A algunas mujeres les gustan las restricciones del matrimonio, pero yo disfrutaba de la libertad de la viudedad y de no tener que dar explicaciones a nadie salvo a mí misma. Era libre de centrarme en un amante o, si lo deseaba, dirigir mi atención a varios hombres.
Memorias de una amante,
por una Dama Anónima
– ¿Estás disfrutando de la fiesta?
La pregunta hizo que Daniel apartara su atención de Carolyn, quien estaba en el otro extremo de la atiborrada habitación cerca de la fuente del ponche, y se volviera hacia su interlocutor. Matthew estaba a su lado, con una copa de champán en la mano.
– Claro que estoy disfrutando de la fiesta.
Lo que era una mentira absoluta. Había cumplido con su obligación, charlando y mezclándose con los demás invitados, incluidos Gideon Mayne y Charles Rayburn, quienes estaban de servicio y seguían esperando encontrar una pista en relación con en el asesinato de Blythe. En más de una ocasión, Daniel había sentido sus miradas clavadas en él.
Pero ahora que había cumplido sus obligaciones sociales, lo único que quería era irse de allí. Con Carolyn, a quien, a pesar de todos sus esfuerzos, no había conseguido borrar de su mente ni siquiera un instante. Sobre todo después de leer el explícito libro que le había enviado. Las breves palabras que ella había escrito en la nota adjunta estaban grabadas en su mente: «Quiero todo esto.»
¡Y por Dios que él quería dárselo! Y había decidido empezar allí mismo, empleando uno de los métodos utilizados por uno de los amantes de la Dama Anónima. En una de las fiestas a las que asistieron, el amante de la dama se mantuvo alejado de ella a propósito para crear un ambiente de expectativa. El estaba haciendo lo posible por mantenerse a distancia de Carolyn, pero le estaba costando muchísimo. Quizá le iría mejor si empleara otro de los métodos descritos en el libro. El de arrastrar a hurtadillas a su amante a la habitación vacía más cercana, cerrar la puerta con pestillo y proceder a demostrarle lo mucho que la deseaba. Pero sabiendo los rumores que había despertado el hecho de que estuvieran juntos durante el tiroteo de la noche anterior, por respeto a Carolyn, decidió actuar con discreción.
Aunque…, el plan de arrastrarla fuera de aquella habitación quizá fuera mejor, pues el bastardo de Jennsen estaba hablando con ella en aquellos momentos. Y sonriéndole. Y, maldita sea, ella le estaba devolviendo la sonrisa. De hecho, estaban hablando como si fueran los mejores amigos del mundo.
– Debo decirte que me sorprende que estés disfrutando de la fiesta -declaró Matthew-, porque por tu aspecto nadie lo diría. Tu cara parece una nube tormentosa.
¡Maldición! Daniel cambió de expresión y bebió un trago de coñac.
– La fiesta es estupenda.
– Me alegra que opines así. Personalmente, me cuesta esperar a volver a casa con mí encantadora mujer y quitarle ese precioso vestido que lleva puesto. ¿Tienes planes para más tarde?
«Sí, voy a tirar al bastardo de Jennsen a las zarzas más cercanas. Después haré el amor con la mujer más hermosa que he visto en mi vida.»
– ¿Por qué me lo preguntas?
– Sólo por charlar. -Se interrumpió y añadió-: Sorprendente pareja.
– ¿Quién?
– Carolyn y Jennsen.
Daniel apretó con fuerza la copa de coñac.
– No son una pareja -declaró, orgulloso de lo indiferente que sonó su afirmación.
– Lo mismo pensaba yo, pero algo que me ha contado Sarah hace menos de un cuarto de hora me ha hecho cambiar de opinión.
– ¡Vaya! ¿Y qué te ha contado tu esposa?
– Que Jennsen la besó. Me refiero a Carolyn, claro, no a mi esposa. Si hubiera besado a mi esposa, te aseguro que no habría podido asistir a la fiesta.
A Daniel se le heló la sangre. Se volvió poco a poco hacia Matthew.
– ¿Disculpa?
– Digo que, si hubiera besado a mi esposa…
– Esta parte no, la otra.
– ¡Ah! Que Jennsen ha besado a Carolyn.
Daniel se sintió como si lo hubieran apuñalado y preguntó con sequedad:
– ¿Cuándo?
– Hoy.
Daniel negó con la cabeza.
– Te equivocas.
Tenía que equivocarse.
– Te aseguro que no.
– ¿Dónde?
