Capítulo 20

Una mujer nunca debería tener miedo de tomar la iniciativa al hacer el amor. Ninguno de mis amantes se quejó nunca de que yo fuera demasiado atrevida o desvergonzada. Pero muchos de ellos se quejaron de que sus esposas hacían poco más que permanecer tumbadas e inmóviles debajo de ellos. Y, lógicamente, ésta es la razón de que aquellos caballeros me buscaran en primer lugar.

Memorias de una amante,

por una Dama Anónima


Daniel contempló a los dos hombres y se esforzó en mantener una apariencia calmada, lo que contrastó enormemente con su agitación interior. Apenas podía asimilar que Gwendolyn estuviera muerta y, todavía menos, que Mayne y Rayburn sospecharan que él era un asesino. Ya sospecharon de él cuando asesinaron a Blythe. Sobre todo Mayne, aunque, entonces, Daniel no le dio mucha importancia a este hecho. Pero ahora…

Daniel enarcó las cejas.

– ¿De verdad me creen capaz de cometer esos crímenes?

– Dada la suficiente provocación, cualquier hombre es capaz de cometer un asesinato, milord -declaró Mayne sin apartar, en ningún momento, sus oscuros ojos del rostro de Daniel.

– ¿Incluido usted? -dijo Daniel, sosteniéndole la mirada.

– Cualquier hombre -reiteró Mayne.

– ¿Y qué podría empujarme a matar a dos mujeres que me gustaban?

– Quizá no le gustaban tanto como le gustaría hacernos creer -declaró Mayne.

– Le costará mucho demostrar eso, sobre todo porque no es verdad. Aunque las pruebas parecen apuntar hacia mí…

– De «parecer» nada -lo interrumpió Mayne-. Las pruebas apuntan a usted. Únicamente a usted.

– De una forma muy conveniente -prosiguió Daniel-. Demasiado conveniente. Supongo que se les habrá ocurrido pensar que alguien está intentando hacerme parecer culpable.

– Eso es lo que usted afirmó de Tolliver -intervino Rayburn-. Pero es imposible que haya asesinado a lady Margate, pues está detenido.

– Pero sí que pudo matar a lady Crawford -declaró Daniel, esforzándose por no demostrar su enojo-. Y dispararme. A menos que crean que me disparé a mí mismo. Quizá Tolliver contrató a alguien para que matara a lady Margate de la misma forma en que había matado a lady Crawford. El me amenazó. Quería venganza. ¿Qué mejor venganza que verme arruinado y ahorcado por asesinato?

Rayburn frunció el ceño.

– Entonces, ¿por qué habría de dispararle?

– ¿Por impaciencia, quizá? -sugirió Daniel-. No tengo ni idea de cómo funciona la mente de un loco.

– ¿Quién heredaría su título y propiedades en caso de que muriera? -preguntó Mayne.

Daniel titubeó al oír aquella pregunta tan directa, pero al final contestó:

– Stuart, mi hermanastro. Y, después de él, George, su hermano menor.

– ¿Hermanastros? -preguntó Rayburn.

– Mi padre volvió a casarse después de la muerte de mi madre.

– ¿Y cómo es su relación con ellos?

– Tensa -admitió Daniel-. Sin embargo, ninguno de ellos puede ser el responsable de los disparos, pues los dos están en el continente. Y llevan allí varios meses.

– ¿Y su madrastra?

– Está con ellos.

– Heredar un condado sin duda es un motivo -señaló Mayne-. Cualquiera de ellos podría haber regresado a Inglaterra en cualquier momento.

– Es poco probable -contestó Daniel-. Su última carta me llegó hace sólo unos días y procedía de Austria. Se lo estaban pasando muy bien y tenían planeado ir a Italia desde allí.

– Parece una carta muy amigable teniendo en cuenta lo tensa que es su relación -indicó Rayburn.

– Siempre se muestran amigables cuando quieren pedirme dinero -contestó Daniel con sequedad-. Pero aunque tanto mis hermanastros como mi madrastra son codiciosos y superficiales, no son unos asesinos.

– ¿Tiene usted algún otro enemigo? -preguntó Rayburn.

– Ninguno que yo sepa, pero está claro que tengo uno. Confío en que seguirán intentando descubrir su identidad. Igual que yo. -Daniel se puso de pie-. Si no desean nada más… -declaró mirando intencionadamente hacia la puerta.

