Descubrí que la mejor manera de mantener el interés de mi amante era adoptar un aire de misterio; tener mis pequeños secretos y asegurarme de que él sabía que los tenía, pero no llegar a contárselos nunca. Y, obviamente, encontrar formas y lugares ingeniosos donde hacer el amor garantizaba que él no se aburriera.
Memorias de una amante,
por una Dama Anónima
Daniel se recostó sobre una manta a la sombra de un sauce centenario mientras el sol de la tarde se filtraba por las hojas mecidas por el viento. Cerró los ojos y exhaló un suspiro de satisfacción. Nunca se había parado a pensar cómo sería para él un día perfecto, pero aquel día había cumplido -no, excedido- todos los requisitos que él hubiera imaginado.
De madrugada, cuando los primeros tonos malva del amanecer pintaron el cielo indicando que había llegado la hora de dejar la cama de Carolyn, casi le resultó imposible hacerlo. No soportaba la idea de no verla durante horas. Y después de pasar una noche perfecta con ella, arropado en el acogedor nido de su dormitorio, donde se habían sentido libres para hablar, reír y hacer el amor, sólo deseaba más de lo mismo.
Aunque se consoló diciéndose que podía pasar la noche siguiente de nuevo con ella, simplemente, no quería esperar tanto. Quería pasar el día con ella. Hablando. Riendo. Caminando. Tocándose. Lo quería todo, pero lejos de los indiscretos ojos de la sociedad londinense.
La quería toda para él.
Así que, antes de levantarse de la cama, la invitó a pasar el día con él en Meadow Hill, su finca en Kent, que estaba a tres horas de Londres. Ella aceptó y salieron justo después del desayuno con la idea de regresar a la ciudad después de cenar. Y así empezó el día más perfecto que él podía haber imaginado.
Durante el viaje, sostuvo a Carolyn en sus brazos mientras ella dormía, acurrucada junto a él, con la cabeza apoyada en su hombro y una mano en su pecho, justo sobre los latidos de su corazón. Cuando llegaron a Meadow Hill, él le enseñó la casa, incluido su dormitorio, pues hacía más de cinco horas interminables que no había hecho el amor con ella. Daniel nunca había llevado a una mujer a su casa de campo. La idea ni siquiera había cruzado nunca su mente. Pero llevar a Carolyn había sido… lo adecuado. Nada más entrar en el vestíbulo, Carolyn llenó su casa de luz, disipando las sombras que él ni siquiera sabía que vivían allí. Ella cogió todo lo que a él le era familiar, aquello con lo que había vivido durante años, e hizo que todo pareciera nuevo y brillante otra vez.
Después de disponer que les prepararan un ligero picnic para comer, Daniel la condujo a los establos, donde, mientras les ensillaban los caballos, le presentó al resto de las mascotas que había adoptado. Los animales se enamoraron de ella y estaba claro que el sentimiento era mutuo. Después recorrieron los vastos terrenos de la finca, que era lo que más le gustaba a Daniel. Cuando desmontó para coger un ramillete de flores silvestres para Carolyn, ella se lo agradeció desabrochándole los pantalones, arrodillándose frente a él y demostrándole que podía derretirlo con la lengua. Él le demostró lo mismo a ella y supo que, durante el resto de su vida, las flores silvestres le recordarían a Carolyn. Y aquel día perfecto.
Después continuaron el recorrido sobre sus monturas. Daniel no tenía intención de detenerse en el pequeño lago de la propiedad, pero Carolyn percibió el brillo del agua entre los árboles y se sintió atraída por él. Cuando ella sugirió que comieran a la sombra del sauce que había junto a la orilla, Daniel tuvo que apretar las mandíbulas para no negarse con rotundidad. Odiaba el agua, y el lago era el último lugar donde quería estar. Sin embargo, al ver el interés que ella mostraba, no pudo negarse.
Daniel se sentó de espaldas al lago olvidando, casi, que éste estaba allí y así pudo disfrutar de la informal comida y de la compañía de Carolyn. Y ahora, somnoliento, con el estómago lleno, la espalda apoyada en el tronco del sauce y la cabeza de Carolyn en su regazo, jugueteó con un mechón del sedoso pelo de ella.
