Capítulo 15

Sarah se mantuvo perfectamente quieta y observó las múltiples expresiones que pasaron por la cara de lord Langston: incredulidad, confusión y luego, finalmente, un inconfundible fastidio. Bien, estupendo. ¿Por qué debería ser ella la única que estuviera molesta?

– ¿Has hecho una réplica de tu amigo Franklin? -Una risita sin pizca de humor salió de sus labios-. ¿Por qué? ¿Tanto lo echabas de menos?

Ella apretó contra sí el cuerpo descabezado de Franklin con tanta fuerza que un poco de relleno se salió por la abertura del cuello. Había debatido consigo misma si debía decirle o no el nombre del muñeco a lord Langston, si debía admitir que Franklin realmente no existía, pero al final no había podido mentirle. Además, hubiera acabado enterándose. Lo más seguro era que después de que se casara con Julianne, su esposa compartiera con él la historia de quién era Franklin en realidad. Y no había razón alguna por la que no admitir ahora la verdad.

Se aclaró la garganta.

– No echo de menos a Franklin.

Matthew entrecerró los ojos.

– El que estés estrechando su réplica contra tu pecho de esa manera indica todo lo contrario.

– No estoy estrechando nada -lo informó, agarrando a Franklin con más firmeza todavía-, sólo lo sujeto porque no se sostiene de pie.

Él le dirigió una mirada de reojo al relleno de la bragueta de Franklin.

– Ya veo por qué.

– Y sería imposible que lo echara de menos, porque no existe.

– ¿No existe? -Matthew frunció el ceño-. ¿Qué disparate estás diciendo? He visto el boceto que hiciste de él. ¿Se te ha olvidado? Era el dibujo detallado de un hombre muy desnudo. Incluso escribiste su nombre debajo.

Inspirando profundamente, ella le explicó que había visto una estatua de un hombre desnudo en el invernadero de lady Eastland y había hecho el boceto. Luego le explicó la decisión que había tomado la Sociedad Literaria de Damas Londinenses tras leer a Frankenstein, de crear ellas mismas a un hombre -el Hombre Perfecto-. Le contó todo, y cuando terminó, añadió:

– Así que ya ves, Franklin no existe de verdad salvo en nuestra imaginación. Y aquí. -Movió los brazos para levantar el cuerpo del muñeco sin cabeza.

Él la miró con una expresión que Sarah no pudo descifrar.

– No había ningún hombre desnudo.

– No había ningún hombre real desnudo -lo corrigió-. Excepto… tú.

– Sí, excepto yo -confirmó con voz sedosa. Sus ojos brillaban intensamente cuando dio un paso hacia ella. Sorprendida y un poco alarmada de cómo su corazón latía desbocado ante la cercanía de Matthew, Sarah retrocedió dos pasos. Su espalda tropezó con algo duro. La pared.

Él avanzó otro paso.

– ¿Me estás diciendo, Sarah -dijo él con un tono bajo y profundo que ella sintió como una caricia suave y apasionada-, que me has dibujado?

Ella contuvo el aliento. Con las rodillas cada vez más débiles por la manera en que él la estaba mirando con ese cálido brillo en los ojos que no había visto durante los últimos días, Sarah sintió que sus entrañas se derretían como las gachas de avena. Esos ojos oscuros llameaban exactamente como habían llameado antes de que la besara y la tocara tan íntimamente.

El deseo la atravesó y se dio cuenta con humillante consternación de que la única razón por la que había podido contener el deseo que sentía por él la semana anterior durante sus incursiones nocturnas había sido porque él no la había mirado así. Como si la deseara ardientemente. Como si quisiera devorarla de un solo bocado.

Se sintió inundada por la cólera. Hacia él, por hacer que lo deseara. Por ser todo lo que ella siempre había querido, pero con lo que nunca se había atrevido a soñar. Y hacia sí misma, por querer olvidar todas las razones que le decían que desearlo estaba mal. Por ansiar tomar lo que quería y al infierno con las consecuencias.

Por haberse permitido enamorarse total y absolutamente de él.

La verdad que había intentado negar por todos los medios la golpeó con fuerza. Lo amaba. Lo deseaba. Tanto que le dolía.

Pero no podía tenerlo. Al igual que con otras facetas de su vida, ella debía aceptar esto y seguir adelante. Y lo primero que tenía que hacer era dar por terminada esa conversación y conseguir que saliera del dormitorio. Antes de decir o hacer algo que lamentaría más tarde. Antes de que los dos se arrepintieran.