Rayburn y Mayne se marcharon, aunque Daniel estaba convencido de que lo que más deseaba Mayne era ponerle unos grilletes y una soga al cuello. Supuso que Mayne sospechaba que había mentido acerca de estar en su casa la noche anterior y eso no era nada bueno. Sin duda, el detective creía que él era el culpable de los asesinatos, lo que significaba que dedicaría su tiempo a buscar pruebas en contra de Daniel en lugar de buscar al verdadero asesino.

¡Maldición!

Una idea inquietante rondaba por su mente y, con el ceño fruncido, Daniel caminó de un lado a otro frente a la chimenea.

Estaba muy claro que alguien intentaba culparlo de asesinato. Pero ¿quién?, y ¿por qué? Las dos víctimas eran antiguas amantes suyas. Daniel frunció aún más el ceño. De hecho, eran dos de sus últimas amantes. Las únicas mujeres con las que había estado desde que terminó su relación con ellas eran Kimberly y…Carolyn.

Daniel se detuvo como si hubiera topado con una pared. ¿Acaso su enemigo tenía como objetivo sólo a sus antiguas amantes? Eso parecía. ¿Qué mejor manera de hacer recaer sobre él las sospechas? Si era así, tanto Kimberly como Carolyn estaban en peligro. La idea de que Kimberly estuviera en peligro lo preocupó y lo enojó, pero que Carolyn lo estuviera…

De repente sintió como si su corazón hubiera dejado de latir. La idea de que Carolyn estuviera en peligro lo heló hasta la médula. ¿Conocía su enemigo la relación que mantenía con Carolyn? Entonces otra idea apareció en su mente. Una idea que le heló la sangre.

¿Y si el disparo de dos días atrás no estaba dirigido a él, sino a Carolyn?

Durante varios segundos, sus pulmones dejaron de funcionar. No tenía ninguna prueba, pero sus entrañas le decían que estaba en lo cierto. Quizá todas sus anteriores amantes estuvieran en peligro, pero, por el patrón de los dos últimos crímenes, Kimberly y Carolyn eran, por lógica, las dos próximas víctimas. Corrió al vestíbulo y les contó a toda prisa a Samuel y Barkley la conversación que había mantenido con Rayburn y Mayne.

– ¡Menudos idiotas! ¡Mira que pensar que usté podría hacer daño a esas damas! -exclamó Samuel con ojos chispeantes.

– Estoy de acuerdo, pero en estos momentos eso no es lo importante. Tengo que advertir a lady Walsh y lady Wingate de que pueden estar en peligro debido a su… conexión conmigo. Samuel, quiero que localices a Rayburn y a Mayne y les cuentes lo que te he dicho. No sé adonde iban, pero, tarde o temprano, aparecerán por la comisaría de Bow Street.

– Sí, milor.

Salieron de la casa en direcciones opuestas. Cuando Daniel llegó a la casa de Carolyn, Nelson le dijo que no estaba en casa.

Un miedo aterrador atenazó a Daniel.

– ¿Adónde ha ido?

– A la casa de su hermana. La marquesa de Langston ha venido hoy en dos ocasiones. Estaba ansiosa por hablar con lady Wingate. Lady Wingate, nada más llegar, se cambió de ropa y volvió a salir.

– ¿Está seguro de que llegó sana y salva a la casa de lady Langston?

Nelson parpadeó un par de veces.

– Sí, milord. Envió el carruaje de vuelta con el mensaje de que lord Langston la acompañaría de regreso.

Algo de la tensión que atenazaba a Daniel se desvaneció. Enseguida le explicó a Nelson su preocupación por la seguridad de Carolyn.

Cuando terminó, el mayordomo se enderezó cuan largo era y sus ojos se llenaron de determinación.

– Informaré al resto del servicio, milord. Puede estar seguro de que no permitiremos que le ocurra nada malo a lady Wingate.

– Excelente. Me voy a avisar a lady Walsh.

– Pero ¿quién lo protegerá a usted, milord?

– Voy armado. Además, el asesino no quiere matarme, quiere que me ahorquen por asesinato.

Y a juzgar por su entrevista con Mayne y Rayburn, si no actuaba con rapidez, el muy bastardo era probable que se saliera con la suya.

