Clavando la mirada en unos fríos ojos azules, Matthew dijo con serenidad:
– Bueno, esto sí que es toda una sorpresa.
– Una muy agradable…, por lo menos para mí. Había perdido la esperanza de recuperar el dinero que tu padre me robó. Ahora quiero que los dos os pongáis de pie… con mucha lentitud y en completo silencio. Y Matthew, si veo que intentas sacar ese cuchillo de la bota, dispararé a la señorita Moorehouse. -Lord Berwick meneó la cabeza y chasqueó la lengua-. Y sé que no te gustará nada.
Matthew se levantó muy lentamente mientras su mente buscaba la mejor manera de escapar. Luchó contra su instinto primario, que no era otro que echar a un lado a Sarah y ponerse delante. Si Berwick abría fuego desde esa corta distancia, lo más probable es que los matara a ambos de un solo disparo. Mejor que la pistola sólo lo apuntara a él.
Tan pronto como estuvieron de pie, Berwick dijo:
– Empuja el cuchillo hacia mí con el pie. Acércalo lo suficiente como para que lo pueda coger.
Matthew obedeció, luego Berwick lo miró por encima de la hoja.
– Gracias. Ahora levantad las manos.
– Qué educado -dijo Matthew secamente, levantando los brazos.
– No hay motivos para no ser educados.
– Estupendo. Entonces deja que la señorita se vaya.
Berwick meneó la cabeza con tristeza.
– Me temo que no puedo. Daría la alarma y con eso lo único que conseguiría es convertir esta simple transacción en una debacle. -Miró con rapidez a Sarah-. Si te mueves o haces algún tipo de ruido, le dispararé, ¿has entendido?
Por el rabillo del ojo, Matthew vio que Sarah asentía con la cabeza. Quería mirarla, tranquilizarla de alguna manera, pero no se atrevió a apartar la mirada de Berwick.
– No es posible que creas que podrás escapar -dijo.
– Claro que lo haré. Primero cogeré mi dinero, el que tu padre me robó, y luego me iré.
– Mi padre tenía muchos vicios, pero no era un ladrón. Ese dinero lo ganó jugando.
– Ya, pero me lo ganó a mí. Era mi dinero. -La cólera atravesó sus rasgos-. Se suponía que no iba a… ganar. Ni que yo podía perder. Había vendido todo lo que tenía para obtener ese dinero… Todo. Necesitaba triplicarlo para saldar mis deudas. Y lo hubiera hecho… si tu estúpido padre, que jamás ganaba, no hubiera tenido el golpe de suerte más increíble del que haya sido testigo. Era como si no pudiera perder. Y yo no pudiera ganar. Y eso que no jugaba como debería jugar.
Matthew inclinó la cabeza.
– Ya veo. Así que lo invitaste a jugar, pensando en desplumarle. Qué despropósito, ya que no tenía nada que perder.
– Sí que tenía. Acababa de presumir delante de mí de haber ganado una enorme suma de dinero. La partida sería entre nosotros dos. Las apuestas serían muy altas. Y se suponía que yo ganaría. -Berwick miró a Matthew con los ojos entrecerrados-. Y pensaba recuperarlo. Lo habría hecho, pero no lo llevaba con él en el carruaje como yo había pensado que haría. Así que se lo hice pagar. Con su vida.
Matthew se quedó paralizado cuando la verdad lo golpeó como un ladrillo en la cabeza.
– Fuiste tú… Tú fuiste el salteador de caminos que le disparó.
La furia que asomó a los ojos de Berwick transformó sus bien parecidos rasgos en los de un ente demoníaco, pero seguía sin hacer sombra a la furia que embargaba a Matthew.
– No merecía menos. Debería haber llevado el dinero con él, pero no lo tenía. No sé dónde lo escondió ni cómo lo hizo, pero encontró la manera. Te espié tras su muerte para saber si habías pagado sus deudas, pero pasaron varios meses y no lo hiciste; me di cuenta de que o bien no sabías nada del dinero o bien no sabías dónde estaba.
»Luego comencé a escuchar interesantes rumores. Sobre lo solitario que te habías vuelto, que no salías de la hacienda, que evitabas hacer vida social…, aparte, claro está, de un repentino y desmedido interés por la jardinería. -Berwick sonrió, una gélida sonrisa que no llegó a sus ojos-. Algo sumamente interesante, sobre todo porque sé que las flores te hacen estornudar.
– No todas las flores, sólo las rosas -corrigió Matthew.
Berwick simplemente se encogió de hombros.
– Supuse que debías de estar buscando el dinero en el jardín. Me he pasado varias semanas observando tus excavaciones nocturnas, esperando que encontraras lo que es mío para poder recuperarlo.