¡Maldición, la idea de que aquel día terminara lo llenaba de un sentimiento de pérdida que lo desconcertaba! Un sentimiento que lo sumergía en un cenagal de emociones desconocidas que con valentía había estado intentando evitar durante todo el día sin éxito.
Siguió esperando que la sensatez volviera a él librándolo de aquella, por lo visto, imparable inmersión en el abismo emocional que se abría a sus pies. Pero, por lo visto, no podía hacer nada para evitar la caída. No podía evitar querer a Carolyn. Tocaría. Simplemente, desear estar con ella. Y, al mismo tiempo, no se sentía nada preparado para navegar por aquellas aguas inexploradas.
Observó a Carolyn, quien examinaba una florecita amarilla que acababa de arrancar del suelo. Se trataba de un acto muy sencillo, pero que lo hechizó por completo. ¡Había algo tan natural en ella…! Carolyn no poseía la altanería de tantas otras mujeres de su clase. Sin duda porque no había nacido entre la nobleza. Ahora era vizcondesa, pero, a pesar de su posición social, conservaba un aire de encantadora sencillez que lo cautivaba por completo. La expresión de asombro que reflejaban sus ojos al oír el trino de un carrizo o al ver una mariposa o una florecita amarilla, embriagaba a Daniel.
– No das nada por sentado.
Daniel no pretendía pronunciar estas palabras en voz alta. Carolyn levantó la cabeza y lo miró, y después de estudiarlo con mirada grave durante varios segundos, asintió.
– Intento no hacerlo. He recibido más de lo que nunca creí que tendría. Más de lo que merezco. Pero también he perdido mucho. Cuando arrancan de tu lado lo que más quieres en el mundo…
Su voz se apagó y, tras fruncir el ceño, Carolyn volvió a dirigir su atención a la flor amarilla.
Se refería a Edward, claro, al hombre que había amado y seguía amando con toda su alma. Daniel no estaba preparado para el profundo sentimiento de envidia que lo invadió. ¿Cómo sería ser adorado de aquella manera? ¿Que alguien te considerara lo que más quiere en el mundo?
Arrugó el entrecejo. Nunca antes se había formulado esta pregunta. Suponía que debía de ser una sensación agradable, aunque no tenía forma de saberlo. Desde luego, a él nadie lo había amado nunca de esa manera.
– Hago lo posible por valorar lo que todavía tengo -continuó Carolyn con voz suave-. Aunque ha sido un camino difícil de recorrer.
Sus palabras hicieron que Daniel se diera cuenta de la frecuencia con la que él daba por sentada su posición y su vida de privilegio y se sintió avergonzado.
– Me has inspirado a seguir tu ejemplo y valorar más lo que tengo -declaró Daniel.
Carolyn clavó la mirada en la de Daniel y la sorpresa brilló en sus ojos.
– Tú sí que me has inspirado a mí, Daniel. Al ver cómo has ayudado a Samuel, a Katie y a esos pobres animales. -Le lanzó una mirada inquisitiva y sacudió la cabeza-. No tienes ni idea de lo maravilloso que eres, ¿verdad?
El nudo que se le formó a Daniel en la garganta impidió que soltara la exclamación de incredulidad que creció en su interior. Una extraña sensación lo invadió, una sensación que no podía describir, pues no la había experimentado nunca antes. La sensación de que lo hubieran envuelto en una manta caliente y aterciopelada en una fría noche de invierno.
¡Maldición, ella volvía a mirarlo como si fuera una especie de héroe! Y aunque no podía negar que eso lo hacía sentirse sumamente bien, tampoco podía negar la culpabilidad que lo invadía por no corregirla. Porque Carolyn estaba totalmente equivocada.
Daniel consiguió esbozar una débil sonrisa y pasó la mano con delicadeza por el suave pelo de Carolyn.
– Me alegro de que pienses así.
Ella sonrió, apoyó la cabeza cómodamente en el regazo de Daniel y cerró los ojos.
– Lo sé.
El también cerró los ojos concediéndose unos minutos para recuperarse de las emociones que crecían en su interior. Pero aquellos minutos, sumados a lo poco que había dormido la noche anterior, lo llevaron a un profundo y necesario sueño. Lo siguiente que supo fue que tenía la espalda entumecida, y se dio cuenta de que se había quedado dormido. Alargó el brazo para acariciar a Carolyn, pero no la encontró. Entonces abrió sus pesados párpados y vio que estaba solo debajo del árbol.