Daniel subió a su carruaje. Aunque deseaba ir de inmediato a ver a Carolyn, su raciocinio le indicó que estaba a salvo con Matthew. Además, para ir a casa de Matthew la casa de Kimberly le venía de camino, y a ella también tenía que advertirla. Tras darle al cochero la dirección de Kimberly, Daniel se acomodó en el asiento y rogó estar equivocado respecto al peligro que corrían. Aunque todo, en su interior, le decía que no lo estaba.

Cuando llegó a la casa de Kimberly, se sintió aliviado al encontrarla allí. Sanders, su mayordomo, le dio una cálida bienvenida y, como en sus anteriores visitas, lo acompañó al salón privado de Kimberly. Ella entró varios minutos más tarde, vestida con un bonito camisón de encaje de color crema y una bata a juego.

– ¡Me alegro de verte! -exclamó Kimberly con una cálida sonrisa mientras le tendía las manos-. Pasé por tu casa esta tarde y sentí no encontrarte. ¿Estabas en el club?

El le apretó las manos y se las soltó enseguida.

– No. Hice una rápida escapada al campo. Tengo que decirte algo, Kimberly.

– Entonces sentémonos. -Señaló con la mano el sofá de gran tamaño que había frente a la chimenea-. ¿Quieres un coñac?

– No, gracias. Y tampoco quiero sentarme.

Daniel se lo contó todo de una forma escueta y vio cómo los ojos de Kimberly se agrandaban con cada frase que él pronunciaba. Cuando terminó, le preguntó:

– ¿Quién puede protegerte además de Sanders?

– James, y ya sabes lo fornido que es mi criado.

– Estupendo. Infórmales de lo que ocurre y no vayas a ningún lado sola. -Le apretó los brazos con fuerza-. A ningún lado.

– No lo haré, pero me estás asustando, querido. -Le acarició la tensa mandíbula con los dedos-. Me sentiría mucho más segura si tú te quedaras conmigo.

Daniel le apretó los brazos para darle ánimos y la soltó.

– Lo siento, pero tengo que irme. Confío plenamente en James y Sanders.

Después de conseguir que ella le prometiera tener cuidado, Daniel salió de la casa y le indicó al cochero que se dirigiera a toda velocidad a la casa de Matthew. Cuando llegó, Graham, el mayordomo de Matthew, lo tranquilizó diciéndole que, efectivamente, lady Wingate estaba allí y que, junto con lady Langston, lady Julianne y lady Emily, estaba en el saloncito privado de la marquesa. Daniel estaba a punto de exigir verla cuando Matthew entró en el vestíbulo.

– Por lo visto es nuestra noche de recibir visitas -comentó Matthew con una sonrisa que se desvaneció cuando se acercó a Daniel-. ¿Te encuentras bien?

Daniel sacudió la cabeza.

– Tengo que hablar con Carolyn.

Matthew titubeó.

– Está con Sarah, quien lleva todo el día deseando hablar con ella. Emily y Julianne acaban de llegar, justo antes que tú. -Se volvió hacia Graham-. Cuando las señoras bajen, haga el favor de decirles que lord Surbrooke y yo las esperamos en el salón.

– Sí, milord.

Daniel se dispuso a protestar, pero al final decidió que, ya que Carolyn estaba, sin duda, a salvo, podía aprovechar la ocasión para poner a Matthew al día de los últimos acontecimientos.

Matthew lo condujo al salón y, tras cerrar la puerta, enseguida le preguntó:

– ¿Qué ocurre, Daniel?

Matthew escuchó atentamente mientras Daniel se lo contaba todo y terminaba diciéndole:

– Ahora tengo que advertir a Carolyn del peligro. Si algo le sucediera… -Su voz se apagó y sacudió la cabeza, incapaz de pensar siquiera en esa posibilidad-. No quiero que le ocurra nada. A cualquier precio.

Matthew no contestó. Se dirigió a la licorera y sirvió dos coñacs generosos. Después tendió una de las copas a Daniel y declaró:

– Estoy de acuerdo contigo en que alguien está intentando incriminarte y que, para conseguirlo, está asesinando a tus antiguas amantes. Pero ¿quién lo está haciendo y por qué?

Daniel se pasó las manos por la cara.

– No lo sé. Como Tolliver no pudo asesinar a Gwendolyn, me pregunto si contrató a alguien para que cometiera el crimen o si tiene un socio capitalista en la empresa naviera que también se está arruinando. Alguien que también me culpa a mí por echarme atrás.