Matthew frunció el ceño.
– Sarah no me lo ha contado, aunque, si tuviera que adivinarlo, diría que en el salón.
– Me refiero a qué parte del cuerpo le ha besado. ¿La mano? ¿La mejilla?
Aunque odiaba la idea de que la hubiera besado, suponía que podría reprimirse y no darle a Jennsen una patada en el culo por besarle la mano o la mejilla a Carolyn. Al menos, eso creía.
Matthew sacudió la cabeza.
– ¡Ah, no! En los labios. Y, según Sarah, fue todo un beso.
Daniel se sintió como si fuera a expulsar vapor por todos los poros de su cuerpo.
– ¿Qué demonios significa eso?
Al oír su tono de voz, Matthew arqueó una ceja.
– Seguro que, con todas las amantes que has tenido, sabes qué tipo de beso es «todo un beso».
Una neblina roja empañó la visión de Daniel. El bastardo de Jennsen había besado a Carolyn. A su Carolyn. Iba a hacer algo más que patear el maldito culo colonial de Jennsen. Lo iba a patear durante todo el camino de regreso a Norteamérica. Separó los labios para hablar, pero estaba tan furioso que las palabras no salieron de su boca. Nunca, en toda su vida, se había sentido tan enfadado. O tan terriblemente celoso.
Lo que resultaba ridículo. El no tenía ningún derecho sobre Carolyn. Como sus anteriores amantes, ella era libre de hacer lo que quisiera con quien quisiera. Igual que él. El problema consistía en que, a diferencia de sus anteriores aventuras, él no deseaba a nadie más que a ella. Y la posibilidad de que ella deseara a alguien que no fuera él, que compartiera con otro hombre las intimidades que había compartido con él, lo destrozaba. Era evidente que Jennsen se sentía atraído por Carolyn. Pero ¿ella también se sentía atraída por Jennsen?
– ¿Cuál fue su reacción al beso de Jennsen?
Daniel tuvo que esforzarse para que las palabras salieran por su tensa garganta.
– No tengo ni idea. Pero no parece estar enfadada con él. Y está claro que no le amorató un ojo. -Matthew se inclino hacia Daniel-. Tenía la impresión de que estabas interesado en ella. Si es así, será mejor que dejes de mariposear por ahí.
– ¿Qué te hace pensar que estoy mariposeando por ahí?
– El hecho de que ella esté allí charlando y sonriéndole a Jennsen y que tú estés aquí conmigo es prueba suficiente.
Daniel vio que Jennsen le tendía a Carolyn un vaso de ponche e intentó apartar de su mente la imagen de aquel bastardo besando a su mujer. Saboreándola. Tocando su piel. Haciendo el amor con ella.
«Ella no es tu mujer. Es tu amante. Nada más.»
Sí. Y eso era lo que él quería. Una frugal aventura, como de costumbre. Y lo que ella quería también, porque su corazón seguía entregado a Edward. ¡Cielos, ya era bastante malo tener que competir con el recuerdo de su esposo muerto! Esposo que Carolyn había colocado en un pedestal tan alto que casi lo había convertido en una divinidad. ¡Y encima ahora tenía que competir con Jennsen! Alguien mucho más vivo que, evidentemente, no tenía reparos en tomar lo que deseaba. Y alguien que, por la forma en que ella le sonreía, a Carolyn le gustaba.
Pues bien, Daniel tampoco tenía reparos en tomar lo que deseaba, algo que Jennsen descubriría antes de que terminara aquella velada.
Matthew declaró en voz baja:
– Si yo fuera tú, no me preocuparía. Recuerdo con claridad que me dijiste que todas las mujeres se ven iguales en la oscuridad. Según esta teoría, cualquier mujer servirá para satisfacer tus apetitos carnales. De hecho, en esta misma habitación hay un montón de féminas encantadoras entre las que escoger.
¿Ah, sí? No se había dado cuenta. La única mujer a la que había prestado atención en toda la noche era Carolyn. Incluso mientras hablaba con otras mujeres, como Kimberly y Gwendolyn, lady Margate, con quienes había mantenido relaciones íntimas en el pasado, sólo estaba pendiente de Carolyn. De dónde estaba, de con quién hablaba y de cuántas veces había mirado en su dirección. Además, era evidente que tenía que revisar su teoría de que todas las mujeres eran iguales en la oscuridad, pues Carolyn la había roto en pedazos.
Matthew soltó un respingo.
– ¡Vaya, la caída de los grandes!
