Capítulo 21

Aunque intente seguir siendo amiga de todos mis antiguos amantes, por desgracia, no siempre fue así. Es una triste realidad que, algunas relaciones, terminan mal.

Memorias de una amante,

por una Dama Anónima


Oculto a la vista por una hilera de bien podados setos de ligustro, Daniel estaba sentado sobre el húmedo suelo, con la espalda apoyada en el muro de piedra que separaba el pequeño jardín de Carolyn del de su vecino. Unas nubes oscurecían la luna y el aire, denso y pesado, amenazaba lluvia. Había ocupado aquel puesto minutos después de separarse de Carolyn y sólo había ido a su casa para comprobar si Samuel había regresado. Su criado lo esperaba en el vestíbulo y le informó de que no había podido encontrar al comisario, aunque, al final, había localizado al señor Mayne, quien no se había sentido muy impresionado por su relato. Sin embargo, le prometió ir a visitar a lord Surbrooke a la mañana siguiente.

Después de darle instrucciones a Samuel para que montara guardia en la casa, Daniel había entrado a hurtadillas en el jardín de Carolyn para vigilar la entrada trasera de su casa. Armado con una pistola y su puñal, no tenía intención de permitir la entrada a nadie. Si alguien pretendía hacer daño a Carolyn, tendría que pasar sobre su cuerpo sin vida.

Sin vida… Daniel exhaló un suspiro largo y lento. ¡Maldición, así era, exactamente, como se sentía! Sin vida e insensible. Derrotado. Vacío.

«Nuestra relación tenía que terminar tarde o temprano.» Las palabras de Carolyn resonaron en su mente causando otra herida sangrante en su maltratado corazón. ¿Acaso no pretendía él decirle lo mismo? Sí, aunque, si Carolyn no se lo hubiera dicho, Daniel se preguntó si él habría sido capaz de hacerlo. Cuando ella lo hizo, él quiso cogerla por los brazos y zarandearla. Obligarla a dejar el pasado a sus espaldas y dejar de adorar a un fantasma.

«Estaba pensando en Edward.»

Daniel apretó los párpados durante unos instantes. Quería odiar a Edward, pero ¿cómo se odiaba a un hombre muerto? ¿A un hombre que había sido su amigo? ¿A un hombre que le caía bien y a quien admiraba? ¿A un hombre que no merecía morir tan joven? Comprendía que Carolyn amara a Edward durante toda su vida, pero ¿por qué tenía que amar sólo a Edward?

Cuando le dijo que su aventura tenía que terminar, la primera y más potente reacción de Daniel fue la de discutírselo, pero se obligó a no hacerlo. Lo mejor, sobre todo en aquellos momentos, era que se mantuviera a distancia de ella, pues no quería ponerla en peligro. Quizá, después de que todo aquello hubiera pasado, podría intentar convencerla…

Apartó esta idea de su mente con brusquedad. ¿Qué sentido tenía? Ella había elegido la memoria de su esposo. Intentar convencerla para prolongar su aventura sólo serviría para humillarlos a ambos. En lugar de intentar la imposible tarea de conseguir que ella olvidara a un hombre que nunca olvidaría, lo mejor que podía hacer era encontrar la manera de desenamorarse.

Un nudo tenso y amargo atenazó su garganta. ¡Dios, como si pudiera hacerlo! En algún lugar, los dioses debían de estar riéndose de él. Después de toda una vida de burlarse del amor, éste lo había alcanzado y lo había atrapado en cuerpo y alma dejando sólo un vacío insensible donde antes latía su corazón.

Dirigió la mirada a los ventanales del dormitorio de Carolyn. Al pequeño balcón al que había lanzado una cuerda por la cual había escalado para introducirse en su habitación. ¿De verdad había creído que sólo deseaba su cuerpo? ¿Que lo único que había querido de ella era una relación sexual? ¿Que no había sentido nada más que lujuria por ella? Dio un golpe seco con la cabeza en la fría pared de piedra que tenía detrás. ¡Menudo idiota estaba hecho!

Se mantuvo despierto durante toda la noche, con los sentidos alerta, los oídos atentos a cualquier sonido extraño y los ojos siempre escrutantes, pero no ocurrió nada sospechoso. Alrededor de las tres de la madrugada, empezó a llover. Al principio, de una forma suave y después con más intensidad, hasta que las gotas cayeron como una cortina fría y silenciosa que aplastó su cabello y su ropa contra su piel helada. Cuando amaneció y en aquel cielo opaco y sombrío apareció una franja apenas perceptible de color gris, la lluvia se había convertido en una ligera llovizna.