– ¿Carolyn?
Al no verla entre los árboles que tenía delante, se volvió para mirar a su espalda, hacia el lago. Y se quedó helado.
Carolyn, de espaldas a él y vestida sólo con su fina camisa, estaba en el lago, y el agua le llegaba a las caderas. Los fríos dedos de un miedo atroz subieron por la espina dorsal de Daniel para acabar agarrándolo por la garganta. Una luz aterradora surgió de la oscuridad en la que él la retenía con determinación. Mientras contemplaba a Carolyn, ella avanzó hasta que el agua le llegó a la cintura.
La parte racional de la mente de Daniel le dijo que ella estaba bien, poro los recuerdos que había encerrado bajo llave hacía ya tanto tiempo lo bombardearon mezclando el pasado con el presente y enviando por su cuerpo una ola de terror frío y atroz que encogió, dolorosamente, sus entrañas.
Con el corazón latiéndole con tanta fuerza que cada latido parecía golpear sus costillas, Daniel se incorporó sobre sus temblorosas piernas y tomó aire con vacilación.
– ¡Carolyn!
Su voz sonó grave y áspera y Daniel percibió en ella el pánico que lo atenazaba. Carolyn se volvió al oírlo y, a diferencia de lo que ocurrió tantos años atrás, él obtuvo una sonrisa resplandeciente como respuesta. Y un alegre saludo con la mano. Pero entonces su visión pareció enturbiarse y, en lugar del pelo suelto color a miel, Daniel vio una trenza oscura. Y unos ojos vacíos y sombríos.
Daniel parpadeó y la resplandeciente sonrisa de Carolyn volvió a brillar frente a él. Los labios de Carolyn se movieron, pero él no oyó lo que le decía a causa del zumbido de sus oídos. Ella volvió a saludarlo con la mano, se volvió y se introdujo más en el lago. Daniel avanzó con pasos titubeantes y le gritó que regresara, pero justo entonces ella perdió pie, agitó los brazos y, tras soltar un grito, cayó. Y desapareció bajo la superficie de cristal del agua.
«¡Dios todopoderoso, otra vez no! ¡Otra vez no!»
Estas palabras reverberaron en su mente como un mantra espeluznante. Todo en su interior se heló y, durante un segundo aterrador, Daniel revivió lo que llevaba años intentando olvidar. Entonces, con un grito rasgado que pareció surgir de las profundidades de su alma, exclamó:
– ¡No!
Y corrió hasta el lago ansioso por salvarla. Nadó hacia donde Carolyn había desaparecido luchando con desesperación contra el pasado y los recuerdos, pero sin conseguirlo.
La cabeza de Carolyn apareció en la superficie. Tras escupir una bocanada de agua, Carolyn soltó una carcajada de incredulidad y apartó los mechones de pelo que tenía pegados a la cara. ¡Qué torpe había sido! ¡Cielos, el suelo había desaparecido de debajo de sus pies! Carolyn sacudió la cabeza sorprendida por su falta de destreza y se esforzó en ponerse de pie. Acababa de recobrar el equilibrio cuando unas manos fuertes la cogieron por los brazos y la hicieron girarse con brusquedad. Carolyn parpadeó para sacudirse el agua que permanecía pegada a sus pestañas y miró a Daniel. Soltó una risa nerviosa y volvió a apartar los mechones de pelo que se habían pegado a su cara.
– ¿Puedes creer que…?
Sus palabras se apagaron, igual que su sonrisa, cuando vio la expresión de Daniel. Su cara era del color de la tiza y parecía que sus extraviados ojos habían sido marcados al fuego en su pálida piel. Su boca se había reducido a una línea tensa de tono blanquecino y todo él irradiaba tensión. Sus ardientes ojos recorrieron el rostro de Carolyn.
– ¿Estás bien? -preguntó Daniel con una voz baja y áspera que Carolyn no reconoció. Antes de que ella pudiera siquiera abrir la boca para contestar, Daniel le dio una rápida sacudida-. ¡Dime que estás bien!
– Estoy bien. Mojada y algo torpe, pero totalmente bien.
Los dedos de Daniel se apretaron en sus brazos.
– Te has sumergido.
