Capítulo 14

Dada la ardiente naturaleza de nuestra pasión, creí que se quemaría con la misma rapidez con la que se había encendido, pero pronto descubrí que, cuanto más lo veía, más lo quería. Y no importaba cuántas veces lo viera, nunca era suficiente.

Memorias de una amante,

por una Dama Anónima


¡Santo cielo, no llevaba calzones!

Carolyn intentó concentrarse en el bullicioso escenario de la calle mientras el elegante carruaje de Daniel recorría Park Lane, pero en lo único en lo que podía pensar era en que estaba sentada frente a su amante sin ropa interior. Miró a la gente que paseaba por Hyde Park y no vio a nadie. Pero sí que se visualizó corriendo las cortinas de terciopelo granate del carruaje, creando, así, un clima de acogedora intimidad y pidiéndole a Daniel que apagara el implacable fuego que había encendido en su interior.

¿Qué le estaba sucediendo? Ella había disfrutado de una relación profundamente apasionada con Edward; sin embargo, en

aquel momento, aquellos recuerdos parecían casi sosos comparados con el apetito que sentía por Daniel, que casi rayaba en… la voracidad.

– Tengo una noticia para ti.

La voz de Daniel la sacó de su fantasía erótica y Carolyn se volvió hacia él. En lugar de mirarla con su habitual y seductora calidez, sus ojos azul oscuro estaban serios.

– ¿ Qué tipo de noticia? -preguntó ella, apartando a un lado sus pensamientos lascivos.

– Gideon Mayne me visitó esta mañana. Rayburn y él encontraron a Tolliver ayer por la noche en su casa. El conde apestaba a alcohol y se había desmayado en su estudio. Tenía una pistola en la mano y se lo llevaron detenido.

– ¡Gracias a Dios! -Carolyn se llevó una mano al estómago-. O sea, que fue él quien te disparó.

Una mezcla de miedo y náuseas la invadió al pensar en la posibilidad de que lord Tolliver hubiera tenido éxito.

– Sí, pero casi te mató a ti.

Carolyn recordó la sensación de la bala silbando junto a su cara y se estremeció.

– ¿Ha confesado?

– No. Insiste en que es inocente. Afirma que ayer por la noche no salió de su casa y que la pistola era para él, para quitarse la vida. -Un músculo se agitó en la mandíbula de Daniel-. Según Mayne, ninguno de los criados de Tolliver lo vio salir de la casa, pero como todos se retiraron hacia las once, tampoco pueden asegurar que él no saliera después de esa hora.

– Sorprende que un hombre con tan poca ética como ha demostrado tener lord Tolliver mienta acerca de haberte disparado o no -declaró Carolyn.

– Estoy de acuerdo. Seguiré manteniendo la guardia en alto, pero creo que está claro que tenemos a nuestro hombre. Quería decírtelo nada más verte, pero… -Sus ojos se oscurecieron-. Me distrajiste.

Ella levantó una ceja.

– Mmm. Eso suena como una auténtica queja.

Daniel se inclinó hacia ella y le apretó con ligereza una de sus enguantadas manos. El calor subió por el brazo de Carolyn.

– Mi única queja es que, ahora mismo, no estemos tan ocupados como antes. -Rozó con las yemas de los dedos la sensible piel del interior de la muñeca de Carolyn, justo por encima del borde del guante-. Eres… increíble.

– Palabra que yo también podría utilizar para describirte a ti, milord.

Daniel realizó un chasquido con la lengua.

– Supongo que no has olvidado que esta formalidad ya no es necesaria entre nosotros.

Como si quisiera demostrar su punto de vista, deslizó un dedo por debajo del borde del guante de Carolyn y le acarició con lentitud la palma de la mano.

Carolyn dio un respingo a causa de la intimidad del gesto de Daniel y sacudió la cabeza.

– No lo he olvidado -declaró con un susurro tembloroso.

¡Santo Dios, aunque viviera cien años, no olvidaría los momentos que había compartido con Daniel!

– Claro que…, si te hubieras olvidado -continuó él con su apasionada mirada clavada en la de Carolyn-, supongo que tendría que recordártelo. -Exhaló un suspiro exagerado-. Tarea terrible, por cierto, pero me esforzaría en realizarla como un hombre.