De repente, un leve resplandor iluminó el ventanal del dormitorio de Carolyn. Daniel enseguida se la imaginó encendiendo una lámpara. Levantándose de la cama. Cepillándose el pelo. Vistiéndose. Y deseó, con todo su ser, estar en la habitación con ella.

Pasó una hora antes de que la luz se apagara, señal de que Carolyn había salido del dormitorio. Seguramente, para ir a tomar el desayuno. Entonces Daniel se dio cuenta de que la lluvia por fin había cesado. En perfecta conjunción con su estado de ánimo, el cielo seguía lóbrego y nublado. Daniel se levantó con dificultad. Sus músculos, fríos y acalambrados, protestaron. Retiró hacia atrás su húmedo cabello y realizó una mueca al sentir la ropa mojada y pegada a su piel. Iría a su casa para cambiarse de ropa y seguiría montando guardia.

Cuando, unos minutos más tarde, entró en su casa, Samuel y Barkley le informaron de que todo iba bien.

– No hemos oído el menor ruido, milor -declaró Samuel.

– Excelente. Vigila el jardín trasero de lady Wingate mientras me cambio de ropa.

– Sí, milor. Aquí mismo tengo mi puñal -declaró Samuel dando unas palmaditas en su bota-. Nadie entrará por allí.

Salió por la puerta trasera y Daniel empezó a subir las escaleras.

– ¿Quiere que le preparemos un baño caliente, milord? -preguntó Barkley.

– No, gracias. Sólo el desayuno y café.

Había subido la mitad de las escaleras cuando sonó la aldaba de bronce de la puerta.

Barkley dio una ojeada por la ventana lateral.

– Se trata del señor Mayne, milord -informó en voz baja.

– Condúcelo al comedor y ofrécele desayunar. Me reuniré con él enseguida.

Subió el resto de los escalones de dos en dos ansioso por cambiarse de ropa, hablar con Mayne y volver a vigilar el jardín de Carolyn.

Diez minutos más tarde, entró en el comedor. Se dio cuenta de que Mayne sólo tomaba café. Después de intercambiar los saludos pertinentes, Daniel le preguntó:

– ¿Dónde está Rayburn?

Mayne frunció el ceño.

– Me dijo que tenía otros asuntos que atender. Le informaré más tarde de lo que hablemos.

Mientras se servía unos huevos, jamón y beicon del aparador, Daniel corroboró lo que Samuel le había contado al detective la noche anterior. Se sentó a la cabecera de la mesa y concluyó diciendo:

– He advertido a lady Walsh de que podía estar en peligro… Y también a lady Wingate.

El rostro impasible de Mayne no reflejó la menor emoción.

– Lady Wingate… ¿Ella es la razón de que mintiera sobre dónde estuvo anteayer por la noche?

Daniel apretó la mandíbula. No quería que aquel hombre supiera que había tenido una aventura con Carolyn, pero como estaba claro que ella pensaba contárselo, no tenía sentido andarse con evasivas.

– En realidad, no le mentí. Sí que volví a casa, pero después me marché a casa de lady Wingate. No se lo dije porque mi vida privada no es de su incumbencia. Y tampoco quería que lady Wingate fuera objeto de habladurías.

– ¿Estuvo allí toda la noche?

– Sí, hasta el amanecer.

– ¿Y lady Wingate corroborará su declaración?

– Sí.

Mayne observó durante varios segundos el pelo, todavía mojado, de Daniel.

– ¿Y dónde estuvo usted la noche pasada, lord Surbrooke?

El tono irónico del detective enojó a Daniel, quien le hizo esperar su respuesta mientras masticaba y después tragaba un trozo de huevo.

– En el jardín de lady Wingate. Montando guardia.

– ¿Y lady Wingate corroborará también su coartada?

– Ella no sabe que estuve allí.

– ¿Lo vio alguien?

– No, pero mi mayordomo y mi criado saben que estuve allí.

– ¿Porque lo vieron o sólo porque usted les contó que estaría allí?

– ¿Está insinuando que estuve en otro lugar?

– Si me está preguntando si he descubierto el cadáver de otra de sus anteriores amantes, la respuesta es que todavía no. -Levantó la taza de porcelana y miró a Daniel por encima del borde-. Sin embargo, el día es joven.

– Emplearía mejor el tiempo si se dedicara a elaborar un plan para capturar al auténtico asesino.

– ¿Tiene usted alguna sugerencia?

– De hecho, sí. Como usted sabe, los dos asesinatos tuvieron lugar durante o después de una fiesta a la que yo asistí. Esta noche tengo pensado asistir a una velada en casa de lady Pelfield.

El interés brilló en los ojos oscuros de Mayne.

– Entonces, usted cree que es posible que nuestro hombre actúe de nuevo esta noche. ¿Lady Walsh y lady Wingate asistirán también a la velada?