– Es posible. – Matthew lo miró directamente a los ojos-. ¿Has pensado en tu familia? -preguntó en voz tenue-. En realidad, no os podéis ver y, desde luego, se beneficiarían de tu muerte.

Daniel resopló.

– Mayne y Rayburn también me lo han sugerido. Quizá, si estuvieran en Londres, podría sospechar de ellos, pero están en Austria.

Matthew asintió lentamente con la cabeza.

– La idea de que Tolliver tenga un socio capitalista es buena. Deberíamos sugerirles a Rayburn y a Mayne que la investiguen.

– Samuel los está buscando. En cuanto los vea, se lo diré. -Inhaló hondo y admitió-: Antes no fui sincero del todo con Mayne y creo que lo sabe.

– ¿Sobre qué?

– Me preguntó qué hice ayer por la noche y le dije que estuve en casa.

– Pero no fue así.

– No.

Como Daniel guardó silencio, Matthew declaró:

– Estuviste con Carolyn.

No era una pregunta y no tenía sentido negarla, pues Matthew lo conocía muy bien. Asintió brevemente y contestó:

– Le prometí discreción y no tenía ninguna intención de contarles algo que no es para nada de su incumbencia.

– Seguro que, cuando sepan que crees que está en peligro, deducirán la naturaleza de vuestra relación.

– Es posible, esto no puedo evitarlo. Aun así, no pienso admitir, delante de ellos, que Carolyn y yo seamos nada más que buenos amigos, lo que es totalmente cierto. Todo lo demás no les interesa en absoluto.

– ¿Hoy también estuviste con Carolyn?

– Sí. La llevé a Meadow Hill.

Al oír su contestación, Matthew arqueó las cejas.

– Comprendo. Y ¿cómo fue la visita?

«Emocionante. Aterradora. Catártica.»

«Perfecta.»

– Agradable -murmuró Daniel. Como no quería responder más preguntas acerca de aquella cuestión, declaró-: Sarah estaba ansiosa por hablar con Carolyn. Supongo que no ha ocurrido nada malo.

– Al contrario. Todo es maravilloso. Voy a ser padre.

A juzgar por su expresión, sin duda Matthew estaba en estado de éxtasis. Daniel sonrió y le tendió la mano. Se sentía feliz por su amigo, pero también era consciente de un vago sentimiento de vacío interior propio que lo entristecía.

– ¡Felicidades!

– Gracias.

– Pareces muy tranquilo.

– En realidad, he estado hecho un manojo de nervios desde que el doctor nos confirmó el embarazo de Sarah esta mañana, pero tanto Sarah como el doctor me han asegurado que está en perfecto estado y ella me ha prohibido que me preocupe. Me ha dicho que si tengo la intención de caminar de un lado a otro de la casa hasta que el bebé nazca, me aporreará la cabeza con una sartén.

– Tu esposa tiene un ramalazo bastante violento.

– Eso parece. Claro que ni siquiera la amenaza de daños físicos impedirá que me preocupe. Me temo que preocuparse va implícito con el hecho de amar a alguien. -Matthew contempló a Daniel por encima del borde de su copa de coñac-. Como tú mismo estás descubriendo.

La copa de Daniel se detuvo a medio camino de su boca y Daniel arrugó el entrecejo.

– ¿Qué quieres decir?

– ¿De verdad no lo sabes?

– ¿Saber qué?

Matthew levantó la vista hacia el techo y, después, fijó la mirada en Daniel.

– ¡Estás enamorado, idiota!

Una negación inmediata subió hasta los labios de Daniel, pero cuando abrió la boca, ningún sonido salió de ella. ¿Enamorado? ¡Desde luego que no! Pero cuando intentó negarlo, se dio cuenta, con una claridad absoluta, de que era cierto. Ésa era la causa de sus profundos anhelos, deseos y necesidades, de aquella plétora de emociones inusual, crispante y desgarradora que lo embargaba y que abarcaba toda la gama desde la felicidad hasta el sufrimiento.

Estaba enamorado.

La idea lo golpeó con la fuerza de un martillo. ¡Santo cielo, la situación era peor de lo que había pensado! ¡Y pensar que había creído que sólo estaba perdiendo un trozo de su corazón en su relación con Carolyn! ¡Qué ridículo! Lo había perdido todo. Y el alma también.

