Daisy deslizó las manos por los hombros de Jack y acarició con los dedos sus músculos doloridos. Le masajeó la espalda y recorrió con los pulgares la línea de su columna vertebral. Del pelo mojado de Jack se iban desprendiendo gotitas de agua que descendían por su espalda hasta recalar en la toalla azul que llevaba sujeta a la cintura.
El trayecto desde el aparcamiento hasta la casa de Jack les había llevado menos de diez minutos. Por lo general, se necesitaban unos quince para recorrer esa distancia, pero Jack se había saltado alguna que otra señal de stop y no había respetado todos los semáforos.
En ese momento Jack estaba sentado en una silla de cocina, junto a la mesa del comedor. Tenía las piernas a ambos lados y los brazos cruzados sobre el respaldo. Había insistido en darse una ducha rápida antes de que ella le diese el masaje y, cuando salió del baño ataviado únicamente con una toalla, a Daisy le faltó poco para echársele encima allí mismo.
– ¿Qué tal? -le preguntó Daisy mientras sus manos recorrían sus fuertes músculos de arriba abajo.
– Creo que podré volver a utilizarlos.
El calor de la piel de Jack le calentaba las manos, y Daisy iba notando el contorno y la textura de sus músculos a medida que los iba acariciando.
– ¿Daisy?
Ella observó la nunca de Jack. La luz del comedor destellaba en su cabello húmedo.
– ¿Hmm?
– Cuando estuvimos en el lago Meredith dijiste que me habías echado de menos. -Levantó el brazo y la agarró de la muñeca-. ¿Hablabas en serio? -Jack volvió la cabeza. La intensidad de su mirada le indicó a Daisy que su respuesta era de suma importancia para él.
– Sí, Jack. Hablaba en serio.
Jack tiró del brazo de Daisy y lo dijo junto a la mejilla derecha:
– Yo también te he echado de menos, Daisy Lee. Todos estos años te he echado de menos más de lo que era capaz de admitir. -Le acarició la otra mejilla con la mano libre-. Más de lo que estaba dispuesto a que supieses.
Daisy sintió que se le hacía un nudo en la garganta, se inclinó y dijo contra los labios de Jack;
– Te quiero, Jack.
Él cerró los ojos y dejó escapar todo el aire que tenía en los pulmones. Se mantuvo inmóvil durante unos cuantos segundos y después añadió:
– Siempre he estado enamorado de ti. Incluso cuando no quise estarlo.
– Date la vuelta -susurró Daisy.
Jack abrió los ojos.
– ¿Qué?
– Ponte de pie -le dijo ella.
En cuanto se puso en pie y se volvió, ella le colocó las manos en sus hombros y le obligó a sentarse de nuevo.
– No sé qué pasará con nosotros a partir de ahora -dijo Daisy al tiempo que se levantaba la falda del vestido para sentarse en su regazo. Jack abrió las piernas y el trasero de Daisy acabó apoyado en el asiento de la silla. Sus pies descalzos colgaban a ambos lados-. Pase lo que pase, siempre te querré. No puedo evitarlo.
Jack le acarició los muslos sin dejar de mirarla a los ojos y le dijo:
– Voy a mostrarte lo que va a pasar entre nosotros. -Las palmas de sus manos alcanzaron sus caderas y con los dedos encontró el cierre del vestido.
Ella se acomodó mejor entre sus piernas y le preguntó:
– ¿Eso que tienes ahí es la estaca de una tienda de campaña o es que te alegras de verme?
En su boca se dibujó una sonrisa cargada de sexualidad.
– Ambas cosas. ¿Quieres verla?
– ¡Oh, sí! -dijo ella mientras le recorría los hombros y el pecho con las manos. Dejó reposar sus palmas encima de los pezones de Jack y se inclinó hacia delante para besarle en el cuello. Lo único que les separaba era la toalla y la fina tela de sus bragas.
Jack tiró del cierre y el vestido se aflojó.
– Levanta los brazos -le dijo a Daisy.
Ella le obedeció, y Jack agarró el vestido y se lo sacó por encima de la cabeza. El pelo le cayó suelto sobre los hombros y Jack miró con pasión los ojos de Daisy. Arrojó el vestido al suelo y después le cubrió los pechos desnudos con las manos. Los erizados pezones le presionaban el centro de las palmas y Jack los frotó con los pulgares. Daisy entornó los parpados y se humedeció los labios. Jack la conocía. Conocía el peso de su cuerpo cuando estaba encima de él, y reconocía el latido bajo su corazón al sentirlo bajo las palmas de sus manos, sus suspiros de placer y el aroma de su piel.