– En cuanto a lady Walsh, no estoy seguro, aunque se trata de un gran evento, así que es probable que lo haga. Y en cuanto a lady Wingate, sé que tiene planeado asistir.

– Entonces podríamos utilizar a una de las dos como cebo.

– No. -La negación sonó brusca y contundente-. Decididamente no. -La idea de que un loco asesino siquiera tocara a Carolyn le producía un doloroso nudo en el estómago-. Estaba pensando que podríamos utilizar ayuda extra y estar todos mucho más alerta. Y mantener muy vigiladas a las dos damas. En cuanto alguien intente estar a solas con una de ellas, habremos encontrado al asesino.

Mayne permaneció en silencio durante varios segundos, simplemente mirando a Daniel a través de sus ojos oscuros e inescrutables. Al final, murmuró:

– ¿Y sí nos encontramos ante el caso del lobo que guarda las ovejas?

– ¿Se refiere a si fuera yo quien intentara estar a solas con una de ellas? -Daniel se inclinó hacia Mayne y entrecerró los ojos-. ¿Y si el lobo fuera usted, señor Mayne?

Algo brilló en los ojos oscuros de Mayne, quien bajó la cabeza.

– Creo que va a ser una noche muy interesante.

Daniel bebió un sorbo de café, se limpió los labios con una servilleta y se levantó.

– Si no hay nada más, desearía volver al jardín de lady Wingate.

Mayne también se levantó.

– Iré con usted. Me gustaría hablar con lady Wingate.

Acababan de salir al pasillo cuando Daniel oyó que la puerta principal se abría… Unos segundos más tarde, Samuel le gritó a Barkley:

– ¡Tengo que hablar con el señor de inmediato!

El tono ansioso de su voz envió un escalofrío por la espina dorsal de Daniel, quien echó a correr hacia el vestíbulo con Mayne pisándole los talones. Cuando Daniel vio los ojos desorbitados y la palidez de Samuel, su preocupación aumentó. Su criado respiraba con pesadez y estaba, claramente, alterado.

– ¿Qué ocurre? -preguntó Daniel con interés-. ¿Y lady Wingate?

– Se ha ido, milor.

Daniel sintió que la sangre abandonaba su cabeza.

– ¿Qué quieres decir con que se ha ido?

Las palabras de Samuel salieron como en una cascada.

– Estaba vigilando el jardín de lady Wingate como usté m' ha bía ordenado. Al cabo d' un rato, Katie salió. M' había visto por una ventana y quería saludarme. Nos pusimos a hablar y entonces ella me preguntó qué estaba haciendo allí. Cuando le conté que estaba vigilando la casa por si el asesino merodeaba por allí, ella me dijo que no tenía que preocuparme, porque habían cogido al asesino.

– ¿Qué? -preguntaron Daniel y Mayne al unísono.

Samuel asintió con la cabeza.

– Eso es lo que me dijo. Cuando le pregunté cómo lo sabía, me contestó que lady Wingate había recibido una nota de lord Surbrooke contándoselo.

El suelo pareció esfumarse debajo de los pies de Daniel.

– Yo no le he enviado ninguna nota. ¿Dónde está ahora lady Wingate?

– Katie no estaba segura, sólo sabía que había salido. Le dije que hablara con Nelson y buscaran la nota y vine corriendo a contárselo a usté.

Daniel cogió su pistola de la mesa que había en el vestíbulo, donde la había dejado cuando llegó, y miró, alternativamente, a Samuel y Mayne.

– ¡Vamos!


Carolyn avanzó por el camino serpenteante de Hyde Park y se ciñó el chal con el que se cubría los hombros para protegerse de la humedad y del frío aire. Los dedos fantasmales de una neblina gris se elevaban desde el suelo mientras el lúgubre cielo, entristecido por unas nubes bajas, amenazaba con escupir lluvia de un momento a otro. El parque estaba desierto.

Carolyn apretó el paso, ansiando llegar al lugar donde, según la nota de Daniel, se encontraría con él y el señor Mayne. ¡Gracias a Dios que habían cogido al asesino! Estaba deseando darle al detective una buena reprimenda por sospechar de Daniel.

El camino viraba un poco más adelante y pasaba junto a una pequeña zona en forma de U que estaba rodeada por un espeso bosquecillo de olmos y setos altos donde Daniel quería que se reuniera con ellos. Carolyn salió del camino y entró por la abertura que había en los altos setos. Una figura solitaria estaba en el extremo más alejado del claro cubierto por la niebla y Carolyn la saludó.

La figura se acercó y Carolyn parpadeó sorprendida.

– ¿Qué hace usted aquí?

Una luminosa sonrisa. Y un extraño destello en aquellos ojos verdes paralizó a Carolyn enviando un escalofrío helado por su espalda.