Ella asintió con la cabeza.
– Resbalé. -Como él parecía muy trastornado, Carolyn volvió a sonreírle-. Soy consciente de que debo de tener un aspecto horrible, pero no es nada que una toalla y un cepillo de pelo no puedan solucionar.
En lugar de devolverle la sonrisa, Daniel tiró de ella. Sus brazos la apretaron contra él como un tornillo de banco ajustándola a su cuerpo. Los fuertes y rápidos latidos del corazón de Daniel golpearon a Carolyn. Tras soltar un gruñido, Daniel hundió la cara en el cuello de ella. Al principio, Carolyn creyó que él sólo estaba reaccionando, de una forma exagerada, a un simple accidente y que, como la mayoría de los hombres, creía que las mujeres estaban hechas de cristal y que podían romperse con facilidad o, como en aquel caso, disolverse. Sin embargo, después de unos segundos, Carolyn se dio cuenta de que Daniel estaba temblando.
– ¿Daniel?
Carolyn se agitó en el apretado abrazo de Daniel y él, al final, levantó la cabeza. Su expresión descompuesta sorprendió a Carolyn. Y la preocupó. Nunca había visto una mirada tan desolada en los ojos de nadie. Y, aunque él la estaba mirando, parecía que no la viera.
Carolyn cogió su pálida cara entre sus húmedas manos.
– Está claro que te he asustado. Lo siento mucho. Pero no tienes por qué preocuparte. Estoy bien, Daniel. Absolutamente bien. -Rozó las mejillas de Daniel con sus pulgares-. Aunque no era necesario, te agradezco que te tiraras al agua para salvarme.
El aturdimiento de los ojos de Daniel se desvaneció un poco, pero Carolyn siguió preocupada. Parecía que Daniel hubiera visto a un fantasma. Carolyn le cogió la mano y dijo:
– Salgamos del agua.
Él asintió con un movimiento apenas perceptible de la cabeza y, apretando con fuerza la mano de Carolyn, regresó con ella a la orilla. Cuando salieron del lago, Daniel temblaba exageradamente. La preocupación de Carolyn aumentó, pues el día era cálido, el sol brillaba en el cielo y el agua no estaba fría. Carolyn se dirigió al sauce, cogió la manta y condujo a Daniel a una zona soleada.
– Sentémonos -dijo con suavidad.
Daniel se dejó caer sobre la hierba, como si las piernas ya no lo sostuvieran. Ella lo envolvió en la manta, se arrodilló frente a él y le cogió las manos. Los dedos de Daniel estaban fríos como el hielo, y su piel, mortalmente pálida.
– Daniel -declaró Carolyn con voz suave-. ¿Qué te ocurre?
Él permaneció en silencio durante tanto tiempo que Carolyn creyó que no iba a contestarle. Daniel tenía la mirada fija en el agua y parecía tan trastornado que a Carolyn se le encogió el corazón. Ella frotó las frías manos de él con las suyas y esperó.
Al final, algo de color volvió a las mejillas de Daniel, quien carraspeó.
– No me gusta el agua -declaró con un tono de voz que parecía indicar que no se había lavado en años.
– Ya me he dado cuenta. Siento haber sugerido que comiéramos aquí. Si hubiera sabido la aversión que sentías hacia el agua, nunca…
– No es culpa tuya. Nadie lo sabe. No se lo he contado nunca a nadie.
Carolyn esperó a que él continuara, pero se produjo otro largo silencio. Era evidente que Daniel estaba luchando contra algo, algo que le producía un enorme dolor. Al final, Carolyn apretó los labios contra los fríos dedos de Daniel.
– No tienes por qué contármelo, Daniel.
Él la miró y, al ver su sombría mirada, a Carolyn se le hizo un nudo en la garganta. La habitual compostura de Daniel se había resquebrajado revelando un profundo sufrimiento.
– Ella murió en el agua. -Aquellas palabras apenas susurradas parecían arrancadas de lo más hondo de su ser. Daniel exhaló un suspiro tembloroso-, intenté salvarla, pero era demasiado tarde. Cuando conseguí sacarla del agua, ya estaba muerta.
Carolyn contuvo el aliento y una oleada de compasión recorrió su interior.
– ¡Oh, Daniel! ¡Qué horrible! Lo siento muchísimo.