Dejó su copa de coñac, se dirigió al sofá y se dejó caer en él con pesadez. Se pasó los dedos por el pelo, miró a Matthew y declaró con una voz pasmada que parecía proceder de un lugar muy lejano:

– ¡Maldita sea, tienes razón!

– ¿De que estás enamorado? Ya lo sé.

– De que soy un idiota. -Daniel apoyó la cabeza en las manos y gimió-. ¿Cómo ha podido sucederme? ¿Y cómo consigo que desaparezca?

Matthew soltó un respingo.

– Supongo que sucedió de la forma habitual. Encontraste a alguien que… te completa. En cuanto a hacerlo desaparecer, sé por propia experiencia que no es posible. Después de todo no se trata de una indigestión. -Se sentó en el sillón orejero que había delante del sofá-. Además, ¿por qué habrías de querer que desapareciera? Carolyn es una mujer encantadora.

Daniel levantó la cabeza.

– Sí, lo es, pero no está enamorada de mí. Todavía adora a su esposo muerto. Su corazón siempre pertenecerá a Edward. Ella misma lo ha reconocido.

Exhaló un suspiro amargo ante aquella ironía. Él nunca antes había deseado poseer el corazón de una mujer y, desde luego, nunca quiso entregar el suyo. Y ¿qué era lo que había ocurrido? Había perdido su corazón con una mujer que no lo quería y que no tenía ninguna intención de entregarle el suyo a él.

Daniel exhaló un largo suspiro.

– ¡Qué asco!

– Quizás ella cambie de opinión -declaró Matthew.

Daniel negó con la cabeza.

– No. Edward fue el amor de su vida. Ella lo adoraba. Y todavía lo adora. Ningún hombre podría aspirar a subir al pedestal en el que ella lo ha puesto.

– Es obvio que ella se preocupa por ti.

– Sí, estoy seguro de que es así, pero de una forma muy superficial en comparación con lo que siente por Edward.

Y Daniel sabía, en el fondo de su corazón, que eso nunca sería suficiente para él. Podía aceptar que Carolyn recordara el amor que había compartido con Edward. No podía negarle nada que la hiciera feliz. Pero no podía soportar no ser el primero en sus sentimientos. No podía soportar saber que el fantasma de Edward siempre estaría entre ellos. Que ella siempre los compararía y que él siempre saldría perdiendo.

Por su propio bien, tenía que terminar su relación con ella. Enseguida. Antes de que hiciera algo estúpido y se dejara a sí mismo en ridículo. Como decirle a ella que la amaba. O pedirle que se casara con él. O, peor aún, rogarle que se casara con él. Lo único que se le ocurría que fuera peor que no ver amor en los ojos de Carolyn, era ver lástima en ellos.

– ¡Maldita sea! ¿Por qué habría de querer alguien enamorarse? -preguntó Daniel.

– Cuando encuentras a la persona adecuada, es algo increíble -contestó Matthew en voz tenue.

Sí, y la persona adecuada era alguien que te amaba tanto como tú la amabas a ella. Por desgracia, ése no era el caso de Daniel. Y aquel infierno emocional, unilateral y no correspondido era una auténtica tortura.


– Tendremos que rebautizar a nuestro grupo como «La Sociedad Literaria de Damas y un Bebé» -declaró Carolyn tras abrazar a Sarah cuando ella anunció que estaba embarazada.

La feliz noticia permitió a Carolyn apartar a un lado la tristeza que experimentaba por haberse permitido, de una forma absurda, enamorarse de un hombre que no quería saber nada del amor.

– Estoy impaciente por ser tía.

– Yo también -declararon Julianne y Emily al unísono.

– Tendréis que ayudarme a tener controlado a Matthew -declaró Sarah, subiéndose las gafas por el puente de la nariz-, porque me veo venir que nos va a volver locos a los dos. ¡Ni siquiera me ha dejado subir las escaleras sola! -Levantó la vista hacia el techo-. Si no mantengo a raya su pánico masculino desde ahora mismo, os aseguro que será un embarazo muy, pero que muy largo.

Carolyn le apretó la mano.

– Debes sentirte feliz de que el hombre al que amas sea tan cariñoso y se preocupe tanto por ti, Sarah. No hay mejor regalo que éste.

«Ni peor sufrimiento que amar y no ser correspondida.»

– Hablando de grandes regalos -declaró Julianne-, ¿os habéis dado cuenta de que el señor Gideon Mayne, el detective, asistió a la velada de ayer por la noche de lord y lady Exbury?