Una mano enguantada en negro apuntó la pistola que sostenía hacia su pecho.

– He venido para encontrarme con usted, lady Wingate.

Carolyn miró fijamente la pistola intentando encontrarle el sentido a lo que estaba ocurriendo. Inhaló con vacilación y volvió a levantar la mirada hacia aquellos ojos que, por lo que vio ahora, despedían destellos de locura.

– Estoy segura de que esta arma no es necesaria.

– Pues yo me temo que sí que lo es. Si coopera, sólo morirá, pero si se mueve o grita, la mataré y, después, me aseguraré de que su hermana también muera. ¿Me ha entendido?

Con el corazón latiéndole con tanta fuerza que Carolyn oía sus latidos en las orejas, Carolyn consiguió asentir.

– Sí.

¡Santo cielo! Seguro que alguien, Nelson, Katie, Daniel… alguien se daría cuenta de que la habían atraído a aquel lugar con falsos pretextos. Solo tenía que mantener la calma y seguir con vida hasta que la encontraran. Volvió a mirar la pistola, que no temblaba en absoluto.

Carolyn levantó la barbilla.

– Está claro que la nota no era de Daniel y que voy a ser su tercera víctima… ¿o ha habido más, lady Walsh?

Una sonrisa maliciosa curvó los labios de Kimberly Sizemore.

– Sólo lady Crawford y lady Margate. Después de que usted desaparezca, tendré lo que quiero.

– ¿Y qué es, exactamente, lo que quiere?

La sonrisa se desvaneció y un odio frío y total apareció en los ojos de lady Walsh.

– Quiero ver a Daniel en la ruina. Igual que él me arruinó a mí.

Carolyn asintió lentamente con la cabeza, como si lo que decía lady Walsh tuviera mucho sentido.

– Comprendo. ¿Y cómo la ha arruinado él?

El odio de sus ojos creció en intensidad.

– Había planeado recuperar su amor cuando regresara a Londres, pero, cuando volvió, era un hombre distinto. Cada vez que me acercaba a él, me rechazaba. Entonces me di cuenta de que tenía otra amante. Lo único que tenía que hacer era descubrir quién era y después encontrar la mejor forma de recuperarlo.

Deslizó la mirada hacia Carolyn con un desprecio mal disimulado.

– Los vi la noche del baile de disfraces que celebré en mi casa. En la terraza. No podía creer que la hubiera elegido a usted, a una viuda tímida y aburrida que nunca podría complacerlo como yo lo había hecho. ¡No creería usted que podría satisfacer a un hombre como Daniel!

La rabia por la destrucción que aquella demente había causado empujó a un lado parte del miedo que Carolyn sentía y, tras enarcar las cejas, declaró:

– Quizá no sea tan tímida ni tan aburrida como usted cree.

Los ojos de lady Walsh se volvieron meras rendijas.

– De no ser por usted, él habría vuelto a mí. Intenté tentarlo, pero él me rechazó con terquedad. Entonces mi amor se convirtió en odio y decidí que, si yo no podía tenerlo, nadie lo tendría.

– ¿Y por qué no, simplemente, lo mató a él?

Los labios de lady Walsh se curvaron en una parodia de sonrisa.

– Eso es, con exactitud, lo que estoy haciendo. Matarlo a balazos o cuchilladas sería demasiado rápido y Daniel tiene que sufrir. Quiero arruinarlo. Por eso decidí incriminarlo en los asesinatos. Los asesinatos de sus anteriores amantes.

– ¿Cómo las mató? -preguntó Carolyn, agudizando el oído y rezando para que se oyeran los pasos de alguien acercándose por el camino.

Ahora fue el orgullo el que resplandeció en la mirada de lady Walsh.

– Conseguí matarlas citándolas con el tipo de nota que envían ahora los amantes, indicando una hora y un lugar, y que está muy de moda. Imité la escritura de Daniel y les pedí que llevaran puestas las joyas que él les había regalado. Cuando la encuentren muerta a usted, el destino de Daniel estará sellado. Sobre todo cuando deje las notas que envió a lady Crawford y a lady Margate donde las autoridades puedan encontrarlas.

– ¿Por qué no dejó, simplemente, las notas junto a los cadáveres?

– Tenía planeado enviarle una a usted la noche de su muerte y no quería que le diera miedo acudir a la cita. -Su expresión se volvió maligna-. Eso si no moría antes.

– ¿Se refiere al disparo que me hizo?

Una sonrisa maliciosa curvó los labios de lady Walsh.

– Es posible.

– ¿Y por qué este cambio de planes?

Lady Walsh frunció el ceño.