Enderezando la espalda, dijo:

– Sabes que te he dibujado. Te di el boceto, donde estabas en toda tu gloria de pirata adolescente.

Él se acercó todavía más, hasta que sólo los separaron treinta centímetros. Y Sarah supo que si ella no hubiera estado sujetando al muñeco de relleno sin cabeza hubiera cedido a sus más profundos deseos y se hubiera fundido contra su cuerpo.

Él plantó las manos en la pared a ambos lados de su cabeza, aprisionándola.

– Quería decir desnudo, Sarah. ¿Me has pintado en toda mi gloria desnuda?

«Repetidas veces.»

– Ni una sola vez.

Matthew chasqueó suavemente la lengua.

– De verdad que no sabes mentir. ¿Tengo que hojear tu bloc para descubrir la verdad?

La invadió una sensación de fastidio e impotencia.

– No te atreverás.

– Esas palabras sólo son un desafío. Y creo que te gustaría que aceptara el reto.

Negándose a dejar que pensara que se sentía intimidada le preguntó con su tono más arrogante:

– Y si te hubiera dibujado, ¿qué?

– Me sentiría… halagado. Y encantado de que pudieras mirar esos bocetos. -Bajó la mirada a sus labios y la excitación la recorrió de pies a cabeza. Cuando volvió a subir la mirada hacia la de ella, le susurró-: Me preguntaría qué pensarías de mí. Me preguntaría si sería lo mismo que pienso yo de ti.

El corazón le dio un vuelco y de golpe se sintió atrapada. Por sus palabras y su cercanía. Por su voz suave y seductora. Y su firme resolución comenzó a resquebrajarse a una velocidad alarmante. Abandonando cualquier pose de bravuconería, se apretó contra la pared y sacudió la cabeza.

– Para. Por favor.

– Porque Sarah…, yo pienso en ti todo el tiempo.

Su vientre se contrajo con un ansia tan cruda que la asustó. Cerró los ojos con fuerza y rezó para tener el valor de resistir. Para resistirse al fiero deseo que sentía por él.

– Esto está mal. No puedo… Quiero que te vayas.

– No voy a casarme con lady Julianne.

Sus palabras flotaron en el aire cargado de tensión. Abriendo los ojos, ella le dirigió una mirada inquisitiva. Él parecía hablar en serio.

– ¿Perdón?

– No voy a casarme con lady Julianne.

Tardó varios segundos en asimilar su declaración. Luego la comprensión se abrió paso en su mente y contuvo el aliento.

– ¿Has encontrado el dinero?

– No.

La llama de esperanza que había comenzado a arder en su corazón se apagó con un parpadeo.

– Entonces no lo entiendo. Has dicho que necesitabas casarte con una heredera.

– Por desgracia sigo necesitando hacerlo…, a menos que suceda un milagro y encontremos el dinero en los próximos días. Pero esa heredera no será lady Julianne.

Una abrumadora sensación de alivio nacida del egoísmo se contrapuso a la lealtad que sentía por su amiga.

– Pero ¿por qué? Parece que os gustáis. -Bueno, la verdad era que basándose en lo que Julianne había dicho antes, Sarah no creía que a su amiga le fuera a afectar mucho-. Y te aseguro que no encontrarás una mujer más hermosa o de naturaleza más dulce.

– El problema no es ni su belleza ni su dulzura. El problema es que es tu amiga.

Por la expresión de Matthew se suponía que ella debía saber de lo que estaba hablando. Tenía una expresión de agravio absoluto. Pero ella no tenía ni idea. Por si acaso, Sarah se inclinó hacia delante y lo olisqueó discretamente. Él parpadeó.

– ¿Huelo?

– Sí. A sándalo y a ropa recién lavada.

– ¿Y qué esperabas?

– Brandy. O quizá whisky. Algún tipo de bebida de naturaleza espiritosa.

– Te aseguro que estoy completamente sobrio. Sarah, no puedo casarme con tu amiga cuando te deseo tanto a ti. -Le rozó la mejilla con la yema de los dedos, y a Sarah se le estremecieron hasta las entrañas ante el ligero contacto-. Ese arreglo nos pondría a todos en una situación incómoda y vergonzosa. Por lo que, a no ser que tenga éxito y encuentre el dinero, pienso marcharme a Londres dentro de cuatro días para embarcarme en la ingrata pero necesaria tarea de encontrar otra heredera.