– ¿A qué te refieres?
– A ti, amigo mío. Me refiero a ti. Hace muy poco tiempo me dijiste que sólo deseabas tener una aventura y que querías que tu corazón fuera sólo tuyo.
Daniel apartó con esfuerzo la mirada de Carolyn y Jennsen y miró con enojo a su amigo.
– ¿De qué estás hablando?
– Creo que te ha salido el tiro por la culata. -Matthew le dio unas palmaditas a Daniel en el hombro-. Dado que yo he pasado recientemente por la terrible experiencia de perder el corazón, por no mencionar el alma, te acompaño en el sentimiento.
Daniel sintió que empalidecía.
– A mí no me ha pasado nada parecido.
– Te he estado observando, amigo mío, y yo diría que sí.
– ¿Desde cuándo te has dedicado a observarme tan de cerca?
Matthew esbozó una sonrisa luminosa.
– Desde que te convertiste en alguien tan interesante de observar. Considérame a tu disposición, por si necesitas un oído que te escuche o un hombro en el que llorar.
– Dudo que vaya a echarme a llorar.
Matthew asintió en señal de aprobación.
– Conserva tu orgullo. Buen plan. En cuanto a mí, esperaré el momento en el que pueda decirte que ya te lo había dicho. Y quizás incluso cobrar las cincuenta libras de la apuesta que hicimos. Mientras tanto, me voy a buscar al amor de mi vida, a llevarla a casa y conducirla a la cama. Y te sugiero que hagas lo mismo. Te deseo suerte.
Con la mente en estado de caos, Daniel contempló cómo se alejaba su amigo. ¿Podía Matthew estar en lo cierto? ¿Había perdido tontamente su corazón? Demonios, esperaba que no, porque, si era así, lo había hecho con una mujer que había dejado claro que no lo deseaba.
Miró a Carolyn, quien ahora charlaba con sus amigas lady Julianne y lady Emily. Tras dar una rápida ojeada a la habitación, vio que el bastardo de Jennsen se dirigía a la terraza.
Daniel lo siguió con la mandíbula encajada. Una vez en la terraza, vio que su presa estaba sola en un rincón, contemplando el jardín.
– ¿Puede dedicarme un minuto, Jennsen?
Jennsen se volvió hacia Daniel y enarcó las cejas. Seguramente, debido al tono autoritario que había empleado Daniel, pero a éste no le importaba en absoluto.
Tras murmurar algo que, sospechosamente, sonó como «Esto promete ser interesante», Jennsen realizó una leve inclinación de cabeza.
– Parece una tetera a punto de expulsar vapor, Surbrooke.
Seguramente porque era así como se sentía.
– Ha besado a lady Wingate.
Jennsen volvió a arquear las cejas y pareció sentirse divertido.
– No creo que eso sea de su incumbencia.
– Eso es por completo de mi incumbencia. Está usted dirigiendo sus atenciones amorosas en la dirección equivocada.
– Por lo que yo sé, soy libre de dirigirlas en la dirección que desee. -Jennsen soltó una breve carcajada-. A diferencia de ustedes, los aristócratas, no me esclaviza un título ni unas normas rígidas acerca del romance y el matrimonio ni la apremiante necesidad de proporcionar un heredero a un linaje viejo y polvoriento.
– Sin embargo, aspira a obtener los favores de una vizcondesa.
– Usted sabe, tan bien como yo, que Carolyn no es como las otras mujeres de ahí dentro. -Hizo un gesto con la barbilla en dirección al salón-. Ella sólo tiene el título por matrimonio y, gracias a Dios, ha conservado lo bueno de sus orígenes más humildes.
Daniel apretó los puños al oír que Jennsen utilizaba, con familiaridad, el nombre de pila de Carolyn.
– Lo que la hace demasiado buena para usted.
– Y supongo que perfecta para usted.
– Eso a usted no le importa. Bástele saber que la dama no está disponible.
– Creo que esto es ella quien tiene que decidirlo. -Jennsen entrecerró los ojos-. ¿Están ustedes prometidos? -Antes de que Daniel pudiera responder, Jennsen añadió con rapidez-: No, claro que no. Su aversión hacia el matrimonio es bien conocida. -Sus labios se curvaron en una lenta sonrisa-. Yo, personalmente, no siento esa aversión. Sólo necesito encontrar a la mujer adecuada.
– Le aseguro que esa mujer no es lady Wingate. -Se acercó a Jennsen y se sintió satisfecho al ver que era un poco más alto que el norteamericano-. La dama ya ha elegido y no lo ha elegido a usted.
