Capítulo 16

A veces hacíamos el amor de una forma lenta y pausada, que siempre disfruté. Pero aquellas otras ocasiones en las que lo hacíamos de una forma frenética y salvaje, cuando nos echábamos el uno al otro al suelo y nos arrancábamos la ropa como si nos poseyeran los demonios, cuando él perdía el control y el recuerdo de sus impetuosas penetraciones seguía en mi cuerpo horas más tarde… Ésas eran las que más me gustaban.

Memorias de una amante,

por una Dama Anónima


Cuando, después de haber tomado el té con Daniel, Carolyn regresó a su casa, la recibió Nelson, quien le informó de que Sarah, Julianne y Emily, así como el trío formado por lady Walsh, lady Balsam y la señorita Amunsbury, la habían visitado durante su ausencia. Carolyn asintió con aire distraído, pues el esplendoroso ramo de rosas que adornaba su vestíbulo era el centro de su atención. Tras inhalar hondo, cerró los ojos y absorbió su embriagadora fragancia.

Al recordar el sensual encuentro que tuvo con Daniel en el carruaje, el rubor cubrió su rostro y tuvo que apretar los labios para contener la sonrisa que esbozó interiormente. El relato que la Dama Anónima había hecho de aquella aventura la había cautivado y, aunque leerlo le había resultado muy estimulante, no podía compararse con la sensación de vivirlo en persona.

Las Memorias… Sí, su lectura le había inspirado algunas imágenes realmente apasionadas, imágenes que le gustaría compartir con Daniel.

Se le ocurrió una idea, una idea perversa, y tan tentadora que, después de considerarla durante unos instantes, se dio cuenta de que no podía resistirse a ella. Corrió al salón y sacó el ejemplar de las Memorias del cajón del escritorio. Un fuerte olor a almendras brotó de la caja de mazapanes que había guardado allí y Carolyn arrugó la nariz mientras sentía una ráfaga de culpabilidad. La caja de mazapanes constituía un regalo muy considerado, aunque ella prefería las rosas.

Sacó la flor que había introducido entre las páginas del libro, escribió una rápida nota en la parte trasera de una de sus tarjetas de visita y envolvió el libro y la tarjeta en varias hojas de papel de seda que anudó con una cinta de raso.

Daniel le había hecho varios regalos. Ya era hora de que ella le devolviera el favor.

Regresó al vestíbulo y le tendió el paquete a Nelson.

– Hágale llegar este paquete a lord Surbrooke lo antes posible.

– Sí, milady. Me encargare personalmente.

– Gracias.

Estaba a punto de dirigirse a su dormitorio para decidir qué se ponía para la velada que lord y lady Exbury celebraban esa noche en su casa, cuando la campanilla que indicaba que se abría la verja de la entrada sonó.

– Se trata del señor Jennsen, el caballero norteamericano -informó Nelson tras lanzar una discreta ojeada por el cristal que flanqueaba la puerta.

Carolyn no le preguntó cómo había reconocido al señor Jennsen, pues su mayordomo parecía conocer a todo el mundo en aquella ciudad.

– ¿Está usted en casa, milady?

Carolyn, sintiendo curiosidad por la razón de la visita del señor Jennsen, asintió con la cabeza.

– Sí, puede acompañarlo al salón y después lleve el paquete a lord Surbrooke.

Carolyn volvió al salón y comprobó su aspecto en el espejo de marco dorado. ¡Cielos, estaba, prácticamente, resplandeciente! Gracias a Dios que el clima era bueno, así podía achacar sus vivos colores al sol. En el caso de que el señor Jennsen se percatara, claro.

Alguien llamó a la puerta y, tras recibir el permiso de Carolyn, Nelson la abrió.

– El señor Jennsen desea verla, milady.

El mayordomo se apartó y el señor Jennsen entró en la habitación. Vestido con unos pantalones beige, una chaqueta marrón y unas lustrosas botas negras, se lo veía robusto y masculino y, de alguna forma, la habitación pareció encogerse debido a su imponente presencia. Su pelo, oscuro y espeso, estaba alborotado, ya fuera por la acción de sus dedos o el viento, lo que le daba un aire desarreglado que encajaba con su persona. Carolyn contempló sorprendida el ramo de peonías rosas que llevaba en la mano.

– Buenas tardes, lady Wingate -saludó él.

– Señor Jennsen, es un placer volver a verlo.