Su mirada buscó la de ella.

– ¿Tienes alguna amiga más que sea una heredera? Dímelo ahora antes de que la ponga en la lista de candidatas.

A Sarah le resultaba difícil hablar, en especial cuando sus palabras «te deseo tanto a ti» seguían resonando en su cabeza. Atrapada en un torbellino de sorpresa, confusión, alivio y deseo, logró sacudir la cabeza y decir:

– No.

– Excelente.

La mirada de Matthew bajó a sus labios y él contuvo el gemido que pugnó por salir de sus labios. Maldita sea, ¿acababa de decir que la deseaba? Por Dios, eso era quedarse corto. Y se dio cuenta por el latido del corazón de Sarah y su rápida respiración, y por la mirada con la que sus ojos color miel lo contemplaban fijamente, que no era el único que sentía ese deseo.

Maldita sea, debería abandonar el dormitorio. De inmediato. Lo sabía, su conciencia le gritaba que lo hiciera, pero sus piernas se negaban a cooperar. Así que le ahuecó la cara con la palma de la mano y le rozó el exuberante labio inferior con el pulgar.

– Te dije que te deseaba -susurró Matthew-. ¿Te sorprende?

Ella negó con la cabeza, haciendo que se le resbalaran las gafas de esa manera tan familiar que tanto lo divertía y que le llegaba al corazón.

– No. Pero… -sus palabras se desvanecieron y Sarah miró al suelo.

Él le alzó la barbilla con dos dedos para que lo mirara.

– ¿Pero qué?

Ella tragó saliva y luego dijo:

– Pero no deberías hacer tales declaraciones a no ser que esté sentada, no sea que al aflojárseme las rodillas me desplome a tus pies.

Esa clara admisión daba a entender que ella había sufrido el mismo tormento que él a lo largo de esa semana. «Gracias a Dios.» Seguramente el sentimiento egoísta que motivaba la sensación de alivio y júbilo que lo embargó no hablaba bien de él, pero no podía sentirse de otra manera.

– Sarah… -Caramba, si sólo decir su nombre lo complacía. Aspiró y el sutil aroma a lavanda invadió sus sentidos. Le pareció que simplemente con olerla se liberaba, se aflojaban las ataduras que habían refrenado sus ansias por ella durante toda la semana. El deseo lo golpeó con tanta ferocidad que no habría podido alejarse de ella aunque su vida dependiera de ello.

Ya no existía ningún impedimento por lealtad a su amiga. Así que sólo un beso estaría bien. Sólo uno para satisfacer ese anhelo desesperado. Sólo uno para aliviar esa sensación apremiante que exigía alivio. Sólo uno, y luego se detendría.

Matthew inclinó la cabeza y rozó sus labios con los de él. Un ligero toque que hizo que una semana de autocontrol pareciera toda una década. Los labios de Sarah se abrieron con un suspiro y, en un instante, él estuvo perdido, hundiéndose más profundamente en el suave terciopelo de su boca. Sintió que ella soltaba el muñeco a un lado y que le rodeaba el cuello con los brazos, apretándose contra él. Y cualquier atisbo de autocontrol se evaporó como una nube de humo.

Con un gruñido la rodeó con sus brazos, aplastándola contra él, pero aun así seguía sin estar lo suficientemente cerca. Hundió una mano en su pelo suave, manteniéndole la cabeza quieta, mientras le posaba la otra mano en el hueco de la espalda, instándola a acercarse todavía más. Su lengua danzó con la de ella, explorando la cálida suavidad de su boca. Una necesidad salvaje y temeraria lo atravesó, y dio un paso adelante, inmovilizándola contra la pared con la parte inferior de su cuerpo.

La sensación de esas curvas suaves acunando su erección hizo que se le escapara un gemido gutural de la garganta. Se frotó contra ella lentamente y con cada roce su cuerpo se vio sacudido por unas oleadas de indescriptible placer.

Tocarla. Tenía que tocarla. Sólo una vez más. Sólo una caricia…

Bajó una mano y curvó los dedos sobre el camisón blanco de algodón, subiendo la tela hasta que pudo sentir sus calzones.

Su piel. Tenía que tocar su piel. Sólo una caricia.