– Porque Daniel supuso que tanto usted como yo estábamos en peligro. ¿Sabía que, ayer por la noche, vino a advertirme de que fuera con cuidado? Casi me arrepentí de mi plan para arruinarlo y, si él hubiera aceptado mi invitación a pasar la noche en mi casa, podría haber cambiado de idea. Pero él decidió irse.

– Lanzó una mirada cargada de odio a Carolyn-. Para estar con usted. Estoy segura.

– Así es.

– Este último rechazo selló su destino y me obligó a actuar más deprisa de lo que tenía pensado. Sabía que Daniel se encargaría de tenerla vigilada continuamente. -Esbozó otra sonrisa malévola-. Pero yo lo engañé. Y a usted también. Y ahora estamos aquí y usted va a morir.

Una furia helada, distinta a todo lo que había experimentado hasta entonces, invadió a Carolyn.

– Usted ya falló cuando me disparó la otra noche -declaró con desdén.

– Esta vez no fallaré.

Carolyn se dio cuenta de que era ahora o nunca y se lanzó contra su atacante profiriendo un fiero grito que cortó el aire helado. Los ojos de lady Walsh reflejaron sorpresa y, después, un odio profundo mientras luchaba para conservar la pistola. Carolyn luchó con todas sus fuerzas para mantener el cañón apuntando en otra dirección, pero lady Walsh era demoníacamente fuerte y estaba tan decidida a vencer como ella. El miedo y la furia obligaron a Carolyn a seguir luchando. El sudor la empapó y todos sus músculos temblaron con el esfuerzo.

Sin embargo, a pesar de su valiente intento, lady Walsh consiguió apoyar el cañón directamente bajo el pecho de Carolyn.

«¡Cielo santo, voy a morir! A manos de esta loca.»

Justo cuando tenía este pensamiento, lady Walsh soltó un grito y se puso tensa. Sus ojos se desorbitaron y aflojó la mano con la que agarraba la pistola. Carolyn le arrebató el arma y retrocedió alejándose de ella. Temblorosa, apuntó con el arma a lady Walsh, dispuesta a apretar el gatillo, pero, para su sorpresa, lady Walsh cayó de rodillas. Un hilo de sangre resbaló entre sus labios y a lo largo de su mandíbula. Su mirada se volvió vidriosa, pero siguió fija en Carolyn.

– Me vengaré -murmuró-. Incluso desde la tumba, me encargaré de que muera.

Entonces se derrumbó hacia delante y Carolyn contempló, con incredulidad, el mango del puñal que sobresalía de su espalda.

Aturdida, levantó la mirada y vio a Daniel en la abertura que había entre los setos. Antes de que pudiera moverse, él corrió hacia ella.

– ¿Estás herida? -preguntó él cogiendo con suavidad la pistola de entre sus dedos que, de repente, se habían vuelto fláccidos.

– Yo… estoy bien.

Aunque «bien» no encajaba, precisamente, con el temblor que dominaba sus extremidades.

Daniel le entregó la pistola al señor Mayne, quien entró en el claro con Samuel y Nelson. El mayordomo sostenía un puñal en una mano y, en la otra, blandía un atizador.

Carolyn parpadeó al ver de aquella forma a su circunspecto mayordomo.

– ¡Santo cielo, Nelson! ¿Qué está haciendo aquí?

– He venido a rescatarla, milady.

Por alguna razón, su respuesta llenó de lágrimas los ojos de Carolyn.

– Gracias. A todos.

Daniel la rodeó con un brazo y la condujo lejos del cuerpo de lady Walsh. Ella contempló el cadáver por encima de su hombro y se estremeció. Cuando se detuvieron, Carolyn se volvió hacia Daniel. Él cogió la cara de Carolyn entre las manos y la recorrió con una mirada ansiosa.

– ¿Estás segura de que no te ha hecho daño?

Carolyn asintió con la cabeza.

– Sí.

Antes de que pudiera pronunciar otra palabra, Daniel la estrechó contra él en un abrazo tan apretado que Carolyn apenas podía respirar. Ella se aferró a él, agradeciendo su fortaleza, porque las piernas seguían flaqueándole.

– Dios mío, Carolyn -susurró él junto al pelo de Carolyn-. Nunca, en toda mi vida, había estado tan asustado.

– Ella iba a matarme -murmuró Carolyn junto al pecho de Daniel.

Un escalofrío sacudió el cuerpo de Daniel.

– Sí, lo sé.

Ella levantó la cabeza y se inclinó hacia atrás lo justo para mirar a Daniel a los ojos.

– ¿La has matado?

– Sí.

– Has realizado un lanzamiento increíble con ese puñal. Me alegro mucho de que no fallaras.

– No podía fallar de ninguna manera. No con todo lo que había en juego.

– Yo no iba a permitirle que me matara. No sin luchar.