– Sí -contestó Emily-. Estaba allí con el señor Rayburn.

– Están buscando pistas en relación con el asesinato de lady Crawford -añadió Carolyn-. Pero ¿qué tiene que ver el señor Mayne con los grandes regalos?

Julianne miró a su alrededor, como si quisiera asegurarse de que nadie más oiría lo que iba a contar. Entonces, con los ojos brillantes, declaró:

– Desde que vino a casa a interrogarme a mí y a mi madre, después de la fiesta de disfraces, yo…, bueno, no he podido dejar de pensar en él.

– ¿En un detective de Bow Street? -preguntó Emily con los ojos desorbitados por la impresión-. ¡Santo cielo, Julianne! A tu madre le va a dar un ataque de apoplejía. Y, por una vez, tendré que estar de acuerdo con ella. ¿Un detective? ¡Es totalmente inaceptable! ¡Un hombre tan vulgar, tan tosco y de aspecto tan duro! Es casi tan horrible como el señor Jennsen.

Julianne levantó la barbilla.

– Pues a mí me parece apuesto, peligroso y excitante.

– Desde luego que es peligroso -intervino Sarah-. Al menos su profesión lo es.

Carolyn dio unas palmaditas en la mano de Julianne.

– No hay duda de que el señor Mayne es atractivo, pero no sería nada inteligente tener pensamientos románticos con un hombre con quien nunca podrías tener un romance. -Realizó una mueca interior por la ironía de que fuera precisamente ella quien le diera este consejo-. Personalmente, creo que es la lectura de las Memorias la que nos tiene a todas tan nerviosas. En mi opinión, el próximo libro que elijamos debería ser menos lascivo.

Sarah sonrió abiertamente.

– ¿Dónde estará la diversión, entonces?

Carolyn le devolvió la sonrisa, pero no pudo evitar sentir que la lectura de las Memorias la había conducido al desastroso camino que llevaba directamente al sufrimiento.

Una oleada de cansancio agravado por la falta de sueño y las emociones que había experimentado durante el día la invadió. Se levantó y declaró:

– No querría dejar la reunión, pero estoy exhausta.

Sarah la miró y frunció el ceño.

– Se te ve cansada. ¿Estás bien?

«No. Me duele todo. Especialmente, el corazón.»

Esbozó una sonrisa forzada.

– Estoy bien. Sólo necesito dormir. ¿Os veré mañana en la velada de lady Pelfield?

– Matthew y yo iremos -contestó Sarah.

– Yo también -contestaron Julianne y Emily.

Después de abrazarlas y besarlas, Carolyn salió de la habitación y bajó las escaleras. Cuando llegó al vestíbulo, Graham le dijo:

– El señor está en el salón, lady Wingate. Por aquí, por favor.

Carolyn esperaba que el mayordomo, simplemente, avisara a Mathew de que estaba preparada para irse, pero era evidente que quería que lo siguiera. Carolyn se apretó la sien para aliviar el dolor de cabeza que le estaba viniendo y siguió a Graham por el pasillo. El mayordomo la anunció desde la puerta del salón y Carolyn entró en la habitación. Vio a Matthew y sonrió deseando no parecer tan cansada como en realidad se sentía.

– Sarah me ha contado la buena noticia -declaró alargando las manos hacia su cuñado e inclinándose para besarlo en la mejilla-. ¡Me alegro tanto por vosotros…!

– Gracias.

Matthew miró por encima del hombro de Carolyn y ella se volvió. Al ver a Daniel delante de la chimenea, Carolyn se quedó paralizada.

– Hola, Carolyn -la saludó Daniel con voz y expresión graves.

El corazón de Carolyn dio un vuelco, como hacía siempre que veía a Daniel.

– Daniel, ¿has venido para celebrar la noticia del embarazo de Sarah?

– No, he venido para hablar contigo.

Antes de que ella pudiera expresar su sorpresa, Matthew declaró:

– Si me disculpáis, iré a ver si mi querida esposa necesita algo. Daniel se ha ofrecido para acompañarte a casa. ¿Te parece bien? Así yo podría quedarme con Sarah.

– Sí, claro. -Carolyn le ofreció la mejor sonrisa que pudo esbozar-. Pero no tienes por qué preocuparte. Lo más extenuante que está haciendo Sarah en estos momentos es hablar con Julianne y Emily.