Subió la otra mano y llenó su palma con un pecho suave y cálido. Ella jadeó contra su boca, el mismo sonido erótico y delicioso que lo había obsesionado la primera vez que lo oyó. El pezón se contrajo bajo su roce y Matthew lo pellizcó suavemente, provocando estremecimientos de placer en Sarah.

Y se dio cuenta de que sólo un beso, sólo una caricia, no iba a ser suficiente. Quería más. Lo quería todo. Tanto que temblaba de pies a cabeza. Tenía que detener esa locura. Ya.

Con un esfuerzo que requirió cada gramo de su voluntad, sacó la mano de debajo del camisón y apartó su cuerpo del de ella, luego levantó la cabeza.

La visión de ella con la respiración agitada, los labios abiertos y húmedos por su beso, el pelo alborotado por sus manos impacientes y las gafas empañadas, le puso un nudo en la garganta. Nunca había deseado más a una mujer.

Él le quitó las gafas con suavidad y ella lo miró directamente con los ojos entrecerrados.

– Te has detenido -dijo ella con un susurro ronco-. ¿Por qué?

– Como te dije la última vez que te tuve entre mis brazos, mi capacidad para resistir no es demasiado fuerte y me temo que ha alcanzado su límite.

Durante varios segundos, el único sonido de la estancia fueron sus respiraciones jadeantes. Luego, con la mirada fija en él, ella susurró:

– Y como te dije la última vez que estuve entre tus brazos, ¿qué ocurriría si no quisiera que te resistieras?

Sin poder evitarlo, él tomó un caprichoso rizo entre los dedos.

– La parte más egoísta de mí te desea tanto que no querría darte la oportunidad de cambiar de idea. Pero la parte de mí que se preocupa por ti y que no quiere lastimarte de ninguna manera, se ve en la necesidad de preguntar si has considerado todas las implicaciones. Todas las consecuencias. Porque son muchas. Y son mucho peores para ti que para mí.

– Lo he hecho. Y aunque he intentado no hacerlo, durante la semana pasada no he podido pensar en otra cosa.

– Sarah… Tal y como está mi situación ahora mismo, no puedo prometerte nada. Y aunque desearía que las cosas fueran diferentes, las probabilidades de que la suerte cambie y de que encuentre el dinero son muy remotas.

– Sé que tienes la obligación de casarte con una heredera. Sé que te irás dentro de cuatro días y que seguramente jamás volveremos a vernos. Sé que puedo quedarme embarazada, aunque también sé que hay maneras de impedirlo. ¿Es muy aventurado suponer que conoces esas maneras…? -Ante el gesto de asentimiento de Matthew, ella continuó-: Me doy cuenta de que al entregarme a ti quedaré deshonrada. -Se puso de puntillas para tomar el rostro de Matthew entre las palmas de sus manos-. Pero no me quitarás nada, porque nunca había pensado en casarme. Lo cierto es que me considero una solterona desde hace años. Acepté hace mucho tiempo que el matrimonio y los niños no formarían parte de mi futuro. Había pensado pasarme la vida haciendo lo que siempre he hecho: pintar, cuidar del jardín y de mis mascotas, disfrutar de mis amigos, de mi relación con Carolyn. Tú eres el primero, no, el único hombre que me ha deseado.

Le tembló el labio inferior y el corazón de Matthew dio un vuelco. Esa mujer, con esos rasgos imperfectos que de alguna manera eran perfectos, con esa falta absoluta de vanidad, inspiraba algo en él; una ternura que nadie más había logrado despertar. Mirándola ahora, tan vulnerable, tan suave, incluso tan ansiosa, no podía imaginar que existiera un hombre que no la deseara.

– Matthew… Has despertado en mí sensaciones, deseos y pasiones que nunca soñé con experimentar. Que no sabía que existieran. Eso es lo que quiero esta noche, quiero experimentar otra vez la magia que me has hecho sentir. Quiero hacerte sentir ese mismo placer. Quiero experimentarlo todo. Sólo una vez. Contigo.

Matthew cubrió su mano con la suya, que estaba ahuecada sobre su mejilla, luego giró ligeramente la cabeza para presionar los labios contra la palma de su mano. Quería decirle que quería esas mismas cosas más de lo que había querido nada en su vida. Sólo esa vez. Con ella. Pero expresarlo todo en palabras iba más allá de su capacidad. Así que dijo lo único que se le ocurrió.

– Sarah…

Con el corazón latiendo con fuerza contra sus costillas, la cogió de las manos y la condujo a la cama.