Daniel apartó un mechón suelto del cabello de Carolyn.

– Me alegro mucho de que así sea. No sabía que eras tan temible.

– Yo tampoco.

– Eres una autentica tigresa.

– Eso parece. Pero te aseguro que espero no tener que demostrarlo nunca más en circunstancias similares.

– Yo también. ¿Puedes caminar?

– Estoy un poco aturdida, pero prefiero ir caminando a casa a quedarme aquí.

Sin dejar de abrazarla, Daniel miró por encima del hombro de Carolyn.

– Voy a acompañar a lady Wingate a su casa, Mayne. ¿Quiere que le envíe a alguien?

– No. Samuel se ha ofrecido a ir a buscar a Rayburn y Nelson puede quedarse conmigo, si a lady Wingate le parece bien.

– Sí, claro.

Cuando Carolyn y Daniel llegaron a la abertura de los setos, ella no pudo evitar dar una última ojeada a lady Walsh.

– ¿Cuáles fueron sus últimas palabras? -preguntó Daniel.

– «Me vengaré. Incluso desde la tumba, me encargaré de que muera.» -Un escalofrío recorrió el cuerpo de Carolyn y Daniel le apretó los hombros con más fuerza-. No tengo ni idea de a qué se refería.

– No tiene importancia. Está muerta. Y no puede hacerte daño, ni a ti ni a nadie más.

Veinte minutos más tarde, una frenética Katie abrió la puerta de la casa de Carolyn. Después de asegurarle que su señora estaba bien, Daniel le pidió que le preparara un baño. Entonces levantó a Carolyn en brazos y la llevó al salón.

– Me encuentro bien -se sintió empujada a decir Carolyn aunque, al mismo tiempo, rodeó agradecida el cuello de Daniel con los brazos.

– Claro que sí. Eres una tigresa muy fiera. Llevarte en brazos es un acto totalmente egoísta por mi parte.

Daniel entró en el salón y cerró la puerta con su bota. Después, se dirigió directamente a la chimenea y dejó a Carolyn con suavidad en el sofá. Se sentó a su lado y le cogió las manos.

Ella soltó una de sus manos y deslizó los dedos por la mejilla de Daniel casi mareándose de placer al tocarlo.

– Estás pálido.

Él esbozó una débil sonrisa.

– Creo que todavía no me he recuperado del susto. De hecho, no sé si llegaré a recuperarme nunca. -Daniel llevó la mano de Carolyn a su boca y estampó un ferviente beso en sus dedos-. Casi te he perdido. Ni siquiera puedo empezar a describir lo que sentí cuando me di cuenta de que estabas en manos del asesino. Entonces no sabía si llegaría a tiempo para salvarte. Cuando te vi luchar con aquella loca… Hace muchísimo tiempo que no rezo, pero he llamado a todos los santos que he podido recordar. -Presionó la mano de Carolyn contra su pecho-. Y mis oraciones han sido oídas.

Los firmes latidos de su corazón en la palma de la mano de Carolyn hicieron que a ella se le formara un nudo en la garganta. ¡Cielo santo, lo quería tanto…! Y habían estado a punto de perderse el uno al otro, lo que constituía un impactante recordatorio de lo preciosa que era la vida. Y el amor. Y de que ninguno de los dos debía malgastarse. Ella lo amaba y, aunque él no la amara a ella, aunque se arriesgara a quedar en ridículo, tenía que decírselo.

Sin estar segura del todo acerca de cómo empezar, Carolyn carraspeó.

– Me has salvado la vida.

– Me siento agradecido por no haber llegado demasiado tarde y haber podido salvarte.

– Yo te estoy profundamente agradecida.

Daniel frunció el ceño, titubeó y, a continuación, dijo:

– No quiero tu gratitud, Carolyn.

– ¡Oh! -exclamó ella en voz baja.

La cosa no iba especialmente bien.

– Quiero tu amor.

Ahora fue ella quien frunció el ceño.

– ¿Disculpa?

– Que quiero tu amor. -Daniel inhaló y después soltó un profundo suspiro-. Carolyn, te amo. Tanto que apenas puedo quedarme quieto.

Daniel cogió las manos de Carolyn y la miró con una expresión tan grave que ella, sobresaltada, se dio cuenta de que hablaba muy en serio.

– Recuerdo la primera vez que te vi -declaró Daniel con voz suave-. Algo me ocurrió en aquel momento. Te quería, pero había algo más… algo que no podía describir porque nunca antes me había ocurrido. Eras la mujer más bella que había visto nunca. Tu sonrisa, tu risa… me cautivaron. Y lo único que quería era apartarte de la multitud y tenerte sólo para mí. -Una media sonrisa curvó uno de los extremos de su boca-. Aquella misma noche, Edward anunció vuestro compromiso.