Era Daisy. Su Daisy.
– ¿Estás seguro de que no te duele el hombro?
¿El hombro? Le importaba un comino el hombro. El único dolor que sentía se localizaba en la entrepierna.
– Lo único que noto es el deseo por ti. -Todas las fantasías sexuales de su vida empezaban y finalizaban en Daisy Lee. Y ahora la tenía frente a sí. Estaba sentada sobre su regazo y no llevaba más que unas braguitas. Si jugaba bien sus cartas, no volvería a perderla.
Daisy bajó la mano por su vientre hasta alcanzar la toalla que llevaba en la cintura. Lo liberó de la toalla, alargó la mano y se apropió de su erección. Estaba tan excitado que se le había acelerado el pulso. Incuso le costaba respirar. Clavó sus ojos en los de Daisy y dejó caer su mirada en el rosado de sus pezones para pasearla a continuación por su ombligo, hasta llegar a sus bragas blancas. Daisy tenía en la mano su duro miembro. Le acarició el glande con el pulgar. Todos los músculos del estómago de Jack se tensaron llevados por la excitación; el aire apenas le llegaba a los pulmones. Colocó la mano sobre la de Daisy y la hizo ascender y descender con suavidad. Ella se inclinó hacia delante y le besó en la garganta. Su cálida y húmeda lengua dejó un rastro de fuego a su paso.
Jack le levantó la cara y apreció el ansia en sus labios. La besó con auténtica pasión; no había ternura ni suavidad en esos besos. En cuanto sus labios se tocaron, fue como una lucha, una búsqueda. Sus lenguas avanzaban y retrocedían. Daisy arqueó la espalda hacia Jack, presionando su pecho con los pezones y rozando su erección con la entrepierna.
Era justo lo que él deseaba. Era lo único que había estado deseando durante toda su vida. Quería sentir la lengua de Daisy dentro de su boca, el peso de su cuerpo al abrazarla, el roce de sus pechos mientras la miraba a los ojos o la besaba en el cuello.
La deseaba. La deseaba por completo. La amaba. Siempre la había amado.
Jack se puso en pie y la toalla cayó al suelo. Colocó a Daisy sobre la mesa de la cocina, frente a él, y la miró fijamente.
– Túmbate, florecita.
Ella se tumbó apoyándose en los codos y observó cómo le besaba los pechos y se metía sus erectos pezones en la boca. Jack no paró hasta que la respiración de Daisy empezó a agitarse; entonces, poco a poco, fue descendiendo, lamiendo su cuerpo camino del ombligo y, una vez allí, Jack se dispuso a bajar todavía un poco más. Alargó la mano para acercar una silla. Le quitó las bragas a Daisy y se sentó entre sus muslos.
– Jack -dijo ella con un hilo de voz-. ¿Qué estás haciendo?
Colocó los pies de Daisy sobre sus hombros y le besó los tobillos.
– Voy a seguir hacia abajo -le dijo Jack en un susurro.
Le mordisqueó la parte interna de los muslos al tiempo que frotaba suavemente su clítoris con el pulgar e introducía un dedo en lo más profundo de su ser. Colocó una mano bajo su trasero y la elevó hasta que su sexo le quedó a la altura de la boca.
Era el sabor de Daisy. Delicioso. Era sexo y deseo y todo lo que él anhelaba en estado puro.
Daisy pronunció el nombre de Jack entre gemidos echando la cabeza hacia atrás. La besó entre las piernas. Justo en el mismo punto que había besado quince años atrás; aunque ahora todo era mucho mejor. Era mejor porque sabía cómo utilizar su lengua. Abrió y chupó hasta que ella le apartó de sí empujándole con los pies.
Daisy se levantó de la mesa y se colocó delante de Jack. Temblando ligeramente, le miró a los ojos para decirle:
– Te deseo, Jack.
Él recogió la toalla del suelo y se enjugó los labios.
– Tengo que ir en busca de un condón.
Daisy le miró como si no supiese de qué le estaba hablando. Entonces ella dijo en tono apasionado:
– ¿Cuánto tiempo ha pasado desde la última vez que hiciste el amor sin condón?
Hacía tanto tiempo que no lograba recordarlo.
– Probablemente la última vez fue hace quince años -respondió Jack.
Ella sonrió, le arrebató la toalla de las manos y la arrojó a un lado. Se aferró a sus hombros y apoyó en un pie la silla. Él le pasó el brazo por la cintura y la besó en el vientre.
– Tuve la regla la semana pasada -dijo mientras se sentaba en su regazo-. Esta vez no quiero quedarme embarazada.