– Quédate aquí -dijo Matthew con suavidad.

Sarah curvó ligeramente los labios.

– No tengo intención de irme.

Él dejó las gafas en la mesilla y luego procedió a encender cada vela y lámpara de la habitación. Cuando había prendido las dos primeras, ella preguntó:

– ¿Qué haces?

– Enciendo las velas.

Ella soltó una risita tonta.

– Ya sabes que la oscuridad es una gran aliada de la belleza.

Él no hizo ningún comentario hasta que terminó, hasta que toda la estancia resplandecía como si fuera una mañana de verano. Luego regresó junto a Sarah y entrelazó sus manos con las de ella.

– Tú eres hermosa, Sarah. Por dentro y por fuera. Toda tú. Quiero ver cada parte de tu cuerpo. Cada expresión de tu cara. Cada gesto de placer. Cada centímetro de tu suave piel. -Levantó sus manos unidas y le besó los dedos-. A no ser que tú prefieras no verme a mí.

Ella negó con la cabeza.

– Oh, no. Quiero verlo todo. -Se aclaró la voz-. Aunque por supuesto, sin la ayuda de mis gafas, tendré que acercarme mucho. Muchísimo.

Una risa entrecortada retumbó en el pecho de Matthew. No podía imaginarse a nadie divirtiéndole como lo hacía ella en ese momento.

– Puedes acercarte todo lo que quieras. Considérame a tu disposición.

El interés chispeó en los ojos de Sarah.

– Una invitación de lo más intrigante, especialmente para una persona como yo con tanta sed de conocimiento.

– Estaré encantado de ayudarte en lo que pueda. -Él le giró la mano y le rozó la palma con la punta de la lengua, complacido por la manera en que se le dilataron las pupilas ante su gesto-. ¿Hay alguna posibilidad de que me hagas una oferta similar?

– Pensaba que ya lo había hecho.

Él sonrió.

– Ah. Así que lo has hecho. En ese caso… -Le soltó las manos y fijó su atención en el pelo alborotado. Después de quitarle el lazo blanco que le sujetaba la punta de la trenza, destrenzó lentamente los gruesos mechones hasta que la melena de rizos alborotados le cayó por debajo de la cintura.

– Ojalá fuera un artista -murmuró, enterrando los dedos en su espléndido pelo. La luz dorada arrancaba destellos a su brillante pelo, transformando los mechones más oscuros en suaves tonos de ámbar.

– Te pintaría tal como estás ahora. Y le harías sombra a la mismísima Venus de Botticelli.

Al ver que ella estaba a punto de protestar, él le dirigió una fingida mirada de advertencia. Sarah apretó los labios y dijo:

– Gracias.

– Perfecto. Eres una alumna aplicada.

– De nuevo gracias. Y ya que estamos te diré que estoy deseosa de aprender más.

– Qué afortunado soy.

Llevó los dedos a la hilera de diminutos botones de la parte delantera de su camisón. Lentamente los fue desabrochando, saboreando cada centímetro de piel que quedaba expuesta. Después de desabrochar el último botón, le deslizó el camisón por los hombros. La tela blanca resbaló por su cuerpo hasta formar un charco a sus pies, dejándola sólo con los calzones, una prenda que siguió con rapidez al camisón. Tomándola de la mano la ayudó a salirse del montón de ropa, luego recorrió con la mirada su cuerpo desnudo.

Maldición, tenía la piel marfileña y suaves curvas femeninas, y le dejaba sin aliento. Sabía que tenía que ir con lentitud, que tenía que seducirla con suavidad, y ciertamente quería hacerlo así… por los dos. Pero iba a ser todo un reto mantener su cuerpo bajo control.

Tocándole el hueco de la garganta con la yema del dedo, lo deslizó lentamente hacía abajo, delineando los fascinantes puntos dorados que relucían en su pálida piel. Había centenares de ellos, y cada uno era una delicia a explorar.

– No había visto antes estas pecas -dijo él, acariciando en círculos una particularmente fascinante encima del pezón-. Con sólo la luz del fuego no son visibles, pero ahora… -Se inclinó para rozar con los labios ese punto dorado-, son una imagen que no podré olvidar.

– Oh, Dios… -gimió ella cuando la lengua de Matthew rodeó el firme pezón-. ¿No tienes alguna peca que yo pueda explorar?

Él levantó la cabeza para rozarle los labios con los de él.

– Sólo hay una manera de saberlo.

