis planes?

– De acuerdo, aunque me siento algo decepcionada por el hecho de que tus planes requieran que nos vistamos.

– Dejarás de estarlo cuando veas adonde vamos y lo que he planeado. Pero, en cuanto a lo de vestirse…

– ¿Sí?

Daniel le estampó un rápido beso en los labios.

– No te pongas calzones.

Загрузка...