– Por favor, llámeme Logan. -Le tendió el ramo de peonías-. Para usted.

Carolyn hundió la cara en las olorosas y vistosas flores.

– Son preciosas. Gracias, Logan. -Carolyn señaló, con la cabeza, los sillones que había junto a la chimenea-. ¿Quiere sentarse?

– Gracias.

Mientras se sentaban en el sofá, Carolyn preguntó:

– ¿Desea tomar un té?

– Gracias, lady Wingate, pero no puedo quedarme mucho rato.

– Carolyn, por favor -pidió ella dejando las flores sobre la mesa y sonriéndole-. ¿A qué debo el honor de su visita?

– He oído contar lo del disparo que se produjo ayer por la noche junto a su casa y estaba preocupado.

– ¿Quién se lo ha contado?

El señor Jennsen realizó un gesto vago con la mano.

– Los criados hablan. Ya sabe que los rumores vuelan.

– Comprendo. Entonces también habrá oído decir que no resulté herida.

– Así es. -Jennsen sonrió-. Pero quería comprobarlo en persona. Entre esto y el asesinato de lady Crawford, me preocupa su seguridad. Además, estas flores querían, desesperadamente, pertenecer a una hermosa mujer. -Se inclinó y le confió-: Ellas mismas me lo han dicho.

– ¿Flores que hablan? Qué inusual. -Una sonrisa flotó en sus labios-. Me pregunto qué me contarán acerca de usted.

Él lanzó a las flores una fingida mirada iracunda.

– Sólo cosas buenas, espero.

– Estoy segura de que así será -contestó Carolyn mientras se reía-. Bueno, como verá, no he empeorado como consecuencia del percance de ayer por la noche.

– No ha empeorado nada, desde luego -corroboró él deslizando la mirada por Carolyn-. De hecho, está… resplandeciente.

Sus palabras hicieron que Carolyn se sonrojara. Y antes de que consiguiera hablar, él continuó:

– Tengo entendido que lord Surbrooke estaba con usted y que él tampoco resultó herido.

¡Cielos, sí que era cierto que los rumores volaban!

– Una de sus criadas cayó enferma y mi doncella y yo fuimos para ayudarlo.

– No sabía que su doncella estaba con usted. Espero que ella tampoco resultara herida.

Carolyn se ruborizó todavía más.

– Se quedó a pasar la noche en casa de lord Surbrooke y él fue tan amable como para acompañarme de vuelta a mi casa.

El señor Jennsen asintió con lentitud.

– Comprendo.

Sus oscuros ojos la observaron con atención, como si ella fuera un rompecabezas que intentara componer. Ella aprovechó la oportunidad para examinarlo también. Su cara constituía un paisaje fascinante de planos agrestes suavizados sólo por sus labios llenos y sensuales. Aunque no disponía de una belleza clásica, despedía un indudable encanto masculino y era muy atractivo. Por si su aspecto moreno y atractivo no fuera suficiente, el aire de misterio que lo rodeaba-nadie sabía mucho acerca de él o de su pasado en Norteamérica-, unido a su fabulosa riqueza, lo hacían ser objeto de gran interés por parte de las damas de la sociedad londinense. A pesar de su indeseable herencia colonial. Carolyn estaba segura de que muchos corazones femeninos se aceleraban cuando él entraba en una habitación.

Estos pensamientos llevaron a Carolyn a formularse una pregunta: ¿por qué su corazón no se aceleraba? Él le gustaba y se lo pasó bien con él en la fiesta de Matthew y también en las escasas ocasiones en las que habían coincidido desde que regresó a Londres. Era irónico, ocurrente, inteligente, atractivo… ¿Por qué, entonces, no la afectaba como lo hacía Daniel? Cuando fantaseaba sobre los relatos eróticos de las Memorias, ¿por qué era Daniel quien aparecía siempre en sus fantasías y Logan nunca?

– Carolyn… ¿es posible que esté pensando lo mismo que yo?

La pregunta del señor Jennsen la arrancó de sus pensamientos y Carolyn soltó una risa nerviosa. Estaba a punto de asegurarle que estaba convencida de que no estaban pensando lo mismo, pero sus palabras se apagaron en su garganta, pues él la agarró de los brazos con sus grandes manos. Y la acercó a él. Y juntó su boca a la de ella.