Decidida a no dejarle llevar la voz cantante, Carolyn se inclinó hacia delante y apoyó la mano que tenía libre en la rodilla de Daniel.

– Te aseguro que no corro el peligro de olvidarlo, Daniel. -Subió con lentitud la mano por su pierna-. Sin embargo, me gustaría que me lo recordaras. Siempre que quieras. Y en cuanto a lo de realizarla como un hombre… -Acarició con los dedos el bulto de sus pantalones disfrutando del respingo que soltó él-. Me muero de ganas por descubrir cómo la realizarías exactamente.

Los ojos de Daniel parecían despedir humo.

– Yo también me muero de ganas de descubrir lo mismo respecto a ti.

– ¡Qué bien que estemos de acuerdo!

– Yo diría que «bien» es una palabra sosa para describir cualquier cosa que suceda entre nosotros, milady, pero supongo que servirá. De momento.

– ¿Milady? -Carolyn copió el chasquido que Daniel había realizado antes y repitió sus palabras-. Supongo que no has olvidado que esta formalidad ya no es necesaria entre nosotros.

– No lo he olvidado. De hecho, aunque viviera hasta el próximo siglo, nunca olvidaría lo que hemos compartido.

Sus palabras reflejaban con tanta exactitud lo que ella había pensado antes que, de una forma ridícula, Carolyn se preguntó si él le había leído la mente.

– Cuando estábamos en tu salón, dijiste que tenías una confesión que hacerme -declaró Daniel mientras seguía acariciando la piel de Carolyn por debajo del guante con un ritmo lento y hechizador-, pero no me la contaste. Te lo habría preguntado entonces, pero estaba… esto… distraído.

Carolyn deslizó la mano por la parte interior del muslo de Daniel.

– Te robé los pantalones.

Al sentir su caricia, Daniel dirigió una mirada significativa a la mano que Carolyn deslizaba por su muslo y sus músculos se contrajeron.

– Es evidente que no. Por desgracia.

Ella se echó a reír.

– ¡No estos pantalones! Y tampoco hoy. Fue durante la fiesta de Matthew. Las mujeres ideamos una caza de prendas, si se le puede llamar así. Mi misión consistía en conseguir unos pantalones tuyos. Entré en tu dormitorio cuando sabía que no estabas allí y, así, sin más… -Levantó la mano del muslo de Daniel y chasqueó los dedos-, salí corriendo con tus pantalones.

Daniel le cogió la mano y volvió a dejarla sobre su muslo.

– Fascinante. Si hubiera sospechado que ibas a hurgar en mi dormitorio, no habría salido de allí para nada.

Ella levantó la barbilla.

– No estaba hurgando. Estaba…

Su voz se apagó mientras buscaba una palabra menos incriminatoria.

– ¿Fisgoneando? -sugirió él-. ¿Merodeando?

Ella levantó todavía más la barbilla.

– Sólo estaba cumpliendo mi parte en el juego.

– Comprendo. No me di cuenta de que me faltaran unos pantalones.

– Los devolví antes de que terminara la fiesta. Así que, en realidad, no te los robé, sólo los tomé prestados.

– ¡Ah! Así que entraste dos veces en mi dormitorio durante la fiesta sin que yo lo supiera.

– Sí.

– ¿Y qué hiciste con mis pantalones cuando los tomaste prestados?

Carolyn se sentía extremadamente osada, así que decidió ser sincera con él.

– Me los llevé a mi dormitorio, los apreté contra mi cuerpo y pensé en ti. En cómo te veías con ellos puestos. Y cómo me imaginé que te verías sin ellos.

Su confesión, una verdad que ella se negó a aceptar en su momento, la hizo sentirse acalorada.

Un agudo interés brilló en los ojos de Daniel, quien sacó el dedo del guante de Carolyn. Entonces se inclinó, le cogió un tobillo y apoyó el pie de Carolyn en su regazo. Después de quitarle el zapato, le masajeó el pie provocando que exhalara un gemido de placer.

– ¿Te he comentado que me encanta que me masajeen los pies? -preguntó Carolyn con todos los músculos convertidos en mantequilla.

– No, no me lo habías comentado, pero tus suspiros y gemidos te han delatado.

– Supongo que… ¡Ooohhh, Dios míooo!, sí.

– Dime, ¿cómo te imaginabas que me veía sin los pantalones, Carolyn?