Enderezándose, comenzó a desabrocharse la camisa, pero ella puso sus manos sobre las de él.

– ¿Puedo hacerlo yo? -le preguntó.

Tal petición lo excitó e intrigó a la vez. Aunque inexperta, era evidente que a su Sarah no le faltaba coraje y que no planeaba permanecer pasiva.

«Su Sarah.» Las palabras reverberaron en su mente, y su vocecilla interior escogió ese momento para informarle de que ella no era suya. Que no lo seria nunca, que jamás podría serlo.

Para siempre no, eso era cierto. Sin embargo, durante esa noche ella le pertenecía. Y él le pertenecía a ella. Y con eso tendría que ser suficiente.

Él bajó las manos.

– Como te dije, estoy a tu disposición.

– Eso suena maravilloso. Pero… lo cierto es que no sé qué hacer.

Él se rió.

– Estabas muy inspirada. No te acobardes ahora. Quítame la camisa.

Sarah asintió, y aunque titubeó levemente, le abrió la camisa y se la sacó de los pantalones. Colocándole las manos en el pecho, apartó lentamente la tela, luego se la deslizó por los hombros y por los brazos y la dejó caer en el montón de ropa.

Se acercó un poco más hasta que sus pechos le rozaron el torso. Antes de que Matthew pudiera recobrarse del inesperado placer, ella se inclinó hacia delante y le presionó los labios en el centro del pecho.

– No veo pecas por aquí -dijo ella, su aliento era cálido contra su piel.

Ella le recorrió el pecho con suaves besos mientras le deslizaba las manos de arriba abajo por la espalda. Un ronco murmullo de aprobación vibró en la garganta de Matthew. Sus manos le hacían sentir… increíblemente… bien.

Sin querer detener la exploración de Sarah, pero sintiéndose incapaz de seguir sin tocarla, le apoyó las manos en las caderas, apretando ligeramente sus curvas suaves. La observó besar su pecho, luego, cuando sus labios estaban justo encima de una tetilla, ella preguntó:

– No me equivoco al decir que si yo encuentro placer en esto, tú también, ¿no?

– Sí… -Su respuesta acabó con una rápida inspiración cuando su lengua rodeó su tetilla. Maldición, realmente era una alumna aventajada. Cerró los ojos y al instante imaginó todas las cosas que pensaba hacerle… y cómo ella respondería del mismo modo. Sólo pensarlo hizo debilitar su autocontrol. No auguraba nada bueno, sobre todo sabiendo que ni siquiera se había quitado los pantalones.

Después de besarle también en la espalda, ella alzó la cabeza para informarle:

– Descubrí sólo tres pecas y una pequeña cicatriz en la espalda. Aquí mismo. -Le pasó el dedo sobre la descolorida marca-. ¿Cómo te la hiciste?

– Es el resultado de mis travesuras de juventud. Descubrí de la peor manera posible que no era demasiado hábil escalando árboles. Tengo otra similar en la parte de atrás del muslo, cortesía de la misma caída. -Lanzó un exagerado suspiro de resignación-. Supongo que también querrás verla.

– Si no es demasiada molestia -contestó ella en tono formal.

– Intentaré no quejarme demasiado.

Matthew se sentó en la cama y se quitó las botas, luego se puso de pie.

Dejando caer las manos a los costados, se miró los pantalones con la bragueta tan obviamente abultada y le dijo:

– Quítamelos.

De esa manera tan suya que él apreciaba más cada segundo que pasaba, Sarah resolvió la cuestión con rapidez y le desabrochó la bragueta. Con su excitada erección finalmente liberada de los confines de la tela, la ayudó a quitarle la prenda. Después de lanzarla sobre el montón de ropa, permaneció delante de ella y dejó que ella lo observara, igual que ella se lo había permitido a él.

– Oh, Dios mío -susurró ella con la mirada fija en su protuberante miembro, que parecía hacerse todavía más grande bajo su ávido escrutinio. Sarah extendió lentamente la mano y todo el cuerpo de Matthew se tensó ante la idea de que lo tocara-. ¿Puedo?-preguntó.

– Lo cierto es que me moriré si no lo haces -le dijo él con los dientes apretados.

Lo rozó con los dedos y Matthew cerró los ojos de golpe ante el intenso placer que sintió. Maldición. Apenas lo había tocado y él había olvidado cómo respirar.

– Estás muy duro -dijo ella con la voz llena de admiración mientras deslizaba los dedos sobre él.