El cuerpo de Carolyn se puso en tensión a causa de la sorpresa, pero, después de unos segundos, le resultó obvio que Logan Jennsen sabía cómo besar a una mujer. De repente, Carolyn sintió una gran curiosidad, así que se relajó. Y enseguida se dio cuenta de que, aunque la técnica de Logan era excepcional y su beso perfectamente agradable, éste no la afectaba, ni de lejos, como lo hacían los besos de Daniel. Sin duda, Logan no le provocaba con un beso magistral lo que Daniel le provocaba con una simple mirada.

¡Oh, cielos!

Logan se apartó de Carolyn y ella, tras abrir los ojos, vio que él la escudriñaba con una expresión entre intrigada y sorprendida. Sus manos se apartaron poco a poco de los hombros de Carolyn y, entonces, se aclaró la garganta.

– ¿Quiere abofetearme? -preguntó Logan.

Por alguna razón, una burbuja de risa creció en la garganta de Carolyn, y ella se sintió agradecida, pues la risa apartó de su mente los pensamientos inquietantes que la bombardeaban.

– ¿Quiere que lo haga?

– No especialmente.

– Preferiría que me diera una explicación.

– ¿Sobre por qué deseaba besar a una mujer hermosa? No es difícil imaginárselo. -Tenía el entrecejo fruncido y, con el dedo índice, se tocó el labio inferior, como para asegurarse de que todavía estaba allí. Y siguió mirando con atención a Carolyn-. ¿Qué opina?

Indecisa sobre cómo contestar a su pregunta sin ofenderlo, Carolyn escapó por la tangente:

– ¿Qué opina usted?

Logan inhaló hondo y declaró:

– No soy bueno utilizando palabras bonitas como ustedes, los ingleses, así que, simplemente, lo soltaré. Desde que llegué a Inglaterra he perdido mi oportunidad con más de una mujer que he admirado y no quería dejar escapar a otra. Pero nuestro beso no ha sido lo que yo esperaba.

– ¿Y qué esperaba usted?

– Pirotecnia. -Una expresión avergonzada cruzó su cara-. Me gusta usted demasiado para no serle del todo honesto. No he sentido ninguna… chispa. Lo siento. -Se pasó la mano por el cabello-. Creo que debería usted abofetearme.

Carolyn no pudo evitar echarse a reír.

– Me gusta usted demasiado para no ser honesta. Yo tampoco sentí ninguna chispa.

Logan parpadeó y sonrió.

– ¿De verdad?

– De verdad.

– Bien. -Exhaló un suspiro de evidente alivio y soltó un respingo-. Supongo que mi orgullo masculino debería impedir que su declaración me hiciera feliz.

– Mi vanidad femenina tampoco debería permitir que me sintiera feliz. -Carolyn sonrió con amplitud-. Pero si yo puedo soportarlo, usted también podrá.

El soltó otro respingo.

– De acuerdo. Por lo visto estamos destinados a ser sólo amigos.

– Eso parece.

Aunque Carolyn se sentía feliz por su amistad, le inquietó profundamente lo que ahora era muy evidente: lo que sentía por Daniel era algo más profundo. Carolyn alargó el brazo.

– ¿Amigos?

– Amigos. -El señor Jennsen cogió la mano de Carolyn y le dio un beso en el dorso de los dedos-. Mon ami.

Carolyn parpadeó sorprendida.

– ¿Habla usted francés?

– Pues sí.

– ¿Con fluidez?

– Así es. -Sus ojos brillaron con diversión-. ¿Quiere que la deslumbre con unas cuantas conjugaciones verbales?

Carolyn dejó a un lado sus perturbadores pensamientos y se acordó de Gacha, la perra de ojos redondos de Daniel.

– De hecho, hay varias frases que me gustaría mucho aprender.


– Siento no haberte encontrado esta tarde -declaró Sarah después de abrazar con fuerza a Carolyn cuando se vieron aquella noche en la concurrida fiesta de lord y lady Exbury-. Me alegro mucho de que estés bien. ¡Qué experiencia tan horrible y espantosa! Gracias a Dios que han detenido a lord Tolliver y no podrá hacer daño a nadie más. -Sarah soltó a Carolyn, la observó durante varios segundos, se subió las gafas por la nariz y parpadeó-. Debo decir que no te ves nada mal después del susto que te llevaste. De hecho, estás radiante.