Matthew achicó los ojos cuando otra pieza del rompecabezas encajó en su lugar.
– Tú mataste a Tom Willstone.
Berwick se encogió de hombros otra vez.
– Por desgracia para él, me vio en el bosque esa noche. Me amenazó con decírtelo. No podía arriesgarme a que lo hiciera.
«Tenía que conseguir que siguiera hablando.» Si permanecían allí el tiempo suficiente, lo más seguro es que alguien fuera a buscarlo. Pero Matthew se temía que tardarían algún tiempo. Después de haber llegado a la casa y que lady Wingate le informara de que Sarah estaba en jardín, le había dirigido a Daniel una mirada significativa. No le cabía duda de que su amigo había entendido que quería algo de privacidad con Sarah. Por lo tanto, Daniel haría lo imposible para asegurarse de que no los molestaran en un buen rato.
Pero Berwick no lo sabía. Si seguía hablando con él el tiempo suficiente, ese bastardo acabaría por cometer algún error. Todo lo que Matthew necesitaba era que Berwick diera un paso en falso.
– Así que fue por el dinero por lo que querías una invitación a mi reunión campestre -dijo en tono coloquial.
– Sí. ¿Qué mejor manera de vigilar tu idas y venidas? Me traje a Thurston y Hartley conmigo para apartar la atención de mí y no levantar sospechas. -Se rió entre dientes-. Debo decir en tu honor, que ha sido muy entretenido. En especial mientras no cavabas, Langston. Estaba claro que tenías intención de escoger a una de las bellas asistentes para convertirla en tu esposa, pero te fijaste en la fea solterona. Pero eso no ha sido más que otro golpe de suerte para mí -sonrió-. Lady Julianne será una esposa perfecta.
Sarah soltó una exclamación ahogada, y Matthew rezó para que no se le ocurriera moverse. Cuando estaba a punto de hablar, vio un leve movimiento en los setos a espaldas de Berwick, y se sintió invadido por la esperanza. Segundos más tarde apareció una sombra por la abertura de los setos que había justo detrás de Berwick.
Decidido a hacer saber a quienquiera que fuera cuál era la situación, dijo:
– Ya no tendrás más golpes de suerte, Berwick, a pesar de esa pistola y ese cuchillo. Incluso si nos matas y robas el dinero de la fuente, nunca podrás salir de aquí sin que te descubran. Irás a la cárcel y no volverás a ver la luz del día.
– De eso nada. Parecerá que utilizaste el cuchillo contra la señorita Moorehouse…, tu amante despechada, en defensa propia después de que ella te amenazara con esta pistola. Oí vuestra horrible discusión e intenté intervenir, pero llegué tarde. Con el barullo, la pistola se disparó y tú, por desgracia, resultaste herido de muerte. Y nadie sabrá nada del dinero porque nadie sabe que existe. ¿Entiendes? Una historia muy convincente. Y ahora, lamentablemente, ha llegado la hora de deciros adiós.
– Julianne jamás se casará con usted -dijo Sarah con voz calmada.
Berwick le dirigió una mirada airada.
– Te he dicho que guardes silencio.
– Ya. Y que si no matará a Matthew. Pero está bastante claro que lo va a hacer de todas maneras, así que no hay motivo para que guarde silencio. -Y acto seguido, soltó un grito espeluznante y ensordecedor.
Berwick, claramente furioso y nervioso, dirigió la pistola hacia Sarah. Matthew trató de cogerla con una mano y de alcanzar con la otra el cuchillo que guardaba en la otra bota; al mismo tiempo, vio un borrón color café saltando por la abertura de los setos. En el mismo momento que Matthew tiraba a Sarah hacia al suelo y la protegía con su cuerpo, las fauces de Danforth se hundieron en la parte trasera del muslo de Berwick. Este gritó y disparó la pistola. Luego el arma se le cayó de la mano y se derrumbó sobre el suelo con un cuchillo clavado en el pecho.
Matthew miró a Sarah y la rodeó con los brazos, escudriñando ansiosamente su pálida cara con la mirada.
– ¿Estás bien?
Al asentir con la cabeza se le deslizaron las gafas.
– Estoy bien. ¿Estás herido?
– No. -Soltó un silbido bajo y Danforth trotó desde donde estaba olisqueando el cuerpo inmóvil de Berwick-. Quédate con Sarah -le dijo al perro que inmediatamente se sentó sobre su zapato.
Tras determinar con rapidez que Berwick estaba realmente muerto, Matthew regresó con Sarah y Danforth; el perro meneó la cola con dicha canina cuando le rascó detrás de las orejas.