Jack podría haber protestado. Tal vez podría haberle hecho alguna que otra pregunta, pero la punta de su pene rozó la entrepierna de Daisy y no tardó en adentrarse en su húmedo y cálido cuerpo. De pronto, todas las preguntas y protestas se le fueron de la cabeza.
Un grave gemido resonó en el interior del pecho de Jack. La caliente piel de Daisy le rodeaba y un escalofrío iba abriéndose paso a lo largo de su espalda, hacia la nuca. Ella entreabrió los labios. Respiraba agitadamente y tenía las mejillas encendidas. El ardor que evidenciaban sus ojos se centraba por completo en él, como si se tratase del único hombre en el mundo que pudiese proporcionarle exactamente lo que necesitaba.
Tensó los músculos alrededor de Jack y él notó cada minúsculo rincón de su estrecho pasaje. Tuvo que hacer un enorme esfuerzo para no correrse en ese mismo instante. Todas y cada una de las células de su cuerpo estaban concentradas en Daisy. En el modo en que su interior se manifestaba. En el calor de sus músculos al contraerse. En el dulce dolor que atenazaba sus ingles.
– Dios mío -exclamó Jack llevando las manos a la cintura de Daisy-. Es delicioso. -La alzó y volvió a bajarla. Era como si un líquido blanco y caliente le envolviese. Estaba convencido de que jamás había sentido algo así con nadie excepto con Daisy.
Ella le enmarcó la cara con las manos y le besó.
– Te amo, Jack -dijo sin dejar de moverse junto con él, manteniendo un lento y marcado ritmo que se convirtió en pura fiebre.
Él la aferró por el trasero atrayéndola hacia sí cada vez con más fuerza. Ella se alzaba una y otra vez, convirtiendo aquel vaivén en una locura. A medida que las embestidas se hacían más profundas sus respiraciones se hacían más agitadas. Ella se agarró a sus hombros y se colgó literalmente de él. No podían parar. Más rápido, más fuerte, penetrándola hasta dejarla sin aliento.
Daisy gimió y se apretó a Jack con todas sus fuerzas, contrayendo los músculos en torno a su miembro. Las poderosas contracciones de su orgasmo proporcionaron a Jack una relajación sin igual, haciendo que se corriese en lo más profundo de su interior. Incluso tras esa última embestida, Jack supo que quería más.
Quería tenerla para siempre.
Daisy no se echó a llorar en esa ocasión, aunque estuvo a punto de hacerlo en la siguiente. Jack la tomó de la mano y la llevó hasta su cama, donde volvieron a hacer el amor. Fue dulce y amoroso, y la llevó a alcanzar un orgasmo múltiple. El primero de su vida, lo cual casi la hizo llorar.
Daisy se tumbo boca abajo sobre las sábanas azules. El resto de la ropa de cama estaba hecha un revoltijo a sus pies. Jack todavía estaba tumbado encima de ella, rodeándole la cintura con un brazo. Una de sus piernas descansaba entre las de ella, que notaba la dulce pasión de su ingle en la parte trasera de la cadera. Una lámpara bañaba la estancia con una cálida luz amarilla, y lo único que se oía era el sonido de sus respiraciones cansadas. Sus pieles estaban todavía adheridas la una a la otra, y una cálida sensación de satisfacción colmaba sus cuerpos. Hacía mucho tiempo que Daisy no se sentía tan llena. Jack la amaba. Ella lo amaba a él. Esta vez todo iría bien.
Creía que Jack se había dormido hasta que le oyó decir entre gemidos:
– Dios mío, ha sido todavía mejor. Creía que nada podría superar lo de la silla.
Daisy sonrió.
– Dios, ¿te has corrido dos veces?
– Sí. Gracias.
– No hay de qué.
Jack tiró de ella por la cintura, como si desease levantarla, pero no tuvo fuerza suficiente para hacerlo. Con mucho cuidado, volvió a dejarla en la misma posición. Tenía el pelo pegado a la frente y los ojos cerrados.
– ¿Qué hora es? -le preguntó Daisy.
Abrió los ojos y alzó la mano. Jack observó el reloj y dijo:
– Temprano.
Ella le cogió la muñeca y echó un vistazo a la pantalla digital.
– Tengo que estar en casa antes de que llegue Nathan.
Jack rodó sobre un costado y apoyó la mano sobre su vientre, justo por debajo de los pechos.
– No te vayas -murmuró antes de darle un beso en el hombro.
– Tengo que hacerlo. -Daisy se sentó y se apartó el pelo de la cara-. Pero vendré a desayunar.