¡Cielos! No esperaba que su encuentro con Daniel la hiciera brillar como una lámpara incluso después de tanto tiempo. Carolyn miró a su hermana y, tras una pausa, declaró:

– Yo podría decir lo mismo de ti, Sarah. Parece que despidas luz de tu interior.

El rubor de Sarah se acentuó. Cogió a Carolyn por el brazo y la arrastró hasta un rincón de la atiborrada sala. Por el camino oyó trozos de conversaciones en las que el tema predominante era el asesinato de lady Crawford:

– Me parece increíble que todavía no hayan cogido al asesino…

– Seguro que no tardarán…

– He oído decir que creen que un antiguo amante…

– … y ayer otro tiroteo…

Una vez refugiadas en la intimidad del rincón en penumbra, Sarah declaró en voz baja:

– Yo sé por qué estoy radiante. La culpa es de mi marido, quien por fin me envió una de esas notas en las que se especifica una hora y un lugar y que se mencionan en las Memorias.

– Está claro que ha funcionado sumamente bien.

– No te lo puedes ni imaginar. -Sarah enarcó una ceja-. ¿Y cuál es tu excusa?

«La culpa es del mejor amigo de tu marido, quien me hizo una demostración de cómo se hace el amor en un carruaje, tal y como se relata en las Memorias.»

Como no deseaba expresarlo en voz alta, Carolyn titubeó. Nunca había tenido secretos con su hermana, pero ¿cómo podía esperar que Sarah comprendiera algo que ella misma apenas comprendía? ¿Que comprendiera una atracción tan insospechada y, a la vez, tan intensa que hacía que hiciera cosas que nunca creyó que fuera capaz de hacer? Una atracción que empezaba a temer que se estuviera convirtiendo en algo más. Y con un hombre que le había dejado claro que lo único que deseaba era una aventura.

¿Qué ocurriría si se lo contaba a Sarah y ella desaprobaba su forma de actuar? Carolyn no creía que pudiera soportar ver la censura en los ojos de su hermana. Sin embargo, tampoco podía soportar la idea de mentirle.

Decidió que la mejor alternativa era confesarle parte de la verdad y descubrir cuál era su reacción.

– Mi excusa es que… me han besado.

En lugar de parecer horrorizada, los ojos de Sarah brillaron con interés.

– ¿Ah, sí? A juzgar por tu resplandor, debe de haber sido un beso excelente.

– Lo fue. -Carolyn apenas pudo reprimir un profundo suspiro-. Realmente excelente.

– ¿Y quién, si se puede saber, es ese hombre que besa tan bien?

Carolyn sacudió la cabeza, sintiéndose confusa.

– ¿No te sientes horrorizada? ¿Decepcionada?

– ¡Cielos, no! Estoy encantada. -Se acercó todavía más a Carolyn-. ¿Y quién ha sido?

«Mmm…» Aunque ella no pretendía conmocionar a su hermana, lo menos que podía haber hecho Sarah era sorprenderse un poco.

– ¿Por qué no te escandalizas?

– Porque creo que eres una mujer hermosa que merece que la besen y a quien no han besado desde hace mucho tiempo.

Las reconfortantes palabras de Sarah emocionaron a Carolyn.

– En ese caso, supongo que debo confesarte que, en realidad, hoy me han besado dos hombres.

Sarah arqueó las cejas de una forma brusca, pero en lugar de parecer horrorizada, sus ojos chispearon.

– ¡Cielos, sí que has tenido un día ajetreado! ¿Y quiénes son esos dos hombres extremadamente inteligentes, de buen juicio y gusto impecable?

– ¿Cómo sabes que son inteligentes, de buen juicio y gusto impecable?

– Porque te eligieron a ti para besarte.

El diablillo interior de Carolyn la llevó a enarcar una ceja y preguntar:

– ¿Qué te hace pensar que no fui yo quien los elegí?

– Si fue así, eso sólo reforzaría mi punto de vista, pues tú no habrías elegido a un hombre que no fuera inteligente, de buen juicio y gusto excelente. Y ahora, ¿vas a contarme quiénes son antes de que me muera de curiosidad o tengo que ir a buscar un atizador de chimenea para pincharte?

Carolyn sacudió la cabeza medio incrédula y medio divertida.

– ¿Desde cuándo eres tan poco impresionable?

– Toda la culpa es de ese marido mío. En un período de tiempo escandalosamente corto, me ha despojado de todo mi pudor virginal.