– Bien. Eso significa que puedo dejar de preocuparme durante unos treinta segundos.

Matthew salió de la habitación y cerró la puerta tras él.

Daniel se acercó a Carolyn y, ante la perspectiva de recibir un beso, a ella se le aceleró el corazón. Hasta que él no estuvo cerca, Carolyn no notó las arrugas de cansancio y preocupación que rodeaban sus ojos. Recordando la experiencia tan emotiva que vivió antes, Carolyn sintió una gran empatia hacia él.

– ¿Te encuentras bien? -le preguntó.

El negó con un movimiento de la cabeza.

– No. Tenemos que hablar.

Daniel cogió a Carolyn por la mano y la condujo al sofá. Ella disfrutó del contacto de su cálida mano y se esforzó por apagar el terrible dolor que amenazaba con embargarla al saber que pronto dejarían de cogerse de la mano.

Después de sentarse, Carolyn escuchó con total incredulidad lo que había ocurrido después de que Daniel la dejara en su casa. Cuando Daniel terminó su relato, Carolyn permaneció en silencio durante un minuto entero mientras asimilaba aquella información.

Dos de las anteriores amantes de Daniel habían muerto. Daniel era sospechoso de haber cometido los asesinatos. El creía que ella estaba en peligro.

– No puedo creer que lady Margate esté muerta -declaró por fin Carolyn. Entonces apretó los labios-. Ni que esos dos papanatas crean que puedes ser el responsable de sus muertes.

Una sonrisa cansina elevó una de las comisuras de los labios de Daniel.

– Te agradezco tu indignación por mí.

Ella le cogió una mano entre las suyas.

– Daniel, aunque te agradezco que intentes mantener mi nombre al margen de todo esto, debes contarle al señor Mayne dónde estabas ayer por la noche.

Daniel negó con la cabeza.

– Lo único que necesita saber es que yo no estaba asesinando a nadie.

Carolyn levantó la barbilla.

– No quiero que tenga ninguna razón para dudar de ti. Si tú no se lo dices, lo haré yo.

Daniel recorrió el rostro de Carolyn con la mirada y ella deseó poder leer sus pensamientos.

– ¿Te das cuenta de que, si lo haces, lo más probable es que se difunda lo de nuestra aventura?

– No me importa. Eso es, sin lugar a dudas, preferible a que el comisario y el señor Mayne te crean culpable de asesinato. Además, dada tu determinación a protegerme, seguramente lo deducirán de todas formas.

– Pero lo único que sabrán es que mi preocupación por ti deriva de nuestra estrecha amistad. No es necesario que tu nombre se vea involucrado en esto y que seas el centro de los rumores. Rayburn y Mayne no encontrarán ninguna prueba que me incrimine en unos asesinatos que no he cometido.

– Quien está intentando inculparte no dudará en fabricar pruebas en tu contra. El asesino ya ha conseguido que sospechen de ti. -Carolyn sacudió la cabeza-. Tu intención de protegerme, aunque honorable, resulta inaceptable. Cuando el señor Rayburn y el señor Mayne me interroguen, como seguro que harán, les contaré la verdad, Daniel.

Daniel no pareció complacido, pero, para alivio de Carolyn, no discutió su decisión.

– Tenemos que asegurarnos de que estás a salvo. Quiero que me prometas que no irás a ninguna parte sola hasta que atrapen al asesino.

– Te lo prometo. -Carolyn se levantó-. Pero quiero marcharme de aquí. Ahora. Si es verdad que estoy en peligro, no quiero involucrar a Sarah.

Daniel también se levantó y, durante varios segundos, los dos se miraron a los ojos. Menos de medio metro los separaba. ¡Daniel parecía tan cansado y preocupado…! Todo, en el interior de Carolyn, gritó pidiendo abrazarlo, acariciarlo. Y ser abrazada y acariciada por él. Había planeado hacer el amor con él una vez más, pero en aquel instante se dio cuenta de que no podría, pues, si lo hacía, nunca podría dejarlo ir. No podría separarse de él. Y cometería una locura, como pedirle que la quisiera. Y que se quedara con ella para siempre.

Su buen juicio le indicó que se resistiera a tocarlo, que cualquier caricia sólo haría que la despedida fuera mucho más difícil. Pero la necesidad la sobrecogió y Carolyn se inclinó hacia Daniel.