Un largo ronroneo vibró en la garganta de Carolyn mientras miraba a Daniel con los párpados entrecerrados y el placer subía por su pierna.

– Maravilloso. Pero la realidad resultó ser mucho mejor que mi imaginación, aunque te aseguro que ésta fue realmente fértil.

La expresión de Daniel se volvió seria.

– Debo admitir que tu confesión me decepciona.

Una oleada de vergüenza invadió a Carolyn.

– Sé que estuvo mal por mi parte, pero…

– No me decepciona lo que hiciste, sino el momento en que lo hiciste. Desearía haber estado presente cuando entraste en mi dormitorio. Dos veces.

Carolyn tuvo que reconocer para sus adentros que una parte de ella también quiso que él estuviera en la habitación, algo que no pudo admitir en su momento.

– ¿Qué habrías hecho si hubieras estado presente? -preguntó Carolyn casi sin aliento.

El fuego ardió en la mirada de Daniel, pero antes de que pudiera responder, el carruaje se detuvo de golpe. Daniel miró por la ventanilla.

– Como ya hemos llegado, tendré que contártelo más tarde -contestó él poniéndole el zapato y dejando el pie de Carolyn en el suelo con suavidad-. O, mejor aún, te lo demostraré.

Ella apenas pudo resistir el impulso de pedirle que regresaran enseguida a su casa para que pudiera demostrárselo de inmediato. Pero, en lugar de pedírselo, adoptó una actitud de serenidad que no tenía nada que ver con el fuego que ardía en su interior y miró por la ventanilla del carruaje. Entonces se dio cuenta de dónde estaban.

– ¿Gunter's? -preguntó, contemplando el letrero de la pastelería más famosa de Londres, que estaba situada en el número 7 de Berkeley Square. Una sonrisa curvó sus labios-. ¡Me encanta Gunter's!

Él le devolvió la sonrisa.

– A mí también. Es mi tienda favorita en Londres.

– ¿Aún más que tu sastrería? -bromeó Carolyn-. Eres famoso por ser muy meticuloso con tu ropa.

– Gunter's es mi favorita. Sin excepción -contestó él con voz totalmente seria-. Por lo visto siento debilidad por los helados con sabor a fruta. -Deslizó la mirada por el cuerpo de Carolyn-. Entre otras cosas…

Carolyn se preguntó cómo podía seguir ruborizándose a pesar de las intimidades que habían compartido. Para disimular el rubor que coloreaba sus mejillas, cogió su bolsito preparándose para salir del carruaje.

– Edward y yo solíamos…

Su voz se fue apagando torpemente y Carolyn bajó la mirada hacia el suelo. No debería hablar de Edward con su amante. Hacerlo hacía que se sintiera desleal, tanto hacia Edward como hacia Daniel. Y le recordaba sus persistentes sentimientos de culpabilidad por tener un amante, sentimientos que prefería ignorar.

Se aclaró la garganta y continuó:

– Solíamos venir a Gunter's cuando estábamos en Londres.

– Carolyn.

Daniel pronunció su nombre con tanta suavidad, con tanta amabilidad que a ella se le formó un nudo en la garganta. Cuando levantó la vista, se dio cuenta de que la mirada de Daniel reflejaba la misma amabilidad que su voz.

– No te reprocho que tengas recuerdos de Edward, ni tampoco quiero que creas que no puedes hablar de él conmigo. -Titubeó y, al final, añadió-: Sabía que habías venido aquí con Edward al menos en una ocasión, porque os vi.

Ella no pudo ocultar su sorpresa.

– ¿Ah, sí? ¿Cuándo?

– Hará unos cinco años. Estaba al otro lado de la calle y vi que Edward y tú salíais de Gunter's. Los dos sonreíais. Se os veía muy felices.

– ¿Por eso me has traído aquí?, ¿porque sabías que me gustaría?

– En parte, sí. Pero también porque, conforme a la conversación que mantuvimos en la fiesta de disfraces, el salteador de caminos quería regalarle a Galatea algo que le recordara a ella.

– ¿Y lo que le recuerda a ella es un helado con sabor a fruta?

– Sí.

– ¿Porque soy… dura y fría como un helado?

La mirada de Daniel siguió siendo seria.

– No, porque cuando te toco con mi lengua, te derrites.