Carolyn sintió que sus ojos se abrían desmesuradamente.

– Yo… no tenía ni idea.

– Bueno, por suerte -contestó él con sequedad-. Como bien sabes, nos hemos visto de vez en cuando a lo largo de los años. Me esforcé mucho en mantenerme alejado. Edward era amigo mío y no me sentía bien deseando a su mujer ni siendo incapaz de evitarlo. -Acarició, con los dedos, la mejilla de Carolyn-. Pero aunque estuviera meses o años sin verte, nunca te olvidé. ¿Te acuerdas del cuadro que hay en mi salón?

– ¿El que hay encima de la chimenea? ¿El de la mujer vestida de azul que mira hacia el jardín?

– Sí. Lo compré porque me recordaba a ti. A la primera vez que te vi. Ibas vestida con un vestido azul y me gustaba imaginar que yo era el hombre del cuadro al que buscabas con la mirada. El que te estaba esperando.

Las lágrimas llenaron los ojos de Carolyn.

– No sabía que te gustaba desde hacía tanto tiempo.

– En realidad, yo tampoco lo sabía. Carolyn, tengo que hacerte una confesión.

– ¿Aunque no sea medianoche?

– Sí. Asistí a la fiesta de Matthew porque sabía que tú estarías allí. Sabía que te deseaba, pero, cuando volví a verte… Fue como la primera vez. Como si un relámpago hubiera caído sobre mí. Tardé bastante tiempo en darme cuenta de lo que me ocurría porque no podía compararlo con nada. Siempre creí que mi corazón sólo me pertenecía a mí, pero estaba equivocado. Lo perdí hace diez años por una mujer a la que ni siquiera conocía y que anunció que se iba a casar con otro hombre. -Se inclinó y besó con suavidad los labios de Carolyn-. Sé que dijiste que no querías mi corazón, pero, de todas formas, es tuyo. -Una sonrisa avergonzada curvó su boca de medio lado-. Y, por lo visto, siempre lo ha sido.

Carolyn, entre risas y sollozos, rodeó a Daniel con sus brazos y hundió la cara en el cuello de él echándose a llorar.

– ¡Maldita sea! -oyó que Daniel exclamaba, y lloró con más intensidad-. ¡Cielo santo, no pretendía hacerte llorar!

Carolyn notó que Daniel buscaba frenéticamente un pañuelo en los bolsillos de su chaqueta.

– Toma -declaró él, poniendo un pañuelo de lino en la mano de Carolyn-. Lo siento. No debería habértelo contado. Al menos, no ahora. Después de todo lo que has vivido hoy.

– No te atrevas… -Carolyn se sonó ruidosamente- a disculparte. Ni mucho menos a pensar en retirar tus palabras. Porque no te lo permitiré.

El la examinó durante varios segundos y asintió con la cabeza.

– Vuelves a tener el aspecto fiero de antes.

– No me extraña. ¿Qué tipo de hombre le dice a una mujer que la ama y después se disculpa por habérselo dicho?

Daniel reflexionó y declaró:

– No sé qué decir.

– En realidad, era una pregunta retórica, pero no importa. La cuestión es que yo también te amo.

Daniel se quedó paralizado. Tragó saliva de una forma ostentosa y declaró en voz baja:

– Carolyn, cuando te he dicho que quería tu amor, me refería a que lo quería si me lo dabas libremente. No te sientas coaccionada a decirme que me amas porque yo te lo he dicho.

Carolyn le cogió la cara entre las manos.

– Querido Daniel, te doy mi amor libremente. Sin reservas. Quería decirte lo que siento, pero tenía miedo. Mi matrimonio con Edward fue maravilloso y, sinceramente, nunca creí que llegara a experimentar un sentimiento tan profundo por nadie más. Pero tú me has demostrado que estaba equivocada. La atracción que siento por ti, los sentimientos que experimento hacia ti empezaron en la fiesta de Matthew y, desde entonces, han ido creciendo. De hecho, yo también tengo que hacerte una confesión. Yo sabía que eras tú con quien bailé en la fiesta de disfraces. Y que eras tú quien me besó.

Daniel giró la cara y le besó la palma de la mano.

– Me alegra oírte decir eso.

Carolyn titubeó y, después, añadió:

– Siempre valoraré lo que viví con Edward, pero quiero tener nuevos recuerdos. Contigo.

Daniel volvió a besarle la palma de la mano.

– Quiero que sepas que no siento celos del amor que sentiste por Edward, Carolyn, pero me siento profundamente agradecido y contento de que también haya un lugar para mí en tu corazón.

– Mientras estaba con vida, Edward era el dueño de mi corazón, pero ahora te lo doy a ti. Libre y totalmente.