Con un gemido grave que parecía agónico, Daniel tiró de Carolyn y apretó su boca contra la de ella. Su beso sabía a miedo y desesperación. A preocupación y frustración. Y a un deseo ardiente y profundo. Carolyn se agarró a él, se apretó más contra él, grabando en su memoria la sensación de su duro cuerpo contra el de ella, del sabor caliente y embriagador de su beso, de la textura espesa y sedosa de su pelo, del aroma delicioso e inolvidable que era único e inconfundible en él.

Nunca sabría de dónde sacó las fuerzas para separarse de él. ¡Cómo deseaba ser como la Dama Anónima y poder mantener su corazón libre de ataduras! Se miraron a los ojos, ambos jadeando, y Carolyn supo que, por su propia supervivencia, tenía que decírselo. Esa misma noche.

Cuando estaban en el carruaje camino de casa de Carolyn, ella humedeció sus labios, que, de una forma repentina, se habían secado y declaró:

– Daniel, he estado pensando en nuestro… acuerdo.

Daniel, sentado frente a ella, la observó con los ojos entrecerrados y la mirada atenta.

– ¿Sí?

Carolyn se obligó a pronunciar las palabras que sabía que tenía que decirle. Las palabras que, sin embargo, le romperían el corazón.

– Yo… Creo que es mejor que no volvamos a vernos… de esa forma nunca más.

El silencio más estridente que Carolyn había oído nunca llenó el carruaje. La cara de Daniel permaneció totalmente inexpresiva, pero entonces algo brilló en sus ojos y, durante un descabellado segundo, Carolyn se preguntó si se negaría. Si le diría que no podía ni quería considerar esa idea porque, de una forma inesperada, se había enamorado de ella. Y que no podía imaginarse vivir sin ella.

Sin embargo, él, simplemente, le preguntó:

– ¿Porqué?

«Porque te quiero y no puedo soportar la idea de que tú no me quieras. Porque tengo que intentar proteger lo poco de mi corazón que no me hayas robado ya.»

– Aunque no tengo ningún reparo en admitir ante las autoridades que estábamos juntos ayer por la noche, no deseo que mi vida sea pasto de rumores y, si continuamos con nuestra relación, lo será. -Intentó adoptar una actitud desenfadada-. Nuestra aventura tenía que terminar tarde o temprano. Y, dadas las circunstancias, creo que ha llegado el momento.

Una vez más, el silencio los invadió y Carolyn contuvo el aliento. Entonces Daniel asintió con un breve movimiento de la cabeza.

– Es verdad, tienes razón. Nuestra aventura tenía que terminar tarde o temprano.

Sus palabras apagaron con brusquedad la descabellada chispa de esperanza de Carolyn. El hecho de que aceptara la decisión de Carolyn con tanta facilidad demostraba que, al fin y al cabo, ella no era para él más que otra de sus conquistas sexuales. Y también demostraba, más allá de toda duda, que ella había tomado la decisión correcta. Sin embargo, haber actuado correctamente no significaba que no le doliera. Un dolor y una profunda desesperación que ella había esperado no volver a experimentar nunca más la invadieron.

Algo debió de reflejarse en su cara, porque Daniel le preguntó con voz suave:

– ¿En qué estás pensando?

Como había hecho muchas veces en el pasado, Carolyn relegó a lo más hondo de su mente el dolor de su corazón para examinarlo más tarde, cuando estuviera sola. Y pudiera llorar.

– Estaba pensando en Edward -contestó con sinceridad.

Una cortina pareció caer sobre los ojos de Daniel, quien no dijo nada.

Llegaron a la casa de Carolyn unos minutos más tarde y Daniel la acompañó al interior. Nelson les informó de que no había ocurrido nada durante su ausencia y de que estaría de guardia junto a la puerta delantera durante la noche.

– Me encargaré de que alguien vigile la puerta trasera -le dijo Daniel a Carolyn-. Recuerda tu promesa de no ir a ninguna parte sola hasta que atrapen a ese demente.

– Tienes mi palabra.

Pareció que Daniel quería decir algo más y Carolyn contuvo el aliento. Él le cogió la mano y se la llevó a los labios besando el dorso de sus dedos enguantados. Y entonces dijo algo más:

– Adiós, Carolyn.

Y, sin más, se volvió y se marchó. Y el corazón de Carolyn se rompió en millones de frágiles pedazos.

Загрузка...