«¡Cielo santo!» Carolyn recordó la deliciosa sensación de la lengua de Daniel deslizándose por su cuerpo y el corazón casi se le salió del pecho. Desde luego, la hacía derretirse. Y de una forma que no sólo le hacía desear experimentar de nuevo aquella magia, sino hacérsela sentir a él también.

Antes de que pudiera responderle, Daniel le apretó levemente la mano.

– ¿Prefieres que vayamos a algún otro sitio?

¡Santo cielo, podía hacerla derretirse incluso sin el tacto de su lengua! Evidentemente, lo único que tenía que hacer era mirarla. O tocarle la mano.

– No, Daniel, prefiero ir a Gunter's. Hace mucho tiempo que no saboreo un helado. Creo que ha llegado la hora de crearme nuevos recuerdos. -Ella también le apretó la mano-. Contigo.

Algo que parecía alivio iluminó la mirada de Daniel.

– Ansió compartir esos recuerdos contigo. -Entonces, una comisura de sus labios se curvó hacia arriba en una mueca maliciosa-. Haré lo posible para que no te sientas decepcionada.

Después de ayudarla a bajar del carruaje, entraron en la pastelería. Un delicioso olor a dulces, pasteles y galletas recién horneadas invadió las fosas nasales de Carolyn.

– ¿Te apetece un helado? -le preguntó Daniel-. Por lo que veo, la sugerencia del día es helado con sabor a arándano. ¿O prefieres alguna otra cosa?

Ella le sonrió.

– Un helado de arándano suena de maravilla.

Se sentaron en una mesita redonda situada en un rincón de la tienda y disfrutaron de aquel placer helado. Después de meterse un bocado en la boca, Carolyn le confesó a Daniel en voz baja:

– Está tan bueno que debo confesarte que tengo que hacer uso de gran parte de mi autodominio para no gemir en voz alta con cada bocado.

Daniel deslizó la pierna izquierda debajo de la mesa y presionó su rodilla contra la de Carolyn enviando un estremecimiento por su pierna.

– Debo confesarte que tengo que hacer uso de todo mi autodominio para no acorralarte contra el mostrador y darte realmente algo por lo que gemir. Baste decir que pretendo oír esos sonidos encantadores que haces lo antes posible.

El calor que recorrió el cuerpo de Carolyn era tan intenso que ella misma se extrañó de no arder en llamas. ¿Cómo conseguía él parecer tan tranquilo y sereno cuando ella sentía que el fuego la abrasaba por dentro?

Carolyn observó a los otros clientes y se sintió aliviada al ver que nadie parecía prestarles ninguna atención.

– Si sigues mirándome así, la gente sospechará que somos…

– ¿Amantes?

– Sí.

– ¿Y cómo te estoy mirando?

– Como si prefirieras estar lamiéndome a mí que al helado de arándano.

Los ojos de Daniel no reflejaron el menor asomo de objeción.

– Es verdad que preferiría estar lamiéndote a ti. -Después de tomar otra cucharada de helado, añadió-: Y creo que tú también lo preferirías.

El punto hasta el que ella lo prefería asustó a Carolyn.

– Estás derritiendo mi helado -advirtió ella con una risa ahogada.

– ¡Estupendo! Cuanto antes se acabe, antes podremos irnos. -Daniel apretó con más firmeza su pierna contra la de Carolyn-. Y antes podré hacer que te derritas.

Carolyn introdujo una cucharada del delicioso helado en su boca disfrutando de cómo la ávida mirada de Daniel devoraba sus movimientos. El contraste entre su comportamiento aparentemente formal y el trasfondo sensual que latía entre ellos la excitaba de una forma que no había experimentado nunca.

Después de tragar el helado, declaró en voz baja:

– Y antes podré hacer yo que tú te derritas.

Él se quedó paralizado, con la cuchara a medio camino entre el tazón y su boca. Inhaló lenta y profundamente y, a continuación, dejó la cuchara en el tazón, que todavía estaba medio lleno.

– Vamonos.

– ¿Irnos? -Carolyn adoptó su actitud más inocente y batió las pestañas-. ¡Pero si no he terminado el helado!

– Mañana te compraré otro.

Daniel se levantó y le tendió la mano. La ardiente pasión de su mirada no dejaba lugar a dudas de que la deseaba tanto como ella a él. Y lo antes posible.