– No te haces una idea.

– Pero incluso así eres tan suave…

Abriendo los ojos, observó cómo lo rodeaba con los dedos, una imagen que le impactó con fuerza. Cuando ella apretó con suavidad, soltó un gruñido. Mirándolo directamente a los ojos, volvió a apretarle, lo que produjo como respuesta otro gemido.

– Parece que te gusta -le dijo su muy aplicada alumna.

– No sabes cuánto.

El puro deleite brilló intensamente en sus ojos, y ella continuó explorándolo; cada caricia era una dulce tortura. Matthew levantó las manos para acariciarle los duros pezones.

– Me parece que tú estás explorando más que yo -le dijo con la voz ronca como si hubiera comido grava.

– No es cierto. Por si no lo recuerdas, en nuestro último encuentro en mi dormitorio, tú me tocaste bastante.

Matthew deslizó la mano hacia abajo para acariciar los rizos oscuros en la unión de sus muslos. Con la respiración jadeante, él le dijo:

– No se me olvidaría ni aunque me golpearan la cabeza.

Ella le dirigió una sonrisa burlona y arqueó su cuerpo para alejarse de sus dedos.

– No habrá nada de eso… mientras siga explorando yo. Me distrae. Y aunque tú tienes experiencia en estas cosas, yo no. Sólo trato de aprender un poco para no aburrirte.

– Te lo aseguro, no hay… ahhh… -Maldición. Por muy inexperta que fuera su caricia, lo estaba llevando al borde de la locura-. No hay manera de que me pueda aburrir. Aunque te juro que no sé cuánto más podré aguantar.

Una lenta sonrisa curvó los labios de Sarah, y sus ojos brillaron con picardía.

– Entonces debo de estar haciéndolo bien. Porque así es exactamente como me haces sentir tú.

– Creo detectar en tu voz cierta sed de venganza, Sarah. Es un aspecto de tu carácter del que no me había percatado antes.

– Si no recuerdo mal, venganza es exactamente lo que tú buscabas la última vez que entraste en mi dormitorio. Hummm… Por citar a cierto hombre muy sabio, que por alguna extraña razón se parece mucho a ti, «le dijo la sartén al cazo, no te acerques que me tiznas».

Mientras hablaba, los dedos de Sarah no dejaron de proporcionarle aquellas enloquecedoras caricias, dejándolo a punto de explotar en sus manos.

– Ese talento que tienes para recordar mis palabras de manera literal… no estoy seguro de que me guste.

La sonrisa de Sarah se hizo más amplia, profundizando sus hoyuelos.

– Cuando uso las palabras contra ti, seguro que no. Pero, en cambio, como he descubierto, te gusta que te haga esto…

Lo acarició con los dedos a lo largo de toda su dolorida erección, y con un gemido, él bajó la mano para detenerla.

– Es todo lo que puedo resistir.

– Muy bien. Veré si puedo encontrar esa cicatriz de la que me has hablado.

Matthew quería apretarla contra él, colocarla debajo de él y apagar aquel fuego voraz que le corría por las venas. Pero una mirada a la pasión creciente y a la curiosidad que brillaba en los ojos de Sarah y no pudo negarse. Apretó los puños a los costados y haciendo acopio de fuerzas, le dijo:

– Como quieras.

Los dedos abandonaron su erección y él suspiró de alivio cuando ella lo rodeó lentamente para situarse detrás de él. Su alivio, sin embargo, duró poco cuando Sarah le rozó con las yemas de los dedos el hueco de la espalda.

– Me dijiste que éste es uno de los lugares más sensibles del cuerpo de una mujer. -Su cálido aliento le rozó los hombros, haciendo que se le tensaran-. ¿Es también uno de los lugares más sensibles de un hombre?

Maldición. Una cosa era que él permaneciera quieto mientras la dejaba explorar a gusto, y otra muy distinta tener que intentar responder a sus preguntas. Sus dedos bajaron de nuevo con rapidez por su espalda y sintió como si cada músculo de su cuerpo se tensara en respuesta. Apretando los dientes ante el placer hormigueante, espetó:

– Parece que sí.

– Interesante. ¿Dónde está esa cicatriz?

Bajó más los dedos, rozándole las nalgas y la parte trasera de los muslos. Un escalofrío lo recorrió de pies a cabeza y supo que su autocontrol estaba a punto de resquebrajarse.