La mirada de Daniel buscó la de Carolyn, como si pidiera comprensión. Entonces las palabras salieron en amargos borbotones de su boca.
– Había bajado al lago. Me tumbé en mi lugar favorito al sol y me dormí. Cuando me desperté, la vi. El agua le llegaba a la cintura. La llamé, pero ella siguió avanzando hacia el interior del lago. Cada vez más hondo. Yo no comprendía por qué no me respondía. Grité. Más y más fuerte. Le pedí que se detuviera. Que me mirara.
»Al final, ella se volvió hacia mí. Entonces lo vi en sus ojos. Supe lo que pretendía hacer. No sé cómo lo supe, pero lo supe. Me metí corriendo en el agua. Gritando, suplicando. Le dije que la quería. Que la necesitaba. Más que a nada en el mundo. Pero nada surtió efecto. Ella se volvió y siguió avanzando. En aquel lugar, el fondo del lago cae en picado de repente. Vi que se hundía.
Pero yo era muy buen nadador. Creí que podría salvarla. Pero fallé. Las piedras… -Se le rompió la voz y volvió a carraspear-. Llevaba piedras en la falda. Al final, la encontré. La subí a la superficie, pero era demasiado tarde.
¡Santo cielo! Había visto cómo se suicidaba la mujer a la que amaba. Intentó salvarla, pero no pudo. Y era evidente que se culpaba a sí mismo.
Algo húmedo cayó sobre las manos de Carolyn, que todavía sujetaban con fuerza las de Daniel, y se dio cuenta de que era una lágrima. De ella misma. Las lágrimas caían de sus ojos y resbalaban en silencio por sus mejillas.
– Daniel… Lo siento muchísimo.
Daniel hundió su mirada en la de Carolyn.
– Hace un rato, cuando acabamos de comer me dormí, y cuando me desperté, tú no estabas. Te vi en el agua, adentrándote en el lago, y, entonces, te sumergiste… -Daniel se estremeció-. Fue como revivir mi peor pesadilla.
La culpabilidad y el autorreproche golpearon a Carolyn, quien apretó con más fuerza las manos de Daniel.
– Siento tanto haberte asustado… Como tú, yo también me dormí. Cuando me desperté, tenía calor y me sentía incómoda, y el agua invitaba a bañarse. Tú dormías profundamente y no quise despertarte. Sólo quería darme un rápido chapuzón para refrescarme.
También había planeado incitarlo, si se despertaba, para que nadara con ella en el lago, sin saber que sería inútil.
Carolyn inclinó la cabeza y apoyó la mejilla en las manos entrelazadas de ambos.
– Aunque conozco de cerca el sufrimiento, no sé qué decirte, salvo que siento mucho que sufrieras tan terrible pérdida. ¿Ocurrió recientemente?
Algo cruzó por la mirada de Daniel, quien sacudió la cabeza…
– No, yo tenía ocho años. La mujer era mi madre, Carolyn.
Durante varios y largos segundos, Carolyn sólo pudo mirarlo con sorpresa e incredulidad. Ella había deducido que él era adulto cuando ocurrió aquella desgracia. Que había perdido a la mujer de la que estaba enamorado. Lo que era terrible, pero que un niño presenciara el suicidio de su madre…
– ¡Santo cielo, Daniel!
Ahora comprendía las sombras que nublaban sus ojos. El dolor que flotaba en la profundidad de sus ojos azul oscuro.
– Ella tuvo otro hijo antes que a mí -explicó Daniel con voz grave y distante-. Un niño. Nació muerto. Ella cayó en una profunda melancolía de la que nunca llegó a recuperarse. Yo nací cerca de un año más tarde y, aunque creo que ella intentó interesarse por mí, sencillamente… no lo consiguió.
– ¿Y tu padre?
– Él creía que yo la animaría, pero como no fue así, no quiso saber nada de mí. Con el tiempo, volvió a casarse y tuvo dos hijos más con su nueva esposa. Sophie nunca me quiso. De no haber sido por mí, su hijo mayor habría sido el heredero. Y mis dos hermanastros tampoco me aprecian, sobre todo por la misma razón. Apenas nos vemos. Sólo se ponen en contacto conmigo cuando necesitan algo. En general, dinero. -Volvió a dirigir la mirada hacia el lago-. Hasta el día en que murió, mi padre me culpó de la muerte de mi madre.