Carolyn pensaba encargarse de que no tuviera que esperar mucho.

Se limpió con ligereza los labios y apoyó la mano en la de Daniel para levantarse. Rodeándose de su habitual aire de dignidad y adecuación, le permitió que la escoltara hasta el carruaje. Daniel, sin dejar de mirarla, se sentó frente a Carolyn y realizó una seña al conductor para que se pusiera en marcha. En cuanto empezaron a moverse, Daniel corrió las cortinas de terciopelo.

– Ven -le indicó a Carolyn en voz baja y grave.

En lugar de obedecerlo, ella alargó los brazos y le desabrochó los pantalones. Él la observó a través de sus ojos entrecerrados mientras su pecho subía y bajaba, debido a la rapidez de su respiración. Cuando la parte frontal de gamuza de su pantalón se abrió, Carolyn le rodeó la erección con los dedos y apretó con suavidad.

Él inhaló con aspereza.

– Carolyn…

Una gota de fluido brilló en la punta de su miembro y ella esparció la gota húmeda por el glande con la yema del dedo. Carolyn nunca se había comportado de una forma tan atrevida fuera de su dormitorio, pero algo en aquel hombre y en sus apasionadas reacciones hacia ella encendían un espíritu osado y aventurero que ni siquiera ella sabía que poseía. Un espíritu intacto cuya aparición, sin duda, estaba incitada por las imágenes sensuales que la lectura de las Memorias había implantado en su mente.

La Dama Anónima había descrito con todo lujo de detalles las alegrías de hacer el amor en un carruaje en movimiento. Según las Memorias, se trataba de una experiencia que una no debía perderse y Carolyn no tenía intención de hacerlo.

Con la mirada clavada en la de Daniel, se llevó la mano a los labios y se mojó la punta del dedo con la lengua saboreando el gusto salado de la esencia de Daniel. Su útero se encogió al percibir el fuego que ardía en los ojos de él.

– Carolyn… -Daniel pronunció su nombre con un gruñido ronco lleno de deseo y necesidad-. Ven aquí.

Esta vez, ella lo obedeció. Se levantó del asiento y, antes siquiera de que pudiera pestañear, Daniel introdujo las manos por debajo de su vestido y las deslizó por la parte trasera de sus muslos hasta cogerle las nalgas desnudas. La empujó hacia él. Ella jadeó al sentir su tacto y el masaje y las caricias que le prodigaban sus dedos. Apoyándose con una mano en sus hombros, Carolyn se sentó a horcajadas sobre las piernas de Daniel y utilizó su otra mano para conducirlo a la abertura de su cuerpo deslizando con lentitud la suave punta de su erección por su sexo húmedo e hinchado. El olor almizclado de su propia excitación y la pasión de Daniel, junto con sus gruñidos graves de placer, llenaron la cabeza de Carolyn.

Incapaz de esperar más para sentirlo en su interior, Carolyn se dejó caer en un lento y resbaladizo empalamiento que envió una dulce pulsación de placer caliente por su cuerpo. Cuando él estuvo tan hondo en su interior que ella habría jurado que le tocó el corazón, Daniel le agarró las nalgas con los dedos extendidos apretándola más contra él.

– Carolyn…

La forma en que pronunció su nombre, una mezcla de ruego y gemido, tocó lo más profundo de Carolyn. Y sólo había una respuesta posible.

– Daniel. -Ella se apretó contra él-. Te siento tan… ¡oh, cielos!

Sus palabras se disolvieron en la nada cuando él flexionó sus caderas y se introdujo más en su interior.

– Te siento tan… increíblemente bien -susurró él inclinándose hacia ella para mordisquearle el cuello con los dientes.

Estimulada por sus palabras, Carolyn se levantó con lentitud y se dejó caer otra vez mientras el suave balanceo del carruaje la acompañaba en sus movimientos. Carolyn se perdió en el placer de sus movimientos descendientes y los impulsos ascendentes y cada vez más impetuosos de Daniel. Su ritmo se aceleró, ambos con el cuerpo en tensión, jadeantes y buscando la siguiente y profunda penetración. El clímax de Carolyn explotó y, con un grito que no pudo contener, su cuerpo se arqueó mientras los temblores recorrían su interior. Con un gruñido salvaje, Daniel empujó sus caderas contra el cuerpo de Carolyn y ella sintió sus sacudidas en su interior.