Sus brazos le rodearon la cintura y ella se acercó a su espalda, presionando los pechos contra él. La sensación de su piel tocándolo desde los hombros a las rodillas, mientras sus manos le examinaban rápidamente el vientre… una caricia más y…

Sus dedos le rozaron la punta de su erección y él ya no pudo más. Se giró y con un movimiento fluido la tomó entre sus brazos y la llevó a la cama, donde ella aterrizó con un suave rebote. Él se subió encima de la cama, separó con suavidad los muslos de Sarah y se arrodilló entre ellos. Contuvo el aliento ante la visión de su sexo brillante, y extendió la mano para tocar los pliegues hinchados y resbaladizos.

Un largo suspiro escapó de los labios de Sarah, que se retorció contra su mano. Estaba lista. Gracias a Dios, porque él no podía esperar más tiempo.

Se ubicó entre sus muslos abiertos y bajó la boca hacia la de ella para darle un beso largo y profundo, su lengua imitó el lento movimiento de la punta de su pene a lo largo de sus húmedos pliegues. Lentamente levantó la cabeza para finalizar el beso, la miró a los hermosos ojos tan abiertos y sintió un vuelco en el corazón.

– ¿Puedo preguntarte… puedo?

– ¿Puedo contestarte… me moriré si no lo haces?

Él se apoyó sobre los brazos y la observó mientras entraba en ella con lentitud, absorbiendo cada matiz de su expresión. Cuando alcanzó la barrera de su virginidad, se detuvo un instante, luego empujó. Ella agrandó los ojos y se quedó sin aliento.

– ¿Te he hecho daño?

Ella negó con la cabeza.

– No. Es sólo… Me he sorprendido.

Enterrado por completo en su calidez exquisitamente apretada y resbaladiza, Matthew intentó con todas sus fuerzas permanecer muy quieto. Cuando ya no pudo resistirlo más, inclinó sus caderas levemente. Los ojos de Sarah se abrieron de par en par.

– Oh, Dios… Hazlo otra vez.

– Será un placer.

Maldición, de nuevo se había quedado parco en palabras. Con la mirada fija en la de ella, se retiró casi por completo de su cuerpo y entonces, lentamente, se introdujo profundamente en su resbaladiza calidez. Una y otra vez, con profundos y placenteros envites en ese cuerpo que lo rodeaba como un puño ardiente.

Cerrando los ojos y separando los labios, Sarah jadeó. Le rodeó el cuello con los brazos y se movió debajo de él, torpemente al principio, pero no le llevó demasiado tiempo imitar su ritmo. Él observó cómo ella se acercaba al clímax y luchó por mantener su cuerpo bajo control. Sus embestidas se volvieron más rápidas y profundas, hasta que ella gritó y se arqueó debajo de él.

Cuando los temblores de ella se apaciguaron, él se retiró en un esfuerzo que casi le mató. Con su cuerpo presionando el de ella, llegó a la liberación mientras los espasmos de placer arrancaban un gemido de lo más profundo de su ser. Completamente agotado, se dejó caer encima de ella, enterró la cara en el calor perfumado de su cuello y cerró los ojos.

Cuando su respiración volvió a la normalidad, levantó la cabeza. Y se encontró con que ella lo miraba con ojos brillantes.

– Oh, Dios mío -susurró ella-. Ha sido…

Él le apartó un rizo húmedo de la mejilla.

– Sí, lo fue.

Ella se aclaró la garganta.

– Esto… ¿Matthew?

– ¿Sí?

– ¿Recuerdas que te dije que quería experimentarlo todo sólo una vez, contigo?

Matthew curvó la comisura de los labios.

– No soy propenso a olvidar tan excitante declaración.

– Bueno, he cambiado de idea.

– Me temo que sea un poco tarde.

Ella negó con la cabeza.

– No, me refiero a lo de «sólo una vez». Me temo que ha sido tan increíble que con «sólo una vez» no será suficiente.

– Ya veo. ¿No será ésa una manera descarada de decirme que deseas mi cuerpo otra vez?

– Si no te importa demasiado.

– Intentaré sonreír y soportarlo.

Matthew esbozó una amplia sonrisa y bajó la cabeza para besarla. Y cuando sus labios se unieron a los suyos, supo que con «sólo una vez» tampoco sería suficiente para él.

Cuando su vocecilla interior le reveló que no serían suficientes ni un millón de veces, él se las ingenió para ignorarla.

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