A Carolyn se le cortó la respiración al percibir el amor que reflejaban los ojos de Daniel.

– Y yo lo valoraré. Siempre. -Y sin añadir nada más, Daniel hincó una rodilla en el suelo-. Carolyn, ¿quieres casarte conmigo?

El corazón de Carolyn rebosó de felicidad y lo único que quería era aceptar, pero primero tenía que advertir a Daniel.

– Yo…, no puedo darte hijos, Daniel.

La ternura que reflejaron los bonitos ojos azules de Daniel derritió a Carolyn.

– No me importa. Tengo dos ambiciosos hermanos que estarán encantados de saberlo. -Se llevó las manos de Carolyn a los labios-. Tú eres lo que me importa, Carolyn. Los niños son un regalo precioso, pero no son absolutamente necesarios. Sin embargo, tú eres como el aire para mí… absolutamente necesario.

Los labios de Carolyn temblaron.

– Siempre pareces saber lo que es más adecuado decir en cada momento.

– ¿Eso quiere decir que tu respuesta es que sí? ¿Te casarás conmigo?

Carolyn, de nuevo entre risas y sollozos, volvió a rodearlo con los brazos.

– ¡Sí!

Y se echó a llorar a mares sobre la chaqueta de Daniel.

– ¡Cielos, creo que necesitaré más de éstos! -bromeó Daniel, volviendo a poner el pañuelo en la mano de Carolyn-. Encargaré varias docenas y te los regalaré. Y, además, pagaré mis deudas.

– ¿Tus deudas?

– Sí, creo que debo cincuenta libras a Matthew y otras tantas a Logan Jennsen.

– ¿Por qué? -preguntó Carolyn desconcertada, sobre todo porque Daniel no parecía nada molesto por perder unas sumas de dinero tan elevadas.

– Un hombre tiene que tener sus secretos -contestó Daniel sonriendo de medio lado.

– Ya veo. En cuanto a los regalos, tú ya me has hecho demasiados -protestó Carolyn secándose los ojos-. Lo que me recuerda que… Espero que no te moleste, pero me temo que los mazapanes no me gustan.

– ¿Por qué habría de molestarme? A mí tampoco me gustan demasiado.

– Bueno, como tú me enviaste unos…, pero para el futuro la verdad es que prefiero el chocolate.

Daniel frunció el ceño.

– ¿Qué quieres decir? Yo nunca te envié mazapanes.

Carolyn también frunció el ceño.

– Claro que sí. Todavía guardo la caja y tu nota en el escritorio.

Daniel negó con la cabeza.

– Carolyn, yo nunca te he enviado mazapanes.

Un extraño escalofrío recorrió el cuerpo de Carolyn y, sin pronunciar una palabra, se levantó y se dirigió al escritorio. Daniel la siguió. Carolyn abrió el cajón superior, sacó la caja de mazapanes, la dejó sobre el escritorio y le tendió la nota a Daniel.

– La letra se parece a la mía -declaró Daniel con voz grave-, pero no lo es.

– La nota me pareció extraña e impersonal, pero nunca sospeché que no fuera tuya. -Se miraron a los ojos y, de repente, Carolyn entendió lo que ocurría-. ¿Crees que fue lady Walsh quien me envió los mazapanes?

– Sospecho que sí. Déjame verlos.

Carolyn retiró la tapa de la caja y arrugó la nariz al percibir un fuerte olor a almendras amargas.

– Huelen raro -declaró-. Ya lo pensé cuando abrí la caja la primera vez.

A Daniel se le disparó un músculo de la mandíbula, volvió a colocar la tapa a la caja y cogió a Carolyn por los hombros. Sus ojos se habían oscurecido de la emoción.

– Supongo que los mazapanes están envenenados. Por el olor, diría que con cianuro. La pasta de almendras disimula el olor amargo del veneno.

Carolyn empalideció.

– Esto es lo que quería decir con sus últimas palabras. Lo que dijo sobre que se vengaría desde la tumba.

– Sí. -Daniel apretó brevemente los párpados-. Gracias a Dios, no te gusta el mazapán -declaró con voz áspera.

Carolyn sintió un escalofrío y se introdujo en el círculo que formaban los fuertes brazos de Daniel.

– Ahora todo ha terminado de verdad -manifestó, sintiéndose débil por el alivio que experimentaba-. Ha terminado del todo.

– Al contrario, mi extremadamente encantadora, muy querida, sumamente talentosa, enormemente divertida, extraordinariamente inteligente, poseedora de los labios más apetecibles que he visto nunca así como de una excelente memoria, dueña de mi corazón y futura lady Surbrooke -declaró Daniel con los ojos rebosantes de amor-. Este es sólo el primero de toda una vida de recuerdos que vamos a crear juntos.

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