Fláccida, sin aliento y sintiendo todavía los estremecimientos que la convulsionaban, Carolyn se fundió con Daniel. Apoyó la frente en la de él y sus rápidas respiraciones se fundieron mientras el aliento de él abanicaba su acalorada cara.

– Te doy mi palabra -declaró Daniel con voz ronca y entrecortada- de que muy pronto te seduciré lentamente. Te juro que ésa era mi intención, pero no paras de desbaratar mis magníficos planes.

– ¿Me estás regañando?

– Sí, aunque al regañarte lo que, en realidad, quiero decir es que no pares nunca.

Sacó las manos del interior del vestido de Carolyn y le cogió la cara con ambas manos. La miró a los ojos con una expresión que ella no pudo descifrar y se inclinó hacia ella con lentitud. Los labios de ambos se encontraron en un beso profundo y apasionado de sabor dulce y delicioso, y con cierto regusto a helado de arándano. Daniel terminó el beso tan despacio como lo había iniciado y, después, levantó el borde de la cortina para lanzar una rápida mirada al exterior.

– Pronto habremos llegado.

Carolyn exhaló un suspiro y se contorsionó contra él.

– Lo que significa que tengo que moverme.

El realizó una mueca.

– No necesariamente. Mis empleados saben que no tienen que abrir la puerta hasta que descorra las cortinas.

Al oír estas palabras, Carolyn se quedó inmóvil. Sabía que él se lo había dicho para que no se preocupara creyendo que podían descubrirlos con las manos en la masa, pero sus palabras también dejaban patente que, si bien para ella hacer el amor en un carruaje era una experiencia nueva, para él no lo era.

Una ráfaga de algo que se parecía mucho a los celos la sacudió y Carolyn se riñó interiormente por sentir aquella ridícula sensación. Ella sabía que Daniel había tenido otras amantes. Muchas, a juzgar por lo que había oído. También sabía que, cuando su aventura terminara, él tendría más amantes, y este convencimiento le produjo una desagradable sensación interior que se parecía a un retortijón.

Intentó apartar a un lado aquellos pensamientos mientras se separaba de Daniel. Aceptó el pañuelo que él le ofreció para borrar las pruebas de su pasión y se alisó las faldas mientras él se arreglaba la ropa.

Sin embargo, sus incómodos pensamientos continuaron atormentándola y, al final, arrugó el entrecejo. No importaba cuántas mujeres hubiera habido antes que ella o cuántas hubiera después. O si él les hacía o no el amor en el carruaje. Todo esto no tenía ninguna importancia. Ninguna en absoluto. Lo que había entre ellos no era más que una aventura temporal. Edward era el amor de su vida. Daniel, y las Memorias, sólo habían vuelto a despertar sus pasiones y, como era lógico, después de haber sido reprimidas durante mucho tiempo, en aquel momento eran muy intensas. Su mente sabía todo eso; sin embargo, de alguna forma, el área que rodeaba su corazón se sentía… dolida.

– Carolyn, ¿algo va mal?

Ella parpadeó alejando de su mente aquellas cavilaciones y miró a Daniel. Se dio cuenta de que la preocupación nublaba sus ojos azules y, antes de que pudiera evitarlo, declaró:

– Esto ya lo has hecho antes.

En el mismo instante en que sus palabras salieron de sus labios, Carolyn deseó poder retirarlas. No era de su incumbencia y la verdad era que no quería saberlo. Sobre todo si ella y aquel encuentro salían perdiendo en la comparación.

La mirada de Daniel buscó la de Carolyn y, a continuación, él habló con lentitud, como si escogiera sus palabras con cuidado.

– Como no quiero mentirte, no negaré que he… tenido relaciones en el carruaje antes de ahora. -Se inclinó hacia ella, le cogió las manos y se las apretó con fuerza mientras la inmovilizaba con la mirada-. Pero nunca he querido a ninguna mujer como te quiero a ti, Carolyn. Te dije que haría que te derritieras, pero la verdad es que eres tú quien haces que yo me derrita. Cada vez que me tocas. -Levantó la mano de Carolyn y le dio un beso ardiente en la palma-. Por favor, no te compares nunca con ninguna otra mujer, porque eres absolutamente incomparable. En todos los sentidos.