– Buen perro -dijo, palmeando el robusto flanco de Danforth. Por Dios, sí que era un perro muy listo-. Nos has salvado la vida. -Miró a Sarah-. Le divierte morder a los asesinos…, yo le enseñé.
– Muy bien hecho. De todas maneras tú solo nos hubieras salvado a los dos. No sólo llevas otro cuchillo, sino que sabes cómo usarlo. -Puso su mano sobre la de él y sonrió-. Un talento muy útil en un marido.
Él apretó su mano y se deleitó en su imagen. Maldición, no entendía que hubiera habido un momento en el que no viera lo hermosa que era.
– Un talento muy útil, cierto. Y uno que espero no tener que volver a exhibir jamás. Aunque no hubiera tenido posibilidad de utilizar el cuchillo sí no fuera por tu grito. Muy efectivo. Lo cierto es que se me pusieron los pelos de punta.
– Bueno, no iba a dejar que te disparara.
– Por lo que te estoy muy agradecido. -Se levantó y le tendió la mano para ayudarla. Cuando ella estuvo en pie, la estrechó entre sus brazos. Sarah descansó la cabeza contra su pecho y él enterró la cara en su pelo-. Gracias a Dios no te hizo daño -susurró.
– Ni a ti. -Un escalofrío la recorrió de pies a cabeza y él la abrazó con más fuerza.
– Has sido muy valiente. Cualquier otra mujer se hubiera desmayado.
– Estuve a punto. -Se relajó en el estrecho círculo de sus brazos y tomó la cara de Matthew entre sus manos-. Pero no iba a dejar que te hiciera daño. Siendo como eres una de mis grandes pasiones, prefiero que sigas de una pieza.
– ¿Una de tus grandes pasiones? Creo que me siento insultado.
Sarah esbozó una sonrisa.
– Mi gran pasión.
– Mucho mejor -afirmó él un instante antes de que su boca cubriera la de ella.
– ¿Matthew? ¿Sarah? ¿Dónde estáis? ¿Estáis bien?
La voz de Daniel, acompañada por el sonido de carreras, hizo que levantaran la cabeza.
– Aquí, en la fuente -llamó Matthew.
En un segundo apareció Daniel seguido de Hartley y Thurston, y también de Logan Jennsen y Paul, cada uno de ellos llevaba o una pistola o un cuchillo cuando entraron en el pequeño claro.
Daniel observó la escena con la mandíbula tensa.
– ¿Qué ha sucedido?
Matthew lo explicó con rapidez, incluyendo la fortuna que supuestamente se escondía en la base de la fuente, algo que había motivado el comportamiento de Berwick. Luego miró a Hartley y Thurston.
– ¿Os importaría regresar a la casa para pedirle a Tildon que llame al magistrado?
– En absoluto -convinieron, aliviados de poder abandonar la escena.
Después de que se fueran, Matthew miró a Paul.
– ¿Podrías traer una manta para cubrir el cuerpo?
– Sí, milord -contestó; luego también se marchó.
– A menos que me necesitéis para algo, iré a explicarle la situación a las damas -dijo Logan Jennsen-. Todos oímos el grito y el disparo, y estaban bastante preocupadas.
– Gracias -dijo Matthew; apretó los dientes ante la larga y persistente mirada que Jennsen le dirigió a Sarah antes de irse.
– ¿Estás seguro de que estáis bien? -preguntó Daniel.
– Seguro -dijo Matthew.
– ¿Estás seguro de no haberte golpeado la cabeza?
– Estoy seguro. ¿Por qué lo preguntas?
– Porque pareces haber olvidado buscar el dinero en la base de la fuente.
Matthew negó con la cabeza.
– Estaba tan preocupado por Sarah que lo he olvidado.
Paul regresó justo en ese momento con una manta para cubrir el cuerpo de Berwick. Después de que se fuera, Matthew miró a Sarah.
– ¿Lista?
– Totalmente.
Él miró a Daniel.
– Deséanos suerte.
Juntos, Sarah y él se arrodillaron ante la pequeña abertura, y deslizaron las manos dentro.
Y no tocaron nada.
– Está… está vacío -dijo Sarah con la voz llena de decepción.
Matthew rebuscó en el estrecho lugar una vez más, pero no cabía duda de que estaba vacío. Daniel le puso la mano sobre el hombro.
– Lo siento, Matthew. Te veré en la casa.
Después de que los pasos de Daniel se desvanecieran, Matthew ayudó a Sarah a ponerse en pie.
– Lo siento, Matthew -dijo ella con los ojos anegados de lágrimas.