Sentimientos de lástima por Daniel y por todo lo que había sufrido y de rabia por la crueldad desconsiderada de su padre entrechocaron en el interior de Carolyn. Evidentemente, no era necesario que el padre de Daniel lo culpara por la muerte de su madre, pues él se culpaba a sí mismo más de lo que nadie pudiera hacerlo nunca.
Carolyn le acarició la barbilla y esperó hasta que él se volvió hacia ella.
– ¿Recuerdas que el otro día te dije que no podemos controlar las acciones de los demás, sólo las nuestras? -Daniel asintió levemente y Carolyn continuó-: La muerte de tu madre no fue culpa tuya, Daniel. La tristeza que la empujó a quitarse la vida no tenía nada que ver contigo.
Un profundo dolor y la más absoluta desolación nublaban los bonitos ojos de Daniel.
– No pude acabar con su tristeza.
– Pero tú no la causaste. -Carolyn apartó un mechón de pelo de la frente de Daniel-. Me… me resulta difícil contarte esto, pues nunca se lo he contado a nadie. Ni siquiera a Sarah, con quien no tengo secretos. -Exhaló un lento y decidido suspiro y declaró-: Después de la muerte de Edward, durante meses pensé en quitarme la vida. Permanecía sentada horas y horas. Contemplando su retrato. Sintiéndome sola y desesperada. Incapaz de encontrar la forma de seguir adelante sin él. Sin querer seguir adelante sin él. -El recuerdo de aquellos días oscuros y tenebrosos la hizo estremecerse-. Pero algo en mi interior no me permitió acabar con mi vida. No sé qué era. Quizás una fuerza interior de la que no soy consciente. Hasta el día de hoy, no entiendo cómo o por qué la tuve… Lo que quiero decir es que mi decisión sólo dependía de mí y de nadie más. Si hubiera decidido acabar con mi vida, nadie, ni siquiera mi querida hermana, podría haberme convencido de no hacerlo. Igual que tú no podías evitar que tu madre llevara a cabo su decisión.
Un largo silencio se produjo entre ellos y, al final, Daniel declaró:
– Ojala mi madre hubiera tenido esa fuerza interior de la que hablas.
– ¡Ojala! Pero el hecho de que no la tuviera no es culpa tuya.
Daniel alargó una mano y deslizó las yemas de los dedos por la cara de Carolyn, como si intentara memorizar sus facciones.
– Me alegro mucho de que tú la tuvieras.
– Yo también, aunque entonces no era consciente de tenerla.
Cuando Daniel pasó las yemas de sus dedos por encima de los labios de Carolyn, ella se las besó.
– Gracias por confiar en mí -declaró Carolyn.
– Gracias por escucharme. Y por confiar tú también en mí. -Cogió la cara de Carolyn entre sus manos-. No era mi intención contártelo, pero ahora que lo he hecho, me siento… mejor. Aliviado. Como si me hubiera librado de un gran peso.
– Mantener los sentimientos encerrados en nuestro interior puede constituir una pesada carga.
– Así es. No hablo con frecuencia desde el corazón. – Torció uno de los extremos de sus labios en una media sonrisa-. Algunos dirían que es porque no tengo corazón.
– Y estarían equivocados, Daniel. -Apoyó una mano en el pecho de Daniel y percibió sus firmes latidos-. Tienes un corazón bueno y generoso. Nunca pienses lo contrario.
Sí, era un hombre honrado, amable y generoso que escondía un gran dolor tras una fachada de mujeriego encantador. Ella lo conocía desde hacía años, pero, en realidad, no lo conocía. No conocía su forma de ser real. Hasta entonces. Hasta que él le había enseñado su corazón.
Una oleada de cálida ternura la invadió inundando su corazón de una sensación que la hizo permanecer totalmente inmóvil. Porque la reconoció. Muy bien. Porque la había experimentado antes. En una ocasión. Con Edward. Era…
«Amor.»
¡Santo cielo, amaba a Daniel!
Durante varios segundos, no pudo respirar. No pudo aceptarlo. Intentó negarlo, pero no, no había ningún error. Lo amaba.
Pero ¿cómo había sucedido? Si apenas lo conocía.
«Lo conoces desde hace años.»