Para horror de Carolyn, una humedad caliente le encharcó los ojos. Parpadeó para eliminarla y rió con alivio.

– ¿Aunque desbarate tus magníficos planes?

Daniel sonrió.

– En realidad, porque desbaratas mis magníficos planes. De las formas más deliciosas.

«Seguro que se lo dice a todas las mujeres», la hostigó su voz interior. Carolyn acalló su irritante voz con otro enérgico recordatorio de que su relación no era más que un acuerdo temporal con un hombre encantador que pronto se centraría en la próxima mujer que le llamara la atención. Así que ella se concentraría en el aquí y el ahora y disfrutaría del tiempo que estuviera con él mientras durara.

– En ese caso -contestó Carolyn-, ¿tienes algún plan para la hora que viene, más o menos?

– Todos mis planes para lo que resta de día incluyen, sólo, proporcionarte placer. -Enarcó las cejas-. ¿En qué estás pensando?

Carolyn no pudo evitar echarse a reír al ver la lasciva expresión de Daniel.

– ¿Alguna vez piensas en algo más aparte de… eso?

– Claro. Hace sólo un momento, me preguntaba qué te pones para dormir.

Carolyn intentó contener una carcajada y falló.

– Me temo que esto debe calificarse como tema sensual.

– No, es un tema de ropa. -Daniel recorrió el cuerpo de Carolyn con la mirada-. Entonces, ¿qué te pones para dormir?

– No puedo decírtelo. Después de todo, una mujer tiene que tener sus secretos.

– ¿Te das cuenta de que me estás incitando a averiguarlo?

Carolyn enarcó una ceja con complicidad.

– Por lo que veo, resulta muy fácil incitarte. Y, en relación con tus planes para la próxima hora, tengo una petición.

Daniel alargó el brazo y acarició, con el dorso de los dedos, la curva exterior del pecho de Carolyn.

– Sea lo que sea, haré lo posible por complacerte.

– ¿Sin siquiera saber de qué se trata?

– Sí.

– ¿Y si te pido algo totalmente desorbitado?

– Haría lo posible por complacerte. ¿Tu petición desorbitada incluye que nos quitemos la ropa?

Carolyn le dio un manotazo de broma en el brazo.

– ¿Lo ves? ¡Ya estás con otro tema sensual!

– No, es otro tema de ropa. Pero, sea cual sea tu petición, te aseguro que sólo tienes que manifestarla.

Incluso a pesar de las bromas, Carolyn tuvo la impresión de que Daniel hablaba realmente en serio.

– Con estas ofertas tan generosas, deben de aprovecharse de ti con frecuencia.

– Al contrario, nunca se han aprovechado de mí porque no es algo que ofrezca con frecuencia.

Sus palabras, pronunciadas con aquella voz suya tan seria y dulce… Su voz… tan profunda y sensual… ¡Cielos! ¿De qué estaban hablando? ¡Ah, sí, de su petición!

Carolyn carraspeó.

– Me gustaría hablar contigo acerca de Katie y conocer a tu familia.

Una expresión de recelo cruzó las facciones de Daniel y, después, su cara se volvió inexpresiva.

– ¿Mi familia? Me temo que es imposible, pues están viajando por el continente.

– Me refiero a tu familia de animales. A tus mascotas.

– ¡Ah, esa familia! -exclamó Daniel, sonando aliviado. Levantó la mano de Carolyn y le dio un cálido beso en la sensible piel del interior de su muñeca-. Me encantará hablar contigo de Katie o de cualquier otro tema que desees. En cuanto a mis mascotas, será un placer y un honor presentártelas, aunque debo advertirte que forman un grupo bastante inusual.

El carruaje se detuvo y Daniel descorrió las cortinas.

– ¿Preparada? -le preguntó a Carolyn con una sonrisa.

– Preparada -respondió ella.

Pero ¿lo estaba? Para entrar en la casa de Daniel sí, pero su voz interior le advertía a gritos que no estaba en absoluto preparada para lo que, en última instancia, podía significar meterse en aquella aventura con Daniel. Y lo que podía significar seguir con aquella aventura para la existencia que había construido con tanto cuidado para sí misma. Y, a pesar de todos los esfuerzos que hizo para acallar aquella voz, ésta siguió susurrando en su mente.

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