– Yo también, pero cuanto más lo pienso, incluso sin haber llegado a encontrarlo, ese oro me ha hecho rico. Porque sin él, jamás te habría conocido. Y tú vales tu peso en oro.
– No lo valg… -se interrumpió bruscamente para quedarse mirando fijamente por encima del hombro de Matthew.
– ¿Qué? -le preguntó él, girándose.
– La fuente. El disparo de Berwick le dio a la jarra de Flora.
Él sacudió la cabeza mientras observaba el daño producido en la jarra.
– Mi madre adoraba esa estatua. Mi padre la mandó hacer para ella.
Sarah lo miró.
– Como la rosaleda.
– Sí.
– Lo que explicaría lo que te dijo sobre la fleur de lis. -Sarah se inclinó hacia delante y sumergió los dedos en el agua de la fuente, luego metió el resto del brazo-. Matthew, mira.
Tenía los ojos clavados en el fondo de la fuente. Matthew siguió la dirección de su mirada y se quedó paralizado. Como él alcanzaba mejor, metió la mano bajo el agua hasta el codo y cogió una brillante moneda de oro. Luego sacó la mano del agua y abrió la palma de su mano.
– Un soberano de oro -dijo Sarah con voz impresionada y excitada.
Inmediatamente comenzaron a buscar en el resto de la fuente. Tras varios segundos, Matthew levantó la vista. Curvó los labios con una lenta sonrisa.
– Sarah, creo que mi padre no dijo «parra». -Cuando ella levantó la mirada del agua, él señaló con la cabeza hacia la jarra rota-. Creo que dijo «jarra».
Mientras lo decía, se metió dentro de la fuente y se puso de puntillas. Agarrándose a la jarra, miró dentro.
– ¿Y? -dijo Sarah con impaciencia-. ¿Hay algo ahí dentro?
Ignorando el chorro del agua, Matthew metió el brazo dentro de la vasija ligeramente inclinada. Cuando sacó la mano dijo:
– ¿Te acuerdas de que te dije que valías tu peso en oro? Pues al parecer tenemos, literalmente, tu peso en oro.
Abrió la mano y dejó caer un puñado de monedas de oro en el agua de la fuente.
Sarah lo miró con los ojos brillantes y preguntó jadeando:
– ¿Hay más?
– Cariño, está llena.
Con un grito de alegría, Matthew bajó al suelo y la cogió entre sus brazos para estrecharla con fuerza.
– Lo hemos encontrado -dijo él, puntualizando cada incrédula palabra con un beso-. No me lo puedo creer.
– Qué ironía que fuera el disparo de Berwick el que nos diera la pista final -dijo Sarah dichosa.
– Sí, aunque estoy seguro de que lo hubiéramos encontrado de todas formas siendo tan brillante como eres.
– Fuiste tú quien dedujiste lo de «jarra».
– Después de que tú llegaras a la conclusión de que el dinero estaba dentro de la fuente.
– Lo que demuestra, supongo, que juntos somos invencibles.
– No sólo invencibles, cariño. Somos perfectos.
Ella sonrió.
– No me sorprende, sabiendo como sé que eres el Hombre Perfecto.
– Pues entonces no hay duda de que hacemos buena pareja, sabiendo como sé que eres la Mujer Perfecta.
Ella sacudió la cabeza y se rió.
– No puedo encontrar ni una sola razón para que digas eso.
Matthew la sujetó entre sus brazos y con una sonrisa tan amplia como la de ella dijo:
– No te preocupes, cariño. Yo encontraré suficientes razones para los dos.
Dos días después de descubrir el oro, Sarah se apresuró para entrar en su dormitorio de Langston Manor. Matthew le había pedido que se reuniera con él en la entrada principal de la casa a eso de las dos de la tarde, una invitación que avivó su curiosidad puesto que se había negado a ofrecerle ninguna pista sobre el tema.
Los últimos dos días habían sido muy ajetreados, especialmente para Matthew. Tras tratar con el magistrado, había viajado a Londres para saldar las deudas de su padre, las cuales no sólo había pagado por completo, sino que además disponía de una liquidez sustancial.
Se habían marchado todos los invitados excepto Carolyn; que se había quedado con Sarah para ayudarla a preparar la discreta boda que tendría lugar dentro de una semana. Cuando Matthew había llegado de Londres unas horas antes, la había sorprendido con el mejor regalo que podría haberle hecho al abrir la puerta del carruaje para mostrarle a Desdémona con un resplandeciente lazo de color lavanda alrededor del cuello. Mientras su adorada perra y ella se reunían en medio de risas y alegrías, Matthew le explicó que se había detenido en su casa para recoger a la perra.