Pero no muy bien.
«Pero últimamente has llegado a conocerlo bien.»
Pero no lo suficiente para amarlo.
«Debes recordar que el corazón sólo necesita un latido para saberlo.»
Sí, se acordaba y, por lo tanto, sabía que no estaba equivocada respecto a sus sentimientos.
Se dio cuenta de que debían de haber surgido durante los últimos meses, a partir de la fiesta de Matthew. Era innegable. Aunque siempre creyó que no volvería a enamorarse nunca más, amaba a Daniel.
Amaba a un hombre que había dejado muy claro que no quería su corazón y que no tenía la menor intención de entregar el suyo.
Y aunque nunca creyó que volvería a pensar en casarse, Carolyn se dio cuenta, de repente, de que la idea de casarse con el hombre al que amaba le producía una felicidad que creyó que no volvería a experimentar en su vida.
Daniel nunca había ocultado su aversión hacia el matrimonio. Dadas sus riquezas y propiedades, la única razón que podía tener para casarse era tener un heredero. Algo para lo que disponía de décadas de tiempo. Y, teniendo en cuenta el fracaso de Carolyn para quedarse embarazada, aunque Daniel cambiara de opinión y decidiera que quería casarse, ella no podría proporcionarle un heredero. El tenía no uno, sino dos hermanos que podían heredar el condado, pero Carolyn sabía que todos los hombres querían un hijo como heredero.
Carolyn cerró los párpados con fuerza y maldijo interiormente aquella ironía.
– ¿Carolyn?
Ella abrió los párpados y percibió la preocupación en la profundidad de los ojos de Daniel.
– ¿Te encuentras bien? -preguntó él.
«No. Me he enamorado tontamente de ti. Y no sé qué voy a hacer al respecto.»
Intentó sonreír, pero no supo, con certeza, si lo había conseguido o no.
– Estoy bien.
– Creo que deberíamos volver a la casa y prepararnos para regresar a Londres.
– Muy bien.
Carolyn se dispuso a levantarse, pero Daniel se lo impidió y se inclinó hacia ella con lentitud. Apoyó sus labios en los de ella y la besó con una tierna pasión que formó un nudo en la garganta de Carolyn y le llenó los ojos de una caliente humedad. Después, Daniel cogió sus pertenencias mientras ella se ponía rápidamente la ropa.
Una hora más tarde, estaban vestidos y arreglados y camino de regreso a Londres. Carolyn no se fiaba de su voz ni sabía qué decir, así que se pasó todo el trayecto acurrucada contra Daniel y con la cabeza apoyada en su pecho. Hablaron poco, y ella se preguntó qué estaría pensando él. Esperaba que se hubiera tomado en serio lo que ella le había dicho acerca de que no era culpable de la muerte de su madre. Y rogaba para que no se hubiera dado cuenta de la profundidad de sus sentimientos hacia él.
Carolyn supo desde el primero momento que, con el tiempo, su aventura acabaría, pero ahora se daba cuenta de que tenía que finalizarla lo antes posible. No tenía sentido que le confesara sus sentimientos a un hombre que había dejado claro que sólo quería una aventura. Contárselo sólo los haría sentirse violentos y, sin duda, él se horrorizaría.
Pero ella no podía continuar su relación con él sintiendo lo que sentía. Sabía, por propia experiencia, que sus sentimientos se profundizarían. Esto significaba que, cuanto más tardara en finalizar la relación, más doloroso le resultaría hacerlo.
Aun así, no podía terminarla en aquel momento, cuando hacía tan poco que las emociones, en carne viva, y los recuerdos de la muerte de su madre habían salido a la superficie. Además, ella quería, necesitaba, estar con él una vez más. Hacer el amor con él una vez más. Después, lo dejaría ir. Y ella empezaría su vida de nuevo.
Cuando llegaron a Londres, el carruaje se detuvo delante de la casa de Carolyn. Daniel la acompañó hasta la puerta, donde le cogió la mano y se la besó.
– Gracias. Por un día precioso que nunca olvidaré.
La emoción anudó la garganta de Carolyn impidiendo que las palabras salieran por su boca. Carolyn tragó saliva y consiguió decir con voz ronca:
– Yo tampoco lo olvidaré nunca, Daniel.
Y él se marchó.