«Eso es, exactamente, lo que su mejor amigo ha hecho conmigo.»

Sarah le propinó un leve empujón con el codo.

– ¿Quieres que vaya a buscar el atizador?

– No. -Carolyn se acercó a su hermana y susurró-: El beso número uno fue de Daniel… lord Surbrooke.

– ¡Ah! -exclamó Sarah, mientras una sonrisa que sólo podía indicar que ya se lo esperaba le bailaba en los labios-. ¿Y cómo fue?

«Increíble. Delicioso. Sorprendente.»

– Agradable.

– ¿Sólo agradable?

– Muy agradable. ¡Caray! ¿Por qué no estás sorprendida?

– Porque me he fijado en cómo te mira cuando cree que nadie lo está mirando.

– ¿Y cómo me mira?

– Como si quisiera besarte. No, en realidad, como si se estuviera muriendo por besarte. Muy a conciencia… Para empezar.

«¡Oh, Dios mío!» Y lo había hecho. Muy a conciencia. Para empezar.

– ¿Y el beso número dos? -preguntó Sarah, propinándole otro empujón con el codo.

– Cortesía de Logan Jennsen.

Esta vez, Sarah arqueó las cejas.

– Interesante.

– Pero ¿no sorprendente?

– No especialmente, pues también me he fijado en cómo te mira.

– ¿Y cómo me mira?

– Como si fueras un plato de leche y él fuera un gato muy sediento. ¿Y cómo fue el beso del señor Jennsen?

– También agradable.

Sarah la contempló por encima de la montura de las gafas.

– No es habitual en ti ser tan poco comunicativa, Carolyn. -Su expresión reflejó preocupación-. Algo pasa. Cuéntamelo, por favor.

La preocupación de su hermana hizo que se le formara un nudo en la garganta y Carolyn tuvo que tragar dos veces para desanudarlo.

– En realidad, no pasa nada malo. Sólo que me siento confusa.

Sarah asintió con la cabeza.

– Porque los dos son muy atractivos pero sentiste algo con el beso de lord Surbrooke y no sentiste nada con el del señor Jennsen.

Carolyn la contempló asombrada.

– ¿Desde cuándo eres clarividente?

– No lo soy, sólo soy observadora y te conozco muy bien. -Cogió las manos de Carolyn entre las suya -. También me he fijado en cómo miras a lord Surbrooke cuando crees que nadie te está mirando.

«¡Cielos!»

– ¿Y cómo lo miro?

Como una mujer que se siente cautivada por lo que ve.

– Sarah la observó durante unos segundos con ojos serios-. Te hace reír.

Carolyn asintió.

– Sí. Y me hace sentir y querer cosas que no pensé que volviera a sentir o querer nunca más. Creía que mis anhelos se debían sólo a la lectura de las Memorias. Que la naturaleza sensual del libro me hacía desear el tipo de intimidad física que Edward y yo compartíamos.

Se interrumpió sin estar segura de cómo continuar.

Sarah asintió con lentitud.

– Creíste que, como la Dama Anónima, cualquier hombre podría satisfacer tus anhelos físicos. Sin embargo, después de besar a dos de ellos, ambos muy atractivos, te has dado cuenta de que sólo uno calma tus ansias.

Quizá, después de todo, su hermana sí que era clarividente.

– Me temo que así es, lo que es sumamente inquietante.

– ¿Porque te parece que estás siendo desleal a la memoria de Edward?

– En parte sí.

– ¿Y por qué más? Lord Surbrooke es un buen hombre.

– Sí.

Lo cierto era que estaba demostrando ser mucho mejor hombre de lo que ella creía en un principio.

– A pesar de todo, no pareces feliz con este asunto. ¿Ha hecho algo que te haya ofendido?

– De hecho, me ha enviado dulces. Y flores.

Sarah torció la boca.

– ¡El muy desalmado! Creo que debería echarle los perros encima.

Carolyn sacudió la cabeza y soltó una carcajada…

– ¿A Danforth y Desdemona? Me temo que tus perros, a pesar de su imponente tamaño, sólo lo lamerían hasta matarlo.

– Tienes razón. Está claro que tengo que comprarme unos perros fieros.

– No cambiaría nada. El les cae bien a los perros.

– Entonces deberías estar contenta. Los perros son muy buenos juzgando el carácter de las personas. Un hombre al que aman los perros es un hombre que merece la pena tener.