Cuando se la presentaron a Danforth los dos perros se olisquearon a fondo. Desdémona ladró una vez y se relamió. Danforth ladró dos veces y se relamió. Y luego se sentó sobre el rabo de Desdémona, que gruñó con aprobación.
Matthew se rió y dijo.
– Yo se lo enseñé.
Y al parecer, ahora tenía otra sorpresa para ella, aunque no podía imaginarse nada más maravilloso que llevarle a Desdémona.
Cuando ella salió unos minutos más tarde, Matthew, controlando con una mano las riendas de su caballo castrado, Apolo, sonrió mientras la saludaba.
– Justo a tiempo.
Ella le devolvió la sonrisa, pero miró al caballo con desconfianza.
– ¿Vas o vienes?
– Voy. Esperaba que te unieras a mí.
– ¿Para qué?
– Para ir al pueblo. -La miró con seriedad a los ojos-. Pensé que si venías conmigo a caballo, podríamos de esa manera deshacernos de nuestros malos recuerdos a la vez. Y crear unos recuerdos nuevos y felices, juntos.
Ella pasó la mirada de él a su caballo y viceversa.
– Como matar dos pájaros de un tiro.
– Exactamente.
Ella se humedeció los labios repentinamente secos.
– Hace mucho que no me subo a un caballo.
– Hace mucho que no voy al pueblo. -Él le tendió la mano libre-. Te rodearé con mis brazos todo el tiempo.
– Eso me ayudará.
– Tenerte conmigo, me ayudará también.
Sarah inspiró profundamente; luego, lentamente, le tomó la mano.
– Creemos unos recuerdos nuevos y felices, juntos.
La sonrisa de Matthew le derritió el corazón. Montó en el caballo con la facilidad de un jinete experto, luego extendió la mano hacia ella. Después de tomar aliento para darse valor, metió el pie lentamente en el estribo y al segundo siguiente estaba sentada de lado delante de él con su brazo fuerte y musculoso rodeándole la cintura.
– ¿Estás bien? -La pregunta sonó justo en su oído y sintió el roce de los labios de Matthew contra la sien.
– De… de maravilla. -Y se dio cuenta de que así era. Estaba un poco nerviosa, pero con su cuerpo rodeando el suyo, era como si no pudiera pasarle nada malo. Supo que podía hacerlo. Que podían hacerlo, juntos.
Matthew puso a Apolo a un trote suave y se dirigieron fuera de la hacienda.
– Mientras estemos en el pueblo podemos comprar un regalo de bodas -dijo Matthew.
– ¿Del uno para el otro?
– No, para Paul. Le ha propuesto matrimonio a una de las criadas del piso de arriba, una joven llamada Mary.
Sarah sonrió.
– ¿De veras? Mary es la criada que me dijo cuál era tu dormitorio la noche que cogí prestada tu camisa.
– Recuérdame que le duplique el sueldo. Paul me contó hoy sus planes. Al parecer casi los atrapé juntos en su casa el día que le pedí que hiciera los arreglos con flores de lavanda. Me dijo que fue lo que le dio el empujón final, no quería tener que encontrarse a escondidas durante más tiempo.
– Me alegro por ellos. -Ella se acurrucó más contra él-. Te das cuenta de que cuando lleguemos al pueblo en un solo caballo daremos que hablar a la gente -dijo.
– Sin duda alguna se armará un buen revuelo. Lo podemos llamar «el escándalo de Kent». Y cuando vayamos a Londres, oiremos hablar de este pueblo.
– Y lo llamaremos «el escándalo de Mayfair».
Él se rió.
– Exacto. Como sabes, tengo un pequeño jardín y un invernadero en la casa de Londres que se encuentra bastante abandonado debido a mis problemas financieros. Van a requerir una buena dosis de trabajo y cariño.
– Me encantará proporcionárselos.
– Excelente. -Él se inclinó un poco hacia delante y le mordisqueó el lóbulo de su oreja, enviándole un estremecimiento de placer por la espalda-. Yo también requeriré una buena dosis de trabajo y cariño.
Ella sonrió.
– Me encantará proporcionártelos. ¿Puedo suponer que no hay rosas en la casa de Londres?
Él puso cara de horror y ella se rió.
– Dios mío, no. Siento que voy a estornudar sólo de pensarlo.
– Esos estornudos son una buena manera de saber dónde estás -bromeó Sarah.
Ella sintió que se le aceleraba el corazón cuando Matthew la atrajo más hacia sí y la besó suavemente en los labios.
– Nunca necesitarás preguntarte dónde estoy, cariño. Siempre estaré aquí. Justo a tu lado.
– Lo que te hace absolutamente perfecto.