– No te vayas de Lovett -precisó Jack; estaba de costado, apoyado sobre un codo-. Nathan y tú podríais instalaros aquí.
Ella también había estado considerando esa posibilidad. Pero hasta ese momento no supo que él había estado pensando en lo mismo.
– ¿Cuándo se te ha ocurrido eso? -le preguntó Daisy mirándole a los ojos.
– Supongo que cuando estuvimos pescando -repuso él-. Pero fue ayer cuando lo vi claro, después de magrearnos un poco en el jardín de tu madre sin que nos importase si alguien podía vernos. -Se sentó a su vez y apretó la mano de Daisy entre las suyas-. Yo quería que nos viesen. Quería que nos viesen juntos. Y hoy también quería que viesen cómo nos besábamos. Quiero que todo el mundo sepa que eres mía. -Le besó la punta de los dedos-. Quiero vivir contigo y con nuestro hijo.
Era exactamente lo que ella deseaba. Oírlo de su boca le pareció menos atemorizador.
– Te amo, Daisy Lee. He estado enamorado de ti toda mi vida.
Daisy apreció el dolor y la pasión que encerraba su mirada.
– Yo también te amo, Jack. -«Pero», le dijo una vocecita en su cabeza, «¿nos irá bien esta vez?» Los precedentes no eran esperanzadores.
Le dijo a Jack que tenía que ir al baño y, cuando regresó, él ya se había puesto los vaqueros, había recogido su ropa, antes dispersa por toda la habitación, y la había dejado sobre la cama. Daisy se puso las bragas y él la ayudó con el vestido.
– ¿Qué me prepararás para desayunar? -le preguntó Jack mientras le ajustaba la cinta del vestido.
– Algo bueno.
– ¿Algo con nata montada?
– Y una cereza.
Jack la rodeó con los brazos y apoyó el pecho contra su espalda.
– Me encantan las cerezas -le susurró junto a la oreja.
Notó el calor del pecho desnudo de Jack en su espalda, y tuvo que sobreponerse al impulso de darse la vuelta y besarle en el cuello. Si lo hacía, sabía que no llegaría a casa antes que Nathan.
– Jack, esta vez quiero que lo nuestro funcione.
Él la abrazó con más fuerza y dijo:
– Funcionará.
Su voz tenía un matiz de intimidad y confianza que casi le obligó a creer sus palabras.
– Lo hablaremos con Nathan -dijo Daisy.
– Cuando quieras.
– No sé qué le parecerá a él lo de establecerse aquí, en Lovett, y no quiero que piense que nos estamos precipitando. -Daisy se apartó de Jack y mientras se alisaba el vestido añadió-: No ha pasado ni un año desde la muerte de Steven, y no quiero que se sienta incómodo si nos ve juntos. -Clavó la vista en el suelo para ver si encontraba los zapatos-. No me importa lo que piensen los demás, pero no quiero que Nathan crea que estamos juntos para reemplazar a su padre. -Los zapatos debían de estar en la cocina, así que Daisy levantó la mirada y la fijó en Jack.
El hombre atento y amoroso que la había abrazado hacía sólo un instante mientras le decía que todo iría bien parecía haberse petrificado. Tenía los hombros tensos, apretaba con fuerza la mandíbula y su mirada se había endurecido.
– ¿Qué pasa? -preguntó Daisy.
Jack recorrió la habitación dejando atrás el foco de luz y adentrándose en las sombras.
– ¿Cuánto tiempo más vamos a seguir diciendo que Steven es el padre de Nathan?
Daisy observó su espalda desnuda y dijo:
– Creía que habías superado eso.
– Yo también lo creía. -Abrió la puerta de un armario y sacó una camiseta-. Pero no creo que jamás pueda superar lo que me hizo ese bastardo.
Daisy cerró los ojos durante unos larguísimos y dolorosos segundos.
– No hables así de Steven.
Jack rió con amargura.
– Esto sí que tiene gracia -dijo mientras introducía los brazos en las mangas-. Vuelves a ponerte del lado de Steven Monroe.
– No me pongo de su lado -replicó Daisy.
Jack se puso la camiseta.
– Entonces, ¿qué estás haciendo?
– Amaba a Steven. No era sólo mi marido, fue mi mejor amigo. Reímos y lloramos juntos. Podía hablar con él de cualquier cosa.
– ¿Podías hablar con él de lo que sentías por mí? -preguntó Jack.
Daisy casi había logrado atrapar su sueño. Casi, pero de pronto se le escapaba entre los dedos como si de arena se tratase.