– Pero éste es el problema. Yo no quiero tenerlo.

La expresión de Sarah se suavizó con comprensión.

– Creo que, en el fondo de tu corazón, sí que quieres tenerlo y esto es lo que te tiene tan confusa.

Carolyn negó con la cabeza.

– Mi corazón pertenece a Edward.

«¿O no?»

El hecho de que se cuestionara algo de lo que siempre había estado segura la alarmó de verdad.

– Y aunque no fuera así, Daniel ha dejado bien claro que no quiere mi corazón. Sólo está interesado en mí en un sentido físico.

– ¿Y eso es lo único que te interesa a ti de él?

«Sí.» «No.» «No lo sé.» Creía que lo sabía, pero ya no era así. El hecho de que todos estos cambios y sentimientos se hubieran producido en un período tan corto de tiempo la desconcertaba todavía más. -S… si.

– Entonces no veo cuál es el problema. Los dos queréis lo mismo. -Sarah volvió a apretarle las manos-. Y los dos deberíais tenerlo.

Carolyn buscó la mirada de Sarah.

– ¿Me estás animando a que viva una aventura?

– Te estoy animando a que hagas lo que te haga feliz. Ya has sido infeliz durante mucho tiempo y quiero que vuelvas a vivir. Nada de lo que hagas me parecerá mal, Carolyn. -Titubeó y añadió-: Ya tienes una aventura con él.

No se trataba de una pregunta, y lo dijo con tanta amabilidad y comprensión que las lágrimas se agolparon en los ojos de Carolyn.

– Yo… No estoy segura de lo que me ha pasado. Creí que lo tenía todo claro, pero después de que Logan me besara y no provocara en mí las mismas sensaciones que me había provocado el beso de Daniel… -Su voz se fue apagando. Entonces inhaló hondo y continuó-: Se suponía que la aventura con Daniel tenía que ser algo superficial. Despreocupado. Y sin complicaciones. Pero, de repente, no es nada de todo esto.

– Porque los sentimientos son muy difíciles de contener. Y de predecir.

– Lo que resulta inquietante y enojoso a la vez.

– Sí, pero también puede ser maravilloso.

«Sí. Y doloroso.»

Sarah le dio un breve abrazo.

– Pásatelo bien, Carolyn. Disfruta de todo lo que te hace resplandecer. Si te concentras en sacar lo mejor del día de hoy, mañana todo se colocará en su lugar.

Carolyn se inclinó hacia delante y besó a Sarah en la mejilla.

– Gracias.

– De nada. -Sarah bajó la voz-. No mires, pero lord Surbrooke está al otro lado de la habitación hablando con… -alargó el cuello- lady Margate. Acaba de verte y… ¡Cielo santo, qué expresión ha iluminado su mirada! Como una llamarada que prende repentinamente en astillas secas.

Carolyn no pudo evitar mirar en aquella dirección. Su mirada se encontró con la de Daniel y pareció como si todo lo que había entre ellos, los invitados, las charlas, la música, el tintineo de las copas de cristal…, todo se desvaneciera. Una avalancha de preguntas bombardeó a Carolyn, quien tuvo que esforzarse para no atravesar corriendo la habitación y formulárselas a Daniel. «¿Has leído el libro? ¿Y mi nota? ¿Tienes tantas ganas como yo de estar de nuevo a solas conmigo?»

– Julianne y Emily están a punto de unirse a nosotras -declaró Sarah con la boca de medio lado-. Te dejo en buenas manos mientras voy a buscar a mi marido, quien me prometió un baile.

Preguntándose cuánto tardaría Daniel en acercarse a ella, Carolyn lo saludó con un discreto gesto de la cabeza, gesto que él le devolvió. A continuación, se esforzó en centrar su atención en Emily y Julianne, quienes querían oír los detalles del disparo de la noche anterior. Cuando Carolyn volvió a mirar hacia donde había visto a Daniel por última vez, él ya no estaba allí. Y tampoco lady Margate, con quien él estaba hablando minutos antes. ¿Se dirigía Daniel hacia donde estaba ella? Esta idea hizo que el corazón se le acelerara, pero después de estar hablando durante un cuarto de hora con Emily y Julianne sin que Daniel apareciera, el estado de ánimo de Carolyn decayó.

¿Dónde estaba él y por qué no se había acercado a ella?

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