Jennsen lo miró con fijeza y, al final, reconoció:
– Lo sé.
Daniel apenas consiguió ocultar su sorpresa ante la claudicación de Jennsen. Quería preguntarle cómo lo sabía -después de hacérselas pasar moradas- pero se lo pensó mejor. No importaba cómo lo supiera siempre que lo supiera. Parte de la tensión de sus hombros se desvaneció.
– Y da la casualidad -continuó Jennsen- de que yo tampoco la he elegido a ella.
Otra capa de tensión se desvaneció.
– Excelente.
– Pero sepa que la única razón de que se lo cuente a usted es porque no quiero causarle a Carolyn ningún problema. -Dio una rápida ojeada a Daniel-. Si tiene que elegir a alguien, me alegro de que sea usted.
– ¿Por qué razón?
– Porque es evidente que usted se preocupa por ella. Y ella se merece que alguien lo haga.
Daniel se mantuvo impasible, aunque le costó un gran esfuerzo. ¡Maldición, primero Matthew y ahora Jennsen! ¿Desde cuándo se había vuelto tan transparente? ¡Pues claro que se preocupaba por ella! La deseó desde la primera vez que la vio. Y aunque el razonamiento de Jennsen le molestaba un poco, valoraba su franqueza. De hecho pensó que, siempre que se mantuviera alejado de Carolyn, era posible… quizás… a lo mejor, algún día, podía caerle bien. Sólo un poco.
Daniel carraspeó.
– En cuanto a lo de encontrar a la mujer adecuada, Jennsen, a pesar de todos los improperios que acaba de proferir hacia nosotros, me apuesto algo a que se enamorará de una inglesa. -Se le escapó una carcajada-. ¡Qué ironía!
Jennsen realizó un sonido de burla.
– Si es así, puede usted apostar su trasero a que no será una de esas mocosas estiradas de la alta sociedad. Preferiría casarme con una camarera.
– Sin embargo, en la fiesta de Matthew se fijó en la hermana de lady Wingate y, después, en la misma lady Wingate.
– Ninguna de ellas es de la alta alcurnia.
Tras reflexionar durante unos segundos, Daniel le preguntó:
– ¿Quiere que lo hagamos más interesante?
– ¿A qué se refiere?
– Apuesto cincuenta libras a que se enamora de una mocosa estirada de la alta sociedad.
– ¡Hecho! -exclamó Jennsen sin titubear ni un instante-. Serán las cincuenta libras que habré ganado más fácilmente en toda mi vida. ¿Quiere hacerlo todavía más interesante?
– ¿Prefiere perder cien libras?
– ¡Oh! No tengo la intención de perder. Quería realizar otra apuesta de cincuenta libras. Apuesto a que también usted se enamorará de una joven de la alta sociedad.
Daniel se rió entre dientes. Como había realizado una apuesta casi exacta con Matthew, ¿por qué no ganarla por partida doble? Jennsen no tenía forma de saber que, puesto que había llegado a los treinta y tres años sin haber caído en las redes del amor, era evidente que era inmune a éstas. Aunque era posible que Carolyn hubiera conseguido robarle un pedacito de su intacto corazón, eso no significaba en absoluto que fuera su dueña. O que él permitiera que ella lo encadenara. Como siempre, su corazón seguía siendo suyo, a pesar de la minúscula muesca que acababa de sufrir.
– ¡Hecho! -Sonrió y se frotó las manos-. ¡Voy a disfrutar aligerándolo de sus cien libras, Jennsen!
Jennsen rió entre dientes y sacudió la cabeza.
– Eso no lo verá nunca. Yo nunca me enamoraré de una joven de la alta sociedad y usted ya tiene el cuello en el lazo, Surbrooke. Y la mano del verdugo ya está en la palanca de la trampilla. Aun así, le deseo suerte.
Sin dejar de reír, Jennsen se alejó desapareciendo en el salón.
Daniel, enojado, aunque no sabía bien por qué, contempló el interior del salón a través de los ventanales. Sus ojos encontraron a Carolyn y, como si ella hubiera sentido el peso de su mirada, se volvió hacia él. Sus miradas se encontraron a través del cristal y, de repente, Daniel se sintió como si el suelo hubiera desaparecido bajo sus pies.
Tanto Matthew como Jennsen le habían deseado suerte y, de repente, tuvo el convencimiento de que la necesitaría.