Y ella subió las escaleras que conducían a su dormitorio como si sus piernas soportaran un gran peso.
Minutos después de dejar a Carolyn, Daniel, mentalmente agotado y deshecho, llegó a su casa de la ciudad. Barkley y Samuel lo esperaban en el vestíbulo y el joven criado lo recorría, impaciente y sin cesar, de un extremo al otro.
– Nunca adivinará qué, milor -declaró Samuel en cuanto Daniel cruzó la puerta.
¡Maldición! No estaba seguro de tener las fuerzas suficientes para soportar ningún otro drama aquel día.
– No me lo imagino.
– Aquellos dos tipos han vuelto. El comisario y el detective. Llevan una o dos horas esperándolo. Les dijimos que no sabíamos cuándo regresaría, pero insistieron en esperarlo.
– ¿Han dicho a qué han venido?
Samuel negó con la cabeza y tragó saliva con cierto nerviosismo.
Daniel le dio una palmada tranquilizadora en el hombro.
– Sin duda han realizado algún descubrimiento en el caso del asesinato de lady Crawford. Veré qué es lo que quieren.
– Los acomodé en la biblioteca, milord, por si habían venido en relación con el joven Samuel -declaró Barkley-. Pensé que así podrían disfrutar de la compañía de Picaro.
¡Santo cielo! ¡Dos horas con Pícaro! Daniel dudaba que ninguno de aquellos hombres estuviera contento.
Entró en la biblioteca y se alegró al ver que Picaro estaba durmiendo. Rayburn y Mayne se incorporaron y, después de intercambiar los saludos pertinentes, Mayne declaró con su brusco tono habitual:
– ¿Ha estado fuera todo el día, lord Surbrooke?
– Sí, acabo de llegar a casa.
– ¿Y dónde ha estado?
– He pasado el día en mi casa, en Kent.
Mayne arqueó las cejas.
– Un recorrido muy largo para realizarlo en un solo día.
– El tiempo era bueno y me gusta el paisaje.
Rayburn carraspeó.
– Debió de salir temprano esta mañana. ¿A qué hora salió?
– Sobre las siete. -Daniel miró, alternativamente, a uno y otro hombre-. Caballeros, estoy cansado y quisiera retirarme, así que les agradecería que fueran al grano. ¿El motivo de su visita es Tolliver, o el asesinato de lady Crawford?
– ¿Por qué cree que estamos aquí por el asesinato de lady Crawford? -preguntó Mayne con brusquedad.
– Sólo se me ocurre que hayan venido por una de las dos razones, pues no creo que tengamos ningún otro asunto que tratar.
– Me temo que sí -contestó Rayburn con voz grave y seria-. Dígame, lord Surbrooke, ¿a qué hora abandonó la fiesta de lord Exbury ayer por la noche?
– No estoy seguro, pero diría que alrededor de la una de la madrugada.
– ¿Vino directo a su casa?
– Sí.
– ¿Y no volvió a salir?
Daniel titubeó una décima de segundo, durante la cual empujó a un lado su conciencia.
– No.
Y era cierto. Durante veinte minutos. Antes de salir para ir a la casa de Carolyn.
Mayne entrecerró los ojos con evidente desconfianza.
– Rayburn y yo lo vimos hablar con lady Margate en la fiesta.
Daniel reflexionó durante unos segundos y después asintió con la cabeza.
– Intercambiamos unas cuantas frases de cortesía.
– ¿Cuál es su relación con ella?
– Somos amigos.
– Sabemos, de varias fuentes, que hace apenas un año eran algo más.
– No es ningún secreto que Gwendolyn y yo vivimos un corto romance.
– ¿Le regaló alguna joya, como había hecho con lady Crawford? -preguntó Rayburn.
– Sí, un brazalete.
– ¿De zafiros?
Daniel asintió con la cabeza.
– De hecho, lo llevaba puesto ayer por la noche. -Un escalofrío de intranquilidad recorrió la espina dorsal de Daniel-. ¿Por qué lo pregunta?
– Porque lady Margate fue encontrada muerta esta mañana en las caballerizas que hay detrás de la casa de lord Exbury -contestó Rayburn-. La golpearon hasta morir. El mismo método que utilizaron con lady Crawford, su anterior amante. Y usted, milord, es el lazo que une los dos asesinatos.