– De ese sentimiento que te corría por el estómago hasta aposentarse entre tus muslos, ese deseo de estar conmigo… -insistía Jack. Cruzó de nuevo la habitación y se detuvo a escasos centímetros de Daisy-. ¿Le hablaste de eso?
– No, pero él lo sabía. – Daisy lo miró a los ojos y captó la mezcla de pasión y amargura que destilaban sus ojos verdes. La misma pasión y la misma amargura que había apreciado la noche en que volvió a verlo-. Estar con Steven no se parecía en nada a estar contigo. Era diferente. Era…
– ¿Qué?
– Tranquilo. No daba miedo. No dolía. Podía respirar cuando estaba con él. No sentía que si no podía tocarlo me moría. No era como si una parte de mí perteneciese a otra persona.
– ¿Y no era eso lo que se suponía que tenías que sentir? -le preguntó él-. ¿No se supone que uno tiene que desear abrazar a la persona a la que ama con tanta fuerza que siga sintiendo el roce de su piel incluso después de que se haya ido? -Jack la agarró por los hombros y luego colocó las manos a ambos lados de su cara-. Respirar al mismo ritmo. Sentir el mismo latido…
Las lágrimas empezaron a correr por las mejillas de Daisy, y ni siquiera se propuso impedirlo. Se le partía el corazón y sus sueños se le escapaban entre los dedos. Otra vez.
– No es suficiente. No lo fue la última vez. Y tampoco lo es ahora -dijo ella.
– ¿Qué más hace falta? Te quiero. Nunca he amado a otra mujer.
Daisy le creía.
– Hay que saber perdonar -dijo entre lágrimas-. Tienes que perdonarme, Jack. Tienes que perdonarme a mí y también a Steven.
Jack bajó las manos y dio un paso atrás.
– Eso es pedir demasiado, Daisy.
– ¿Demasiado?
– En lo tocante a Steven, sí.
– ¿Y yo?
La miró, y su silencio fue por demás elocuente.
– ¿Cómo podríamos estar juntos si eres incapaz de perdonarme por algo que ocurrió en el pasado? -le preguntó Daisy.
– No pensemos en ello. -Jack agarró sus botas y se las enfundó.
– ¿Durante cuánto tiempo? ¿Cuánto tiempo podremos pasar sin pensar en ello antes de que vuelva a salir a la palestra? ¿Un día? ¿Una semana? ¿Un año? ¿En serio crees que podríamos vivir con ello?
– Te amo, Daisy -dijo sin mirarla-. Eso es suficiente.
– Pero también me odias.
– No. -Jack negó con la cabeza y la miró a los ojos-. No, odio lo que hiciste. ¿Cómo no iba a odiar que apartases a mi hijo de mi lado?
– Fue un error. -Daisy se enjugó las lágrimas-. Lo admito. Tendría que haberte contado lo le Nathan. Tuve miedo y actué como una cobarde. Un día se transformó en un año. Un año en dos, y cuanto más lo postergaba más duro se me hacía. No tengo excusa. -Le tendió una mano y después la dejó caer a un lado-. Tienes que entenderlo. Steven…
– Oh, entiendo perfectamente lo de Steven -dijo Jack interrumpiéndola-. Entiendo que vinieseis a mi casa aquella noche y me dijese que os habíais casado. Entiendo que te amase tanto como yo, y que aprovechase la oportunidad de alejarte de mí. Pero también se llevó a mi hijo. Y lo que tú deberías de entender es que no hay modo de justificar algo así.
– No te estoy pidiendo que lo olvides, pero que tú y yo tengamos futuro depende de si puedes o no sobrellevar el pasado.
– Lo dices como si fuera tan sencillo.
– Es el único modo posible -dijo Daisy.
– No sé si podré hacerlo. Especialmente en lo referente a Steven -confesó Jack.
– Entonces no podremos estar juntos. No funcionaría.
– ¿Sólo por eso? ¿Porque tú lo digas? -Jack la señaló y movió la mano en el aire-. ¿Eres tú la que tiene que decir acéptalo o sal de mi vida? ¿Acaso crees que puedes forzar mis sentimientos?
Daisy negó con la cabeza y le miró con los ojos anegados en lágrimas. Le dolía el pecho al respirar. Sabía que Jack estaba sintiendo lo mismo. Podía apreciarlo en su mirada y, al igual que en el pasado, no había manera de cambiar el rumbo de las cosas.
– No. Lo que te estoy diciendo es que tienes todo el derecho a estar enfadado. Tienes todo el derecho a estarlo durante el resto de tu vida. Pero creo que todo iría mucho mejor si, de algún modo, fueses capaz de librarte de ello.